La Inadvertida Omnipresencia de la Traducción
David Bellos, Is That a Fish in Your Ear? The Amazing Adventure
of Translation (London: Penguin, 2012)
José María Pérez Fernández
jmperez@ugr.es
University of Granada
David Bellos es director del Programa en Traducción y Comunicación Intercultural en la Universidad de Princeton, donde también ejerce como catedrático de francés y literatura comparada. Sus traducciones al inglés de autores como Georges Perec o Ismail Kadare han recibido varios galardones, y su biografía de Perec mereció el premio Goncourt. No se puede pedir una mejor carta de presentación para un autor que invita a un recorrido por el territorio de la traducción y la interpretación. El paseo comprende por un lado cuestiones relacionadas con filosofía del lenguaje, la psicología cognitiva, o la lingüística, y por otro explora las dimensiones político-culturales de la traducción y la interpretación.
El carácter divulgativo del libro lo convierte en una útil herramienta dirigida a un público general de estudiantes que estén a punto de embarcarse en esta disciplina, o de curiosos lectores que sólo busquen familiarizarse con el estado de la cuestión.Algunas de las características del volumen sin duda responden al interés editorial por dotar al libro de un formato que pueda resultar atractivo al lector no especializado. Un lector experimentado y exigente podría echar en falta un hilo conductor más coherente y mejor armado, que diese más fluidez al desarrollo general de un libro que en ocasiones adolece de una excesiva fragmentación en sus temas, y de una cierta irregularidad en la ejecución y la distribución de los mismos. A pesar de esto, la evaluación global del libro de Bellos ha de ser decididamente positiva, entre otras razones porque está trufado de información provechosa que ejemplifica de forma práctica y clara los problemas que plantea la traducción en muchos de sus aspectos esenciales. Lo mejor del libro se halla sin duda en estos ejemplos que vienen a ilustrar de forma accesible cuestiones de teoría de la traducción yepistemología lingüística.
Y así el lector no especializado encontrará una interesante sección que da cuenta del origen de las modernas prácticas de traducción simultánea, comenzando por los desafíos sin precedentes que planteó el Juicio de Nuremberg tras la Segunda Guerra Mundial, o el modo de organizar la interpretación y la traducción en el ámbito de organismos internacionales como la ONU. Este recorrido incluye también una descripción de los principios político-jurídicos que subyacen al funcionamiento de la Unión Europea, en la que han de coexistir numerosos lenguajes de manera simultánea—todos ellos en pie de igualdad política. Los desafíos de carácter práctico, y las dimensiones políticas que plantea la práctica de la interpretación y la traducción en instituciones como la ONU o la Unión Europea sirven a Bellos para demostrar el carácter omnipresente de la traducción no sólo en nuestro mundo globalizado, sino también a lo largo de la historia. La descripción que Bellos hace del plurilingüísmo europeo en su versión actual y la forma en que se ha resuelto esta cuestión en el marco de la Unión resuena con uno de los momentos fundacionales de Europa en la Edad Media. Se trata del Juramento de Estrasburgo, que constituye el tema principal en uno de los breves capítulos ilustrativos que puntúan el texto. Bellos lo usa como analogía histórica para facilitar la comprensión del papel que la traducción juega en el establecimiento de complejas comunidades políticas plurilingües.
Junto a este episodio medieval, habría sido útil que Bellos hubiera ofrecido una descripción de otro momento fundacional que también media entre el Juramento de Estrasburgo y el actual entramado plurilingüe que es la administración política de la Unión Europea. Se trata del movimiento filológico que despegó en Italia en el siglo XV y se extendió por toda Europa en el XVI. Sin la emergencia del humanismo filológico, y sobre todo sin su acercamiento empírico-crítico a los textos tanto de la Antigüedad Clásica como a los textos sagrados, la reforma protestante no podría haber tenido lugar. Sin el humanismo filológico y el lugar implícito de la traducción dentro de su programa de estudios y de práctica intelectual—un aspecto del tránsito de la Edad Media a la Alta Modernidad que ha sido muy poco estudiado—tampoco otros importantes fenómenos habrían emprendido la senda de cambios que condujeron a nuestro mundo actual. Esto incluye el papel de la traducción y las políticas lingüísticas en la emergencia de ideas de identidad nacional, la creación de comunidades lingüístico-políticas, o el profundo impacto de la recuperación—a través de la filología empírica y de la traducción—de conocimientos del pasado clásico y de otras culturas ajenas a Occidente. Sin la invención de la imprenta, sin el empuje intelectual y pragmático del pensamiento lingüístico establecido por el humanismo, y sin la práctica de la traducción—que se intensificó hasta alcanzar niveles sin precedentes durante los siglos XV y XVI—la Ilustración sencillamente nunca habría podido emprender los derroteros que tomó, y por tanto los valores y la infraestructura cultural y política que constituyen los fundamentos de la Unión Europea habrían sido radicalmente diferentes.
