Las ilusiones perdidas. Subjetividades
de la derrota en las narrativas de Diego Zúñiga y Canek Sánchez Guevara
The Lost Illusions. Subjectivities of the Defeat in the Narratives by
Diego Zúñiga and Canek Sánchez Guevara
Daniuska González González
Facultad de Humanidades/Centro de Estudios Avanzados, Universidad
de Playa Ancha, daniuska.gonzalez@upla.cl
ORCID: 0000-0003-3863-631
El presente artículo pretende un diálogo entre las
narrativas de dos autores que dan cuenta de la derrota –entendida en el sentido
avelariano de un tiempo caído que no permite lecturas a través de la epopeya y
la exaltación de los sujetos– de dos procesos revolucionarios: el de la Unidad
Popular en Chile y el de la Revolución cubana, esto mediante la construcción de
la entidad textual “sujeto”. A través de autores teóricos como Idelber Avelar,
Leonor Arfuch, Jorge Fornet y Odette Casamayor, entre otros, se leerá cómo las
narrativas de Diego Zúñiga (Iquique, Chile, 1987) y Canek Sánchez Guevara (La
Habana, 1974-Ciudad de México, 2015), este último nieto del Che Guevara,
evidencian una “topografía de la derrota” mediante la categoría de los sujetos
desilusionados y descreídos que construyen.
Palabras clave:
narrativa;
derrota; procesos revolucionarios; Diego Zúñiga; Canek
Sánchez Guevara.
ABSTRACT
The present article seeks a dialogue between the
narratives by two authors that embody the defeat –understood in the Avelarian sense of a fallen time that does not allow
readings through the epic and the exaltation of the subjects– of
two revolutionary processes: The Unidad Popular in Chile and the Cuban
Revolution, this through the construction of the textual entity
“subject”. The narratives by Diego Zúñiga (Iquique, Chile, 1987) and the
writer and grandson of Che Guevara, Canek Sánchez Guevara (Havana, 1974-Mexico
City, 2015) will be read through theoretical authors such as Idelber Avelar,
Leonor Arfuch, Jorge Fornet and Odette Casamayor, among others to understand
how they reveal a “topography of defeat” through the category of disillusioned
and disbelieving subjects that they construct.
Keywords: narrative; defeat; revolutionary processes; Diego Zúñiga; Canek
Sánchez Guevara.
Nosotros los sobrevivientes
a nadie debemos la sobrevida
todo rencor estuvo en su lugar
estar en Cuba a las dos de la tarde es
un acto de fe
no conocía mi rostro el frank con su
pistola
yo tampoco conozco la cara
de quien va alegremente a joder en mi
cama
en mi plato sin la alegría que merece
o que merecería si soy puro
viejo tony guiteras el curita los
tantos
que atravesaron una vez la luz
no pensaron que yo sería ramón
sudaron porque sí porque la patria
gritaba
porque todas las cosas estaban puestas
al descuido
éste es mi tiempo lleno de alambres y
beirut
de esa bomba callando
era verdad lo que juanito dijo
la felicidad es una pistola caliente
un esplendor impensado una rosa
todos tenemos alguna
estrella en la puerta.
“Generación”, Ramón Fernández-Larrea
I. Aquellos, los
sobrevivientes. A modo de introducción[1]
“… no hacemos historia, […] nos dejamos llevar
por ella. […]. Ayunamos a la deriva: la Historia nos arrastra […], nos pasa
factura” (Sánchez Guevara 59), esta afirmación de 33 revoluciones (2016) de Canek Sánchez Guevara pudiera englobar
las elaboraciones ficcionales, en este caso los sujetos[2], de las obras[3] Camanchaca (novela, 2009) y Niños Héroes (cuentos, 2016) de Diego
Zúñiga[4]
(Iquique, Chile, 1987), y de 33 revoluciones, el único libro de relatos de Sánchez Guevara
(La Habana, 1974-Ciudad de México, 2015), cuyas subjetividades se elaboran a
partir de la derrota de dos grandes procesos populares: el de la Unidad Popular
en Chile, el “gran proyecto social alternativo latinoamericano” (Avelar 24)
como lo denomina Idelber Avelar (2000) y que consistió en una fuerza de
partidos políticos que se agrupó en 1969 y llevó a la presidencia a Salvador
Allende un año después, hasta romperse de manera sangrienta con la dictadura
militar (1973-1990), específicamente en 1981; y, por otro lado, el de la
Revolución cubana, triunfante en 1959, que se originó por la vía armada y que
implicó el derrocamiento de Fulgencio Batista, representando la gran utopía
latinoamericana en las décadas del sesenta y principios-mediados del setenta.
Cuando se recurre al término derrota se hace en el
sentido de “un tiempo caído, ajeno a toda redención. Un tiempo que [no] […] se
deja leer […] en la triunfante epopeya de un sujeto [y donde] Los índices del
fracaso pasado interpelan al presente” (Avelar 15). Prosiguiendo con este autor
para vaciarlo fructíferamente en el objeto de estudio, se trataría de sujetos
como contenedores ficcionales de la resolución final de estos procesos
revolucionarios: en ellos no hay espacio para una “ilusión liberadora o
progresista” (24) y se encuentran inmersos en la “derrota histórica” (27). En
esta dirección se aspira a una lectura en la cual los sujetos de Zúñiga y de
Sánchez Guevara[5] arman
una “topología de la derrota” (28),
término levantado por Avelar para el contexto de la denominada postdictadura,
que, en el presente, permitiría mirar, sin embargo, hacia un camino teórico más
amplio al proponerse en este artículo una “incorporación
reflexiva de la […] derrota en su sistema de determinaciones” (29)[6].
Así, estos sujetos textuales transitan sin futuro que
los anime y como cuenta el del relato “33 revoluciones”, “la desesperación es
la única esperanza” (Sánchez Guevara 48). La estrategia neoliberal, la
desaparición gradual de soportes populares en la educación y la salud pública,
por ejemplo, y el descreimiento hacia una propuesta futura los atraviesan hasta
triturarlos, unos perdidos en la tecnología, como los de la “Ciudad
Empresarial” de Niños Héroes (Zúñiga), y otros en La Habana dolarizada
de Sánchez Guevara.
