Enrique Turover, el inventor de palabras

Enrique Fernández Vernet

efernandez-vernet@unog.ch
Sección de traducción española, Naciones Unidas, Ginebra

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Autor de el diccionario fundamental hasta el día de hoy para los rusistas hispanoparlantes, Genrik (o Enrique) Turover fue titular durante 16 años de la cátedra de Traducción e Interpretación del Instituto Maurice Thorez de Moscú, el más prestigioso centro lingüístico de la antigua Unión Soviética. Mi tocayo y yo nos conocimos compartiendo cabina en Granada, en un seminario de interpretación ruso-español en los años noventa y nuestros caminos se han cruzado en numerosas ocasiones en los organismos internacionales de Ginebra. En 2002 Enrique Turover fue nombrado Director de Relaciones Internacionales de la Universidad Católica de París CLUNY-ISEIT. Su Gran diccionario ruso-español acaba de cumplir 50 años.

Enrique me recibe en su casa de las afueras de Madrid. Me conduce por una escalera repleta de cuadros, esculturas y litografías, hasta llegar a un ático abuhardillado colmado de libros. Puedo ver en los estantes las obras completas de Jack London, Victor Hugo o Alexandr Kuprín en ediciones soviéticas de los sesenta que logró sacar, antes de exiliarse de la URSS en los ochenta, facturándolas en la estafeta central de Correos, el mismo procedimiento al que recurríamos los estudiantes para repatriar nuestro excedente de libros a la tarifa preferencial de edición impresa. “Y llegaron, ¿eh? En un mes llegaron...” ― apunta, todavía perplejo. Numerosísimos diccionarios especializados en ruso: del argot de Moscú, de germanía, de palabras malsonantes, los cuales hojeamos juntos.... Veo también las obras completas de Nabokov, Mandelstam, Tsevetáeva y Ajmátova. Sobre estos cuatro colosos apunta con ojos arrobados: “A éstos, a éstos tenéis que traducir por entero. Fueron todos unos genios... ”.

Como hago siempre en casa de amigos, me deleito husmeando su biblioteca, sin recato alguno. Libros y más libros. Algunos los tengo yo también, como una histórica antología de poesía española en traducciones rusas (Ed. Progress, Moscú, 1978), que incluye su admirable traducción del Soneto XVIII de Fernando de Herrera (“el Divino” ― añade también emocionado). Enrique deplora una reciente colección de poesía contemporánea rusa publicada en España, con escaso rigor, sin un solo poema que mantenga el ritmo del original... Comparamos texto ruso y traducción española. Cómo se nota que ha enseñado a traducir.

Enrique ha sido siempre una persona jovial y afable. No deja de reír durante toda la entrevista, incluso en los momentos de más amargo recuerdo, y no le gusta hablar de sus obras con solemnidad. Cuando indico entre paréntesis que ríe es porque en ese momento verdaderamente se está desternillando.

Tomamos un primer sorbo de té. Conecto la grabadora.

Enrique Fernández: ¿Son malos tiempos para la lírica? ¿Cree usted que ahora la poesía se traduce peor?

Enrique Turover: ¡Recuerdo esa canción! Lo que ocurre es que no podemos perder de vista lo fundamental: la esencia lingüística de la traducción. En 1967 yo decía en mi Manual de interpretación del español que el receptor del mensaje traducido debe acceder a toda la información contenida en el original, experimentar la misma sensación sobre el estado de ánimo del emisor que recibiría el receptor en el idioma original y recibir también la misma información sobre las características de la persona que emite el mensaje original. El primer requisito implica una exactitud semántica, el segundo y tercero, una fidelidad estilística. Es decir: por una parte el sentido, y por otra el estilo. Una de las formas de averiguar si se ha mantenido esta equivalencia es hacer las mismas preguntas al receptor en lengua de partida y en lengua de llegada: si las respuestas difieren, es evidente que la traducción del contenido no ha sido equivalente. Este sería el caso de estos poemas: el lector de la traducción no está recibiendo la misma información que el lector ruso. Es una traducción incorrecta.

