Ciencia en judeoespañol: por qué, con qué y para qué

Science in Judeo-Spanish: Why, With What, and For What

Paloma Díaz-Mas

paloma.diazmas@gmail.com

Real Academia Española

En abril de 2021 fui elegida académica de número de la Real Academia Española (RAE) para ocupar la silla i 1. Me convertía así en la decimosegunda mujer académica; en ese momento había ocho mujeres en la RAE, ya que cuatro de las elegidas desde 1978 —año del ingreso de la primera mujer, Carmen Conde— habían fallecido; después de mí se han incorporado otras tres académicas más 2.

Cada candidatura debe ser propuesta por tres académicos y la elección se realiza por votación de todos ellos. Creo que para mi candidatura y posterior elección fue decisiva mi doble faceta de filóloga y de escritora de creación. Como filóloga, fui durante muchos años profesora de literatura española en la Universidad del País Vasco y después investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), dedicando mi investigación principalmente a la literatura en judeoespañol producida en la diáspora sefardí.

Probablemente lo primero que piensa cualquier persona cuando resulta elegida académica de la RAE es sobre qué escribirá su discurso de ingreso. Y es que para que la incorporación a la institución resulte efectiva hay que cumplir el requisito que señala el artículo XII del Reglamento: «el académico de número electo tomará posesión leyendo un discurso en junta pública en el plazo improrrogable de dos años a partir de su elección». La lectura del discurso es una ceremonia sencilla, pero solemne, que se realiza en el Salón de Actos de la sede de la Academia en la calle Felipe IV de Madrid, ante los demás académicos y el público invitado, que suele ser numeroso; en esa sesión pública, el nuevo académico se presenta ante la institución que lo acoge, leyendo un texto en el que se espera que se reflejen no solo su conocimientos de la materia de su especialidad, sino su actitud y cuál puede ser su aportación a la institución.

Como señala el Reglamento, el académico entrante dispone, desde el momento de su elección, de dos años para preparar su discurso. Un tiempo que puede parecer largo, pero que no lo es tanto, ya que la preparación y redacción tienen que ser cuidadosas y luego el texto pasa por la revisión de tres académicos (el que ocupa el cargo de Censor de la RAE y dos académicos más designados por el Director) antes de poderse imprimir y leer públicamente. En mi caso, fui elegida en abril de 2021 e ingresé en noviembre de 2022.

Así que desde el mismo día siguiente a mi elección empecé a pensar en el tema y orientación de mi discurso. Desde el principio tenía muy claro que iba tratar sobre la cultura de la diáspora sefardí, y más concretamente sobre su lengua (el judeoespañol) y su literatura, unos temas a los que había dedicado la mayor parte de mi investigación, desde mi tesis doctoral, leída en la Universidad Complutense en 1981, hasta la actualidad. Como, además de filóloga, soy escritora, quería que el hilo conductor fueran los textos literarios que los sefardíes produjeron desde el siglo XVI hasta el XX. Y como la literatura es reflejo de la vida y de la sociedad que la produjo, decidí que tenía que mostrar, a través de los textos, la evolución de la historia y la cultura sefardíes desde las fechas inmediatamente posteriores a la expulsión hasta después del Holocausto. Es decir, se trataba de explicar, con claridad y a ser posible de forma amena, a un amplio público —mis colegas académicos, los invitados asistentes al acto y todas las personas que en el ancho mundo pudieran verlo por Internet 3— la historia y la evolución de las comunidades sefardíes a lo largo de cinco siglos, tomando como guía una serie de textos escritos de muy diferentes fuentes (manuscritos, libros impresos, prensa periódica), la mayoría de ellos aljamiados, es decir, escritos con letras hebreas en una variedad judía del español.

¿Qué criterio seguir en la elección de esos textos? En primer lugar, yo quería que el judeoespañol, la lengua de los sefardíes, sonase en el Salón de Actos de la Academia en ese momento solemne. Que los asistentes pudieran escuchar esa lengua, que la mayoría de ellos no había oído nunca. Eso me obligaba a seleccionar una colección de citas que yo pudiese leer en voz alta durante el acto y que pudiesen consultar quienes accediesen al texto escrito de mi discurso 4.