II. Algunas
(necesarias) precisiones teóricas sobre el sujeto y la derrota
Como ya se había
adelantado, a efectos de este artículo interesa abordar la categoría sujeto[7] en tanto tramado de una
subjetividad que actúa como un dispositivo para entender retazos del estatuto
social, político y cultural contemporáneo, específicamente como deriva de
procesos revolucionarios que terminaron desmoronándose, uno como consecuencia de
un golpe cívico-militar y el otro debido a múltiples factores, entre ellos el
embargo económico de los Estados Unidos en 1960 (hasta hoy vigente en la
mayoría de sus cláusulas), el derrumbe del llamado campo socialista a partir de
1989, apoyo vital para la economía y el desarrollo de la sociedad cubana, y la
concreción genuina del proyecto al interior del país[8].
Pensar cómo los autores seleccionados los arman “posibilita
[…] una apertura a pensar [también] […] problemas éticos y políticos, e incluso
implica reformular las dimensiones ontológicas y epistemológicas de los mismos”
(Biset et al. 13), por ejemplo, a través del sujeto se observará cómo
Zúñiga y Sánchez Guevara realizan una operación de diferimiento textual del
individuo contemporáneo, una entidad ficcional que cargará sobre sí misma las
contradicciones de su temporalidad. Este sujeto inscribe una
instancia de saberes y experiencias que permiten leer a través de él las
dinámicas, los conflictos y los entresijos de ese otro sujeto de la realidad,
captándolo con sus luces y sus sombras, sus sueños y sus desesperanzas, y
produciendo un cruce fructífero para analizar la conformación de
subjetividades, pero sin dejar de acotar que también la categoría literaria
“avanza más allá” de esto (Biset et al.).
Al respecto, de las numerosas ideas sobre la entidad sujeto,
se ocuparán algunas de Leonor Arfuch expuestas en El espacio
biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea (2002). En primer lugar, su apreciación del sujeto
literario como “un vasto laboratorio de la identidad” (98), lo cual posibilita
múltiples variables para armarlo/desarmarlo en un “juego reflexivo” (90)
mutable, como se conforma tomando los elementos diferidos desde la inestable y
compleja sociedad actual.
Una segunda entrada se detiene en esta construcción
subjetiva, para Arfuch poseedora de una “variación constante, […]
transmutación, […] forzamiento de los límites, […] pérdida, […] disolución”
(98). La subjetividad se encuentra en permanente movimiento en su interior,
como un proceso centrífugo, lo que indica un reacomodo incesante, y para esto
se nutre del tiempo en el cual se cimienta como constructo cultural.
En un tercer nivel, pero derivándose de los anteriores
argumentos, la autora interpreta a Teresa de Lauretis cuando afirma:
La subjetividad es construida a través de relaciones
materiales, económicas, interpersonales, de hecho
sociales y en la larga duración, históricas, y cuyo efecto es la constitución
de sujetos como entidades autónomas y fuentes confiables del conocimiento que
proviene del acceso a lo real (Arfuch 92).
A partir de esta cita se puede atender al sujeto como un
formato trasvasado por los múltiples hilos que se cruzan en el campo social y
que, desde él, a su vez, lo van entretejiendo en una operación completamente
simbiótica. Esta mirada conduce –y reafirma el objetivo del presente artículo–
hacia el sujeto como un material elástico y autónomo para recibir desde el
exterior vaivenes, aprehensiones, expectativas o decaimientos y constituirse
textualmente con ellos.
Desde Arfuch se puede acoplar la idea de Biset acerca del
sujeto como una posibilidad de “avanzar más allá de la identificación del
[mismo] con individuos o colectivos específicos, para pensar de qué modo se da
un proceso de constitución allí” (18). Este punto de “constitución” resulta una
entrada dúctil para la derrota, el segundo término que soporta este artículo,
porque los sujetos en estos autores “avanzan más allá” de tomar y,
consecuentemente reflejar, a un individuo o a su grupo de inserción, para
producir un estatuto que se formaría en tanto dinámica de circunstancias
políticas y temporalidades históricas fallidas. Como categoría que internamente
se configura, ellos se instituyen como cartas de navegación para asomarse a
estadios complejos, tensionales y profundos, derrotas dolorosas con consecuencias
todavía no zanjadas, que se van amalgamando en ese centro de constitución
semejante al vórtice de un tornado.
Estos sujetos encapsulan, por ejemplo, lo que con certeza
alegó Jon Beasley-Murray para el neoliberalismo chileno, que “parece funcionar casi
sin necesidad de ideología, para lo cual sustituye apenas los discursos de
manejo técnico, los cuales no se prestan en sí mismos para la interrogación”
(31). La sujeto del cuento “La tierra baldía” de Niños
Héroes se elabora, precisamente, desde esta mirada, “avanza[ndo] más allá
de la identificación” (13) particular a la que se refería anteriormente Biset,
para escenificar toda una trama tecnocrática-coercitiva característica de la
maquila neoliberal en que se han convertido el trabajo y la vida personal de
sus empleados.
La derrota se hace síntoma en sujetos vacíos, algunos con
añoranzas en el caso de los relatos de Sánchez Guevara –en otro contexto
narrativo Avelar (2000) observó la añoranza como una reminiscencia del deseo
del “eterno regreso”– pero como zombis alelados, sin preguntas acerca de cómo
los devorará el futuro. Lo que fuera una derrota épica se ha convertido en una
derrota cotidiana y, parafraseando el poema de Ramón Fernández-Larrea, que
aparece como epígrafe, la felicidad, si llegara a tocarlos en algún momento, es
una pistola caliente.
III.
