Desarrollo empresarial y adaptación social inmigrante: la comunidad judía de Valparaíso-Viña del Mar en la primera mitad del siglo XX*

Entrepreneurship, Development and Immigrant Social Adaptation: The Jewish Collectivity of Valparaíso-Viña del Mar (Chile)

Baldomero Estrada

baldomeroestrada6@gmail.com

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile)

ORCID ID: 0000-0003-2934-1469

Recibido: 12-04-2021 | Aceptado: 03-08-2021

https://doi.org/10.30827/meahhebreo.v70.22579

Resumen

En este artículo se analiza el proceso de inserción y evolución laboral del colectivo judío de Valparaíso-Viña del Mar (Chile), teniendo en cuenta su capital cultural y social y haciendo notar sus estrategias para adaptarse a las posibilidades que le otorgaba el medio receptor, considerando las políticas públicas y disposición de la sociedad. Se concluye que existe una convergencia positiva entre el significativo capital cultural y social del grupo estudiado y un apropiado ambiente receptivo desde el medio de acogida.

Palabras clave: comunidad judía; integración; empresariado; capital cultural; sociedad receptora

Abstract

This paper analyses the process of the insertio­n and labor evolution of one particular group in Chile, the Jewish collectivity of Valparaíso-Viña del Mar, considering its cultural and social capital and noting its strategies to adapt to the possibilities provided by the receiving society in light of public policies and the general frame of mind. It concludes that there is a positive convergence between significant cultural and social capital and an appropriate receptive environment in the host society.

Keywords: Jewish community; integration; business; cultural capital; receiving society

* Este trabajo se ha realizado dentro del proyecto FONDECYT N° 1160374.

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Estrada, B. (2021), Desarrollo empresarial y adaptación social inmigrante: la comunidad judía de Valparaíso-Viña del Mar en la primera mitad del siglo XX. Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos. Sección Hebreo, 70, 145-168. https://doi.org/10.30827/meahhebreo.v70.22579

1. Introducción

La colectividad judía en Chile es reducida dentro de un medio en donde la inmigración es también muy limitada. Se puede decir que la colectividad judía, en la conurbación Valparaíso-Viña del Mar, es casi invisible frente a las otras comunidades, especialmente las europeas. Su presencia en estas ciudades comenzó a notarse a partir de fines del siglo XIX especialmente a través de algunos comerciantes que se establecieron en la ciudad o por algunos mercaderes que frecuentaban el puerto de Valparaíso a fin de colocar sus productos traídos mayoritariamente de Alemania. Sólo a comienzos del siglo XX se puede considerar la presencia judía en cuanto a un grupo reconocido, aunque escaso.

La bibliografía sobre la colectividad judía de Valparaíso-Viña del Mar es reducida, sobresaliendo algunos trabajos testimoniales sobre algunas familias como es el caso de las familias Weinstein (E. Weinstein, 2010), Grossman (J. Grossman, s.d.), y Fried (R. Moreno, 2016). Existen otros textos de carácter más general, publicados por la propia colectividad, que aportan información importante sobre el grupo, como ocurre con una publicación colectiva en la que participaron algunos de los miembros de la comunidad (E. Weinstein et al., 2016). De carácter más histórico, contamos con las investigaciones de Moshe Nes-El (2009a) y Mario Matus (2019), referidas específicamente al colectivo de Valparaíso-Viña del Mar y los de Luis Aguirre (1944) y Moises Senderey (1956), cuyos trabajos son de carácter más general ya que comprenden la presencia de la colectividad en todo el país, pero se refieren parcialmente al colectivo que nos interesa. A estas investigaciones podemos también agregar algunas tesis universitarias no publicadas que reúnen material de interés para nuestro cometido (Reyes y Troncoso, 2008; Zollner, 2008).

En cuanto a la metodología, en este trabajo se van a utilizar documentos procedentes de archivos comerciales de Valparaíso y de los archivos de la colectividad, que se va a completar con la información procedente de entrevistas a miembros de la comunidad, noticias de prensa y biliografía especializada. En la confrontación y complementación de tales fuentes mostraremos cómo este grupo de inmigrantes se insertó laboralmente en Chile gracias al apropiado uso de su capital cultural y social y a las posibilidades que tuvieron de parte de la sociedad receptora, que facilitó su inserción y cohesión a través de sus políticas públicas y acogida social.

Aunque desde la disciplina histórica son escasos los enfoques teóricos, sí contamos con propuestas interesantes desde la sociología, especialmente para los procesos migratorios ocurridos en la segunda ola de globalización desde 1970. Reconociendo que estos estudios tienen algunas limitaciones, especialmente para el medio latinoamericano, son enfoques que, con las debidas reservas, bien pueden adaptarse a realidades históricas distintas a los procesos migratorios de los Estados Unidos y Europa, que son los escenarios más privilegiados por los investigadores.

La actividad económica llevada a cabo por la comunidad judía establecida en Valparaíso y en Chile, en general, podemos definirla como el desarrollo de una «economía étnica» en virtud de las particulares características que tuvo, especialmente en su momento inicial 1. Las características de los empresarios, dentro del mercado que se desarrolla fuertemente vinculado a la vida comunitaria, corresponden al perfil de un empresariado étnico. Ambos conceptos surgen de las estrategias utilizadas por los inmigrantes en el ejercicio de sus actividades económicas, amparados por la solidaridad étnica, que les facilita la obtención de financiamiento, suministro de productos, reclutamiento y servicios específicos desde su propia colectividad. Se trata en general, de empresas pequeñas o medianas, con escasa tecnología y uso intensivo de fuerza de trabajo que generalmente es proporcionada por el grupo familiar (Solé-Parella, 2005). En el caso de los judíos debemos incorporar algunos elementos propios de sus valores, tradiciones y trayectoria histórica, que forman parte importante del capital cultural que está muy presente en su gestión empresarial.

J. Rath y R. Kloosterman han investigado el tema de la inserción de los empresarios inmigrantes deteniéndose especialmente en dos factores: la inserción de los inmigrantes en las redes de su colectividad y en la sociedad receptora. Es lo que se conoce como la teoría de la incrustación mixta (mixed enbeddedness). En sus investigaciones han establecido algunas diferencias a partir de las características de las sociedades receptoras al estudiar los mercados laborales de Norteamérica y Europa Central (Francia, Alemania, Holanda, Austria), haciendo notar que en los Estados Unidos las posibilidades de inserción son más favorables que las disponibles en Europa. La apertura del mercado laboral estadounidense permite al inmigrante incorporarse como trabajador independiente como una opción, además de las diversas posibilidades asalariadas que tiene a su disposición. En cambio, en el mercado de Europa Central, las trabas del mercado asalariado, por sus limitaciones culturales y de lenguaje, llevan al inmigrante a inse­rtarse en las actividades de autoempleo (Rath-Kloosterman, 2000). Ocurre, además, que se caracteriza al inmigrante tradicional como procedente de sociedades de menos desa­rrollo al de las sociedades de recepción (Kloosterman-Rath, 2001), aunque últimamente, especialmente para quienes vienen de Asia, se reconoce que poseen niveles de estudios superiores al promedio del norteamericano (Light-von Scheven, 2004). Los estudios de Rath y Kloosterman aparecen después de diversos trabajos que habían privilegiado sólo uno de los factores participantes. Su planteamiento surge de una aproximación más interactiva entre las condiciones de la sociedad receptora y el capital del colectivo étnico.

Nos parece apropiado guiarnos por la teoría de Kloosterman y Rath con algunas precisiones, aplicadas a las características propias del ámbito de estudio. Es decir, analizar el proceso de inserción laboral de la comunidad judía de Valparaíso-Viña del Mar acorde a su estructura y particularidades como también en relación con las posibilidades que le brinda la sociedad receptora.

