Versos
para sobrevivir. Naufragio y poesía en Aleyda Quevedo y Juan Secaira
Verses to Survive. Shipwreck and Poetry in Aleyda Quevedo and Juan
Secaira
Wladimir Chávez Vaca
Østfold University College, wladimir.chavez@hiof.no
ORCID:
0000-0002-4096-3536
DOI: http://doi.org/10.30827/RL.v0i26.15954
Palabras clave:
literatura ecuatoriana; narrativas de la enfermedad; terapia; poesía.
ABSTRACT
The Ecuadorian poets, Aleyda Quevedo (Quito, 1972) and
Juan Secaira (Quito, 1971), have published different autobiographical texts
that relate to physical problems and diseases. This study analyzes the
collection of poems Soy mi cuerpo [I
am my body] (2006), by Aleyda Quevedo, and different poetic compositions by
Juan Secaira, especially those included in his book El confín de los apremios [The
Frontier of Urges] (2020). The theory about personal identity and confrontation
with the disease, developed by researcher Arthur W. Frank, has been applied in
the present study, and it has been supplemented with the reflections on therapy
and art by scholar Gillie Bolton.
Keywords: Ecuadorian literature; narratives of illness; therapy; poetry.
Introducción
La escritora[1]
Aleyda Quevedo (Quito, 1972) es conocida en Ecuador por haber ganado el Premio
Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade con su obra Algunas rosas verdes (1996). A su primer trabajo, Cambio en los
climas del corazón (1989),
le han seguido ocho poemarios más[2] publicados hasta diciembre
del 2020[3]. Una de sus obras más
conocidas es Soy mi cuerpo (2006), la
cual ha tenido dos ediciones en español y ha sido traducida al francés por
Benjamin Laguierce[4].
El texto, que trata temas como la enfermedad y la muerte, se basa en
experiencias relacionadas con Quevedo y con su entorno familiar.
Por su parte, el
poeta Juan Secaira (Quito, 1971) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge
Carrera Andrade con su obra No es dicha (2012)[5]. En su cuenta de Facebook
comparte composiciones inéditas y reflexiones diarias –Secaira llama a este
espacio de creación “su cuaderno”–, algunas de las cuales se enfocan en la
descripción y los efectos de una compleja dolencia que padece desde hace años.
Hasta la fecha ha publicado ocho libros de poemas, y una muestra de su trabajo
ha sido recogida en las compilaciones internacionales Voces del café (Nueva York Poetry Press, 2018) y Antología de poesía iberoamericana actual
(ExLibric, 2018).
El presente
estudio analiza la colección de poemas Soy
mi cuerpo, complementada posteriormente con el ensayo “Algunos apuntes
sobre la literatura como terapia, la muerte, el amor y la enfermedad”[6], ambos de Aleyda Quevedo,
junto a distintas composiciones literarias y apuntes de Juan Secaira que se
relacionan con su padecimiento físico, en especial los poemas de su libro El confín de los apremios (2020). Para
la aproximación teórica se ha seleccionado principalmente el trabajo de Arthur
W. Frank, quien se enfoca en el tema del cambio de identidades frente a la
enfermedad, junto a las reflexiones sobre terapia y arte de la investigadora
Gillie Bolton.
1. Sobrevivir el
naufragio: poesía e identidad en Aleyda Quevedo
Todos los
enfermos dicen
antes de…
No más
falsedades
Una segunda
oportunidad
corre entre el agua de la virtud.
“Mantras”, Aleyda
Quevedo
La primera edición del poemario Soy mi cuerpo, de Aleyda Quevedo, fue publicada en el año 2006, y
la segunda una década más tarde. Ambas ediciones estuvieron a cargo del sello Libresa, aunque la segunda incluye cuatro comentarios
críticos escritos por Rafael Courtoisie, Floriano Martins, Juan Secaira y Alicia Ortega Caicedo. Soy mi cuerpo está dividido en dos
partes (la autora las llama “Libro 1” y “Libro 2”), la primera compuesta por 35
poemas y la segunda por 33. Respecto a la génesis de la obra, Quevedo ha
señalado:
Soy mi cuerpo es un libro creado dentro de un proceso de vida y de
trabajo con la escritura donde se cruzan y mezclan no solo la experiencia
primera de vivir la muerte de un hermano a causa de un aneurisma congénito,
sino y muy especialmente, el golpe que implica que tu hermano muera de modo
inesperado cuando apenas acababa de cumplir 19 años de edad.
Luego de su muerte comienzo a explorar el gran tema de Tánatos y después,
cuando vivo en carne propia una negligencia médica, luego de una operación en
la que me extrajeron el útero, pude cerrar un círculo personal que me
permitió mirar de forma directa a la muerte (Quevedo, comunicación personal, 11
de marzo del 2020).
