Nueva
lectura transatlántica de El Iniciador de Montevideo: la influencia del
pensamiento francés en la ideología de la Joven Generación Argentina
New Transatlantic Reading of El Iniciador of Montevideo: The Influence of French Thought on the
Ideology of the Young Argentinian Generation
David Choin
Universidad Nacional de Educación
(Ecuador), david.choin@unae.edu.ec
Misael
Moya Méndez
Universidad
de Cuenca, misael.moya@ucuenca.edu.ec
DOI: http://dx.doi.org/10.30827/RL.v0i24. 13759
En pleno
gobierno rosista, la Joven Generación Argentina
exiliada en Montevideo enarboló en El
Iniciador la bandera del periodismo crítico para sentar las bases del
estado argentino. En este trabajo se demuestra que Miguel Cané, Andrés Lamas,
Juan Bautista Alberdi y consortes no eran simples copistas de los nuevos
escritores franceses, sino que, basándose en los postulados filosóficos
franceses posrevolucionarios, construyeron un acervo de principios eclécticos
adaptados a la realidad argentina, a fin de crear el hombre-social de la era
moderno. Para lograr el resurgir nacional, se propusieron cuatro ejes de acción:
situar la literatura en el centro del progreso social, moralizar la sociedad
señalando los parásitos sociales, actualizar las leyes de acuerdo con los
hábitos y costumbres del pueblo e integrar las ciencias sociales y humanas a la
vida. Estos objetivos se fundamentan en cuatro preceptos fundamentales de
distintos autores franceses que se estudiarán en este artículo: la literatura
es la expresión de la sociedad, el derecho es vida, el “jury”
es la libertad y la emancipación de la mujer es la primera condición de la
nueva sociabilidad.
Palabras clave: Generación del 37; El Iniciador; arte socialista argentino;
independencia cultural; identidad argentina; ideario francés.
In the midst of the Rosista
government, the young Argentinian generation exiled in Montevideo raised in El Iniciador
the banner of critical journalism to lay the foundations of the Argentine
state. This work shows that Miguel Cané, Andrés
Lamas, Juan Bautista Alberdi and consorts were not
simply copyists of the new French writers but, building on postrevolutionary
French philosophical postulates, constructed a collection of eclectic
principles adapted to the Argentine reality, in order to create the social-man of the modern era. To achieve the national
resurgence, four axes of action were proposed: placing literature at the center
of social progress, moralizing society by pointing to social parasites,
updating laws in accordance with people’s habits and customs, and integrating
social and human sciences to life. These objectives are based on four
fundamental precepts of different French authors to be studied in this article:
literature is the expression of society, law is life, jury is freedom and
women's emancipation is the first condition of the new sociability.
Keywords: Generation of 37; El Iniciador; argentine socialist art;
cultural independence; argentine identity; French idea.
La
batalla por la independencia literaria argentina iniciada en la revista La Moda[1] prosiguió
con más ardor y determinación aún en El
Iniciador, cuando Juan Bautista Alberdi se exilió a Montevideo y empezó a
colaborar en el periódico uruguayo. En este folleto heterogéneo,
firmado con iniciales para desconcertar al lector, conviven tanto producciones
extranjeras como nacionales; no obstante, predominan las primeras. En este
sentido, la influencia de los escritores,
filósofos y estadistas franceses en las
reflexiones de Andrés Lamas, Miguel Cané, Juan Bautista Alberdi, Juan María
Gutiérrez, Esteban Echeverría y consortes ha
sido señalada hasta la exageración[2].
Conviene matizar la opinión de algunos críticos que han desprovisto a la
primera generación argentina de románticos de cualquier originalidad y les ha
reducido a simples copistas o traductores del pensamiento francés.
Si bien es cierto que el conde de Saint Simon, Prosper Enfantin, Pierre
Leroux y Charles Fourier son citados en Las
bases de Alberdi, en el Dogma
socialista de Esteban Echeverría y en algunos artículos de El Iniciador, cabe puntualizar este
frenesí, dado que en los artículos de El
Iniciador la presencia francesa es mucho menor de lo que quisieron hacer
creer todos aquellos que aspiraban a desprestigiar a este grupo de jóvenes
“revolucionarios”, cuyo principal propósito era construir el estado-nación
argentino.
La predilección de los redactores de El
Iniciador por los pensadores ingleses y alemanes, así como por los artistas
italianos, es notoria[3],
empero, nuestro objetivo en este artículo es apreciar en conjunto el
pensamiento de todo el grupo para poder revelar sus principales fuentes
epistemológicas francesas. Analizaremos entonces, con cautela y prudencia, los
fundamentos ético-políticos que El
Iniciador y sus principales articulistas vehicularon durante dos años,
adaptando conceptos, ideas y preceptos a la realidad argentina.