CUADRO N° 1. Colectividades extranjeras. Departamento de Valparaíso 1907-1930

Nacionalidad

1907

1920

1930

Alemanes

2.055

1.440

1.503

Franceses

1.003

791

549

Españoles

3.463

3.496

3.040

Británicos

2.053

1.799

1.322

Italianos

2.985

2.837

2.834

Árabes

217

379

432

Judíos

16

243

453

Fuente: Censos de la República de Chile para los años 1907, 1920 y 1930

2. Capital Cultural y Social del Colectivo

Diversos autores coinciden en que los judíos sobresalen en su gestión empresarial debido al fuerte capital cultural que poseen como colectivo. Entre quienes sostienen esta posición está Ivan Light (2004) quien, a partir del planteamiento de Pierre Bourdieu (1987), adapta el concepto en cuanto a que traslada la pertenencia del capital cultural desde la clase social al grupo étnico 2. Efectivamente, es advertible, en la comunidad judía global, determinadas capacidades que facilitan su desempeño laboral y movilidad social como grupo inmigrante en las sociedades en donde se establecen. Así ha ocurrido en los Estados Unidos como en diversos lugares donde llegan. Sus características culturales surgen fundamentalmente de sus valores étnicos resguardados y transmitidos por muchos siglos. Los valores de la comunidad se ven fortalecidos por la ponderación que dan a las costumbres propias de su comunidad, que se ven reforzadas por sus creencias religiosas y tradiciones históricas. La austeridad, solidaridad, esfuerzo, dedicación y compromiso son aspectos que están muy presentes en la formación de cada familia judía y forma parte de su bagaje cultural y se manifiestan también en su actuar público. Muchos de estos aspectos inciden positivamente en diversas actividades, como es el caso del ámbito laboral. La transmisión de determinadas conductas y comportamientos y el ejemplo de los mayores constituyen un capital que se transmite a través de generaciones sin que necesariamente exista una intencionalidad explícita en tal acto.

La posesión de un sólido capital cultural va acompañada también, en el caso de los judíos, de una evidente presencia de capital social 3. El concepto de comunidad está implícito en la estructura misma del judaísmo como parte de su origen tribal, que marcó su evolución como pueblo trashumante. De allí que para estudiar la migración judía es importante comprender su carácter colectivo de un modo más marcado que en otros grupos migrantes. Se produce así un proceso evolutivo comunitario que se manifiesta en diversos ámbitos, entre ellos el laboral. Las redes internas del colectivo son muy fuertes, pero además sus capacidades, ya señaladas, les son también instrumentos apropiados para generar redes en la sociedad receptora, especialmente a partir de la segunda generación.

El primer problema que tenían que enfrentar los inmigrantes una vez que llegaban a sus lugares de destino como migrantes era buscar una actividad laboral que les permitiera subsistir. Aquí es donde aparecía de inmediato esa capacidad señalada para actuar comunitariamente en forma cohesionada y solidaria. Es así como quienquiera que llegara a cualquier lugar siempre encontraba una colectividad organizada y preparada para ayudarle a solucionar prontamente su situación laboral. El presidente de la colectividad de Valparaíso, en 1930, ante una consulta efectuada por un periodista respecto a la situación económica del grupo en la ciudad respondió que esta era relativamente desahogada y que ningún judío se encontraba en situación apremiante. Agregaba que «cuando llega un inmigrante se trata inmediatamente de buscarle trabajo, de ponerlo en actividad para que produzca y no sea una carga para la colectividad y mucho menos para el país» (Blinder. 1930: 15).

Es importante también recordar que la comunidad judía privilegia, como actividad laboral, el desempeño independiente que le otorga mayor libertad para disponer de su tiempo, como también de gestión para labrar su futuro. Cabe señalar, además, que los compromisos religiosos se contraponen a los horarios laborales tradicionales. Tal circunstancia estimula la actividad grupal y fortalece el trabajo colectivo y la identidad comunitaria que va más allá de lo étnico como lo fundamenta uno de los miembros del colectivo:

El pueblo judío se hubiese diluido por la mezcla con otros pueblos, de no haber ido elaborando una compacta conciencia común respecto de su religión, su historia y de ese mandato interior, misterioso en su origen superior, que lo impulsa a cohesionarse y ser solidario a través de sus valores. Fueron gente labo­riosa, austera, con un elevado sentido de familia y una poderosa inclinación fraterna con quienes formaron, en todas las edades, su pueblo y su comunidad, por duras que fueran las circunstancias que le rodearan (Grossman, s.d.: 10).

Como se podrá advertir más adelante, la trayectoria laboral del grupo muestra un proceso evolutivo creciente de diversas perspectivas. Desde los inicios como vendedores ambulantes se pasa a negocios establecidos, y luego a sociedades más complejas, mayoritariamente inmobiliarias, en donde participan profesionales de la segunda generación que interactúan con sus padres comerciantes en grupos constituidos por miembros de la comunidad, permitiendo generar obras de mayor capitalización de las que podían realizar en forma individual. La fuerte endogamia que caracteriza a la comunidad durante la primera mitad del siglo XX estimula la constitución de sociedades internas. Se agrega a esto la capacidad de los miembros de segunda generación, que son profesionales, para generar redes al exterior de la colectividad que se han constituido fundamentalmente en la universidad. Se proyecta, de esta forma, las capacidades del grupo hacia el circulo más amplio de la sociedad receptora en función de sus actividades empresariales. Se puede advertir que los judíos poseen ciertos códigos culturales no escritos que surgen de su estructura y que les resultan de gran utilidad en su gestión social como también económica, que se manifiestan en su actuar colectivo y solidario (Hanono, 2014:19).

3. Legislación Migratoria. Políticas Públicas

Durante los primeros años del siglo XX la legislación chilena fue bastante permisiva en cuanto a la recepción de migrantes, sobre todo considerando la situación de otros países, tal como lo reconoce un informe de una organización judía en 1930 (J. Lutzki, 1930). A comienzos del siglo XX se estableció una política de estímulo, especialmente para la colonización, tal como se manifestaba en el reglamento de 1905, que posteriormente se reemplazó por un nuevo documento en 1907, que incorporó algunas modificaciones de carácter administrativo y amplió los beneficios para quienes inmigraran. Bajo esta reglamentación pudieron llegar algunos judíos, como lo registró en su relato personal Isaac Smirnoff, quien llegó a Valparaíso en 1909 a la edad de 16 años junto a su familia compuesta de 9 personas. Smirnoff tenía familia por parte de su madre en Valparaíso y, al parecer, se acogió a la posibilidad de inmigrar acudiendo al llamado de un familiar, lo que les permitió viajar con los pasajes pagados por el gobierno de Chile a bordo del vapor Oropesa (Isaac Smirnoff, 1959). Cabe recordar que, en agosto de 1906, se produjo un devastador terremoto en Valparaíso que incentivó la venida de inmigrantes, ante la necesidad de trabajadores y profesionales para reconstruir la ciudad-puerto más importante del país, que se vio fuertemente afectada tanto por el mismo terremoto como por los incendios que se declararon a continuación 4.

Para 1910, la celebración del centenario de la independencia de Chile fue un momento de exaltación del nacionalismo, especialmente desde sectores intelectuales, lo que trajo como consecuencia diversas críticas a la inmigración extranjera. El Estado chileno dejó de apoyar directamente la venida de inmigrantes; sin embargo, no opuso mayores problemas para su continuidad en forma espontánea, la que se mantuvo en forma pausada y poco visible, dado a su escaso impacto demográfico. El desarrollo de la Primera Guerra Mundial paralizó prácticamente el flujo migratorio ante la imposibilidad de los traslados, para continuar posteriormente, manteniendo similares características a las existentes antes del conflicto; es decir, con escasa relevancia.

Como consecuencia de la presencia de algunos dirigentes anarquistas que se desplazaban por América Latina y que en algún momento se hicieron presente también en Chile, se legisló, en 1918, para prohibir el ingreso al país a quienes «practiquen o enseñan la alteración del orden social o político por medio de la violencia o propaguen doctrinas incompatibles con la unidad o individualidad de la nación» (OIM, 1991:11). Estos fueron los artículos más importantes entre los nueve que contenía la que se denominó «ley de residencia», denominación, con similares contenidos, que existía también en otros países en donde la situación era más aguda, como era el caso de Argentina. Bajo la aplicación de esta ley se expulsó de Chile a un judío de filiación comunista, Nathan Cohen, que posteriormente reingresó al país (Moshe Nes El, 2009:74).

