Una comparación entre El viajero del siglo de Andrés Neuman y (parte de) la obra literaria de Santiago Ramón y Cajal*
A Comparison Between Andrés Neuman’s El viajero del siglo and (Part of)
the Literary Work of Santiago Ramón y Cajal
Julio Salvador Salvador
Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC), Universidad Complutense de Madrid (UCM), jusalvad@ucm.es
ORCID: 0000-0002-0847-8768
DOI: http://dx.doi.org/10.30827/RL.v0i24.15624
En 2019 se cumplieron diez años de la publicación de El viajero del siglo, de Andrés Neuman. El 17 de octubre de 2019 se conmemoró el 85 aniversario del fallecimiento de Santiago Ramón y Cajal. Ante la coyuntura de estas dos efemérides, este artículo compara la novela de Neuman con parte de la producción literaria de Cajal para poner de manifiesto algunos puntos en común que tienen y la importancia que para ellos tiene su literatura como instrumento de comunicación de sus planteamientos filosóficos. Se prestará especial atención a la importancia del cambio de espacio y al uso de elementos maravillosos en su producción, así como a una lectura metafórica que ambos tienen del viaje y de la traducción. Además, se contrapone la lectura que Neuman hacía del siglo XIX en su novela, lectura marcada por la inclusión de nociones actuales como la identidad líquida, frente a la de Cajal, influida por la idea de progreso científico y de patriotismo.
Palabras clave: Andrés Neuman; Ramón y Cajal; El viajero del siglo; literatura comparada; viaje; género proyectivo; ciencia y literatura.
In 2009, ten years after the publication of El viajero del siglo, by Andrés Neuman, was fulfilled. On October
17, 2019, the eighty-fifth anniversary of the death of Santiago Ramón y Cajal
was commemorated. At the juncture of these two ephemerides, this article
compares Neuman’s novel with part of Cajal’s literary production to reveal some
common points that they have and the importance for them of their literature as
an instrument of communication of their philosophic approaches. Special
attention will be given to the importance of changing space and the use of
wonderful elements in its production, as well as to a metaphorical reading that
both have of travel and translation. In addition, Neuman read the nineteenth
century in his novel, a reading marked by the inclusion of current notions such
as liquid identity, as opposed to that of Cajal, influenced by the idea of
scientific progress and patriotisms.
Keywords: Andrés Neuman;
Santiago Ramón y Cajal; El viajero del
siglo; comparative literature; travel; projective genre; science and
literature.
I. Justificación
del tema
En el
año 2019 se han cumplido diez años de la publicación de El viajero del siglo, novela del escritor argentino-español Andrés
Neuman. Que se preste atención a tal efeméride no obedece únicamente a las
virtudes literarias de este texto, sino también al hecho de que se trata de una
obra escrita por uno de los autores con mayor predicamento en la actualidad
dentro de la literatura que se escribe en español. Neuman nació en Buenos Aires
en 1977, pero a los 14 años se instaló en Granada (Pacheco 1). Tal hecho ha
marcado su visión del mundo y de la literatura como herramienta comunicativa. Su
pulsión casi obsesiva por el hecho literario se confirma al analizar
sucintamente su trayectoria profesional, que detalló Gracia Morales (117): ha
sido profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Granada; su
labor profesional también se ha centrado en la traducción, como atestiguan las
que hizo de Viaje de invierno, del
poeta Wilhelm Müller (Acantilado, 2003) y El
hombre sombra, del poeta Owen Sheers (Pre-Textos, 2016); a lo anterior
cabría añadir que es un escritor polifacético: ha cultivado con mayor o menos
asiduidad multitud de formatos literarios. Esta mezcolanza de géneros se
interrelaciona con la consciencia que posee de la complejidad de su identidad
nacional, que ha trascendido la frontera geográfica, y connota a su obra de un carácter
especial, en el que se constata su pertenencia al Reino de Cervantes, feliz
hallazgo del novelista venezolano Arturo Uslar Pietri, reino que Ernesto Sábato
definió indirectamente de esta forma: “Yo soy hijo de italianos y mis ancestros
son Cervantes y Berceo. ¡Qué milagro que es eso!” (Salvador 28).
La trayectoria de Neuman viene marcada por el hecho
de haber conseguido algunos de los premios literarios con mayor posibilidad de
proyección, buen escaparate para los autores noveles en busca de fortuna. Pero
lo que quizás haya otorgado un cariz propio a la producción de Neuman son sus
escarceos con otros géneros más allá de lo lírico o ficcional, que, por cierto,
lo emparentan con algunos clásicos de la literatura del Regeneracionismo en la
configuración de unas “autobiografías generacionales” (Calvo Carilla 174).
Baste recordar a Baroja o Azorín. Por ejemplo, en El viajero del siglo se vuelca la experiencia del autor: tanto el
origen “misterioso” del protagonista como su trabajo, la traducción, configuran
la figura de un sosias; sin llegar a hablar de una autoficción o de una
narración con elementos autobiográficos, sí se percibe una “extraordinaria
coincidencia de rasgos caracterizadores entre el personaje y el autor empírico”
(Casas 174). Vicente Luis Mora lo apreció: “El
viajero del siglo, desde el título, es una novela sobre el viaje, el
tránsito y el destierro, donde el autor exhuma o exorciza […] su propia
experiencia biográfica […]” (404). No cabe duda de que Neuman es un escritor
deseoso de explorar nuevos campos. En 2010, de resultas de la gira de promoción
de El viajero del siglo, publicó el
libro de viajes Cómo viajar sin ver
(Alfaguara, 2010), e incluso ha escrito tres textos que podrían asociarse al
género de las máximas y aforismos: El
equilibrista (Acantilado, 2005) y Barbarismos
(Páginas de Espuma, 2014), así como Caso
de duda (Cuadernos del Vigía, 2016).
