“The Night Will Never End”. Sexual Violence, Dehumanization and Capitalism
in El sexto by José María Arguedas
Richard Leonardo-Loayza
Universidad Nacional Mayor de San Marcos,
rleonardol@unmsm.edu.pe
ORCID: 0000-0001-6867-2127
DOI: http://dx.doi.org/10.30827/RL.v0i24.12629
Es un hecho que José María Arguedas es uno de los
escritores más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX; sin
embargo, la crítica especializada le ha prestado poca o ninguna atención a un
factor determinante de su obra: la sexualidad. Este artículo estudia El sexto (1961), antepenúltima novela
del gran narrador peruano. Nuestro objetivo es analizar el papel que desempeña
la sexualidad, en su modalidad degradada de la violación, en la diégesis de
este texto. La hipótesis que asumimos es que dicha manifestación (las violaciones
que se producen entre los reclusos del penal) no está presente solo como un
elemento que refuerza el efecto de realidad de una novela de tema carcelario,
sino que funciona como una estrategia de dominación, control y castigo, que
ejerce el poder sobre aquellos individuos que se atreven a enfrentar al sistema
capitalista y sus representantes de turno. Esta estrategia busca transformar a
estos insurrectos en seres abyectos, despojándolos de cualquier resquicio de
humanidad posible. En este sentido, la cárcel no es considerada como un centro
de resocialización, más bien se erige en una maquinaria social de degradación y
envilecimiento humano.
Palabras clave: José María
Arguedas; El sexto; violación;
capitalismo.
It is a fact
that José María Arguedas is one of the most important writers of Latin American
literature of the twentieth century; However, the specialized critic has paid
little or no attention to a determining factor in his work: sexuality. This
article studies El sexto (1961), the
penultimate novel of the great Peruvian narrator. Our objective is to analyze
the role that sexuality plays, in its degraded modality of rape, in the diegesis
of this text. The hypothesis that we assume is that this manifestation (the
violations that occur among the inmates of the prison) is not only present as
an element that reinforces the reality effect of a prison-related novel, but
works as a strategy of domination, control and punishment, which exercises
power over those individuals who dare to face the capitalist system and its
representatives on duty. This strategy seeks to transform these insurgents into
abject beings, stripping them of any possible chink of humanity. In this sense,
the prison is not considered as a center of resocialization, rather it is a
social machinery of degradation and human debasement.
Keywords:
José María Arguedas; El sexto;
rape; capitalism.
1. Introducción:
El sexto, más allá del realismo
genético
[…] porque la raíz de todos los males es el amor al
dinero.
(San Pablo a Timoteo, 1Tim.6, 10)
A pesar de que es un hecho generalizado que el peruano
José María Arguedas (Andahuaylas, 1911-Lima, 1969) es uno de los escritores más
importantes de la literatura hispanoamericana del siglo XX, no todas sus obras
han sido abordadas con la misma minuciosidad crítica. Si pasamos revista a la
amplia bibliografía sobre este escritor, descubriremos que los especialistas
han puesto sus luces sobre todo en libros como Agua (1935), Yawar fiesta
(1941), Los ríos profundos (1958), Todas las sangres (1964) y su novela
póstuma El zorro de arriba y el zorro de
abajo (1971).
El sexto (1961) es
uno de los textos de Arguedas que ha sido escasamente estudiado (Bernales 182,
Leonardo-Loayza 504) y, según una gran parcela de los entendidos, refleja las
experiencias que vivió este autor durante su estadía en la cárcel del mismo
nombre (El Sexto)[1], durante
el periodo de 1937 a 1938. Esta recepción crítica ha conducido a que esta
novela sea interpretada principalmente como un texto autobiográfico (Cornejo
Polar, 46, Rowe 16, Delgado 139, Martínez Gómez 38, Sales 425, Órzhystskyi 68);
testimonial (Oviedo 3, Galdo 11, Kokotovic 56, Bernales 178); histórico
(González Vigil 29) o político (León 209, Portugal 250, Lee Penagos 14).
Como puede advertirse, El sexto es un texto que ha sido leído
como un libro-testimonio, cuya importancia radica fundamentalmente en ofrecer
información inequívoca acerca de su autor y el medio social, histórico y
político en el que se inscribe este último. De este modo, la hermenéutica que
se ha desarrollado sobre esta obra ha querido establecer una especie de
homología entre esta novela y la realidad efectiva que le sirve de sustrato.
En este artículo queremos
proponer una lectura que le devuelva a El
sexto autonomía como ficción literaria y la despoje de ese carácter
documentario, tributario de la realidad. Nos interesa enfatizar en un aspecto
que la crítica especializada se ha mostrado renuente en explorar, pero que si
se presta la debida atención a esta obra de Arguedas está muy presente en ella.
Nos referimos a la sexualidad. Jorge Zavaleta Balarezo se ha percatado de esta
peculiaridad, al decir que “la carga sexual de la novela es siempre mencionada
oblicua o parcialmente en la crítica” (5). En efecto, pese a la importancia de
la sexualidad en El sexto, los especialistas en la obra de Arguedas han
optado por obviarla, o subsumirla en otros temas, quizá porque esta se
manifiesta bajo la modalidad de la violación masculina, suceso impensable y
difícil de abordar aún hoy en día, en el marco de un mundo heteropatriarcal y
androcéntrico.