En el poema que abre Soy
mi cuerpo y que se titula “Fin de mi suerte” se demuestra de entrada el
carácter intimista de toda la obra y la intención de Quevedo de fusionarse con
la voz poética. Ese útero del cual se habla en la composición se relaciona
directamente con la negligencia médica denunciada por la poeta[7], quien después de este
incidente tuvo que pasar por una larga recuperación:
FIN DE MI SUERTE
Mi útero reposa
en la bandeja de cirugía
Se vuelve ceniza
en los basureros hospitalarios
No tengo por qué mantener
compromiso con el misterio
No adivino más la suerte
He quemado el tarot
(Quevedo, Soy
mi cuerpo 15)
La voz poética intuye que el útero, la parte del cuerpo que
funciona como el recipiente de la vida, terminará en la basura hospitalaria[8], y el verso “He quemado el
tarot” confirma el propio título del poema: el misterio de la vida ha
desaparecido porque, a partir de ahora, a la mujer que fue operada solo le
aguarda el sufrimiento. Su buena fortuna se ha esfumado, dejándola
desprotegida, por lo que Quevedo se ha vuelto una nueva persona. Después de
este incidente, no puede ser quien era. Su mundo ha quedado parcialmente
destruido tras recibir uno de esos “golpes como del odio de Dios”, del cual
hablaba en su momento César Vallejo, y que la voz poética de Soy mi cuerpo retoma en su poema “Tren”,
en un intento por resumir con mayor exactitud el estado de desamparo en el que
se encuentra: “Cruzando la estación del dolor / olvido el golpe que Dios /
asestó en mi mundo” (Quevedo, Soy mi cuerpo 41).
Este cambio de identidad que la voz de Soy mi cuerpo sufre tras experimentar hechos traumáticos,
vinculados por Quevedo a la negligencia médica y a la muerte de su hermano,
pueden ser estudiadas bajo la luz de las reflexiones de Arthur W. Frank, experto en el campo de las narrativas de la
enfermedad[9]. En The Wounded Storyteller: Body, Illness, and Ethics (1995),
Frank reflexiona sobre las dolencias desde distintas perspectivas. Debido a su
propia experiencia (Frank estuvo enfermo de cáncer) el investigador reconoce la
importancia de las historias que cuentan los pacientes y la naturaleza de sus
narrativas, que pueden tener elementos de restitución y restablecimiento, del
caos como producto de la enfermedad, o también señales de una búsqueda íntima
emprendida por el mismo paciente. En el poema “Lo que soy” es posible notar las
dificultades de Quevedo para salir de ese caos y reconocerse como la persona
que había sido antes de la tragedia:
LO QUE SOY
Desdoblo mi rostro
encuentro a la mujer
en dos planos
La zona de sombras
habitada por murciélagos
y la de las angustias
ocupada por la imposibilidad de vivir
Los días me descubren
huyendo del
sufrimiento.
(Quevedo, Soy
mi cuerpo 59)
Los planos de ese rostro descrito muestran
una perspectiva desoladora: un presente de “sombras” y “murciélagos”, y la
posibilidad de un futuro –resulta válido suponer que se trata de un pronóstico a posteriori por la proyección que
implican las “angustias” y la “imposibilidad de vivir”– sin atisbo de
esperanza. Respecto a esta sensación de que todo está perdido o en proceso de
desmoronamiento, Frank señala que los testimonios de la enfermedad pueden ser
comparados con un naufragio: “Almost every illness story
I have read carries some sense
of being shipwrecked by the storm
of disease, and many use this metaphor explicitly”
(55). De esta manera se apunta a la naturaleza devastadora de ciertas dolencias
que golpean al paciente o a sus allegados y destruyen su relación con el mundo
y con quienes los rodean. Al igual que en “Lo que soy”, Quevedo se plantea en el
poema “¿Quién soy?” preguntas sobre su identidad:
¿QUIÉN SOY?
¿Quién soy?
Tal vez la mujer senos de ámbar
y pies helados que escribe versos
para reconfortarse
Mas la poesía
solo logra descarrilarme
Como el tren rojo que soy
Ese tren que se abre paso
Entre las montañas puntiagudas
y difíciles de algún país
Ese tren que nunca llega
a ninguna estación de humo
Esta mujer que emana voces
Trenes y más trenes
que me esperan
Versos para sobrevivir
¿Quién soy?
Quizá este cuerpo encendido
que
aún guarda tus huellas en los pliegues.
(Quevedo, Soy
mi cuerpo 89)
La voz poética recurre a la imagen de los
trenes a modo de simbología transitoria. La identidad de Quevedo está en un
proceso de transformación (“ese tren que se abre paso/ entre las montañas
puntiagudas”) e intenta superar la situación actual. Quevedo busca encontrarse
y establecerse, pero aún no halla su equilibrio, esa estación de descanso (“ese
tren que nunca llega/ a ninguna estación de humo”). Ese “yo” se encuentra
destinado a transitar por distintas etapas antes de toparse con algún refugio.
En ocasiones, los textos de Quevedo
mencionan pasajes de la cirugía maldita, e imagina el momento en que su cuerpo
es abierto, invadido y cauterizado, como se nota al inicio del poema “Túnel”: “Todavía escucho/ a los dragones afilados/ ingresando en mis
entrañas/ Tejido quemado […]” (Quevedo, Soy mi cuerpo 18). Tampoco oculta una
sensación de desamparo posterior, que parece inevitable durante el difícil
proceso que implica recuperarse de una dolencia grave, tal y como se muestra en
composiciones como “Una certeza”, la cual
comienza con estos versos: “Me
deslizo/ entre camas metálicas/ y tanques de oxígeno/ Estoy helada/ en el fondo
marino de este hospicio […]” (Quevedo, Soy mi cuerpo 22).
