Corpus aegrotum. La
patología como principio literario en Nancy, de Bruno Lloret
Corpus
aegrotum. Pathology as a literary principle in Nancy by Bruno
Lloret
Mário Gomes
Universidad
de Concepción, mgomes@udec.cl
ORCID: 0000-0001-7751-8527
DOI: http://doi.org/10.30827/RL.v0i25.16306
Este artículo propone abordar Nancy, novela publicada en 2015 por el
escritor chileno Bruno Lloret, a partir de un enfoque basado en la teoría de
los medios y la materialidad de la literatura. A la vez, el presente estudio se
asume como trabajo experimental hacia una filología dialógica, en la que el
autor –en este caso Lloret– es invitado a comentar el artículo. En el centro de
las observaciones se encuentra el cáncer que afecta a Nancy, la narradora homo
e intradiegética de la novela. Su enfermedad se ve replicada
semiótica y materialmente en el libro, en la proliferación de elementos no
verbales en el cuerpo textual. Interpretando estos elementos como síntomas de
la enfermedad de la protagonista, la semiología filológica y la semiología
médica se convierten en dos claves complementarias para comprender cómo la
patología se vuelve principio literario.
Palabras clave: Bruno Lloret; Nancy;
enfermedad; materialidad; semiología.
ABSTRACT
This paper proposes a media-theory and literary-materiality-based
approach to Nancy, a novel published in 2015 by Chilean writer
Bruno Lloret. Moreover, this study is to be understood as an experiment towards
a dialogical philology, in which the author –in this case Lloret– is invited to
comment on the paper. At the core of the observations stands the cancer that
affects Nancy, the novel’s homo and intradiegetic narrator. Nancy’s illness is
replicated semiotically and materially in the book, through the proliferation
of non-verbal elements in the textual body. By interpreting verbal and
non-verbal elements as symptoms of the protagonist’s illness, philological
semiology and medical semiology become two complementary keys for understanding
how pathology becomes a literary principle.
Keywords: Bruno Lloret; Nancy; illness;
materiality; semiology.
De
haberse publicado algunas décadas antes, la
novela Nancy (2015), de Bruno
Lloret, hubiera servido a la perfección para ilustrar lo que, siguiendo la
tradición del círculo lingüístico de Praga y las ideas de Jan Mukařovský, se
apellidaría de “semantización total” (Doležel 17ss.). Para Mukařovský, todos
los elementos de una obra literaria, ya sean gráficos, acústicos o
–en términos más genéricos– materiales, son portadores de significado (cf.
Mukařovský 303ss.). De esta manera, una obra literaria no puede reducirse nunca
a una trama, ni a un sintagma, ni mucho menos a palabras, sino que debe ser
comprendida en su corporeidad material. Ejemplos para ilustrar esta tesis nunca
faltaron: la poesía concreta, los caligramas de Apollinaire o de Tablada, el Coup de Dés, de
Mallarmé, las carmina figurata barrocas
y medievales, las technopaignia
de la Grecia Antigua hasta llegar a los documentos literarios más antiguos de
que se tiene conocimiento: las tablas de piedra de la literatura mesopotámica
cuyo protagonista más famoso, el rey Gilgamesh, nunca tuvo otra preocupación que
no fuera ver su nombre y sus hazañas heroicas inscritas en piedra.
La reflexión sobre su
medialidad, sobre sus condiciones y limitaciones materiales, es el basso continuo que acompaña lo que
genéricamente se ha venido a llamar Literatura, a través de los siglos y de sus
diferentes formatos mediales, desde la piedra, pasando por el rollo de papiro,
el códice hasta las pantallas digitales. Todos estos formatos han determinado
en gran medida no sólo los contenidos literarios sino también han dado lugar a
diferentes nociones de autoría y de propiedad intelectual (cf. Bolter 77ss.,
Benhamou 15ss., Gainza 31ss.). Lo que es literatura es siempre un reflejo de
las condiciones tecnológicas que permiten su existencia. Como observa Friedrich
Kittler, el cambio de paradigma entre el sistema de notación (“Aufschreibesystem”) de 1800 al sistema del 1900 es una
respuesta a la irrupción de los medios tecnológicos/analógicos en la historia
de la humanidad. Aunque Kittler nunca haya formulado explícitamente un sistema
de notación del 2000, no es difícil reconstruir, a
partir de sus monografías y ensayos, este paradigma, el cual –poco
sorprendentemente– es pautado por el computador. Con el diseño del
microprocesador integrado, así lo ve Kittler, la historia de la escritura habría
llegado a su final.
En consecuencia, el último
acto histórico de escritura podría haber sido a finales de los años setenta
cuando un equipo de ingenieros de Intel, bajo la dirección del doctor Marcian
E. Hoff, cubrió algunas docenas de metros cuadrados de los pisos desocupados de
un garaje en Santa Clara con papel de dibujo, para trazar la arquitectura del
hardware de sus primeros microprocesadores integrados (Kittler, “Ningún
software” 246).
No hay que ir tan lejos como
Kittler y ver en un diseño de arquitectura de hardware el último acto de
escritura. Aun así, son innegables los cambios de paradigma que la llamada
revolución digital trae consigo. Aunque no necesariamente esta dicte la muerte del
códice, obliga a recontextualizar la literatura y sus medios (cf. Bolter,
Gainza). En este contexto de crecimiento de los medios digitales, la
materialidad de la literatura impresa parece ganar más preponderancia que
nunca. Cuidar los aspectos materiales de un libro en cuanto objeto, desde la
calidad del papel hasta el trabajo gráfico, equivale a aumentar su potencial de
presencia y con eso la intensidad de su recepción. Un libro en cuanto objeto,
como afirma Larissa Andrioli basándose en la noción de presencia de Hans Ulrich
Gumbrecht, es siempre el objeto de una recepción afectiva, siendo que esta
recepción es potenciada por la analogía que se establece entre libro y cuerpo
(cf. Andrioli 125). Si un “libro cicatrizado” coloca en sintonía los afectos de
quien lee con el objeto que tiene en manos (cf.
Andrioli 132), un libro que se presente al lector en estado de enfermedad
terminal tendrá, seguramente, un efecto aún más marcante. Plagar un libro de
metástasis, condenarlo a la enfermedad, es entonces potenciar su medialidad,
realzar su aspecto material. En este sentido, Nancy, de Bruno Lloret, es menos novela que cuerpo: metafórico y
material a la vez. Mientras la enfermedad de su protagonista va generando
metástasis en las páginas del libro, forma y fondo se esfuman y se confunden.
En esto, la enfermedad se vuelve señal de vida. La novela –o antes el libro– Nancy
tal como su protagonista Nancy, por más enfermo que esté, no muere.