Enrique, usted cataloga y hasta fabrica, de ser necesario, los ladrillos con que trabajamos los demás, los traductores. Su Gran diccionario ruso-español sigue siendo nuestra herramienta de referencia. ¿Cómo nació este diccionario?

Bueno, bueno... hoy en día en España es hasta de mal tono hablar de ladrillos, ¿no? La idea del diccionario surgió en los años sesenta en compañía de Justo Nogueira, con quien me unía una profunda amistad. La idea fue mía porque Justo no pensaba en hacer diccionarios. Nació de mi amor por la lengua española, que arrancó el día que llegó a mis oídos, al ingresar en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Moscú, que mis antepasados habían sido judíos expulsados de España en 1492. Yo no hablaba el español, lo tuve que aprender a base de codos. Mi padre nunca me confirmó que nuestros antepasados hubieran sido expulsados y yo jamás he llegado a ver ningún documento que lo acredite, ni lo he querido indagar tampoco, pero eso fue de todos modos lo que me atrajo hacia la cultura española e hizo de mí un futuro hispanista. Estudié lo que hoy llamaríamos Filología Hispánica y defendí una tesis doctoral acerca de las primeras letras españolas.

Ha mencionado a Justo Nogueira... Su edición del diccionario ruso-español de 2003, ya en solitario, la dedica usted precisamente a su maestro Justo Nogueira ¿Quién era Justo Nogueira?

Fue uno de mis profesores en el Instituto de Lenguas. Había seis docentes españoles llegados a la URSS tras la Guerra Civil Española. De hecho, al llegar no eran profesores, sino españoles muy cultivados que huían de la España franquista. Más tarde comenzaron a impartir clases de español en el Instituto, recién establecido en 1938 o 1939, y se creó una Facultad de español, algo completamente novedoso, porque hasta entonces en Rusia sólo se había enseñado el alemán, el francés y el inglés. Con los años, todos se convirtieron en profesores. Nogueira era uno de esos nuevos profesores, aunque él de joven sí había sido ya profesor de español, en España. Él no era un niño de la guerra, porque ya era mayor, las que sí eran niñas de la guerra eran sus tres hijas.... Cuando sale la edición ampliada del diccionario en 2003, él ya llevaba unos tres años fallecido.

¿Y José Manuel Gisbert, que firma la nota gramatical en esa edición de 2003?

Era otro de los españoles que daban clase en el Instituto. Otro era el conocidísimo José María Bravo, el decano, casado con una rusa, que tenía la plena confianza de las autoridades. Ellos dos lucharon del lado soviético en la Gran Guerra Patria contra la Alemania nazi. Justo Nogueira, no, era de otra quinta.

¿Cómo se componía un diccionario en los sesenta en la URSS?

Se hacía todo manualmente. A base de fichas y más fichas dispuestas sobre una mesa, igual que había descrito María Moliner en alguna ocasión. Eso era todo lo que había en los años cincuenta, cuando empezamos. La “lista de palabras” es un método muy particular de cada uno. Nosotros consultamos algunos viejos diccionarios publicados en Leningrado a comienzos de los años treinta. De todos ellos, sólo había uno del español al ruso, no a la inversa. Además, buena parte del contenido que recogían ya había quedado obsoleto cuando emprendimos nuestro trabajo lexicográfico. En la URSS de los cincuenta ya se hablaba otro ruso, así que la elección de palabras fue cosa nuestra por entero. Por otra parte, hasta la palabra más simple, como “lluvia”, por ejemplo, está presente en una gran cantidad de giros y expresiones, y eso también lo tuvimos en cuenta para desarrollar las entradas.

A mí lo que me orienta para elegir el vocabulario son los diccionarios españoles, que son perfectos para iniciar la selección. Usamos todos los diccionarios disponibles, el DRAE fue una de nuestras primeras fuentes.... De hecho, la lista de obras consultadas se incluye en el propio diccionario.

