Arias Torres, Juan Pablo y Manuel C. Feria García (2013)
Los traductores de árabe del Estado español. Del Protectorado
a nuestros días.
Barcelona, Ed. Bellaterra, 631 pp.

Icíar Alonso Araguás

itziar@usal.es
Universidad de Salamanca

Este trabajo se adentra en una senda poco frecuentada en los estudios de traducción e interpretación en nuestro país, como es la de la historia de la mediación lingüística oral, y aún más inusitada, la que concierne a los intérpretes-traductores españoles del árabe. Precisamente por ser poco transitada, es una historia con abundantes lagunas y, al mismo tiempo, un terreno particularmente propicio y fecundo de investigación, como demuestran los autores de este libro. Arias y Feria tratan de colmar una de esas lagunas sumergiéndose sin prisas en la última aventura colonial española, buceando después en los años finales del Protectorado en Marruecos e indagando incluso en el periodo poscolonial hasta los comienzos del siglo XXI. Este enfoque diacrónico, con abundantes incursiones en la microhistoria para reconstruir las vidas y las carreras de los intérpretes de la época, no oculta, sin embargo, el interés por otra cuestión más general y de gran actualidad: el papel de los intérpretes en los procesos de colonización y descolonización, y su presencia en la gestión de los conflictos.

El libro se suma a una serie de estudios publicados en la última década que ha abierto nuevas rutas en esta historia repleta de agujeros negros (Santoyo 2006): la de los mediadores lingüísticos en la conquista de las Islas Canarias (Sarmiento, 2012); la de los intérpretes diplomáticos de la administración española en sus relaciones con la Europa moderna (Cáceres 2004 y 2012); o la de los truchimanes de árabe desde la guerra de Tetuán hasta nuestra Guerra Civil (Zarrouk 2006), el precedente más directo que inspira a Juan Pablo Arias y Manuel Feria para completar y ampliar su análisis en el tiempo.

Los propios autores ya habían anticipado una pequeña parte de su estudio publicando en 2003 y 2004 los perfiles de algunos de los intérpretes que aparecen en este nuevo libro, cuyo alcance excede con mucho el de una mera recopilación biográfica. Se trata de una obra de gran calado que documenta en toda su extensión la historia de los miembros del “aparato de traducción e interpretación del árabe del Estado español entre principios del siglo XX y principios del siglo XXI” (p. 17). Nos sitúa, pues, en un pasado muy cercano que casi rozamos con los dedos, coetáneo de nuestros abuelos y bisabuelos, y cuyas ramificaciones estamos viviendo todavía en estas primeras décadas del siglo XXI. De ahí la candente actualidad de esta historia y su pertinencia para comprender, con la perspectiva de un siglo, la situación actual de la traducción e interpretación del idioma árabe en nuestro país. Esta vinculación, tan oportuna y bien documentada, entre el pasado más inmediato y la España contemporánea, donde los avatares de la globalización han vuelto a situar a la lengua árabe en un lugar central, es a mi juicio uno de los aspectos más interesantes del libro que les invito a leer.

Un estudio tan vasto y pormenorizado no habría sido posible sin un tratamiento riguroso de las fuentes documentales. Desde el punto de vista metodológico, la obra utiliza fuentes orales directas de indudable valor –los relatos de algunos de los protagonistas entre los años 40-80 del siglo XX. Gracias a ellos, los autores logran arrojar luz sobre aspectos que, de otro modo, habrían sido difíciles de aclarar (como los planes de estudio realmente impartidos en el Centro de Estudios Marroquíes, o la evolución de las tareas de los miembros de los servicios lingüísticos), y “responder a la ‘urgencia histórica’ de rescatar la memoria de unas generaciones que fueron testigos directos del período historiado y que, por ley de vida, van desapareciendo” (p. 29). El uso de este tipo de fuentes ha sido a veces criticado como método historiográfico por las dificultades que entraña deslindar subjetividad y memoria de la verdad histórica que supuestamente ha de perseguir el historiador. De ahí lo controvertido de los análisis históricos sobre el tiempo presente (Aróstegui 2004), y la necesidad de combinarlos con otras fuentes complementarias. La verdad histórica es, en cualquier caso, una construcción del historiador, no de las fuentes, y son estas las que pueden desmentirla o ratificarla. Por otro lado, esta metodología ya ha demostrado su eficacia al ser aplicada al estudio histórico de la interpretación (Baigorri 2000 y 2004) y creemos que aporta, junto a la perspectiva de los protagonistas –subjetiva, sí, pero insustituible–, un elemento de oportunidad histórica cuya importancia se acrecienta con el tiempo.