También quería que esos textos constituyesen un hilo conductor que guiase a los oyentes y a los lectores —la mayoría de ellos, legos en la materia, al ser el de los estudios sefardíes un campo de investigación bastante nuevo y estar la literatura sefardí fuera del canon literario del español— por la cronología de la historia de las comunidades sefardíes, mostrándoles la evolución de su cultura y de las mentalidades y reflejando distintos registros lingüísticos y el estado de la lengua en diferentes épocas.

El qué tipo de textos seleccionar me lo sugirió, precisamente, la figura de mi predecesora en la silla i, Margarita Salas Falgueras, una gran científica, bioquímica, discípula del premio Nobel Severo Ochoa. La tradición marca que el académico entrante dedique una primera parte de su discurso al elogio de su predecesor. Pero, además, a mí me atrajo la idea de convertir todo mi discurso de ingreso en un homenaje a mi antecesora, escogiendo como hilo conductor una serie de textos científicos en judeoespañol.

¿Textos científicos en judeoespañol? Quizás esa elección pudo sorprender a los oyentes y lectores de mi intervención. Sobre la lengua de los sefardíes se han proyectado, desde los inicios de su estudio a finales del siglo XIX hasta hoy, una serie de estereotipos que tienden a considerar que judeoespañol y lenguaje científico son términos incompatibles. El que la base del judeoespañol sea el castellano medieval (aunque a lo largo de los siglos la lengua haya evolucionado y además haya incorporado numerosas innovaciones y préstamos de otras lenguas) ha contribuido a la percepción de la lengua sefardí como un lenguaje primitivo y poco apto para expresar las realidades y preocupaciones de la vida moderna. Buena parte de los viajeros hispanohablantes que desde el siglo XIX han oído hablar judeoespañol en Turquía, los Balcanes, Oriente Medio o el Norte de África, lo han calificado de lengua infantil, ingenua, representativa de los albores de la cultura española.

Por lo que respecta a la literatura sefardí, lo más difundido y conocido desde los primeros estudios filológicos hasta hoy ha sido la literatura de transmisión oral: las canciones, los cuentos y, sobre todo, los romances. Ello se debe en parte a que los primeros en interesarse por la literatura en judeoespañol —sobre todo Ramón Menéndez Pidal y su escuela filológica 5— dedicaron su atención a los géneros de transmisión oral, en parte porque el romancero sefardí se reveló como una pieza imprescindible para entender y recomponer el puzle del romancero hispánico; y en parte por una cuestión puramente técnica: los primeros que se interesaron por el judeoespañol y su literatura fueron filólogos romanistas e hispanistas, la mayoría de los cuales no conocían el sistema de escritura en aljamía hebrea ni sabían leer ni transcribir los textos manuscritos o impresos en judeoespañol con letras hebreas; sin embargo, en sus encuestas de campo lingüísticas recogían con frecuencia muestras de la literatura de transmisión oral. Durante mucho tiempo la literatura escrita en judeoespañol resultó literalmente invisible para los especialistas en lenguas románicas y sus literaturas, al tiempo que los hebraístas no solían ocuparse de ella porque no estaba escrita en hebreo ni en arameo.

De todo esto derivó una concepción del judeoespañol como lengua primitiva e infantil, apta para la expresión de los afectos y para literatura de transmsión oral, pero incapaz de expresar ideas abstractas o conocimientos técnicos y científicos o de servir de vehículo a la opinión o a la creación literaria moderna.

Sin embargo, desde los años 70 del siglo XX hasta hoy —y, sobre todo, en las casi dos décadas y media que han transcurrido del siglo XXI— se han multiplicado los estudios sobre el judeoespañol y su literatura y sobre la cultura sefardí en general. Se han transcrito y editado centenares de textos aljamiados, se han publicado numerosísimos artículos y monografías sobre los más diversos temas, aplicando distintas metodologías propias de los estudios lingüísticos y filológicos, pero también de la historia, la antropología, la sociología, la musicología o los estudios de género, por poner solo algunos ejemplos.

Esos trabajos de investigación han sido publicados en distintas lenguas (español, inglés, hebreo, francés, alemán, italiano, portugués y varias lenguas eslavas) por investigadores de diferentes países de Europa y América y de Israel, tanto judíos como no judíos. Los estudios sefardíes son hoy en día una disciplina de carácter internacional. Y eso también quería mostrarlo en mi discurso de ingreso; por eso incluí al final una amplia bibliografía de obras citadas, no como un alarde de erudición bibliográfica, sino con la intención de hacer visible el trabajo multidisdiplinar, multilingüe e internacional de los estudios sefardíes en la actualidad.