Sobreviviendo en “Un mundo de cosas frías”[9]:
los sujetos de Camanchaca y Niños Héroes de Diego Zúñiga
Después de tantas heridas sobre el tejido
colectivo que dejó la dictadura cívico-militar chilena, con la consecuente
eliminación de las conquistas populares, y después de las preguntas por la
ausencia de quienes quedaron en un limbo jurídico denominado “desaparecido”,
¿cómo recomponer las subjetividades en medio del neoliberalismo, sistema que
confeccionó “lógicas ejecutivas que hablaran el mismo idioma […] [para]
forj[ar] la pragmática del acuerdo [con la] redemocratización” (Richard, Pensar
en/la postdictadura 9) y que instauró una derrota colectiva y un futuro sin
utopía?
Parafraseando a Fredric Jameson (1996), el sujeto está
marcado por el fin de las ideologías, los sistemas confrontados y el ideal de
un futuro estable. En definitiva, escasas victorias y una enorme derrota. Para
este autor, con la globalización “[se] define [un] cambio en la dinámica de la
patología cultural diciendo que [su] fragmentación [...] desplaza a su
alienación. [...] con el consiguiente hincapié [...] en el descentramiento
del sujeto [...] –el sujeto centrado del periodo del capitalismo clásico y de
la familia nuclear está hoy disuelto” (Jameson 35-36), el cual se puede leer en
el autor chileno Zúñiga con sus sujetos itinerantes, desilusionados y apáticos.
Como reflexionó Zygmunt Bauman en dos de sus textos
más conocidos, Vida de consumo (2007)
y Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores (2010), el sujeto (sobre)vive en un presente líquido
que difumina los contornos políticos, culturales y sociales. La única historia
que este sujeto puede construir es sobre un ahora efímero. De ahí que los
sujetos en Zúñiga circulen con apatía, sin grandes objetivos, ajenos a los
vaivenes políticos y de cualquier épica, sin ataduras ideológicas y, sobre
todo, con escasa memoria de su pasado: “Había que moverse todos los días,
cambiar de comuna, evitar cualquier cotidianidad” (“Un mundo de cosas frías”
38). Para comprender estas afirmaciones, se vuelve a conectar con
Beasley-Murray cuando señaló:
Repensar la postdictadura chilena implica también una
nueva concepción del neoliberalismo latinoamericano y de la globalización que
dice abrazar, una nueva concepción del modo en que el neoliberalismo estructura
o maneja las sociedades contemporáneas, y de la génesis e historia de la
globalización. En algunos sentidos, sin embargo, ésta podría ser una primera
descripción: el neoliberalismo falla en ofrecer una descripción o alguna
explicación de sí mismo […].
Este déficit ideológico es la fuerza del
neoliberalismo (30-31).
Al partir de esta cita y como se había anticipado, la
sociedad chilena venía de un periodo de grandes promesas populares que se
quebraron con la imposición del régimen militar; luego, ya en democracia, el
modelo que se impuso, el neoliberalismo, comenzó a demandar individuos
despolitizados, confinados a la circulación por los grandes malls, con la
mirada petrificada entre las tarjetas de crédito –“lo que un futuro incierto
pide a gritos son tarjetas de crédito” (19) diría Bauman– y las últimas
rebajas.
Hacia esta burbuja neoliberal ha sido expulsado el
sujeto de la novela Camanchaca, que vive dentro de un murmullo, aislado
de las voces del entorno que no le aportan porque su mundo viene de
interrogantes que solo conducen a un devaneo estéril: “Los murmullos. […]. Los
murmullos. Cierro los ojos, pero los sigo escuchando” (Zúñiga, Camanchaca
104). Se puede pensar que esto responde a la puntualidad de su caso, es un
joven de 20 años, sin embargo, esta actitud se multiplica en los sujetos
adultos de Niños Héroes, como se analizará posteriormente, siempre
inmersos en una incesante búsqueda de sentido para su devenir y a los que,
desde temprano, los ha marcado la desilusión. A estos nietos de la dictadura
poco le dicen “Los paraísos artificiales” (Baudrillard 1990) que vende la
sociedad neoliberal, ellos vagan sin rumbo, inmersos en una intemperie que los
aplasta y donde cada lugar parece insoportable.
Al respecto habría que preguntarse si como narrador a
Zúñiga le atrae esta reconstrucción constante del sujeto debido a que con ella
puede transformar la categoría en el “laboratorio de identidades” (98) que
definió Arfuch. En Camanchaca se
elabora una identidad que se complejiza desde un dejar(se) ser. El
sujeto viaja con una lista de objetos personales que el padre debe comprar,
sobre todo ropa de marca: “chaqueta, pantalones, zapatillas, camisas, calzoncillos
y calcetines […] [Mi madre] Me dijo que le exigiera a mi papá que me comprara
cosas de marca” (Zúñiga, Camanchaca 16). El joven, que sufre depresión a
causa de la obesidad y un sangrado constante de las encías, se ve “en el mall
de Iquique […] entrando a los vestidores e intentando que las camisas en oferta
me entren, calculando que si adelgazo unos kilos […] me podrán subir esos
pantalones que están dos por uno” (16). Como se desprende de la cita, el sujeto
está expuesto al vaivén del designio de otros, en este caso de sus padres, y
solo le resta obedecer, pero con una postura desganada, de completo hastío.
Esta escena se reproduce a lo largo de la novela a
través de una pasividad exasperante: piensa una y otra vez, da vueltas sobre sí
mismo y sus razonamientos recurrentes y banales se compactan con una postura
indolente y alelada: “no tuve ganas de levantarme” (Zúñiga, Camanchaca
24) o “miro el techo. [Apoyo la cabeza en mis brazos cruzados]” (99). Está
diseñado desde la inercia: le cuesta caminar e interactuar socialmente, de ahí
que se pueda hojear en él, a manera de las páginas de un libro, la creación más
lograda del sistema neoliberal.