El itinerario literario de Santiago Ramón y Cajal,
al igual que el de Neuman, se caracteriza por no ser muy ortodoxo. Ramón y
Cajal apenas necesita presentación, aunque por motivos ajenos al campo
literario, ya que se trata del padre de la neurociencia, genio a medio camino
entre dos siglos. Publicó el investigador aragonés un libro de máximas y
aforismos, Charlas de Café, libro que
consiguió un gran impacto editorial en la España del primer tercio de siglo XX,
al agotarse en poco sus dos primeras ediciones (López Piñero 177). Además, del
mismo modo que Neuman, otorgó importancia al viaje en su obra literaria, como
proceso de retrospección personal y colectiva: se aprecia en las dos partes de
su obra autobiográfica Recuerdos de mi
vida y en El mundo visto a los
ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico[1]. Los
elementos regeneracionistas que presenta su producción tienen una particular impronta:
según Durán Muñoz en ellos se aprecia la influencia de Joaquín Costa, pasado
por el filtro de Gracián y del Conde de Aranda (226).
Volviendo a Andrés Neuman, se puede distinguir cómo
ha ido aprovechando ciertas oportunidades para no solo crear una sólida
trayectoria literaria, sino para establecer una plataforma idónea con la que
dar a conocer sus posicionamientos literarios, filosóficos y sociales. Se ha
servido del supuesto género mayor, la novela, para ir publicando otro tipo de
textos, indudablemente ayudado por el reconocimiento de la crítica y los
lectores, y para, poco a poco, propiciar, en quien se interese por su conjunto
artístico, un acercamiento a su visión del mundo y a su visión del hecho
literario, dos enfoques cuya fundamentación radica en la hibridez: “Siempre
fronterizo, híbrido, a medio camino entre dos realidades, el de Neuman es un
espacio que pone voz al modo en el que la dinámica de lo global incide en el
individuo y cuyas coordenadas coinciden únicamente con las regiones de lo
literario” (Sánchez Martínez 266). Y, precisamente, esta mirada híbrida que se
percibe en Neuman es la que le conecta con Cajal: se puede interpretar, como
hizo Iriarte, la obra literaria del histólogo y su extensa labor científica
como ramas hijas del tronco común de la filosofía, como resultado de “los
grandes principios del pensamiento” (125). En afirmaciones del propio Cajal se
percibe esa idea de hibridez:
El genio científico completo ha de reunir en sí
tres personalidades harto desemejantes: la del minero infatigable y paciente
que arranca la hulla de los filones profundos; la del químico práctico que
aprovecha ingeniosamente el material bruto para fabricar espléndidamente
colores de anilina, y, en fin, la del artista que, combinando diestramente esos
colores, sabe pintar los episodios heroicos de la lucha entablada entre el
espíritu y la materia, el alcance teórico de los resultados y, en fin, sus
ventajas en pro del aumento y comodidad de la vida (Ramón y Cajal 1049).
Esa lucha entre el espíritu y la materia escenificada en
la proliferación de diferentes personalidades se conecta con las diversas
personalidades históricas que habitan en una misma sociedad a lo largo del
tiempo y que se manifiestan mediante disímiles textos e incluso disímiles modos
de habla, más allá de localizaciones espacio-temporales. De esta manera, la
comparación que se propone entre Neuman y Cajal casa con la afirmación de
Claudio Guillén de que el estudioso que emprende un examen de corte comparatista
busca “ahondar en una lengua y en una literatura” (“Lo uno con lo diverso” 53),
pero no porque sea una “lengua nacional”, sino porque es “una lengua productora
de literatura a lo largo de los siglos” (53). Al aunar este parecer con el
afianzamiento de instituciones y conjuntos supranacionales, y al concretarlo en
este caso en el que la razón de la comparación se ve reforzada por aspectos
extraliterarios –la incidencia de Cajal se incrementa debido al interés que
suscita por sí mismo el personaje histórico–, se traza la tensión que el propio
Guillén señala entre “lo local y lo universal” (Entre lo uno y lo otro 16) cuando se propone esta comparación entre
dos autores separados por un siglo: a pesar de la distancia temporal, de la
distancia disciplinar e, incluso, de la aparente distancia nacional, “[…] desde
fines del siglo XVIII, la literatura se reparte, se dispersa, se disgrega y
hasta cierto punto se reconstituye” (Guillén Entre lo uno y lo otro, 35).
Para hacer esta comparación,
se procederá a analizar algunos temas predominantes en la obra de Neuman,
prestando especial atención a aquellos que aparecen en El viajero del siglo; después se conectarán tales motivos con la
literatura de Cajal, en especial, con su autobiografía Recuerdos de mi vida y el cuento “El pesimista corregido”, con lo
que se podrán contrastar las poéticas de ambos autores. Al hacerlo se
encuentran nexos en el uso que hacen del viaje, que en ambos casos les permite
explorar ciertos posicionamientos filosóficos, relacionados en especial con la
definición de la identidad de sus respectivas sociedades. Además, el viaje
propuesto tanto en El viajero del siglo
como en el cuento “El pesimista corregido” no es más que una metáfora de tintes
maravillosos acerca del viaje interior que supone la búsqueda del saber, capaz
de desgarrar las fronteras físicas e, incluso, las conceptuales. En este
sentido, el viaje ideado por los dos autores adopta una mirada común a la
última narrativa de viajes contemporánea, en la que el cambio de espacio que provocaría
asombro y sorpresa se somete al viaje inmanente que formula el propio artefacto
artístico, es decir, “el extrañamiento inicial ante lo desconocido se traslada
del pensamiento a la mirada que busca nuevas perspectivas desde donde observar
lo ya conocido, y de ahí se desplaza hacia la propia lengua, al discurso, a la
escritura” (Rubio Martín 66). Si bien Cajal sigue patrones muy sencillos, como
la ordenación cronológica del viaje y, por supuesto, está muy alejado de las
estrategias narrativas dominantes en la literatura de viajes actual, podría
considerarse que incluye en su autobiografía aquellos “[…] espacios depositados
en la profundidad del tiempo que la memoria invoca” (66).