Con todos esos materiales, ya podía yo buscar textos en judeoespañol, de distintas épocas, que tratasen temas científicos y que me permitieran, a un tiempo, homenajear a mi ilustre predecesora, trazar una panorámica histórica de la lengua y la cultura sefardíes y de su evolución, y demostrar que el judeoespañol no es solo la lengua de los romances y las canticas, de las consejas o cuentos populares y de los refranes: también hay ciencia escrita en judeoespañol.

Estructuré mi discurso como un viaje doméstico: la subida de tramo en tramo por una vieja escalera, inspirada en la de la casa de mi infancia. En esa escalera encontramos varios descansillos o rellanos, cada uno de los cuales nos muestra un momento de la literatura científica en judeoespañol.

El primer rellano o descansillo se sitúa en 1601 y se centra en el Diálogo del colorado de Daniel de Ávila Gallego, un converso que se había formado en la universidad de Salamanca y acabó asentándose en Salónica, donde publicó su obra en aljamía, usando una lengua muy parecida a la que se hablaba en la Península ibérica en esa época, pero que muestra algunos préstamos del hebreo y del turco, sin duda adquiridos en su lugar de asentamiento. El Diálogo del colorado es un coloquio humanístico (ficticio) en el que el propio Daniel de Ávila y sus antiguos maestros de Salamanca, el doctor Soria y el doctor Bravo, debaten sobre un tema de actualidad: las características y tratamiento del mal colorado o escarlatina, con motivo de una reciente epidemia que se había extendido en Salónica. En lo científico, este capítulo presenta una obra médica escrita en judeoespañol; en lo lingüístico, es una muestra del español de las primeras generaciones de la diáspora sefardí (en este caso, la de una persona que había vivido en España hasta su edad adulta y luego se aclimató a la ciudad de Macedonia en la que estableció su residencia). En los eslabones de la historia de los sefardíes, Daniel de Ávila representa a los españoles de origen converso que, huyendo de la presión de la Inquisición, emigraron a tierras del Imperio otomano y se integraron en las comunidades sefardíes fundadas por expulsos.

El segundo descansillo del discurso retrocede un poco en el tiempo: hasta 1566, fecha en la que Mošé Almosnino escribió su Crónica de los reyes otomanos. Almosnino era rabino y un personaje notable de la comunidad de Salónica, donde había nacido en 1518, en el seno de una familia de judíos originarios de Huesca; pertenecía, por tanto, a la segunda generación de expulsos. Su viaje a Constantinopla no era de placer: formaba parte de una comisión de tres hombres notables que fueron a la capital del imperio para negociar una rebaja en los exigentes impuestos que el gobierno otomano imponía a la comunidad judía de Salónica. Determinadas circunstancias obligaron a los comisionados a permanecer varios meses en Constantinopla y en ese tiempo Almosnino, que era un hombre de ciencia, geógrafo, astrónomo y cosmógrafo, se dedicó a observar el urbanismo y la organización social de la capital del imperio otomano y a escribir esa crónica, en la que, nos ofrece desde información sobre la historia de los sultanes hasta consideraciones sobre el clima y su incidencia en la economía y las costumbres de la población, el urbanismo y sus consecuencias sociales, las infraestructuras o las obras públicas de cuya construcción fue testigo, o consideraciones sobre el significado de los números que rigen las cosas.

Nuestra siguiente parada es 1730, la fecha en la que empezó a publicarse el Me‘am lo‘ez, el gran comentario bíblico en judeoespañol, cuya elaboración, en la participaron varios rabinos, se prolongó durante más de cuarenta años, desde 1730 hasta 1773. El Me‘am lo‘ez fue una obra de cabecera en la cultura religiosa sefardí, que se leía en voz alta en el ámbito doméstico hasta los inicios del siglo XX, especialmente en las veladas del sabat. Es un comentario bíblico dirigido a un público popular, cuyo el título alude precisamente a que se dirige a los lectores que no conocen el hebreo, sino solo el la‘az, las lenguas vulgares. Pero su afán enciclopédico hace que se incluyan, al hilo de los pasajes de la Torá que se comentan, multitud de informaciones de diversa índole, entre ellas conocimientos científicos. Encontramos así información sobre cosmografía, astronomía, geografía, física, metafísica o anatomía, tomada de distintas fuentes. Se describe el movimiento de los cuerpos celestes, las partes del cuerpo humano o la fisiología de las mujeres. La lengua es un judeoespañol ya formado, una variedad suficientemente distinta del castellano peninsular como para que podamos considerarlo una lengua diferente, en un registro culto, rabínico, en el que abundan los hebraísmos pero no faltan turquismos y préstamos de otras lenguas. Representa la culminación de la literatura sefardí de temática religiosa, en el que se ha considerado el Siglo de Oro de la literatura en judeoespañol.