Método
Para el abordaje a Nancy el
método que se propone, más allá de experimental y por ende riesgoso, ha de
entenderse como dialógico, en un sentido amplio. El método consiste en
establecer una retroalimentación entre comentario académico y comentario
segundo, invitándose para esto al autor, en este caso Bruno Lloret, a comentar
cada apartado del presente artículo. Al proceder de esta forma, no se pretende
de manera alguna establecer una soberanía del autor en cuanto autoridad
interpretativa máxima del texto; tampoco hay la intención de privilegiar
aspectos de producción estética o biográficos. El autor, para todos los efectos
–como se sabe desde que Roland Barthes firmó un ensayo declarando su muerte–,
sigue enterrado; el texto sigue siendo ese lugar de desubjetivación y el acto
de escritura la eliminación de cualquier punto de origen, como lo había
declarado Barthes (61). Sin embargo, aun tras haberse declarado muerto, el
fantasma de la autoría siempre ha seguido vivo y son conocidos los tormentos
provocados a un no menos famoso coterráneo de Barthes que insistía a menudo
sobre el hecho de que él mismo habría que considerarse nada más que el lugar de
la enunciación de un discurso que ahí se materializaría (cf. Foucault 7s.).
Esta imagen del autor en cuanto médium
es la que rige, en términos metodológicos, aquello a lo que este trabajo se
propone bajo condiciones de laboratorio: no tomar la figura del autor como
autoridad y romper ese lazo entre autoría y autoridad –cuya resistencia se debe
también a su cercanía etimológica–, sustituyendo la noción de autor por la
noción de médium, a semejanza de lo
que sugiere Foucault y tal como se conoce de las sesiones
hipnótico-espiritistas. En este propósito hay, sin embargo, un lado más técnico
que espiritista. El médium del
enunciado –vulgo “autor”– deberá tomarse no como figura biográfica, sino como
elemento material del aparataje –o antes del apparatus– literario. La
principal diferencia que distingue al autor de los demás elementos de este
aparataje, que incluye todas las condiciones tecnológicas, económicas y personales necesarias para la creación de una obra literaria
en formato libro, es que dialogar con el autor –siempre y cuando se encuentre
en el mundo de los vivos– suele ser más fácil que hablar con una máquina de
imprenta.
Con este método
se aplica a los estudios literarios algo que en los años 70 y 80 del siglo
pasado se vino a conocer como “apparatus theory”, nombre derivado de dos ensayos de Jean-Luc Baudry,
un odontólogo francés apasionado por el cine e integrante del círculo intelectual
de la revista Tel Quel.
En sus ensayos “Effets idéologiques produits par
l’appareil de base” y “Le dispositif”, Baudry
observa que el conjunto de condiciones técnicas y materiales que permiten la
proyección de una película en una sala de teatro oscura constituyen un sustrato
productor de significación indeleble del cine. La tecnología cinematográfica,
todo su aparataje, transporta una carga de significación tal que se sobrepone a
cualquier contenido imagético o simbólico que se llegue a proyectar sobre la
tela. El contenido fundamental del cine no son entonces las imágenes, sino sus
condiciones materiales, incluyendo todos los medios técnicos, financieros y
humanos, desde el guionista hasta al espectador, este último atrapado en lo que
Baudry llama el “dispositivo” del cine, en la oscuridad de una sala que replica
las mismas condiciones en las que Platón dispone a los sujetos en su caverna
(cf. Baudry, “Le dispositif” 56ss.). Marshall McLuhan
traduciría esta forma de interpretar los medios al slogan “The
medium is the message” (McLuhan 7ss.). De
eso precisamente trata la “apparatus theory”: de cuestionar el aparato, de abordarlo como
portador de significado. En este contexto, el autor es simplemente un elemento
del engranaje y su cuerpo se asume como canal de transmisión. El diálogo que se
pretende entablar entonces es, al menos conceptualmente, un diálogo con un
canal, más que con un emisor.
Metástasis textuales
Nancy es un libro enfermo. No en el sentido coloquial de enfermedad psíquica,
sino en el sentido estrictamente somático. El libro en cuanto cuerpo –en cuanto
cuerpo sin órganos, si uno pretende transponerlo al imaginario de Deleuze y
Guattari– es el que revela los primeros síntomas de una complicación que se
adivina seria. Para hacer este diagnóstico, no hace falta ser médico. Al abrir
el libro, al iniciar la lectura, cualquiera puede constatar que algo no está
como debería. En vez de palabras, uno se topa con cruces negras.
Fig.
1: Lloret 9
En un prefacio dedicado al
patólogo literario Victor Segalen, Jean Starobinski
habla de la existencia de ciertas normas del enunciado, según las cuales un
texto literario, como si de un cuerpo humano se tratara, se puede considerar
normal o patológico (cf. Starobinski 6ss.). Mientras en un cuerpo textual sano,
es decir normal, la linealidad diegética no suele verse interrumpida por
elementos no verbales, en Nancy, hay
una irrupción constante de lo no verbal en el enunciado, empezando por la
proliferación de las X. No es difícil establecer el lazo entre esta patología
patente en el cuerpo textual y el cáncer que se diagnostica a la protagonista.
Las metástasis y carcinomas del cuerpo de Nancy se reflejan en metástasis y
carcinomas semiótico-materiales en el papel. Esta constatación no deja lugar a
dudas en cuánto a la lectura: “El cáncer invad[e] el
cuerpo textual a través de los carcinomas, generando un crecimiento
descontrolado de significantes e interrupciones en la sintaxis y el orden del
discurso, en la dispositio” (Bornand 37).
Como observa Susan Sontag en Illness as Metaphor –traducido
al castellano algo groseramente como La
enfermedad y sus metáforas–, el cáncer es una enfermedad que se caracteriza
por su progreso invisible y cuyos síntomas solo se suelen notar cuando ya es
demasiado tarde. El cuerpo se presenta entonces como un contenedor opaco, cuyo
contenido patológico sólo es descifrable por un especialista (Sontag, Illness 12). Es lo que sucede en Nancy, cuando Nancy, la narradora intra y homodiegética que significativamente ve su nombre
duplicado en el título de la obra, consulta un médico para saber lo que está
sucediendo con su cuerpo. El diagnóstico es devastador. Para frenar el avance
del cáncer no queda mucho más que hacer que amputarle los pechos y extraerle el
útero. Ante tal diagnóstico, si dudas había con relación a las X que se
esparcen por las páginas del libro, estas se ven disipadas. Las metástasis en
el cuerpo de Nancy tienen su réplica sensible –o legible– en las metástasis de
las X que se esparcen por el libro, haciendo coincidir dos lecturas y dos
semióticas: la semiótica médica –la lectura del cuerpo– y la semiótica de los
signos –la lectura del doble del cuerpo, es decir del libro–. El cuerpo de
Nancy y el cuerpo de Nancy. Lo que
hace falta en ambos casos es saber descifrar los signos, algo que la
protagonista, en relación a su cuerpo, no logra.
Fig.
2: Lloret 23.
Fig.
3: Lloret 24.
