Eugene Nida y su legado: entrevista con su viuda, Mª Elena Fernández-Miranda Nida

Natividad Gallardo San Salvador

ngallar@ugr.es
Dpto. de Traducción e Interpretación
Universidad de Granada

 

Conocí en persona a Eugene Nida en noviembre del año 1992 cuando fui a recogerlo al aeropuerto de Granada. Venía por primera vez a impartir un curso a una universidad española, Translation: Possible and Impossible. Yo fui la coordinadora de ese curso, que contó con tal demanda por parte de los estudiantes y profesores, no solo de la Universidad de Granada sino de todas las universidades que se enteraron de que Eugene Nida venía a impartir un curso, que no hubo que difundirlo ni publicitarlo. Antes de abrirse el plazo de matrícula ya estaba completo.

Previamente había mantenido varias conversaciones con él por teléfono para concretar todos los aspectos de la organización del curso y de su viaje a Granada. Hace más de veinte años no existía el correo electrónico y recuerdo que casi todo se hizo por teléfono. Me sedujo su entusiasmo, su amabilidad, su disponibilidad, su generosidad; facilitó tanto el trabajo que estaba deseando conocerle y agradecerle que, teniendo en cuenta su apretada agenda, hiciera un hueco para visitarnos. Me cautivó como persona, aunque ya me había cautivado como traductor, como lingüista y como pensador empírico de la traducción. Y, por encima de todo, siempre admiré su bondad, cortesía, sencillez y humildad, la humildad que solo las personas sabias poseen. De él tengo tres recuerdos imborrables: su sonrisa, su ternura y la rapidez con la que andaba.

A Mª Elena Fernández-Miranda la conocí dos años después, en un congreso en Toledo, y cuando supe que se iban a casar me alegré mucho porque sabía que Mª Elena, persona vitalista y activa como no he conocido nunca a nadie, le daría el amor y el cariño que él tanto merecía.

Pollux Hernúñez, traductor, terminólogo, escritor, editor, director del Teatro Español de Bruselas, compañero de nuestra entrevistada en la Comisión Europea, y gran amigo de Nida, al que admiraba y apreciaba, hace dos años, tras su fallecimiento, escribió que desde mediados del siglo XX se había venido produciendo una verdadera revolución, pues no solo no se quemaba a nadie por traducir la Biblia, sino tampoco por hacerlo de modo que el vulgo pudiera entender su discurso (si no sus arcanos). Cientos y hasta miles de millones de habitantes del planeta pueden leer hoy ese libro en su lengua de cada día, aunque ignoren que es gracias al empeño de un hombre del que seguramente nunca han oído hablar: Eugene Nida.

Nació en 1914 en Oklahoma. Se formó en Lenguas Clásicas, Teología y Lingüística, y su tesis doctoral, A Synopsis of English Syntax, fue el primer análisis exhaustivo llevado a cabo sobre una lengua mayoritaria siguiendo la teoría de los “constituyentes inmediatos”. Ese mismo año fue ordenado sacerdote baptista y pasó a formar parte como lingüista de la American Bible Society, donde estuvo a cargo de las traducciones hasta que se jubiló.

Pronto se preguntó por qué si el Nuevo Testamento se escribió en koiné, la lengua común griega, su versión en las lenguas contemporáneas se envolvía en un lenguaje rancio, huero y a menudo ininteligible. A cargo de las traducciones de la Bible Society of America, durante medio siglo formó a traductores nativos de casi doscientas lenguas, sobre todo del Tercer Mundo, para ofrecer traducciones adaptadas a sus culturas.

Nida reconocía que muchos lectores de sus libros imaginaban que era un traductor de la Biblia interesado en teoría lingüística, pero en realidad era a la inversa, es decir, su formación era ante todo lingüística y fue por ello por lo que las sociedades bíblicas le pidieron que averiguara por qué tantas traducciones de la Biblia eran tan difíciles de comprender y con frecuencia erróneas.

Entrelazando disciplinas como la lingüística, la sociosemiótica, la antropología, la lexicología, la teoría de la comunicación, Nida establece el principio de la “equivalencia dinámica (o funcional)”, es decir, el equilibrio entre la comprensión del contexto del original y su correlato en la lengua traducida, teniendo siempre en cuenta los parámetros culturales del lector.

