Israel Garzón, Jacobo (2024), Historia de los judíos en la España contemporánea. Vol. I: Relación de España con los judíos. Prólogo de Paloma Díaz-Mas de la Real Academia Española. Vol. II: Establecimiento y desarrollo social, comunitario y empresarial de los judíos en España. Vol. III: Semblanzas de los judíos en la España contemporánea. Madrid: Hebraica Ediciones, III + 513, 508 y 636 pp. ISBN 978-84-122339-4-0 (vol. I); 978-84-122339-5-7 (vol. II) y 978-84-122339-6-4 (vol. III).

José Ramón Ayaso

jayaso@ugr.es

Las expulsiones de los reinos hispánicos a finales del siglo XV, por muy dolorosas y traumáticas que fueran, no son el rasgo que distingue a la historia de los judíos en España dentro del contexto europeo, ya que las expulsiones de 1492, 1496 y 1498 formaron parte del proceso general de erradicación de la vida judía en Europa occidental iniciado en Inglaterra en 1290. Lo que convierte en excepcional a la historia de España es lo mucho que tardó en producirse el retorno de los judíos y el restablecimiento de sus comunidades con plenitud de derechos.

El tortuoso proceso de normalización de la vida judía sólo se entiende dentro del contexto de la España contemporánea, cuya historia está jalonada de intentos fallidos de regeneración y modernización del país. España se vivió como un problema, un país en decadencia, económicamente atrasado y con una inestabilidad endémica (constituciones efímeras, pronunciamientos militares, tensiones con los nacionalismos periféricos, desaparición del imperio, guerras civiles, etc.). Fueron años de marcado pesimismo que, a una persona como yo nacida en el tardofranquismo, me es muy familiar. En un chiste de Antonio Fraguas Forges que leí de estudiante, el Blasillo, uno de sus personajes, miraba al horizonte y decía con amargura que cuando España fuera finalmente Europa, Europa sería Asia, con lo que se seguiría manteniendo el desfase secular entre nuestro país y los del otro lado de los Pirineos.

La coyuntura española no fue, por tanto, la mejor para que se lograra el retorno de los judíos. Sólo con la constitución de 1978, ahora tan criticada desde muy diferentes sectores, se inició un período de estabilidad política del que han podido beneficiarse las confesiones religiosas no católicas. En lo que respecta al judaísmo, el proceso ha tenido como hitos principales la aprobación de la Ley orgánica de libertad religiosa (1980), la creación de la Federación de Comunidades Israelitas (posteriormente, Judías) de España (1982), los acuerdos del Estado con dicha federación (1992) y, por fin, la ley Gallardón de concesión de la nacionalidad española a los descendientes de los sefardíes expulsados (2015). De todos estos avances fue testigo el autor de la obra que aquí se presenta.

Jacobo Israel Garzón (Tetuán, 1942) es, sin duda, un personaje singular. Ingeniero con una larga experiencia profesional en el mundo de la empresa, ha vivido en primera persona la reconstrucción de la vida judía como dirigente comunitario: fue presidente de la comunidad judía de Madrid entre 2001 y 2008 y presidente de la FCJE de 2003 a 2011. Además, ha sido uno de los primeros personajes judíos que han tenido cierto protagonismo en los medios de comunicación y que han manifestado en público las aspiraciones y temores de las comunidades judías, por lo general muy discretas y apenas visibles. Recuerdo alguna entrevista que le hicieron en El País y varios de sus artículos de opinión (sobre el día del Holocausto, Israel como necesidad histórica, etc.). Su biografía se completa con su labor como escritor y divulgador de la historia de los judíos en España y Marruecos a través de la Editorial Hebraica, en la que ha publicado muchas de sus obras, y de las tertulias del Centro de Estudios Davar.

La historia de los judíos en la España contemporánea ha despertado un interés tardío en la investigación española, que mayoritariamente se dedicó al estudio de los judíos en la Edad Media. La obra pionera en este campo es la de Julio Caro Baroja, Los judíos en la España moderna y contemporánea (Madrid, 1961). En algún lugar leí que al profesor Haim Beinart, discípulo de Yitzhak Baer, no le gustaba el título porque, según él, no había judíos en la España moderna y contemporánea. No le faltaba razón al profesor Beinart ya que la presencia judía hasta bien entrado el siglo XX ha sido residual, reduciéndose a particulares que llegaron por motivos profesionales. El ejemplo más característico es el de la familia Baer, representantes de la casa Rothschild en España y una influyente familia de banqueros durante el reinado de Alfonso XII.