El pensamiento lingüístico del renacimiento, representado por figuras como Lorenzo Valla, constituye también el fundamento de una de las aseveraciones que atraviesan el volumen de Bellos y justifican su muy acertado antiplatonismo en lo que toca al significado y la forma en que éste se constituye. Dicho pensamiento se halla encapsulado en una aseveración que hace el propio autor en su página 267: ‘In the great basement that is the foundation of all human activities, including language behaviour, we find not anything as abstract as ‘pure meaning’, but common human needs and desires.’Bellos considera superada la idea de que existe una entidad abstracta, fuera del lenguaje—o al menos analíticamente separable de su expresión verbal—que tradicionalmente se ha venido llamando ‘significado’. Esto lleva a Bellos a negar que se pueda concebir la traducción como el trasvase de significado de un código a otro. Bellos niega también la idea de que haya aspectos de ciertos textos que resulten intraducibles, o inefables. Si algo se puede expresar a través de un lenguaje—esto es, si se puede compartir dentro de una comunidad de hablantes—eso también lo hace accesible a otra. Aunque Bellos no cuenta a sus lectores esta historia, el fundamento de esta idea se halla en un período fundacional durante el cual la filosofía del lenguaje, la traducción y las nuevas tecnologías coincidieron para generar cambios fundamentales. El pensamiento humanista, con su nuevo acercamiento al lenguaje, con su método de análisis filológico—que llevó a la deconstrucción primero de la Donación de Constantino, y a partir de ahí a la deconstrucción de las Sagradas Escrituras—también subyace bajo otro de los ejemplos que aborda Bellos (vid. pp. 294-295). Porque lejos de haber surgido en el discurso de Georges-Louis de Buffon pronunciado con ocasión de su ingreso en la Académie française en el año 1753, la idea de que ‘el hombre es el estilo’ es muy anterior. La idea fundamental de que somos humanos sobre todo porque la evolución nos ha convertido en animales locuaces se halla ya en Ben Jonson, quien a su vez lo encontró en el pensamiento humanista de Juan Luis Vives. Y Vives trabajaba—casi literalmente—mano a mano con Erasmo en la tradición inaugurada por Lorenzo Valla. Todos ellos eran a su vez herederos del pensamiento retórico de Quintiliano y Cicerón, quienes ya recomendaban la traducción para mejorar el estilo. Lorenzo Valla, Erasmo y Juan Luis Vives constituyen tres pilares fundamentales no sólo de la teoría lingüística de la Alta Modernidad. Son también ejemplos de la relevancia práctica de la traducción, y de los procesos transformativos que puso en marcha este movimiento intelectual. De esta tradición bebió toda la Europa ilustrada, incluido Georges-Louis de Buffon.
Bellos ilustra su acercamiento a las consecuencias históricas y a las dimensiones políticas de la traducción por medio de otros ejemplos. Y así da cuenta de la íntima conexión entre traducción y diplomacia a través del caso de las relaciones comerciales entre la república de Venecia y el Imperio Turco. En este contexto la casta de los griegos Fanariotas usó su habilidad para la mediación comercial, política y diplomática a través de la traducción y la interpretación para erigirse en ministros y embajadores de los sultanes turcos—a pesar de que vivían como cristianos en un régimen musulmán. La historia de estas familias constituye toda una demostración de la importancia del papel de la traducción y la interpretación en las relaciones internacionales.