La pujanza de las teorías de Nida y su intensa labor de campo no solo beneficiaron a lenguas indígenas o minoritarias, algunas de las cuales se alfabetizaron o pudieron forjar ciertas identidades, sino que eran aplicables a cualquier tipo de textos y se le adaptó de mil maneras. Pero por encima de todo el maremágnum de teorías de la traducción destaca, inconfundible y clara, la suya.

Este gran teórico escribía: “A los mejores traductores les sobran todas las teorías”. Para él la traducción no era teoría, sino oficio, artesanía. Solía contar que, cuando su equipo estaba traduciendo la Biblia en Japón, le preguntaron: “Y si ahora se entiende, ¿qué harán los predicadores?”

Realizamos esta entrevista a su viuda, mi amiga Mª Elena Fernández-Miranda Nida, traductora, que ha decidido tomar el testigo de su marido, como si continuara su labor ahora que él no puede hacerlo. Y se lo agradecemos enormemente porque así podremos conocer tanto su faceta profesional y su experiencia en el Tribunal de Justicia de Luxemburgo y en la Comisión Europea en calidad de Directora del Departamento de Español, como, al mismo tiempo, el lado más humano y desconocido de su marido, Eugene Nida.

Natividad Gallardo San Salvador (NGSS): La traducción en la administración española ha evolucionado mucho en los últimos 25 años. ¿Podría describir cómo era y cómo es?

Elena Fernández-Miranda Nida (EFM): Cuando empecé a traducir para la administración española en 1978 tenía el problema, como todos los demás traductores, de la dificultad de la investigación de los antecedentes y del contexto del documento que traducía. La perfecta comprensión del texto original es indispensable para la traducción, y recuerdo que me pasaba la vida haciendo llamadas de teléfono, examinando todos los archivos a mi disposición, que eran limitados, consultando libros… Hoy día el traductor tiene el instrumento inapreciable de la consulta en línea, que le permite acceder a bases de datos y a una información muy amplia para poder situarse en el contexto del documento que traduce. De cualquier forma, tanto para el traductor de antes como para el de ahora, los pilares básicos de la traducción son la información y la comunicación; antes los tenía más difíciles, ahora más accesibles, aunque, naturalmente, no puede limitarse a los medios a los que el ordenador le da acceso, sino que tiene que comunicarse con los colegas de su lengua y con los de la que traduce, leer e informarse. El traductor debe estar al día sobre los temas que traduce y sobre las sutilidades y evolución de la lengua.

Pero, sin duda, el ordenador con sus enormes posibilidades ha representado una gran diferencia. En 1978, la mayoría de los traductores en la administración española hacían sus traducciones a mano y una secretaria las pasaba a limpio, con lo que se perdía mucho tiempo. Yo siempre escribía a máquina, pero también era difícil corregir el texto y al final las secretarias tenían que pasar todo a limpio, luchando para entender la letra del traductor o sus correcciones apretujadas a mano, y fatalmente cometiendo errores. Hoy el traductor puede hacer todo por sí mismo; escribe, corrige tantas veces como lo necesite y ya no se necesitan secretarias, lo que ahorra tiempo y dinero.

La traducción que se hacía en España era seguramente muy distinta de la de la Unión Europea cuando usted llegó hace un cuarto de siglo al Tribunal de Justicia en Luxemburgo. ¿Cómo era la traducción jurídica allí y aquí?

En efecto, fue como dar un salto enorme hacia otra dimensión. El traductor español, al menos como se traducía en los Ministerios españoles, traducía aislado, utilizando las expresiones que le parecían adecuadas, informándose de la mejor manera posible, intentando ser preciso, pero buscando por sí mismo las expresiones que le parecían más correctas. Iba a su aire. Y así hice mi primera traducción en el Tribunal de Justicia Europeo. Inmediatamente el jurista español que revisaba los textos me llamó y me explicó que las sentencias comunitarias, lo mismo que los Reglamentos, Directivas y demás instrumentos jurídicos de la Unión Europea, tienen que traducirse en una coherencia total con el acervo comunitario y con lo ya traducido. El traductor comunitario no puede improvisar, tiene que utilizar términos ya acuñados, tiene que estudiar profundamente los textos que puedan estar en relación con el que traduce. Son traducciones que dan fe, que funcionan como originales. Por eso entré en otro mundo. Allí, los traductores, antes de comenzar a traducir, pasaban horas, si no días, encerrados en los enormes archivos consultando todo lo que se refería a su documento, tanto en lo que se refería al fondo como a las expresiones formales que utilizaba.