II. Temas y obsesiones de Neuman. El caso de El viajero del siglo
Desde
1998, Andrés Neuman ha sido una presencia constante en el panorama literario de
las letras hispánicas. Un autor que juega con las nociones clásicas y, que, a
pesar de su variedad formal, tiene una serie de temas recurrentes en su
trayectoria. ¿Cuál ha sido la aportación de Neuman al ambiente literario de los
últimos veinte años? ¿Es un escritor que haya trabajado para hacer trascender
las cuestiones que le preocupan? La respuesta es afirmativa.
Como se indicó en la “justificación”, la obra de
Neuman se caracteriza por la consciencia de la necesidad de un trasvase
cultural, aunque con una gran carga de subjetividad. Las ficciones del
argentino-granadino beben de la vieja noción de mímesis, pero esta es de corte
posmoderno o una reconstrucción de la posmodernidad (Mora 398), lo que ocasiona
que sus fabulaciones sean producto de la traslación de una realidad que está en
perpetua transformación. Una realidad representada como el natural cambio de un
espacio físico a otro o, por el contrario, como la permuta de un espacio real a
otro abstracto. En El viajero del siglo
se dan ambas posibilidades: la relación entre Sophie y Hans se metamorfosea
según las variaciones de y en el espacio. Además, en las primeras
páginas, su relación está codificada por el erotismo; al no estar culminada
todavía pertenece a una abstracción:
Alguna línea de los pensamientos de Hans debió de
hacerse legible para Sophie, porque al concluir el recitado del penúltimo
fragmento se quedó en silencio, cerró el libro dejando un dedo índice atrapado
en él, se lo extendió a Hans y dijo: Estimado señor, le ruego que nos deleite
leyéndonos usted el último pasaje. Dicho esto, se estiró los pliegues de la falda,
cruzó despacio una pierna y se reclinó en su asiento, mirando a Hans con una
sonrisa provocadora. De pronto se fijó en la garganta de Hans, que revelaba un
bulto suculento, un nido de palabras. Adelante, se relamió Sophie, lo
escuchamos.
De pie junto a la puerta,
ninguno de los dos acertaba a decir la última palabra. Todos los invitados
acababan de salir, y tanto Sophie como Hans los habían saludado uno por uno sin
moverse de ahí, haciendo como que terminaban de despedirse y demorando sin
cesar la despedida. Entre ellos corría, haciéndolos tiritar, una brisa
indefinida. A falta de poder besarla con violencia y acabar con aquel
erizamiento insoportable, Hans se desahogó lanzándole varias frases hostiles,
incluyendo en cada una el tratamiento formal de Frau. Señorita,
lo corrigió Sophie, soy señorita. Pero pronto, objetó Hans, estará usted
casada. Usted lo ha dicho, contestó ella, pronto, no todavía (Neuman, El
viajero 137).
El entresacado anterior muestra cómo los personajes
de Neuman serían seres que viven en dos mundos (Darici 63). En parte, ocurriría
lo que expone Carl. P Fischer cuando se contempla una imagen representada: se
aspira a entender la realidad, al mismo tiempo que nos distanciamos de ella
(2). No obstante, en el caso de Sophie y de Hans podría matizarse tal
pensamiento y reformularlo: la
literatura les posibilita adentrarse en una nueva realidad más allá del mundo
físico. Hasta cierto punto, este hecho parece reforzar la idea de que la
literatura de Neuman intenta trasladar una imagen de la realidad mediante un
proceso de extrañamiento (Sánchez Martínez 266). Esta transformación se plasma
en la obra de Andrés Neuman en una serie de conceptos que se entrelazan: el
viaje, la traducción y la identidad.
El tema del viaje es uno de los más manidos de la
historia de la literatura: Apolonio, el Cid, Pedro de Urdemalas, el Quijote y
miles de otros personajes que se pueden añadir al astronómico listado. En
Neuman, el viaje se representa como la posibilidad más certera de poder
explicar las propias acciones. El hecho de viajar enriquece a sus personajes y
permite crear una bisagra ente el lugar de origen y el de llegada, o, incluso,
entre la literatura y la experiencia (Fischer 2). Tal afirmación ya postula que
el viaje pueda ser entendido en un sentido muy amplio. En El viajero del siglo, Hans, el protagonista, llega a la misteriosa
ciudad de Wandernburgo y traba amistad con otros dos “viajeros”: Álvaro de
Urquijo, granadino, especie de nexo entre el mundo latino y el germano del que
se sirve el autor para dar ya una visión consolidada de los efectos del viaje
terrestre; y el Organillero, vagabundo que paradójicamente nunca ha salido de
la ciudad, pero que conoce los entresijos de Wandernburgo como nadie y que, en
un principio, parece ser el único que tuviera la respuesta del hecho fantástico
que explicase el porqué del desplazamiento de la villa. Poco importa que el
vagabundo sea un iletrado y que Hans sea descrito como un traductor profesional
y erudito lector, es el Organillero quien materializa en la realidad el
extrañamiento que aparece ya desde antes de la primera página, con la
descripción de la ciudad:
Wandernburgo: ciudad móvil sit. Aprox. Entre los ant. Est. De
Sajonia y Prusia. Cap. Del ant. Principado del m. nombre. Lat. N y long. E
indefinidas por desplazamiento (…) Hidrogr.: r. Nulte, no navegable. Activ.
Econ.: cult. De trigo e ind. Textil (…) Pese a los testim. De cronistas y
viajeros, no se ha det. Su ubic. exacta (Neuman, El viajero 13).
Esta concretización de lo abstracto se refuerza a
través de la relación de amistad que entablan estos tres hombres de distinto
origen social, que representan a una clase determinada, como señala de
Chatellus (189). El Organillero, Urquijo y Hans viajan a través de su
experiencia, focalizada en el mundo que les rodea, aparentemente inalterable
pero que ha ido modelando su espíritu. En relación con todos los personajes de El viajero del siglo, Fischer indica lo
siguiente:
Hablo de estos vínculos entre mirar, leer y viajar
porque la relación entre ellos fue una preocupación central de Andrés Neuman al
escribir su novela El viajero del siglo
(2009). La forma en que los personajes de la novela miran y leen —y muchos de
ellos son viajeros, por cierto— constituye cómo caminan, cómo conversan, y cómo
aman (3).