Durante la década de 1920 no hubo mayores ingresos de migrantes a Chile, sólo en pequeñas cantidades y se trató de personas que ya tenían familiares o llegaron llamados por un familiar o amigo. La situación cambió durante la década de 1930, como consecuencia de la guerra civil en España y la llegada de Hitler al poder en Alemania. El gobierno del presidente Arturo Alessandri frente a este nuevo escenario de aumento de las peticiones de visas, se mostró reacio a la inmigración, argumentando los nocivos efectos en la economía chilena de la crisis económica mundial provocada por la caída de la bolsa de Nueva York en 1929. De allí que en su período (1932-1938) se aplicó una política más bien restrictiva a lo que se sumó, además, algunas actitudes antijudías por parte de autoridades y representantes diplomáticos de Chile en Europa. Como resultado de tales circunstancias, el ingreso de judíos se limitó a través de reglamentos y decretos, pese a que la legislación era más bien permisiva. Tal situación cambió, a fines de 1938, al asumir la presidencia Pedro Aguirre Cerda, en representación del Frente Popular. A partir de entonces hubo mayor tolerancia, aunque la permanencia de algunos diplomáticos del régimen anterior permitió que se continuaran adoptando medidas que impidieron el ingreso de judíos, bajo diversos argumentos, entre los cuales se reiteraba la falta de aporte a la economía local de estos inmigrantes, debido a su concentración en actividades no productivas y fundamentalmente de servicios urbanos. Problemas de abusos, irregularidades y cobros para la entrega de visas determinaron finalmente una política más restrictiva para los judíos a fines de 1939. En todo caso, en un plano comparativo con otros países del continente, Chile, para el período del Holocausto, permitió un alto número de ingresos de judíos, que se tradujo a una cifra entre 10.000 y 12.000 migrantes, mayoritariamente procedentes de Alemania (Brahm y Montes, 2012).

4. Sociedad Receptora

Chile, durante la primera mitad del siglo XX, experimentó un interesante proceso de urbanización y crecimiento urbano que se tradujo en modernización y transformación social, especialmente con la emergencia de la clase media. Luego de la crisis de 1930 la economía se vio fuertemente afectada, lo que determinó que el gobierno adoptara diversas medidas para estimular la economía, imponiendo una legislación que dio un importante impulso a la industrialización interna. Comenzó así la etapa de protección a la industria nacional, orientada a sustituir las importaciones, que fue especialmente aprovechada por los empresarios inmigrantes, sobresaliendo los relacionados con la industria textil, en donde figuraban especialmente árabes y judíos.

Valparaíso a comienzos del siglo XX, por sus antecedentes, por lo que había sido su desarrollo a fines del siglo XIX, aparecía como un lugar atractivo para quienes deseaban desarrollar sus capacidades empresariales. Era el puerto más importante del país, desde donde se realizaba una importante actividad económica vinculada a un quehacer que se proyectaba más allá del continente americano. En tal contexto se percibía como una ciudad cosmopolita, liberal y receptiva a los cambios. Para un inmigrante que llegaba a comienzos del siglo XX eran evidentes las buenas perspectivas para emprender actividades comerciales, ya que en ese momento la estructura económica estaba fundamentalmente controlada por extranjeros. De acuerdo con el censo de 1907 la población extranjera en la ciudad de Valparaíso se aproximaba al 8%. Sin embargo, la presencia extranjera en el comercio y en la industria sobrepasaba con creces tal porcentaje, superando el 55% del control en ambos sectores. La sociedad chilena no había desarrollado una burguesía local empresarial, en una economía abierta que ofrecía amplias posibilidades, pero que no contaba con experiencia ni capacidades para aprovechar tales ventajas (Carmagnani, 1998). De allí las múltiples posibilidades que existían para inmigrantes con capital cultural y con muchos ímpetus para poder sacar el máximo de beneficios a sus potencialidades en un medio acogedor y con expectativas para el crecimiento económico.

Es palmario, entonces, que las condiciones que encontraron los inmigrantes en Chile les fueron muy favorables para poder realizar sus actividades empresariales, sin ningún tipo de dificultad de orden administrativo. Por el contrario, contaron con todas las posibilidades tanto en cuanto a las políticas públicas como en las posibilidades que ofrecía el medio para el ejercicio del comercio. Igualmente, la sociedad no manifestó posturas de descontento o rechazo a su gestión, ya que no se les percibió como competidores, debido al limitado interés de la población local por el quehacer comercial.

Entre las dificultades que han afectado a los judíos históricamente está el tema del antisemitismo. Ha sido habitual que los judíos sean estigmatizados por sus actividades financieras o por razones religiosas, en una sociedad mayoritariamente católica, especialmente a partir de la tesis del deicidio (Matus, 1993). Igualmente, los conflictos fronterizos árabe-israelíes han generado tomas de posiciones sin considerar, a veces, que no todos los judíos son sionistas y esto lo vemos concretamente en Valparaíso, en donde fue difícil crear y mantener organizaciones sionistas para el período que nos interesa (Senderey, 1953). Las manifestaciones antisemitas en Chile se puede decir que han sido excepcionales y han tenido mayor repercusión en las generaciones de descendientes. Para los inmigrantes propiamente tales, que llegaron mayoritariamente huyendo de los pogromos, el ambiente que encontraron fue, en general de aceptación y acogida. La visión de Chile para los inmigrantes hay que contextualizarla en relación con la realidad que ellos vivieron anteriormente, como puede inferirse por lo que pensaba uno de ellos, procedente de Polonia, narrado por uno de sus hijos:

Mi papá cuando llegó acá y se nacionalizó, me dijo «éste es el país que yo buscaba». «Chile es una maravilla. Que yo pueda tener mi religión y nadie me diga judío tal por cual es fantástico», «que mis hijos puedan entrar a la universidad y elegir cualquier profesión», «que cualquiera pueda comprar una tierra para ararla»… allá no se podía hacer nada de esto 5.

En una reunión del directorio de la Sociedad Max Nordau, Mauricio Weinstein, presidente de las tres instituciones que en ese momento existían en Valparaíso, fundamentaba la creación de un bosque en Jerusalén en homenaje a Bernardo O´Higgins (héroe militar chileno) sosteniendo que «era una forma de pagar en cierta manera a Chile una deuda que los judíos tienen y poner en buen nombre a nuestra colectividad y así demostraremos que comprendemos y sabemos agradecer la mano que nos han tendido» 6. Joaquín Seidemann, destacado comerciante de la región de Valparaíso, cuando un periodista le consultó a qué se debía su permanente participación en obras de beneficencia y de ayuda comunitaria para la ciudad, respondió lo siguiente: «Cuando uno ha sido acogido por la comunidad, tiene la obligación de retribuir en algo lo que esa gente le ha entregado» 7.

En general, hubo gratitud y complacencia hacia el medio receptor, mostrando consciencia que sus hijos se debían integrar a la sociedad en su condición de ciudadanos chilenos. Tal sentimiento queda expresado en las declaraciones de J. Blinder:

La colectividad en Valparaíso se encuentra aquí dedicada en su mayor parte a las labores comerciales e industriales al amparo de las leyes de este país hospitalario que hemos llegado a querer como nuestro terruño y donde hemos formado hogares en los cuales hay una juventud que se incorpora de lleno a la nacionalidad chilena y que como tal entra a cumplir con todos los deberes y obligaciones del hijo de esta tierra hermosa que nos cobija (Blinder, 1930:15).