Además, el traductor comunitario solía dictar sus textos, que una secretaria pasaba a máquina. Los métodos eran diferentes de los de la Administración española, pero también allí el ordenador ha cambiado todo.

Tras un año en Luxemburgo, pasó a la Comisión Europea en Bruselas para dirigir el Departamento español. ¿Qué diferencia había entre la traducción en el Tribunal y en la Comisión?

Esencialmente, no mucha. La precisión y la coherencia total con el acervo comunitario y con los textos ya traducidos eran de rigor en las dos instituciones. No hay que olvidar que en la Comisión los textos tienen un contenido jurídico, económico y técnico, luego requieren también mucha consulta e investigación. Pero los traductores de la Comisión se suelen especializar en un tema, trabajan para una determinada Dirección General, que conocen perfectamente. Se convierten, pues, en expertos, no solo en traducción sino en el tema que traducen. En el Tribunal de Justicia el texto que se daba al traductor podía, en cambio, referirse a cualquier asunto, aunque incluso así podían llegar a adquirir cierta especialización. Pero también en la Comisión el traductor tiene que estar dispuesto a traducir cualquier texto cuando sea necesario.

En 1990 hubo una reestructuración del Servicio de Traducción de la Comisión, que se convirtió en una importante Dirección General, y a principios de este siglo otra. ¿Por qué esas reestructuraciones y en qué mejoraban la situación anterior?

En efecto, durante mi trabajo en la Comisión la traducción se ha reestructurado esencialmente dos veces. Yo entré en 1987 en lo que se llamaba Servicio de Traducción dependiente de la Dirección General de la Administración como Jefe del Departamento español, que entonces se llamaba, utilizando una terminología francesa, División. La primera gran reforma llegó en 1990, cuando el Servicio de Traducción adquirió extraordinaria importancia y pasó a ser una Dirección General. Entonces se hizo una reestructuración por temas. Se crearon varios grupos temáticos en los que se integraron todas las lenguas y en los que se trabajaba en estrecha colaboración con las correspondientes Direcciones Generales de la Comisión. Yo dirigí el que se ocupaba de Asuntos Exteriores, Desarrollo, Transportes y Aduanas, donde los traductores de todas las lenguas que formaban entonces parte de la Unión Europea adquirieron un conocimiento extraordinario de los temas de los que se ocupaban y de la dinámica de sus Direcciones generales. Algunos traductores llegaron a ser tan expertos en las materias que traducían que las Direcciones Generales les pedían que asistieran a algunas de sus reuniones porque su opinión era importante. La mejora fue indiscutible, en el sentido de que la comunicación y la información aumentaron considerablemente con una relación más estrecha con las Direcciones Generales.

La segunda gran reforma llegó en vísperas de la adhesión de los países del Este de Europa, en 2004. La dimensión extraordinaria de la Dirección General de Traducción con 23 lenguas requería nuevos cambios; así se volvió a la estructura lingüística. Se crearon los que se llamaron Departamentos lingüísticos y yo pasé a ser de nuevo Jefe del Departamento español ocupándome de la traducción española en Bruselas y Luxemburgo. Pero evidentemente se mantenía la estructura por temas, que se dividieron entre las diferentes unidades de cada Departamento lingüístico. La avalancha de nuevas lenguas requería volver a la estructura anterior, sobre todo porque se traducía un porcentaje diferente de documentos en los distintos Departamentos, mucho menor en los nuevos. Los Departamentos de las nuevas lenguas se concentraron en Luxemburgo, los demás tienen unidades en Bruselas y en Luxemburgo.

Por último, aunque el cambio fue solo a nivel personal, ocupé el puesto de Directora y me encargué de la dirección de los Departamentos español, italiano, griego y portugués de las “antiguas” lenguas y de los Departamentos esloveno, checo, maltés y eslovaco de las “nuevas”, con lo que tenía que trabajar cada semana tres días en Bruselas y dos en Luxemburgo. Pero me apasionaba mi trabajo y la única tristeza fue tener que dejarlo al jubilarme.