Mirar, leer y viajar están presentes en su obra, lo
que se enlaza íntimamente con el cambio de espacio: Neuman es un autor cuya
vida queda marcada al llegar con su familia a España con únicamente 14 años, y
no oculta las reflexiones que se le aparecen cuando piensa en el viaje como
elemento transformador.
Y dicha transformación se materializa en su
protagonista, Hans, mediante un aspecto determinante, el de la traducción, que
se convierte en un proceso de interpretación de situaciones; la lengua, al fin
y al cabo, es un sistema aglutinante de sentimientos y pensamiento. Hans
construye otra identidad a través de la traducción, instancia mediadora. Es
interesante, por tanto, ver las similitudes que establece Neuman entre dicho
proceso y otros más cotidianos: las semejanzas entre el sentimiento amoroso y
la traducción, aspecto que también es determinante en otros escritores como
Javier Marías —véase la sobresaliente Mañana
en la batalla piensa en mí—, radican en el conocimiento de factores ajenos:
“qué parecidos que eran el amor y la traducción, entender a una persona y
trasladar un texto, volver a decir un poema en una lengua distinta y ponerle
palabras a lo que sentía el otro” (Neuman, El
viajero 301). Es un símil ilustrativo para entender la dimensión
lingüística y situacional en una sola; Neuman se ha referido en algunos
artículos a cómo las relaciones íntimas son, al fin y al cabo, traducciones de
hechos y palabras (Neuman, “Traducirnos”). En El viajero del siglo, el amor-traducción podría acabar siendo
destructivo, al transformar el mundo de sus protagonistas de una forma un tanto
catastrófica, pero la novela también ofrece otra lectura mediante la cual se
puede interpretar que ese amor, aunque culmine en una separación, ha sido
pleno. Ese amor-traducción posibilita que tanto Sophie como Hans profundicen en
el entendimiento de sí mismos. El proceso de interpretación es complejo a todos
los niveles, de ahí que lleve al aturdimiento y que ocasione la confusión entre
lo concreto y lo abstracto.
Precisamente, cuando el viajero llegue descubrirá
que la ciudad cambia su organización espacial cada día. Wandernburgo se
convierte en el hogar del protagonista, pero sigue siendo la viva imagen del
viaje a ninguna parte:
Hans salió del Café Europa y se concentró en el
angosto recorrido del Camino de los Cristales: si no se equivocaba, la tercera
callejuela a la izquierda debía conducirlo hasta la calle del Alfarero, de allí
pasaría a la calle del Ducado, la del Banco de Wandernburgo, desde donde
desembocaría directamente en la plaza del Mercado. Correcto, y era el camino
más corto. ¿Pero dónde demonios estaba la calle del Alfarero? ¿eran tres y a la
izquierda pasado el café Europa, o antes de llegar al Café Europa? Si podía dibujar
de memoria un plano del centro de la ciudad, ¿por qué rara vez se cumplían sus
cálculos? ¿cómo era posible que? (Neuman, El
viajero 445).
Así pues, la traducción es un mecanismo para unir
mundos, porque lo que relaciona a un ser y a otro es la comunicación. El mero
acto de pronunciar palabras, muy presente no solo en El viajero del siglo, sino, por ejemplo, en la obra poética de
Neuman, no es un mero acto referencial, sino, como en el caso del Organillero,
conlleva acción. En El Viajero las
fronteras de la ciudad fantástica están en constante movimiento; se erigen en
un trasunto del proceso de traducción más obvio: el de los poemas que van
vertiendo a su lengua Hans y Sophie, y que dibujan la propia frontera cultural
de Neuman, ya de por sí constituida como un espacio inestable y en continua
negociación. Este proceso de viaje y traducción es lo que conforma la identidad
del sujeto literario y, tal vez, la identidad como escritor de Andrés Neuman:
Merece la pena mencionar la consagración de Neuman
en el olimpo de los escritores pertenecientes a la World Literature o literatura mundial; en esta óptica, su obra
puede ser definida como una obra de ficción transcultural al hacerse cargo de
la expresión de una visión cultural y lingüística que atañe a la identidad
misma del escritor migrante (Darici 67).
Este entresacado, además, señala cómo la recepción
crítica observa en la obra literaria una constante de corte metaliterario:
Neuman busca crear una literatura en la que el trasvase cultural sea tema de su
propia obra y rompe con el concepto de “literatura nacional”. Precisamente, la
“europeización” que muestra en El viajero
del siglo es anacrónica pues se acerca a postulados actuales como lo
translocal, el espacio en el que se cruzan diferentes realidades culturales. De
ahí que Hans sea el viajero del siglo: es un personaje contemporáneo y sin
embargo extraño. Precisamente, Hans adopta el punto de vista de Neuman, que va
más allá de la territorialidad. Neuman es consciente de ser un escritor al que
llaman “apátrida” (Pacheco 1). Y, cuando es preguntado, incide en los efectos
del cambio de espacio: “Pero, claro, la pregunta sería sobre la generación de
sus hijos, que fueron educados con su familia en un sitio y, de pronto, salían
a la calle y estaban en otro” (Morales 120). De esto se deriva que la labor del
literato sea la de crear viajes que
construyan, en el ámbito de las letras españolas, una familiaridad. Y, en el
caso del propio escritor híbrido es un deber:
Entonces, desprovistos voluntariamente de espacios
sociales identitarios, desnudos de países y de patrias, despojados de origen,
estos escritores transterrados entre los cuales está Andrés Neuman, asumen que
hay un único espacio posible de habitar: el espacio de la literatura. Porque
ella cura la orfandad que portan los que deciden no pertenecer (Pacheco 4).
Así pues, en Neuman la representación de los
conflictos derivados de la traducción, lingüística o alegórica tiene mucho que
ver con el surgimiento de las identidades translocales. La etiqueta, además, se
aplica a la perfección al flujo migratorio entre España y los países de
Hispanoamérica. Tal hecho provoca que tengamos autores cuya cotidianidad es
distinta de la del lugar del origen. Neuman es un paso más en la cadena, y su
literatura resulta atractiva por recuperar las problemáticas de la modernidad y
de la vanguardia, aunque manteniendo el eclecticismo propio de la posmodernidad
en la que la crisis del individuo determina la mirada que se tiene del mundo,
es decir, su identidad.
