Los poemas del pie-boca. Retórica de la
discapacidad en la poesía de Gabriela Brimmer
The
Poems of the Foot-Mouth. Political Rhetoric of Disability in Gabriela Brimmer’s
Poetry
Carlos Ayram
Pontificia Universidad Católica
de Chile/ANID, cjayram@uc.cl
ORCID: 0000-0002-6043-0884
DOI: http://doi.org/10.30827/RL.v0i25.16303
Palabras
clave: Gaby Brimmer; poesía;
discapacidad; retórica.
ABSTRACT
This article problematizes the
construction of political rhetoric of disability in the poetic production of
Mexican activist and writer Gabriela Brimmer (1947-2000). I argue that the
exercise of poetization that Brimmer undertakes, which is part of her
autobiographical project, challenges the conventional production conditions of
poetry. She was resorting to alternative forms of authorial and material
visibility, which provided her with the construction of a space of bodily
dissidence invested politically by the incarnated cerebral palsy experience. In
this way, Brimmer constructs a series of images that become a testimonial and
singular record about her experience as a woman, writer, and activist. I
maintain that poetry is an alternative knowledge –neither pathological
nor diagnostic– from the perspective of disability that manages to undo the
images of suffering, tragedy, and suffering associated with a subject seized by
the medical-rehabilitative discourse.
Keywords: Gaby Brimmer;
poetry; disability; rhetoric.
Me hice un tajo en el
vientre
Y con el dedo índice
Re pa so
Cesura
La herida es nuestra
Evidencia
Daniela Catrileo, Río
herido
Introducción
En 1979, Gabriela Brimmer
publicó su autobiografía, Gaby Brimmer, en la editorial Grijalbo en
coautoría con la escritora mexicana Elena Poniatowska Amor. La obra puede ser
considerada un hito dentro de una genealogía de escrituras del yo sobre la
discapacidad en América Latina, y según Beth E. Jörgensen, se anticipó al
desarrollo de los movimientos sociales de las personas con discapacidad en la
década del 70 en México: “Brimmer’s life story was narrated, edited, and
published in a virtual literary and cultural vacuum and in a context of extreme
social exclusion of the disabled” (68). La historia de Gabriela –escrita por
ella y editada por Poniatowska– podría ser considerada una primera forma de
archivo sobre una memoria regional de la discapacidad, que se opuso
tempranamente a las políticas discapacitantes, segregadoras y excluyentes que
dominaron gran parte de la vida y existencia de sujetos considerados
“minusválidos” por un sistema político, cultural, social y económico en América
Latina.
Si durante la década del setenta en el contexto anglosajón, colectivos
marxistas y sociopolíticos como Union of the Physically Impaired Against
Segregation (UPIAS), en Inglaterra,
e The Independent Living Movement, en los Estados Unidos,
impugnaron las concepciones dominantes sobre la discapacidad como un problema
médico, individual y trágico, en nuestra región, la participación política
de Brimmer en el espacio público e institucional, sumada a su compromiso con la
escritura, desfamiliarizó los guiones culturales asignados a una comunidad
conceptuada e imaginada como paralítica, impedida o inválida. Un saber
particular y sensible se desarrolló a través de su experiencia de
descalificación y produjo, asimismo, un registro epistemológico y ontológico
muy distinto que la sitúo como agente –en su acepción de agencia– encargada de
la construcción de una subjetividad que no cupo más en espacios de dominación y
control médico. La autobiografía en cuanto objeto verbal y producto de una
experiencia corporal, se convirtió en un espacio de producción de sentidos
políticos que se organizaron y cohesionaron en función de la aparición pública
de un cuerpo femenino no normativo que encontró en la escritura una alternativa
diferente, contestataria y radical sobre su posición en el mundo y en el campo
cultural.
Gaby Brimmer narra la vida de Gabriela, desde su posición como
testigo, junto con otras dos voces que participan de la reconstrucción de su
historia en medio de instituciones de rehabilitación, geriátricos,
universidades y centros de cuidado: Florencia, la nana/cuidadora, y Saris, su
madre, una trinidad testimonial implicada en la construcción de una obra
‘anfibia’, que bien podría moverse entre los terrenos de la autobiografía, la
crónica y el testimonio. Más que una historia ejemplar sobre los desafíos y
obstáculos que supera inesperadamente un sujeto con parálisis cerebral y los
múltiples accesos que tuvo que conquistar durante su vida –y como han constatado,
por ejemplo, los comentarios de Efraín Huertas y Joaquín Sabines sobre el
prodigio, milagro y tenacidad que vieron en Gaby– el espacio autobiográfico
sirvió a su autora con un propósito intelectivo, simbólico y material: más allá
de la milagrosa conquista de la escritura, Gabriela se autoconstruye como
sujeto y, a su vez, escribe su cuerpo, interpretando sus necesidades y
develando la potencia de una materialidad asumida como defectuosa. Por el
factor RH de sus padres, Gabriela fue diagnosticada a los tres días de nacida
con parálisis cerebral y gran parte de su vida fue asistida por su madre y su
nana en labores cotidianas; sin embargo, durante su infancia, Gabriela
descubrió que podía controlar su pie izquierdo y empezó a comunicarse, primero,
en una tabla ABC y, más tarde, en una máquina de escribir: el registro escrito
de su vida estuvo atado al movimiento del pie y fue este el que le dio forma a
la constitución del material escrito’: “Aparte de escribir a máquina, tejo y
pinto con el pie izquierdo, es por eso que lo llamo mi pie-boca”
(Brimmer-Poniatowska 51).
Llama la atención que la construcción escrita de Gabriela no operó solo a
nivel de una prosa implicada en su experiencia, primero como paciente, luego
como activista: se ordenó también en el ejercicio de la poesía, donde ella
inventó una serie de hablantes poéticos que sirvieron de manera complementaria
al registro autobiográfico[1].
La poesía, no obstante, no debe ser entendida como suplemento al texto
principal: en ella hay una redondez de la experiencia corporal y de la
imaginación política que debe ser tenida en cuenta a la hora de comprender los
propósitos comunicativos de estos objetos verbales.
Después de la publicación de la autobiografía, Gabriela publicó en 1980,
nuevamente en Grijalbo, Gabriela. Un año después, una colección de 91
poemas, que según Elena Poniatowska “no conoció el éxito del libro anterior”
(1). Ahora, ¿Cuál es el presunto éxito editorial que despertó la autobiografía,
pero que el libro de poemas no tuvo? Una hipótesis provisional permitiría
especular que la autobiografía tuvo mayor circulación como prosa y documento
literario por la coautoría: un texto cuyo “modelo de doble cabeza” (190), al
decir de Susan Antebi (2009), permitió que el libro tuviera una mayor difusión
y, por tanto, logró encontrar a su comunidad de lectores. Sin embargo, dentro
del texto autobiográfico, la poesía aparece como destello y signo de
resistencia. La edición de 1979 incorporó muchos poemas escritos por el
pie-boca de Gabriela que aparecen en medio de las distintas diégesis que
conforman la obra. La poesía expande y complejiza la experiencia, aumenta e
intensifica la capacidad de agencia de Gabriela y participa de la construcción
de una imaginación diferente sobre la discapacidad, deshaciendo su dimensión
medicalizada. Los textos no solo ejemplifican sentimientos o apelan
retóricamente a un pathos que el texto precisa para lograr la
efectividad de la trasmisión del mensaje, antes bien, los poemas se constituyen
en el archivo de un cuerpo que modela estrategias retóricas de resistencia.
El presente artículo problematiza la construcción de una retórica política
de la discapacidad en la producción poética elaborada por Gabriela Brimmer. Por
ello, trabajaré con una selección de poemas provenientes tanto de la
autobiografía como del libro Gabriela. Un año después. Sostengo que el
ejercicio de poetización que emprende Brimmer desafía las condiciones de
producción convencionales de la poesía, acudiendo a formas alternativas de
visibilidad autorial y material, que le proporcionan construir un espacio de
disidencia corporal investida políticamente por la experiencia encarnada de la
parálisis cerebral. De esta manera, Brimmer construye una serie de imágenes que
se convierten en un registro testimonial y singular en relación con su
experiencia como mujer, escritora y activista. La poesía se convierte es una
suerte de saber alternativo –ni patológico, ni diagnóstico– sobre/desde la
discapacidad que logra deshacer las imágenes del sufrimiento, la tragedia y el
padecimiento asociadas a un sujeto embargado por el discurso
médico-rehabilitador.