Una característica fundamental de los “iniciadores” era su fe ciega en
el progreso[4],
una verdadera religión para ellos[5].
Así lo estipula Andrés Lamas en “¿Quiénes escriben El Iniciador? Diálogo sobre alguna cosa”: “sé que la humanidad es
indefinidamente perfectible; sé que ella marcha hacia la perfectibilidad: lo
siento así, y no me parece que los años y la vanidad lleguen a hacerme
degenerar hasta negar ese progreso continuo” (34). Estudiaremos en las líneas
siguientes esta marcha hacia el progreso, orquestada por una generación de
jóvenes que
se comprometió a completar el proceso de independencia iniciado por la
generación pasada, haciendo especial hincapié en la emancipación intelectual.
La primera huella francesa en El
Iniciador se halla en el primer número del 15 de abril de 1838. La
redacción del periódico uruguayo tradujo una reseña de Pierre Leroux (“Golpe de
vista sobre la Literatura Española”) a la obra de Louis Viardot: Estudios sobre la historia de las
instituciones, de la literatura, del teatro y de las bellas artes en España
(1835). En su estudio, Leroux desprestigia a la vieja España. Por esa razón El Iniciador la reproduce, pero lo más
interesante de este artículo es la nota de Miguel Cané (“Sobre la anterior
traducción”) que lo acompaña. En esta, el porteño recoge lo español para
realizar comparaciones con el estado actual de las letras nacionales, y fragua
un balance sin concesiones de la literatura argentina a dieciocho años de la
Revolución de Mayo:
Pocas son, sin duda, las producciones literarias de nuestro país. Y
doloroso es no poder indicar una sola que tenga una tendencia verdaderamente social, ni sea como dice Leroux, la expresión de la vida, hemos creído
hasta ahora, que la Poesía, por ejemplo, no es ni debe ser sino un lujo del
espíritu, una distracción del corazón, que ante todo debe afectar los sentimientos personales del hombre (15).
En este fragmento, Cané enuncia claramente la necesidad de una
literatura socialista ─como lo hiciera Alberdi en el número 7 de La Moda, el 3 de enero de 1838, al
referirse a un drama de Casimiro Delavigne─ fundamentada en la tendencia
social, la expresión de la vida y la conmoción de los sentimientos; ahí están
los lineamientos para los futuros poetas nacionales. Serán estas las pautas que
Florencio Balcarce, Luis Méndez, Miguel Irigoyen y Rafael Corvalán seguirán
prontamente, gracias a las cuales se les reseñará ditirámbicamente en las
columnas de El Iniciador.[6]
La admiración por los franceses es explícita en los artículos “¿Qué dice usted? Que es otra cosa”,
reproducción de un artículo de Mariano José de Larra, y “Boletín cómico. Los
escritores nuevos y los lectores viejos”, de Juan Bautista Alberdi. En el
primero, Larra compara el estado del arte entre España y Francia, resaltando el
vigor y el dinamismo del público, de los teatros y de los dramaturgos
franceses. El escritor español, mediante la reproducción de una conversación
ocurrida durante el entreacto de una representación teatral, da a entender que
Francia es un modelo en el que los españoles, y por extensión los argentinos,
harían bien en inspirarse. En el segundo artículo, carta constitucional del
espíritu moderno, se resumen los grandes principios del pensamiento actual que
la Joven Generación Argentina utilizará para encaminar Argentina hacia el
progreso espiritual, moral y socioeconómico. En este, el tucumano enuncia
cuatro principios que vertebran su ideología; los estudiaremos a continuación.
La literatura es la expresión de la sociedad
El primer principio inspirado en
los franceses es autoría de Louis Gabriel, vizconde de Bonald: “la literatura
es la expresión de la sociedad” (66). De ahí, el primer eje de acción
de la Joven Generación Argentina: situar la literatura en el centro de la vida
y del progreso social. Muerto ya el clasicismo y aceptado el nuevo espíritu
vencedor personificado en el Romanticismo, esta idea fue cuajando en Cané,
quien argumentaba lo siguiente:
La literatura no es sino una faz de la inteligencia humana, uno de los
atributos de nuestra vida, de nuestro estado y condición. Reasume la
personalidad, sin dejar de ser objetiva, como dicen los alemanes;[7]
refleja el progreso individual, sin contrariar la ley del progreso humano, pero
siempre bajo la doble Ley del tiempo y del espacio (“Literatura”, nº III, 15 de
mayo de 1838, 50).