Sujeto socavado por el desgano, como arropado por la
“frágil armadura del presente” (Willem 67), no entiende su mundo y frente al
desagrado de ciertas situaciones como el tenso vínculo filial, nada hace por
cambiarlo: “Deberías ir a trotar por la playa, caminar, si no, te vas a morir [le
dice el abuelo]. Por mi cabeza no dejan de pasar las palabras con cuales podría
contestarle […] no logran ordenarse. […] vuelvo a subir a mi pieza” (Zúñiga, Camanchaca
97). Como precisa con lucidez Lorena Amaro (2018), se trata de una subjetividad
que “se comporta […] [con] un discurso vacío y estúpido […] un sujeto
desarraigado de lo político” (256-257). Habitando en el sopor de dejar “que los
días pasen” (Zúñiga, Camanchaca 105), es como si el coloquial y
onomatopéyico “¡Bah!” del “da lo mismo” lo rodeara. La disputada lista de
compras del comienzo de la novela reaparece sobre sus piernas y al final se
pierde en la camioneta, pues ya nada le importa, como si hiciera zapeo por su vida y las de los demás,
royendo siempre su desgano, desplegándose mecánicamente.
Mientras en Niños
Héroes los sujetos sobreviven el fracaso convirtiéndose en “patiperros”[10]; pese
al título, no existe ninguna heroicidad en sus acciones, solo fracaso: Vergara
y su pistola de juguete en el asalto a Kidzania, un lugar de diversión
infantil; la pareja cuya inconsistente relación se funda en pernoctar en
departamentos pilotos durante madrugadas de sueños que jamás concretarán;
Carrasco, el líder de la toma de un instituto, que pretendía una venganza
infantil a través del gesto de cortar el cabello de las niñas secuestradas… El
volumen construye una hagiografía de subjetividades incompletas,
desideologizadas, dispersas y arruinadas, como armadas a semejanza de los
departamentos en obra, en plena edificación, que ocupan los de la historia de
“Un mundo de cosas frías”, el texto más logrado narrativamente. Los sujetos
exhiben una condición identitaria nómada desde una pregunta que los atraviesa:
“¿Y dónde vas a ir?” (sic) (Zúñiga, Niños Héroes 43).
Entre estos sujetos sobresale Catalán,
que aparece en dos cuentos: “Lorrie Moore le lee un cuento a Catalán” y “Niños héroes”, y en él se
concentran los rasgos más reveladores del sujeto hundido en la sociedad
neoliberal, sin sueños ni premuras utópicas. Catalán parece haber saltado de
las páginas de Llamadas telefónicas
(1997) de Roberto Bolaño, tanto en la sinuosidad que le impone al desarrollo de
la trama como en la vaciedad de su vida bohemia, que se entrecruza con la
literatura. Catalán es un amante de los libros de Bukowski, un tallerista, el
“ciudadano de un mismo lugar, exiliado de un país [que no es otro que Chile]”
(Zúñiga, Niños Héroes 71), el tipo capaz de follarse a una prostituta
mientras le relata de manera divertida sus travesías inventadas.
En este sujeto se sobreponen dos instancias: una
impuesta por la sociedad y que se asocia con el trabajo de donde regresa
aburrido, “con una cara de dos metros” (Zúñiga, Niños Héroes 79), que lo
empuja a deambular sin meta o que, cuando fija un objetivo nunca lo alcanza,
como ocurrió cuando intentó “tramitar un préstamo de dos millones de pesos”
(79) en un banco y le fue negado; y otra fabricada a través de la literatura,
un espacio otro donde consigue,
momentáneamente, su identidad: la obra de Lorrie Moore lo conduce a un acto íntimo y poderoso, en el cual percibe
su realización. Mientras mantiene sexo, obliga a su pareja a tomar “uno de los libros
de Lorrie Moore y [la] puso a leer un
cuento en voz alta, […] ella leía despacio, juntaba palabras con mucho esfuerzo
y Catalán sonreía, sí, sonreía de una forma en que
nunca antes lo había visto sonreír” (88), instante que abre la posibilidad
fugaz de sentir su vínculo con otro ser humano y con un objeto cultural: el
libro literario.
La escisión de este sujeto marca una trayectoria
paralela cuyo gozne lo produce el registro literario a través de la escritora
norteamericana. Ella se instituye como vínculo entre la realidad neoliberal que
acosa a Catalán y lo arroja fuera de la circulación
social, y la ficción donde halla el único lugar para re-conocerse. Dentro de las dinámicas de la subjetividad él deviene
un sujeto de papel, un ente doblemente significado: como creación textual de
Zúñiga y como instalación a partir de otra ficcionalidad otorgada por su fusión
corporal con Moore.
No se puede obviar la intencionalidad acerca de la
literatura como un espacio otro
dentro de la contemporaneidad anémica y desmoronada, que repele la aridez de la
cotidianidad y que coloca al sujeto en una categoría más trascendental que
aquella donde habita, instalado frente a una máquina de escribir, una
computadora o una novela, “Yo a esas alturas no había escrito más de cinco
cuentos y Catalán ya trabajaba en una novela” (Zúñiga, Niños Héroes 72), esta última como un cuerpo
textual que se reverencia y propicia una identidad y un compromiso (otra vuelta
a Bolaño, ahora a sus detectives salvajes);
o, como explica Nelly Richard en Pensar en/la postdictadura deviene una
“zona de no-reconciliación con el paradigma neoliberal” (20).
El hilo que sutura a los sujetos nada heroicos de Niños Héroes descubre vidas inundadas
por la desidia y aplastadas por el desaliento, como si se hallaran en el
interior del cuento “Niños Héroes” donde se ha creado “Una zona muda […], [con]
historia[s] que nadie nunca va a contar” (Zúñiga 109). Retomando a Jameson,
estas subjetividades andan a la deriva y el contexto y la cotidianidad les
deparan más preguntas que respuestas. Atravesados por el desgano, desde un presente
fallido, exhiben la desesperanza de ir hacia un futuro poco promisorio, son los
“Ciudadanos de un mismo lugar, exiliados de un país donde nunca más quisimos
regresar” (71), como describe el sujeto de “Lorrie Moore le lee un cuento a Catalán”.