III. Lo maravilloso
Mas
hay un aspecto llamativo en El viajero del
siglo que merecería una atención especial: Wandernburgo. Como ya se ha
comentado, es esta una ciudad que se desplaza aunque pocos personajes parezcan
darle importancia o ser conscientes de ello. Algún estudio crítico como el de
Mora (2012) o de Chatellus (2016) señalan la variedad formal, el tipo textual
de la obra y citan los diversos géneros que se pueden encontrar en ella: la
historia de amor, la antología poética, la intriga policíaca, etc. (de
Chatellus 186-187). Sin embargo, sería de interés analizar la novela en
relación con los “géneros proyectivos”.
Esta denominación ha sido estudiada en los últimos
años por Fernando Ángel Moreno, especialista en teoría de la literatura y en
ciencia ficción, y sirve para agrupar la narrativa fantástica y la de ciencia
ficción. En un trabajo junto a Julián Díez, ambos señalan que esos dos tipos de
narrativa “se oponen al realismo proyectando nuestras inquietudes a una especie
de mundo alternativo” (17). Si bien, la ciencia ficción, al revés que lo
fantástico, “no acepta cualquier tipo de imposibilidad” (17). No obstante,
según esa imposibilidad sea “traumática o no para el personaje y / o el
lector”, podemos dividir los géneros proyectivos en traumáticos y no
traumáticos” (18), respectivamente, en literatura fantástica o maravillosa
(18).
Wandernburgo es una imposibilidad en el mundo real.
Los personajes, aunque se sorprenden por la movilidad de la ciudad, aceptan el
trauma. La ciudad entronca a Neuman con los géneros proyectivos, y más en
concreto, con la literatura maravillosa.
Este fenómeno increíble funciona a modo de alegoría: es el deseo de
crear una cultura híbrida, móvil, afán que se refuerza con la actitud de Hans,
el sosia de Neuman: al convertir el viaje en causa y fin de su estancia en la
ficticia ciudad alemana, Hans se mueve tanto en un plano concreto como en otro
abstracto. La ciudad que cambia cada día el trazo de sus calles, con la llegada
del viajero que parece venir del futuro, transforma a personajes como So-phie,
el Organillero o Urquijo. Pero estos también influyen en el viajero: la
trasposición casi eterna de las calles sugiere algún tipo de símbolo
relativista, pero, al ir superponiendo las experiencias de todos los personajes
a lo largo de la novela, lo que se refuerza con el cambio de focalización que
en ocasiones se percibe en el narrador, Wandernburgo se constituye como la
representación física del concepto de la reinterpretación histórica: “Hacía
rato que Wandernburgo se dibujaba a lo lejos, al sur del camino. Pero, pensó
Hans, como suele pasar al final de una jornada agotadora, aquella pequeña
ciudad parecía desplazarse con ellos” (Neuman, El viajero 17). Tan solo queda el extrañamiento, estrategia
literaria y tema de la novelística de Neuman:
Como el Buenos Aires de Bariloche, el que recreará Neuman en Una vez Argentina será también resultado de una distancia o un
extrañamiento anunciados aquí ya desde el umbral del título; […] los espacios
heterotópicos se sucederán en una novela regida de nuevo por la lógica de lo
transnacional. Si el emplazamiento del Wandernburgo siempre móvil de El viajero del siglo no puede
discernirse con exactitud, tampoco podrán encontrarse en el mapa las regiones
que Mario, Lito y Elena de Hablar solos
transitan y que, plagadas una vez más de heterotopías o no lugares, están
situadas en un territorio que pertenece a esas dos orillas que conforman al
autor (Sánchez Martínez 266).
En este uso de lo
maravilloso se tocan Neuman y Cajal. Lo maravilloso y el extrañamiento, que
permiten tomar distancia respecto de lo contado, establecen un sistema de
referencias innovador. En uno de sus Cuentos
de vacaciones, “El pesimista corregido”, ejemplo
de la primera ciencia ficción española (Díez y Moreno 67), el protagonista,
Juan Fernández, obtiene, gracias al “numen de la ciencia”, “el don de que sus
ojos se conviertan en unos potentes microscopios con los cuales puede observar
todo tipo de partículas infinitesimales” (Salvador Salvador, “De lo
macroscópico a lo microscópico”)[2].
El eje de la narración es una experiencia que no
pertenece a la realidad, una experiencia, que, al igual que en El viajero del siglo, afecta a la
percepción de los espacios; sin embargo, en el caso de Cajal, se apuesta por
una hibridez entre lo maravilloso y lo fantástico, pues aunque se asuma lo
sobrenatural, con la aparición de un espíritu, hay un elemento lleno de
verosimilitud científica, la indagación de lo microscópico, un elemento
igualador desde el punto de vista epistemológico. Véase cuando Juan tiene que
enfrentarse al dantesco panorama que le ofrece la percepción infinitesimal de
la realidad:
El espectáculo que se ofreció a sus ojos semejaba
ensueño de naturalista delirante. El mundo mosaico y el mundo de cristal: estas
dos frases resumen las insólitas y desconcertantes sensaciones recibidas por
Juan al hallarse en el torbellino de la calle de Alcalá y contemplar las
aceras, los edificios, los árboles y las personas. La impresión simple se había
convertido en impresión compuesta, y la continuidad en discontinuidad. En vez
de colores uniformes, jugosos, fundidos por suaves transiciones: en lugar de
superficies tersas y unidas, mostraban doquier los objetos, mosaicos o
conglomerados de partículas coloreadas y agregados de filamentos y células […].
Grima daba descubrir, hasta en las más tersas y rozagantes mejillas, informe
masa de témpanos céreos, o sea de células epidérmicas semidesprendidas; negros
agujeros correspondientes a las hediondas aberturas de glándulas, y, en fin,
matorrales de recias ballenas, es decir, de vello, cuyos deshilachados cabos,
guarnecidos de mugre y de bacterias, columpiábanse amenazadores en el aire
(Ramón y Cajal 817).