En la primera parte del artículo, el objetivo del porteño era demostrar
el sentimiento dominante en la Europa literaria; es decir, el vigor del que
gozaba el Romanticismo y el entusiasmo con el que los jóvenes creaban obras
artísticas nuevas. En la segunda parte de su reflexión, se concentra en la
situación de Argentina y su individualidad literaria. Afirma que se han podido
romper las cadenas de la tiranía, pero aún no la de los hábitos. Cané expone la
tesis según la cual la literatura en una nación joven es uno de los más
eficaces elementos del que pueda valerse la educación pública, dado que esboza
“el retrato de la individualidad nacional” (51). Una vez formulada su opinión,
el porteño da a conocer el programa literario que los jóvenes de la Generación
del 37 tienen preparado para los argentinos:
Nosotros digo, no debemos ocuparnos de esa literatura de lo bello, que
para los antiguos lo era todo, sino como uno de los accesorios que puede dar
más valor a la obra. Ante todo la verdad, la justicia, la mejora de nuestra
pobre condición humana, en fin, todo lo que, aun sacrificando la perfección,
nos dé un progreso moral e intelectual. La obra que no llene esta doble misión,
si no es del todo mala, es cuando menos importuna (51).
En resumen, la Joven Generación Argentina aboga por un arte nuevo, cuya preocupación
era la sociedad y su mejora; dígase un arte socialista del, por y para el
Pueblo. Al respecto, en “Del arte socialista (fragmento)”, atribuido a Juan
Bautista Alberdi, se
alegan varios pensamientos que merecen ser mencionados. En efecto, este afirma
que “La poesía es la obra de la nación y no del poeta que la expresa” (97). Es
decir, el poeta es el intérprete de la sensibilidad nacional, entendiéndose así
que en sus creaciones refleja la nación, su gente, sus hábitos y sus costumbres;
en una palabra, su esencia. En este sentido el objetivo de la poesía nacional
es “elevar el espíritu de una nación” (97). Para expresar su concepto de la
poesía social Alberdi cita a Fortoul, quien dictamina que la poesía es “el
concurso de los deseos de un hombre, con los deseos de su tiempo: un
sufrimiento particular en comunión con los sufrimientos generales, un gozo
ennoblecido por los gozos de todos” (142). En conclusión, las ciencias sociales
no tienen otro destino que buscar la ley de progreso y de armonía entre la
individualidad y la generalidad.
El derecho es la vida
El
segundo principio puesto de
manifiesto por Alberdi es “el derecho es la vida”, concepto acuñado por Eugène
Lerminier en Philosophie du droit (1835).
En su ensayo, el jurista francés expone que los ciudadanos solo vivirán en la
medida en que hagan entrar en sus corazones la conciencia de sus derechos y la
contemplación inteligente de los esfuerzos de las personas que sustituyen hoy
día, dado que “El Derecho es la realidad misma, es el esqueleto de la historia”
(Lerminier 265) que comprende a la religión, a la industria, al arte y a
la filosofía, puesto que por su necesaria libertad es que la humanidad puede
dar libre curso a sus ideas y deseos. Lerminier concluye diciendo:
Le droit, c’est la vie. Du droit sort la législation;
elle en est la langue, elle en est le verbe. La législation, une fois sortie,
comme Pallas, de la pensée humaine, se met à écrire les lois religieuses et
politiques dans des textes dont la connaissance est le premier objet de
l’éducation des peuples (265) [8].
De hecho, tanto para Lerminier como para los “iniciadores” el derecho
sale de las inteligencias individuales, de los hogares, para luego insertarse
en la vida social y política. Por lo tanto, no es el derecho el que rige la
vida, sino la vida, el derecho[9]. Al ser la legislación la expresión del derecho que nace de las
necesidades de la naturaleza humana, los individuos confiarían en sus propias
fuerzas y serían así sus propios soberanos.
Como consecuencia de lo anterior, El
Iniciador aspiraba a culturizar a los lectores, insistiendo especialmente
en enmendar costumbres y hábitos civilizados, a través de la risa, la burla y
la sátira. En el artículo “Educación”, Miguel Cané insiste en la necesidad de
educar las costumbres del hombre, que considera la obligación más urgente del
gobernante de toda nación joven:
El código más fuerte que la naturaleza ha puesto en el corazón de los
pueblos, como en el corazón del hombre, es el de sus costumbres: se puede vivir
sin leyes escritas, pero no sin costumbres, se ha dicho desde muchos tiempos
atrás. Si las costumbres se formulasen como los decretos del poder ejecutivo
pocas serían las infracciones de la ley, porque el hombre no gusta de ponerse
en lucha con sí mismo (99).
