EDITORIAL


Una reflexión sobre la diversidad cultural

Quisiera agradecer, en primer lugar, la generosa invitación de la revista universitaria ‘Modulema’ del campus melillense de la UGR para que participe en su número de enero, lo que considero un honor y un reto del que espero salir airoso con unas líneas que, sin ser estrictamente científicas, sí les aseguro que se basan en la experiencia y están redactadas con la pasión que me genera el tema propuesto Y es que, y este es mi segundo agradecimiento, la petición demandada -una reflexión sobre la diversidad cultural- es un asunto capital, absolutamente actual y pilar de la convivencia en la ciudad.

Si durante los últimos años hemos resaltado, tanto en el ámbito local como en el nacional, que Melilla representa un modelo de ciudadanía basado en la tolerancia y el respeto entre las culturas y credos diversos es porque existe una realidad tangible que la soporta, la ampara y la regenera permanentemente. No es una frase ficticia, ni un mensaje publicitario, es una aseveración palpable y comprobable, eso sí, dentro de un ámbito tan inmaterial como son las relaciones humanas.

Un ejemplo social que brota sin esfuerzo, sin ninguna obligación, sin dirigismo político alguno. No se produce por una intervención administrativa ni por imposición -aunque hacemos nuestra la Convención de la UNESCO de 2005 sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales- sino que nace de manera espontánea de la propia sociedad, fruto del contacto diario y continuo en la calle, en el centro de trabajo o en la escuela y también de la sabiduría popular que, tras tantos años de relaciones, se ha depositado como un sedimento estable.

Desde hace tiempo he defendido la existencia de un término que, en un principio, algunos calificaron como pretencioso pero que con el tiempo se ha rellenado de sentido y podría convertirse en un referente que nos identifique como pueblo. Me refiero a la denominación ‘cultura melillense’ que significa, en líneas generales, que entre todos hemos construido unas normas sociales, me atrevería a decir ‘invisibles’, que guían nuestra convivencia. Es un acuerdo no escrito por el que no hay predominancia de un grupo sobre otro y en el que hemos aprendido a dar valor a la aportación de cada uno y a identificarlo como parte de todos.

Cuando la cristiana Cabalgata de Reyes Magos desfila por la Avenida repartiendo ilusión o cuando los hindúes nos embadurnan de colores en el Holi ¿se discrimina a alguien? y cuando encendemos la vela de la paz de Janukía judía, los musulmanes oran en la plaza de las Culturas o los gitanos recuerdan la tragedia del Samudaripen, ¿no se reza por el alma de todos? ¿De verdad algún melillense no se siente identificado y representado por estas manifestaciones de alegría, de concordia y de integración? Estoy convencido de que la inmensa mayoría asume la esencialidad y la trascendencia de cada una de ellas. Con el tiempo, han traspasado las barreras privadas de cada comunidad y ya forman parte del acervo cultural general. Es un triunfo de todos, anónimo, un éxito del conjunto.

Antes comentaba que esta culturalidad tan propia del melillense, no se ha creado por una intervención política – sería imposible porque al ser ficticia tendría escaso recorrido-, pero sí que se intenta proteger y fomentar desde nuestra administración – antes el Instituto de las Culturas y ahora la Consejería de Patrimonio Cultural y siempre con un carácter transversal- porque entendemos que es un modelo que, en el interior, enriquece al ciudadano y en el plano exterior, es un orgullo para cualquier melillense demostrar que la diversidad no implica enfrentamiento o rechazo sino que puede constituir una oportunidad fantástica para crecer como ser humano.

Por ello, todas las actividades mencionadas se respaldan desde el Gobierno local, se colabora en sus actos y se les anima a su realización porque sabemos que es la mejor fórmula para mantener este proyecto de unidad. Pero, además de estas convocatorias habituales, también se fomenta esta ‘cultura melillense’ con intervenciones que sólo una administración puede desarrollar gracias a su capacidad de gestión, ya sean convenios anuales de colaboración con entidades acreditadas – y que han permitido enseñar el tamazigh o el hebreo, aprender flamenco o celebrar sus principales festividades religiosas- o casos extraordinarios como la futura creación del Museo del Patrimonio Oral que recogerá la historia de las lenguas que se hablan en Melilla, sus giros y su feliz apropiación callejera por los ciudadanos.

Por tanto, si alguien todavía se cuestiona si existe la diversidad cultural en esta tierra, hay que responder sí de forma categórica. No es perfecta, evidentemente, pero sí esperanzadora. Cuando recibo en el salón dorado del Palacio de la Asamblea a grupos foráneos siempre les digo que Melilla nunca es noticia en los medios de comunicación nacionales por enfrentamientos xenófobos o racistas por una simple razón, nacemos y morimos en el mismo hospital y a lo largo de la vida nos vamos viendo, conociendo y trabajando juntos. Hay mucha experiencia acumulada en estos pocos kilómetros cuadrados y grandes dosis de sentido común.

Por último, sólo me resta agradecer a la Universidad de Granada, como melillense y como presidente de la Ciudad, su larga y fructífera dedicación investigadora a un patrimonio inmaterial que nos define como pueblo.

Juan José Imbroda Ortiz

Presidente de la Ciudad Autónoma de Melilla

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Edita:

Grupo de Investigación “Innovación Curricular en Contextos Multiculturales” HUM 358