Para los hijos de los inmigrantes, fue fácil integrarse a través de los establecimientos educacionales públicos que acogían a la naciente clase media. El éxito económico y la movilidad social que fueron logrando significó mayor visibilidad y aceptación social. Es interesante, al respecto, señalar la incursión de los primeros miembros de la colectividad judía en la política nacional. En 1935 fue elegido el primer regidor judío (representante comunal) en la comuna de Santiago, Ángel Faivovich. En las elecciones de diputados en 1937 fueron tres los judíos elegidos, entre ellos Marcos Chamudes, quien representó a la provincia de Valparaíso. Los otros dos fueron Ángel Faivovich, y Natalio Berman. Sin duda, la educación pública gratuita, desde el nivel básico hasta la Universidad, posibilitó a los inmigrantes el ascenso social, integrándolos como un grupo consolidado dentro de las clases medias, que mostraban un creciente poder en la sociedad a partir de mediados del siglo XX (Stern, 2017:113). Los tres políticos mencionados estudiaron en liceos fiscales y universidades estatales.

Con motivo de la celebración del cincuentenario de la comunidad judía en Chile, Gil Sinay, destacado dirigente de la comunidad de Santiago, hacía notar que en Chile se habían encontrado con una «auténtica y verdadera democracia que ha reconocido el derecho a ser diferentes de la mayoría, y a cultivar sus propias tradiciones». Durante dichas celebraciones quedó de manifiesto que, para la comunidad judía, Chile había permitido su desarrollo en forma amplia, acogiéndola y facilitando su integración, por lo cual se mostraban muy agradecidos y contentos de poder ser ya parte de la nación, ya sea por nacimiento o por adopción (Navarro-Rosenblatt, 2018:84-85).

En general, la disposición de la sociedad fue positiva hacia los judíos, y tal situación fue evolucionando, a través de los años, en forma paralela a su integración y movilidad social. Las posibilidades educacionales en los establecimientos estatales fortalecieron su integración y movilidad vertical en la sociedad chilena, lo que contribuyó decididamente a sus logros profesionales, siempre vinculados a empresas pertenecientes a miembros de la comunidad, pero que prestaban servicios a un espectro social que obvia­mente comprendía la sociedad de acogida, que constituía su mercado de consumo.

5. Integración y Evolución Laboral del Colectivo

La mayoría de los judíos que llegaron a Chile no poseían mayores capitales, por lo cual se iniciaron como vendedores ambulantes conocidos como «semanaleros», dado que vendían a crédito y cobraban por cuotas, que se pagaban semanalmente, acorde también a la periodicidad con la que los sectores más populares recibían sus salarios. Al comienzo recibían mercaderías a crédito de parte de miembros de la comunidad que ya se encontraban establecidos, para luego de haber acumulado un capital, establecerse en forma independiente en algún negocio.

Todos nuestros abuelos y bisabuelos debieron probar su antigua pericia del «puerta a puerta» a fin de ganarse el sustento diario. La venta de ollas, palmatorias, géneros, corbatas, vajilla y cualquier otro producto de necesidad doméstica que ofrecían en los domicilios particulares, encontraron en los cerros porteños a su clientela más constante (Weinstein, 2010: 9).

La modalidad de venta a domicilio se mantuvo por muchos años para quienes llegaban. La familia Grossman llegó en 1927 y el jefe de familia recorrió los cerros de Valparaíso a caballo, ofreciendo la mercadería que conseguía a crédito de otros miembros de la colectividad, cobrando semanalmente, por convenio de palabra, y sólo llevaba una libreta como registro de la abundante clientela que cumplía oportunamente con los pagos (Grossman, s.d.: 5).

Los judíos, que se establecieron en Valparaíso y se dedicaron mayoritariamente a la venta de productos no perecibles, se instalaron en el barrio El Almendral. Allí ubicaron sus negocios, viviendas e instituciones, coincidiendo con españoles y árabes, con quienes compartieron y convivieron sin mayores problemas, sobre todo con estos últimos, hasta que se produjo la creación del Estado de Israel (Estrada, 2018). Era común que los negocios estuvieran vinculados a sus viviendas, lo que fortalecía el carácter familiar de estos por cuanto era habitual que ambos esposos estuvieran involucrados en su funcionamiento, como también ocasionalmente sus hijos. En ocasiones, las esposas eran las más comprometidas en los negocios, sobre todo cuando los varones asumían tareas directivas en las instituciones de la colectividad. En algunos casos, los establecimientos que finalmente regentaron tuvieron alguna relación con actividades que realizaban en sus respectivos lugares de origen, como fue el caso de algunos que establecieron negocios de peleterías o sastrerías. En otros casos, abrieron negocios acordes a las necesidades y requerimientos del mercado local, como mueblerías o tiendas de ropa. En el caso de los sefardíes, se produjo una suerte de «especialización» ya que varios de ellos se instalaron con verdulerías, luego de superada la etapa de «semanalero» (Ver cuadro N°2).

De acuerdo a la información censal, la población judía se concentró fundamentalmente en Santiago y en segundo lugar en la ciudad de Valparaíso. A través del siglo XX es paulatina la concentración de la población judía en Santiago, lo cual es perceptible hasta hoy. De allí que uno de los problemas que afectó a la comunidad judía de Valparaíso-Viña del Mar es el constante desplazamiento de sus miembros a Santiago, por las mayores posibilidades que esta ciudad ofrece para un mejor desarrollo de las actividades económicas. El modelo de ocupación territorial de los judíos fue el de establecerse en las ciudades más importantes, a diferencia de otras comunidades (como los árabes), que se distribuyeron a través de todo el país, incluyendo pequeñas localidades. Hay muchos casos de traslados de familias judías desde Valparaíso a Santiago. Entre aquellos casos más destacados, por el éxito económico alcanzado en la capital, podemos señalar a la familia Hites, dueña de una de las multitiendas más grandes del país y con importantes inversiones inmobiliarias. El primero en llegar a Valparaíso, desde Buenos Aires, fue Simón Hites, quien comenzó como vendedor ambulante y luego se fue a Santiago en donde permanecen hoy sus hijos vinculados a una importante red étnica (González, C., 2008:5). Similar es el caso de la familia Avayú, que se fue a Santiago, donde actualmente sus descendientes poseen la automotora más grande de Chile 8. La emigración interna de miembros de la colectividad desde la región de Valparaíso a Santiago ha sido un problema permanente que ha afectado al grupo y que ha determinado su disminución paulatina. Del grupo analizado en este trabajo aproximadamente el 45% finalmente dejó la ciudad 9.

Superada la etapa de venta ambulante, se comenzó a desarrollar la constitución de sociedades comerciales para diversos tipos de negocios. Entre las primeras sociedades constituidas en el Registro Comercial aparece, en 1912, la de José Azubel y Rafael Sevita, conjuntamente con Marcos Mendoza, quien parece que no era judío, con el que instalan una paquetería-bazar con un capital de $36.000, siendo el aporte de Azubel de $10.000 y el de Sevita $7.500 correspondiendo los restantes $8.500 a Mendoza, a cuyo nombre estaba la sociedad 10. Al año siguiente se formó una sociedad dedicada al corretaje de propiedades, conformada por David Weinstein, Julio Weinstein y Adolfo Dimilotin, en donde la participación de cada uno fue de $10.000 11. En 1915 se constituyó una sociedad dedicada a la compra y venta de mercadería en la que participaban tres socios, que aportaban cada uno $20.000. Uno de ellos era Jaime Weinstein y los otros eran Carlos Délano y Carlos Walbaum, que no pertenecían a la comunidad judía 12. Para los primeros años se advierte una baja capitalización y la asociación con miembros de la comunidad local o de otras colectividades migrantes, para posteriormente privilegiar a sus coétnicos, lo que fortalecerá el carácter de empresas étnicas de sus establecimientos. Es muy difícil, en general, acceder a datos precisos sobre la relevancia de cada uno de los establecimientos ya que ni siquiera se tiene información sobre la cantidad de personas que trabajaba en cada uno de ellos. Ocurre además que en un mismo sector comercial hay diferencias significativas en cuanto al tamaño de cada establecimiento. Es cierto que no hay industrias relevantes, y la mayoría de las que se podría de calificar como tales corresponden más bien a talleres. Tales empresas no poseían necesariamente mayor relevancia que otros establecimientos que no tenían tales denominaciones y que efectuaban una labor industrial de mayor magnitud, en cuanto a capital invertido e importancia en el mercado local, como podía ser, por ejemplo el caso de algunas peleterías o mueblerías. Se advierte la presencia de sólo tres establecimientos que se identifican como industrias, que fueron la industria de vidrios de A. Ephrosi y R. Freudenberg, la industria de bebidas gaseosas de Isidoro Froimovich y la fábrica de camisas de la familia Cohen. En general, se percibe un proceso empresarial evolutivo pausado y siempre apoyado en la familia o miembros de la comunidad, manteniendo el carácter de «economía étnica».