La sexualidad desempeña un papel
fundamental en la obra de José María Arguedas[2], pero esta manifestación no
siempre está definida en términos felices, sino asociada a la más terrible
violencia y degradación; es “algo sucio, aunque instintivo” (Morales Ortiz
366); “vinculado con la muerte” (Denegri y Silva Santisteban 307); una fuente
de dolor y angustia y “jamás de placer y comunicación” (Vargas Llosa 278)[3]. En esta
línea de sentido, Sara Castro-Klarén anota al respecto lo siguiente:
Son los personajes que en los
textos de Arguedas merecen el apelativo de ‘anticristo’, ‘condenado’, ‘yegua’,
‘cerdo’ los que conocen el placer del sexo, un sexo que emplea al otro siempre
en contra de su voluntad. El encuentro de compasión entre dos seres comparables
en humanidad (ni ángel ni bestia), el sentimiento de armonía y satisfacción que
el acto sexual apasionado es capaz de brindar no tiene lugar en un mundo donde
los actos sexuales implican un choque entre dos seres marcados por la
disparidad más intensa y obvia (“Crimen y castigo” 57).
De esta manera, el sexo en
Arguedas se constituye en una especie de reafirmación de las relaciones de
dominación y poder (aspecto fundamental en la obra del escritor peruano). Un
rasgo sumamente interesante en las representaciones que propone Arguedas sobre
la sexualidad es que estas se manifiestan muchas veces bajo la figura de la
violación. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en los cuentos de “Warma Kuyay”
(con don Froylán y la india Justina), “El horno viejo” (con el personaje
denominado “El caballero” y doña Gabriela) y “La huerta” (con Ambrosio y Hercilia). Asimismo, en sus novelas Los ríos profundos (con los muchachos
del internado y la opa Marcelina) y Todas
las sangres (con don Bruno y la Kurku Gertrudis).
Como puede notarse de este
inventario, la violación sexual en el mundo arguediano es un acto que se
produce de un hombre en contra de una mujer, lo que enfatiza el tipo de
relación entre lo masculino y lo femenino en este universo ficcional: el
contraste (Lambright 340). En este contexto de ideas, la particularidad que
presenta El sexto es que esta
violación se realiza entre hombres, ya que en la diégesis que actualiza la
novela la mujer está ausente, al menos directamente (en el relato, la aparición
de esta se reduce a meras evocaciones nostálgicas elaboradas por los presos).
Cabe preguntarse si en El
sexto la representación de estas prácticas sexuales se debe a un simple
hecho referencial, es decir, si se le utiliza en la economía del relato para
mostrar una actividad que se asume como común, en el contexto del horror
carcelario peruano y latinoamericano (o, en palabras de Roland Barthes, como un
efecto de realidad). Más bien, creemos que esta puesta en escena obedece a la
intención de José María Arguedas de evidenciar la función que cumple la
sexualidad, en su modalidad nefasta de la violación, como estrategia mayor que
el capitalismo utiliza para doblegar a los hombres que se le enfrentan en el
reclusorio denominado El Sexto. Se trata de un recurso ficcional, que si bien
puede tener o no un sustento material en la realidad efectiva que vivió
Arguedas, lo importante es que en este texto se le emplea con el objetivo de
mostrar uno de los mecanismos más perversos que instrumentaliza el poder.
2. La violencia
sexual como mecanismo (deshumanizador) al servicio del capitalismo
En El sexto se
reitera constantemente una operación de poder: los presos más fuertes, que en
el universo representado de la novela están caracterizados como los “jefes”, abusan
sexualmente de los internos más débiles[4]. Esta práctica se lleva a cabo
repetidamente hasta que el individuo violentado pierde la razón y se convierte
en un “vago” (una especie de despojo humano y que ocupa la escala social más
baja en el reclusorio). En esta línea de sentido, Michel Foucault tiene razón
cuando declara:
En las relaciones de poder la
sexualidad no es el elemento más sordo, sino, más bien, uno de los que están
dotados de la mayor instrumentalidad: utilizable para el mayor número de maniobras
y capaz de servir de apoyo, de bisagra, a las más variadas estrategias (126).
En la diégesis de este texto de
Arguedas la violencia sexual le permite al capitalismo ejercer control sobre
los hombres, doblegarlos y aniquilar en ellos cualquier intento de resistencia
o lucha. Pero debe puntualizarse que esta situación no solo atañe a los más débiles, a los agredidos, sino a todos los reclusos
en general porque,
sin querer, se les hace actores y espectadores obligados de este horror.
Con ello, se los corrompe, se los degrada moralmente. Para explicar esta idea,
detengámonos en los dos casos más notorios en los que la violación opera como
instrumento de envilecimiento. Nos referimos a lo que les sucede a los
personajes denominados “El Pianista” y “Clavel”.