En las últimas décadas los métodos y maneras de traducir han evolucionado mucho en todos los ámbitos. ¿Puede enumerar las razones metodológicas o técnicas?

Los métodos y maneras de traducir han evolucionado en la medida en que se ha necesitado, y se ha podido mejorar la información, así como la precisión y la coherencia en las traducciones. Con este fin, y aprovechando las nuevas técnicas informáticas, se han creado nuevas herramientas de traducción, que en la UE son particularmente interesantes. Así los traductores comunitarios tienen ahora a su disposición el translator’s workbench, las memorias de traducción, Euramis (European Advanced Multilingual Information System), las bases de datos, lo que se llama DGT Vista, que es un archivo documental electrónico de la Dirección General de Traducción que contiene aproximadamente 2 millones de documentos de todas las lenguas oficiales y EUR-Lex, la base de datos legislativa de la Comisión que contiene los Tratados y el resto de la legislación de la UE, las sentencias del Tribunal de Justicia y las propuestas legislativas.

En lo que se refiere a la terminología, IATE (InterActive Terminology for Europe) es la base de datos terminológica interinstitucional que combina datos terminológicos de todas las instituciones y organismos europeos, con más de 8 millones de términos y 560.000 abreviaturas. Abarca todas las lenguas oficiales de la UE y el latín. Su desarrollo y mantenimiento son responsabilidad de un equipo interinstitucional, mientras que su contenido específicamente lingüístico es alimentado y actualizado por los departamentos lingüísticos y cubre todos los ámbitos de actividad de las instituciones europeas.

Estas herramientas contribuyen a dar coherencia a la traducción y a evitar algo tan peligroso como la improvisación.

También se utiliza en la UE, e incluso en las administraciones públicas de algunos Estados miembros, la traducción automática para textos no legislativos, que puede producir 2.000 páginas de traducción bruta por hora. Evidentemente, requiere mucha revisión por parte de los traductores, pero con cierta práctica pueden llegar a ser expertos en la corrección rápida de errores al conocer cuáles son los que la máquina comete de manera recurrente.

Pero a pesar de tantos medios electrónicos e informáticos, no podemos olvidar el papel de la biblioteca en el trabajo del traductor, ya sea comunitario o no, que va a complementar lo que las herramientas en línea le proporcionan. Tener los nuevos diccionarios especializados que sitúan una palabra en un contexto es también esencial para el traductor. Para conseguir una traducción precisa y coherente es necesario recurrir a todos los medios a nuestro alcance.

¿Cree que en la traducción actual son más importantes las nuevas tecnologías que el elemento humano?

De ninguna manera. Las nuevas tecnologías no son más que instrumentos al servicio del traductor. Pero nada, ni mucho menos la traducción automática, podrá nunca sustituir al cerebro humano. Como Eugene Nida decía “traducir es uno de los actos intelectuales más difíciles y complejos que puede realizar el cerebro humano”, por eso solo los seres humanos con un bagaje extraordinario de cultura y de erudición pueden realizar tan complicada tarea.

Como traductora y gestora durante tantos años, en la administración española y en la comunitaria, ¿dónde cree que conviene poner el acento para que una traducción óptima resulte económicamente viable?

Sin duda, en las nuevas tecnologías que van a ayudar al traductor a economizar tiempo en su investigación, con la condición de que las maneje y las conozca perfectamente. El uso generalizado del ordenador ha representado, como dije antes, un factor de economía en la traducción, ya que se ha prescindido del personal encargado del servicio de secretaría que pasaba los textos a limpio y se han facilitado extraordinariamente las correcciones. Evidentemente, el mejor traductor es el que conoce perfectamente la lengua y la cultura de las lenguas de partida y de llegada, ha profundizado en el tema que traduce y además tiene facilidad estilística. Por otra parte, tiene una práctica extraordinaria en su profesión y está muy motivado, lo que va a hacer que sus traducciones sienten un precedente válido. Todo esto hace que sea el mejor pagado. En cambio, una mala traducción realizada deprisa y sin fundamento por alguien incompetente podrá ser más barata a primera vista, pero a la larga será más cara porque contaminará todo lo que se base en ella. De modo que hay que tener cuidado con las traducciones inconsistentes, aunque sean “baratas”.

