Ramis Darder, Francesc (2019), Mesopotamia y el Antiguo Testamento. Colección “El Mundo de la Biblia”. Estella, Verbo Divino. 238 pp.
ISBN 978-84-9073-490-2

José R. Ayaso

jayaso@ugr.es
Universidad de Granada

Francesc Ramis es profesor de Antiguo Testamento en el Centro de Estudios Teológicos de Mallorca, miembro del Área de Historia Antigua de la Universidad de las Islas Baleares, en la que viene impartiendo desde hace años la asignatura de Historia del Próximo Oriente, y director del Museo Bíblico de Mallorca (Museu Biblic del Seminari Conciliar de Sant Pere de Palma de Mallorca). Sus trabajos abarcan tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, destacando sus trabajos divulgativos, guías de lectura, materiales didácticos para el estudio de la Biblia, catequesis, etc.

El libro que aquí presentamos tiene como objetivo principal complementar dos obras sobre las relaciones entre la Biblia y las culturas del Próximo Oriente Antiguo y Egipto escritas por dos conocidos biblistas españoles.

El primero de ellos es Maximiliano García Cordero, autor de una obra que ya es un clásico: Biblia y legado del Antiguo Oriente (BAC, 390. Madrid, Editorial Católica, 1977), donde se ofrece una antología y comentario de los textos mesopotámicos y egipcios que nos ayudan a entender y contextualizar los textos bíblicos. El libro de García Cordero seguía la línea iniciada por el conocido ANET de James B. Pritchard (Ancient Near Eastern Texts Relating to the Old Testament. 1ª ed., Princeton, NJ, Princeton University Press 1950), obra de la se tradujo en España una selección de textos que llevó el título de La Sabiduría del Antiguo Oriente (Barcelona, Garriga, 1966).

El segundo de los autores es Joaquín González Echegaray, quien tuvo una larguísima y variada trayectoria profesional como biblista, teólogo, etnólogo, historiador y, sobre todo, arqueólogo, tanto en Palestina como en España, en concreto en Cantabria, su tierra natal, donde promovió importantes iniciativas para la difusión e investigación de la prehistoria y protohistoria cántabras.

La obra de González Echegaray a la que Ramis se refiere es El Creciente Fértil y la Biblia (Estella, Verbo Divino, 1991). Se trata de una obra de divulgación muy breve escrita por un gran especialista, lo que siempre es una garantía. En ella don Joaquín nos ofrece una panorámica sobre el medio geográfico, histórico y arqueológico en el que se desarrolla la Biblia, relacionando los períodos de la historia bíblica con los períodos arqueológicos que se utilizan en Historia de Oriente Antiguo. González Echegaray la definía por lo que no era: «ni una historia del POA, ni una geografía de Palestina, ni una arqueología de Tierra Santa, pero tiene de todo un poco». Una obra, en suma, muy útil a pesar de su brevedad, o quizás gracias a su brevedad, ya que solo alguien que conoce muy bien la historia y el registro material del Oriente Antiguo puede escribir una síntesis de este tipo.

El objetivo de Ramis, como he adelantado, es complementar estas dos obras: «ofrecer una panorámica de la historia mesopotámica, en la que se sumerge la historia de Israel», y a la vez esbozar «los grandes mojones del país del Eufrates para apreciar cómo los escribas bíblicos supieron recogerlo para cincelar la genuina identidad teológica del AT» (p. 14). La panorámica de la historia de Mesopotamia finaliza con la desaparición del imperio neobabilónico y la llegada de los persas con Ciro el Grande en la segunda mitad del siglo VI AEC. Como en otras obras suyas el autor ha adoptado una perspectiva pedagógica. Según sus palabras, la parte dedicada a la historia de Mesopotamia aparece con los trazos propios de un manual introductorio, mientras que la reflexión bíblica tiene los rasgos de un comentario (p.16).

La obra es esencialmente un manual de historia del Próximo Oriente Antiguo que se completa, al final de cada capítulo, con un comentario relativo a un pasaje, tema o género del Antiguo Testamento: la Creación, el jardín del Edén, Caín y Abel, Ur de los Caldeos, la cosmología bíblica, la relación de la legislación de Israel con los diferentes códigos orientales conocidos, Moisés y Sargón de Akad, etc., terminando con la problemática teológica de la caída de Jerusalén en los profetas mayores (Jeremías, Ezequiel e Isaías).