En la novela, referente al primero de ellos se dice que:
Contaban en el Sexto que este
vago fue de veras un estudiante de piano, y que cayó al Sexto durante la
celebración de un 22 de febrero [día del nacimiento de Haya de la Torre]. No
tenía documentos y lo echaron al primer piso. Puñalada se lo envió a Maraví. Lo
violaron tres maleantes durante la noche, y lo tuvieron encerrado en la celda
cuatro días. Cuando lo arrojaron estaba ya enloquecido […] Cuando Maraví lo
arrojó de su celda, durmió después en la de todos los ladrones y de los vagos,
hasta en la del negro que mostraba por diez centavos su inmenso miembro viril
(41-42).
Este fragmento posibilita exponer
de manera manifiesta la lógica que impera en El Sexto, cuando nuevos reclusos llegan
a sus instalaciones. Los “jefes” se apoderan de ellos y los violan. Una vez que
se han aprovechado sexualmente de estos reclusos, los “jefes” deciden
arrojarlos fuera de sus celdas para que corran un destino similar, pero en
manos de los otros presidiarios. En este acto, por supuesto, hay una clara
intención de feminizar al otro, de convertirlo en un objeto sexual, pero no
simplemente por una cuestión de satisfacción erótica, sino como una estrategia
de dominación y rebajamiento moral. De esta forma, se deshumaniza al recién
llegado, se lo normaliza como un
cuerpo sin importancia. Esta situación puede enmarcarse en aquello que Daniel
Castillo denomina basurización
simbólica, que es “una forma de deshumanizar al cuerpo del sujeto para que sea subsumido dentro de una lógica residual que asegure su
instrumentalización” (239).
A fin de entender bien esto
último, reflexionemos en torno al acto de la violación sexual. Según Slavoj
Žižek, quien sigue a Freud en esta idea, el problema de la violación es que el
impacto traumático que genera se debe no simplemente a que constituye un caso
de extrema violencia externa, sino a que “toca” algo que en la propia víctima
es objeto de una renegación. De esta manera, cuando las personas encuentran en
la realidad aquello mismo que más intensamente desean en su fantasía, huyen
rápidamente de ello. Esto se produce no solo a causa de la censura, sino más
bien porque el núcleo de nuestro fantasma nos resulta insoportable (Cómo leer a Lacan 63).
Es que existe una fisura que
separa, irremediablemente, el núcleo fantasmático del ser del sujeto de sus
identificaciones simbólicas o imaginarias más superficiales. De este modo, es
imposible asumir plenamente (en el sentido de una integración simbólica) el
núcleo fantasmático del ser. Žižek explica que cuando nos acercamos demasiado a
este núcleo ocurre lo que Lacan denomina afanisis
(autoobliteracion) del sujeto, es decir, este último pierde su consistencia simbólica, se desintegra,
se borra (Cómo leer a Lacan 63)[5]. Ahora bien,
la actualización forzada de este núcleo fantasmático del ser en la realidad
social, su puesta en escena en el mundo real es quizá la peor de las
violencias, porque socava la base de la identidad del sujeto (de la imagen que
tiene de sí mismo)[6].
Lo dicho en el párrafo precedente
permite entender el trauma que debe enfrentar la mujer cuando es víctima de un
abuso sexual, pero, a riesgo de ser polémicos, el problema se complejiza cuando
se trata de la violación que experimenta un
hombre. En el imaginario social, que rotundamente es un imaginario
patriarcal y falocéntrico, el varón ocupa la posición mayor de poder y, por
eso, asume que la relación sexual es naturalmente una relación de dominio (lo
masculino activo y lo femenino pasivo). No existe un hombre, a menos que tenga
algún tipo de inclinación homoerótica, que asuma el hecho de ser violentado
sexualmente. Como asevera Germaine Greer, las mujeres viven desde niñas con ese
temor (56), pero los hombres en cambio no se imaginan una situación de esa
naturaleza. Mientras las mujeres “fantasean ser violadas” (Greer 58), los
varones no.
Pero ¿qué ocurre con aquel hombre
que es violado por otro hombre? ¿Qué sucede con su identidad y su lugar en el
mundo social? Este hombre es feminizado, al imponérsele la mayor humillación
que pueda recibir un varón (ser penetrado por otro)[7]. Al realizarse este acto, el
hombre agredido es enfrentado al fantasma que le ha permitido convertirse en
varón y que se le ha enseñado a repudiar: la homosexualidad[8]. De esta manera, se ha
producido la afanisis del sujeto. En otras palabras, se ha desintegrado
su consistencia simbólica. El hombre violentado sexualmente ha sido despojado
de su masculinidad, excluido del poder y condenado a sufrirlo. Ya no se asume como
un hombre íntegro, sino que se encuentra castrado, se le transforma en un no-hombre. La consecuencia de esta
situación es que el varón que produce la violación se asegura para él una
masculinidad plena y vigorosa, y deja para los hombres violados otra de
carácter defectuosa o pasiva. Recordemos junto a Ramos Padilla y Palomino
Ramírez (2018) que el acto de un hombre que penetra a otro puede considerarse
como “una demostración de mayor virilidad, por ser capaz de someter a otro
varón, el cual es feminizado, por lo tanto, desvalorizado y estigmatizado” (25)[9]. Esto
explica que en El Sexto “los jefes” tengan el poder y los otros, “los recién
llegados” (que luego se transformarán en “los vagos”), lo padezcan.