En consecuencia, el artículo se encuentra organizado en tres secciones.
Primero, discuto la manera como Gabriela usa deliberadamente el ejercicio
poético y autobiográfico en busca de una construcción retórica diferente de la
discapacidad, cuya función repiensa los modos en que un cuerpo es capaz de
auto-representarse lejos de los modelos discursivos inspirados en el imperativo
de la medicalización de la vida. Segundo, se analiza un corpus de poemas
agrupados en tres grupos temáticos: los afectos; el amor y la sexualidad; y la
voz política. Finalmente, concluyo con algunas consideraciones para pensar el
ejercicio de la poesía de Gabriela en su constitución como saber alternativo y
radicalmente político desde la discapacidad.
Una retórica de la
discapacidad
Históricamente la discapacidad
ha sido conceptuada e imaginada en sociedades occidentales como una enfermedad
y una tragedia individual que se puede curar, corregir o erradicar y en la que
no cabe promesa alguna de futurización. De acuerdo con Alison Kafer (2013) “If Disability
is conceptualized as a terrible unending tragedy, then any future that includes
disability can only be a future to avoid” (2). La discapacidad fue
entendida como una deficiencia biofísica o mental que padecían determinados
sujetos que no cumplían con las exigencias de una sociedad normativa y, por
tanto, fueron disminuidos ontológicamente como pacientes, marcados social y
culturalmente como indeseables. Esta definición se integró a lo que Len Barton,
Colin Barnes, Mike Oliver, Tom Shakespeare, Lennard Davis, Rosemarie Garland
Thomson, entre otros, han consensuado en llamar como el “modelo
médico-rehabilitador”, centrado específicamente en el problema individual que
supone tener una limitación física y que impide el desarrollo de tareas y
funciones cotidianas y laborales. Según Patricia Brogna este modelo privilegió
“su aspecto individual, orgánico, corporal o funcional” (Brogna 161) e instaló
una serie de saberes y conocimientos –provenientes del área de la ciencia– que
actuaron en función de las posibilidades de rehabilitación o curación de
cuerpos clasificados como desviados, deformes y anormales. La discapacidad,
desde su definición estrictamente médica, categoriza y estigmatiza de manera
negativa las identidades de personas que exceden la categoría de la normalidad,
entendida esta última como la condición de actuar con suficiencia y competencia
frente a las demandas que una sociedad productiva –y comprometida con discursos
de rendimiento y producción económica– precisa para su correcto y próspero
funcionamiento.
Paralelamente, como han observado David Mitchell y Sharon Snyder, la
discapacidad también se convirtió en el “tropo maestro de la descalificación
humana” (3), lo cual significa que sirvió para desprestigiar las acciones
políticas, artísticas y estéticas emanadas de cuerpos no normativos porque no
se correspondían con una forma deseable y legible dentro de la producción
cultural. De hecho, las representaciones
sobre la discapacidad, siguiendo a Sunaura Taylor “are often born from
medicalization– the idea that disability is an issue best situed for the fields
of medicine and rehabilitation” (42). Todo aquello que era
manufacturado, creado, incluso, escrito por un sujeto con discapacidad era
mirado bajo sospecha, descalificado por no considerarse arte y adjetivado como
enfermizo, desviado o extraño. Sujetos patologizados y subalternizados fueron
desacreditados como cuerpos “incapaces” de producir artefactos estéticos: la
discapacidad funciona como un descalificador cultural, pero al tiempo, como sostiene
Siebers, “disability, too, has to be disqualified” (Disability
Aesthetics 24).
Desde la década del setenta del siglo pasado,
específicamente en el hemisferio norte, se originó el modelo social de la
discapacidad que, según Tom Shakespeare “has been called the big idea of the
disability rights movement” (14). Su función principal consistió en eliminar
las denotaciones medicalizadas que habían funcionado como única opción posible
para explicar la situación particular de determinados cuerpos que resultaban
excesivos a los estándares normativos. Este modelo postula que la deficiencia
debe ser comprendida de manera correlacional con el contexto en el que esta se
produce, dicho de otro modo, la discapacidad resulta no de un problema
orgánico, sino de las barreras sociales que se les imponen a ciertos cuerpos
para que estos no tengan las mismas posibilidades de acceso y participación que
aquellos considerados “capaces” y normales. Las limitaciones, sin embargo, no
solo son congénitas: también son adquiridas por las demandas del mercado
global, la industria farmacéutica, el capacitismo, la injusticia ambiental, la
expansión del imperialismo y la guerra, que producen cuerpos y mentes
debilitados en sus nombres[2].
De manera simultánea, una serie de activistas y académicos con
discapacidad produjeron otras reflexiones en torno a su situación como cuerpos
enfermados por la cultura y la historia. La aparición de los disability
studies, un campo de conocimiento heterogéneo y crítico, instaló la
necesidad de volver a interrogar los procesos históricos, sociales, económicos
e ideológicos que le dieron forma a determinados saberes y prácticas
originadas, especialmente, para actuar en función de un cuerpo denominado como
excesivo, monstruoso e incapaz. El temprano proyecto de los estudios de la
discapacidad, según Lennard Davis (1995) consistió en “desnarrativizar y
desaburguesar” (25) la idea aspiracional de la discapacidad, tramada
específicamente por una sociedad capacitista y normativa que legisla sobre el
cuerpo diferente por encontrarlo insoportable e improductivo. Los reclamos y
las demandas de agrupaciones y entidades colectivas con discapacidad,
cohesionadas por sus intereses para reclamar una vida justa, independiente y
autónoma, coincidió con la conformación de otras miradas a la discapacidad ya
no como una categoría taxativa, sino como un fenómeno social, político y
cultural desde el cual se construyeron nuevas posibilidades de enunciación,
representación, resistencia y lucha política.
De igual manera, esos reclamos constantes cambiaron radicalmente los
debates sobre la discapacidad en el siglo XX y promovieron otra manera de
pensar las historias estereotipadas de sufrimiento, padecimiento, dolor e
impunidad que habían ordenado sus interpretaciones por décadas. De una retórica
esencialista y médica, donde se admitía hablar de la discapacidad bajo términos
como diagnóstico, pronóstico, cura o rehabilitación, comunidades políticamente
articuladas transformaron estos códigos de enunciación y representación para
desautorizar un lenguaje distanciado de las experiencias reales de cuerpos y
mentes diferentes. La discapacidad, vista como signo de orgullo, lucha y
politización, multiplicó identidades, interrelacionó luchas, gestó alianzas
minoritarias y se abasteció de un conocimiento emanado de la misma consciencia
encarnada de sus sujetos, como lo menciona Tobin Siebers: “The body is alive,
which means that it is a capable of influencing and transforming social
languages as they are capable of influencing and transforming it” (Disability
Theory 68).