Historia y comentario bíblico son abordados de diferente manera, ya que el autor no se mueve en ambos campos con la misma soltura. Se nota que el autor no es historiador ni arqueólogo, por lo que las páginas dedicadas a la historia de Mesopotamia constituyen un relato bastante árido, excesivamente fáctico, centrado en lo político, poco o nada reflexivo. Especialmente difíciles de seguir son las páginas que dedica a la protohistoria de Mesopotamia, en el capítulo titulado, parafraseando el título de una conocida obra de Sabatino Moscati, «El alba de la civilización sumeria» (pp. 33 ss.). Según mi humilde opinión, este capítulo debería ser revisado en profundidad. Los detalles del registro arqueológico de cada cultura resultan repetitivos y necesitan estar apoyados en figuras e ilustraciones de los yacimientos, las tipologías cerámicas, etc., lo que no es el caso. Por otro lado, según mi opinión, el autor no profundiza lo suficiente en procesos históricos tan importantes como la revolución neolítica y la revolución urbana, conceptos que desarrolló el gran arqueólogo australiano V. Gordon Childe (1892-1957). Su libro Los orígenes de la civilización (publicado por primera vez en 1936) sigue siendo de obligada lectura para entender el nacimiento de la civilización, que tuvo en Mesopotamia una de sus cunas, no la única. Como anécdota diré que Gordon Childe aparece mencionado de pasada en los primeros capítulos como Childre (sic).

Se le nota más seguro y creativo en la sección exegética, en la que despliega un mayor arsenal argumentativo y que para el lector a la que va dirigida la obra será sin duda la más interesante. Abundan los juicios de valor. No es un comentario neutral, histórico o literario, sino teológico. El autor concluye la mayoría de los capítulos insistiendo en que la pretendida herencia mesopotámica de la Biblia hebrea ha sido reformada y mejorada por los escribas bíblicos.

En definitiva; el autor bíblico ha sugerido, desde el horizonte histórico de la Antigüedad, la evolución de la sociedad; pero, sugiriéndola, también ha subrayado que el Dios de Israel está al lado de las víctimas y protege en todo momento al ser humano (p. 54).

Aunque recojan legislación anclada en el acervo mesopotámico, como hemos señalado, los textos bíblicos adquieren un tono teológico propio. La legislación bíblica configura la identidad de Israel para delinearlo como el pueblo que refleja la gloria de Dios a fin de que las naciones, atraídas por el testimonio israelita, acudan a Jerusalén para adorar al Señor, el único Dios (p. 122).

Como es obvio, los redactores bíblicos no copiaron la tradición mesopotámica o hitita, sino que, imbuidos en la tradición oriental, hilvanaron la Escritura para presentar el mensaje salvador que Dios ofrece a Israel y las naciones. De ese modo, el pensamiento oriental vehiculaba, una vez más, la presentación teológica de la Escritura (p. 171).

Obviamente, el libro no carece de interés a pesar de las carencias que se aprecian. Creo que, a estas alturas de la investigación, debemos tener mucho cuidado y no recurrir a explicaciones simplistas para explicar las semejanzas que se observan entre los textos de los diferentes pueblos y culturas del Oriente antiguo. No se trató de copiar y retocar, sino que fue un proceso mucho más complejo en todos los sentidos: hay que abandonar, pues, la clásica imagen del árbol, herencia de los estudios del siglo XIX. Por otro lado, creo que ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir sobre la relación de los textos bíblicos y los del Próximo Oriente. Quizás ha llegado el momento de insistir en lo mucho de la cultura mesopotámica que no tiene paralelo en la Biblia: en cualquiera de las grandes bibliotecas mesopotámicas excavadas, los textos que se han resaltado por su paralelismo con el Antiguo Testamento constituyen un tanto por ciento muy pequeño del conjunto y, además, no eran los que gozaban de mayor consideración e interés frente a la astronomía, astrología, matemáticas, etc. Evidentemente el canon mesopotámico era diferente del canon bíblico. Jean Bottero afirmaba que, al acercarnos a la civilización mesopotámica con los ojos puestos en la Biblia, hemos distorsionado su verdadero carácter.