Manrique, David M. (2019) Dize la Muerte. Estudio y edición de la copia cuatrocentista de la Danza de la Muerte aljamiada (Ms. Parma 2666). Colección “Fuente Clara. Estudios de cultura sefardí”. Barcelona: Tirocinio, pp. 183. ISBN. 978-84-949990.

Lola Ferre

dferre@ugr.es
Universidad de Granada

La editorial Tirocinio presenta un nuevo volumen de su Colección Fuente Clara que está contribuyendo con publicaciones de calidad a incrementar el acceso y conocimiento de textos sefardíes de diversos géneros, desde la medicina a la novela.

En esta ocasión se trata de un texto singular al que me acerco con una enorme curiosidad y un primer interrogante que encuentro bien formulado por el propio autor, David M. Manrique, «¿Por qué razón un erudito judío del siglo XV muestra interés en una obra tan identificada con la cultura de la mayoría cristiana como lo es la Danza de la Muerte?» (p. 37).

Para responder a esta pregunta David M. Manrique establece una ruta de aproximación al texto, que comienza con un Estudio preliminar (pp. 13-110), dividido en tres partes que van de lo más general a lo más concreto.

Comienza con una contextualización en el género de la Danza de la Muerte, poniendo de manifiesto que se trata de un género popularizado en Europa y que se ha investigado bastante en relación a otras literaturas pero poco en la literatura castellana. Esta escasez de estudios en el ámbito de la literatura castellana añade interés y valor a esta publicación.

El texto castellano más antiguo es una Danza General de la Muerte, conservada en tres copias que se encuentran respectivamente en las bibliotecas de El Escorial (2ª mitad del s.XV), Sevilla (1520) y Parma (mitad del siglo XV), siendo esta última la versión aljamiada que constituye el objeto de este libro.

El autor expone interesantes teorías (de Émili Mâle y Robert Eisler) sobre la relación de este género con la cultura judía a través del yidish y árabe en la península Ibérica, apuntando a la relación lexicográfica de un término tan asociado al género como es ‘macabro’, a un posible origen en palabras hebrea (meqaber) o árabe (maqabir) (pp. 35-44). Con todo lo sugerentes y curiosas que resultan estas teorías, lo que he encontrado particularmente interesante es el análisis de tradiciones judías que entroncan con la Danza de la Muerte y sobre las que el autor señala «que no se les ha prestado suficiente atención o ninguna», y también que «podrían haber facilitado la recepción de la obra entre judíos, a pesar de que claramente el género está identificado con la cultura cristiana de la Baja Edad Media» (p. 97). Cabe preguntarse hasta qué punto esto refleja el fenómeno de conversos que, aunque judaízan, han interiorizado y hecho suya la cultura cristiana en la que han vivido durante generaciones.

Se aborda asimismo la figura de la Muerte, protagonista de esta obra, así como sus representaciones artísticas no sólo como pieza literaria y teatral, sino también en artes plásticas como la escultura o la pintura.

En la segunda parte (pp. 53-101), centrada en el análisis de la obra, David M. Manrique dedica la mayoría de los apartados al estudio literario de este poema compuesto en su estado actual de 65 estrofas, estudiando su estructura, su métrica, sus personajes, su nudo central, esto es, la personificación de la muerte. Desarrolla una comparación con las versiones de El Escorial y Sevilla que pone de manifiesto los cambios que el paso del tiempo, la adecuación al público o la voluntad del copista introduce en cada texto.

Es una parte muy interesante y, como la primera, muy bien argumentada que nos introduce en la obra con un buen conocimiento del género y de las peculiaridades de esta copia aljamiada. He de hacer una pequeña objeción a la identificación del fisigo (físico) como «evidente representante del filósofo medieval racionalista» (p.96) cuando es el médico, como queda claro en la estrofa 45, con su referencia a Avicena que en ese tiempo era mucho más apreciado y conocido por su Canon de medicina que por su obra como filósofo.

Concluye el Estudio preliminar con los Criterios de edición (pp. 102-109) y se llega así al propio texto de la Danza de la muerte (pp. 111-174).

El autor ofrece una edición diplomática del manuscrito Parma 2666 y su transcripción al castellano, presentándolos en columnas paralelas. Esta es una fórmula que siempre resulta útil cuando se trata de un texto bilingüe, y también funciona bien con un texto judeo-español, habida cuenta de que no hay un modelo de transcripción único que permita ver a través de la transcripción el texto en grafía hebrea.

Comienza el texto con las palabras de la muerte que advierte de que empieza «una esquiva dança de cual non podredes/ por cosa que sea ninguno escapar». La muerte se dirige a los poderosos, el rey, el emperador, además de muchas figuras relacionadas con la jerarquía religiosa y profesionales como el mercader, el jurista, el médico, el labrador, a los que va llamando a incorporarse a su danza. Hay un diálogo de la muerte con la mayoría de estos personajes y a través de ese diálogo afloran vicios, pasiones y ambiciones. Entre los numerosos personajes, solo hay una llamada a mujeres y no individualizada, sino a las donzellas. La estructura de la obra se presta perfectamente a la representación dramática como David M. Manrique ha apuntado en varias ocasiones a lo largo de su introducción.

Acompaña la edición un aparato de notas al pie con valiosa información. Por una parte, aclaración de términos castellanos que resulta difícil de entender para el lector actual; referencia a las variaciones respecto a las otras ediciones, la de El Escorial y Sevilla, que son fruto de un entorno completamente cristiano. Así, por ejemplo, el uso de ‘Dios’ en Parma, en lugar de ‘Cristo’ (verso 104) que aparecía en los textos de El Escorial y Sevilla. ‘Dios’, por otro lado, encierra a su vez una variación llamativa respecto a la literatura sefardí donde se usa ‘Dio’ frente a ‘Dios’. A estas se suman notas que ayudan a contextualizar la obra y a hacer los versos más comprensibles y cercanos.

A partir de aquí, y con la seguridad del rigor en la edición y la claridad que aporta el autor, queda a cada lector el placer de la lectura de una obra literaria tan peculiar.

En conclusión, nos encontramos ante una obra literaria singular, bien titulada como «Dize la muerte», que tiene mucho que aportar al conocimiento de la literatura hispánica y con un autor, David M. Manrique, que a fecha de la publicación estaba trabajando en su tesis doctoral y que demuestra en esta publicación que ya ha alcanzado un grado importante de madurez investigadora. Quiero felicitarle y animarle a que continúe con esta línea de recuperación del valioso patrimonio de la literatura sefardí.