A las lecturas fantasiosas que
Nancy hace de sus radiografías, el médico reacciona con impaciencia y muy poco
tacto. “¿Y qué quiere que le diga entonces, Nancy? Me contestó el médico, ajustándose
el anillo de matrimonio, mirando el reloj sobre la mesa. Si se las sabe por
libro mejor dejamos hasta acá la consulta” (Lloret 25). Lo que le falta al
médico en sentido del humor, le sobra en precisión cínica: es de libros que se
está hablando al hablar de cuerpos. Sin embargo, a quien no sepa leer la
escritura, a quien no esté en condiciones de descifrar los códigos del cuerpo y
del corpus, solo le queda la interpretación figurativa. Donde Nancy ve
ambigüedad y fantasmas, el médico ve síntomas de una enfermedad en estado
avanzado. Lo que se requiere para descifrar las imágenes –ya sea a nivel
diegético, en la interpretación de las radiografías, ya sea a nivel
metadiegético, en la lectura del libro–, son conocimientos de semiología en el
sentido amplio del término. Antes de ser instrumento filológico, hay que recordarlo,
la semiología fue disciplina médica. Es esta duplicidad que lleva al médico
Stephen L. Daniel a afirmar que el cuerpo de un paciente idealmente debería
leerse como si de un texto se tratara, una duplicidad de lectura que, a su vez,
se encuentra anclada en el pensamiento religioso:
According to common doctrine, there were two books in
God’s revelation – the book of scripture and the book of nature. Each could be
used to interpret the other, and it was believed that all of creation was an ordered
whole with things and events in the microcosm corresponding to elements in the
macrocosm (Daniel 197).
Como aclara Daniel, el
concepto del mundo en cuanto libro se seculariza en Occidente a lo largo de la
Edad Media y del Renacimiento a través de obras tales como El libro de la naturaleza de Konrad de Megenburg. En el primer
capítulo, Megenburg explica que “microcosmo” es el nombre griego atribuido al
ser humano que se entendería, entonces, como el mundo en punto pequeño
(Megenburg 1v). Microcosmo y macrocosmo, mundo y ser humano, se reflejan y se
comentan mutuamente. Leyendo al uno se lee también al otro. El proceso de
lectura es idéntico, independientemente de la forma en la que el mensaje se
transmite, es decir, independientemente de materialidad y código. Se realiza
así, de forma quizás oblicua, a contrapelo, lo que un filósofo francés llamado
Nancy considera la esencia del programa de la modernidad: escribir, no las
señales, ni las imágenes del cuerpo, sino el cuerpo mismo (cf. Nancy 12). El texto
escrito –o “ex-crito” como lo prefiere poner Jean-Luc
Nancy– es entonces este lugar de contacto con un cuerpo, más allá de un código,
más allá de la semiótica.
Comentario de Bruno Lloret
Las
condiciones de narratividad o nivel ‘cero’ de Nancy se establecen desde una voz que, en sus múltiples enunciados,
recuerda fragmentos de su vida ordenados de una manera, si no consideramos los
primeros capítulos, relativamente progresiva/lineal. La utilización de las X fue, inicialmente, una estrategia
para montar, unir, distintas frases y oraciones sin ejercer la responsabilidad
de alguna lógica detrás de la decisión de un punto aparte o un capítulo nuevo.
Si la voz que narra se encuentra agonizante, en un lugar de repaso de vida que
no puede ser tranquilo debido a que el cáncer mismo vino a sorprender a Nancy
junto a otras desgracias (como la muerte del marido alcohólico, y después de
esto, las consecuencias de esta muerte, tales como la soledad y el abandono),
la selección sobre “qué” narrar se puede asentar en una lógica antojadiza,
subjetiva, dada por lo que la afección y la morfina eligen como lo que hay que
contar. Pero como el cáncer no es una enfermedad definitiva y, aunque asociada
a la muerte, muchas veces este aparece o viene de una manera impredecible
(impredeciblemente rápido, impredeciblemente eterno), la situación de
enfermedad de Nancy se convierte en una situación de convivencia, de relato y
repaso de la vida junto a Isidora, la joven que cuida de ella y que es cuidada
por ella. Por lo mismo, la narración se extiende mucho más allá de lo que
podría ser un recuento de una sola tirada –algo así como la vida del monje
Zósimo en “Los hermanos Karamazov”– y se sostiene con base en las X como marcador de ruido blanco o
entrelugar de los enunciados. ¿Qué sucede “dentro” de las X? No lo sabemos o tenemos muy pocas pistas. Lo que Nancy decide
mencionar. Esto es un punto delicado, porque en general, cuando se establecen
conversaciones cercanas o en confianza con otras personas, uno suele obviar o
mencionar al paso ciertos espacios, nombres o recuerdos comunes al que habla y
al interlocutor. La idea era poder encontrar una relación de conversación en
donde pudiese darse un monólogo respetable (alguien que está muriendo merece
ser escuchado) con una testigo que siendo familiar no estuviese familiarizada
con la vida de Nancy (Isidora).
Eventualmente, el uso de las X como marcador de ruido blanco o
entrelugar terminó configurándose como un recurso que permitía sugerir una
lectura paranoica, es decir, llamar la atención sobre la manera en que la
lectura de ficción suele ser desde la transparencia del medio/formato/soporte.
Es desde la posibilidad de una lectura paranoica que la escritura misma de la
novela fue abriendo o sugiriendo posibles relaciones de solidaridad
semiótica/semántica, es decir, la disposición de las X y las palabras tanto en su nivel de ficción en el texto, como en
el nivel de paratextos, especialmente las citas de la Biblia. Así, por ejemplo,
hay claramente una “sugerida” relación entre las X no sólo como separador de oraciones, sino también como signo y
símbolo tanto en su unidad mínima como en su composición. La idea es que la
sugerencia es apertura a una lectura individual, por lo que enumerar las
posibilidades que sugiere la X me
parece una tarea penosa y poco importante.
La distinta
modulación/administración de las X a
lo largo del texto, especialmente al comienzo y al final, genera la impresión,
a su vez, de que claro, la voz/texto Nancy puede desaparecer en algún momento,
ser, digamos, metastaseada finalmente y apagarse, y
esta posibilidad se sugiere como una posibilidad terrible pero natural. Aunque
la voz no se evidencia como muriendo, sino como negándose a morir. Es
afirmación y no deseo de extinción. En este sentido, el recorrido aparentemente
circular de la historia misma permite un repaso también circular que nos deja
en la incertidumbre, o si bien se quiere, invita a interpretar, cuál es la
verdadera “progresión” de Nancy durante la novela. ¿Muere? ¿Qué sucede con el
cáncer? A cierto nivel, me parece que la novela trata de la descomposición de
las relaciones sociales de todo tipo, y que en la solidaridad Nancy-Isidora se
establece el único registro posible, que es lo que leemos, y que asimismo hay
una relación entre el cáncer de Nancy cuerpo, el cáncer en Nancy, y el cáncer como metáfora de la descomposición/desfuncionalización de las instituciones sociales que
forman, prometen e intentan ofrecer a Nancy un proyecto de vida. Es por esto
que el cáncer recorre el texto pero no determina nunca
el acontecer sino sólo sus condiciones de narratividad.
El cuerpo múltiple
En
su monografía The Body Multiple, Annemarie Mol
pretende alejarse de un entendimiento epistemológico del cuerpo humano hacia un
entendimiento que apellida de “ontológico”, que haga justicia a las variadas
formas de escenificación del cuerpo. Este cuerpo múltiple del que deriva el
título del trabajo de Mol se constituye a través de una duplicidad de códigos.