Yo me hice cargo de los comentarios y de la parte científica, porque Nogueira no tenía formación académica, si bien era una persona muy capaz y un gran profesor. Yo para entonces ya tenía un grado académico. Nos repartimos las entradas entre él y yo, medio abecedario para cada uno.

¿Y cómo se hace ahora?

Mi metodología no ha variado mucho desde entonces, la diferencia es que ahora uso Word, con eso tengo suficiente. In the beginning was the Word... Ahora trabajo electrónicamente.

Así pues, en 1963, ahora ha hecho cincuenta años, se publica el primer Nogueira - Turover, con 12.000 entradas, y en 1967 ya son 57.000. En 2003, eran ya 200.000...

Exacto, era el primer diccionario del ruso al español. Se sacaron cuatro o cinco ediciones de ese pequeño diccionario, porque no existía nada más. Fue un gran comienzo, que abrió las puertas a la siguiente etapa. Y en sólo cuatro años prácticamente quintuplicamos el número de entradas. Fue un trabajo febril...

Y es que eran tiempos febriles... Un año antes, con la crisis de los misiles en Cuba de 1962, el mundo se asomó durante una semana al precipicio nuclear. ¿La primera edición del diccionario había tenido algo que ver con la Revolución cubana?

Fue mera coincidencia, ambas cosas se sucedieron cronológicamente. Pero es verdad que de repente la combinación ruso-español adquiría muchísima importancia y eso fue un espaldarazo, qué duda cabe.

¿Y nunca trabajó usted en la dirección español - ruso?

Sí, pero en solitario, ya fallecido Nogueira.

En 1975 Lorenzo Martínez Calvo publica en Barcelona su diccionario ruso-español con 80.000 entradas. De repente, le surge un rival... ¿Llegaron ustedes a conocerse?

Él era un autor cojo, no entiende el original. Era un simple amante de la lexicografía (ríe). Pero no un especialista. Sí, coincidimos en una ocasión en una conferencia. Hay que reconocer que sus diccionarios ―porque compuso también uno inverso, más conciso― fueron un empuje para los demás, pero como tales no son válidos.

O sea, que cuando se toparon en la conferencia debieron saltar chispas...

En absoluto. Yo me mostré muy correcto con él. No había ninguna rivalidad, porque él comprendía que nuestros diccionarios pertenecían a categorías diferentes. El suyo era el de un amateur, y el mío el de un especialista.

Ya. En su prólogo, él pone la novela de Shólojov El Don tranquilo (lo llama así, en vez de El Don apacible) a la misma altura de Guerra y Paz... ¿Y él de qué sabía ruso?

Pues no lo sé, tal vez alguna pareja... Estas cosas suceden así.

Y en 1979 solicita usted emigrar a España...

Sí, y mi vida se complicó mucho. No me dejaron salir en casi diez años. No tenía posibilidad alguna de abandonar la Unión Soviética, precisamente por ser miembro del PCUS. Entonces me dije, pues me salgo del partido... ¡Cuánta ingenuidad! Los santos inocentes.... Fueron años bastante crudos, mi vida académica se hizo muy difícil... Yo creo que las autoridades temían que pudiera revelar en el extranjero alguna información importantísima que yo pudiera poseer... ¡Figúrate! ¡Un filólogo! A mi esposa Natalia, que es especialista en lengua inglesa, tampoco la dejaban trabajar. Ahora ya llevamos más de 25 años en España.

Diez años después, en 1989, cuando yo llego como estudiante a Moscú, su diccionario no está a la venta. El que sí se encuentra en la librerías es el de Martínez Calvo... ¿El que usted publicó se había agotado o es que lo habían retirado del comercio?

Quedó suprimido de inmediato cuando se enteraron de que quería irme a España, ya te puedes imaginar, ya sabes cómo era aquello. No sólo dejaron de venderlo, sino también de publicarlo. Mi diccionario les era ya algo ajeno. E incluso algunos trabajos míos se atribuyeron a otros autores que no tenían nada que ver (ríe). Allá ellos.