En su afán por recuperar el equilibro perdido, la voz
poética parece tomar dos posturas. Por una parte, acepta con gratitud la ayuda
de quienes la rodean. Por otra, está dispuesta a buscar refugio en la religión.
En el primer caso suele referirse a sus amigos y a su amado, y existen ejemplos
explícitos en poemas como “Mi canto”, especialmente en los versos de apertura:
“El cariño de los amigos/ se traduce en cartas besos/ bálsamos contra la
enfermedad […]”. Respecto al segundo caso, textos como “Arrodillada yo” o
“Rezo” son los más representativos. Se transcribe a continuación la primera de
las composiciones mencionadas:
ARRODILLADA YO
Pongo las manos
al Hermano Gregorio
él es mi intermediario.
Centrípeta
llena de mí
riñones
uréter
vejiga
me entrego a la más honda fe.
(Quevedo, Soy
mi cuerpo 73)
No solamente se plasma una enumeración de
órganos y partes del cuerpo (“riñones”, “uréter”, “vejiga”) que parecen rodear
y montar guardia al espacio vacío de un útero ya inexiste, sino que también destacan
los elementos vinculados a la religión que se encarnan en el Hermano Gregorio[10], a
quienes los católicos en Ecuador suelen recurrir con sus rezos en casos de
enfermedad. La voz poética muestra las dificultades de superar sus desafíos y
la necesidad de encontrar algún tipo de apoyo. Ciertamente, tras la llegada de
una enfermedad grave, los pacientes suelen sentirse desamparados. A partir de
los escombros de su naufragio deben reconstruirse de nuevo, encontrar una
brújula propia para continuar el camino o armar un refugio de estabilidad. Esa
sensación permanece en los lectores tras la lectura de “Rezo”:
REZO
Sembraremos de nuevo árboles de capulí
Resucita,
aún cantan los colibríes de cola larga
tu canción de
medio día.
(Quevedo, Soy
mi cuerpo 33)
Con ese “de nuevo”, la voz poética señala
su vuelta a los orígenes que, por sus referencias a la naturaleza, se
encuentran aparentemente apartados de la bulliciosa ciudad. Quevedo, quien
nació en una ciudad clavada en medio de los Andes, ha sugerido en poemas
anteriores como “¿Quién soy?” o “Una certeza” que mantiene una relación
especial con las montañas. Los yachaks, sabios de las
comunidades andinas, identifican la forma de los capulíes con la de los
ovarios, por lo que les otorgan la simbología de la fertilidad femenina
(Márquez, s.p.). Además, consideran al capulí como una planta especial por
otras razones: “está relacionada con la energía y los augurios para el nuevo
año andino” (ibid.). Por su parte, para estas mismas
comunidades el colibrí significa resurrección porque “parece morir en las
noches frías, pero vuelve a la vida de nuevo al amanecer” (“El vuelo”). En
“Rezo” la voz poética comienza a hacer planes para el futuro. Renace en el campo, en el contacto con la tierra, con un origen
primigenio, y poco a poco parece recobrar su balance interior.
2. El arte frente al dolor: naufragio y resistencia en
Juan Secaira
El dolor es
permanente; lo manejo; ambos —el dolor y yo— hemos aprendido a soportarnos a lo
largo de los años. A vivir juntos, a contemplarnos, eso sí, sin mayor cariño de
parte y parte (Secaira, comunicación personal, 9 de mayo
del 2020).
En
su obra Stories of Sickness, el
investigador Howard Brody reflexiona sobre el
significado de la dolencia, desde un punto de vista filosófico, y su relación
con los cuidados médicos. Respecto al padecimiento que ocasiona la enfermedad, Brody señala que “Suffering
is produced, and alleviated, primarily by the meaning that one attaches to
one’s experience. The primary human mechanism for attaching meaning to
particular experiences is to tell stories about them” (5). Esa experiencia personalísima hacia la cual
hace referencia Brody ha sido canalizada por el escritor quiteño Juan Secaira en varios de sus poemas.
Secaira explica a continuación la complejidad de su cuadro clínico:
[Los doctores] señalan que se trata de un conjunto de
enfermedades que dan origen a este mal que me aqueja, y se basa en una
neuropatía periférica (como curiosidad, lo que retiró de la música a Eric
Clapton), en una migraña crónica, en una arterioesclerosis y en una polineuropatía desmielinizante
inflamatoria crónica, estas cuatro se han combinado para provocar un deterioro
permanente, progresivo, degenerativo y terriblemente doloroso, con grandes
molestias; y han facilitado u ocasionado, por ejemplo, el aparecimiento del
síndrome del túnel carpiano, tenosinovitis de Quervain, neuralgia del trigémino, radiculopatía,
entre otras […] Encima, un diagnóstico tardío ha provocado que no tenga
movilidad, especialmente en mi mano derecha, lo que me ha obligado a usar la
otra mano, porque siempre fui derecho; y otras complicaciones en la motricidad
que agobian muchísimo (Secaira, comunicación
personal, 11 de mayo del 2020).