Si bien el panorama antes descrito se corresponde con las necesidades
puntuales del Norte global –y solo hasta el año 2006 se firmó la Convención
Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad en la ONU a
la que se suscribieron múltiples países latinoamericanos– en el contexto de
estas álgidas y vitales discusiones se puede situar la producción
autobiográfica y poética de Gabriela Brimmer desde América Latina. El primer
esfuerzo de desarticulación cultural en torno a la discapacidad y sus retóricas
medicalizadas se había llevado en cabo en las escrituras del yo, de las
Gabriela participó, durante la década del setenta –aunque ya existían algunos
antecedentes justamente en el terreno de la poesía y la autobiografía después
de la primera guerra mundial, según Thomas Courser (2007)[3]–,
justo durante la formación del modelo social en el hemisferio norte y con el
nacimiento de redes de activismo y colaboración llevadas a cabo por sujetos con
discapacidad. Gabriela produjo una consciencia política y situada sobre la
parálisis cerebral, lo que le permitió construir un tipo de agencia particular
que, desde mi perspectiva, cohesiona su proyecto como activista y sujeto
femenino. El espacio conquistado de la escritura para Gabriela fue palmario:
con él exploró la situación comunitaria de aquellos cuerpos que fueron
diagnosticados con parálisis cerebral y sobre los cuales actuaron saberes
arbitrarios a su propia experiencia, disminuyéndolos ontológicamente como
pacientes. Así lo enuncia Gabriela:
Algo que me ha servido
mucho a lo largo de mi existencia, es el estar bien consciente de las cosas que
puedo hacer y de las que no, por ejemplo: sé que no puedo correr, pero con mi
pensamiento puedo volar en fracción de segundos al más distante de los lugares;
se me dificulta hablar, pero mis libros, mis cartas y mis poesías hablan mucho
por mí; mis manos tal vez no puedan hacer una caricia y sin embargo he sabido
amar como mujer, como madre y como amiga (Brimmer, Gabriela Brimmer 215).
Los primeros espacios de confección de significados “otros” sobre la
parálisis cerebral, fueron concretados en la producción escrita de Gabriela. El
impulso autobiográfico y la creación poética recuperaron y reinventaron su
subjetividad medicalizada, redescubriendo así su carácter enteramente indócil
al oponerse al dominio hospitalario, a los procesos tortuosos de rehabilitación
y a las constantes negaciones sobre su agencia como sujeto de deseo. La
escritura le permitió a Gabriela suturar los dolores dejados por la imposición
médica y, desde ella, devino sujeto hablante. Más que una tramposa invención o
un disimulo estratégico para (re)crear su vida, Gabriela acude a esa biografía
herida o, como lo sostiene Susannah Mintz, una auto/body/graphy (23)
(auto-corpo-bio-gafía), para gestar un despliegue narrativo, encarnado y
decidido que desmantela un sistema de creencias y dominaciones, familiares,
médicas, patriarcales, capacitistas, sexistas y segregadoras que perviven en la
vida de las personas con discapacidades, pero también en tanto materia de
indagación sobre la legitimidad de su existencia. La (auto)narrativización y la
imaginación poética funcionaron como espacios de disenso en su voz autorial:
ella misma acudió a una forma alternativa de enunciación que ensayó su proyecto
político-estético contra las credenciales hegemónicas del conocimiento sobre la
“enfermedad” que padeció. Los usos múltiples de la palabra descubren las
intensidades afectivas de Gabriela: sus relaciones con el mundo, con el amor –no
en tanto tema recurrente, sino como alimento vital de la existencia– y con los
pliegues de una memoria alojada en el cuerpo.
Rosemarie Garland Thomson afirma que la manera en que las
personas con discapacidades han sido imaginadas y representadas en la cultura
ha sido a través de la fotografía sobre freaks, las campañas de caridad, los
retratos médicos y las representaciones espectaculares que, retóricamente,
apelan a un pathos que conmueva, genere piedad o devuelva cierta
esperanza normativa a quien encuentra en estos cuerpos una diferencia
constatable: “These images portray disability narrowly as sensational,
sentimental or pathological” (23). Existe un tráfico retórico que suspende las
posibilidades de significación de un cuerpo que escapa a la norma y oscurece
sus complejidades políticas, estéticas y afectivas. La condiciones de
legibilidad de la discapacidad están controladas culturalmente por el
estereotipo y el fetiche: sobre este cuerpo actúan discursos y se moldean de
manera imaginarias experiencias, que en la mayoría de las ocasiones están
divorciadas de las experiencias reales que viven personas con discapacidad; sus
cuerpos son solo depósitos infinitos de metáforas y alegorías que no se
corresponden con la situación particular de las formas de vida minoritaria,
sino que representan en múltiples ocasiones “the image of the Other” (Siebers, Disability
Theory 60); a saber, una otredad que, distante y necesaria, debe existir para confirmar el agónico
dominio de la normalidad.
Esas formas tradicionales de nombrar y representar la
discapacidad son descreditadas por Gabriela. Si la retórica funciona, siguiendo
a Donna Haraway, como el acto de “persuasión que tienen los actores sociales
importantes de que el conocimiento manufacturado que uno tiene es un camino
hacia una forma deseada de poder objetivo” (316), en Gabriela se deshace a la
luz de las demandas y alternativas que le ofrece la militancia
político-afectiva en el terreno de la discapacidad. La retórica, no solo como
disciplina encargada del estudio de las propiedades del discurso, sino como
ejercicio del poder nombrar, decir y representar se ven intervenidas en las
diferentes prácticas textuales de Gabriela, más específicamente, en la manera
en que usa, tensiona y desautoriza la producción manuscrita para emplazar el
pie-boca como génesis y principio de la enunciación poética y narrativa.
Gabriela aniquila las imágenes inválidas, desposeídas, infantilizadas y
triunfalistas que han servido cognitivamente para sostener un saber sobre el
cuerpo diferente; es desde la creatividad emanada de ese cuerpo femenino no
normativo, descalificado e injuriado, en que procede a elaborar una retórica
diferente sobre su condición: una que se haga elocuente, carnal y extensa desde
una experiencia corporal y situada.
En relación con lo anterior, la poesía de Gabriela se
debate entre los rigores del ejercicio de poetización, que se correspondería,
en términos formales, con el dominio de los recursos disponibles dentro la
actividad poética, y con la experiencia que la interpela como sujeto y cuerpo.
Gabriela menciona: “escribo poemas sin fijarme en reglas ni
en rimas. En ellos saco mi coraje, desfogo mi rebeldía” (Brimmer-Poniatowska
11). Esta afirmación transforma las condiciones de evaluación e
interpretabilidad de los objetos verbales escritos por Gaby: más que un
conocimiento sobre la métrica –si es lo que según Gabriela no atiende cuando
escribe dentro del género–, la voz, el deseo y el sentimiento cobran
protagonismo, son lo que importa ser transferido, hecho acontecimiento poético
y vital. La versificación convive al tiempo con una necesidad de gestionar las
intensidades del afecto que recorren el cuerpo. La poesía mapea elocuentemente
el cuerpo y el cuerpo es la geografía experiencial desde la cual escribe Gabriela.
La poesía como ejercicio de iluminación, no por una vía mística, sino corporal;
la poesía como necesidad, aspiración y sustento. Gabriela escribe:
Entré pidiendo
salí pidiendo
¿qué pedía yo?
¿Acaso pedía un rayo de
sol?
¿Acaso pedía rayo de
luna?
¿Acaso pedía rayo de
amor?
Entré pidiendo
salí pidiendo
mas ¿qué pedía yo?
Pedía la vida no vivida
pedía el amor no soñado
pedía la rosa que no
existe
pedía la escritura no
escrita
pedía el juego no jugado
(120).
La mayor parte de los hablantes poéticos que inventa Gabriela están
construidos a través de constantes oraciones interrogativas que, más que
albergar la posibilidad de la respuesta, construyen la urgencia del
cuestionamiento: un derecho a expresar la voluntad y la acción de una palabra
que sugiere y reclama, solicita y desactiva cualquier lugar común reservado a
una voz y, por tanto, a un cuerpo, que pareciera no tener nada para decir.
James C. Cherney (2011) en “The Rhetoric of Ableism”
arguye que la retórica, vista como ejercicio discursivo del poder y la
ideología son unas aliadas convenientes de una cultura que entroniza la
capacidad como promesa exitosa de relación con el mundo: “ableism is that most
insidious form of rhetoric that has become reified and so widely accepted as
common sense that it denies its own rhetoricity–it ‘goes without saying’” (8). Las maneras en que están figurados,
representados y dichos los cuerpos con discapacidades en las sociedades
contemporáneas están alejadas de su realidad y experiencia y esto genera marcos
de conocimiento instalados en la cultura que no se pueden evitar. La retórica
norma y formula una verdad que orienta nuestra cognición desde el lenguaje
sobre el mundo. Gabriela se separa, y en consecuencia, rechaza esos modelos normativos
que constriñen su capacidad expresiva; ella rehace y remueve las normas de la
lengua para aparecer públicamente como sujeto de discurso, empleando una
variedad de recursos que deben ser examinados como respuestas contra-culturales
y contrahegemónicas desde la discapacidad.