Investigaciones posteriores han ampliado el conocimiento de la historia judía en la España de los siglos XIX y XX: los estudios de, entre otros, Isidro González, Mónica Manrique, Gonzalo Álvarez Chillida, José Antonio Lisbona, Uriel Macías y, más recientemente, de Davide Aliberti y Ricardo Muñoz Solla. Y, obviamente, los trabajos de Jacobo Israel Garzón: España y el Holocausto (2007, junto con Alejandro Baer), Los judíos hispano-marroquíes, 1492-1973 (2008), El exilio republicano español y los judíos (2009), Cuentos del destierro (2012), Los judíos en España, 1789-1902 (2019), Los judíos en España (1903-1956). Escritores, ilustrados y artistas (2021), etc. Me gustaría resaltar aquí el artículo que publicó en 1977 en la revista Raíces (vol. 33) sobre las listas de ciudadanos judíos que, a petición de la Alemania nazi, elaboraron los gobernadores civiles durante los años de la guerra mundial.

La obra que acaba de aparecer, Historia de los judíos en la España contemporánea, es muy voluminosa. Son casi 1700 páginas en las que, después de la breve introducción de cada capítulo, el autor recoge una gran cantidad de documentos y datos procedentes de la prensa de la época, de los registros de las comunidades y de las memorias familiares. No hay un discurso que vertebre la obra, ni se presta mucha atención al contexto histórico general español, si se exceptúa una sencilla periodización. No es por tanto una historia, tal como la concebimos los historiadores, un discurso estructurado en torno a un hilo conductor que conduce a una conclusión. Quizás el título que mejor que acomoda a su contenido podría ser el de Estudios sobre los judíos en la España contemporánea, 1792-1964, ya que, en la obra, que repite la estructura de un libro anterior, los capítulos se pueden leer como estudios independientes.

La obra se cierra en 1964, cuando la apertura del régimen franquista con la ley de asociaciones políticas posibilitó la regularización de las comunidades de Madrid y Barcelona. En 1967, al amparo de la ley de libertad religiosa, similar a la de la constitución de la Restauración borbónica, se fueron creando las otras comunidades (Málaga, Alicante, Valencia, etc.). Me resulta extraño este corte en el año 1964. El autor sólo trata brevemente los últimos 60 años al final de cada volumen porque cree que «no ha pasado suficiente tiempo que permita una reflexión histórica», lo que suena más bien a excusa para no entrar en el terreno minado de la actualidad. Está en su derecho.

El primer volumen lo dedica a la postura adoptada por los gobiernos de España hacia los judíos (en general, hacia los sefardíes y hacia los hispanomarroquíes) desde el fin del Antiguo Régimen hasta el final del «primer período franquista» (1939-1964). También trata la cuestión de los estudios judíos en España, el antisemitismo, los judíos bautizados y el seguimiento de los acontecimientos judíos en Europa en la prensa española. Por ejemplo, el célebre caso de Edgardo Mortara, un niño judío que el papa Pío IX separó de sus padres porque una criada lo había bautizado en secreto durante una grave enfermedad. El segundo volumen se centra en los diferentes momentos históricos en los que se favoreció el establecimiento judío en España y cómo se han ido formando las diferentes comunidades e instituciones judías. El último volumen, del que autor está especialmente orgulloso, se recogen las semblanzas de personajes judíos, ordenados por sectores de actividad (financieros, industriales, directores de empresa, comerciantes, joyeros y anticuarios, médicos, cineastas, músicos, artistas, arquitectos, estudiosos). Este volumen le sirve para resaltar la contribución de los judíos en la economía y la cultura españolas. A mí me hubiera gustado que ese tercer volumen tuviera el formato de un diccionario biográfico al uso y que al final, en anexos o índices, se reagruparan los personajes por sectores de actividad. Creo que sería más útil a los lectores, ya que se vería la evolución de los grupos familiares y la diversificación de sus actividades. También sería muy útil para estudiantes universitarios e investigadores un volumen con una selección de los documentos más importantes para la historia de los judíos en la España contemporánea, cuya consulta no siempre resulta fácil o accesible. Lanzo aquí la idea para que el autor o alguno de sus colaboradores se decida a publicar dicha selección.

Se aprecia con claridad que la obra es el fruto de una vida de estudio e investigación en archivos y hemerotecas. La gran cantidad y variedad de informaciones y datos que Jacobo Israel ha recogido en sus páginas es una contribución realmente muy importante para el conocimiento de la historia reciente de los judíos en España. Estoy convencido de que será una referencia imprescindible para futuros investigadores.

