Áurea Fernández Rodríguez, Iolanda Galanes Santos, Ana Luna Alonso, Silvia Montero Küpper (2012). Traducción de una cultura emergente: la literatura gallega contemporánea en el exterior.
Berna: Peter Lang.

Pere Comellas Casanova

perecomellas@ub.edu
Universitat de Barcelona

De las numerosas perspectivas desde las que es posible acercarse a la traducción, la sociopolítica es una de las más interesantes y productivas, y sin duda se lleva bien con el famoso «giro cultural» de los estudios de traducción. El libro de Áurea Fernández, Iolanda Galanes, Ana Luna y Silvia Montero —es decir, del grupo de investigación BITRAGA de la Universidade de Vigo— emprende con ambición esa vía y lleva a cabo una espléndida panorámica de la traducción en el ámbito lingüístico gallego, espacio cuya complejidad supone un desafío admirablemente resuelto. El volumen se compone de diez capítulos que son otras tantas piezas de un rompecabezas multidimensional. Se trata, además, de la explotación de un trabajo previo e inacabable de valor incalculable, y no solo para los estudios de la traducción: la base de datos de traducciones del y al gallego, es decir, el Catálogo de Tradución Galega.

El primer capítulo, a cargo de Ana Luna, nos sitúa en el marco en el que se mueve el libro. Enumera los antecedentes teóricos y los principales conceptos del campo y expone y justifica el itinerario escogido y las líneas de coherencia que atan cada una de sus partes. Luna se sitúa a partir de tres referencias. La primera es la Escuela de la Manipulación, con Lefevere y Lambert a la cabeza, cuyo punto de vista «permite contemplar la dependencia de los textos traducidos y sus vínculos con otros tipos de textos o sistemas de textos» (p. 23). La segunda, la teoría de los polisistemas de Even-Zohar y Toury, de la que subraya el concepto de «norma». La tercera, los estudios culturales y el enfoque poscolonial (de los que cita a Bassnett, Carbonell o Venuti, entre otros), que analizan la influencia de las instituciones de poder sobre las traducciones literarias, así como las estrategias de resistencia, y viceversa, es decir, la contribución de la traducción a la construcción de arquetipos colonialistas.

A continuación, Áurea Fernández explicita el marco teórico utilizado, que integra los modelos sociológicos de Bourdieu y de Callon y Latour —que considera complementarios— y la teoría del lenguaje de Meschonnic. Una apuesta por una metodología «interdisciplinar, transdisciplinar y pluridisciplinar» (p. 58) que pueda dar cuenta de las múltiples dimensiones de la traducción, contada además con un esfuerzo de claridad muy destacable, especialmente cuando se trata de ideas complejas como las de los autores citados.

En el capítulo tercero Silvia Montero analiza el sector editorial gallego y expone una de las claves para entender el caso gallego (que aparecerá reiteradamente a lo largo del libro): la «falta de inmediatez» de las relaciones de Galicia con otras culturas, atribuible a la subordinación política, que «acarrea un desvanecimiento de las singularidades culturales que componen el Estado español» (p. 61). El capítulo traza un boceto de historiografía de la literatura gallega y describe sucintamente la situación legal y sociolingüística de la lengua gallega en las últimas décadas. A continuación describe el panorama editorial gallego y aporta los principales datos cuantitativos y cualitativos. El análisis incluye los aspectos relacionados con la promoción exterior del libro.

Iolanda Galanes, en el capítulo cuarto, presenta la herramienta básica de investigación del grupo, el Catálogo de Traducción Galega ya citado, a partir del cual traza una panorámica de la traducción literaria en Galicia. El capítulo ofrece datos detallados de obras exportadas e importadas (es decir, traducidas del gallego a otras lenguas o viceversa) por géneros y lenguas, y analiza su evolución histórica. Destaca especialmente el volumen de exportación de literatura infantil y juvenil, un aspecto que Ana Luna trata extensamente en el capítulo sexto. Antes de eso, sin embargo, Silvia Montero estudia la literatura gallega traducida a partir de 1980, es decir, después del reconocimiento político del gallego y de la posibilidad —a menudo insuficientemente explotada— de tomar decisiones políticas autónomas también en el ámbito de la promoción de la lengua. En ese sentido, la autora destaca el hecho de que una parte de las traducciones, sobre todo al inglés, son en realidad iniciativas institucionales llevadas a cabo desde la propia Galicia, las cuales suponen una interacción social que diverge «claramente de las traducciones que se promueven e importan directamente desde la cultura receptora» (p. 125). Destaca asimismo una aparente paradoja: la exportación de narrativa gallega «se traduce frecuentemente en detrimento de la identidad gallega puesto que a menudo se transmite desde el español y se presenta como literatura de autoría española» (p. 127). A partir de esa constatación, Ana Luna analiza en el capítulo séptimo el papel del traductor en el ámbito gallego. Una cuestión fundamental es el de la autotraducción, un fenómeno que en culturas minorizadas adquiere dimensiones especiales. Otra es la utilización de la traducción como descaracterización —«se ha demostrado que el objetivo último de la traducción ha pasado en ocasiones por eliminar las referencias socioculturales más marcadas» (p. 154)— o una cierta folclorización de esas referencias —«el exotismo también puede ser un valor en alza» (p. 166).