Para que el derecho fuera vida era necesario que los argentinos
estuvieran conscientes de sus obligaciones ciudadanas y, sobre todo, que los
códigos escritos correspondieran a las costumbres y hábitos diarios de sus
habitantes, dado que, como señala Cané, el hombre no puede enfrentarse a sí
mismo. Según Cané, el paradigma en el que se debe inspirar Argentina es América
del Norte: “Norte América es libre y feliz porque sus códigos son el retrato de
sus costumbres; las repúblicas en que han plagiado sus instituciones no lo son
porque no tienen costumbres, aunque tienen códigos” (99). Rigor, amor al
trabajo y a la paz son las bases de la felicidad social para los jóvenes
argentinos.
En el artículo de Alberdi mencionado anteriormente (“Boletín cómico. Los
escritores nuevos y los lectores viejos”), un lector viejo que conversa con un
miembro de la nueva generación formula una respuesta abominable que demuestra la falta
de espiritualidad denunciada por los jóvenes, así como la comodidad de los
ciudadanos, quienes resumen la vida a una rutina de satisfacción de primeras
necesidades. En el párrafo que se reproduce está el centro de la controversia:
Pero no diga Ud. que la
libertad es la vida porque eso es disparate: ¿Qué tiene que ver Chana con
Juana? ¿No se puede vivir sin libertad? ¿La libertad es pan, grasa, carne,
algún artículo de primera necesidad? Ahora, si la libertad es otra cosa,
nosotros no la sabemos; si no es cosa de comer y beber, ya es otra cosa. Aquí
no entendemos ni queremos sino lo que se come y bebe. Todo lo demás son
teorías, especulaciones, vapores, sueños de visionarios, locos y niños (95).
Por otra parte, en “Del alma de los pueblos”, traducido de Éducation des mères de famille ou De la
civilisation du genre humain par les femmes (1843), de Aimé Martin, se alza
la voz en contra de los comportamientos animales de una población que vive solo
para satisfacer sus instintos y se enfrasca en una rutina deshumanizadora. Alberdi,
como ya afirmó Ghirardi (2003), señala el camino del pensamiento y de la
reflexión como senda perfecta para perfeccionar el alma de los pueblos. Uno de
los grandes proyectos de estos innovadores era, mediante sus artículos y
enseñanzas, formar hombres libres, razonables y comprometidos con la mejora de
su patria; es decir, el antimodelo de patriota que asoma en este artículo de
Figarillo.
En la traducción de “El usurero” aparece el segundo eje de acción de los
regeneradores argentinos: señalar a los parásitos sociales para que mengüen su
actuar en la perversión de la sociedad argentina[10]. Otro
artículo aparecido en el número I persigue este objetivo: “Sensibilidad y
perfectibilidad”. En este, Andrés Lamas relata tres
anécdotas destinadas a hacer reflexionar al lector sobre la bondad humana y
criticar a los farsantes que engañan al pueblo argentino. Su artículo es una
diatriba feroz contra las apariencias y los engaños de las supuestas almas
benéficas que se basan, en realidad, en una caridad y sensibilidad fingida,
cuyo único objetivo es que se hable de ellos. De igual manera, se denuncia en “De mi rutina” la comodidad y pereza del pueblo argentino, instando a la
sociedad a comprometerse con el progreso de la nación[11].
Estos “jóvenes” estaban convencidos de que la tarea de instrucción de la
sociedad sería facilitada por la asistencia al teatro, que consideraban la
escuela moralizadora por excelencia. Así lo formula Gian Batista Cúneo en
“Teatro”, no sin antes lamentarse de la situación de apatía en la que se
encontraba el teatro nacional. Este artículo es una dura crítica a los
argentinos que acuden al teatro no para estudiar la moral, el arte ni sus
necesidades, sino por ostentación y pasatiempo. Al final del artículo, Cúneo
erige el drama como el género teatral que propiciará el tan anhelado progreso a
Argentina:
Como la filosofía es la
ciencia de la vida, el drama es la expresión de la vida, y el drama
inspirándose de la época en que vivimos tan fecunda en sucesos importantísimos
hará no pequeños servicios a la civilización; pero el drama no debe limitarse a
la expresión de la vida tal cual ella es, sino impregnarse de un sentimiento
propio, y característico, proporcionar al pensamiento un grado más alto de
desarrollo, que luego el arte vendrá a expresar (110).
