Ferre, Lola (2023), Isaac Israelí’s The Definition of Fever and Its Essence in Its Hebrew Translations: The First Treatise of The Book on Fevers: Accompained by Arabic, Latin and Old Spanish Editions and English Translation. Philadelphia: American Philosophical Society Press, 256 pp. ISBN: 978-1-60618-115-7.

Encarnación Ruiz Callejón

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Universidad de Granada

El último libro de la profesora Lola Ferre Cano, catedrática de hebreo en el Departamento de Estudios Semíticos de la Universidad de Granada y especialista en textos médicos judíos y en la transmisión del conocimiento en el espacio medieval, está dedicado al tratado primero de los cinco que componen el Libro de las fiebres del médico y filósofo judío Isaac Israelí (ca. 855- ca. 932). Israelí fue discípulo de Ishaq ibn Imran, desarrolló su actividad profesional en Kairuán (Túnez), fue contemporáneo de Saadia Gaón y maestro de ibn al-Jazzar y Dunash ibn Tamin. Junto con Saadia, inicia propiamente la filosofía en el contexto del judaísmo, tras la labor pionera de Filón de Alejandría en el s. I. Isaac Israelí inicia además el neoplatonismo en el ámbito judío.

Este libro se divide en tres partes y un apéndice. La primera parte consta de tres capítulos. En el primero se analizan, a través de las fuentes, los datos biográficos de Israelí, las obras de las que fue con seguridad autor y las atribuidas; las características de su producción en relación a la literatura médica de su tiempo, tanto en Oriente como en al-Andalus, y la posterior influencia del autor. La producción de Isaac Israelí es verdaderamente amplia con obras de medicina y de filosofía. En este último ámbito escribió el Libro de los elementos, el Libro de las definiciones y El jardín de la sabiduría. Del Libro de las sustancias solo nos han llegado fragmentos y también de Los capítulos sobre los elementos. La obra médica de Israelí se transmitió en las lenguas de producción científica como el árabe y el latín, pero también en hebreo, castellano antiguo, catalán y alemán (p. 7). Además del Libro de las fiebres, que ya las fuentes árabes reconocen como «único en su género» (p. 5), escribió el Libro de los medicamentos simples y los alimentos y el Libro de la orina. En cuanto a las obras médicas atribuidas figura un arte de la medicina, una obra sobre el pulso, una sobre la triaca, otra sobre la hidropesía y otra sobre la melancolía. Esta última, que coincide con el título de la de su maestro ibn Imran, es una atribución solo desde el lado judío y no está recogida en Omnia opera Ysaac. Pero la autora señala al respecto una cuestión muy importante: la comparación entre el texto atribuido a Israelí y el de ibn Imran indica que el texto atribuido a Israelí no se basa en el de su maestro (p. 9). Ya en el siglo XX, Harry Friedenwald se refirió a Israelí como autor también de un texto sobre advertencias y recomendaciones para médicos. El hecho mismo de las mencionadas atribuciones es indicativo de la importancia de Isaac Israelí y de que representaba una autoridad (p. 6).

El segundo capítulo se centra en el contenido y la estructura del Tratado sobre la definición de la fiebre y su esencia y cómo el autor dedica una amplia parte a la reflexión teórica, siendo esta de carácter filosófico y, concretamente, aristotélica. Estos rasgos hacen de la obra, pero especialmente de su primer tratado, una contribución singular. Pero también lo siguiente: posiblemente Isaac Israelí fue el primero en ofrecer una definición detallada de la fiebre (p. 17). El tercer capítulo constituye un estudio sobre el proceso de transmisión del Libro de las fiebres, y de este tratado en concreto, a través de las traducciones medievales y cómo estas posibilitaron lo que podríamos llamar la internacionalización del conocimiento del autor. La transmisión del legado médico greco-árabe en el siglo XI por Constantino el Africano incluye la producción de Israelí. Pese a esta extraordinaria labor, Constantino omite y simplifica partes de la obra que nos ocupa, no siendo pues una traducción fiel del texto árabe (pp. 21-23). Y no recoge un aspecto crucial: la argumentación filosófica de Israelí (p. 31). La traducción de Constantino al latín fue la fuente de la primera traducción al hebreo en el siglo XIII. La llevó a cabo un autor judío bastante prolífico converso al cristianismo, aunque arrepentido, como denota la autodenominación bíblica que adopta: Doeg el Edomita. Fue muy utilizada durante varios siglos y su difusión llega hasta el Imperio otomano, uno de los destinos de los judíos exiliados de España (p. 28). Coincide con el proceso de traducción que tiene lugar en la comunidad judía a finales del siglo XII en el sur Francia y también con la inclusión de varias obras de Israelí en el currículo de medicina en Montpellier. La segunda traducción al hebreo, en este caso del árabe y cuyo traductor desconocemos, sí conserva la orientación filosófica del texto original. La traducción de Constantino es también la fuente de la traducción al castellano antiguo, posiblemente realizada en Castilla a finales del XIV o principios del XV (pp. 23-24, 35). Esta traducción al castellano antiguo es más larga que la versión al latín debido también a la intervención del traductor (p. 36). Según la profesora Ferre, esta intervención indicaría que el traductor estaría más relacionado con los debates filosóficos del momento, pues incluye, por ejemplo, partes del De anima de Aristóteles y parece más interesado en expresar una posición. Esto lo diferencia del resto de traductores de la obra, pero también del propio autor.