Desde la distancia llama la atención la gran cantidad de peleterías que existían para esa época en Valparaíso. Sin duda que tal situación obedecía al impacto de la moda europea, ya que las pieles eran muy apreciadas especialmente por los sectores más pudientes. Esta situación perduró hasta la década de 1950, cuando cambió la moda y surgieron también los movimientos animalistas que combatieron el uso de pieles naturales, dando paso a las pieles sintéticas. Ocurría que en Europa Oriental el tratamiento del cuero y de pieles era un oficio muy desarrollado y, por lo tanto, muchos de los que venían de esas latitudes estaban vinculados a dicha actividad. En el grupo mayoritario de judíos, correspondiente a los propietarios de peleterías y artículos de cuero que se establecieron en Valparaíso, podemos advertir una marcada concentración de judíos rusos, quienes venían de un medio en donde era común el tratamiento del cuero, aunque a la mayoría no les estaba permitido comerciar con pieles curtidas. La contravención de dicha disposición determinó que en 1920 José Serebrenick tuviera que salir apresuradamente de su pueblo, Smotrich, para así evitar ser sometido a juicio y se marchara a Valparaíso, donde ya estaban los familiares de su esposa Regina Weinstein. En Valparaíso se asoció en 1930 con Aaron Hermer y Benjamin Grossman para instalar una tintorería en calle Victoria, pero al parecer no prosperó, y al año siguiente constituyó una sociedad dedicada a la peletería junto a Samuel Vainsecher Roizblat, con un capital de $60.000 13. Posteriormente, en 1946 aparece constituyendo sociedad con Isaac Smirnoff como propietarios de la Peletería Francia ubicada en calle Condell 1254, con un capital total de $853.000, de los cuales Serebrenik contribuía con $553.000 14. Ese mismo año, en el mes de agosto, falleció José Serebrenick y el negocio y la sociedad lo continuó su esposa Regina 15. Otros peleteros destacados, que se establecieron como tales, venían también con cierta experiencia desde sus pueblos, como ocurrió con Felipe Schapira, quien después de la etapa de la venta puerta a puerta, compró la Peletería «El Zorro Gris» en sociedad con Aaron Rojkind y Moisés Trumpen, que para 1929 reunía un capital de $160.000, del cual Schapira participaba con el 50% 16. Otro importante empresario peletero fue Isaac Smirnoff, quien llegó a tener dos locales, desde la década de 1920, constituyendo una verdadera fabrica ya que sus talleres concentraban más de 20 personas. Los locales comenzaron a funcionar en 1925 especializados en pieles y sombreros. El negocio estaba también orientado a la venta a otros lugares del país, ya que atendían pedidos de diferentes ciudades 17. Los locales eran la peletería Yarcho, ubicada en calle Condell, y la Peletería-sombrerería El León, que se encontraba en calle Victoria. Posteriormente, como se señaló anteriormente, se asoció con José Serebrenick. En la década de 1920 se ubicaban también las peleterías de Samuel Bronfman (Peletería Boston) 18; de Elías Horovitz (Peletería Londres) 19; Gregorio Levinson (Peletería Francia) que posteriormente pasó a manos de José Serebrenick e Isaac Smirnoff; José Mendvinsky (Peletería Sudamericana); Bernardo Kramarenko (Peletería Condell). En la década de 1930 aparecieron las peleterías de Aron Kerner en Valparaíso y Maximo Kerner en Viña del Mar (Peletería y tienda Kerner). Para la década de 1940 identificamos el establecimiento de Gregorio Roizblatt (Peletería y sombrerería Los Leones), quien además ejercía su profesión de médico. Vinculadas a la industria del cuero estaban las fábricas o talleres de carteras, como los dos locales en Valparaíso de Victor Lipschitz y un tercero en Santiago (Fabrica de carteras Paris), como también el local de productos de cuero de los hermanos Sigfrido y Ernesto Kromacher fundado en 1942. Hubo algunos casos como el de Benjamín Grossman, que primero tuvo una tintorería, luego agregó la peletería (Peletería y Tintorería Las Novedades) y posteriormente instaló una sastrería, actividad a la que luego agregaron importaciones diversas (Grossman, s.d.).

CUADRO N°2. Establecimientos controlados por judío. Valparaíso 1940-50

ACTIVIDAD

CANTIDAD

Peleterías. Art. de cueros

15

Tiendas. Art. vestuario

11

Sastrerías

9

Mueblerías

8

Venta frutas y verduras

5

Otros

19

TOTAL

67

Fuente: L. Aguirre (1944), M. Matus (2018).
Archivos Comunidad Israelita de Valparaíso-Viña del Mar; Revista Nosotros.

Al revisar el grupo correspondiente a tiendas y artículos de vestuario se percibe una diversidad importante en cuanto al tamaño de los establecimientos, ya que aparecen establecimientos identificados como fábricas, como es el caso de la Fábrica de Camisas Cohen, junto a otros locales que se dedican exclusivamente a la venta de vestuario. Igualmente, hay otros establecimientos que van evolucionando y creciendo a través de los años como ocurre con los establecimientos de los hermanos Alberto e Isaac Avayú, que comenzaron con la tienda «Las Dos Californias», ubicada en la Avenida Valparaíso de Viña del Mar 20. Posteriormente, en 1952, Alberto Avayú instala una fábrica de lana, algodón y seda constituyendo una sociedad familiar, junto a su esposa y dos hijos, con un capital de $6.000.000 21. Finalmente, como ya se mencionó, esta familia se trasladó a Santiago. Interesante es también el caso de la familia Michaely, que en la década de 1940 inició su actividad en Valparaíso con dos locales, para luego ampliar su quehacer a otras ciudades a través de una cadena de multitiendas cuyo local más emblemático fue el que se ubicó en la calle San Diego en Santiago. Si bien el negocio comenzó en la década de 1940, la historia previa de su fundador Samuel Michaely es muy anterior e interesante, ya que su peregrinaje se inició a fines del siglo XIX cuando salió de Kiev con destino a lo que posteriormente sería el Estado de Israel, pero que en aquellos años estaba bajo dominio del Imperio Otomano. Afectado por la malaria, a la edad de 20 años y luego de restablecerse decide viajar a Chile donde residía su hermanastro Miguel Jusid, dueño de una importadora de telas, quien le ayudó en sus primeros esfuerzos como «semanalero», en Valparaíso. Posteriormente, se trasladó, por algunos años a Quillota, a trabajar junto a su hermano Miguel donde logró capitalizar para volver a Valparaíso a instalar su tienda y darles mayores facilidades educacionales a sus hijos. Uno de los aspectos llamativos de su negocio fue la buena publicidad que logró a través de distintos medios de comunicación (Weinstein, 2016: 291-299). En 1942 apareció, formando sociedad con Santiago Berdichevsky, en una tienda de ropa blanca ubicada en calle Victoria con un capital de $100.000 22 y en 1946, conjuntamente con Ignacio Brun, instaló una tienda dedicada a la ropa de confección femenina en calle Esmeralda, con un reducido capital de $180.000, que posteriormente quedo en manos de la familia y se mantuvo en funcionamiento hasta 2014, bajo el control de su hija Rebeca y nieta Vivian, terminando como una multitienda donde trabajaban 25 personas (Weinstein, 2016: 297). Otra de las tiendas distinguibles fue la Casa Europa, ubicada en calle Victoria 2495, perteneciente a los hermanos Alberto e Isaac Ventura, quienes para 1931 declaraban un capital de $106.000 y para 1943 de $410.500 23.