El párrafo es claramente ilustrativo de las consignas para los dramaturgos
o “poetas dramáticos”, como los llaman ellos: deberán presentar en sus obras
sucesos colectivos que expresen las pasiones, los errores, los sufrimientos,
las esperanzas y los gozos del pueblo de manera seria y tragicómica a la vez. Si bien hemos señalado la insistencia de los articulistas de El Iniciador en el papel moralizador del
drama, estos, y Juan Bautista Alberdi al frente, estaban convencidos de que la comicidad
y la sátira eran armas muy efectivas para ridiculizar las costumbres y los
hábitos caducos que carcomían a Argentina desde dentro[12].
La “Joven Argentina” confiaba ciegamente en el éxito futuro de su
empresa, como denota el artículo “Porvenir” de Miguel Cané. Esta columna,
basada en las palabras de Saint Simon antes de
morir (“el porvenir es vuestro”), es una profesión de fe en la acción de los
jóvenes argentinos para conseguir sacar al país de su letargo y encaminarlo al
progreso:
Despertad hombres de mi patria! La voz de Dios ha sonado, tenéis que
reparar grandes errores. Y serán reparados: una generación nueva se presenta;
lugar señores, ella exige su puesto […] Puros y ardientes espíritus, hombres de
corazón y de conciencia, en quienes el amor reboza, y sobre la fe se lanzan a
un mundo nuevo, joven y lleno de esperanzas como ellos. No temáis; dadles su
puesto. Es una generación que trae la experiencia de los años; se ha formado en
el choque de los sucesos […] Los hijos de las ideas del siglo xix son sus únicos representantes
legítimos […] Si del trabajo pacífico y regenerador depende el porvenir humano,
la patria deberá su porvenir a los que por él trabajan, como debe su existencia
a los que, en las santas batallas de nuestra independencia, se sacrificaron por
ella (186-187).
El jurado es la libertad
El
tercer principio que vertebra la filosofía social del Derecho de los
“iniciadores” fue acuñado por Eugène Lerminiers: “El jurado es la libertad” (“Le jury c’est la liberté”). Para el
pensador francés, el “jury” es una institución en la
que tanto los magistrados del Estado como los miembros de la sociedad rinden la
justicia; es decir, no solo se redactan las leyes sobre la base de la vida del
pueblo, sino que este, junto con los funcionarios del Estado, es protagonista
del sistema judicial.
Los jóvenes argentinos retoman esta idea de Lerminiers
para que la institución judicial crezca junto con la conciencia de los derechos
y de la naturaleza del hombre. Este teorema está en la base de otro eje de acción
de los redactores de El Iniciador:
integrar las ciencias sociales y humanas a la vida porque
esta resulta una manifestación diaria del objeto de estudio de aquellas. En
toda la producción de El Iniciador es
patente la preocupación por esta integración que, no se debe olvidar, era la
panacea enarbolada por estos jóvenes para conseguir la tan anhelada
emancipación cultural. A modo de ejemplo, Alberdi afirma en “Del arte
socialista”:
Y toda la ciencia social con las ramas accesorias que le están
subordinadas, no tienen otro destino que buscar la ley del progreso y de
armonía entre la individualidad y la generalidad, estos dos términos que
constituyeron el mundo social, como el mundo universal (97-98).
Para conseguir la independencia cultural era necesaria la emancipación
jurídica de Argentina. Este es el tema que, de manera humorística y algo
sarcástica, Miguel Cané trató en “Mis visitas. Artículo primero”, relato de un
ocioso, cuyo pasatiempo es visitar a amigos y conocidos. En este caso visita a
un abogado y se encuentra en su biblioteca con La Nueva Recopilación, el Fuero
Real de Castilla, Recopilación de
Leyes de Indias y, sobre todo, Las
Siete Partidas de Alfonso X el Sabio,
lo que le sirve al autor del artículo para hacer énfasis en el atraso español y
enjuiciar el hecho de que Argentina se siguiera gobernando por estas leyes:
[…] pero nosotros, y V. más que yo, para que necesitamos un código de la
España, un libro hecho por un Rey? ¿Somos esclavos aun? ¿Somos españoles o
americanos? ¿Tenemos Leyes o no tenemos? Porque yo no puedo concebir que una
república viva sin leyes, o cuando menos sin hábitos, y desde que tenemos vida
propia y distinta de la España, necesario me parece tener una legislación
también propia, hija de nuestras circunstancias y necesidades y no plagios de
la vida y necesidades ajenas (28).
Los redactores de El Iniciador
apuntan a la independencia constitucional de Argentina. Critican el hecho de
que el derecho español, por intermedio de Las
Siete Partidas de Alfonso X el Sabio (siglo xiii),
siga rigiendo en Argentina, con toda la aberración que supone aplicar leyes que
datan de quinientos años atrás para “corregir las maldades y vicios de los
hombres del siglo xix” (28).