Muy distinto, y mucho más profano, es otro libro aljamiado que se publicó en ­Livorno (Italia) en 1778: la Güerta de oro, de David ben Mošé Bajar Atías. Al contrario que Almosnino o que los autores del Me‘am Lo‘ez, no parece que Atías tuviera formación rabínica. Era, más bien, un mercader autodidacta, dedicado a sus negocios en la importante ciudad portuaria italiana; pero había procurado acrecentar su conocimiento con el manejo de varias lenguas (menciona que conocía el latín, el francés, el inglés, el italiano, algo de hebreo, griego y turco), había formado una nutrida biblioteca y sabía tocar algún instrumento musical. Su libro es de contenido misceláneo, y lo mismo incluye nociones de lenguas que remedios de medicina popular y de higiene, cuestiones de astrología o una descripción de las distintas complexiones físicas de las personas y su influencia en el carácter de cada uno. Una de las fuentes que utiliza es la Phisonomía y varios secretos de la naturaleza, obra de un autor español, Jerónimo Cortés, publicada por primera vez en Valencia en 1597. El capítulo dedicado en mi discurso de ingreso a la Güerta de oro de David Atías refleja la vitalidad de las comunidades de los llamados levantinos, sefardíes otomanos asentados en Italia, que se dedicaban fundamentalmente a los negocios de comercio marítimo, pero que tenían una curiosidad y unas inquietudes intelectuales que alcanzaban también a la lectura de obras publicadas en España.

El siguiente descansillo se sitúa en 1899, fecha en la que regresa en tren a ­Salónica un sefardí que se había formado como médico en París: el doctor Meir Yoel. El periódico aljamiado en judeoespañol Aksión publicó por entregas, entre abril y mayo de 1938, los Suvenires del Dr. Yoel, que, como su propio título indica, son una especie de memorias en las que Meir Yoel recuerda su época de estudiante en París, el choque cultural de su regreso a una Salónica mucho más atrasada y oriental (es impagable la descripción del primer parto al que tuvo que asistir como médico, nada más llegar) o distintos aspectos de la vida y del ejercicio de la medicina en su ciudad a finales del siglo XIX. La lengua del Dr. Yoel tiene ya las características del judeoespañol moderno, muy influido por la lengua francesa y, en consecuencia, plagado de galicismos léxicos e incluso morfosintácticos. En nuestro recorrido por la historia de los sefardíes, Meir Yoel representa a los jóvenes sefardíes occidentalizados, formados en universidades europeas a finales del siglo XIX y principios del XX, que contribuyeron a la modernización de la vida sefardí de Oriente; representa también el terrible mazazo que el Holocausto asestó a esas comunidades sefardíes de los Balcanes, porque Meir Yoel murió en 1943 en el campo de concentración improvisado por los nazis en el barrio Barón Hirch de Salónica, mientras esperaba para ser deportado al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.

En 1922 se publicó en la imprenta de un periódico sefardí de Constantinopla, El Djugetón, un pequeño librito en octavo titulado Libro de hiģién. Su autor era otro médico, Alḅert Šaúl. Hay que recordar que en ese momento el mundo acababa de salir de una terrible pandemia, la de la llamada gripe española, que entre 1917 y 1919 causó decenas de millones de muertos. Tras la pandemia, Šaúl, un médico sefardí formado en París, considera útil y necesario publicar un libro con normas de higiene dirigido a un público popular, en el que describe los síntomas y remedios de distintas enfermedades comunes en la época (desde la tosferina hasta el paludismo o la sífilis) y explica también en qué consisten y cuáles son las ventajas de las vacunas. El Libro de hiģién refleja el papel que la prensa periódica tuvo en la difusión de ideas médicas e higiénicas entre la población sefardí, especialmente entre las clases más populares, que leían periódicos en judeoespañol aljamiado.