Si la primera parte de este libro constituye un valioso estado de la cuestión sobre la investigación acerca de Isaac Israelí, el tratado objeto de estudio y su transmisión e influencia, en la segunda se ofrecen las ediciones realizadas del texto en las lenguas de transmisión, árabe, latín y castellano antiguo y la edición crítica de la autora de los textos en hebreo. La traducción al inglés del Tratado sobre la definición de la fiebre y su esencia, que también lleva a cabo también la profesora Ferre, cierra esta segunda parte. Se trata de una traducción anotada realizada desde la traducción del texto hebreo al árabe y especifica en el aparato crítico las variantes del resto de versiones.

La tercera parte del libro se centra en el vocabulario médico y filosófico. Una tabla recoge todos los términos médicos y filosóficos del Tratado en las distintas tradiciones de transmisión y la traducción al inglés de cada término. Y un glosario contribuye a situar el Libro de las fiebres en un contexto lingüístico. Ambas aportaciones constituyen un material valioso para futuros estudios de historia de la medicina e historia de la filosofía en la Edad Media, pero también para los investigadores interesados en la interrelación entre ambas disciplinas. En el Apéndice se incluye la traducción al inglés del Prólogo de Isaac Israelí al Libro de las fiebres y el poema que incluye la traducción de Doeg el Edomita. El listado bibliográfico que acompaña a este libro constituye un trabajo concienzudo de recopilación y clasificación de las fuentes, catálogos, glosarios y estudios disponibles. Finalmente, hay un índice alfabético de nombres, lugares y términos filosóficos y médicos que facilita las búsquedas en el libro. Todo ello es indicativo de una publicación muy cuidada.

La autora aporta una introducción a las versiones medievales y un estudio técnico exhaustivo de los manuscritos. Cada versión se pone además en relación con su contexto de producción y transmisión. Se ofrecen colocados en paralelo los textos de cada tradición de transmisión. Se analiza también la introducción de su obra médica en las universidades del mundo latino, la presencia en estas del Libro de las fiebres y los factores que redujeron la relevancia de la obra médica en las universidades, entre ellos, la traducción del Canon de Avicena o la aparición de otro tipo de docentes que escriben obras producto de su docencia.

Otra aportación destacada de este libro es el análisis y la reflexión en torno a las diferencias respecto a la terminología médica en hebreo, importante para evaluar el estado de la lengua y cómo se vierten los nuevos conceptos. Se arroja luz sobre el proceso de estandarización del vocabulario médico hebreo, qué casos hay de transliteración y cómo esta es menor cuando la traducción es entre dos lenguas semíticas, pero también se pone de relieve el interés de los traductores por utilizar términos hebreos (p. 33). En este libro se muestran también con claridad los distintos significados que tenía en la época la traducción de un texto a la propia lengua (p. 34). En el caso de las traducciones al hebreo, se refleja el seguimiento e incorporación del legado médico, incluido el de los textos de referencia en la universidad, y el deseo de las comunidades judías de crear una lengua científica común (p. 34). La existencia de la traducción al castellano antiguo también es muy significativa: indica un interés por llevar la ciencia más allá de la universidad, por difundirla en contextos con otra lengua distinta al latín y reivindicar las lenguas vernáculas como lenguas de producción y trasmisión de la ciencia (p. 34).

Este libro de la profesora Ferre permite, pues, disponer por primera vez de todas las versiones medievales del primer tratado del Libro de las fiebres de Isaac Israelí junto con la traducción al inglés del mismo, y todo ello en una misma publicación. Se lleva a cabo un minucioso análisis y un estudio introductorio individual y comparado de dichas versiones con hallazgos importantes. Se determinan las tradiciones de transmisión y la amplia difusión del Libro de las fiebres, como atestigua el número de manuscritos completos existentes en latín, un total de 54, a lo que hay que sumar dos parciales, así como las ediciones impresas del texto hasta finales del siglo XVI (p. 12). Se demuestra la amplia transmisión de la obra de Isaac Israelí en centros tan importantes como Salerno, Montecasino, Bolonia, Nápoles, París, Montpellier u Oxford. Israelí fue uno de los autores pioneros en la construcción de un legado médico que pasará a al-Andalus y al mundo latino. Este legado médico se construye sobre la traducción de los conocimientos griegos, pero también a partir de las experiencias, reflexiones y producciones de los autores que lo reciben. En todo ello la minoría judía jugó un papel importante.

En este trabajo de la profesora Ferre se pone de relieve un aspecto ausente en el estudio ya clásico de Altmann y Stern sobre la filosofía de Isaac Israelí. Este primer tratado del Libro de las fiebres es de carácter teorético, a medio camino entre la medicina y la filosofía, pero con más presencia de esta última (p. 13). La autora subraya el uso de terminología aristotélica, la importancia de la argumentación filosófica para el autor, así como su interés por la metodología de la investigación. A raíz todas estas características, la autora se pregunta si Isaac Israelí es un médico que utiliza la filosofía o un filósofo de la medicina (p. 19). Esta consideración es muy significativa porque apunta a la necesidad de redefinir la obra y la figura de Isaac Israelí de un modo más fiel a su doble condición de médico y filósofo. Y contribuye a abrir nuevas líneas de investigación sobre el autor. En el caso de la filosofía, Isaac Israelí ha sido un autor estudiado generalmente con el objetivo de identificar sus fuentes y, en menor medida, su influencia. Esta publicación de la profesora Lola Ferre Cano, sin descuidar la investigación en medicina, sitúa a nuestro autor de una forma más sustantiva en el ámbito filosófico. Y además, ofrece nuevas claves para estudiar su obra al poner de relieve el interés del autor por la metodología de la investigación, la epistemología y la filosofía de la ciencia en el contexto medieval.