El otro caso que referiremos es
el del personaje denominado “Clavel”. Aunque básicamente reitera la experiencia
protagonizada por “El Pianista”, nos ocuparemos de él porque muestra otros
matices que pueden ayudar a describir mejor la lógica del poder en la que están
insertos los reclusos de El Sexto. “Clavel” es un joven que ya había estado encerrado anteriormente en
este centro penitenciario. En la novela esto no se narra explícitamente, pero
lo podemos inferir porque el resto de los reos lo trata con cierta
familiaridad. Este hecho se corrobora cuando Maraví, otro de los “jefes”,
demuestra hacia él una actitud que hace sospechar que entre los dos existió
anteriormente algún tipo de relación sentimental.
No es difícil imaginar la suerte
que corrió “Clavel” apenas fue recluido por primera vez en El Sexto.
Seguramente cuando los “jefes” se dieron cuenta de que no podría defenderse se
lo disputaron y, al parecer, quien se lo quedó fue “Maraví”. Es más que
probable que este “jefe” lo violó reiteradamente y, así, lo convirtió en su
“querida” (su amante). Como se ha visto líneas atrás, esta es una práctica
constante en El Sexto: la violación sexual que efectúan los presos más fuertes
en contra de los más débiles.
En la novela se narra el
reingreso del “Clavel” a la cárcel y, una vez aquí, es nuevamente entregado a
Maraví, con la anuencia de las autoridades del penal. Sin embargo, después de
algunas escaramuzas entre los presos, este “jefe” renuncia al muchacho
cediéndolo a “Puñalada”, otro de los “jefes” del recinto, porque, como se
indica en la novela, el negro “ya estaba decidido a romper el equilibrio de los
grandes del primer piso” (36). “Puñalada” pasa una noche con “Clavel” y, al día
siguiente, lo prostituye. Para ello ha instalado una especie de burdel al
interior de El Sexto. Gabriel, el personaje narrador de origen andino[10], relata:
Junto a la celda del Clavel, el
hombre achinado y un negro joven hacían guardia.
Se abrió la celda y
vimos salir de ella al zambo elegante. En seguida, de la sombra del corredor
apareció un hombre gordo; se dirigió a la celda del Clavel. El negro le abrió
la puerta, el hombre entró. El zambo cruzó rápidamente el callejón, subió las
gradas y oíamos sus pasos en el segundo piso.
—¡Es bueno! —dijo—. Cariñoso.
¡Está medio loco! (72)
“Clavel” ha sido convertido en un
prostituto. Esta acción implica un cambio radical en la condición ontológica de
este personaje. Dejó de ser considerado como persona para pasar a convertirse
en una “cosa”, en un cuerpo expuesto al régimen de la compraventa. Dicho de
otra manera, ahora es una mercancía ofertada al mejor postor. Cuando Gabriel le
pregunta a Cámac, su compañero de celda, qué es lo que puede hacerse para
detener esta acción nefasta de los “jefes”, el viejo sindicalista no le
responde directamente, solo atina a profetizar sobre la suerte que le depara al
muchacho:
—Y seguirá entrando gente donde
el Clavel. Ahora es cinco libras mañana será tres, después dos, una, y, hasta
por una camisa sucia lo entregará, ¡por un botón! El Puñalada es el azote con
que el capitalismo raja nuestra frente. Ha estropeado a muchos políticos. Han
salido locos de su celda; es peor que Maraví en eso. Están amaestrados. Ninguno
tiene sentencia. Los guardan aquí único para cuchillo de los políticos. ¿Qué es
el encierro? Nada, Gabriel. Estos hijos legítimos del gobierno son el tormento.
¡Puñalada!, ahistá su nombre. Parece escogido por el General mismo y por míster
Gerente de las minas del Cerro. Ellos andan abrazaditos como los jefes del
primer piso (76).
En este dialogo, Cámac no solo
reflexiona lúcidamente sobre el futuro trágico que le aguarda a “Clavel” a
manos de sus agresores, sino en lo que les espera a todos aquellos individuos
que sean encarcelados en El Sexto y no posean los medios necesarios para
defenderse: serán degradados, cosificados, sustraídos de su humanidad.
“Clavel”, por ejemplo, ha sido reducido a su materialidad sexual, a su cuerpo,
a su carne. Es una mercadería que a medida que deje de ser una novedad o
produzca placer, perderá su estimación. Cámac lo ha anunciado: primero serán
cinco libras, mañana tres, después dos, finalmente, una, “y, hasta por una
camisa sucia lo entregará[n], ¡por un botón!”. En este sentido, aquello que le
toca experimentar a “Clavel” puede ser apreciado como una resonancia alegórica de la circulación de la mercancía en el
paradigma capitalista. Su objetivo final, su destino es el consumo.
