Obadyah de Bertinoro, (2013) De Italia a Jerusalén. El viaje de rabí Obadyah de Bertinoro 1489. Intr. Abraham David, trad. José Ramón Magdalena, Granada: EUG, 128 pp. ISBN 978-84-338-5614-2.

Carmen Egea Jiménez | Danú Alberto Fabre Platas

cegea@ugr.es | fabre50@hotmail.com
Universidad de Granada | Universidad Veracruzana (México)

Después de leer con cuidado y placer la obra que ahora nos ocupa, nos queda una doble afirmación evidente: Estamos convencidos de que la literatura de viajes bien puede funcionar como excelente insumo para de-construir, desde los textos y sus correlatos, los procesos generados en esas microhistorias; y pensamos (o al menos esperamos como posible) que dichos procesos arrojan elementos de análisis para repensar las percepciones que de los lugares y viajeros se tenga.

Si deseáramos ser excesivamente puntuales, la obra se centraría en la traducción y análisis de escritos correspondientes al género literatura de viajes (libros, epístolas, crónicas y relatos). Pero, para ser académicamente justos, es necesario presumirla como una mágica evocación microhistórica de finos detalles que evocan ricos procesos que nos permiten dar luz a escenarios y contextos para pensar, no sólo el pasado, sino también el presente.

Si pensamos la obra de Obadyah de Bertinoro como relato, debemos entenderlo entonces como texto que contiene representaciones del mundo construidas por quien lo narra y compuestas por numerosos elementos, por signos. Los sistemas de signos permiten investir de una significación analógica las formas del mundo natural o humano; son sistemas de transcodificación que significan (que dan sentido a) una experiencia por medio de otra experiencia que le impone así su estructura, y que da vida a la presente obra.

En sí la literatura de viajes es un arduo ejercicio analítico y crítico en el que comparte interés la geografía desde tiempo atrás y otras ciencias sociales de manera reciente. De hecho, cuando se estudia el pensamiento geográfico o la evolución de esta ciencia tienen una consideración importante las aportaciones que, en la época medieval, realiza la geografía china y la del mundo árabe a través de los libros de viajes; destacando en este caso la proliferación de guías de viajes pensadas para los peregrinos que se dirigían a la Meca; en las cuales se hace una descripción del recorrido y de lugares santos.

Viajar es una práctica geográfica en tanto que supone un desplazamiento espacial, implicando una alteración de lo cotidiano y reconfiguración de identidades. Del viaje se narran aquellos aspectos que están de acuerdo con un imaginario previo y de él se rescatan aquellos elementos que están contenidos en ese imaginario o aquellos otros que la persona viajera no esperaba encontrarse y que igualmente y por eso le llaman la atención.

Los viajes «obligados» a la Meca, que los fieles debían realizar una vez en la vida, favorecían el contacto de los eruditos árabes de diferentes regiones, surgiendo así un foro de debate intelectual muy importante. Y es, a través del relato de dichos recorridos, que se nos van traduciendo tanto las circunstancias particulares como las variables accesorias, que nos permiten el análisis de un texto a componentes cuyo sentido no está articulado con un contexto histórico social, sino en el sistema de relaciones formales que se establecen entre sí.

Sabemos bien que el relato o testimonio, es un género narrativo oral, destinado a la reproducción literaria de las etapas existenciales de un individuo en el que se da cuenta de las transformaciones operadas sobre él tras la aceptación de un sistema de representaciones simbólico-religiosas del mundo. Estas narraciones están estructuradas a partir de líneas generales comunitariamente sancionadas que difícilmente dan pie a innovaciones o desviaciones literarias. Agregaríamos, además, que es un conjunto de elementos articulados, entre sí y como unidad-totalidad, que asumen funciones específicas.

A grandes rasgos y en esencia el viaje que realiza Obadyah desde Citta de Castello (Italia) a Jerusalén (Israel) transcurre entre el 29 de octubre de 1486 y el 25 de marzo de 1488, es decir aproximadamente unos 17 meses. En realidad, el viaje no debería haber sido tan largo, pero en Palermo, lugar desde el que el autor se dirigiría a Siracusa (sur de la isla de Sicilia) y de ahí a Beirut para llegar finalmente a Jerusalén (posiblemente un trayecto de algo más de un mes), una hospitalidad excesiva le hizo perder la embarcación que lo llevaría en esa dirección; de manera que precipitando la salida hizo uso de la primera oportunidad que se le presentó viajando, casi en sentido contrario, a Rodas en el este, para después viajar a Alejandría al sur, llegar a El Cairo, atravesar el Nilo y dirigirse a Jerusalén pasando antes por las ciudades de Al-Haniqah, Bilbais, Gaza, Hebrón y Belén.