Los documentos procedentes de distintos archivos nacionales, los boletines oficiales y anuarios de la península y de la Zona, la prensa histórica de la época, e incluso los archivos privados y personales de algunos de los protagonistas han sido minuciosamente revisados por los autores, en un ejercicio admirable de paciencia y honradez que dota a este trabajo del rigor científico necesario para dar autenticidad a los datos presentados. El resultado es sencillamente espléndido.

La cantidad y prolijidad de la información es abrumadora, con cientos de notas a pie de página (1.065 en total) que el lector curioso podrá consultar o dejar de lado si prefiere una lectura más ágil. La redacción, en todo caso, es impecable y en medio de semejante despliegue documental los autores no pierden de vista, sin embargo, su principal objetivo: comprender las necesidades de comunicación desde y hacia el árabe en una sociedad marcada por la intervención colonial española en todos sus niveles: militares, administrativos, sociales, judiciales, políticos y diplomáticos. Los cambios que las circunstancias políticas generaron en estas demandas modificaron también los perfiles y funciones de los mediadores lingüísticos, haciendo, por ejemplo, que los intérpretes sobre el terreno –tan característicos en la zona norte de Marruecos desde el siglo XVIII– terminaran convirtiéndose en intérpretes para la administración civil.

Todo este aparato crítico se completa con una colección de 67 documentos gráficos que ponen rostro a estos intérpretes e ilustran las circunstancias y espacios geográficos donde desarrollaron sus tareas. Proceden en su mayoría de colecciones privadas y nos descubren aspectos inéditos de esta historia, como el uso de uniformes para los intérpretes o el grado de identificación –voluntaria o forzosa– con su principal. Algunas de estas fotografías integraron en marzo de 2013 una exposición en la Universidad de Granada (“Truchimanes. Intérpretes de árabe y bereber durante el Protectorado español en Marruecos”), rindiendo así tributo a varias generaciones de intérpretes y divulgando este fragmento poco conocido de nuestra historia que han popularizado algunas novelas de Lorenzo Silva.

Si entramos ahora en los contenidos, en este viaje de ida y vuelta a Marruecos los autores no se alejan un ápice de la ruta anunciada en el título y caminan por ella ordenadamente a lo largo de tres grandes periodos históricos: la creación del Protectorado (1912-1957); la independencia marroquí y la salida española del Sahara (1957-1976); la democracia española y las nuevas necesidades de traducción e interpretación del árabe (1976 hasta la actualidad). Ahora bien, lejos de aislar el objeto de estudio con el afán propio de un cazador de mariposas, deciden componer con él un sólido hilo argumental para adentrarse también en la compleja estructura administrativa española del Protectorado, en la sociología de la profesión del intérprete-traductor, y en las complejas relaciones entre traducción y conflictos, incluido el de la sublevación de Franco y la Guerra Civil española.

El libro se divide en seis partes. Comienza examinando las disposiciones legales que regularon la actividad de los servicios lingüísticos para la lengua árabe –un régimen que, hasta hace solo unos años, fue completamente distinto al de los demás idiomas de la Oficina de Interpretación de Lenguas.

La segunda parte es la historia del Servicio de Interpretación de Árabe y Bereber, con pormenorizadas descripciones de su estructura administrativa, de las trayectorias vitales y profesionales de sus miembros, y de las funciones desarrolladas. La complejidad administrativa en la Zona y las sucesivas denominaciones de las escalas técnicas que conformaban la carrera de intérprete se aclaran gracias a los cuadros explicativos confeccionados por los autores para navegar en el proceloso mar de la burocracia administrativa. El tema de la tercera parte es el reemplazo generacional –extraordinariamente documentado– que se escenifica con la extinción del Servicio y la creación de un nuevo Cuerpo de Interpretación de Árabe y Bereber. Ello da pie a un completo estudio sociológico que, además de rastrear la evolución de los perfiles profesionales, se adentra en su estatus social, la imagen de la profesión, los modos de ascenso social y la cercanía al poder político-militar.