Por un lado, a través de las señales somáticas, es decir a través de lo
mensurable, lo analizable, lo observable; por otro lado, a través del discurso,
es decir a través de la narrativa del paciente acerca de su cuerpo y de su
dolencia, su percepción subjetiva. Mol no se limita a señalar esta
multiplicidad –o antes duplicidad– del cuerpo humano, sino que lo replica en la
presentación gráfica de su estudio. Así, el cuerpo de texto en The Body Multiple se desdobla en dos bloques: en la parte
superior de la página se lee la tesis de Mol en el sentido más estricto del
término, mientras en la parte inferior de cada página corre un comentario,
dividido en dos columnas, en el que se desarrollan ciertas ideas y nociones del
texto emplazado en la parte superior. El mismo libro entonces, o antes el
cuerpo del texto, recrea la dualidad del cuerpo humano. El abordaje de Mol –que
insiste en aspectos performativos de la enfermedad y de cómo esta se escenifica
(Mol 32ss.)– se asume así también como performático, proyectando la dualidad
del cuerpo humano al cuerpo del texto.
También el cuerpo de Nancy es
un cuerpo múltiple, no solo en el sentido en que lo plantea Mol, sino más
radicalmente aún. Si el cuerpo de la protagonista se constituye ante el
médico-lector por medios verbales y no-verbales, por narraciones y
radiografías, su contrapunto más material, el libro que lleva su nombre,
multiplica a su vez esta multiplicidad. Al corpus
textual intitulado Nancy hay que
leerlo como proyección material del cuerpo de la figura homónima y viceversa.
Macrocosmos y microcosmos, cuerpo y libro son dos planos de proyección que se
reflejan y retroalimentan. La enfermedad se va constituyendo ya sea a través de
la narración verbal, ya sea a través de la materialidad que presenta una
colección de síntomas que hacen visible la enfermedad de la protagonista. X
negras, radiografías, indicios no verbales que resultan, muy a menudo, más elocuentes
que lo que Nancy va relatando.
Esta forma de disolución de un
cuerpo humano en un objeto inanimado es un topos central de la novela. El
cuerpo de Nancy que se va mutilando y desintegrando a lo largo de la narración,
perdiendo pechos y útero, viendo su cuerpo a merced de un cáncer que le
“carcome los huesos” (Lloret 30), no es el único que sufre tal destino. De
hecho, Nancy se ve rodeada por varios otros cuerpos que se deshacen y se
disuelven en signos que se confunden entre lo indexical
y lo simbólico. Es lo que sucede con su hermano Pato que un día desaparece sin
dejar rastro. Cuando finalmente se halla lo que presuntamente serían sus restos
mortales, la única certidumbre que queda es que el cuerpo se ha disuelto,
“pulid[o] por el agua, desmenuza[do] en la corriente” (Lloret 136). Lo demás
son dudas: si la mano que se encuentra en el basural de San Fermín es realmente
la mano del hermano, no hay nadie que lo certifique. Más probable es que lo
único que queda de él sea su chaqueta de cuero, hallada “en la Playa Verde,
donde desemboca el río de mierda que baja desde San Fermín” (Lloret 132). Esa
chaqueta, “lo único que quedaba del Pato”, se vuelve la única “forma de
confirmar su desaparición de este mundo X
X X X
Su disolución X X
X X X
X X X”
(Lloret 136).
La
disolución del cuerpo es también el destino de Tim, un estadounidense que pide
a Nancy en matrimonio a los pocos minutos de conocerla. Nancy acepta y Tim muy
pronto se transforma en un marido alcohólico y ausente. Trabaja para una
empresa de pesca japonesa y pasa gran parte de su tiempo en alta mar. De no ser
tan significativamente absurda, su muerte hasta podría considerarse macabra: al
estadounidense lo traga una máquina procesadora de atún, triturándolo por
completo. La única forma de velarlo es concederle a la viuda un minuto junto a
las 2500 latas por las que el cuerpo quedó distribuido, imposible de
distinguirse del pescado. Esta dispersión del cuerpo de Tim por 2500 latas es
el contrapunto necesario al proyecto de incluir el cuerpo de Nancy entre dos
tapas de libro, replicado miles de veces en las tres ediciones que lleva Nancy hasta la fecha. No es por
casualidad que, en la inminencia de la muerte, Nancy sugiera precisamente esta
asociación:
Estaba tan cansada como ahora
que me muero, o quizás más
X X X X X
Ese cansancio que se agazapa detrás de tu nuca y
nunca más te abandona. Ese cansancio que llevó a
Tim a fundirse con decenas de atunes en alta mar y terminar dentro de una serie
de latas de conserva [...] (Lloret 90).
El cansancio que siente Nancy
es el mismo cansancio que había llevado a su marido a dejarse triturar. Un
cansancio de la existencia y de la integridad física. Un cansancio que equivale
a deseo de disolución, de diseminación, es decir de fragmentación sígnica.
Mientras Tim se funde con atunes, Nancy se funde con su narración, con el libro
que lleva puesto su nombre. Y como para certificar que cada copia del libro Nancy contiene un poquito del personaje
Nancy, en la página 124 de cada ejemplar se encuentra un recorte de una
fotografía a blanco y negro pintada a mano. Podría ser simplemente un guiño a La
nueva novela de Juan Luis
Martínez, pero es netamente más que eso: un certificado de materialidad. Un
pedazo de individualidad, un trocito de Nancy que la prensa –no la de atunes
sino la del libro– no logró desmenuzar y aplanar del todo.
Comentario de Bruno Lloret
Algo
de esto está de cierta manera comentado en el último párrafo de mi comentario
anterior. Es decir, la exhibición de vidas de individuos descompuestos por
instituciones sociales descompuestas. El deseo de disolución pasa por el deseo
de dejar de estar en un contexto insostenible. Me deseo disolver porque deseo
dejar de ser, reventar los límites. Es lo que hace a muchos personajes buscar
el consumo: el padre de Nancy consume metafísica, Tim alcohol, Isidora comida,
Pato cocaína, y así. Se dice que el alcoholismo, al estar prohibido el suicidio
en el cristianismo, es una forma de suicidio muy lenta. Algo de eso hay en el
alcoholismo tardío y el catolicismo étnico que explora Kerouac, luego de
practicar el budismo y tratar de abandonar todos los vicios. Emborracharse de
manera continua y luego ya caer a la máquina traga atunes es probablemente una
forma de suicidio no buscado, una forma de suicidio que sucede cuando sucede,
así de súbito, pero que se esperaba e incluso se desea. ¿Quién no ha conocido a
alguien que le desea la muerte a alguien por llevar un estilo de vida que
juzgamos insostenible? En cualquier funeral de alguien así se comenta, bajo,
que es mejor así, que hay alivio en esta muerte. Algo interesante de la muerte
de Tim y su repartida en 2500 latas es que es algo que Nancy imagina que le
dice el trabajador de la empresa que viene a notificarle su condición de viuda,
pero que en general, como estamos tan metidos en la lectura, lo vemos como si
hubiese sucedido. Hay una confianza tan total en lo que dice Nancy, o un
respeto tal por su testimonio como moribunda, que muchas veces se leen otras
cosas. La novela posee varias partes en donde hay pequeñas trampas y errores
que también llaman la atención sobre la confianza total que depositamos ante
esta serie de enunciados que pensamos como Nancy. Hasta ahora una persona nomás
ha encontrado errores: una vez una estudiante en un colegio me preguntó que
cómo el seguro de vida sabía que Tim estaba alcoholizado, si no quedaron
rastros de su cuerpo. Gran pregunta.