Ahora, resulta altamente
significativa la implementación de un burdel dentro del reclusorio, debido a
que este lugar simboliza muy bien la lógica del capitalismo y su pulsión
explotadora[11]. Laia
Folguera explica que un prostíbulo es un espacio en el que se realiza o se
aspira a establecer la interacción sexual hombre-mujer en el contexto de una
relación comercial (231). Por eso, aquí se encarna uno de los preceptos
constitutivos del capitalismo: todo puede ser susceptible de ser comprado
(incluso el cuerpo de una mujer). Como añade Rosa Cobo, en este sitio, con el
ejercicio de la prostitución, se hace realidad “el principio de que los deseos
pueden convertirse en derechos si se tienen recursos suficientes para pagarlos”
(El capitalismo 19).
Lo interesante del burdel que se
presenta en El sexto es que no se trata de uno del tipo tradicional,
sino que posee características que se perfilan por el contexto de la cárcel. De
esta forma, la institución de la prostitución se muestra desnaturalizada, se
adecua a las circunstancias con tal de generar algún tipo de plusvalía[12]. Por
ejemplo, pese a que los clientes están privados de su libertad, estos pueden
seguir accediendo a la mercadería, a los cuerpos, gracias al dinero o los
recursos con los que cuentan por más mínimos que estos sean. Asimismo, ya no
son los cuerpos de las mujeres los objetos de comercio, sino de hombres débiles,
que no pueden oponer resistencia a la acción de otros hombres que los sojuzgan,
los mercantilizan y los explotan hasta ser consumidos en su totalidad. Una
cuestión relacionada a la anterior es que en un ejercicio común de prostitución
casi siempre la mujer recibe algún tipo de beneficio económico. En El Sexto los
hombres son obligados a realizar este servicio sexual debido a que son
coaccionados por la fuerza de la amenaza y la violencia[13]. “Clavel” no recibe ningún
tipo de beneficio salvo el que no se le agreda. Sin embargo, en esta historia
hay alguien que se queda con el dinero de esta transacción comercial: el “jefe”
apodado “Puñalada”.
Este personaje no se apropia de
“Clavel” para satisfacer una necesidad erótica o sexual, sino lo que busca es
conseguir dinero mediante la venta del cuerpo del muchacho. Por esto,
“Puñalada” funge las veces de un capitalista (Leonardo-Loayza 521) y, como
sostiene Marx, refiriéndose a este personaje social, “sabe que todas las
mercancías, por despreciables que parezcan o por mal que huelan, son, por su fe
y su verdad, dinero” (163). Del mismo modo, en “Clavel”, como puede verse, se
representa la esencia misma del capitalismo. Žižek lo explica en los siguientes
términos: “El verdadero objetivo no es ya la satisfacción de las necesidades de
los individuos, sino simplemente más dinero, la repetición sin fin de la
circulación como tal…” (A propósito de
Lenin 115) [14].
Por otro lado, en la misma cita
de la novela que realizamos antes, Cámac revela el papel que desempeñan los “jefes”
en esta prisión. El minero de Morococha dice: “El Puñalada es el azote con que
el capitalismo raja nuestra frente”. Aunque en el universo representado este
personaje es el menos capacitado para mirar (tiene un ojo enfermo), puede ver “más allá” que el resto de los reclusos. Este sindicalista entiende muy bien
la lógica que se impone al interior del reclusorio: es el capitalismo más
salvaje que comercializa con todo, incluso con los seres humanos, con su
cuerpo. Y para someter a estos seres, para demoler
progresivamente su humanidad es que se vale de individuos como
“Puñalada” o “Rosita”, amos-instrumentos, amos-súbditos, porque a pesar de que
en la práctica pudiera parecer que ostentan el poder en el presidio, la verdad
es que estos personajes le rinden cuentas a un amo mayor, que no son las
autoridades del penal que les dan carta abierta para realizar sus abusos, sino
el capitalismo que se está apoderando de la nación peruana, y que muestra su
influencia incluso en un lugar tan remoto como lo es una prisión. Por esta
razón, Cámac expresa que estos “jefes” en El Sexto son el “cuchillo”, el
“tormento” del resto de hombres que habitan el penal. El castigo no es el
encierro, afirma, sino el convivir con estos amos perversos.
Ahora bien, el
augurio/diagnóstico que efectuó Cámac sobre el destino que le espera a
“Clavel”, se corrobora con el curso final que adopta su existencia al término
del recorrido narrativo de El sexto.
En el relato, después de muchas quejas de parte de los presos políticos, el
comisario del presidio accedió a colocar un candado en la celda de “Clavel”
para evitar más excesos. Sin embargo, los presos siguieron abusando sexualmente
de este muchacho:
En la puerta de la celda del
Clavel se había formado una fila de cinco hombres que parecían servir de
pantalla delante de la reja. Un hombre estaba completamente pegado a la reja de
la celda. Esperamos. El hombre se separó de la reja, se abrochó el pantalón y
se encaminó hacia la escalera.
—Ahora tú, antes de que se canse
–dijo el que estaba pegado en la pared y parecía que mandaba la fila—.
¡Apúrate!
Otro individuo que estaba fuera
de la fila se acercó a la reja.
—¡Ya no! –dijo, y se retiró al
otro muro.