Por sus lazos familiares con uno de los pensadores empíricos de la traducción, usted conoce perfectamente la importancia de la teoría. ¿Puede servir la misma teoría para verter un texto bíblico o literario que para un texto jurídico o técnico, que parece pegarse más a la palabra del texto original?

Evidentemente, el conocimiento profundo de la teoría va a ayudar a conocer la filosofía de la traducción, las bases de ella, tanto al traductor literario como al jurídico o al técnico. Cada uno va a adaptarla a sus necesidades. Sin duda, el traductor bíblico o literario va a tener que alejarse más de la formalidad del texto original; tiene que comprender perfectamente su contenido y después expresarlo de manera que se adapte, sobre todo, al “uso” de la lengua de llegada.

El traductor jurídico o técnico, al moverse en un registro más formal, deberá utilizar un lenguaje más estricto, más estandarizado, que le aproximará más al de la lengua original. En la traducción comunitaria se piden milagros, es decir que la traducción resulte ligera, fácil de comprender para el lector de la lengua de llegada, pero que, al mismo tiempo, se ajuste lo más posible al texto de la lengua de partida. Y eso es lo que hacen los traductores comunitarios. A veces los originales son difíciles de entender porque han pasado por varias manos de redactores no nativos, pero al leer las traducciones, como yo hacía con frecuencia, “se hace la luz” y el texto traducido, diciendo lo mismo que el original, lo expresa de manera mucho más clara y más elegante. Al final siempre prevalece “la equivalencia dinámica”.

¿Cuál es la razón por la que decide traducir ensayos extraídos de Toward a Science of Translating y de The Theory and Practice of Translation de Eugene Nida y publicarlos en el volumen titulado Sobre la traducción y por qué hace esa selección y no otra?

Los libros, las ideas de Eugene Nida, tal como cuento en mi libro Mi vida con Eugene Nida, siempre me han apasionado, desde que en 1983 Valentín García Yebra me introdujo a ellas en un máster organizado por el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores de la Complutense. Ya en los años 90, Miguel Angel Vega, que era Director entonces de ese Instituto, y Emilio Pascual, de la editorial Cátedra, nos pidieron a Gene y a mí que tradujéramos sus libros más significativos, pero yo entonces estaba agobiada por mis responsabilidades en la Comisión Europea y por mi tesis doctoral, de modo que no dejé de tenerlo en la cabeza pero sin entregarme a la tarea. Solo cuando me jubilé en la Unión Europea en 2007 empecé a releer despacio, muy despacio, Toward a Science of Translating y The Theory and Practice of Translation, que me parecieron los libros más representativos. Tuve la inmensa suerte de que Gene estaba aún muy alerta, que me pudo comentar cada idea, que me justificó la supresión de algunos pasajes o incluso de algunos capítulos, tales como el de la traducción automática, que habían perdido actualidad desde que Gene los escribió. Queríamos hacer una selección que interesara a todo tipo de traductores y no solo a los bíblicos, aunque mantuvimos muchos ejemplos de la Biblia por ser un libro universal de fácil acceso para el lector. De todas formas, fue fascinante traducir unos libros subrayados y comentados copiosamente al margen por su autor.

¿Ha vivido de forma diferente la traducción al español de los dos libros de Nida sobre teoría de la traducción con respecto a la redacción de Mi vida con Eugene Nida?

Por supuesto. El último es un grito desgarrado de dolor y al mismo tiempo de amor, ya que Gene había fallecido. Quería que todo el mundo conociese el hombre extraordinario que era Gene, como lingüista, como antropólogo, desde luego, pero sobre todo como ser humano, con unas ideas clarísimas sobre lo que es una relación profunda y entrañable entre dos personas que se quieren, y también su extraordinaria capacidad de amar a todo el mundo, y, por supuesto, a su esposa, que tuve la inmensa suerte de ser yo. Al mismo tiempo, quería dar un testimonio de mi amor inmenso hacia él. Traducir Sobre la Traducción fue algo muy lúdico, a pesar de los enormes quebraderos de cabeza que me dio encontrar ejemplos equivalentes.