Debido a su condición, Secaira debe
enfrentar una permanente cadena de desafíos. Arthur W. Frank señala que “Disease interrupts a life, and illness then
means living with perpetual interruption” (Frank 56). En su obra menciona ocasionalmente la enfermedad de manera
directa, como en su poema “Neural”[11]:
Maldita enfermedad
prohíbe el movimiento
un costado se toma el
cuerpo
dividido en dos vivir como
uno
[…]
infección
láser
virus
mal de ojo mal aire mal de
amores
buenos por malos mejores
(Secaira, La mitad opuesta 62)
En este fragmento se nota no solo la
referencia explícita a la dolencia sino también una breve enumeración de
términos vinculados a la medicina y el intento, con el juego de palabras final,
de no descuidar el aspecto estético de su testimonio literario. El académico Jan C. Frich (42) recuerda que las personas que sufren de
una enfermedad grave, en un afán por reconstruir el equilibro perdido, se ven
abocadas a buscar respuestas que les otorguen tranquilidad. Primero, son
respuestas sobre la naturaleza de la dolencia y su desarrollo, en especial las
causas médicas y el posible pronóstico. Después el enfermo pasa a preguntarse
por las consecuencias en el ámbito social, en su interacción con el entorno y
en los cambios que este evento provocará en su vida. Ese cambio justamente está
vinculado a la temática de la identidad. En su poema “Dilema”, que integra el
libro El confín de los apremios,
Secaira concluye que su vida ya no es como era antes:
DILEMA
Años y años de aquella costumbre
fueron borrados de un plumazo
un buen día
devorados por la devastación
ahora son una imagen
menos compacta
potencial
suprimida
violenta y
enigmática.
(Secaira, El confín de los apremios 47)
Secaira experimenta el naufragio referido
por Arthur Frank. Dado que los padecimientos serios desembocan en experiencias
dramáticas[12], la
identidad del paciente es susceptible de sufrir variaciones: “The repair [of the sick person]
begins by taking stock of what survives the storm”
(Frank 55). Secaira debe lidiar con un desmoronamiento interno y con cierta
visión prejuiciosa de conocidos suyos que son incapaces de comprender su
situación: “Sigo fragmentándome sin remedio, ojalá
más bien pueda poner en la vida diaria el rigor, la amplitud y la conciencia
que he puesto en la poesía […] A veces me ha ocurrido que me dicen que no
parezco un enfermo, me pregunto cómo se comporta un enfermo” (Comunicación personal, 9 de mayo del 2020)[13]. En su libro El confín de los apremios se encuentra
el poema “Asesina”, en el que el autor describe su insomnio, los brazos y
piernas que no responde a los deseos de la voluntad y la aceptación íntima de
su condición de náufrago: la voz poética no controla ni su cuerpo ni divisa
claras perspectivas de futuro:
ASESINA
Qué se puede decir de los días regados
en las noches
recobrar lo que nunca se ha perdido es imposible
prestidigitación asesina
peor aún aguardar a que alguien
le dé play a un cuerpo en pausa
que se arma a voluntad, rompecabezas demente
la escritura de un diario personal se convirtió en este
poema,
que poco dice de la relación inmediata y coyuntural
ser náufragos,
no capitanes
el dolor en su potencia
vibrando entre las sienes, posesionándose
peregrino
un rostro de asombro, temor, impaciencia
la lluvia emerge sin recuerdos
el reposo es la furia anhelante
respirándose como un lobo
en un bosque
que se
desintegra.