—¡Anda, rosca, a dormir! ¡Te has
aguado! —dijo en voz alta el que mandaba la fila—. Así agachado, aguanta poco. Puñalada puede
venir a pegarle.
Clavel levantó la cortina sin
decir una palabra; la extendió desde adentro, y no prendió la luz. La fila de
hombres se dispersó (116).
Esta escena es importante porque
revela el grado de deshumanización al que se puede llegar en El Sexto. En este
lugar, los seres humanos dejan de ser tales para convertirse en animales, cosas
u objetos. Fijémonos que “Clavel” ya no se está entregando sexualmente por
imposición de “Puñalada”, o porque haya una transacción económica de por medio,
sino que lo hace por un efecto de inercia. Es como si este personaje asumiera
que su rol en este sitio, en este mundo, consiste en proveer de satisfacción
sexual a otros hombres, ser su objeto de deseo y lujuria. En este punto resulta
primordial citar el fragmento en el que “Clavel” es “rescatado” por la policía,
luego de la muerte de “Puñalada”.
Levantaron la cortina y enfocaron
al muchacho. Estaba acurrucado en un ángulo de la celda, lejos del colchón de
paja que ocupaba el sitio opuesto. Tenía el rostro oculto entre los brazos. […]
se apoyó con las manos en el suelo. Tenía los ojos cerrados por la fuerza de la
luz. Se levantó con gran esfuerzo. Descansó un instante [“Clavel” estaba
desnudo de la cintura para abajo], luego se volteó de espaldas y fue
retrocediendo, agachado, hacia la puerta.
—¡Está el muerto! –dijo con
fatiga-. ¡No podré, patroncito; está el muerto! (141).
Como se puede apreciar, “Clavel”
ofrece su cuerpo de manera voluntaria, como un autómata, privado de conciencia
alguna. Tan grave es su enajenación que no puede distinguir entre la policía
que lo viene a ayudar y sus agresores sexuales. Lo único a lo que atina es a
entregarse, para que el que se lo pida satisfaga su deseo. “Clavel” es la
manifestación concreta de lo que puede provocar El Sexto sobre los individuos
recluidos en sus instalaciones. Queda probado que en este presidio no hay la
voluntad de resocializar a los ciudadanos que han delinquido, de convertirlos
en elementos aptos para vivir en sociedad. Por el contrario, El Sexto se erige
como un enorme artefacto de basurización humana, en el que los detenidos dejan
de ser personas para transformarse en bestias, cosas u objetos. Gabriel se
percata de ello y por eso le dice a un ausente Cámac (el viejo sindicalista
murió días atrás de este suceso) lo siguiente:
—[…] ¡El Clavel, hermano, ahora
es una bestia; le han borrado la pequeña alma de loco que tenía! ¡Ahora es una
bestia, una bestia silenciosa, ya sin sentidos, y está casi enfrente de mi
celda! No tendrá ya sosiego, como los sapos que parvadas de niños martirizan,
echándoles mazorcas de espinos sobre el cuerpo, hincándoles con palos,
cortándoles las patas, regocijándose con la sangre que brota de sus heridas;
mientras él se arrastra, cada vez más lentamente, marcando el suelo con la baba
que cae de su boca. ¡Hermano Cámac, la noche no va a terminar nunca! (128)
Para Gabriel, “Clavel” se ha
convertido en un animal (“una bestia silenciosa”, “sin alma”, “sin sentidos”)
debido a los padecimientos reiterados que experimentó en el reclusorio por
culpa del resto de los internos. Ese es el destino al que están expuestos y condenados todos aquellos que son
recluidos en este centro penitenciario y, como ya se dijo, aquellos que no tienen
la capacidad de defenderse son deshumanizados. Pero insistamos que dicha
condición no solo está ceñida a los agredidos, sino que también se hace
extensible a los agresores, quienes sin darse cuenta son atrapados en una
espiral de violencia y envilecimiento. Expliquémonos: la comunidad de goce que
instrumentalizan “Puñalada” y los otros “jefes” perversos, mediante la tortura
sistemática que realizan sobre “El Pianista” y “El Japonés” (mientras el
segundo intenta defecar, el primero es ordenado a que toque sobre el vientre
del segundo) ha dado frutos. Ahora, el aprendizaje es actualizado, iterado,
mediante el suplicio que realizan otros presos sobre los más débiles.
Por eso, el símil que realiza el narrador
comparando a “Clavel” con los sapos no es casual[15], porque a la vez que permite definir a este
personaje como un mártir lo hace igualmente con aquellos que se aprovechan de
él. Sus agresores son como esos niños (irresponsables, inconscientes),
entregados ciegamente a un goce sádico, mediante el cual se divierten
castigando a un ser que no les ha hecho mal alguno. Como puede verse, la
misericordia y la solidaridad han sido dejadas de lado en el reclusorio, el
goce perverso y el abuso institucionalizado ocupan su lugar. La humanidad ha
desaparecido, porque los hombres ya no actúan como tales. Por eso Georges
Bataille no se equivoca cuando señala que:
La negación de los demás, al
final, se torna en negación de sí mismo. En la violencia de este movimiento, el
goce personal ya no cuenta, sólo importa el crimen y no importa ser su víctima;
sólo importa que el crimen alcance la cima del crimen. Esta exigencia es
exterior al individuo o al menos coloca por encima del individuo el movimiento
que él mismo desencadenó, que se separa de él y lo supera (180).