Los poemas del pie-boca
Byung-Chul Han (2017), en
su diálogo con Paul Celan y Peter Handke, afirma que “el poema es un
acontecimiento dialógico” (103), un espacio que permite la conjunción y la
reunión entre un yo y un tú, relación que se ve amenazada constantemente por el
espacio de la comunicación digital, donde el otro no interesa como invocación,
sino como cercanía cada vez más difusa. Sin embargo, el filósofo coreano llama
la atención sobre el arte y el poder de la poesía como una instancia
conversacional, cuyo objeto es la atención al “descubrimiento del tiempo de lo
distinto” (103); a saber, una manera de tener consciencia del otro para
construir un horizonte de relación que supone reconocerlo, devolverle su lugar
como prójimo. La poesía y, por tanto, el arte, están en el camino hacia lo
distinto, hacia el extrañamiento del mundo, hacia aquello que debe hablarse en
nombre de una causa que no nos pertenece, pero irremediablemente nos aboca.
Ahora bien, ¿cuál es la función política de los poemas de Gabriela?, ¿qué
relevancia tiene su imaginación poética?, ¿de qué manera Gabriela complejiza
las condiciones materiales de la actividad poética para producir un registro
“otro” de su experiencia?, ¿qué figuraciones e imágenes introduce Brimmer a la
luz de su experiencia como sujeto femenino de la experiencia?
Para proceder con un breve examen de algunos poemas recopilados de los
libros de los cuales me ocupo en este artículo, voy a proponer tres categorías
temáticas: los afectos; el amor y la sexualidad; y la voz política. Estos
grupos temáticos orientarán el análisis que propongo como ejercicio de
inspección a una formación retórica hecha posible desde la experiencia de la
discapacidad en Gabriela que se alía, específicamente, con su autobiografía.
Quiero entender la poesía, en este sentido, como una de las modalidades de
agencia que Gabriela ensayó y que señaló de manera constante durante la
narración de su vida. La poesía no como ejercicio menor o como cultivo de una
sensibilidad inspiracional, sino como una labor cuidadosa y politizable donde
ella ejerce su legítimo derecho a aparecer. Por ejemplo, “En una playa de
letras”, poema perteneciente a Gaby. Un año después, el sujeto poético
invoca el espacio de la escritura como anhelo y deseo. No es casual que la
invocación a la letra y a su poder articulador, pero también testimonial, sea
el objeto de interés del sujeto lírico: “Arena de letras/ ando buscando/para
hacer mis poemas/y para decir sencillamente/lo que vivo” (45). La escritura se
prefigura como una búsqueda que, en su urgencia, diagrama un porvenir distinto
para esta voz poética. El derecho a aparecer, que Butler ha examinado como una
respuesta política frente a los mandatos de la precariedad en contextos
neoliberales cada vez más entregados a la disolución y segregación de las vidas
minoritarias, es tensionado en Gabriela a la luz de la búsqueda de otros medios
para accionar corporalmente la conquista de un espacio de enunciación. La
palabra funciona en cuanto un vector de movilización del pensamiento y, por
consiguiente, de la acción: escribir y pensar aspiran a ser las posesiones más
preciadas del hablante.
Es preciso advertir que el proyecto escritural de Gabriela en un amplio
sentido –pues no hay que olvidar que cultivó el diario íntimo, la poesía, la
carta, el artículo periodístico– es una actividad vital y necesaria. Las
jornadas de escritura ocuparon alrededor de tres o cuatro horas de la vida
cotidiana de Gaby y fueron determinantes en la construcción de una autoría que contó
con la participación y complicidad del cuerpo en su proceso, tal como comenta
Elena Poniatowska, en el prólogo de la autobiografía: “Gaby teclea cinco o seis
cuartillas, letra por letra, con el dedo gordo del pie izquierdo. Ante mi
admiración exclama: ''No soy heroica es la vida la que me empuja”
(Brimmer-Poniatowska 16)[4].
La autoría de Gabriela se hará con el pie izquierdo, de hecho, es el pie el origen
de una vibrante experiencia poético-corporal. De acuerdo con Gabriela García
Hubard, la plasticidad de una autora se da “a través de una complicidad entre
corpus-cuerpo, simbólico y biológico” (285), lo cual complica mucho más la
manera en que se encarna una autoría a través de las condiciones materiales del
cuerpo, extensibles, por supuesto, a los objetos estéticos producidos. Los
momentos de escritura, composición, corrección, edición, entre otros, llevadas
a cabo con el pie complejizan materialmente la acción poética y autorial, lo
cual significa que iluminan otra área de la producción de una imagen de autor
que debería ser examinada bajo las condiciones materiales de cuerpos que
escapan a la sospechosa regla canónica y universal. No es el poeta que escribe
de pie, como bien sabemos por la experiencia de Virginia Woolf, Vladimir
Nabokov o Ernest Hemingway: es la poeta que escribe con los pies, que abandona
la manualidad del trabajo de la escritura.
Ahora bien, varios poemas de Gabriela están vinculados de manera
inextricable con los afectos. Me gustaría detenerme en algunas imágenes de
estos poemas que establecen, a mi modo de ver, una relación cercana entre la
experiencia que viven los sujetos hablantes y la experiencia de Gaby. Si como
mencioné en líneas anteriores, el poema es un texto dialógico, este diálogo se
concretiza a través de la experiencia encarnada del sujeto autoral. Ahora bien,
la experiencia se vierte en la actividad poética y define, al menos si leemos
la poesía y la autobiografía en esa clave, la intensidad heteróclita de la
subjetividad que nos interpela como lectores. La textura afectiva que recorre
los poemas del pie-boca deja entrever aquello que los hablantes poéticos son
capaces de nombrar en virtud de presentarse como sujetos experienciales,
apelando, o mejor, construyendo una empatía directa con su lector: “Quisiera que ustedes comprendieran/que soy como los demás,
un magma de amores, pasiones, enojos, deseos, defectos y cualidades/que anhela encontrar paz” (Brimmer-
Poniatowska 74).
Las interpelaciones constantes a un otro son motivo de
necesidad de la voz poética, un dar cuenta de lo que sucede en su interior, y
que solo es comunicable siempre y cuando la palabra que llega haga posible tal
acontecimiento. Esa presentación del sujeto hablante es al tiempo una
estrategia de confrontación: la voz que habla mapea las intensidades del afecto
que recorren el cuerpo: “Dejadme sufrir a mi modo, /dejadme/Dejadme que ame a
quien quiera, /dejadme” (81). La corporalización del dolor, la soledad y la
incertidumbre son las variadas formas que tienen los hablantes poéticos
producidos por Gaby para insistir en que todo pasa por el cuerpo como eje
central de la experiencia. El afecto no es solo expresión de soledad, dolor,
resentimiento o deseo; es, por el contrario, la capacidad de impactar y apelar
retóricamente a un interlocutor. El afecto, según Brian Massumi –en su diálogo
con Spinoza–, es “an ability to affect and be affected” (15), lo cual significa
que todo aquello que expresa la voz poética se hace explícito para impactar y
dejarse afectar: entregar el material para que este sea leído como un riesgo de
apertura.
Huelga decir que la cohesión de estos textos está articulada a la
consciencia sobre la vida; su celebración convive con el dolor de la pérdida
del padre y el amado –de hecho, hay algunos poemas que los traen de vuelta para
imaginarlos, establecer un diálogo con ellos o increparlos por su ausencia–,
pero en ningún caso la experiencia se vuelve un lamento o una agonía que embarga
las posibilidades de seguir estando viva. La vida vuelta un acontecimiento de
manera contundente le permite a Gaby morar el mundo a través de la poesía. El
deseo por otro, la necesidad de sentirse amada, las sensaciones corporales
dejadas por el amor y el canto a la vida despliegan un impulso creativo desde
donde emerge su corazón errabundo. La experiencia poética afirma, confirma y
reafirma al sujeto material de la experiencia: la palabra no oblitera sus
sentidos, por el contrario, amplía el radio de sus posibilidades y, al mismo
tiempo, el poema es apertura y ansia, espera y paciencia:
Viviré.