De hecho, hay una reseña en El País del 15 de mayo de 1984 en que la corresponsal, Pilar Bonet, dice que su diccionario había estado paralizado desde el mismísimo momento en que solicitó emigrar...

Pilar estaba muy al tanto de todo, porque era muy amiga mía y sigue siéndolo. Efectivamente, el diccionario quedó paralizado en el acto.

... y que el equipo reemprende el trabajo en septiembre de 1983, pero ya sin su participación. ¿Eso es verdad?

Por supuesto, yo ya era un elemento... indeseable.

Eso debió ser difícil de encajar para Nogueira...

Naturalmente, porque él siguió en el equipo. Después de muchos años, hasta me pidieron perdón.

¿Justo también?

No, él no tenía por qué. No hubo traición por su parte, le obligaron. Él era como yo, y acabó emigrando a España con toda su familia, a Barcelona, allá por 1987 o 1988.

Tengo entendido que en esas ediciones no constaba su nombre, y que éste no reapareció hasta la reedición española de 1994 y la rusa de 1995. ¿Es correcto?

Sí, desaparecí como si no hubiera existido. Como tú señalas, mi nombre reaparece cuando Rubiños comienza a publicar mis trabajos. Entonces llegaron los de Russki Yazyk y lo publicaron en Moscú, cobrando de Rubiños, y a mí Rubiños no me pagaba casi nada... Pero en Rusia, en cierta manera, era como si me hubieran rehabilitado. Y de derechos de autor ni se hablaba, como si yo no existiera.

Pero habiendo nacido usted en Ucrania, ¿por qué había querido emigrar a España?

Yo quería ir a vivir a la tierra de mis antepasados, como te decía al principio, y así lo indiqué en los impresos... Yo nací en Kíev, un 7 de mayo de 1931, pero sólo viví ahí año y medio, porque a mi padre, que era ingeniero eléctrico, lo trasladaron a Moscú y ahí nos quedamos. Mi apellido procede de una población en esa región, Turov. Ahí tienes toda mi biografía y mi geografía...

Volviendo al Gran diccionario, en el prefacio de la primera edición, ya señala que una de las dificultades para las equivalencias fue la dispersión geográfica del español. En su diccionario, юбка, da por ejemplo: falda, saya, pollera... ¿Cómo abordaron este problema?

Pues lo resolvimos incluyendo muchas más voces. Consultamos muchísimas fuentes para los americanismos, comenzando por los diccionarios disponibles. Algunas fuentes eran muy específicas (por ejemplo, tres tomos de argentinismos, y eso por sólo hablar de un país...) Con cada edición ha ido aumentando el número de variantes de América incluidas, y, por supuesto, las acotaciones Arg. Méx. etc...

En efecto, cada edición amplía los americanismos. En la edición de 2003, fallecido ya Nogueira, se dice en el prefacio que usted consultó incluso los libros de estilo de algunos periódicos....

Sí, era útil para fijar las equivalencias en distintos países hispanoparlantes. Y también recurrí a los periódicos de diferentes países. De hecho, en mis dos diccionarios más recientes se ofrecen incluso variantes regionales dentro de algunos países más extensos, como México o Argentina, en los que a veces Norte y Sur se expresan de maneras diferentes.

En 2000 publica 5000 palabras y expresiones útiles (ruso-español) en la desaparecida Rubiños. Y en 2009 saca, en la misma editorial, un Diccionario de refranes ruso-español y español-ruso, y también una obra sorprendente: el Diccionario experimental de futuros neologismos en español. El libro es toda una greguería, de la a a la z. ¿Cuál ha sido la acogida de esta obra?

La Real Academia no dijo ni pío. Mi diccionario es un diccionario irreal... ¡y de ninguna academia! Los primeros 400 ejemplares se agotaron en tres días, pero luego empezaron a devolverlos (ríe). ¿Sabes por qué? Porque copiaban el libro y lo devolvían sin dar más explicaciones, porque la política del Corte Inglés así lo permite. Algo muy español.

Entonces, ¿teme la piratería?