En
relación al
libro-cuerpo como procesador de micro y macrocosmos, podría decir que a lo
mejor pasa más por la construcción de una historia contenida en un cuerpo que
se resiste a morir más que un cuerpo que acepta su disolución (aunque esta
disolución vaya ocurriendo). Por otra parte, el conocimiento que Nancy tiene
sobre su cáncer es el mismo que nosotros tenemos, y está cruzado un poco por
ese respeto en no hablar tanto en detalle de qué está pasando verdaderamente.
Hay sustracción de órganos vitales, hay huesos carcomidos, y quizás también hay
bultos creciendo. Supongo que la elección del título, la manera en cómo el
no-texto solidariza con el texto, la relación entre cuerpo textual y cuerpo
como procesador de la voz de Nancy, es decir, Nancy y Nancy, como lo denominaste, genera esa idea de ser, más que
una novela, otra cosa. Quizás sea otra cosa. Quizás las novelas se están
transformando en textos diferentes a lo que fueron en el pasado. Sobre esto
último creo que, dentro del género, hay textos que poseen una cierta
con(s)ciencia de los mecanismos sobre los que se montaría cualquier novela.
Esto es viejo, y se podría decir, por ejemplo, ya de Las mil y una noches o del Decamerón,
es decir, dispositivos que montan historias de distinta manera –el primero como
relatos dentro de relatos enmarcados en una gran situación, que es el relatar
para no ser asesinada, el segundo como una competencia de personas que, ante el
aburrimiento y el aislamiento, en sana competencia, se relatan asuntos–. No
quiero aburrir con más ejemplos pero creo que en
Argentina y Chile tenemos algunos ejemplos también, como la novela eterna de
Macedonio Fernández, Umbral, de Juan
Emar, e incluso el ingenuo esquema de Rayuela
que separa entre capítulos imprescindibles y prescindibles. De los ejemplos
más próximos no puedo no mencionar el best-seller La casa de hojas de Danielewski,
quizás una despedida o un homenaje a todos los formatos, visuales y escritos,
que nos dio el siglo xx. Debe haber muchos más, estoy
seguro. Mi punto es que probablemente nuestra relación con lo visual y lo
escrito se ha reconfigurado y se está reconfigurando de manera muy acelerada
gracias a la cultura digital, y esto probablemente ha afectado o influido en la
manera en que se escribe narrativa hoy en día. ¿Se debiese ser más seductor
entonces, o mantener una férrea convicción castigadora y proponer/educar a una
lectura atenta, pese a todo, aunque la gente lea menos? Creo que ambas opciones
son estrechas y son polos extremos. No creo que se debiese acudir a un purismo
de la letra sobre la imagen, sobre todo porque vivimos en tiempos en donde lo
digital permite maniobras que hace cien años hubiesen despertado los más
profundos dolores de cabeza a la gente que trabajaba en talleres de imprenta y tipografía.
Yo en lo personal disfruto cada vez más con lo visual y con lo escrito de
maneras juntas y separadas. Vuelvo siempre a disciplinarme y seguir leyendo,
porque en el texto sin imágenes hay otras posibilidades visuales que se abren.
Últimamente estudio Talmud y sólo con ver una página, sin necesariamente entrar
a leer y a ver qué están discutiendo estos viejos, sabes ya si hay más leyes (halakhá)
o más anécdotas (agadá). Entre las palabras se forman vacíos blancos que
a veces salen y aparecen. Tendrá que ver con una facultad de la vista que nos
pone en la situación de buscar formas comprensibles.
Por último, tengo que
mencionar que Nancy fue concebida,
escrita y editada en pantallas, en digital, y que de hecho la impresión del
libro es parte de un proceso de llevado al papel que es posterior y, diría,
incluso ofrece un resultado final diferente al buscado. En la primera edición,
de hecho, el compaginado falló en un renglón y la novela estaba “descuadrada”,
cortada un poco antes y un poco después, como cuando en los diarios las
caricaturas salen ligeramente desdobladas por el desajuste de las tintas. Para
mí Nancy en digital tendría que tener un formato hacia abajo, como un rollo
infinito, en donde se pudiese extender o disminuir la longitud del corte de
visión (eje Y). Se podrían ver quizás otras formas de “cruceo”
(diseño con las X).
Otro asunto, y con esto
contesto a lo del certificado de presencia, es que hay algunas Nancy que tienen la imagen en blanco y
negro, y salir a colorearlas con plumones fue una manera de salir del paso y
aprovechar esas novelas. Mal que mal el mercado del libro en Chile sigue siendo
precario, y para las editoriales, ciertas editoriales, cada libro cuenta para
ser vendido.
Culpa
Nancy no es tan solo un libro literal o antes
semióticamente enfermo, sino que lo es de manera ejemplar. En Nancy, la historia cultural de las enfermedades y de sus metaforizaciones en la literatura, tal como la traza Susan
Sontag en Illness as Metaphor,
se sigue por pauta. Según Sontag, la tuberculosis y el cáncer son las
enfermedades paradigmáticas de dos épocas distintas. Mientras la tuberculosis
es la enfermedad por excelencia del Romanticismo, estatuto que mantiene hasta
el descubrimiento de una cura en los años 1950, el cáncer y –como Sontag lo
rectificará en AIDS and its Metaphors– el SIDA serían
las enfermedades paradigmáticas de la segunda mitad del siglo xx. Aunque posean similitudes
estructurales y sean comparables en cuanto a ciertas asociaciones que evocan,
las imágenes asociadas más frecuentemente a cada una de estas enfermedades son
diametralmente opuestas. Mientras la tuberculosis es vista como la consecuencia
de un exceso de pasión y, por lo tanto, como una enfermedad que potencia la
sensualidad, el cáncer remite siempre a una insuficiencia (cf. Sontag, Illness 20ss.). Al contrario de la tuberculosis, no
hay sublimación posible en el cáncer. Aquí, la enfermedad refleja la
incapacidad del paciente para expresar sus sentimientos y se ve como
consecuencia de un bloqueo emocional. Desde este punto de vista, el cáncer
sería necesariamente autoinfligido. La cuestión de la culpa se hace
indisociable de la enfermedad.