Te espero tiempo.
Te espero risa.
Te espero amor.
Te espero odio.
Te espero venganza.
Te espero calma.
Te espero vejez.
Te espero muerte.
Te espero vida (158).
Por otro lado, hay un conjunto de poemas que aluden de manera diversa y
multánime al amor y a la sexualidad, principalmente, inspiradas en la
experiencia de Gaby como sujeto de deseo. Esta modalidad de agencia, en
términos sexo-afectivos, otorga a Gabriela autoridad y control sobre la
arquitectura de sus sentimientos. Según Tobin Siebers, “disabled sexuality not
only changes the erotics of the body, Vahldieck implies, but also transforms
the temporality of lovemaking” (Sex and Disability 48), es decir,
transforma las posibilidades de ejercer un derecho a ser sexuado y a sentir
placer que no deben pasar por los circuitos normativos y heterosexistas de la
penetración-eyaculación. Las posibilidades de erotizar el cuerpo son múltiples
y atienden más a una necesidad de dejar que el placer recorra el cuerpo y no
sea solo el telos de un encuentro con el otro. En este sentido, no se
pueden entender algunos de sus poemas como inocentes invocaciones: eso sería
infantilizar de nuevo su deseo. Hay una fuerza vital y claramente política en
la voz poética de Gabriela cuando confronta, desafía y corrige los imaginarios
en torno a ejercer su derecho a amar y a ser amada. Esa alma herida, a la cual
alude en su autobiografía, mapea las intensidades del deseo y no se resigna a
la convencional desexualización vinculada a las personas con discapacidad. Ella
menciona: “Sé que soy mujer, he tenido orgasmos, mis deseos son tan fuertes que
una sola caricia basta para provocar en mí un orgasmo, los tengo también cuando
duermo, pero soy joven para conformarme con sólo eso; sólo el amor a medias,
nunca la plenitud” (Brimmer-Poniatowska 176).
Gabriela rechaza su reducción como sujeto de deseo, en cambio, propone
desafiar, a través de la poesía, las convenciones morales de su condición como
mujer con parálisis cerebral. Bien es sabido que las personas con discapacidad
han sido además de patologizadas, desexualizadas e infantilizadas, como si su
deseo debiera ocultarse para no escandalizar a nadie. Gaby desafía subversivamente
las reglas de una “no-sexualidad” que es el lugar reservado a corporalidades no
normativas, en cambio, propone tensar y discutir, desde sus poemas, esa
necesidad de verbalizar el deseo más allá de las coordenadas morales y
represivas que niegan su derecho: “Te tengo/más no te
siento/te conozco/muy poco/y por más esfuerzos/no penetro. /Tú no me has
penetrado” (177). “Tu no me has penetrado”, que se repite cuatro veces en el
poema antes citado, funciona en un doble sentido, aunque no deja lugar a una ambigüedad
interpretativa. La penetración, en este caso, es afectiva, pero también carnal.
En un plano imaginario, el sujeto lírico envía su mensaje y activa la
repetición como evidencia incuestionable de lo que es capaz de nombrar y elevar
en el poema en virtud de hacerlo digno.
Luis y Quique, por ejemplo, aparecen en la autobiografía de
Gabriela. Ella menciona en diversas ocasiones cómo se enamoró de ellos y cómo
encuentra una motivación lírica: “Me he enamorado no una, sino muchas veces”
(167), manifiesta Gaby. Y esa consciencia sobre el amor, que no se la arrebató
nadie, es el acto de desobediencia e indocilidad más potente que expresó a
través de la escritura. Empero, el proyecto amoroso no está circunscrito a una
idealización corrosiva y dañina y que solo podría constituir la regla del
conocimiento amoroso: la decepción, el fracaso, la falla, la no correspondencia
también se asoman en los poemas: “La vida reparte/peligros, amarguras, /dolores
y amor. /Toma de ella lo que te plazca/y déjame a mí en paz/que el amor que te
di/te lo voy a quitar” (178). El sujeto reconoce la imposibilidad de la
concreción del amor romántico e ideal, en cambio, propone desde un agudo
lamento, pero también en una transparencia envidiable, asumir que amar también
es no poder hacerlo y, sobre todo, de reclamar el derecho de dar amor y
asimismo de retirarlo. Por ejemplo, en “Mar Muévete”, el sujeto lírico solicita
y ordena al mar que arrastre y se lleve el mal, el daño y la decepción. Esa
invocación patética, en cuanto forma de conmoción provocada por el dolor de la
decepción, se vuelve fundamental en el poema. La súplica de la voz poética
convive con el ansia del movimiento y la urgencia para encontrar afecto: “Mar
muévete/y trae un cariño para mí. /Tus olas son mi barco/llévame en pos de
ti/para buscar un cariño” (Brimmer 17).
El conocimiento amoroso de Gaby, como lo mencioné en líneas
anteriores, no solo es un asunto de inocencia, más bien, deviene de un combate
con las limitaciones del mismo lenguaje. De acuerdo con Roland Barthes:
querer escribir sobre el
amor es afrontar el embrollo del lenguaje: esa región de enloquecimiento donde
el lenguaje es a la vez demasiado y demasiado poco, excesivo (por la expansión
limitada del yo, por la sumersión emotiva) y pobre (por los códigos sobre los
que el amor lo doblega y lo aplana) (121).
Frente a las vicisitudes de esos códigos de la lengua para
referir, nombrar y conjurar el amor, pero también para darle un lugar a la
pulsión del eros y el deseo en su escritura, Gaby amplía los repertorios
retóricos de la actividad poética para encontrar genuinamente una voz que le
haga justicia a su sentir y que se corresponda con su experiencia como mujer
sexuada. El trabajo metafórico de Gaby, hecho posible por el pie-boca, le
garantiza una disponibilidad de imágenes muy distinta para centrar, de nuevo,
su saber singular y político sobre el cuerpo, los afectos y la sexualidad: “El amor se parece exactamente a mí/su sombra es mi presencia/su gemido
alimenta mi ser;/andamos y deshacemos el mismo camino” (Brimmer 93).
Por último, hay un conjunto de poemas vinculados con la
militancia encarnada de Gaby. En este sentido, la poesía repiensa la función de
la voz poética en aras de entregarle un mayor compromiso de libertad en
relación con su formación como sujeto político: “cuerpo y escritura se funden
para aparecer, no solo en la esfera pública o editorial, sino como acción
corporeizada que critica un sistema de exclusión de aquellos cuerpos que
deberían integrar una comunidad corporal ‘normal’ y sana” (Ayram 4). Si los
afectos, el amor y la sexualidad se politizan, también debe serlo el mundo que
siente y atraviesa el cuerpo de Gabriela. Su formación marxista, heredada de su
padre, será fundamental para que los poemas del pie-boca y la vida narrada puedan
coexistir en el plano de una acción corporeizada, siguiendo a Butler, acción
que, mediada por un apoyo tecnológico, en este caso la máquina de escribir,
sean los instrumentos decisivos del posicionamiento de Gabriela frente al
mundo. Las desapariciones estudiantiles en la dolorosa noche de Tlatelolco en
el 68, Dios como imagen imputable, la vida del Che Guevara y Camilo Torres y la
situación que viven personas con parálisis cerebral en su cotidianidad son
todos temas de gran interés para Gabriela.