(Secaira, El confín de los apremios 52)
Ocasionalmente, la voz poética de Secaira
se vuelve fragmentaria. En esos casos deja de lado cualquier pretensión
narrativa para optar por impresiones íntimas y compartir imágenes que intentan
explicar estados de ánimo. Es común que quienes relatan un testimonio con voz
fragmentada hayan sufrido un hecho dramático (Whitehead 84). Aunque
algunos de los poemas de Secaira se enfocan directamente en los síntomas de la
dolencia[14], la
marca indeleble de la enfermedad se encuentra desperdigada en su obra. Además, un
mismo poema puede albergar una muestra de fragmentación en el sentido de que la
voz poética se enfoca en el tema de la enfermedad, divaga en tópicos adyacentes
y retoma la temática de la dolencia. A continuación se
adjuntan tres ejemplos de composiciones distintas[15]
que contienen este rasgo fragmentario:
me duele la pierna, como si me la desprendieran con fuerza y
odio
[…]
no me desespero, aunque caigo al piso por la complicación de
la pierna
los profesores en la facultad solían decir que las lecturas
nutren
cuando regresan a ti de otras maneras
la memoria en un espiral rompiéndose
(Secaira, El confín de los apremios 9)
ajustar el engranaje de un reloj de pared en el enésimo
insomnio,
conseguir un lecho,
activar los sentidos
a una distancia inadecuada, doblarse ante el dolor
[…]
quizás el cerebro sea poderoso, definitivo
el espíritu sea valiente, la voluntad, el alma
pese a los esfuerzos
no logran que un cuerpo se mueva
ni remotamente
el balanceo es la marca a ser escrita
proclives al temblor
(Secaira, El confín de los apremios 15)
los escombros se confunden,
nos vamos doblando ante su fuerza
[…]
un equilibrista en la intemperie del azoro
un hombre extraviado
en un cuerpo
irreconocible
(Secaira, El confín de los apremios 20)
El “cuerpo irreconocible” que sucumbe ante
la fuerza de unos “escombros” de corte metafórico marca la voz poética de
Secaira, la cual no oculta una ruptura entre el tiempo anterior a la dolencia,
que se recuerda como un tipo de paraíso perdido, y la
situación actual. Al respecto, Frank apunta: “The past
is remembered with such arresting lucidity because it is not being experienced
as past; the illness experiences that are being told are unassimilated
fragments that refuse to become past, haunting the present” (60). Ese
pasado que atormenta al presente se descubre en poemas como “Colegio” o “La
mente vuela”,
citados parcialmente a continuación:
COLEGIO
En el colegio vivió con
soltura sus días
los campeonatos de
fútbol, la competencia, la adrenalina
las compañeras, bucear en
el mundo del gusto, de los primeros escarceos,
de la seguridad fingida
en las horas libres,
en el arrojo porque sí[16]
los amigos, la lealtad
tatuada en las promesas, pocas se cumplieron después
[…]
(Secaira, El confín de los apremios 27)
LA
MENTE VUELA
[…]
veo por la ventana la
calle con cicatrices
allí jugábamos indorfútbol con los amigos del barrio
la mayoría se ha ido, o
ha dejado de jugar
ha crecido o ha muerto
el barrio es el barrio
yo tampoco juego ya
[…]
(Secaira, El confín de los apremios 50)
Los recuerdos, esa mirada nostálgica hacia un tiempo mejor,
son producto del estado en el que se encuentra Secaira. Es otra consecuencia de
la enfermedad y de ese “naufragio” mencionado por Frank, quien también ha
denominado “narrativa de hundimiento” (narrative wreck) a
este tipo de testimonios. Para sobrevivir
al “hundimiento”, el paciente lucha por construir una estabilidad en el
presente y proyectar, poco a poco, planes de futuro. La voz poética recoge que
ese presente y ese futuro se construye con el apoyo de los seres queridos. Tal
y como ocurría con Aleya Quevedo en poemas como “Mi canto”, Secaira se siente
capaz de vencer el miedo paralizante que ocasiona la enfermedad gracias al
sostén anímico de la gente que lo rodea:
ÉPICO
La luz intrépida juguetea entre padre e hijo, una distancia
saludable
bromean acerca de la poesía épica, Virgilio, Homero, la
literatura clásica
la disputa a lo largo de la historia, aquella línea de
tensión
el padre observa, maravillado, la habilidad de su hijo, cómo
se enfrenta a su
mundo
con determinación y humildad
este no es un poema para rendir tributo ni etiquetarlos como
campeones
más bien es la canción que juntos tararean desde hace años
los chistes a la hora del almuerzo
las provocaciones mutuas y el hecho de ponerse en
guardia
terminar en risas y simulando un combate
los problemas cada vez se resuelven de mejor manera
la tonalidad de cada dibujo, las lecturas compartidas
tampoco ha sido su vida color de rosa
la salud tambalea cada día para el padre, su estabilidad
física no es confiable
lo único que desea es que ninguno de sus hijos sufra el
dolor tan grande
que lo consume, en ese anhelo trabaja todos los días, a toda
hora
se ha asegurado de consultar
si su mal es hereditario
no, han dicho los doctores,
ya es un incentivo ese dictamen
quiere decirle a su hijo que ese empeño también puede
considerarse épico
una batalla con el peligro insistente de cualquier otra
pero ya han cambiado de tema
y no es el
momento de ponerse serios.
(Secaira, El
confín de los apremios 32)
3. Poesía y terapia en Aleyda Quevedo y Juan Secaira
Jan C. Frich señala que los testimonios de enfermedad “do not emerge in a vacuum, rather illness
narratives are informed by scripts and plot structures that make sense within a
particular culture” (38). Tanto Quevedo como
Secaira han elegido la poesía como vehículo adecuado de expresión. El valor de
la literatura en relación con las enfermedades ha recibido atención académica
en los últimos años, sobre todo desde un punto de vista terapéutico. El
investigador médico Danny W. Linggonegoro (“How doctors use poetry”) señala que,
poco a poco, los galenos han empezado a entender el valor del lenguaje más allá
del intercambio básico en el cual el paciente enumera sus síntomas.
Linggonegoro menciona algunas investigaciones, entre ellas un estudio que
sugiere que el trabajo con poesía reduce el dolor y la necesidad de usar
opiáceos, y otra en la cual un grupo de mujeres, enfermas de cáncer y en
tratamiento con quimioterapia, sintieron mejorar su calidad de vida tras
asistir a sesiones poéticas[17].