Para Sontag, cuyo padre había
muerto de tuberculosis cuando ella era niña y quien enfrentaría un cáncer de
mama a mediados de los años 70, viniendo a fallecer en el 2004 a raíz de otro
cáncer, la enfermedad siempre significó una durísima confrontación con la
realidad. Emplearla como metáfora equivaldría a restarle su poder real. Solo
quien no la haya sentido en su propio cuerpo, puede hacer de la enfermedad un
tropo. Es lo que sucede con la misma Susan Sontag, que antes de su enfermedad
no tenía mayores problemas con su utilización metafórica. En una declaración
que desató alguna polémica a fines de los años 60, Sontag afirmó que la raza
blanca era el “cáncer de la Historia de la Humanidad”, responsable por la
destrucción del equilibrio ecológico del planeta (Sontag, “What’s
happening” 57s.). Una metáfora como esta no deja espacio para ambigüedades. Los
lazos simbólicos que la constituyen son difíciles de romper.
Nancy responde al esquema de
somatización anclado en el imaginario popular que Susan Sontag traza en su
monografía. En el entorno de la protagonista, causas comúnmente asociadas al
cáncer no faltan, partiendo del odio de la madre por sus hijos que, según ella,
solo traen “desgracias a la casa y gastos innecesarios” (Lloret 31). El cuerpo
de Nancy no hace más que realizar las órdenes dadas por la madre: consumirse.
Cuando naciste pensé
que estabai muerta, y ojalá te hubierai
muerto. Ojalá el doctor se hubiese ensañado con tu cogote cabra culiá. Ojalá hubierai nacío muerta muerta muerta. Me cagaste las
caderas. Ni el Pato salió tan feo y grande, pendeja culiá (Lloret 36).
Como si esto no bastara para
alimentar un cáncer, se le suma el ambiente religioso, una cierta latencia
bíblica que envuelve a Nancy y que se refleja en los epígrafes que preceden los
diferentes capítulos, todos ellos de carácter religioso, la mayoría citas de
las escrituras. La sensación de culpa alimentada por su propia madre, sumada a
una moral religiosa omnipresente son suficientes para que cualquier cuerpo
desee disolverse. Por supuesto, la fornicación, mencionada en un epígrafe del
Libro de Oseas (Lloret 17), tiene su cuota en el peso de conciencia. La única
vez que “papa santo” se enfada con su hija, es precisamente a razón de su vida
sexual: “Tu hermano está muerto, y tú resultaste ser una puta X Ándate. Ya
no tengo hijos” (Lloret 69). No es casual, por lo tanto, que el primer síntoma
de la enfermedad sea el sangrado anormal después de cada acto sexual (Lloret
53). De todas formas, el enfado del padre es pasajero, y no transcurre
demasiado tiempo hasta que hacen las paces. Completamente diferente es la
relación con la madre que no tolera una segunda figura femenina en su misma
casa, más aún cuando esta es responsable por el deterioro de su figura física,
en particular de sus caderas que ya habían sufrido con el nacimiento de Nancy.
Esta competencia entre madre e hija se hace patente cuando Nancy, temporalmente
expulsada de casa por su padre, va a pasar unos días a la casa en que su madre
convive con un minero llamado Manuel. En esta visita, las razones del odio de
la madre por su hija quedan más evidentes que nunca. Lo que la madre envidia es
el cuerpo de la hija:
Cuatro días después llegó
Manuel de su turno en la mina. Era un tipo bajo, con una guata moldeada con
cerveza y pan amasado X Me miró las
piernas con deseo, luego miró a mi mamá, y para hacerse el desentendido
aclaró: Esta niñita no va a vivir con nosotros (Lloret 70).
No hay castidad ni
religiosidad que le valgan a Nancy ante el deseo de Manuel:
A los cuatro días de estar
viviendo con mamá mala me di cuenta que Manuel me
deseaba tanto que de no virar pronto iba a quedar la cagada X Me daba pena porque yo no hacía nada,
todo lo contrario: a pesar del calor me tapaba entera, salvo las manos y del
cuello hacia arriba X X Leía la Biblia y trabajaba el doble que cuando vivíamos
todos juntos en Ch X (Lloret 75).
A Nancy no le basta con
taparse el cuerpo y munirse de las escrituras. La única posibilidad que le
queda para no hacerle competencia a su madre es deshacerse de su cuerpo. De eso
se hace cargo el cáncer que obliga a amputarle los senos y a extraer el útero,
desexualizándola de una vez por todas.
Comentario de Bruno Lloret
Las
citas de la Biblia, o extractos, fueron maneras de jugar y echar suertes.
Muchos capítulos los hice en base a las citas, y las citas las saqué al azar.
Pero otros son al revés, otros capítulos los escribí y luego busqué las citas
correspondientes. Inicialmente era un chiste, una manera de mostrar que todo lo
que queramos encontrar en libros como la Biblia lo podemos encontrar. Estoy
estudiando un poco esto ahora, y lo llamo “identidades proyectivas”. Esto
explicaría, por ejemplo, que la Biblia haya sido el manual de conquista,
exterminio y loteo de los asentamientos ilegales europeos en América del Norte
desde la moral del peregrino, dando uso libre a lo que Dios dispone para los
humanos en Génesis 1:28–30, y que a la vez haya sido el texto de consuelo de
los esclavos traídos a América. La Biblia fue probablemente el único texto o
mito al que pudieron haber sido expuestos luego de perseguida y borrada la
memoria de los esclavos. Un texto, entonces, que se ofrece como directriz o
pedestal para los peregrinos, como mito de salvación comunitario a los
afrodescendientes que se ven en el pueblo de Israel bajo dominación egipcia.
Peregrinos que escapan de los egipcios de Europa a su nueva Tierra prometida +
jardín del Edén + Arcadia, esclavos que sueñan con escapar de los egipcios que
escaparon de otros egipcios. Mi punto es que la Biblia ofrece roles
intercambiables, y por eso es tan utilizada, y por eso es tan peligrosa. En
cierto momento todos pueden ser egipcios, todos pueden ser israelitas, todos
pueden ser ptolemeos, todos pueden ser Roma.
Sin ánimos de “defender” al
padre de Nancy, lo que a él le molesta y en lo que hace hincapié es en que
Nancy se expuso a la opinión pública, es una mujer pública. En la medida en que
le deja de importar el resto, y se entrega a esta depresión endógena que está
conectada, además, con su propio padre y la salitrera abandonada, el padre de
Nancy deja de tratar de controlar su vida y la de su hija, y aunque le deja de
importar todo, entre ese todo también le deja de importar lo que tal o cual
vecino opine de ellos. Tiene que ver con una obsesión de él por ser un pastor
oculto, como dice Nancy al comienzo, es decir, una especie de parafilia
evangélica que inventé al caso, que vendría a ser una exageración: si todos son
pecadores, y yo relacionándome con el Evangelio, quiero o pretendo ser el más
justo de la ciudad, tampoco necesito relacionarme con ninguna comunidad. Pero
esto es problemático, porque la comunidad es parte del mensaje de cualquier
Evangelio. El padre de Nancy entonces tiene un problema, porque quiere ser un
exégeta solitario y la ciudad se abandona a pastores que él encuentra simples,
burdos, ambiciosos, terrenales. Pero tampoco es que, en su labor de exégeta
oculto, el padre de Nancy se vuelca a su familia. Es el último y perfecto tonto
protestante: trabaja en números para un retail,
aprende para sí mismo historias y fábulas espirituales y toma jugo en polvo
mientras todo lo que es central, es decir, la recompensa en esta tierra, es
decir, hogar, riquezas y notoriedad pública, le son negados.