La
emancipación de la mujer es la primera condición de la nueva sociabilidad
El cuarto principio enunciado
por Alberdi es: “La emancipación de la muger [sic], es la primera
condición de la nueva sociabilidad” (207)[13]. Esta tesis, muy arraigada en la joven
generación desde las publicaciones de La
Moda (Ghirardi 2004), está inspirada en el principal discípulo de Saint
Simon, Prosper Enfantin, quien en 1831 propuso la doctrina de “la femme libre”
(231). Enfantin aseguraba que la ley moral del porvenir se basaría en la
igualdad entre hombre y mujer, fundamento de las nuevas teorías morales de los
sansimonianos, cuyo eje era liberar a la mujer de todo vínculo licencioso o
esclavista para poder “hablar” y liderar el mundo. Se trataba de un llamamiento
a la liberación de la mujer, pero también del proletariado, otro dogma social
rescatado por los sansimonianos.
La primera generación de
románticos argentinos se caracterizó, por lo menos en sus artículos
periodísticos, por su voluntad de dar a la mujer el lugar que se merecía en la
sociedad. A modo de ejemplo, en el artículo “El
padunapourana” se transcriben las máximas del Padma Pourana, libro sagrado para los hinduistas. Estas máximas
misóginas son repudiadas por los miembros de El Iniciador:
Muchos hombres se complacerán con la lectura de las máximas que
preceden, y desearían su práctica, tal vez; pero nosotros apasionados y
conocedores de los encantos que prodigó naturaleza en nuestras mujeres
repugnamos con todas nuestras fuerzas el Paduna
Pourana. Nosotros que en nuestra patria sufrimos la misma suerte de aquella
raza proscripta; lejos de adoptar esta parte de su libro sagrado tributamos
nuestra admiración y respeto al sexo de la tez de rosas […] (43).
Por lo tanto, se manifiestan la estima de esta generación por la mujer y
su íntima convicción de que el progreso de la sociedad argentina es
indisociable de la reconsideración del papel de esta como sustento humano
imprescindible. Es más explícito aún en “Mis visitas”, artículo en el que
Miguel Cané se alza en contra de la concepción de la mujer como objeto y como
ser inferior al hombre:
No, la mujer es el ángel de la tierra: una injusticia eterna pesa sobre
ella: los hombres han menguado su destino; pero fueron hombres tiránicos, hombres
que estamparon toda la mezquindad de sus ideas, sobre el fecundo corazón de la bella obra de Dios. Ha llegado el tiempo
de honrar a la mujer (57).
Una vez realizada la denuncia, los miembros de la joven generación,
cumpliendo con su voluntad de enseñanza de la nación, formulan, en el “Capítulo
XIX: honor debido a la mujer”, un consejo a los hombres para que respeten a las
mujeres (sus madres, hermanas o hijas). Asimismo, cabe destacar la crítica
explícita a Voltaire por haber insultado a las mujeres:
Voltaire el más seductor de los literatos, y cuya alma aunque dio
muestras de buenas cualidades estaba henchida de pasiones bajas y de la
desenfrenada manía de hacer reír, compuso un largo poema en desdoro del honor
femenil, y en mofa de la más sublime de las heroínas de su nación, la magnánima
e infeliz Juana de Arco (205).
En otro artículo, “Del alma de los pueblos”, traducido de Éducation des mères de famille ou
De la civilisation du genre humain par
les femmes, perteneciente al número XII (1 de octubre de 1838), se hace
énfasis en la idea central del libro de Aimé Martin según la cual las mujeres que
recibieron una educación escolar de calidad favorecen el progreso de todas las
clases sociales. Así lo afirma Miguel Cané en “Eduación”:
La mujer, como existe en
nuestras sociedades, es un ser desgraciado en efecto; es una criatura sin
misión ni carácter verdaderamente social. Nace y muere como las flores;
destinadas al deleite de uno o pocos más, la patria conserva en su seno, más de
la mitad de sus hijos como miembros improductivos, muertos para todo lo que no
sea amante, el hermano, el padre. […] Pero ya es tiempo de que ese espíritu que
todo lo conmueve, ese espíritu que vivifica hasta las cosas menos animadas,
penetre en el hogar doméstico y arranque la víctima que en él gime; es tiempo
ya de que ese elemento poderoso, sea despojado de la hipócrita influencia que
hoy ejerce, y en vez de ser causa y objeto de pasiones puramente egoístas,
salga a trabajar como el hombre, por la civilización, por la humanidad, por la
patria (102).
Esta postura claramente
profemenista es un hito en la historia y cultura nacionales, que revela esta
otra faceta poco conocida de unos hombres denigrados a lo largo de la historia
argentina.