Arthur Frank
ha señalado que “Stories have to repair the damage that illness has done to the ill person’s sense
of where she is in life, and where she may be going” (53). Tanto los textos de Quevedo como los de Secaira describen
cicatrices físicas y psicológicas dejadas por la enfermedad. Sin embargo, ambos
han elegido la poesía como camino de expresión. ¿Podrían sus trabajos ser
considerados textos terapéuticos? ¿Acaso experimentan, gracias a la escritura,
algún grado de esa “reparación” a la cual se refiere Frank? En The therapeutic potential of creative writing: writing myself, Gillie Bolton (102)
recuerda que no necesariamente todos los textos escritos por pacientes pueden
ser un material publicable, lo cual no implica que el material producido por
una persona enferma sea menos valioso[18].
Al mismo tiempo, Bolton señala que no existe una diferencia fundamental entre
textos literarios y escritura terapéutica:
Both creative writing and
therapeutic writing would lose much of their power if there was. Literature
relies for its impact on highly charged material. That charge comes from the
emotional relationship of the writer with their writing: their desire or need
to write the novel, the poem, the play, the autobiography. And this is
why we read
literature (Bolton 13).
En su ensayo “Algunos apuntes
sobre la literatura como terapia, la muerte, el amor y la enfermedad”, Quevedo
ha señalado que “Tanto en el proceso de lectura
como en el proceso creativo de escritura, son múltiples los efectos y funciones
terapéuticas que guarda la literatura […] Para vivir y enfrentar el amor y la
muerte, siempre necesitamos ritualizar y la palabra es vital en este ritual”
(2). Quevedo acoge abiertamente la posibilidad de que su propia escritura sea
terapéutica, una escritura que, como señala Kenneth Calman (9), brinda
la oportunidad de una autorreflexión y de emprender un camino de conocimiento
interno. Quevedo afirma, además:
El estado del cuerpo y el estado del espíritu están
íntimamente ligados al estado del arte, y todo buen arte tiene que ser subversivo
y sacarte de esa zona de confort en la que pretendemos vivir la mayor parte de
nuestras vidas. Desde el cuerpo se pueden tejer discursos siempre
cuestionadores y altamente estéticos […] Reprimirse o negarse el sentir, el
sentirte; o negarte el placer o la exploración de tu propio cuerpo sano y
enfermo, es perderte de un recurso que es crucial para llegar a conectarte con
tu espíritu, tu cabeza y tu piel. El amor y el placer, así como lo sensorial y
la creatividad son parte esencial de toda mujer, de todo artista y todo ser
humano (Quevedo, “Algunos apuntes” 1).
En cambio, al ser preguntado sobre su proceso de creación,
Juan Secaira toma distancias de la escritura terapéutica. Por una parte, lo
hace porque quiere que lo identifiquen como un poeta, no como un enfermo
(Cajamarca, Guevara & Sandoval, s.p.). Ciertamente, Arthur Frank también
afirma que la persona con dolencias no debe tratarse como una víctima pasiva,
como un mero recipiente de la enfermedad, especialmente si cuenta su historia:
“the ill person who turns
illness into story transforms fate into experience”
(Frank xix). Sin embargo, es probable que la escritura produzca de todas formas
un sutil efecto terapéutico en Secaira, aunque no lo admita directamente, y que
ese efecto se manifieste como una herramienta más para encarar la batalla
continua contra la enfermedad:
He intentado exorcizar mis demonios, me persiguen cada vez
con más fuerza; sin embargo, he logrado tomar una distancia y verme para
poetizar la rebeldía de vivir el día a día [...] [La enfermedad] Ha afectado mi
voz poética más que nada en su formación, en la cotidianidad de la
inclasificable impronta de un dudoso andar por caminos en construcción; en que,
de cierta forma, yo soy el poema en cuanto a que, a la incertidumbre, al miedo,
a las terribles confusiones del cuerpo les pongamos humor[19]
y arrojo (Secaira, comunicación personal, 9 de
mayo del 2020).
En el proceso de mantener a raya ese temor y retomar el
dominio sobre su cuerpo, Secaira afirma que el poema inconcluso es él, una obra
en permanente estado de construcción. Secaira es lo que escribe y, aunque
desconoce qué verso vendrá después, intuye que la poesía lo acompañará en ese
duro camino de exorcizar sus demonios. La virtud terapéutica parece clara, pues
un autor también escribe para entender mejor lo que le está ocurriendo. No se
puede ignorar que en las composiciones de Juan Secaira, la voz poética encara
la enfermedad con honestidad y, por ende, con valentía. Respecto a esta
actitud, Bolton señala:
If you trust yourself you cannot write the wrong thing... [But] Writing
the right thing will not mean that there will never be painful or even
intensely distressing parts of your writing. There will be. There should be.
Unfortunately, these will be the right things at that time (Bolton 11).
Adicionalmente, la principal preocupación tanto para Secaira
como para Quevedo es que sus creaciones tengan un valor artístico. Aunque se
traten de testimonios, sus poemas aspiran a la belleza estética. De hecho, son
primero literatura, luego testimonio. Tal vez por eso Secaira trata de no
etiquetar a sus textos como terapéuticos, pues podrían dar la impresión de que
su objetivo primario es la búsqueda de alivio y no la producción de literatura.