IV. El nieto del
Che Guevara echa el cuento sobre la derrota: una narrativa a “33 revoluciones”
por minuto
La primera marca
en la escritura de Canek Sánchez Guevara es la condición de privilegio que le
permite colocar geografías diferentes al final de los cuentos, como constancias
de su inestable periplo: Sadirac (Francia), Ciudad de México, Oaxaca y Pachuca,
estos en México, Panamá, costa atlántica de Nicaragua y Guatemala. Para su
generación encapsulada entre consignas y turismo nacional, la libertad de un
pasaporte resulta todo un lujo. Sin embargo, este privilegio viene acompañado
de una comprensión de la derrota, suerte de documento literario: no obstante la
pertenencia a una clase política con prerrogativas, el autor logra aprehender
los modales de la sobrevivencia y la desilusión de una mayoría de la población
cubana después de la caída del Muro de Berlín, el colapso de la ayuda soviética
y, en general, de los países de Europa del Este, el eufemísticamente denominado
“Período Especial en Tiempos de Paz”, y la fuga de más de 32 362 balseros entre
agosto y septiembre del verano de 1994, fecha que atraviesa los cuentos. Como
si el desaliento constituyera un paño que cubriera la isla, sin importar
instancias sociales, políticas o históricas, coincidiendo ficcionalmente con el
análisis de Rafael Rojas (2006) en el que plantea que “desde mediados de los 90
en la isla no queda en pie ninguno de los proyectos culturales que a lo largo
de cuarenta años se concibieron en nombre de la Revolución” (41).
A este tiempo de desencanto le corresponde un sujeto apático
e indolente, agotado “de las energías creadas por la revolución” (Fornet 3),
que lleva sobre sí mismo el peso muerto de la derrota, y los ideales de
justicia y reivindicación que fueron levantados como estandartes por la
Revolución suenan ahora como “un disco rayado”: “Vivo en un disco rayado, […],
y cada día se raya un poco más” (Sánchez Guevara, “33 revoluciones” 19). Para
él desaparecieron el ímpetu, la hora del sacrificio y la creencia en el futuro;
como en el poema de Fernández-Larrea citado al inicio, habita un tiempo de
alambres.
Como apunta Odette Casamayor, este sujeto “flota en el vacío
que para [él] constituye la sociedad actual” (“Soñando, cayendo y flotando”
644). Tratándose de un autor que no puede eludir la herencia heroica del
abuelo, sin duda en su narrativa se produce una fisura ideológica con respecto
a la noción de hombre nuevo esbozada por el Che Guevara en 1965: “Se trata […]
de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con
mucha más responsabilidad. El individuo de nuestro país sabe que la época
gloriosa que le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio” (10). Para
Sánchez Guevara, la imagen revolucionaria se ha visto reducida a un concepto
entrampado entre “El deber y el querer. […] [que] Desea quedar solo en la
oficina, en la ciudad, en el país, y no ser molestado jamás” (“33 revoluciones”
19) y el sujeto se deslastra de compromisos que lo atan para insertar su
individualidad en una noción tan manoseada como la de pueblo, fundamental, sin
embargo, para entender la doctrina guevarista.
Todos los sujetos de su libro de relatos se apartan de la
colectividad, moviéndose entre dudas y deserciones y marcados por el fracaso,
como luciérnagas encerradas en un frasco que no es otro que una “topología de
la derrota”: un sujeto traficante, Guacarnaco Cool, “un lince pal bisne”
(Sánchez Guevara 76); el del relato “Los supervivientes”, transitando en un
constante “Ya no soy nadie, […]: me niego a mí mismo y reniego del mundo
conocido” (96); el artista-caníbal prisionero de sí mismo en la “insípida
cotidianeidad del edificio” (133); y el friki con un padre “tan comunista e
imperfecto [con] amistades muy poco recomendables: […] lo más bajo del
subproletariado en esta revolución proletaria” (216). Como acota Jorge Fornet
en su puntual artículo “La narrativa cubana entre la utopía y el desencanto”:
Cuba aportó a la década del 60 […] la magia de un sueño y la
euforia de una inminente revolución continental. Fue la muerte del Che –si
hubiera que buscar un simbólico punto de inflexión– la que inició el reflujo de
ese sueño.
[Luego] La caída del muro o, para ser más precisos, la
desaparición del socialismo en Europa del Este y la posterior desintegración de
la Unión Soviética, desataron una crisis económica y moral en la sociedad
cubana […]. Dicha crisis dio inicio, en la primera mitad de la década del 90, a
una etapa de transición (8).
Después de lo puntualizado por el autor en esta cita vino la
debacle del “Periodo Especial”, ficcionalizada, por ejemplo, en los sujetos
descreídos y arrojados de cualquier humanidad de Pedro Juan Gutiérrez, sobre
todo los de Trilogía sucia de La Habana
(1998), El rey de La Habana (1999) y Animal tropical (2000), que parecen
cerrarse, distinguiendo el contexto, en Sánchez Guevara, como si no hubiera
vuelta atrás, sin atisbos de creer en la posible utopía de un mejor final
social. De la Revolución y sus sueños permanecen estos, los sobrevivientes –con
este sustantivo jugando a contracorriente con el poema “El Otro” de Roberto
Fernández Retamar–, sujetos textuales parecidos a peces boqueando
desesperadamente por agua.
Ahora bien, entre estos sujetos sobresale el de la historia
“33 revoluciones”, a juicio personal la subjetividad más sólida al
problematizar elementos de la vida cotidiana con reflexiones políticas,
filosóficas y literarias. La frase “En realidad, a nadie le importa nadie”
(Sánchez Guevara 17) lo soporta como subjetividad, pero también soporta a los
sujetos de su entorno monótono y derrotado. Él atrapa el discurrir cansino, sin
energía de la sociedad: el dejarse ir, también presente en Zúñiga, el no “coger
lucha” mientras suena como fondo musical “el disco rayado de lo que nunca
funciona” (25). Acomodado en una zona parasitaria –trabaja pocas horas y
sobrevive de las compras con divisas en un supermercado– se mueve por inercia,
testigo huérfano frente a un mundo rendido:
Semanas y semanas viendo cómo se vacía la ciudad; no hay día
en que no se entere de algún amigo o conocido que ha partido […]: a la novela
de las nueve la sustituye la de la vida diaria. El disco rayado de la política
se repite una y otra vez: peones sacrificables, el estrecho es el tablero:
somos dispensables, desechos arrojados al mar, piensa (66-67).