El problema de Nancy es,
básicamente, que pese a ser una voluntad, y pese a tener una relación muy
proactiva con su vida, es enfrentada una y otra vez a un mundo que la sitúa, la
sitia, la encasilla en distintas funciones. En la cárcel de estas funciones Nancy
es un ser vaciado. Nadie la trata o la aborda como un ser sintiente salvo
Isidora. Eso aporta un tono de refugio o relajo al narrar asuntos tan terribles
que supongo que generan un efecto de que todo es llevadero sin terminar
haciendo propaganda reaccionaria. Hay entonces una culpa permanente sobre la
que no hay posibilidad de reflexión, análisis, observación y absolución. Tiene
que ver con los testimonios de ciertos colonos de Colonia Dignidad: el castigo
para Paul Schaeffer pasaba por un régimen de corrección sin retroalimentación
posterior, es decir, se castigaba sin informar por qué se castigaba. Esto te
lleva a adquirir una mentalidad paranoica y temerosa, a observar todo lo que
haces sin saber bien qué estás observando, qué distinciones hacer. Pero Nancy
tiene espacios abiertos, no vive en una colonia en territorio indígena
usurpado, sino en espacios abiertos, y en esos espacios ella busca. En este
sentido concuerdo contigo: hay una injusta inmolación o autoinmolación
provocada por un mundo que es una red de interacciones que (1)
multifuncionalizan y vacían a Nancy, (2) le niegan cualquier posibilidad de
resolución y crecimiento en términos cristianos. Pero el cáncer es
impredecible, y no siempre es explicable. Eso es interesante también, es una ruleta.
La muerte encapsulada
En
el mundo de Nancy, el cáncer no es la
única enfermedad. Se le suma una gripe porcina que deja a toda una región en
estado de calamidad y despierta en la protagonista asociaciones con las plagas
bíblicas en el Antiguo Egipto. “Pensé en las diez plagas que Dios mandó a los
egipcios, en la película Los diez mandamientos, y luego en otra de
dibujos que vi cuando chica” (Lloret 64). Hay, por lo tanto, dos categorías de
enfermedades que se pueden distinguir y que permiten, ambas, una lectura en
clave ética en cuanto castigos: el castigo individual y el castigo aplicado a
una sociedad. Mientras el cáncer individualiza, la epidemia de gripe –aunque en
este caso no mate a humanos, sino a cerdos– esfuma a la culpa en la sociedad.
El cáncer, también lo observa Sontag, afecta al individuo, mientras la gripe
–como es común en las enfermedades epidémicas– afecta a la sociedad (cf.
Sontag, Illness 58). En última instancia, el
cáncer anonimiza. Tanto es así que no hay cómo relacionar la epidemia con el
individuo que sufre las consecuencias, esté o no infectado con el virus. La
gripe infecta al tejido social. Que el tío de Nancy, Aarón, que vive en las
inmediaciones del lugar en el que se da el surto, se pueda ver afectado por la
epidemia es algo que a Nancy ni siquiera se le ocurre:
Un día uno de los chanchos se
enfermó. La extraña gripe se expandió, mutando incontrolablemente, y en menos
de dos semanas más de 1.500 personas, entre ellas mi tío, se quedaron sin
trabajo X 12.000 chanchos tuvieron
que ser sacrificados X Esto lo vimos
en la tele durante tres semanas, y por alguna razón nunca pensé en tío Aarón
cuando en la pantalla aparecían reporteros con máscaras de fumigación,
trabajadores haciendo barricadas con basura y peñascos o al Ejército
desalojando la zona [...] (Lloret 63s.).
Si la gripe
porcina y sus consecuencias, ya de sí, resultan difíciles de aprehender, su
mediación a través de la TV potencia el carácter abstracto de la enfermedad. La
forma como se percibe la gripe –mediada por la televisión– se contrapone a la
inmediatez del cáncer instalado en el mismo cuerpo de quien narra los hechos.
El cuerpo al que la epidemia más afecta, es el cuerpo social. La crisis que
desencadena es una crisis sanitaria y por ende política. A una crisis de esta
naturaleza se responde con la movilización del ejército, con el despliegue de
aparataje militar. Se envían ministros de estado al lugar de los hechos. El
resumen de los acontecimientos tal como los relata el tío de Nancy es
elucidatorio:
Los chanchos
enfermos primero, luego muertos X La
furia inicial de la gente, las protestas, la violencia en las calles X Luego la llegada de una ministra de
estado y las fuerzas especiales X
Ante la negativa de la gente de C de enviar representantes, de entrevistarse
con la ministra, la maldición de la ministra: Nunca más nos acordaremos de
ustedes en la capital, dijo mi tío que había dicho ella [...] (Lloret 67).
El norte chileno
que sirve de escenario a la novela es una región condenada al abandono, una
periferia olvidada por la política, donde imperan las industrias contaminantes,
un ejemplo acabado de lo que suele denominarse una “zona de sacrificio”: “Al
norte nubes negras X X
X Al sur nubes negras X X X X X Las dos plantas a carbón
funcionando perfectas X X X X X” (Lloret 134). Entre medio el humo y el aire
pestilente de los cerdos quemados que hace vomitar a todos cuantos pasan cerca
del lugar. El paño de fondo en el que se desarrolla la acción de Nancy es, como mínimo, insalubre. Que en
un ambiente así surjan cadáveres de jóvenes muertas sin razón aparente es
tomado como si de una consecuencia natural se tratara:
Me contó que habían
estado apareciendo cuerpos de mujeres en la playa. Algunos devueltos por las
olas, otros simplemente enterrados hasta el cuello, en la arena, con la cabeza
azul al aire libre X Sólo esta
semana habían aparecido cinco X Lo
mejor es que te quedes en la casa, Nancy. Eres muy linda, y no sabemos quién
puede haber sido X La gente está
cagada de susto. Tanto así que los gitanos tuvieron que irse, por miedo a que
les echaran la culpa (Lloret 42).
Al parecer, la
comunidad gitana tiene conciencia histórica. Sabe que, como en cualquier
epidemia, lo primero que se hará será buscar un chivo expiatorio (cf. Sontag, Illness 71). Si las plagas de la Europa medieval
solían tener consecuencias nefastas para los judíos, masacrados en innúmeras
ocasiones, se adivina que en Nancy la
respuesta a la misteriosa muerte de las jóvenes podría ser la misma, culpándose
a la minoría más a la mano. Lo que les vale a los gitanos en este caso es que,
tal como las epidemias suelen esfumarse en la amnesia colectiva (cf. Sontag, Illness 71), a las mujeres muertas les pasa lo mismo
que a los chanchos muertos: caen en el olvido, se esfuman en el ambiente y eso
equivale a decir en el texto que, de esta forma, se transforma en un
interminable campo de tumbas. El episodio en que Nancy narra cómo encuentra la
tumba de su hermano es revelador al respecto:
Por ahí algunos
perros dormían, pegados contra una de las paredes X X Luego aparecían las cruces, todas las
cruces X X X X X X X Y al fondo maquinaria
oxidada X X
Fósiles del futuro X X
X X X
X X X
X X X
X Sobre la cruz de mi abuelo el hoyo seguía
tapado X X
Al lado había una cruz nueva, de madera joven X X X (Lloret
131).