En absoluto. En Moscú ya se están vendiendo ediciones electrónicas de mis obras y las ventas no se han resentido. Las versiones electrónicas contienen archivos sonoros con la pronunciación de las palabras, con fonética de España y de América.

En 1978 Vilen Komissarov dedica varias páginas en una de sus obras sobre teoría de la traducción a definir palabra y dice que hasta la más corriente constituye una unidad lingüística sorprendente y multifacética, un ingenioso y complejo dispositivo con reglas de funcionamiento y evolución propias. ¿Cómo define usted la palabra?

Para mí palabra es una entidad que se labra.

Entonces es un “verbocultor”, ¿o mejor “inventor de palabras”?

¡Muy bueno! (ríe), y ya puestos, “agricultor”, porque a veces mi labor es muy agria e ingrata.

¿Tal vez palabrista?

Palabrista sí, palabrero no.

Ya, pero mejor cartero que carterista, ¿no? Hablando de oficios, además de lexicógrafo es también intérprete simultáneo, traductor literario, teórico de la traducción, profesor de traducción e interpretación... Una larga lista. ¿Me dejo algo?

No, ¡y para el carro! Que alargues la lista no me hace a mí más listo... Yo soy un diccionarista. Los diccionaristas somos eternos constructores de puentes (pontifex), que vinculan (religo) mundos diferentes.

Suena a sacerdocio, un auténtico ministerio... ¿Qué le motivó para dedicarse además a la enseñanza?

Pues querer compartir los conocimientos que uno tiene con aquellas personas que también quieren tenerlos y así continuar la eterna tarea de domar la sabiduría.

¿Ha tenido algún alumno que más tarde adquiriera celebridad o destacara?

Pues claro. Tiene nombre y apellidos: Alexandr Sádikov, autor de un magnífico Diccionario español-ruso.

¿Cuál es la traducción más difícil que le ha tocado hacer?

Pues Las piedras del cielo de Pablo Neruda, en 1979, o Quetzal y la paloma, un libro de poesía quechua, también en 1979, o Le nouvel esprit scientifique. La philosophie du non de Gaston Bachelard, en 1987.

¿Y cuál ha sido la interpretación más difícil o comprometida?

Un discurso de Fidel Castro de cuatro horas durante la visita de Leonid Brezhnev a La Habana.

Sin palabras... Y hablando de palabras, en el prefacio del Diccionario experimental de 2009 ilustra la pauperización del idioma con estos datos: el diccionario de V. Dahl del siglo XIX registraba unos 150 vocablos derivados de la raíz amar, mientras que en el Diccionario académico ruso de 1982 ya sólo quedaban 41. ¿Amamos menos o es que hablamos peor?

Pues ahora quedarán una treintena.... Se trata de las dos cosas. Creo que los lexicógrafos podemos ayudar a enriquecer el idioma, pero para eso es necesario que la gente compre libros. Hubo conferencias y presentaciones del Diccionario experimental ante la prensa, en instituciones docentes, ante público extranjero, en que me recibieron con aplausos y entusiasmo. Aquello provocaba una reacción inesperada, me aplaudían como si fuera un actor. En cambio, como te decía, la Academia no reaccionó.

Iosif Brodski, decía: “Hoy y mañana hay que preocuparse por la precisión de la lengua. Traten de ampliar y enriquecer su vocabulario y cuídenlo, al igual que cuidan su cuenta bancaria. Préstenle mucha atención y traten de aumentar sus dividendos. El objetivo no es contribuir a su elocuencia en el dormitorio ni al éxito profesional (aunque eso vendrá por añadidura), ni convertirles en unos sabihondos... Se trata de poder expresarse de la manera más precisa y completa”. Estoy de acuerdo con Brodski, ya que la acumulación de lo no dicho, no expresado, no pronunciado, puede desembocar a menudo en neurosis. Los sentimientos y sus matices, las impresiones, pensamientos y emociones no denominados, no nombrados, no llamados, no pronunciados, se acumulan en el individuo y pueden traer una frustración o una explosión. Para evitarlo no hace falta convertirse en un ratón de biblioteca, basta con comprarse un diccionario y leerlo poco a poco, todos los días. De todos modos, el diccionario siempre te saldrá más barato que una visita al psiquiatra.