El horror y la depravación se ha
instalado no solo en El Sexto, sino en los corazones de todos los que están
encerrados entre sus muros. Es así como el capitalismo, mediante sus
estrategias, mecanismos e instrumentos,
valiéndose de sus esbirros de turno, ha logrado su objetivo: que los hombres
dejen de actuar como hombres, que cualquier rastro de humanidad se borre de
ellos.
3. Entre vampiros y desechos: representaciones de lo
(más) abyecto
Aunque pueda creerse que el envilecimiento ha llegado a
su más alta expresión en El Sexto, lo cierto es que el estado en el que queda
“Clavel” constituye apenas un escalón más en este proceso de degradación. En
otros términos, “Clavel” no es el final, sino un punto intermedio de esta
transformación de hombres en animales o cosas. De hecho, la última etapa de
esta degeneración la representan los “vagos”. Una escena que logra caracterizar
bien a estos personajes es aquella en la que se narra el proceso de su
alimentación:
No lograba conseguir que los
vagos formaran cola. Había entre ellos muchos idiotizados y casi locos. Se
acercaban en tumulto donde el ranchero, con sus latas pequeñas en las manos.
Algunos tenían platos de fierro desportillados, y otros sólo cartones y trozos
de periódicos, o nada. El negro ahuyentaba con el palo a los demás, mientras
algunos recibían la especie de mazamorra renegrida que les servían. Todos huían
lejos con su lata o platos llenos; y devoraban la masa de arroz, fideos y
frijoles agusanados, en un instante. Se llevaban la masa a la boca, con las
manos. Y volvían enseguida, pretendiendo recibir más. Giraban alrededor de las
ollas y el negro. Los débiles se quedaban frecuentemente sin recibir nada, y si
alcanzaban a llegar hasta el negro y conseguían un cucharón en las manos, o
sobre algún papel sucio, no podían correr lo suficiente como para huir de los
más fuertes. Tragaban la ración en plena carrera. Se metían los frijoles con
cartón o papel o todo; o se mordían sus propias manos. No tenían casi tiempo
para masticar. Los fuertes los seguían; les abrían las manos para capturar los
restos; los lamían; y lamían entre los dos el piso, si en la huida el vago
perseguido dejaba caer parte o toda la ración al suelo (82).
De este párrafo se infiere nítidamente
la condición a la que los “vagos” han sido reducidos. Estos personajes fueron
bestializados. No hay en ellos algo que recuerde lo humano. Deambulan por las
instalaciones del penal sin rumbo fijo, no les importa qué comen y cómo lo
hacen. Es más, apenas pronuncian una que otra palabra. Puede decirse que solo
prima en sus existencias el hecho de sobrevivir un día más, una comida más
(aunque esta se encuentre agusanada) en esta jungla que es el presidio. El
extremo de esta condición se visualiza en la siguiente escena de la novela.
“Clavel” acaba de llegar al reclusorio. Los custodios
se lo han entregado a Maraví. El muchacho intenta resistirse, pero
Maraví le da un golpe y lo derriba:
Un pequeño charco de sangre había
quedado en el cemento y lucía sobre la mugre del piso, en el sitio donde el
muchacho cayó al ser arrojado de la celda. Tres de los vagos que estuvieron
cerca, se lanzaron al suelo y empezaron a lamer la sangre.
Nos fuimos. Yo me eché boca
abajo, sobre mi colchón de paja. Sentía el mundo como una náusea que trataba de
ahogarme. Cámac puso sus manos sobre mi cabeza (34).
El primer párrafo de la cita
resulta fundamental para explicar lo que la novela postula como el efecto final
del capitalismo sobre los seres humanos. Estos han sido degradados a tal punto
que se han convertido en bestias (en el fragmento, vampiros, o “Los
lamesangres”, como los llama Cámac). Esta escena de pesadilla está relacionada
con el tropo gótico marxista para el capital. Karl Marx explica:
Pero el capital tiene únicamente
una finalidad: valorizarse, crear plusvalor, absorber con su parte constante,
los medios de producción, la mayor masa posible de plustrabajo. El capital es
trabajo muerto que, como un vampiro, revive únicamente chupando trabajo vivo, y
que vive tanto más cuanto más trabajo vivo chupa. El tiempo durante el cual
trabaja el obrero, es el tiempo durante el cual el capitalista consume
la fuerza de trabajo adquirida (236).
A decir de Marx, el “vampiro”, el
capitalismo, no se desprenderá de los seres humanos mientras quede por explotar
un músculo, un nervio, una gota de sangre (304). El capitalismo no requiere
personas, sino apenas cuerpos, cosas, que puedan trabajar, producir, “vivir
para multiplicar el capital” (Marx y Engels 70). Para lograr tal fin, el
capitalismo apunta hacia la deshumanización del hombre, hacia su cosificación.