Las sastrerías durante este período eran fundamentales para las clases medias, considerando que era muy común el uso de trajes, que eran sólo a la medida ya que aún no se vendía ropa en serie por tallas. Por tal razón eran indispensables para una sociedad muy formal vestir un terno en diversas actividades cotidianas. Entre quienes se concentraron en esta actividad, sobresale, procedente de Rusia, Marcos Agosín que llegó a Chile en 1912, habiéndose desempeñado en Sebastopol como sastre por algún tiempo. Marcos llegó primero a Argentina y desde allí marchó a Valparaíso, en donde una vez que pudo establecerse como sastre, en 1916, logró una buena posición económica evidenciada en la adquisición del Palacio Polanco en donde vivió por algunos años. Para 1920 aparece constituyendo una sociedad, en donde Agosín aporta el capital de $25.000 y su socio José Finkelstein sólo su trabajo 24. Ese mismo año, en sociedad con Cesar Drullinsky, vendió una sastrería ubicada en calle Condell en una cifra de $18.746 25. La crisis de comienzos de 1930 lo afectó muy duramente y se fue al Norte por un tiempo para luego regresar a Valparaíso. En 1936 se instaló nuevamente con la «Sastrería Agosín» en calle Pedro Montt pero, en condiciones distintas, ya que constituyó una sociedad en donde él contribuía con su trabajo y su socio, Juan Ramírez Cáceres, aportaba el capital ($20.000) 26. Finalmente, en 1940, un año antes de su fallecimiento a los 54 años, formó una nueva sociedad con su sastrería, ahora con su coétnico Isaac Kuperman con un capital de $68.600, donde el principal capitalista era Kuperman ($50.000) y Agosín contribuía con el resto 27. Marcos hizo venir desde Rusia a su hermano Abraham, quien se instaló con su propio local de sastrería en Quillota, constituyéndose en un líder social destacado dentro del medio, lo que le valió le nombraran hijo ilustre de la ciudad 28. La «Sastrería Agosín» de Valparaíso disfrutó de gran prestigio, siendo de los primeros esta­blecimientos del sector que ofrecía ropa confeccionada. Se caracterizaba por su atractiva publicidad, una de ellas sostenía que sus trajes «se abrochaban igual a la izquierda y a la derecha» 29. Fue un importante dirigente de la comunidad israelita, especialmente durante los inicios cuando las condiciones eran muy difíciles.

En la década de 1920 identificamos también las sastrerías de L. Abramovich (Sastrería Richmond), José Finkelstein, anterior socio comanditario de Marcos Agosín (Sastrería High Life), Juan Guiloff (Sastrería La Fama) y las de Moisés Abramson, quien poseía dos locales uno para varones (Sastrería La Elegancia) y otra para damas (Sastrería Femenina Marymor). Igualmente, con dos locales encontramos a Samuel Grimblatt, quien comenzó con la sastrería Bristol y posteriormente adquirió la Sastrería Esmeralda. En la década de 1940 llegó Simón Noé, procedente de Hungría y con estudios de sastrería. Primero estuvo en Argentina un tiempo y luego se trasladó a Chile, donde instaló una sastrería en calle Pedro Montt en sociedad con un miembro de la familia Avayú 30.

Las mueblerías fueron uno de los sectores que atrajo a los judíos como interesante para satisfacer las demandas de la población. Se trataba de algunos establecimientos que se dedicaban a la venta como también fábricas con muchos operarios con distribución a diversas ciudades del país. Entre los primeros que aparecen iniciando este tipo de negocios ubicamos a Jacobo Blinder (Fábrica de Muebles La Sudamericana) y a José Weinstein (Tapicería y Mueblería Londres). Jacobo Blinder fue uno de los comerciantes pioneros en el sector del mueble, con una fábrica que marcó toda una época en la ciudad. Sin duda la figura de J. Blinder es una de las más destacadas dentro de la comunidad a través de su historia, por su eficiente liderazgo y generosidad como filántropo para las diversas obras de la colectividad, o auspiciadas por la comunidad para la ciudad. Blinder fue uno de los primeros en intentar diversificar sus inversiones ya que en 1919 aparece formando parte de una sociedad dedicada a la compra y venta de géneros junto a otras dos personas de nacionalidad española. El establecimiento estaba en calle Victoria y se constituyó con un capital de $150.000, en donde los tres socios contribuían con un tercio de ese monto. Tal empresa duró muy poco porque al año siguiente se disolvió 31. Para 1957, la fábrica de muebles aparece en poder de su hija Dora y del esposo de esta, Víctor Grinstein con un capital de $36.000.000 y bajo la razón social de «Sociedad agrícola y maderera Blinder Ltda» 32.

La fábrica de la familia Weinstein fue también una de las más sobresalientes por su evolución, dimensiones y forma de operar. Como ya se señaló anteriormente, Julio Weinstein llegó en 1911 y comenzó como «semanalero» dedicado primero a vender artículos caseros, pero pronto advirtió la necesidad de ofrecer muebles. Después de algunos años pudo finalmente establecerse, en 1917, con un local dedicado a la compra y venta de muebles, que se inició a nombre de Julio y Daniel Weinstein, en donde el primero aportaba $20.000 y el segundo $10.000 33. Este establecimiento comenzó como un lugar de compra-venta de muebles para transformarse en una multitienda y luego en una fábrica con cerca de 300 trabajadores con sucursales en Santiago, Quillota, Rancagua y Quintero y exportando parte de su producción a otros países de América Latina. Para 1951 la empresa estaba constituida como una sociedad, en la cual participaban Julio Weinstein con $1.590.000, su hijo León con $300.000 y Raúl Bercovich con $300.000, sumando un capital de $2.190.000 y estaba ubicada en calle Victoria 2654 34. La fábrica se mantuvo hasta fines de los años sesenta cuando aparecieron los muebles metálicos poniendo fin al negocio 35. Cabe señalar que la fabricación de muebles fue un nicho en el cual los judíos no tenían experiencia, pero percibieron la necesidad existente por tales productos, mostrando con ello su ductilidad y capacidad para adaptarse a las demandas del medio, evidenciando que sus estrategias iban más allá de utilizar su experiencia en determinados ámbitos empresariales ya conocidos por ellos.

En cuanto a la venta de frutas y verduras, en 1920 encontramos la sociedad José Najum y Cía. constituida por los sefardíes José Najum, Alberto Najum y Marcos Cohen, con un aporte de capital de $1000 cada uno para explotar una frutería en calle Francia 36. Un poco antes, se habían instalado, también en la Avenida Francia, Salvador Albajarí y Moreno Esquinazi (Aguirre, 1944: 94). En la calle Juana Ross se instaló también, con una frutería-verdulería, Jaim Levy quien fue un destacado dirigente de la Sociedad Max Nordau, vocación que heredó su hijo Abraham, quien en la actualidad es uno de los líderes visibles de la agrupación sefardí existente en Valparaíso. Muy próximo, en calle Rawson, estaba la bodega de Isaac Kuperman. Por su parte, Isidoro Froimovich combinaba su fábrica de bebidas gaseosas con una bodega de productos agrícolas en la Avenida Francia, juntamente con Esteban Laguera y Patricio del Río, con un capital total de $30.000. Para 1930, el negocio aparece como sociedad con Cipriano Cúneo, con una participación de capitales de $40.000 cada uno, ubicado ahora en calle Cochrane 171 37. Distante de los sectores comerciales del centro de la ciudad se ubicaba la bodega perteneciente a Gun y Cía., que estaba en la Subida Yolanda, a los pies del Cerro Placeres. Como se puede observar, la mayoría de quienes se instalaban con este tipo de negocios eran sefardíes y se ubicaban en forma más dispersa que el resto de los negocios, aunque siempre en el llano, a diferencia de los negocios de italianos que expendían artículos de uso cotidiano ubicándose en los cerros, junto a las viviendas de sus clientes.