La descripción cruda de las
células que conforman la epidermis pone de manifiesto cómo el espacio
histológico, si bien en aquel momento todavía a medio camino entre lo real y lo
imaginado, también es el terreno de lo filosófico. En Cajal y en Neuman, el
espacio de lo maravilloso se constituye en expresión de sus ideas filosóficas;
los cambios de espacio suponen una reinterpretación de la realidad y de cómo
han de interactuar con ella.
IV. Cajal, científico profesional, literato
ocasional
Dentro
de la producción artística de Cajal el viaje ha sido un elemento que ha estado
presente, tanto en sus textos de corte autobiográfico (Recuerdos de mi vida, El
mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico) como
en su producción más ficcional (Cuentos
de vacaciones. Narraciones pseudocientíficas). El viaje muestra la que para
él era la realidad de la sociedad española y se constituye como una metáfora de
la difusa frontera entre lo macroscópico y lo microscópico. La obra de Cajal
salta de las realidades particulares a los conceptos generales que de su
conocimiento se desprenden:
Porque todo en el mundo está íntimamente trabado
por lazos causales. En nuestra vida repercuten las causas profundas y lejanas
de la evolución, desde las órbitas vertiginosas de los electrones hasta el giro
majestuoso de los astros. Ni hay que olvidar que nuestro cuerpo es un agregado
de energía cósmica transformada y de enjambres electrónicos complicadísimos,
semejantes a sistemas planetarios (Ramón y Cajal 405).
El viaje a gran escala de las personas no deja de
ser como el movimiento de los impulsos eléctricos entre las neuronas. Todo
tiene una causa, y, precisamente como investigador, la labor de Cajal era
traducir los secretos de la Naturaleza al lenguaje común e integrador de la
ciencia. Así pues, si el conocimiento se constituye como un proceso continuo
semejante al de viajar o al de traducir, no es de extrañar que para Cajal
tuviera diferentes manifestaciones. El viaje significa descubrimiento; la
traducción, comprensión. Esta curiosidad se percibe al analizar sus
preferencias literarias: textos como El
viaje de Turquía, de Cristóbal de Villalón, le seducían por su capacidad de
dar a conocer otras sociedades: “Tampoco soslayo, antes lo celebro como uno de
los escritores castellanos más amenos, a Cristóbal de Villalón, con su
interesantísimo Viaje de Turquía,
manantial inagotable de datos preciosos e ingenuamente observados relativos a
las costumbres de los países de oriente en el siglo XVII” (Ramón y Cajal 466).
A esto se añade el contexto literario del siglo XIX, en el que, por lo general,
la crónica de viajes fue un género en boga, en parte, gracias a la forja de un
modelo textual a partir de los artículos de Mariano José de Larra (Guzmán Rubio
124).
La autobiografía Recuerdos de mi vida, cuya edición definitiva data de 1923 (López
Piñero 177), podría encuadrarse como un libro de viajes, al ser la descripción
de los diferentes lugares por los que transcurre la vida de Cajal uno de sus
armazones estructurales. Cajal sigue un escrupuloso orden cronológico –a
excepción de algunas prolepsis relacionadas con el propio estilo literario que
adopta, así como de dos analepsis, una relacionada con su descripción de
Petilla de Aragón, la localidad en la que nació, y otra con su carrera
académica–, lo que ayuda a dotar de especial y particular significación cada
una de las localidades y tierras que conoció a lo largo de su vida. Al revés
que Neuman, el “trasvase cultural” de Cajal es un “trasvase nacional”. Dicho
trasvase intenta capturar aquello que para Unamuno era un casticismo eterno y
universal, meramente humano, que no se ha de asociar “a doctrinas tradicionales
de vieja cepa castellana” (Unamuno 28); así, la colectividad nacional tiene
carácter universal, pues en ella se dan las diferentes manifestaciones y
sentires del ser humano. Lo concreto adopta una dimensión global, y quizás en
ese punto se conecte la “identidad fluida” de la que es deudor Neuman y la
sistematización cultural e histórica de Cajal, que bebe de la intrahistoria
unamuniana: de ahí que, en cada cambio de espacio, el narrador cajaliano siempre ofrezca una
pormenorizada descripción del lugar, para, a continuación, comenzar a narrar
sus vivencias. Precisamente, la analepsis mediante la cual pasa a hablar de su
localidad natal es un buen ejemplo de lo dicho anteriormente. Cajal no tiene
reparos en describir el camino que se debía seguir a principios del siglo XX
para llegar a Petilla, ni en dar datos geográficos exactos:
Hasta Verdún y Tiernas existe hermosa carretera,
que se recorre en los coches que hacen el trayecto de Jaca a Pamplona; pero la
ruta de Tiermas a Petilla, larga de tres leguas, es sierra de herradura,
flaqueada por montes escarpadísimos, cortada y casi borrada del todo, en muchos
parajes, por ramblas y barrancos.
Caballero en un mulo, y
escoltado por peatón conocedor del país, púseme en camino cierta mañana del mes
de agosto. En cuanto dejamos atrás las relativamente verdes riberas del Aragón,
aparecióseme la típica, la desolada, la tristísima tierra española. El descuaje
sistemático de los bosques había dejado las montañas desnudas de tierra
vegetal. Sabido es que en estas tristes comarcas cada aguacero, en vez de ser
grata esperanza del agricultor, constituye trágica amenaza. Precisamente dos
días antes ocurrió tormenta devastadora. Campos antes fecundos aparecían
cubiertos de légamo arcilloso; y la denudación de valles y laderas había
convertido ríos y arroyos en barrancos y pedregales.
A medida que me aproximaba a
la aldea natal, apoderábase de mí inexplicable melancolía, y que llegó al colmo
cuando me hizo escuchar el guía el tañido de la campana, tan extraña a mi oído,
como si jamás lo hubiera impresionado (Ramón y Cajal, 28-29).