En el libro Mi vida con Eugene Nida, se observa el lado más humano y entrañable de un gran pensador y teórico de la traducción, aspectos que los lectores no suelen conocer y a los que no están acostumbrados porque son elementos muy íntimos que normalmente no se comparten. En este caso hemos sido muy afortunados porque para los que no le conocieran personalmente se les ha brindado esta oportunidad de conocer su generosidad, sabiduría, sencillez, bonhomía, etc. ¿No le ha dado miedo abrirse tanto y hacer partícipe al lector de aspectos tan personales de su convivencia con él?

Mi libro Mi vida con Eugene Nida ha sido como un escape de emociones mitad conscientes mitad inconscientes. Lo he escrito destrozada por el dolor de la muerte de mi marido, como una última carta de amor, como una recopilación de recuerdos y de vivencias dirigida solo a nosotros dos, a nuestra intimidad profunda. Lo comparto con él y aún se lo digo todos los días, porque un hombre como Gene Nida deja una huella imborrable donde quiera que pasa, en quienquiera que le conozca. Luego he pensado, aunque sin reflexionar, solo impulsada por la pena y por la angustia de haberle perdido, que debía compartir con los demás el tesoro de haber conocido y querido con toda mi alma a un ser único, a un hombre extraordinario que tenía una capacidad de amar y de emocionarse que parecía no corresponder a un intelectual de su talla. Tal como digo en mi libro, amaba a los débiles, a los necesitados, quería darles cuanto tenía…, sonreía con ternura a los niños… La mayoría de los seres humanos en sus relaciones tratan de obtener algo, pero Gene en todas, absolutamente en todas, ya fueran intelectuales o personales, solo quería dar.

En cierto sentido, al escribir y al compartir mi libro lo que yo deseaba era mostrar cómo los seres humanos pueden llegar a ser maravillosos mediante el milagro del amor por los demás, como si la total entrega de Gene no hubiera sido inútil, sino que pudiera servir de modelo a todo el mundo. Por otra parte, quería contar nuestro gran amor y, sobre todo, mi inmenso amor por él, como si quisiera compensar todo lo que sufrió con el desamor o con la agresión de muchas personas.

¿Cómo ve el futuro de la traducción?

Magnífico. Las comunicaciones, las nuevas tecnologías, la facilidad para desplazarse de un país a otro, las oportunidades para los estudiantes de realizar estudios en otros países; todo ello deberá contribuir sin duda a formar más y mejor a los nuevos traductores. Cada vez conocemos mejor la cultura de otros países, con lo que podemos comprender mejor lo que quieren decir las palabras de otras lenguas modeladas por el sentido que les da su cultura.

¿Cuáles son sus proyectos inmediatos?

En los archivos que he encontrado a la muerte de Gene he visto algunas notas en las que decía que su pasión era enseñar, escribir, leer y trabajar en el jardín. Como él es mi modelo, como deseo imitarle, mis proyectos y mis intereses van en el mismo sentido. También a mí me apasiona enseñar, y leer y escribir, y algo más que también me conecta, y mucho, a Gene: traducir. De modo que hago todo esto con entusiasmo. De momento, tengo varias conferencias apalabradas en Estados Unidos, Bélgica y España y eso me produce una alegría enorme. Y además estoy corrigiendo las galeradas de mi traducción de un libro fabuloso: Fifty Key Sociologists. En cuanto a los jardines, me encantan, sobre todo el que planté en Bruselas con Gene, y me gusta mucho ocuparme de él, como si continuara su labor, como si yo hiciera ahora lo que ya no puede hacer él.

Yo he tenido la enorme suerte de contar con la amistad de Eugene Nida, al que siempre admiré y estimé, y de Mª Elena Fernández-Miranda; de conocer el jardín de Bruselas donde Eugene cultivaba rosas, y Knokke, el pequeño paraíso de los dos en la costa belga.

En el momento de terminar esta entrevista, Mª Elena se dirige a Estados Unidos a esparcir las últimas cenizas de Eugene por los dos lugares que le encantaban: el cañón del Colorado y las montañas de Alpine, Arizona.

Muchas gracias, María Elena, por mantener vivo a Eugene Nida.