Sin embargo, ni en su caso ni en el de Quevedo ocurre una subordinación del
arte. Ambos son, ante todo, poetas, y eso queda claro a pesar de la dureza de
la temática desarrollada. Cuando Secaira afirma que: “Fui
en primera instancia un poeta y luego tuve la enfermedad tan fuerte que me ha
marcado” (Comunicación personal, 9 de mayo del
2020), reivindica su naturaleza y su pacto íntimo con el arte a pesar de
las circunstancias adversas. Quevedo, por su parte, tampoco está interesada en
una mera descripción de sus dolencias o en un entendimiento de la escritura
como un simple fluir de la conciencia sin edición posterior: “La literatura es una terapia expresiva y es el
escritor el que da el gran salto, cuando convierte a sus poemas o sus novelas
en obras de arte” (Quevedo, “Algunos apuntes” 4).
Conclusiones
Solo nos queda refugiarnos en el arte,
en las artes, en los afectos y en mi caso, muy especialmente en la poesía (Quevedo,
comunicación personal, 4 de mayo del 2020).
Es interesante cómo existe lucidez y
contundencia en medio del caos y el dolor; ahí se manifiesta el sentido de mi
poesía ante el sinsentido de la existencia (Secaira, comunicación personal, 11 de mayo
del 2020).
Aleyda Quevedo y
Juan Secaira comparten un tipo de literatura intimista en la cual se pueden
rastrear las secuelas y los desafíos provocados por la súbita aparición de un
padecimiento grave. Dependiendo de la seriedad del cuadro clínico, la
enfermedad puede convertirse en un hito capaz de marcar un antes y después en
la vida personal. Es posible encontrar ese cambio en la escritura, pues aparece
a modo de naufragio, mostrando un tipo de quiebre con la vida previa. Los
autores o autoras exponen sus dudas sobre lo que les ocurre y sobre el futuro,
y de forma implícita o explícita, suelen dejar en claro que ya no son las
mismas personas. Después tendrán que adaptarse, reconstruirse con lo que ha
podido ser salvado del naufragio y aceptar el nuevo lugar que ocupan en el
mundo. Los versos serán una ayuda para reflexionar y sobrevivir.
Tanto Quevedo como Secaira tocan el tema de la enfermedad a
partir de vivencias íntimas, pero la fuerza de su testimonio radica en la
elección del vehículo expresivo (poesía) y en la decisión última de que su
propuesta estética no quede subordinada a una mera descripción de la dolencia y
de sus síntomas. En ese sentido cumplen con las expectativas de Gillie Bolton
cuando se pregunta por el Arte, así con mayúscula, y su vínculo con la
escritura terapéutica: “But is
therapeutic writing Art? It might be or it might, on
redrafting and crafting, become art, but no beginning or therapeutic writer
will benefit from thinking their writing may be shareable with a wide audience
as an art” (Bolton 14). En el caso de ambos poetas es posible encontrar ejemplos de
Arte (con mayúscula) y, de manera tangencial, con una escritura que contiene
los trazos y la impronta dejadas por la enfermedad.
Sin embargo, no corresponde exclusivamente a los escritores
profesionales el privilegio de plasmar sus experiencias en el papel. La
escritura es potencialmente terapéutica en cualquier persona que decida
practicarla. Al mismo tiempo, resulta fácil que cualquier lector se identifique
con voces poéticas como las de Quevedo o Secaira, pues tal y como señala Arthur
W. Frank: “That is the book’s consistent
message about why suffering needs
stories: to tell one’s own story,
a person needs others’ stories. We were all,
I realized, wounded storytellers” (Frank xi). La enfermedad puede golpear en el
momento menos inesperado y con la escritura el paciente tiene la posibilidad de
recuperar su voz en un intento por recobrar, de alguna forma, el control de su
destino.
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Date of reception: 24/09/2020
Date of acceptance: 31/12/2020
Citation: Chávez Vaca, Wladimir.
“Versos para sobrevivir. Naufragio y poesía
en Aleyda Quevedo y Juan Secaira”. Revista
Letral, n.º 26, 2021,
pp. 195-217. ISSN 1989-3302.
Funding data: The publication of this article has not received any public or private
finance.
License: This content is under a Creative Commons Attribution-NonCommercial, 3.0 Unported
license.
[1] Quevedo también ha trabajado como coordinadora editorial (Ediciones
de la Línea Imaginaria), gestora cultural y periodista de los
diarios locales El Comercio y Hoy.
[2] Los dos últimos han sido Cierta
manera de la luz sobre el cuerpo (2018), que es una recopilación de sus trabajos
publicada por la Casa de la Cultura Ecuatoriana; y Ejercicios en aguas profundas (2020), un poemario a cargo de Ediciones de la Línea Imaginaria (Ecuador) en
colaboración con La Castalia (Venezuela).
[3] Quevedo tiene listo un nuevo libro de poemas: Herbolario de la Intuición. También ha
escrito un texto de corte ensayístico (ver nota 6).