¿Qué es realmente lo político en la escritura poética en
Gabriela Brimmer? Siguiendo a Jacques Rancière, la política es un ejercicio de
permanente desacuerdo: “la esencia de la política es el disenso” (Rancière Política,
policía, democracia 73). Solo donde el desacuerdo revela y desmiente la
ficción rectora de la igualdad, la política aparece como urgencia para aquellos
“incontados” que no tienen acceso a la palabra y a la expresión pública o
definitivamente están expulsados por no encarnar el ideal de sujeto político
que reclama un proyecto nacional inspirado en el modelo policial, orden de
dominación en el reparto de lo sensible: “El trabajo esencial de la política es
la configuración del espacio propio” (Rancière Política y democracia
71). La conquista de la palabra y de sus posibilidades de expresión rearticula
a Gaby como mujer, activista y cuerpo: el discurso que ejerce Gabriela desacata
y desobedece, primero, su mandato como cuerpo paralizado, enfermo y
rehabilitable; segundo, su no-lugar como sujeto de derecho y deseo; y tercero,
su participación como creadora en el campo cultural mexicano. El lugar de lo
político en Gaby es precisamente su autoconstrucción narrativa y poética: más
que máscaras autoriales o posicionamientos desconectados de la realidad vivida,
la paciencia y dedicación de la escritura, hecha desde un amenazante y
productivo “margen” –la institución, el hospital, el centro de rehabilitación,
el espacio doméstico–, logran construir su agencia política, entendida como
“una práctica transformadora para desarrollar otras formas no hegemónicas de
enunciación de la subjetividad desde lo colectivo” (Villaplana 19).
La voz de Gaby es contestataria y exige inusuales formas de
justicias desde su experiencia como activista. Por ejemplo, frente a la masacre
de Tlatelolco, Gabriela todavía se resiste a olvidar este evento traumático en
la historia nacional y vuelve, desde la poesía, a interrogar y cuestionar
semejante acto de inhumanidad: “Tlatelolco, ciudad
azteca/nunca podremos olvidar. /No, yo no me voy a callar/y siempre
repetiré/que la masacre en Tlatelolco, / es ejemplo de inhumanidad” (130). El poema convoca un nosotros herido y
vituperado para emplazar la escritura como un acto testimonial y al tiempo,
hacerla partícipe de la historia: no olvidar los daños que dejó en la memoria
colectiva. La escritura sirve como un medio de denuncia e interpela a un lector
para que este no pueda pasar por alto el pasado reciente. La posición de
Gabriela es radical respecto a Tlatelolco: las muertes habrá que vengarlas. La
arenga que produce el poema también se convierte en una diatriba que socava la
memoria oficial.
¿Culpables? No hay más
que uno
la verdad no se puede
ocultar
fue el gobierno asesino
que loco mandó matar
a estudiantes, adultos y
niños
que fueron a Tlatelolco
a exigir al gobierno
un poco de libertad.
Tlatelolco significa
muerte
y muerte que hay que
vengar (130-1).
Gaby lee severa y críticamente el panorama político mexicano
y busca formas inéditas de alianza y empatía con otras minorías, como con los
estudiantes. En este sentido, cabe aclarar que “dar cuenta de uno mismo es
contar una historia del yo, en efecto, pero es también, sobre todo, y por lo
mismo, contar una historia del tú” (Rivera Garza 63). Contra la modalidad
discursiva del panfleto, la escritura poética también deja entrever su
resentimiento en un doble sentido: de volver a sentir, de hacerlo pasar por el
cuerpo, pero también como molestia y desacuerdo con las políticas estatales y
represivas que sacrifican y desaparecen vidas consideradas reductibles y
prescindibles: “El gobierno se ensordece/ante este grito/y sólo hay una
verdad:/que en México no hay/libertad./El arma del estudiante/es la razón/y no
los fusiles/que el gobierno empuña/para matar” (138).
Finalmente, en “Padre nuestro”, la letanía a Dios tiene una
interferencia política que reemplaza la súplica por el diálogo. Varios poemas
tienen a Dios como centro de la reflexión: a él se acude, a él se le habla, con
él se habla. En todo caso, no es una poesía religiosa la que escribe Gabriela,
pero sí dota de un valor incuestionable la presencia difusa y escurridiza de
Dios. Principalmente en este poema el sujeto lírico menciona: “repitiendo:
santificado sea tu nombre/Y es aquí donde paro, en la tierra como en el cielo.
/ La tierra está siempre dividida en dos:/Poseedores y poseídos, represores y
reprimidos/malos y buenos para acabar pronto” (Brimmer 106). La oración se
paraliza y se complica cuando a Dios hay que hacerle ver que la tierra está divida.
La voz poética exhibe un conocimiento que tal vez a la figura eterna del Dios
judeocristiano se le ha olvidado reconocer. La voz increpa a la figura
celestial y convierte el espacio de la oración, usualmente considerado de
comunión, en un acto de disenso: “¡Padre nuestro, /llámate como te llames!
/Yavé, Jesús, Krishna, Buda, /¡óyeme! te hablo de tú por tú,/como viejos
amigos./Viejos conocidos que sabemos/la historia de] mundo” (106). La
confrontación se hace desde una consciencia de clase o al menos desde una
consciencia sobre la lucha histórica de las clases, lección marxista
indiscutible para pensar en las variadas formas de desigualdad y precarización
de la vida humana. Al Dios de las alturas una voz paralizada –objeto de caridad
en el texto bíblico– lo encara y confronta: “y no digamos sumisamente: «Hágase
su voluntad»” (Brimmer 106).
Discapacidad como saber
alternativo
De acuerdo con David
Mitchell y Sharon Snyder (1997), las escrituras autobiográficas escritas por
personas con discapacidad durante la segunda mitad del siglo XX cumplieron una
función decisiva en la construcción de otras representaciones sobre la
diferencia corporal lejos de una imaginería médica y, por tanto, medicalizada
de la vida: “The autobiographical narrator also provides a glimpse at a unique
subjectivity that evolves out of the experience of disability as a physical,
cognitive, and social phenomenon” (9). El cambio de focalización fue palmario
dentro de los materiales literarios que orbitaron en torno a un “yo rasgado” que
dejaba entrever un “espacio privilegiado de inquisición sobre la condición
humana” (Cánovas 15). De otro lado, la eclosión de este tipo de escrituras
también se opuso a una tradición de representación dentro de los lenguajes
artísticos, específicamente en la literatura, que por siglos había ocupado el
cuerpo no normativo como marca diacrítica de la diferencia. Las escrituras y
producciones artísticas de personas con discapacidad se opusieron a las formas
dominantes de representación que, en numerosas ocasiones, dejaban por fuera las
complejidades éticas implicadas en sus disímiles experiencias.
La escritura autobiográfica, desde esta perspectiva, cambió radicalmente
las miradas en torno a la discapacidad como una tragedia individual, en cambio,
propuso, dentro de su programa narrativo, construir una autoridad ontológica
que confirió dignidad, agencia y aparición política a vidas minoritarias que no
debían ser entendidas como una asunto médico o patológico. Las escrituras del
yo o, como lo ha denominado y estudiado Thomas Courser (1992;1997),
“disabilility life writting”, efectuaron otros procedimientos de representación
fuera de la hegemonía discursiva médica y actuaron activamente en la
construcción y reconstrucción persistente de narrativas y saberes situados más
allá de estrictos cuadros clínicos, en ocasiones, reducidos a meros
espectáculos triunfalistas o a estériles muestras de autosuperación y milagro.
Desde la discapacidad se produjeron múltiples experiencias escritas y, por
ende, políticas, que llamaron la atención sobre lo que es posible engendrar,
crear, gestar y producir desde una condición históricamente descalificada.
Ahora bien, el proyecto autobiográfico, pero también
poético que emprendió Gabriela Brimmer a finales de la década del setenta, en
primer lugar, generó la constitución de una experiencia encarnada que rindió
testimonio y entregó nuevas coordenadas políticas sobre la discapacidad que
desahuciaron los saberes hegemónicos que actuaron históricamente sobre
corporalidades no normativas, desligándose de un programa de gestión y
administración sobre la vida. Gaby se autoconstruyó como sujeto y, al tiempo,
creó un cuerpo textual, al decir de Amy Kaminsky, que le otorgó posibilidades
discursivas y subversivas donde cupo como sujeto mujer y cuerpo deseante: “the
ability to express herself textually means for Gaby the world’s acknowledgment
of her presence. By
creating the textual body that is the book, the physical body can be
transcended” (62). Llama la atención, en este sentido, que si bien existe
un testimonio sobre la vida de Gaby y en ella se estampan las historias de
opresión que logró desafiar constantemente, la autobiografía y el libro de
poemas no fueron escritos y pensados como materiales didácticos, morales o
inspiraciones sobre la lucha triunfalista de Gabriela, antes bien, fueron con
posterioridad relegados a una esfera de la autosuperación en el periodo, sin
antes pensar en la agencia particular que ella construyó y logró llevar a cabo
con su pie-boca. La poesía y la autobiografía –esta última más próspera en
términos de recepción cultural– deben ser pensadas como objetos estéticos que
guardan toda la densidad y potencia de un archivo sobre la diferencia corporal
que no puede ser ignorado.