La presencia de intelectuales y artistas franceses en El Iniciador no solo se debe a su figura
de modelos sino también de antimodelos. A modo de ejemplo, en el artículo
“Educación”, se
cita a Enfantin y Saint Simon, pero para oponerse a ellos. En Science de l'homme. Physiologie religieuse
los autores afirman que el hombre y la mujer son el individuo social, dado que
de su unión se concibe un solo ser, regeneración de los esposos (231). Enfantin
expresa que la humanidad se compone de un solo ser, uno y múltiple, parecido a
sí mismo en cada una de sus manifestaciones; es por eso que el hombre puede
apreciar su progreso en el tiempo y en el espacio hacia el amor eterno e
infinito de Dios. Los jóvenes argentinos no están de acuerdo con este juicio,
ya que ellos consideran que las mujeres no pueden ocupar el lugar que el hombre
no ha sabido desempeñar. Estas deberán ser capaces de no repetir los mismos
errores para afianzar las bases del progreso.
Por otra parte, en “La generación presente a la faz de la generación
pasada”, Alberdi afirma
que los de Mayo se equivocaron al seguir los preceptos de Rousseau: “Si ellos
cometieron errores, los cometieron con su época, con Rousseau, con el siglo xviii, con la revolución francesa”
(103). En esta discusión entre seis jóvenes y un anciano de unos sesenta años,
este acusa a la nueva generación de “plagiarios y copistas” (103), de no tener
ninguna idea propia, de hablar de originalidad y solo repetir lo dicho por los
nuevos escritores franceses, de hablar de todo sin saber de nada, de “redactar lugares comunes
en frases nuevas” (104), de ser pura apariencia y concentrarse
solo en las formas antes que en el fondo, y, por supuesto, de ser hipócritas.
En el mismo artículo se
desmienten todas estas calumnias fomentadas por marionetas del rosismo y de
otras facciones políticas que solo querían perjudicar a los “iniciadores” para
conservar sus islas de poder en Argentina.
De hecho,
las críticas que se les formulaban (préstamos que tienden a la imitación de
otros escritores, estilo pedantesco y enfático, altanería, ignorancia,
incapacidad) son, con la lectura atenta de los dos tomos de El Iniciador, totalmente improcedentes e
injustificadas. Todas las acusaciones se desvirtúan; como mucho, se les podría
reprochar un exceso de entusiasmo y confianza en sí mismos y en el porvenir,
aunque estos caracteres sean propios de la juventud.
Alberdi, en “Figarillo en
Montevideo”, resumió a la perfección la situación en la que él y sus compañeros
exiliados se encontraban:
Es tan imposible saltar
bruscamente de sentir a Moratín, Breton y Martínez de la Rosa, a reunir a
Schiller, Goethe, Hugo y Dumas, como lo es pasar bruscamente de comprender a
los PP. Almeida y Feijoo, a comprender a Kant, Hegel, Jouffroy, Lerminier. Para
apreciar a estos escritores, nuestra sociedad necesita antecedentes, y la
obligación de sugerírselos debe hacer la incesante ocupación de la juventud
ilustrada que vemos asomar en las dos bandas del Plata (200).
Son estos modelos (Eugène Lerminier, Saint Simon, Prosper Enfantin,
Pierre Leroux, Victor Cousin, Hugues Félicité Robert de Lammenais y el conde de
Bonald) los que los proscritos argentinos proponen a sus lectores, y,
pretendiendo ilustrarlos, desmenuzan sus ideas, sentencias y propuestas para
expandir la ley del progreso argentino que tan cara les fue.
Se ha repetido hasta la saciedad que los líderes de la Generación del 37
adulaban ciegamente a los filósofos franceses, pero si leemos con atención sus
artículos de El Iniciador nos damos
cuenta de que existen diferencias abismales en su pensamiento. Así, Alberdi es
un incondicional de la “sociabilidad humana” de Lerminier, mientras que
Echeverría está mucho más cerca al sansimonismo de Pierre Leroux.
Tuvimos especial cuidado en acotar los artículos más relevantes para
nuestro propósito, lo que permitió revelar también que la tan criticada
generación romántica no admiraba fanáticamente a Francia y nunca pensó en
trasladar al Río de la Plata todas sus novedades literarias, filosofías y
políticas, sino solamente adaptar aquellos fundamentos que beneficiarían al
país. Por lo tanto, reducir esta escuela a un solo sistema de pensamiento es un
sinsentido crítico.