El campo de
cruces se presta a una doble lectura: no solo se trata del cementerio –a nivel
diegético–, sino del texto mismo –a nivel gráfico/material–. Las cruces y las
X, metástasis semióticas, se funden y confunden. Se recodifican, se multiplican
sus connotaciones. Sin embargo, en medio de tantos augurios de muerte, la
muerte de Nancy queda en suspenso. En vez de concluirse con su deceso, la
narración termina donde empezó. El final replica el inicio. Nancy no muere. Su cáncer terminal queda
suspendido en un bucle infinito. Vive en loop, encapsulada en un libro, un
cuerpo enfermo dentro de otro cuerpo enfermo, síntesis de vida y muerte.
Fig.
4: Lloret 144.
Como observa
Friedrich Kittler (Grammophon
12), la primera representación pictórica de la prensa de Gutenberg de la que se
tiene conocimiento está hecha al estilo de una danza macabra. Si lo que hace un
medio es almacenar la muerte, lo que se imprime en el papel de Nancy es esta síntesis de muerte y
transcendencia. El cuerpo del texto y el cuerpo de Nancy sugieren esa
coexistencia de vida y de muerte encapsulada en un libro eternamente enfermo.
En una lectura extrema, antropomorfizando el libro al máximo y siguiendo una
lectura-cliché señalada por Sontag (Illness
53s.), se podría decir que el libro se enferma por carencia afectiva; porque no
se le ofrece la debida atención. Nancy no lee. Mientras las páginas en que se
materializa su narración se cargan de síntomas de enfermedad, Nancy escucha la
radio o ve la televisión. De todas formas, por más enfermo que esté –esa sería
la lectura optimista que se puede proyectar sobre el texto–, el libro vivirá
eternamente entre vida y muerte. La síntesis de ambos se manifiesta en cuanto
enfermedad.
Fig.
5: Mathias Huss, La grant danse macabre, Lyon, 1499.
Cortesía
de Princeton University Library.
Comentario de Bruno Lloret
Las
plagas son siempre un misterio, porque lo que hemos concebido como “Naturaleza”
no es, en su acepción positivista y post-positivista, una máquina perfecta, una
armonía que podemos entender y, eventualmente, predecir. Esta noción se esconde
detrás de muchas opiniones que buscan proteger a la naturaleza y promover una
consciencia que busca “entenderla”. La naturaleza no es absolutamente
entendible, y pretender eso es pretender que la naturaleza es como una máquina.
Hace poco vi un contenido en YouTube que mostraba cómo la reinserción de
ciertos lobos en un parque nacional en Canadá transformó drásticamente el
parque nacional. Menos herbívoros = más árboles en ciertas zonas = la corriente
del río se reajustó = creció el nivel del lago = aumentó la biodiversidad del
lago = aumentó la cantidad de neblina = crecieron nuevas plantas, y así. Lo que
se consideraba un agresor, un depredador, terminó siendo crucial para un cierto
“equilibrio” que nosotros los humanos, con nuestra moralización y mecanización
de “Naturaleza”, habíamos interpretado mal. Pero la trampa sería pensar que
ahora sí, que luego del experimento de los lobos hemos aprendido cómo funciona
el “equilibrio”. Habría que hablar con biólogos o gente que estudia ambientes
cerrados, abiertos, semi-abiertos, etcétera, y ver
qué se ha discutido al respecto en los últimos años.
Este misterio también está en
la Biblia: las tres primeras plagas en Egipto afectaron por igual a los
israelitas y a los egipcios. Dios, en este sentido, independiente de las
interpretaciones de esto, se puede decir que procede de manera misteriosa, y ese
misterio nos parece a veces cruel o injusto. Yeshayahu
Leibowitz, en relación a la religiosidad judía,
plantea que las comunidades judías han incorporado o desarrollado una idea muy
infantil de cumplir mandamientos, una idea basada en la recompensa. Esto se ve
también en la cientifización de algunas explicaciones, como que el cerdo hacía
mal antes por ciertas enfermedades, y que Dios, tan al tanto de sus propias
mecánicas, prevenía a sus seguidores más cercanos. Pero cualquiera de estas
visiones, dice Leibowitz, otorga una sobreinterpretación a ciertos hechos –hay
que cumplir los preceptos, y por ende también estudiar cómo cumplir estos
preceptos–, y esta sobreinterpretación es peligrosa, por cuanto esconde un
ansia de entender a Dios. El ansia de entender a Dios lleva al ansia de
acelerar el mesianismo. Y cualquier mesianismo efectivo es, a mi gusto,
idolatría.
Tomemos esta idea, y vamos a
ver que en las comunidades evangélicas no es diferente. Cualquier uso de una
profecía o una línea del Evangelio para confirmar es un acto de poder que va a
redundar en el crecimiento del patrimonio del pastor o la comunidad. El uso de
las profecías a nivel público es un acto de chantaje, es un acto violento, y
debería ser castigado con la ley pública, la ley Estatal. El problema es que la
persecución estatal también está contenida en el Evangelio, y se refuerza así
una retórica sacrificial en donde ya nos queda claro quiénes serían Cristo o
los israelitas y quiénes el Sanedrín o el Faraón. De esto se ha aprovechado,
por ejemplo, el ministro Louis Farrakhan en Estados
Unidos para desviar la potencia revolucionaria que provoca el racismo
estructural norteamericano a una estafa piramidal o congregación llamada Nation of Islam. Entonces tenemos
un problema público grande, que es la no comprensión de que el espacio público
debe ser profundamente revisado y entendido como un lugar de lucha, de
intercambio de posiciones, y de garantías. Lamentablemente no se puede ni debe
garantizar nada a grupos que establecen nociones de identidad basadas en una
imposición total de su visión y comprensión, porque eso no sería integrar o
tolerar a minorías religiosas, sino que permitir que tal o cual pastor se
convierta en el rey de este mundo.
Nancy no lee porque es difícil
leer. Quién quiere leer si no te enseñaron u obligaron a leer. Cómo va a querer
leer, por ejemplo, la Biblia, si su padre está todo el día en eso. Además,
tampoco la dejan leer mucho. Y, de todas maneras, si leyera la Biblia, sería en
tono memorizar para repetir luego, en la calle, en la plaza, lo que sea.
Adquirir una batería de citas, signos y profecías con las que pasearse. Nancy
no lee, pero sí puede conversar, cuando tiene la confianza, con alguien que
está interesado en las cosas que le pasaron. Porque Nancy sin buscarlo accedió
a la profecía, vio un ser de otro mundo, se enfrentó a la muerte más de una
vez. Quizás de eso se trata la lectura de Nancy,
y de todas maneras su relectura fragmentaria.
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Date
of reception: 26/10/2020
Date
of acceptance: 19/01/2021
Citation: Gomes, Mário. “Corpus
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Funding data: The publication of this article
has not received any public or private finance.
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