La última parada en el recorrido por la ciencia en judeoespañol es de una fecha tan reciente como 2006. En ese año, la editorial Tirocinio publicó en Barcelona Viaje en el ocaso de una cultura ibérica, un libro de memorias de un neurocirujano sefardí, Isaac Papo. El autor (que falleció en 2019) había nacido en 1926 en el seno de una familia de Edirne emigrada a Milán por razones de negocios. En Milán pasó su infancia y su juventud, hasta que en 1942 toda la familia tuvo que huir y pudo refugiarse en ­Barcelona, gracias a que habían obtenido la nacionalidad española acogiéndose al Decreto de Primo de Rivera de 1924. Papo se formó como médico en Barcelona y en París y luego regresó a una ciudad de Milán devastada por la guerra, donde pasó la mayor parte de su vida. La lengua que más utilizó en su vida fue el italiano, aunque sabía bien francés por su formación parisina y manejaba otras lenguas, como el inglés. Sin embargo, a la hora de escribir sus memorias, escogió hacerlo en español. El motivo, según él mismo explica, es «evocar la memoria de lo que hablé con mi madre durante más de medio siglo con el vehículo lingüístico que más se le parece», ya que su madre hablaba judeoespañol.

Este fue el recorrido de mi discurso de ingreso, transitando por el tiempo y por la historia de los sefardíes, tratando de mostrar las distintas facetas de la lengua y su evolución. A medida que lo escribía y, luego, cuando lo leí en público, se me hicieron manifiestos los paralelismos entre la historia de los sefardíes y nuestra propia historia, sus experiencias y las nuestras. Como dije al final, «su historia no es la nuestra, pero nos reconocemos en ellos […] Saber la historia de esos sefardíes vecinos nuestros nos hace comprender nuestra propia historia, sus casos se convierten en ejemplares para entendernos mejor a nosotros mismos. Nos muestran, una vez más, que la historia es la maestra de la vida».

Bibliografía citada

Díaz-Mas, Paloma (2015), Ramón Menéndez Pidal y la cultura sefardí. En Asencio, Nicolás y Sánchez Bellido, Sara (Eds.), Lengua y cultura sefardí. Estudios en memoria de Samuel G. Armistead. Madrid: Fundación Ramón Areces-Fundación ­Menéndez Pidal, 97-128.

Díaz-Mas, Paloma (2022), Ciencia en judeoespañol. Discurso leído el día 6 de noviembre de 2022 en su recepción pública por la Excma. Sra. Doña Paloma Díaz-Mas y contestación del Excmo. Dr. D. José María Merino. Madrid: RAE.

Muñoz Solla, Ricardo (2021), Menéndez Pidal, Abraham Yahuda y la política de la Real Academia Española hacia el hispanismo judío y la lengua sefardí. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca.

1. Los puestos o sillones de los académicos de la Real Academia Española se designan con las letras del alfabeto. En un principio hubo solo letras mayúsculas (A, B, C, etc.) pero con el paso del tiempo se fueron incorporando también sillas con letras minúsculas. Actualmente hay 46 sillas; no existen sillas designadas con las letras Ñ (mayúscula, sí que existe ñ), v, x, z (minúsculas: sí que existen V, X, Z) ni Y, y.

2. La filóloga Dolores Corbella (https://www.rae.es/academico/dolores-corbella), la ingeniera informática Asunción Gómez-Pérez (https://www.rae.es/academico/asuncion-gomez-perez) y la escritora Clara Sánchez (https://www.rae.es/academico/clara-sanchez).

3. El acto se emite en directo y queda grabado para que pueda verse en el YouTube de la Real Academia Española: https://www.youtube.com/watch?v=IYEZxOf6Gd4&feature=youtu.be

4. Se imprimió en el folleto de Díaz-Mas 2022, que además de en papel puede leerse en pdf, en acceso abierto, en la página web de la Academia: https://www.rae.es/sites/default/files/2022-11/Discurso%20Ingreso%20Paloma%20Diaz-Mas.pdf.

5. Una síntesis sobre la relación de Menéndez Pidal con la cultura sefardí en mi artículo Díaz-Mas, 2015; Sobre la actitud de Menéndez Pidal y de la Real Academia Española hacia los sefardíes es fundamental el libro de Muñoz Solla, 2021.