Los restantes negocios eran de carácter muy variado. Tres de ellos estaban en Viña del Mar y eran una residencial, perteneciente a una persona de apellido Budnik, y dos hospederías de Max y Alejandro Strauss. En Valparaíso había una pensión, en calle Simón Bolívar, de propiedad de Marcos Kleiman. En la calle San José existía una distribuidora de jabón y soja, perteneciente a Bernardo Burstein, y la fábrica de vidrios de propiedad de Alfredo Ephrosi y Ricardo Freudenberg, que se encontraba en Almirante Montt, distante de la zona de El Almendral. Dos casas de cambios de moneda existían en manos de judíos, siendo una de ellas el segundo negocio que abrió Bernardo Kramarenco, propietario de una peletería, y que se ubicaba en la zona portuaria, en calle Prat, junto a la mayoría de los bancos de la época, la misma calle donde se encontraba la otra casa de cambio de propiedad de la familia Weiss. También estaba la Farmacia Nueva Paris, a cargo de Clara Litvak de Hirsch en la calle Pedro Montt. En la calle Victoria estaban la tintorería «Los Mil Colores» de M. Heller y las paqueterías «La Central» de Alberto Messina y «El Porvenir» de Marcos Nahum. Mauricio Volosky era propietario de dos relojerías: «El Palacio de los novios» en calle Pedro Montt y la «Joyería Election», en calle Condell, que posteriormente pasó a poder de Salomón Zeldis. Existía también una compañía distribuidora de máquinas de escribir bajo la razón social de Paulsen y Cía. ubicada en calle Esmeralda (Aguirre, 1944; Matus, 2018).

Dentro de los establecimientos que aparecieron en la década de 1940 es pertinente hacer notar el negocio de artefactos sanitarios «La Europea», fundado por Emmanuel Hirnheimer, quien llegó en 1939 desde Alemania huyendo de la persecución nazi. Hirnheimer se había desempeñado en Alemania como funcionario bancario y como corredor de propiedades con mucho éxito. A su llegada a Valparaíso tuvo la idea de poner un negocio de artículos sanitarios, al advertir la ausencia de tal tipo de negocios. Surgió así el establecimiento que hasta el día de hoy permanece como un ícono de la ciudad en calle Independencia, ahora en manos de su hijo Miguel, quien regresó de Israel, a la muerte de su padre, donde se había ido a residir con su esposa chilena (Weinstein et al, 2016: 267).

Como se puede advertir, la primera generación estuvo concentrada en diversas actividades comerciales. En este grupo difícilmente encontramos a profesionales, a diferencia del grupo que llegó desde Alemania, en forma masiva a partir de fines de la década de 1930, en donde ya venían varias personas que poseían títulos universitarios. Los pocos profesionales que encontramos en este primer grupo fueron aquellos que llegaron muy jóvenes y pudieron realizar sus estudios en Chile, como fue el caso de Marcos Weinstein y Gregorio Roizblatt, quienes obtuvieron sus respectivos títulos de médicos. Esta profesión ha sido una de las preferidas dentro de las generaciones de judíos nacidos en Chile, llamando la atención la fuerte concentración que existe de estos profesionales en la comunidad a nivel nacional.

A fines de la década de 1940 comienza a producirse un proceso interesante que muestra dos situaciones. Por una parte, el aumento del capital dentro de la colectividad y, por otra, la integración de las segundas generaciones en las actividades comerciales. Ambos fenómenos facilitaron la formación de sociedades más amplias para diversificar las inversiones e incursionar en los negocios inmobiliarios, aprovechando especialmente la emergencia de profesionales, al interior de la comunidad, vinculados a la construcción como arquitectos y constructores.

Las sociedades constituidas por capitalistas inmigrantes con miembros de la generación nacida en Chile, que habían obtenido algún título profesional, se multiplicarán a partir del inicio de la segunda mitad del siglo XX. Entre los profesionales que aparecen involucrados en este nuevo tipo de sociedades podemos mencionar a Boris Priewer, Abraham Schapira, Raquel Esquenazi, Jaime Grossman y Abraham Senerman. Este último es un destacado arquitecto y uno de los mayores inversionistas inmobiliarios actuales, y aunque residía en Santiago, comenzó su vida profesional en Viña del Mar. A este grupo se agrega también un número importante de abogados que aparecen en estas sociedades, ya sea asesorando o participando como socios. Uno de los primeros proyectos que realizó un grupo de inversionistas judíos fue la Sociedad Inmobiliaria y Constructora Independencia Ltda. que se constituyó en agosto de 1953 con un capital de $4.800.000, en la que participaban ocho socios que aportaban cada uno la suma de $600.000 38. Jaime Grossman, destacado constructor civil y uno de los posteriores propietarios de «Construcciones Grossman» e inversionista en inmobiliarias y hoteles, recuerda que sus primeras incursiones, siendo un estudiante universitario, fueron en la construcción de la Galería Almendral (Valparaíso), que unió las calles Victoria e Independencia y la construcción del Edificio Oriente, ubicado en la calle Tres Norte con calle Quillota en Viña del Mar, bajo la dirección del arquitecto Boris Priewer (Grossman, s.d.: 59-60). Ambas obras fueron realizadas por sociedades constituidas por judíos.

6. A modo de conclusión

La comunidad judía de Valparaíso-Viña del Mar constituye un buen ejemplo de cómo un colectivo migrante puede insertarse, en un medio ajeno y distinto, utilizando sus capacidades, adaptándose al medio y sacando buen provecho de los recursos y facilidades que éste le entrega. La posesión de un importante y sólido capital cultural, como también la capacidad para construir redes sociales son palmarias en el grupo de judíos establecidos en Valparaíso-Viña del Mar. Igualmente, el medio de acogida fue propicio para que el grupo pudiera desarrollar sus capacidades empresariales en momentos en que Chile tuvo un importante desarrollo urbano y crecimiento demográfico, que permitió una mayor demanda de diversos servicios. Los judíos supieron aprovechar la situación y captar las necesidades del mercado y aunque no necesariamente poseían experiencia en determinadas actividades económicas, fueron capaces de adaptarse, flexibilizando sus estrategias para acomodarse a las características y requerimientos de la sociedad de acogida.

Como elementos destacados del grupo, sobresale su capacidad colectiva que surge de su caudal de tradiciones étnicas como también religiosas, que naturalmente apoyan y facilitan su gestión empresarial. El ejercicio de su quehacer económico se apoya en estructuras propias de economías étnicas, es decir, desarrollan empresas independientes de carácter familiar que pueden ampliarse con una mayor participación de otros miembros de la comunidad, para lo cual cuentan con sólidas y confiables redes sociales internas. La solvencia de sus empresas es también un instrumento que les permite elaborar redes en la sociedad receptora que visualiza sus capacidades empresariales, demostradas en forma paulatina a través de un proceso en que se denota esfuerzo, inteligencia, tenacidad y responsabilidad. La evolución empresarial de los judíos es paulatina, no apuesta a los golpes de suerte ni a inversiones a base de créditos; por el contrario, se busca primero la capitalización y luego la inversión. Lo que era muy comprensible en un ambiente en que la estabilidad monetaria era débil y la inflación fuerte.

Igualmente, su inserción en la sociedad receptora es un proceso gradual, consciente y pausado. La consolidación económica de la primera generación constituyó el sostén para apoyar la educación de sus hijos, que se insertaron en la sociedad de modo natural teniendo como instrumento para hacerlo el acceso a una educación pública de calidad y gratuita. Por esta vía pudieron acceder, junto a sectores en ascenso de la sociedad de acogida, a los sectores medios que es donde se consolidarán como clase social en plenitud de derechos políticos y sociales, sin perder su identidad de judíos. La primera generación se caracterizó por su dedicación al comercio y la industria, en donde tuvieron éxito acorde a las posibilidades y expectativas, pero pudimos advertir que quienes llegaron muy jóvenes orientaron sus capacidades a los estudios profesionales, lo que se fue acentuando con las generaciones venideras. A partir de la incorporación de la segunda generación, se percibe un mayor desarrollo en las diversas actividades empresariales, como consecuencia del incremento de sus capitales económicos, sociales y culturales. Esta situación explica la diversificación empresarial como la constitución de sociedades más complejas y de mayor envergadura.