El capítulo octavo se centra en la literatura escrita por mujeres. Áurea Fernández destaca que «la literatura gallega contemporánea es una de las pocas en el mundo que puede presumir de contar con una mujer como figura fundacional» (p. 177), Rosalía de Castro. Subraya también la opción por el gallego de la tradición feminista en Galicia, un movimiento que, a pesar de su heterogeneidad, «permanece muy ligado al ámbito cultural» (p. 179). De hecho, insiste en el papel crucial de Rosalía de Castro en la doble vertiente de género y de valorización de la lengua gallega. Rosalía es también «la primera mujer en abrir el camino de la difusión de la literatura gallega más allá de nuestras fronteras» (p. 183). Siguiendo ese hilo, Áurea Fernández estudia la recepción en otros espacios lingüísticos de las traducciones de autoras gallegas, especialmente a partir de 1980, en la que la poesía ha tenido un gran peso.

El noveno capítulo está dedicado a la traducción de obras gallegas para espacios «exóticos», espacios culturales que tienen en común con el gallego el hecho de «ser (o haber sido) culturas dominadas y [...] que hayan apostado por la traducción de obras provenientes de una cultura distante e ignota hasta la fecha para aumentar su capital simbólico e ideológico» (p. 203). Con los datos de BITRAGA en la mano, la autora constata por un lado que la lengua «exótica» que más gallego traduce es el catalán, y que se traduce sobre todo literatura infantil y juvenil, género en el que Galicia se revela como una gran exportadora. Asimismo, Galanes analiza los aspectos ideológicos de la traducción a través de un estudio de caso: la traducción al kurdo y al turco de Made in Galiza. El libro termina con un capítulo de autoría colectiva en el que las autoras sintetizan los datos de internacionalización de la literatura gallega y lanzan algunas propuestas de futuro. El trabajo de BITRAGA contribuye decisivamente al conocimiento de la historia de la literatura gallega traducida y lo hace no solo desde una necesaria y rigurosa vocación científica, sino también desde la voluntad de reivindicar un papel para la traducción, que a menudo ha sido completamente ignorada por la historiografía y la crítica literarias. El final del libro constituye una declaración de intenciones en esa línea: hay que seguir trabajando para generar conocimiento y por consiguiente propuestas para mejorar la internacionalización de la literatura gallega, no solo desde un punto de vista cuantitativo, sino también cualitativo: mejorando su visibilidad, potenciando su identificación, contribuyendo a su singularidad («la traducción debería combatir esa ‘familiarización reductora’ que borra la otredad cultural, que se apropia de los textos y autores como forma de dominación o como muestra de poder», p. 231). Para las autoras, se trata de algo mucho más importante que la exportación o la búsqueda de prestigio: es una cuestión de supervivencia.

En suma, en mi opinión el libro es ejemplar. En primer lugar, por contar con una base de datos imprescindible para cualquier enfoque sociológico (y además puesta a disposición de todo el mundo a través de Internet). En segundo lugar porque aborda el fenómeno de la traducción desde perspectivas distintas pero complementarias, con una visión pluridisciplinaria pero sin perder de vista las líneas comunes que otorgan al trabajo una gran coherencia. En tercer lugar porque construye una visión compleja y bastante completa del fenómeno de la traducción en Galicia (fundamentalmente de la literatura gallega exportada), lo que ha de resultar muy útil a los estudiosos e interesados en esa cultura. Y en cuarto lugar, porque con las debidas adaptaciones creo que ofrece un esquema de investigación que puede ser una propuesta para cualquier otra cultura, minorizada o no.