Como es bien sabido, el romanticismo nacionalista del siglo XIX nos ha dejado un legado contradictorio cuyas consecuencias sufrimos todavía. Una de las falacias heredadas de este movimiento—y que Bellos se encarga de refutar con elocuencia—es la noción de que en una cultura el estado de cosas natural es el monolingüísmo, y que el plurilingüísmo es una especie de aberrante excepción. Bellos recurre a una abundante variedad de casos que demuestran lo falso de esta percepción. Y así por ejemplo describe la situación del Mediterráneo al final de la Edad Media y el Renacimiento, con la existencia del pidgin que se usaba en los puertos mediterráneos durante los largos siglos en los que el transporte marítimo determinaba el comercio no sólo de bienes, sino también de ideas e influencias de lo más variopinto—arte, literatura, filosofía, religión. Cualquier visita a un museo arqueológico en cualquier ciudad del Mediterráneo demuestra que este intercambio cultural fue, y continúa siendo, muy activo. Ha sido así desde hace al menos tres milenios. El venerable plurilingüismo mediterráneo es perfectamente equiparable a su análogo actual en el Subcontinente Indio, o la situación en la actual Federación Rusa, ambos también mencionados por Bellos. Bellos también menciona un interesante caso contemporáneo que revela los productos culturales resultantes del íntimo contacto entre el español y el inglés en los EEUU. La intersección de estas dos comunidades y sus respectivas tradiciones se plasma en novelas híbridas como The Brief Wondrous Life of Oscar Wao (Junot Díaz, 2007). Hace ahora casi medio milenio, Francisco Delicado también levantó acta del hibridismo lingüístico de la Roma de las dos primeras décadas del siglo XVI en su Lozana Andaluza.
La descripción que Bellos proporciona sobre los problemas planteados por la traducción jurídica es también muy reveladora de ciertos procesos de traducción lingüística y cultural que se hallan en pleno desarrollo. Bellos demuestra cómo la necesidad de armonizar las traducciones entre el inglés y el chino lleva al replanteamiento del lenguaje jurídico en el idioma de origen, de forma que la composición de los textos originales queda predeterminada por la conciencia de que se han de traducir: aspectos importantes del discurso legal anglo-americano se ven así alterados gradualmente por la necesidad de adaptarse al chino. Este y otros casos en el libro ejemplifican que las relaciones de poder económico, cultural y político se ven reflejadas en las relaciones entre los diferentes idiomas que hay en juego—aunque, como Bellos demuestra, hay casos de interesante asimetría en los que la influencia no siempre corre paralela con el poder político y económico, como un análisis simple podría llevar a pensar.
Porque otra de las contribuciones del volumen de Bellos para el lector no especializado es su excelente introducción al tema de las relaciones de poder entre ámbitos culturales diversos, y cómo éstas determinan la manera de abordar la traducción entre comunidades lingüísticas que se hallan a diferentes niveles de poder. Esto abarca temas como la traducción literaria o la de textos religiosos. En este último caso, Bellos vuelve a ofrecer a sus lectores excelentes ejemplos, como su descripción de algunos problemas planteados al traducir los Evangelios al Bosavi. También interesante es su descripción de las ideas de Eugene Nida sobre la traducción de la Biblia, y sobre todo su referencia a la importancia cultural global que actualmente tiene la versión castellana de la Biblia basada en la traducción que los protestantes Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera produjeron en el exilio durante el siglo XVI y los primeros años del XVII. Por razones obvias, tanto este texto como sus traductores han sido sistemáticamente ignorados en la historia cultural de nuestro país. La victoria que la posteridad les ha concedido radica en que la versión Reina-Valera se ha convertido en fuente primordial para las traducciones de la Biblia a muchos otros idiomas.
Bellos demuestra que la teoría y la práctica de la traducción son actividades esencialmente multidisciplinares. Y que a pesar de requerir sofisticadas habilidades de carácter técnico también necesitan un acercamiento ecléctico a las ramificaciones que estructuran y dan sentido a las complejas redes de relaciones de todo tipo que se establecen por medio de la traducción y la interpretación. Estas complejas redes de relaciones a su vez constituyen la infraestructura—fundamental, pero con frecuencia inadvertida—que sostiene el comercio y las relaciones políticas y multiculturales de un mundo globalizado que no podría haber llegado a generarse sin traductores, ni traducción, y que tampoco podrá seguir articulándose sin ellos. El lector que quiera adentrarse en este mundo—fascinante, desde luego, como corrobora el subtítulo del presente volumen—encontrará en Bellos un excelente guía para ir abriendo boca.