Este sujeto, observador entre perplejo y distanciado toda
vez que logra mirar y separarse del entorno que huye mientras él fotografía la
estampida, resume la derrota del sueño revolucionario. Lanzarse al mar en una
balsa y huir hacia los Estados Unidos: epítome de la rendición. En él se
sobreponen la soledad colectiva, que convierte a La Habana, centro del relato,
en un territorio eriazo, con el Malecón y la línea del horizonte como únicos
puntos de expectativa; y la soledad individual, que sobrelleva su día a día:
detrás de las adquisiciones con dólares, favor de la amante rusa, y el encierro
en su departamento a punto de desplomarse, sobrevive un ser solitario entre el
alcohol y los libros. Su trayectoria vital se organiza desde la anomia y para
él “La historia se ha convertido en un misterio, carroza vacía, simulación. Las
escaleras tendidas hacia el Progreso han sido retiradas” (Casamayor 649). Al
final, cuando decide partir en una balsa, lo hace dejándose arrastrar por el
ímpetu ajeno, igual al de los numerosos personajes que, en días previos, había
fotografiado mientras se marchaban.
Por tanto, se pudiera afirmar que esta mirada narrativa
potencia el surgimiento de una identidad a partir de la tensión entre el sujeto
derrotado del relato y un dispositivo (este último en la connotación apegada a
Michel Foucault y Giorgio Agamben cuando lo inscribieron en vínculo con el
poder[11]), armado a partir de la
distopía de la derrota. Entrampado entre las redes del poder que lo supera,
como cuando expone: “La patria […] exige la muerte de quienes la componen […].
Institución rodeada de enemigos, siempre paranoica nos convoca. Le debemos
todo. Nuestra obligación primera es con ella” (Sánchez Guevara 62) y de un
saber construido sobre la sobrevivencia, elemento identificatorio del mundo de
promesas constitutivas del proceso revolucionario pero que no cuajaron. Como si
se pudiera metaforizar en la imagen de un reloj de péndulo, su historia familiar
oscila entre los dos extremos de este dispositivo de poder/saber, y a partir de
esta tirantez, tratará de armar un amago de identidad.
El relato sobre sus padres, contentivo de la inserción de
ambos en el aparato político estatal propuesto por la Revolución, traza una
línea con su presente derrotado:
Padre se unió a los barbudos meses antes de su entrada
triunfal, y madre vendía bonos del veintiséis en su auto niú-de-páquet. Se
conocieron […] en uno de esos mítines masivos donde la furia y el fervor se
fundían, […] acabaron por dar cuerpo a esa conciencia de ser iguales, de soñar
con lo mismo, de formar parte de un proyecto que los incluye y les exige por
igual. Después, padre trabajaría en la reforma agraria y madre en la industria
básica.
[Él] [e]ra […] el que mejor se comportaba, y no
escatimaba su presencia en las actividades patrióticas […]. La patria es lo
primero, repetía convencido […]. Fue jefe de aula, de escuela, de diversas
secciones y federaciones, y hay quien lo recuerda chivateando a compañeros poco
dotados para el compromiso político-ideológico. Era, pues, tremendo consciente:
no brillante pero sí comprometido. Hasta que un día comenzó a leer […]
[…] ese universo acentuaría la estrechez del cotidiano
(Sánchez Guevara 27-29).
En primer término, no puede dejar de notarse el uso de la mayúscula y la ausencia del
artículo posesivo “mi” para referirse a la figura paterna. Para Sánchez
Guevara, Padre formaría parte de los otros dispositivos de control sobre el
sujeto textual, como la policía –“los policías, lo observan de
arriba abajo, […] y solicitan sus documentos: –¡Carné de
identidá!” (24)– o el del Sindicato de Trabajadores – “explica con voz de agitador
por qué hay que estar alertas y prevenir […] –¡Y por la
fuerza, si es necesario!” (63). El padre: expulsado de su afecto al negarle la
partícula posesiva.
El sujeto se distancia de su origen, uno atravesado –que responde a– por un periodo histórico
cuyas bases asentaron lo que Casamayor denomina “La cosmología de la Revolución
cubana”, aquel “conjunto de ideas condicionadas por la experiencia
revolucionaria que aportan lógica al mundo en que viven los cubanos desde 1959”
(644) y que contrasta con la imposibilidad de mantener en el tiempo los
enunciados constituyentes del proceso revolucionario. En esta tirantez existe
un momento puntual cuando al percatarse de que a su hijo le interesaba la
lectura, Padre exclama: “¡¿Intelectual!? –[…]
convencido de que los artistas (y todo eso) son la desgracia del país” (Sánchez
Guevara 28), retrotrayéndose al Caso Padilla[12]:
“décadas atrás había seguido con interés las discusiones con esos supuestos
intelectuales que más bien parecían agentes del enemigo –¡diversionistas!
–” (28).
Con el acto de la lectura, que “lo haría soñar con
amplitudes faltantes” (Sánchez Guevara 29), sin dudas un gesto de rebeldía como
el de Catalán y su fusión corporal con la escritura de Lorrie Moore en el
cuento de Zúñiga, el hijo aparta de sí mismo un modelo que no solo involucró a
su progenitor sino también a la “lógica [del] mundo” (Casamayor) a la cual la
sociedad cubana se fue adaptando hasta aceptar como cotidiano y normal la no
concreción de las expectativas generadas en la década del sesenta.