¿No le propuso a la RAE su hallazgo abecechedario?

Pues claro que sí, y muchas otras palabras más, pero no hubo reacción. Yo no sé si lo consideraron una intrusión... Ni que yo fuera un apache... Cualquier persona puede crear neologismos. Por ejemplo, el pueblo crea cosas, pero no las puede registrar. Hay cosas que el pueblo llano no entiende, la gente no entiende qué es una cesárea, no siempre sabe que se llama así porque fue la primera cirugía así practicada, cuando trajeron a César al mundo. Y como el pueblo no siempre lo sabe, adivina cómo la llama a veces. ¡Operación... necesaria ! No hay palabras vulgares, dijo Camilo José Cela.

En el mundo hay muchos juegos de masas, el fútbol es uno de ellos. Muchos juegan o quieren jugar al fútbol. Pero hay muchísimos más jugadores en el juego de la lengua: en ruso hay unos ciento cincuenta millones, en español, unos cuatrocientos, en inglés ya van por el millardo (entre nativos y no nativos), en chino, ni te digo.... Así que el juego de la lengua es mucho más popular y su resultado (el desarrollo, el poder expresarse de una manera novedosa) puede y debe producir mayor placer individual y social que meter goles.
La coexistencia que propone entre norma y sistema explica por qué pueden existir palabras como cascanueces, cascapiedras y sería posible formar cascabancos por ‘atracador’. A mí me gusta buzón, un ‘buzo gordo’....

O cascavidas... Mi diccionario recogía futuros neologismos en español. Es decir, que todavía no están registrados ni en el uso, ni en la prensa ni en los libros, etc. Era una tentativa de crear algo insólito, nuevo, innovador, partiendo, naturalmente, del léxico, de la sintaxis y de la morfología española ya existente.... ¿Tal vez pueda ser posible predecir, prever la aparición de nuevas palabras muy necesarias para la lengua? No sé si es cuestión de futurología, adivinación, olfato, perspicacia o clarividencia.


Son lo que usted llama “potencialismos”. O ya más en serio, aparte de estos scherzos, tiene propuestas muy válidas, como pensadero por think-tank... ¿No probó con los periódicos?

Pues no, con los periódicos no lo he intentado, y es verdad que en mis presentaciones los periodistas siempre aplaudían. “La rutina periodística nos mata” ― me confesó uno de ellos.

¿En qué proyecto anda ahora?

Mi más reciente diccionario publicado recoge expresiones y citas religiosas (no sólo cristianas) en alemán, inglés, francés, español e italiano con equivalencias en ruso. El editor ruso lo ha titulado Diccionario de bibleismos, no sé por qué. Me ha hecho una gamberrada, porque en realidad abarca mucho más que la Biblia.

¿Y qué ha estado haciendo esta última semana, por ejemplo?

Pues he acabado tres diccionarios que he enviado a Moscú ya: sobre términos económicos y de gestión empresarial, sobre fiscalidad y sobre seguridad social. Me he basado en tres diccionarios publicados por Tasis y les he añadido los campos español-ruso y ruso-español.

¿Mi próximo proyecto? Pues estoy pensando en escribir una autobiografía sobre este humilde servidor de la lengua...

¿Para despedirnos, podría regalar a los lectores de Sendebar alguna palabra nueva de su invención?

Pues claro que sí. Ahí van unas cuantas. ¿Qué tal ateísmo (fobia al té) o barrómetro (medidor de barro)? ¿O qué te parece manifiesta (‘fiesta de cacahuetes’)? O benjamón (‘jamoncito’), prestidigitalizador (‘ilusionista informático’), ostracismo (‘amor desmedido por las ostras’), grandes bancos y cajas de niebla, sorprendida (‘monja en llamas’), error ortotrágico...