[4] Una selección de sus poemas en francés está publicada en
línea en 9h05 International.
[5]
Además de poeta, Juan Secaira es ensayista: publicó el libro Obsesiones urbanas (2007) sobre el escritor
de vanguardia Humberto Salvador (1909-1982). Secaira ha trabajado también como
reportero y en los últimos años ha incursionado en otros proyectos artísticos:
“[Secaira] también dibuja y pinta, con su mano menos hábil, pues, debido a una
enfermedad, dejó de ser diestro para aprender a utilizar su mano izquierda. Lo
sigue intentando. En el 2019 presentó sus dibujos en la muestra colectiva El arte es dicha” (La poesía del prójimo s.p.).
[6] “Algunos apuntes sobre la
literatura como terapia, la muerte, el amor y la enfermedad” permanece
inédito hasta el momento de la escritura de este artículo (diciembre del 2020).
En ese ensayo, Quevedo reflexiona sobre su propio trabajo, basándose ante todo
en el proceso que derivó la creación de Soy
mi cuerpo: “La poesía me permitió, no solo aceptar la muerte, sino
acostumbrarme a vivir con ella, entenderla, regresar a los libros que nos
hablan del tránsito frágil y veloz que tenemos todos sobre la vida y la
necesidad de atravesar hacia la muerte” (Quevedo 2).
[7]
Quevedo confirma el carácter autobiográfico de “Fin de mi suerte”: “A mis 31
años me extirparon el útero por varios miomas grandes que me causaban mucho
sangrado […] Lo terrible fue que una operación no tan compleja, se volvió
complicada, al borde de llevarme casi a la muerte” (Quevedo, comunicación
personal, 11 de marzo del 2020).
[8]
Cabría precisar, sin embargo, que tras una cirugía de este tipo el útero no es
desechado de inmediato, sino que el protocolo exige que sea enviado a un
laboratorio para su citodiagnóstico.
[9] Aquí la palabra “narrativa” no se vincula con “ficción”
sino con “testimonio”.
[10] José Gregorio
Hernández Cisneros (1864-1919) fue un médico venezolano. El Vaticano lo declaró
beato en el año 2020.
[11]Al
transcribir los poemas de Secaira se ha respetado la separación entre versos,
pues en ocasiones están a espacio seguido (como ocurre con este fragmento de
“Neural”), pero en otros casos se infiltran espacios en blanco. La separación
responde a un motivo especial: “Significan un respiro, una pausa en la
concatenación de tanto desastre” (Comunicación personal, 21 de septiembre del
2020).
[12]
En relación con el impacto de este padecimiento, Secaira señala: “El proceso me
ha afectado en mi vida, pues solo en los últimos años me decidí a hacer público
mi deterioro de salud, y lo hice porque más triste hubiera sido ocultar algo
tan evidente […] He ganado la capacidad de verme sin vanidad ni egoísmo, y
desde ahí creo que nace la claridad inusual para poder hablar. Eso sí, me queda
lo que siempre tuve: el arte, la poesía, el deseo de vivir” (Comunicación personal, 9 de mayo del 2020).
[13] De hecho, en el poema “Ciclos” (El confín de los apremios) la voz poética se lamenta por la
incomprensión social que sufre el enfermo.
[14] Un par de ejemplos son
“Estrelladas”, que trata sobre la migraña, o “Jaqueca”. Ambos poemas se
encuentran en la colección El
confín de los apremios.
[15] La primera de estas composiciones es el poema “Exhausto”, en donde la voz poética intenta
infructuosamente recordar el nombre de un pintor alemán. En cambio, tanto en
“Remotamente” como en “Aflicciones” se impone un tono íntimo que se asocia a
una serie de recuerdos acumulados hasta formar una especie de fardo de
nostalgia. Como se verá, estos poemas incluyen estrofas o versos relacionados
con la enfermedad.
[16]
Esta enumeración de actividades podría complementarse con una reflexión
posterior de Secaira: “Hace años, y mal guiado
por mi ingenuidad y por lo engañoso del medio, anhelaba provocar y estar
inmerso en experiencias extraordinarias, prohibidas, competitivas;
evidentemente forzadas, ahora prefiero la vida” (Comunicación personal, 9 de mayo del 2020).
[17] Linggonegoro se
refiere a los estudios “The effectiveness of
music in relieving pain in cancer patients: A randomized controlled trial” y
“Improvement in patient-reported outcomes after group poetry therapy of women
with breast cancer” (s.p.).
[18] En este caso Bolton se refiere ante todo a personas
enfermas que no son escritores profesionales. El texto producido por el
paciente tiene importancia tanto para el propio autor como para quienes lo
rodean, incluidos los médicos.
[19]
Con el humor o la ironía se intenta mostrar distanciamiento hacia la
enfermedad. Secaira lo sugiere en poemas como “Aflicciones” e “Insania”.
También ha señalado: “He tenido bajones […] si
alguna virtud tengo es que no he sido alguien demandante, me he tratado de
defender por mí mismo, en lo que cabe, y el humor en eso es clave” (Comunicación personal, 9 de mayo del 2020).