En segundo lugar, el espacio de la escritura promovió un régimen
representacional muy diferente sobre la parálisis cerebral, desacreditando
absolutamente el sospechoso lugar común de que estos cuerpos “diagnosticados”,
por tanto, medicalizados, no tenían derecho a ser legibles como sujetos y a ser
imaginados como parte de una comunidad de experiencia. Gabriela dota de un
valor resistente y vibrante a sus escrituras, las colma de un saber que solo
pudo haber conquistado, producido y desarrollado por la opresión a la que fue
sometida. Desde ese modo particular de sentir y pensar, la discapacidad no es
motivo de vergüenza, sino una marca de orgullo que recorre la escritura de
Gabriela. La autobiografía y la poesía producen unas condiciones de legibilidad
muy diferentes sobre su cuerpo e irradian de significado las acciones
corporeizadas y alternativas que propuso para narrarse a sí misma y, al tiempo,
narrar a otras vidas minoritarias que también tuvieron derecho a ser
reconocidas: su madre, su nana/cuidadora, sus compañeros de reclusión, que bien
podrían ser valoradas y enmarcadas como relaciones de interdependencia y
coalición corporal registradas en la escritura. Robert McRuer nos recuerda que
la interdependencia es “encounters alternative public spheres expose the
inadequate of the able-bodies/heterosexual family” (101), y esos encuentros son
posibles por el nivel de reciprocidad que gestan las relaciones alternativas
opuestas a un modelo de rendimiento corporal y sexual y a una constitución
convencional de familiaridad. De hecho, Gaby ejerció su derecho a la maternidad
cuando adoptó a Alma Florencia, su hija, y desde allí articuló una serie de
prácticas de cuidado junto con su madre y su cuidadora para educarla. De
acuerdo con Judith Butler, la interdependencia, desde un punto de vista ético,
pugnaría por conectarse con la igualdad y “habrá que hacerlo de una forma que
resulte perturbadora para los propios poderes que distribuyen reconocimiento de
manera diferenciada o que altere su propia intervención” (49). La
interdependencia como una trama tejida entre cuerpos, alianzas y afectos no
solo es rastreable por la arquitectura de la obra autobiográfica, sino por la
manera en que esta se corresponde con las relaciones de solidaridad y comunión
que expresan los sujetos implicados.
En tercer lugar, la escritura poética y autobiográfica de Gabriela avanza
en un plano muy interesante: la retórica. Como mencioné anteriormente, la
calidad de usuaria de la lengua no es suficiente para declarar una agencia
potente en Gabriela, sino en realidad cómo tensiona las condiciones de
producción discursiva para emplazar afectos, ideas y posiciones políticas con
el pie-boca, lo cual despierta un registro “otro” muy distinto de la
experiencia. Gabriela
participó como sujeto de discurso y no se reconoció dentro del lexicón clínico
que la había definido desde los tres días de su diagnóstico: su propósito
particular fue elaborar –con la conciencia de las posibilidades y extensiones
de su cuerpo– un saber propio del lenguaje que hizo justicia a lo que realmente
ella, en tanto sujeto mujer, pudo decir y nombrar. La poesía abona otro terreno de construcción de imágenes que restituyen
los valores políticos a una vida minoritaria, es decir, le devuelve el control
y la autoridad a un sujeto censurado. George Didi-Huberman observa que es “necesario
instituir los restos: tomar de las instituciones lo que no quieren
mostrar –lo residual, lo rechazado, las imágenes olvidadas o censuradas– para
devolverlo a los que no tienen derecho, es decir, al ‘público’, a la comunidad
de ciudadanos” (Devolver una imagen 223), y Gabriela, en el corazón de
dichas instituciones, expulsa aquello que la margina para vivir y, en
consecuencia, sale a través de la escritura, devolviendo aquellas imágenes que
aún hoy sobreviven al paso del tiempo, duran como destellos y signos de
supervivencia porque lo político “no puede prescindir, en uno u otro momento,
de la facultad de imaginar” (Didi-Huberman Supervivencia 46).
Michael Northen en Beauty Is a Verb examina la emergencia y consolidación
de una poesía de la discapacidad en cuanto género literario y autónomo en la
tradición poética norteamericana. Según el autor, posterior a la constitución
de The Independent Living Movement en la década del setenta y durante la
aparición de American with Disabilities durante los años 90, se publican
las primeras antologías coordinadas por Vassar Miller y Marsha Saxton y
poemarios de autores/as con discapacidad como Karen Fisher, Kenny Fries,
Stephen Kuusisto o Jim Ferris, quienes van a conformar el género en cuestión.
La poesía en estos periodos se desarrolló como una respuesta política, estética
y afectiva que esquivó las imágenes milagrosas, inspiradoras, trágicas,
autocompasivas e indulgentes que estuvieron vinculadas históricamente a los sujetos
con discapacidad y, al mismo tiempo, permitió a su autores/as desarrollar una
consciencia poética alternativa en tanto manifiesto político del cuerpo
discapacitado.
Si bien la preocupación de Northen en su breve historia de una poesía de
la discapacidad es aplicable al contexto anglosajón –y hoy no hay una historia
de la literatura de la discapacidad en América Latina–, es interesante observar
cómo las técnicas de escritura poética elaboradas por estos autores/as
comparten un vínculo común con las estrategias que usó Gabriela Brimmer para
construir su agencia política y autorial. Brimmer desafió estereotipos,
tensionó la lengua, reinventó la labor manuscrita y prestó el cuerpo para el
proceso de producción escrita. Jim Ferris formula
y discute la categoría Crip Poetry como el centro de la experiencia de
poetas con discapacidad y su posibilidad para ser leídos y reconocidos bajo sus
propios términos: “crip poetry carries in it the potential for an even more
radical transformation – a transformation in consciousness, not only the
consciousness of the poet and the reader, but the potential to transform the
world” (1). Si bien a Gabriela Brimmer no podríamos encuadrarla dentro de una
tradición crip propiamente anglosajona, sí pudo haber desarrollado una
consciencia poética durante su vida en la que había comenzado por usar la
escritura para trazar su disidencia corporal y hacerse legible en cuanto
subjetividad minoritaria.
¿Por qué es posible afirmar que la discapacidad es un saber alternativo?,
¿de qué manera Gaby logra posicionar la poesía dentro de los marcos de ese tipo
de saber particular? Si la descalificación, siguiendo a Tobin Siebers, es “as a
symbolic process [that]remove individuals from the rank of quality human
beings, putting them a risk of unequal treatment, bodily harm, and death” (Disability
Aesthetics 23), Gabriela aprovecha su doble descalificación como sujeto
mujer y cuerpo para producir desde allí un saber particular, situado y
encarnado, en palabras de Donna Haraway, que hace que pueda hablar con una
autoridad que solo ha sido posible construir en el devenir de su experiencia.
La poesía en este sentido no es otra cosa que una modalidad de este saber que
no colabora más con la idea culturalmente asumida de un arte inferior o
terapéutico que es producido por un cuerpo no normativo. La poesía es un
ejercicio de conciliación entre la sensibilidad y el cuerpo que la produce: de
ahí que no podamos evitar la insoslayable certeza de cómo fueron producidos
estos poemas, no porque parezcan “asombrosos” o “increíbles”, sino por las
condiciones materiales en que fueron escritos. Habrá que considerar que la
poesía, enquistada en el cuerpo de la autobiografía, bien sea por decisión
editorial como por deseo y voluntad de su autora, pueda ser entendida como un
espacio menos lúdico y más político donde el pie-boca trabaja con un arsenal
metafórico que se condice con su experiencia. Como menciona la misma Gaby: “Me gustaría poder decir en el final/que estuve agradecida/de poder ver, oír, oler, gustar y palpar/ante todo, y a
pesar de todo/desde este cuerpo inhábil/Y esta silla de ruedas/ haber podido
amar y razonar” (184).