Obviamente, no todos los asuntos tratados lo son con la misma profundidad. Hay cuestiones que se desarrollan ofreciendo una lista de personajes asociados con el tema tratado. La lista es una manera fácil de introducir un asunto con el que autor no está suficientemente familiarizado como para armar un discurso ordenado y jerarquizado, producto del análisis y valoración crítica de todas las informaciones. En una lista no hay otro orden que el alfabético. Decía Umberto Eco que «cuando no conocemos los límites de lo que deseamos retratar, cuando no sabemos de cuántos más estamos hablando y suponemos que su número, si no infinito, sí es al menos elevado», recurrimos como modo de representación a la lista o catálogo (El vértigo de las listas, 2009).

Es el caso, por ejemplo, del apartado dedicado a los hebraístas y estudiosos del pasado judío. Un estado de la cuestión requiere un amplio background que permita establecer períodos, resaltar a los autores y obras señeras y apreciar cómo han ido evolucionando las líneas de investigación. En vez de eso, el autor nos presenta un par de listas (hasta 1964 y desde 1964) con los perfiles biobibliográficos, muy irregulares, de los personajes seleccionados. Algunos de ellos son totalmente prescindibles y, por otro lado, sorprende la ausencia de autores de gran importancia en la historia de los judíos y de los conversos hispanos, como Valdeón Baruque, Blasco Martínez, Márquez Villanueva, etc. David Romano, Jacob Hasán y Elena Romero aparecen en el tercer volumen, el de las semblanzas de personajes judíos, pero debían haber sido también incluidos en el apartado de los Estudios Hebreos en España porque desarrollaron su actividad en instituciones académicas españolas (Universidad de Barcelona y CSIC) y crearon escuela, ya que con ellos se formaron muchos de los investigadores actuales.

El asunto de las listas se hace más problemático cuando el autor aborda un tema mucho más grave y escabroso como es el antisemitismo en España. Creo que en la cuestión del antisemitismo hispano debería haberse remitido a los estudios de autores como Álvarez Chillida y Alejandro Baer y no haberse metido en la elaboración de una lista a todas luces incompleta y realizada sin unos criterios claros para decidir la inclusión o no de un escritor u otro.

La lista alfabética y la breve reseña bio-bibliográfica a todos iguala. Al historiador monárquico que atribuye la caída de Alfonso XIII al complot judeo-masónico; al poetastro gaditano que quiso poner letra al himno y hoy está justamente olvidado; a don Pío, el «hombre malo de Itxea», feroz y atrabiliario, misógino, envidioso y antisemita (y eso que su sobrino, Julio Caro Baroja, logró blanquear los aspectos más negativos de su carácter y biografía) y al único monstruo que aparece recogido por Israel Garzón en su obra. Me refiero al periodista César González Ruano (1903-1965), referencia de la prensa de derecha española. Porque González Ruano fue más allá de expresar tópicos antisemitas en panfletos pronazis. Cruzó la línea y pasó a la acción. Durante su estancia en París se aprovechó de las dificultades de muchos judíos que buscaban desesperadamente papeles para hacerse con todo lo que tuvieran de valor. No le importó la suerte que pudieran correr. Su miseria moral nos recuerda a la que describe el premio Nobel Patrick Modiano en su trilogía de la Ocupación (El lugar de la Estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación). Hasta hace poco tiempo se daba un premio de periodismo con su nombre, que fue cancelado en 2014 tras la publicación de un libro que documentaba la estrecha relación de González Ruano con el nazismo.

No me gustan las listas negras ni me veo con la autoridad de acusar a vivos o muertos. La acusación de antisemitismo supone la estigmatización del acusado y, por tanto, no se puede hacer con ligereza. En la actualidad vemos todo lo contrario, la banalización del antisemitismo, pues hasta periodistas de medios españoles se dedican a descalificar a los políticos de izquierda que critican a Israel acusándolos de antisemitas en las ondas. Por no hablar de políticos de la derecha más católica y tradicionalista.

Hace poco decía Juan José Millás en un programa de televisión que, si él fuera un alimento empaquetado de los que hay en las estanterías de los supermercados, debería tener una etiqueta que pusiese «puede contener trazas de machismo y racismo». Yo debería tener una etiqueta similar, en la que se incluya también las trazas de antijudaísmo/antisemitismo/antisionismo (táchese lo que no proceda): me eduqué en el nacionalcatolicismo de un colegio franciscano y tuve un profesor de gimnasia que nos hablaba del «pobre Rudolfo Hess» (sic), viejo y aislado en la fortaleza de Spandau. Lo importante no es ser un espíritu puro sino tener la fuerza suficiente para seguir siendo un hombre civilizado, como decía Leonard Wolf. Lo fácil es caer en la barbarie. Lo muestran las noticias que nos llegan cada día.