La cuarta parte explica cómo se cubrieron las demandas lingüísticas y reivindica el papel pionero de la Academia de Árabe y Bereber de Tetuán (1929-1938), más tarde Centro de Estudios Marroquíes, en la selección y formación de los intérpretes de las distintas escalas administrativas y militares. Esta institución, casi desconocida si no fuera por el estudio de Zarrouk (2006), fue uno de los pilares de la enseñanza del árabe y de la formación de intérpretes de carrera (“la primera institución española de la historia especializada en la formación de traductores e intérpretes de árabe y bereber”, p. 228). Baste decir que los estudios conducentes al diploma de intérprete duraban entre cuatro y cinco años y requerían poseer el título de Bachillerato, situándose así muy cerca de nuestras licenciaturas y grados. Sorprende también constatar que, hace ahora un siglo, los procesos de selección y acceso a la escala de intérpretes en la administración, en el ejército o en la diplomacia eran bastante más rigurosos de lo que todavía hoy es moneda común en nuestro país. Las candidaturas a ‘jóvenes de lenguas’ de la carrera de Interpretación de Lenguas y las estancias de perfeccionamiento del idioma árabe que el Estado español financiaba en colegios de Beirut o de El Cairo nos recuerdan épocas dieciochescas en la Puerta de Constantinopla (Balliu, 2005; Cáceres-Würsig, 2004 y 2012).

Otra cuestión particularmente interesante es la referida a los linajes o sagas de intérpretes –una constante en la historia de la interpretación– vinculados a las lealtades personales y a las afinidades políticas de los intérpretes más próximos a las altas esferas del poder. Arias y Feria nos descubren las relaciones de parentesco entre padres e hijos, hermanos o sobrinos en familias de intérpretes con amplia presencia en el Protectorado, como los Almanzor, los Dumon o los Villalta, los Ortiz o los Rizzo.

La parte quinta se dedica a los destinos y servicios desempeñados por intérpretes y traductores, y a su evolución desde 1976 hasta la actualidad. Por cierto que el apartado dedicado a los intérpretes sobre el terreno en el Sáhara español, antes y después de la independencia marroquí, y a sus vínculos con los servicios de inteligencia en Tetuán y Madrid es uno de los capítulos más sabrosos del volumen.

La sexta parte ofrece íntegramente la serie de entrevistas semiestructuradas a algunos de los protagonistas de este libro. En su condición de fuentes orales directas, constituyen un valioso corpus documental y que podría incluso integrar un volumen independiente.

Esta investigación confirma los perfiles híbridos y polifacéticos de los mediadores lingüísticos habituales de otros periodos históricos. Sin embargo, las diferencias de categoría, estatus social, prestigio e influencia de los miembros de los servicios lingüísticos encuentran su explicación en una distinción administrativa entre traducción e interpretación característica del Protectorado. Los intérpretes auxiliares, de menor categoría administrativa, ocuparon destinos menos apetecibles (las intervenciones comarcales, el Sahara, o la administración judicial civil y militar) donde realizaban principalmente labores de interpretación del árabe vulgar, árabe dialectal y bereber; en cambio, los denominados intérpretes técnicos e intérpretes mayores, de superior categoría, estaban destinados en puestos más codiciados (la administración central española en Tetuán, o las embajadas y consulados) y se dedicaron sobre todo a traducir al/del árabe literal, francés y español.

En la práctica sus funciones fueron, no obstante, mucho más variadas: los autores documentan numerosas historias de intérpretes diplomáticos, militares y marítimos que ejercieron también de forma temporal o permanente en otros lugares, como los tribunales, las oficinas de turismo y/o de inmigración, los despachos particulares, la ONU, y hasta las oficinas de la Tabacalera. Muchos combinaron la profesión con la docencia, la erudición filológica, o la abogacía y, en no pocas ocasiones, con la política y el espionaje. La labor del intérprete como espía o informante ha sido un rasgo común a lo largo de la historia y –como nos recuerdan nuestros autores– Tetuán fue en los años 30 del siglo XX centro neurálgico del espionaje nazi y del nacionalcatolicismo en el norte de África (p. 167). Las funciones de inteligencia no eran, por lo tanto, ajenas a algunos miembros del Servicio y del Cuerpo, y en muchos casos se concretaron en tareas de interceptación de mensajes escritos y, posteriormente, de escucha y transcripción de conversaciones telefónicas (p. 336).