Pero, además, en un segundo término, el sujeto se mira
lúcidamente como “un sufridor narcisista encantado con su propia miseria
existencial” (Sánchez Guevara 32) y desde esta posición decide ensamblar un
juego de modos de sobrevivencia que agrupa metafóricamente bajo la imagen del
vinilo de 33 revoluciones por minuto: “entonces comenzó con aquello de los
discos rayados” (29) o “el disco rayado de la vida y de la muerte, […] el
repetitivo ciclo de la rutina […], como un disco rayado” (15). Este disco gira
alrededor de la inercia originada por el descreimiento, no solo característico
de las derivas postrevolucionarias sino también del tiempo contemporáneo, que,
retornando a Avelar, ha hecho de la pérdida –entendida como lugar donde se
difuminan proyectos e identidades– una inscripción fundamental.
El sujeto de “33 revoluciones” ha comprendido que habita en
la más absoluta orfandad, que “en este mismo instante no hay cuerpo social”
(Sánchez Guevara 66) que lo sostenga y que se ha convertido en un despojo,
subjetividad última de una redención prometida.
V. Derrota en un
“tiempo lleno de alambres”. Acotaciones finales
En un primer momento de la escritura de este artículo se pensó en la
pertinencia de establecer un diálogo entre dos narrativas que construían la
derrota de dos procesos históricos diferentes, sin embargo, precisamente en
este punto, se consideró que podía radicar el aporte. Así, se pretendió mirar
cómo a través de la categoría sujeto y tramando sus propuestas desde las
particularidades de sus respectivas temporalidades, Zúñiga y Sánchez Guevara
colocan sobre la escena narrativa una “topología de la derrota”, deriva final
de dos procesos político-sociales de izquierda.
Ya no se tienen estrellas en la puerta
(Fernández-Larrea) y no hay grandeza en sentirse derrotados, pues el presente
se reduce a la sobrevivencia y el simulacro. A través de los sujetos, ambos
autores construyen una “topología de la derrota” e incorporan reflexivamente
esta terminología –se continúa con Avelar (2000)– mediante recursos como la
desilusión, el fracaso y la anomia. Frente al futuro, se representan corroídos
por la vaciedad y hasta se pudiera hablar de capitulación en ellos.
En los volúmenes de Zúñiga lo
anterior complejiza no solo a las identidades protagonistas, también se
transfiere a aquellas que las acompañan, como si entre todas tramaran un mundo
particular, cerrado al exterior a partir de sus propias reglas de juego, con lo
cual se establece un vínculo simbiótico que instala la formación de esta clase
de sujeto. Mientras que en 33 revoluciones se percibe residualidad en
esta categoría, es un dispositivo-detritus que se ha enquistado como un rezago
de un tiempo pretérito de combatividad y heroísmo.
Incrédulos frente al futuro,
los sujetos de Camancha y Niños Héroes buscan día a día,
“patiperreando”, un lugar donde encajar en una sociedad neoliberal que los
expulsa; mientras los de 33 revoluciones
se entronizan con aquellos de la realidad habanera, inmovilizados durante horas
en el Malecón, rumiando su decepción después de juramentos incumplidos y sueños
malogrados[13]. Al
final, escépticos y frustrados, se dejan
llevar o, como afirma uno de los
sujetos de Sánchez Guevara, se convierten en depredadores, devorándose los unos
a los otros, como en la selva.
Porque para todos ellos no
vale la pena gritar por la patria –otra vuelta de tuerca a Fernández-Larrea–,
“porque todas las cosas [que recibieron quedaron] puestas al descuido”, porque
“a nadie [les] debe[n] la sobrevida”, porque, después de tanta historia prometeica,
están a la intemperie, sin la prometida “felicidad [de] un esplendor
impensado”.
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Date of reception: 20/07/2020
Date of acceptance: 05/01/2021
Citation: González
González, Daniuska. “Las
ilusiones perdidas. Subjetividades de la derrota en las narrativas de Diego
Zúñiga y Canek Sánchez Guevara”. Revista
Letral, n.º 25, 2021, pp. 193-215. ISSN 1989-3302.
Funding data: The publication of this article has not received any
public or private finance.
License: This content is under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0
Unported license.
[1] Agradezco el diálogo teórico con la colega Betina Keizman,
profesora e investigadora de la Universidad Alberto Hurtado, de Santiago de
Chile.
[2] Aunque en este artículo no se abordarán explícitamente las
nociones de sujeto de Michel
Foucault (La hermenéutica del sujeto
y Tecnologías del yo y
otros textos afines), estas atraviesan
implícitamente la propuesta, sobre todo la definición de sujeto de La
hermenéutica como una identidad construida “no en el
sentido de una sujeción sino de una subjetivación” (Foucault 483), lo cual
estaría en sintonía con las reflexiones de Leonor Arfuch que se utilizarán.
[3] Hasta la fecha de escritura del presente artículo no se
encontraron acercamientos críticos sobre la narrativa de Canek Sánchez Guevara.
Con respecto a la narrativa de Diego Zúñiga se apuntan los siguientes:
“`Camanchaca´, de Diego Zúñiga” (Letras en línea,
2010) de Pablo Torche; “Camanchaca
de Diego Zúñiga: Testimonio y (re)construcción de la memoria como alegorías del
violento decurso de la historia chilena” (En (07.02. 2013), 2010) de Daniel Rojas Pachas; “Crítica a ‘Camanchaca’, la
novela de Diego Zúñiga” (www.carlosandueza.wordpress.com, 2012) de Carlos
Andueza;
“Desarraigo y nostalgia. El motivo de la vuelta a casa en tres novelas chilenas
recientes” (Iberoamericana, 2013) y El espacio narrativo en la novela chilena
postdictatorial. Casas habitadas (2016), ambos de Willem Bieke; y “Formas
de resistencia en cronotopías cinematográficas y literarias chilenas: El caso
de Huacho, Pejesapo y Camanchaca”
(tesis, 2016) de Jaime Andrés Maldonado Galaz. También las referencias a la
novela Camanchaca en el libro La pose autobiográfica. Ensayos sobre
narrativa chilena (2018) de Lorena Amaro.