Al contrario, aseveramos que su programa, compartido por todos los
redactores en sus grandes líneas, está imbuido de la realidad argentina que
acicateaba a los jóvenes a comprometerse con el devenir de su patria. Para la
Joven Generación Argentina, la independencia cultural y jurídica del país solo
se conseguiría estableciendo una nueva sociedad y un nuevo modelo de ciudadano,
basados en la elaboración de leyes inspiradas en los hábitos y costumbres del
pueblo, en la emancipación de la mujer, en la participación de la sociedad
civil en el sistema judicial y en un arte socialista, que reflejara la esencia
de la identidad argentina.
La fuerza del pensamiento y de la escritura de los “iniciadores” se
plasma en un eclecticismo omnipresente en los diecisiete números del
quincenario uruguayo. A la vista de este estudio de potenciales influencias
transatlánticas, aquellas ideas que la Joven Generación Argentina había
fraguado en la prensa no resultaban de una simple imitación o plagio de credos
franceses, sino que respondían a un esfuerzo de largo aliento, cuya
sistematización conceptual vio la luz en El
Iniciador.
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Date of reception: 26/02/2020
Date of acceptance: 08/07/2020
Citation: Choin,
David y Moya, Misael, “Nueva lectura transatlántica de El Iniciador de Montevideo: la
influencia del pensamiento francés en la ideología de la Joven Generación
Argentina”, Revista Letral, n.º 24,
2020,
pp. 182-196. ISSN 1989-3302.
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[1] La Moda apareció en 1837 en
Buenos Aires. Esta publicación, que se extendió entre el 18 de noviembre de
1837 y el 21 de abril de 1838, fue dirigida por Juan Bautista Alberdi como
vocero de la Joven Generación Argentina con el objetivo de atacar la dictadura
de Juan Manuel de Rosas y difundir las ideas en boga en Europa.
[2] Véanse José Ingenieros (2018)
y Tulio Ortiz.
[3] Véanse
Olsen A. Ghirardi (2003), William Katra (2000), Jorge Myers (1998) y Alejandro
Herrero (2010).
[4] La idea del progreso
indefinido formulada por Nicolas de Condorcet en Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain (286)
ya había sido expuesta en La moda,
como señaló Olsen A. Ghirardi.
[5] Alberdi escribirá en 1843:
“No hay alcázar más inexpugnable que el progreso”. Obras completas, tomo II, 204.
[6]
Véanse “Poesía” (número VIII, 1 de agosto de 1838), “Carlos o el infortunio”
(número X, 1 de septiembre de 1838), “A Miguel Irigoyen” y “A mi amigo Luis”
(tomo II, número II, 1 de noviembre de 1838).
[7] Aquí Cané se refiere
implícitamente a Ernst Theodor Amadeus Hoffmann y Novalis (Georg Friedrich
Philipp Freiherr von Hardenberg).
[8] “El derecho es la vida. Del
derecho se derivan las leyes. Estas son la lengua y el verbo de la vida. La
legislación, una vez salida, como Pallas, del pensamiento humano, se pone a
escribir las leyes religiosas y políticas en textos, cuyo conocimiento es el
primer objeto de la educación de los pueblos” (la traducción es del autor).
[9] Alberdi retomará este
precepto para acuñar el concepto de “pueblo-mundo” en El crimen de la Guerra (1870) y sostener su teoría del pacifismo
como sistema político fundamental del gobierno. Véase al
respecto el artículo de Mélanie Sandler: “Une révolution du globe : le ‘peuple-monde’
d’Alberdi ou la résolution transnationale du cycle révolutionnaire”.
[10] Véanse también los
artículos: “Lo que es el mundo” de Rafael Corvalán (nº VII, 15 de julio de
1838) y “Hombres felices” de Bartolomé Mitre (nº VIII, 1 de agosto de 1838).
[11] Esta
idea podría estar inspirada en el “devoir de solidarité” enunciado por Pierre
Leroux: “J’ai le premier emprunté aux légistes le terme de solidarité pour
l'introduire dans la philosophie, c’est-à-dire suivant moi dans la religion:
j'ai voulu remplacer la charité du chistianisme par la solidarité humaine, et
j'ai donné de celà mes raisons dans un gros livre” (La grève de Samarez 254). Sin lugar a dudas, este libro al que se
refiere Leroux es De l'humanité, obra
en la que aboga por esta sustitución necesaria de lo jurídico hacia lo
político-social.
[12] Véase al respecto el
artículo “Del uso de lo cómico en sud-américa” en el número VII del 15 de julio
de 1838.
[13] Los
primeros hitos del feminismo en Francia fueron obra de los sansimonianos. En
1807, Claude-Henri de Saint-Simon abogó por el derecho de voto de la mujer,
mientras que su compañero Charles Fourier, al año siguiente, formuló la misma
idea y le añadió la “libertad en el amor”.