Recordemos, por último, que la interpretación en conflictos bélicos y el papel de la traducción en la gestión de los mismos es un tema de creciente actualidad (Footitt-Kelly 2012, Inghilleri-Harding 2010, Salama-Carr 2010 y Baker 2010, entre otros). Baigorri (2011 y 2012) ha subrayado asimismo la importancia de los enfrentamientos bélicos en las trayectorias vitales y profesionales de quienes más tarde ejercieron la interpretación en entornos diplomáticos, civiles y militares. En esta misma línea, el libro de Arias y Feria reserva amplios espacios para analizar, en primer lugar, la labor mediadora de este colectivo de traductores e intérpretes (“los traductores e intérpretes fueron, en efecto, intermediarios activos en la vertebración de las relaciones de poder y de dominación que se impusieron en las sociedades coloniales africanas bajo égida española como antes lo habían sido en las colonias americanas”, p. 24) y, en segundo lugar, el impacto de la sublevación franquista y de la Guerra Civil en sus vidas y en sus carreras.

El controvertido papel del intérprete diplomático y militar en los conflictos, donde las cuestiones deontológicas a menudo se ven ensombrecidas por la obediencia debida o por el mero afán de supervivencia, encuentra aquí un tratamiento serio y respetuoso, no reñido con el deber de la memoria. Haciendo un uso riguroso de las fuentes documentales disponibles, los autores sacan a la luz las medidas represoras del régimen franquista hacia sus potenciales enemigos, incluidos los intérpretes, puesto que la Comisión Depuradora de Funcionarios y la de Responsabilidades Políticas fueron particularmente celosas con este colectivo que, en muchos casos, mantenía vínculos notables con la masonería y con otros enemigos del régimen (“los intérpretes comprometidos con la República habían sido presos, muertos, exiliados o cesados”, p. 116).

El interés de este libro es múltiple, tanto para la historia reciente del colonialismo español como para los estudios de traducción. Tiene un valor reivindicativo, pues reconstruye una parte casi inédita de la historia de nuestra profesión de la mano de sus protagonistas, con lo que eso significa de reconocimiento profesional y personal a su lugar en la historia de la interpretación en España durante el último siglo. Era, pues, un deber de memoria histórica desempolvar y, sobre todo, documentar estas páginas, y a los autores les honra el haber sabido hacerlo con semejante rigor. Pero lejos de ser un trabajo aislado, se suma a los de aquellos investigadores que se han aventurado ya, como decía al principio, por la senda de los enfoques históricos en los estudios de traducción e interpretación tejiendo así los hilos de la historia de la trujamanería en España.

Referencias

• Arias, J.P.–Feria, M.C. (2003) “La traducción en el protectorado español. Entrevista con Rafael Olmo Villafranca”, Trans nº 7, 107-119.

• Aróstegui, J. (2004) La historia vivida. Madrid: Alianza.

• Baigorri, J. (2011) “Wars, languages and the role(s) of interpreters”, Awaiss, H.- J. Hardane (eds.) Les liaisons dangereuses. Beirut, Université Saint-Joseph, 173-204.

• — (2012) “La lengua como arma: intérpretes en la guerra civil española o la enmarañada madeja de la geografía y la historia”, Payàs, G.–Zavala, J.M. (eds.) La mediación lingüístico-cultural en tiempos de guerra. Temuco: UC Temuco, 85-108.

• Baker, M. (2010) “Interpreters and Translators in the War Zone: Narrated and Narrators”, The Translator, vol. 16, nº 2¸ 197-222.

• Balliu, C. (2005) Les Confidents du Sérail. Beirut: Université Saint-Joseph.

• Cáceres-Würsig, I. (2004) Historia de la traducción en la administración y en las relaciones internacionales en España (s. XVI-XIX). Soria, Vertere nº 6.

• — (2012) “The jeunes de langues in the eighteenth century. Spain’s first diplomatic interpreters on the European model”, Interpreting 14:2, 127-144.

• Inghilleri, M.Harding, S.-A. (eds.) (2010) The Translator, vol. 16, nº 2. Special issue: Translation and Violent Conflict.

• Salama-Carr, M. (ed.) (2007) Translating and Interpreting Conflict. Amsterdam/New York: Rodopi.

• Sarmiento, M. (2012), Cautivos que fueron intérpretes. La comunicación entre europeos, aborígenes canarios y berberiscos durante la conquista de Canarias y los conatos en el Norte de África (1341-1569). Málaga: Encasa (1ª ed., 2008).

• Zarrouk, M. (2009) Los traductores de España en Marruecos (1859-1939). Barcelona: Bellaterra.