Este detallado dibujo de Petilla continúa a lo
largo del segundo capítulo, con el recibimiento del cura y del alcalde y la
emoción de su antigua cuidadora al reconocerle, y culmina con una descripción
cuidada, sencilla y literaria, de tono azoriniano, de las sierras de la Peña y
de Gratal, que rodean el pueblo (Cajal 18-17). Precisamente, de esta forma
Cajal intenta su propia concreción de lo abstracto; lo que en Neuman es una
“identidad translocal”, en Cajal es similar a los regeneracionistas: Armiño
señala que estos últimos hacían un análisis psicológico del paisaje (10).
Mediante la descripción pormenorizada de los desplazamientos, enfatizada por
las numerosas llamadas al lector, el Cajal narrador se preocupa especialmente
porque el lector pueda acompañarle en ellos, para que capte la esencia
española.
Sin embargo, el viaje también se constituye como
metáfora de la “europeización”: en Cajal, este proceso tiene un prurito
científico, pues “su dedicación a la ciencia estaba basada en su patriotismo y
en el deseo de contribuir al progreso de España y de la Humanidad” (Tzitsikas
139). Europa es el conocimiento y la patria no se ha de cerrar a ese trasvase.
Resulta interesante cómo Cajal, para mostrar esa necesidad de lo híbrido, hace
uso de alegorías de corte científico: en El
mundo visto a los ochenta años Cajal dedica un capítulo a explicar la
decrepitud sensorial, y para ello analiza la estructura de la retina. Más allá
de las descripciones científicas, Cajal usa el tecnicismo del ortocromatismo, propiedad con la cual se
tiene la sensibilidad a las ondas gruesas, lo que posibilita el poder captar
colores como el rojo, el verde y el naranja, para señalar cómo ese fenómeno
fisiológico propicia que podamos observar bellos paisajes: ¿cómo se podría
hacer esto si no se pudieran diferenciar los colores? O, expresado en otras
palabras: ¿cómo se podría observar el espacio que nos rodea, aquellas Petilla,
Huesca o Barcelona que nos conforman como individuos pertenecientes a una
sociedad?
La respuesta a la pregunta anterior está en el uso
del viaje en “El pesimista corregido”, cuento al que ya nos referimos. Cajal
sitúa la acción en un Madrid confuso
en el que la percepción de sitios como la Puerta
del Sol, el Retiro o el Museo del Prado se transforma totalmente, dando lugar a
una serie de descripciones de experiencias como la contemplación a escala
microscópica de un cuadro o de los lugares emblemáticos de la capital (Salvador
Salvador, “De lo macroscópico a lo microscópico”).
Véase
un ejemplo:
[…] encaminó sus pasos hacia el Prado en busca de
ambiente más puro y menos peligroso, cuando, al llegar a la fuente de Neptuno
se le ocurrió la desdichada idea de visitar el Museo de Pinturas. ¡Nunca lo hubiera
hecho! ¡Qué decepción! El hechizo del color y del dibujo se habían eclipsado
por completo, ostentándose obstinadamente allí, en toda su horrible desnudez,
el aborrecido mosaico que le perseguía cual obsesión alucinatoria. Surcos,
colinas y valles, formados por el depósito irregular de un barniz ambarino
quebrado con agrietamientos que recordaban los generados por el sol estival en
las enjutas charcas; reflejos vivos semejantes a miríadas de estrellas,
atrozmente perturbadores del color y emitidos por cada relieve de ese mar
embravecido y congelado; ramblas y aluviones de arenas y guijarros policromos,
vislumbrados al través del turbio barniz y revueltos y amontonados en mareante
confusión: tales fueron las impresiones recibidas por los asombrados ojos de
Juan al contemplar las dulces y pastosas encarnaciones de las vírgenes de
Murillo o las briosas, francas y precisas pinceladas de los cuadros de
Velázquez (Ramón y Cajal 822-823).
Y es que el viaje solo cobra sentido si se
fundamenta en la indagación de lo desconocido. Si esa indagación en los Recuerdos eran los pueblos de España, en
sus relatos es el progreso, que no depende del conocimiento de la verdad
absoluta, sino que se debe ir haciendo conforme vaya avanzando la especie
humana, como muestra Cajal en un diálogo que mantienen el Numen de la Ciencia y
Juan:
Si por estupenda complacencia consintiera el
Incognoscible rasgar de una vez ante vuestras retinas de topo el sublime velo
de Isis, mis palabras te serían tan extrañas cual podrían serlo para una mosca
la audición de la Crítica de la razón
pura, de Kant, o El sistema del mundo,
de Laplace. La verdad más general, soltada de repente, no destruiría el
Universo, según declara un espiritual y paradójico pensador; sería
sencillamente como si nada hubiese sido revelado. El Cosmos es un jeroglífico
del cual cada edad alcanzará a descifrar trabajosamente algunas frases, las
correspondientes a la fase evolutiva de la humana especie, porque el progreso
positivo consiste en inspirar al genio solamente aquella parte de la verdad
total susceptible de ser asimilada sin grave daño de la vida misma (Ramón y
Cajal 807).
Curiosamente, Cajal, a través de la literatura,
parece anticipar la teoría de los paradigmas de Thomas Kuhn, ya que
al dotarle del fantástico don, el Numen introduce a
Juan en un viaje ficcional que se constituye en una metáfora de los límites del
saber con la que el narrador, de forma pedagógica, reflexiona sobre los
problemas epistemológicos que puede ocasionar el avance científico, en una metáfora
sobre el viaje que supone cualquier tipo de indagación científica (Salvador
Salvador, “De lo macroscópico a lo microscópico”).
Así pues, la retrospección personal escenificada
por Juan cobra una dimensión mucho más amplia: para traducir la Naturaleza, es
decir, para hacer ciencia y progreso, hay que mirar al exterior. De ahí que en
las famosas Reglas y consejos sobre
investigación científica los sabios no solo tengan que establecer “íntima
comunicación espiritual con el extranjero” (Ramón y Cajal 646), sino que,
como dice luminosamente
Castillejo, «no queda otro recurso que formar gente nueva y unirla a los
elementos aprovechables de la antigua». Pero esa gente nueva no lo será de
veras, se parecerá irremediablemente a nosotros, adolecerá de nuestras rutinas
y defectos, como no respire por mucho tiempo el ambiente de la Universidad
extranjera (Ramón y Cajal 647).