Las posibilidades de desarrollo eran reducidas en Valparaíso-Viña del Mar por las limitadas posibilidades regionales. Se trataba de un mercado restringido, lo cual estimulaba la emigración hacia Santiago, con mucho mayor potencial económico. Las características de la comunidad judía de Valparaíso-Viña del Mar son, por tal razón, más homogéneas comparadas con la comunidad de Santiago, lo cual tiene validez desde la perspectiva socio económica como también en sus características religiosas. La amplitud de la estructura socioeconómica y religiosa de la colectividad de Santiago es mucho mayor que la existente en Valparaíso-Viña del Mar.

La comunidad judía en estudio siempre ha procurado mantener una presencia de bajo perfil, sin hacer mayores ostentaciones de sus logros, y han buscado la invisibilidad como colectivo a través de una vida austera y sencilla. En general, la primera generación, salvo excepciones, poco se relacionó con la sociedad receptora y concentró su vida social al interior del grupo, como una forma de autoprotección. Su preocupación mayor fue consolidar una situación estable y proporcionar a sus hijos las mejores condiciones, para que pudieran estudiar y fortalecer su comunidad, manteniendo sus valores y aumentando su radio de acción en el medio de acogida. El proceso evolutivo del grupo como empresarios ha sido eficiente, pausado y se ha desarrollado en forma paralela a su integración social.

7. Documentación utilizada

7.1. Archivos

ARCV Archivos del Registro Civil de Valparaíso, Registros de Matrimonios

ACBRV.RCV Archivo Conservador de Bienes Raíces de Valparaíso, Registro Comercial de Valparaíso

ACIVVM Archivo Comunidad Israelita de Valparaíso-Viña del mar.

ACIVVM-CB: Archivo Comunidad Israelita de Valparaíso-Viña del Mar. Cementerio El Belloto.

ACIVVM-CPA: Archivo Comunidad Israelita de Valparaíso-Viña del Mar. Cementerio Playa Ancha.

7.2. Prensa

El Mercurio. Santiago

El Mercurio. Valparaíso

El Observador. Quillota

Nosotros. (Publicación de la Comunidad) Santiago

7.3. Entrevistas

A.L. (realizada 11/09/2017)

A.S.G (realizada 22/05/2017)

B.N.S (realizada 5/12/2017)

D.S.S. (realizada 5/12/2016)

M.C. (realizada 9/11/2016).

N.N.M. (realizada 29/08/2017)

R.A.S. (realizada 27/10/2016)

8. Referencias bibliográficas

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1. Entendemos el concepto de economía étnica como la actividad económica en donde se produce autoempleo o trabajo independiente, generando al mismo tiempo oportunidades de empleo para sí mismo y para sus connacionales. Véase Solé-Parella (2005: 31).

2. La definición de capital cultural de Bourdieu se manifiesta bajo tres formas: La primera corresponde al estado incorporado que se adquiere en forma encubierta e inconsciente y que es propio de cada persona en sus actitudes, gestos y comportamiento general. Una segunda forma corresponde al estado objetivado y se relaciona con aquellos objetos que generan conocimientos y valores adquiridos materialmente. La tercera forma se refiere al estado institucionalizado que corresponde a los títulos que posee la persona y que son validados por la sociedad.

3. Seguimos la definición de capital social de P. Bourdieu: conjunto de recursos actuales o potenciales vinculados a la posesión de una red duradera de relaciones mas o menos institucionalizadas de interconocimiento o inter-reconocimiento… destinadas a la reproducción de relaciones sociales utilizables directamente a corto o largo plazo (Bourdieu:1980).

4. Efectivamente el terremoto atrajo a nuevos inmigrantes. En 1905 ingresaron 293 inmigrantes; 1906: 1777; 1907: 8.462 y 1908: 6.024.

5. Entrevista a N.N.M. 29/08/2017.

6. ACIVVM, Acta Sociedad Max Nordau, Valparaíso 16/05/1955.

7. El Observador 26/08/2008.

8. En diciembre del año 2016 vendieron parte de ella, en 290 millones de dólares, a la empresa inglesa Inchcape. https://www.elmostrador.cl/mercados/2016/12/22/firma-britanica-compro-en-us290-millones-el-negocio-de-distribucion-de-indumotora-en-sudamerica/ (Fecha de consulta: 16 de octubre de 2019).

9. Esta información se deduce a partir de la revisión de las partidas de defunciones en el cementerio de la colectividad judía de El Belloto y del mausoleo que tiene la comunidad en el Cementerio de Playa Ancha, en donde se pudo constatar que allí esta sepultado el 55% de grupo investigado.

10. ACBR.RCV. 1912, f. 111.

11. ACBR.RCV, 1913, f. 133.

12. ACBR.RCV, 1915, f. 118.

13. ACBR.RCV, 1931, f. 227.

14. ACBR.RCV, 1946, f. 365.

15. Weinstein, 2010: 70.

16. ACBR.RCV, 1929, f. 445.

17. El Mercurio, Valparaíso, 16/01/1927: 21.

18. ACBR.RCV, 1920, f. 213. En 1922 aparece Bronfman constituyendo sociedad con José V. Fabres para establecer una peletería con $100.000 de capital. En 1927 el capital aumenta a $250.000 aportando Bronfman $150.000. Ver ACBR.RCV, 1927, f. 684.

19. ACBR.RCV, 1923, f. 174. Horovitz tuvo anteriormente, en 1923, en sociedad con David Iarcho, un negocio de compra y venta de mercadería en general con un capital de $300.000, ubicado en la Avenida Brasil 734. Dos años antes aparecen ambos socios constituyendo una sociedad de compra y venta de joyas y relojes. Véase ACBR.RCV, 1921, f. 276.

20. ACBR.RCV, 1938, f. 323. Para dicho año la sociedad declaraba un capital de $420.400.

21. ACBR.RCV, 1952, f. 713v.

22. ACBR.RCV, 1942, f. 678.

23. ACBR.RCV, 1931, f. 275; ACBR.RCV 1943, f. 543.

24. ACBR.RCV,1920, f. 83v.

25. ACBR.RCV,1920, f. 468v.

26. ACBR.RCV, 1936 f.187.

27. ACBR.RCV, 1940, f. 77v.

28. Marjorie Agosin, nieta de Abraham Agosin, destacada escritora chilena radicada en los Estados Unidos de Norteamérica, escribió un cuento basado en sus experiencias infantiles junto a su abuelo en Quillota. Agosin, 2018.

29. Entrevista a RAS ( 27/10/2016) Aguilar et al, 2007: 241.

30. Entrevista a BNS (5/12/2017).

31. ACBR.RCV, 1920, f. 262.

32. ACBR.RCV, 1957, f. 973.

33. ACBR.RCV, 1917, f. 278.

34. ACBR.RCV, 1951, f.320.

35. Weinstein et al. (2016: 49–50). Otras mueblerías controladas por judíos fueron la «Fábrica de Muebles La Argentina» de Adolfo Gomberoff, instalada en la década de 1930 en la calle Simón Bolívar 439, la de José Roscinsky (Mueblería Temuco) en calle Independencia. Para la década de 1940 se agregan los dos locales de León Enlace, la Mueblería Schwartstein, de propiedad de Mauricio Schwartstein, ubicada en calle Victoria, y la Mueblería Universal que se instaló también en calle Victoria.

36. ACBR.RCV, 1920, f. 242.

37. ACBR.RCV, 1927, f.523; ACBR.RCV, 1930, f.179.

38. ACBR.RCV, 1954, f. 792v. Los participantes eran Adolfo Weinstein, Luis Glisser, Raúl Brercovich, Boris Priewer, Salomón Grossman, Celia Yurcovich, Boruch Zeldis y Jacobo Pux.