Esta trayectoria, en parte inesperada, hace que el viaje en si tenga dos etapas una a través del Mediterráneo hasta Alejandría, complicada por las tormentas en alta mar; y otra realizada por tierra desde esta ciudad alejandrina hasta Jerusalén. A los cuatro meses, aproximadamente, de su llegada a Jerusalén es cuando Obadyah escribe esta primera carta a su padre, la cual ocupa aproximadamente la mitad del contenido del libro, siendo un importante documento si se tiene en cuenta que no todas las personas que viajan dejan testimonio escrito alguno. En la estructura del libro, la carta constituye la segunda parte del libro. La primera contiene las palabras de presentación de María José Cano, Abraham David y José Ramón Magdalena, el cual aporta una interesante biografía de Obadyah y el análisis de la carta, lo cual permite seguir de forma más productiva el contenido de la epístola.

Antes de hacer referencia a algunos temas contenidos, señalaremos que su viaje lo realiza en el contexto de la Era de los Grandes Descubrimientos (comienzos del siglo XV-comienzos del siglo XVII) y en un momento en el que hay una intensa actividad de peregrinaje desde Italia a Israel. Obadyah es un rabí de un importante carisma y compromiso social que viaja solo, y cuyo objetivo es eminentemente religioso, lo cual queda patente en lo que en diferentes momentos relata a su padre. Este sentimiento religioso es un eje temático en el relato de las ciudades por las que pasa al aludir en todas ellas a los judíos: situación socio-económica, su número (contado por propietarios de casas de judíos), sus costumbres como la celebración del sábado, los sistemas tributarios a que son sometidos, la sinagoga… que al describirlo de forma sistemática consigue, posiblemente sin pretenderlo, un relato comparativo.

Este interés por la población judía es por lo que, quizás, no haga referencia a otras ciudades como Salahiyyah y Alqatiyyah, próximas a Gaza. Esto no impide dar breves e interesantes pinceladas sobre la seguridad en los caminos, el clima, o las mismas ciudades: su carácter amurallado o no, actividad, diversidad cultural, dinamicidad, la seguridad que ofrece para los extranjeros, deteniéndose en este aspecto para contarle a su padre como en Alejandría se ve obligado a quedarse recluido en casa de un rabí, por problemas de seguridad, el tiempo que estuvo en esta ciudad.

Como ejemplo, detengámonos en la ciudad de El Cairo, a la que dedica un tiempo importante en comparación con otras ciudades por las que previamente ha discurrido y antes de llegar a Jerusalén. En relación a esta ciudad habla del hambre que ha pasado la población en relación con las dificultades de la cosecha de trigo, dependiente de las crecidas del rio Nilo; de su importancia comercial por proximidad al Mediterráneo y al Mar Rojo; de la diversidad de judíos: samaritanos, caraítas, rabanitas, de sus costumbres, deteniéndose en cada uno de ellos para referirse entre otros aspectos a su situación social y económica.

La epístola continúa relatando las características del mercado, los hábitos de compra y los productos que consumen o no; la situación de inestabilidad provocada por el cobro abusivo de impuestos, sus condiciones climáticas, la Sinagoga en el Viejo Cairo. Finalmente, en esta ciudad es advertido de la situación en que se encuentra Jerusalén, desanimándolo para que no continúe el viaje hasta allí.

Como es de esperar su pluma se vuelve más prolífica cuando llega a Jerusalén, cuyo relato se extiende desde la página 98 a la 118. Quizás como aspectos añadidos conviene agregar que no sólo cuenta lo que ve sino que se documenta para explicar lo que ocurre en el momento en el que visita la ciudad (Reino de Preste Juan); o parece informarse de algo en lo que estaba interesado en el momento de viajar como «la piedra de basamento donde estaba depositada el Arca»; documenta ubicaciones de interés como el Monte de los Olivos o donde estuvieron Sodoma y Gomorra y donde debía estar la estatua de sal de la mujer de Lot.

El texto en definitiva es un rico «viaje» -no esperado por el cambio de rumbo desde Palermo- que muestra a través de sus ojos, los ojos de Obadyah, de forma clara las ideas y la cultura de la época a la que pertenece; y desde esa mirada plantea multitud de temas por los que interesarse e investigar. La obra es un elemento altamente provocador a hurgar en estos campos analíticos ricamente historiografiados y un detonador de múltiples miradas que, seguramente, descubrirán rutas nuevas y viajes renovados a través de esta microhistoria.

Antes de cerrar estas líneas, nos parece imposible dejar de señalar que la obra no solo es valiosa por sí misma, tiene un valor agregado por ser uno de los resultados del Proyecto de Investigación La alteridad religiosa y étnica en los escritos de viajes: judíos, cristianos y musulmanes de Siria-Palestina (siglos XII-XVII), cuya investigadora principal es María José Cano y en el que intervienen estudiosos de la UGR, Universidad Hebrea de Jerusalén y la Universidad Abdel Malek Essaidi de Tetuán.