Pero sin olvidarse del interior. Como vemos, en
Cajal esa “europeización” no niega la predominancia de la patria, porque, de
hecho, España es el “crisol donde se fundieron casi todas las razas europeas”
(646). En Neuman, cuyo Hans rompe con los pocos nexos que la mantenían unido a
tal concepto, la ciencia, la cultura, está al servicio de un mundo translocal,
en el que las realidades culturales se cruzan. En Cajal se advierte otro cariz,
de raigambre darwinista[3]:
la ciencia, la cultura, está al servicio de la especie. No obstante, esta
comparación entre dos personas hijas de dos épocas distintas revela que tienen
un punto de encuentro, ya que en ambos se observa la difusa frontera entre la
sociedad y el individuo, entre lo macroscópico y lo microscópico, entre lo
concreto y lo abstracto.
V. Para acabar
En
definitiva, del anterior análisis se extraen las siguientes ideas. Además de la
exploración de formas y tipos textuales y de la importancia del viaje como
elemento vertebrador de sus historias, cabría señalar que Neuman utiliza en El viajero del siglo estrategias y
aspectos narrativos propios de los géneros fantásticos, al igual que Cajal en
parte de su cuentística. Pero, por encima de todo, las semejanzas entre Neuman
y Cajal se acentúan cuando se comprueba que ambos son dos prosistas que en sus
textos sitúan en primer plano reflexiones sobre el modelo cultural y filosófico
de las sociedades contemporáneas. No obstante, incluso en estos puntos en común
surgen algunas divergencias: si bien para Cajal la noción de patria, su
españolidad, es uno de los ejes principales de su esquema social y no es
excluyente, tal y como ha comentado Sánchez Ron (33)[4] o
como se ha señalado en tiempos recientes a raíz del capítulo cajaliano sobre la desintegración de
España en El mundo visto a los ochenta
años (Salvador Salvador “Santiago Ramón y Cajal: 85 años”, 54), en
Neuman se aprecia cómo el concepto de “identidad” quizás influido por las tesis
acerca de la “identidad líquida” de Zygmunt Bauman y, claro está, el
“posmodernismo encubierto” (Mora 398) “que introduce el relativismo histórico y
la fluidez […]” (Mora 401), son
cruciales para configurar el devenir de sus personajes, aunque eso no impide
que Neuman apueste por incluir una gran base histórica en su pensamiento
transversal. En todo caso, los dos autores otorgan importancia a la asunción de
corrientes foráneas para avanzar como sociedad. De ahí que gracias a la audaz
fijación espacio-temporal de El viajero
del siglo, que sitúa la acción narrativa en Alemania durante el siglo XIX,
en un intervalo deliberadamente confuso entre 1810 y 1827 (Mora 399-400),
Neuman introduzca el concepto de “translocalidad”, el conflicto originado por
el encuentro entre varias realidades histórico-culturales desarrolladas en las
naciones europeas, y lo confronte con la “europeización” que se desarrolló en
el siglo XIX, más apegada a la noción de patria, que Cajal defendería en obras
ensayísticas de impacto interdisciplinar como Reglas y consejos sobre investigación científica. En los dos
autores también se percibe una lectura alegórica e híbrida del concepto de
“traducción”: si en Neuman esta se hace palpable a partir de la metaliteratura
y de la especial connotación de algunas situaciones y elementos en su novela,
en Cajal se podría interpretar como el conocimiento científico de lo
desconocido y como la búsqueda del casticismo eterno unamuniano.
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Date of
reception: 06/07/2020
Date of acceptance: 29/07/2020
Citation:
Salvador Salvador, Julio, “Una comparación entre El viajero del siglo de
Andrés Neuman y (parte de) la obra literaria de Santiago Ramón y Cajal”, Revista Letral,
n.º 24, 2020, pp. 100-119.
ISSN 1989-3302.
Funding data: The publication of
this article has not received any public or private finance.
License: This content is
under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported
license.
* El presente
artículo se inscribe en las actividades de la ayuda de formación de profesorado
universitario con referencia FPU18/05636, financiada por el Ministerio de
Ciencia, Innovación y Universidades. El autor es contratado predoctoral FPU del
Departamento de Historia de la Ciencia del Instituto de Historia del CSIC y
doctorando en la Facultad de Filología de la UCM.
[1] Estudios como los de Mainer, Calvo
Carilla o Tzitsikas, entre otros, enumeran el corpus literario cajaliano, pero conviene insistir al respecto,
tal y como se ha señalado en otros trabajos (Salvador Salvador, “Miguel de
Cervantes en Psicología de Don Quijote y
el Quijotismo”216). En este caso se justifica al ser este artículo una
comparación entre dos autores, uno de los cuales (Cajal) no es tan conocido por
su faceta literaria. Salvador Salvador indicó en fechas recientes que destacan
sus cuentos, sus máximas y aforismos, sus obras de corte autobiográfico o su
ensayo Reglas y normas sobre
investigación científica (“Santiago Ramón y Cajal: 85 años”, 46).
[2]Idea
expresada tanto en dicha disertación oral como en su resumen, al igual que las
otras citas extraídas de la misma referencia.
[3] Idea que Mainer expresa de la
siguiente forma, aunque vislumbrando ciertos efectos políticos en el ideario
del científico-literato que se prestan a discusión: “Este darwinismo cajaliano tiene una consecuencia
política muy clara en este libro [Cuentos de vacaciones]: el interés
nacional, concebido como superior al de los individuos, conduce en derechura a
una suerte de organicismo social de componentes ilustrados e incluso radicales
pero escasamente democráticos” (214).
[4] Para Sánchez Ron la
investigación científica permitió a Cajal alejarse del patriotismo excluyente,
aunque señala algunos claroscuros (14). Ahora bien, defiende que su españolismo
no era “[…] irrespetuoso con otras regiones” (35).