[4] No se incluyó su novela Racimo
(2014) porque la construcción de Torres Leiva, su protagonista, apunta hacia
una inmersión directa en el horror, esto a través del cruce entre el espacio
fotográfico y el narrativo.
[5] Se acota que la narrativa de Zúñiga
ha dilatado hacia otros registros la temática de la denominada “literatura de
los hijos”, aquella que da cuenta de las experiencias de los adultos durante la
dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) a través del relato de
quienes fueron niños en esa época (casos Alejandro Zambra, Lina Meruane y
Alejandra Costamagna como autores epítomes), para aproximarse a otras
propuestas que, si bien son derivas del periodo dictatorial, se abren hacia la
soledad, la búsqueda como razón de vida y la inconsistencia del sujeto
neoliberal. En este sentido se trataría de un narrador limítrofe. Por otra
parte, Sánchez Guevara antecede a la “Generación Cero”, aquella que, de acuerdo
a Mónica Simal y Walfrido Dorta, citando a Orlando Luis Pardo Lazo, tomaría en
cuenta a escritores “nacidos en su mayoría a finales de la década de los 70 y
principios de los 80 del siglo xx”
(2), partícipes de experiencias “en la virtualidad de Internet, a través de
blogs, ezines y revistas autogestinados” (3) y cuyas “prácticas de
autovisualización y de socialización no están determinadas en esencia por las
directrices estatales” (3). Una generación que para, Duanel Díaz Infante, se
mueve “[e]ntre el páramo del exilio y el desierto, […] sin rostro” (9).
[6] Este artículo se escribió entre el
año 2018 y los primeros meses de 2019, por esta razón se hace necesario señalar
que la tipología del sujeto apático y descreído de las narrativas abordadas
pudiera obturarse por otros autores (también por Zúñiga) a partir de dos
acontecimientos políticos que, en diferentes contextos, provocaron rupturas y
trizaron la inercia que se trabajó a partir de Zúñiga y Sánchez Guevara: el
Estallido social de finales de 2019 en Chile, que provocó cambios importantes
en el arraigado estatuto neoliberal, y el Movimiento San Isidro en La Habana,
que movilizó a jóvenes artistas cubanos en 2020. Habría que observar si la
literatura de ambos países se apropiará de estos momentos; preguntarse acerca
“de qué lado estará la literatura que viene”, como bien se interrogó Patricia
Espinosa en su artículo “Aquí, Chile: literatura neoliberal y literatura post
estallido”, pues, se concuerda con esta crítica, “desde
siempre el espacio propio de la buena literatura ha sido la grieta: habitar una
grieta, provocar una nueva, ignorarla, incluso rechazarla. Por eso, si la
literatura decide habitar en la árida superficie que sirve de escenario para el
despliegue del poder, no logrará sobrevivir” (en línea).
[7] Se parte de la idea de que no existe una crisis conceptual
para mirar de manera contrastante al sujeto de finales del siglo xx con respecto al del presente, al
contrario, en este último tiempo sus características parecen haberse afianzado,
por lo menos, en el caso chileno hasta el mencionado estallido social de
octubre de 2019.
[8] Esta investigación comparte
la idea de Rafael Rojas desarrollada en Historia
mínima de la Revolución cubana (2015) acerca de considerar la Revolución
cubana en un periodo que abarcaría entre 1956 y 1976. Así, Velia Cecilia Bobes
comenta al respecto: “… lo que me interesa destacar es que una revolución,
además de llevar a un cambio de régimen político, implica transformaciones de
mayor envergadura que abarcan todas las dimensiones sociales (economía,
política, relaciones sociales, cultura e imaginario). Es aquí donde cobra
relevancia la tesis de Rojas de ubicar la revolución en el periodo comprendido
entre 1956 y 1976. Comparto la propuesta en el entendido de que estos son los
años donde tales transformaciones se producen en Cuba mientras que,
posteriormente lo que predomina es la estabilidad y solo se producen cambios
menores o adaptaciones de lo ya modificado” (en línea).
[9] Título de uno de los cuentos del libro Niños Héroes
de Zúñiga.
[10] Palabra
referida en Chile a quienes les gusta viajar o estar constantemente fuera de
casa. Su origen alude a los perros callejeros, numerosos en el país, que,
aunque tengan un hogar, prefieren vagar por la calle.
[11] Aunque se conoce, a fines del análisis narrativo de este
artículo no se reparará en la lectura de Agamben a Foucault (en este sentido se
destaca como revelador el texto “Sujeto y potencia. La des-creación del sujeto
en Giorgio Agamben” (131-168)
de Manuel Ignacio Moyano, recogido en la compilación Sujeto. Una categoría en disputa de Emmanuel
Biset et al., 2015) y solo se pretenderá utilizar la categoría “dispositivo”
como instancia que permite un registro de lectura fructífero sobre los sujetos
de Sánchez Guevara.
[12]
Viene a propósito una cita de la investigadora Damaris
Puñales-Alpízar cuando ubicó en 1971, a partir del enjuiciamiento al poeta
Heberto Padilla (1932-2000), la ruptura “tanto interna como externamente, el equilibrio
que se había mantenido en el quehacer cultural y en las relaciones entre los
intelectuales cubanos y extranjeros con el poder político de la isla.
En ese mismo año, en la Declaración del
Primer Congreso de Educación y Cultura, […], Fidel Castro […] dejó en claro que
el arte solo podía ser valorado en función de su utilidad y su aporte para el
pueblo. La única valoración posible del arte era la política” (72-73).
[13] El documental “La teoría cubana de la sociedad perfecta”
(2018) (Dir. Ricardo Figueredo) dialoga directamente con esto. Consúltese
en: https://rialta.org/aiovg_videos/la-teoria-cubana-de-la-sociedad-perfecta/?fbclid=IwAR3cMx3TMQr7l6vdGd6YGyjB3r6YE8YZpajIj-EktxexCbm54SezPGIVKV0.