Bibliografía
Antebi,
Susan. Carnal Inscriptions. Spanish / American Narratives of Corporeal Difference
and Disability. New
York, Palgrave Macmillan, 2009.
Ayram,
Carlos. “Hacerse un cuerpo a través de la palabra. Gaby Brimmer: discapacidad,
enfermedad y escritura”. Actas de las I jornadas internacionales cuerpo y
violencia en la literatura y las artes visuales contemporáneas, Alicia
Montes (ed.), Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2017, pp. 1-15.
Barthes,
Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Madrid, Siglo XXI, 1998.
Northen,
Michael. “A Short
History of American Disability Poetry”. Beauty is a Verb. The New Poetry of
Disability. Jennifer Bartlet, Sheila Black, and Michael Northen (eds.), El
Paso, Cinco Puntos Press, 2011, pp. 31-45.
Brimmer,
Gabriela. “Gabriela Brimmer por Gabriela Brimmer”. Ethos Educativo, n.º
41, 2008, pp. 211-215.
Brimmer,
Gabriela. Un año después. México D.F., Grijalbo 1980.
Brimmer,
Gabriela y Poniatowska, Elena. Gaby Brimmer. México D.F., Grijalbo,
1979.
Brogna,
Patricia. “Las representaciones de la discapacidad: vigencias del pasado en las
estructuras sociales presentes”. Visiones y revisiones de la discapacidad,
Patricia Brogna (ed.), Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 2009, pp.
157-187.
Butler,
Judith. Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de
la asamblea. Bogotá, Paidós, 2017.
Cánovas,
Rodrigo. Escenas autobiográficas chilenas. Santiago de Chile, Ediciones
UC, 2019.
Catrileo,
Daniela. Río herido. Santiago de Chile, Edicola, 2016.
Cherney, James L. “The Rhetoric of Ableism”. Disabled
Studies Quarterly, vol. 31, n.º 3, 2011, pp. 1-25.
Couser, Thomas. “Disability, Life Narrative, and
Representation”. The Disability Studies Reader, Lennard Davis (ed.), New York,
Routledge, 2013, pp. 456-459.
Davis, Lennard. Enforcing Normalcy. Disability,
Deafness and the Body. New York/London, Verso, 1995.
Didi-Huberman, George. “Devolver una imagen”. Pensar la imagen, Emanuel
Alloda (ed.), Santiago de Chile, Ediciones Metales Pesados, 2020.
Didi-Huberman,
George. Supervivencia de las luciérnagas. Madrid, Abada Editores, 2012.
Ferris,
Jim. “Crip
Poetry, or How I Learned to Love the Limp”. Wordgathering: A Journal of
Disability Poetry and Literature. Issue
2, 2017. Disponible en: https://wordgathering.syr.edu/past_issues/issue2/essay/ferris.html.
García
Hubard, Gabriela. “De la deconstrucción del autor a la plasticidad de la
autora”. ¿Qué es una autora?, Aína Pérez Fondevila y Mari Torras Francés
(eds.), Barcelona, Icaria, 2019, pp. 265-290.
Garland-Thomson, Rosemarie. "Picturing People
with Disabilities. Classical Portraiture as Reconstructive Narrative". Re-presenting
Disability. Activism and Agency in the Museum, Richard Sandell, Jocelynn
Dodd y Romsery Garland-Thomson (eds.), New York, Routledge, 2010, pp. 23-40.
Haraway,
Donna. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid,
Ediciones Cátedra-Feminismos, 1995.
Han,
Byung-Chul. La expulsión de lo distinto. Madrid, Herder, 2017.
Jörgensen, Beth E. “Negotiating the Geographies of
Exclusion and Access Life Writing by Gabriela Brimmer and Ekiwah
Adler-Beléndez”. Libre acceso, Susan Antebi y Beth E. Jörgensen (eds.),
New York, Suny Press, 2016, pp. 63-77.
Kaminsky, Amy. Reading the Body Politic: Feminist
Criticism and Latin American Women Writers. Minneapolis, University of
Minnesota Press, 1993.
Kafer, Alison. Feminist, Queer, Crip.
Bloomington, Indiana University Press, 2013.
Massumi, Brian. Parables for the Virtual. Movement,
Affect, Sensation. Duke, Duke University Press, 2002.
McRuer, Robert. Crip Theory. Cultural Signs of Queerness
and Disability. New York, NY University Press, 2006.
Mintz, Susannah B. Unruly Bodies. Life Writing by
Women with Disabilities. Chapel Hill, The University of North Carolina
Press, 2007.
Mitchell, David y Snyder, Sharon. Narrative
Prosthesis: Disability and de Dependence of Discourse. Michigan, The
University of Michigan Press, 2000.
Mitchell, David y Snyder, Sharon. The Body and the
Pysical Difference. Discourses of Disability. Ann Arbor, The University of
Michigan Press, 1997.
Poniatowska, Elena.
“La muerte de Gaby Brimmer”, 1/04/2000. Disponible en:
https://www.jornada.com.mx/2000/01/04/cul1.html
Rancière,
Jacques. Política, policía, democracia. Santiago de Chile, LOM
Ediciones, 2017.
Rancière,
Jacques. El desacuerdo. Política y filosofía. Buenos Aires, Nueva
Visión, 1999.
Rivera
Garza, Cristina. Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación.
México, Tusquets, 2013.
Shakespeare, Tom. Disability. The basics. New
York, Routledge, 2018.
Siebers, Tobin. Disability Aesthetics. Ann
Arbor, The University of Michigan Press, 2010.
Siebers, Tobin.
“A Sexual Culture for Disabled People”. Sex and Disability,
Robert McRuer y Anna Mollow (eds.), Durham/Londres, Duke University Press,
2012, pp. 37-53.
Siebers, Tobin.
Disability Theory. Ann Arbor, The University of Michigan Press,
2008.
Taylor, Sunaura. Beasts of Burden. Animal and
Disability Liberation. New York, The New Press, 2017.
Villaplana
Ruiz, Virginia. “Agencia”. Barbarismos queer y otras esdrújulas, Lucas
R. Platero, María Rosón y Esther Ortega (eds.), Barcelona, Edicions Bellaterra,
2017.
Date of reception: 26/10/2020
Date of acceptance: 13/01/2021
Citation: Ayram, Carlos. “Los poemas del pie-boca. Retórica de la discapacidad
en la poesía de Gabriela Brimmer”. Revista
Letral, n.º 25, 2021,
pp. 24-53. ISSN 1989-3302.
Funding data: El presente artículo es parte del
proyecto de tesis doctoral: “Espectros de la discapacidad. Retóricas y
representaciones del cuerpo tullido en la narrativa conosureña y mexicana
reciente”. El proyecto está financiado por la Agencia Nacional de Investigación
y Desarrollo de Chile (ANID) y la Pontificia Universidad Católica de Chile y
está guiado por la Dra. Macarena Areco, profesora asociada de Facultad de
Letras de la misma universidad.
License: This content
is under a Creative Commons Attribution-NonCommercial, 3.0 Unported license.
[1] Gabriela fue una asidua lectora de poesía y se
inspiró en el trabajo de Rosario Castellanos por recomendación de su madre; de
hecho, fue ella durante mucho tiempo su albacea y crítica más cercana.
[2] Esta idea la retomo a partir de los planteamientos
que hace Jasbir Puar en su lúcido libro The Right To Maim. Debility, Capacity, Disability
(2017), que
aconsejo revisar.
[3] Según Courser: “Yet one can see why autobiography is
a particularly important form of life writing about disability: written from
inside the experience in question, it involves self-representation by
definition and thus offers the best-cas scenario for revaluation of that
condition” (Disability, Life, Narrative 458).
[4] Gabriela desarrolló una desviación en su columna
conocida como escoliosis por las intensas jornadas de escritura.