Ahora ¿qué tiene que ver esto último con “Los lamesangres”? Pues bien, como se
ha intentado explicar a lo largo de este artículo, en El sexto asistimos a una actualización de este proceso de
degradación en el escenario de mayor marginalidad que pueda concebir una
sociedad: la cárcel. Este espacio es un lugar que se encuentra más allá de la
mirada, en los confines de la representación y el reconocimiento social. Sin
embargo, Arguedas nos muestra en ella una metonimia poderosa que evoca la
degradación misma a la que está expuesta y condenada la sociedad peruana por
culpa del capitalismo.
Lo que le ocurre a “El Pianista”[16] y a
“Clavel” son solo dos manifestaciones de una realidad infernal que tiene como
destino la reiteración compulsiva (recordemos que al final de la novela, con la
imitación del llamado de “Puñalada” por uno de los reos, pareciera sugerirse
que estamos en un mundo circular donde todo tiende a repetirse
inexorablemente). En esta realidad, los hombres dejan de ser hombres y se
convierten en cosas o animales, pero por efecto de los denominados “jefes” son
explotados, exprimidos hasta la última gota de sangre. En la primera parte del
fragmento citado, en el gesto desesperado de estos “vagos” por lamer la sangre
que cae, se produce no solo un deseo de satisfacer el hambre o la sed, sino un intento de recuperar algo de su humanidad perdida[17]. Es decir, en esta
sangre derramada los vagos parecieran percatarse que existe una posibilidad de
vida y redención.
Como anota bien Mauro Mamani
Macedo, en la poética arguediana la sangre es un tema recurrente y posee varios
significados:
‘sangre que grita’ cuando quiere
expresar todo su dolor; ‘sangre congelada’ o ‘sangre orín’, cuando un hombre
está desanimado o indiferente y le entra la cobardía; ‘sangre negra’ para los
enemigos, los abusivos; ‘sangre muerta’ que es bebida por los gusanos que
también son malos, como don Fermín en Todas las sangres; ‘todas las
sangres’, para designar a la diversidad convergente en un mismo espacio, una
utopía posible donde convivan todos los hombres; ‘vas en busca de la sangre, /
has de volver para la sangre, / fortalecido’ que significa ir en busca de la
vida, tal como se lo encomendó la comunidad a Rendón Wilka en Todas las
sangres (48).
Estamos de acuerdo con lo que
afirma Mamani Macedo, pero también puede decirse que en la obra de Arguedas la
sangre cumple diferentes funciones. En el caso que estamos analizando, no se
trata de una sangre cualquiera, sino es la sangre de un inocente, un mártir
(recordemos la escena de ribetes cristológicos en la que “Clavel” es comparado
con los sapos, que son torturados sin piedad por los niños). Por ello es sangre
bendita y proteica que nutre y salva.
El personaje consciente del poder
y la efectividad de la sangre en el mundo representado es “Pacasmayo”, quien va
a ofrecer la suya para remediar el horror que enfrentan los reclusos a causa de
tanta depravación. Antes de suicidarse, arrojándose desde lo alto de El Sexto,
grita: “¡Esto se lava con sangre, carajo! ¡Ahí está la mía, aunque podrida! ¡Es
sangre!” (137). Este acto de suicidio debe ser considerado, desde el punto de
vista de la racionalidad andina, en el sentido de un sacrificio eficaz, que
busca restituir y reparar.
Resulta inevitable comparar esta
sangre “buena” con aquella otra derramada por “Puñalada”, al momento de ser
asesinado por otro recluso. Citemos el fragmento de la novela en el que el
“negro zapateador” es inquirido por las autoridades del penal, para indicar al
responsable del homicidio de “Puñalada”:
—Yo no sé nada, sargento. Digo
qu’el cielo lu’habrá degollao. Era demá hasta pal Sexto, sargento. Sáquenlo
mismito ahora; su sangre va a desparramarse, nos va a dejar su maldición (139).
En el caso de “Puñalada” la
sangre contamina, ensucia, posee la capacidad de dejar malditas las cosas y a
las personas; en otros términos, es sangre que infecta, que contagia y
corrompe. Distinta a la de “Clavel” que, por ser la sangre de un inocente, un
mártir, se convierte en sagrada; por lo tanto, limpia e insufla vida y
esperanza.
Por todo esto, pensamos que en la
escena en la que los “vagos” lamen la sangre de “Clavel”, no se trata de un
simple uso hiperbólico de este líquido vital, sino que por medio de esta se
plasma una fantasía de los efectos del capitalismo sobre los hombres. No existe exageración o simple gusto por lo escatológico; más bien,
se muestra un contenido de verdad ética. El capitalismo explota a los hombres,
“les chupa la sangre”[18] y estos
intentan recuperarla y, de esta manera, recuperar algo de su humanidad.
Los “vagos” habitan la esfera de
los seres abyectos, de aquellos que no son sujetos, pero forman el exterior
constitutivo de estos. Como enseña Judith Butler, lo abyecto designa “aquellas
zonas ‘invivibles’, ‘inhabitables’ de la vida social que, sin embargo, están
densamente pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de los sujetos, pero
cuya condición de vivir bajo el signo de lo ‘invivible’ es necesaria para
circunscribir la esfera de los sujetos” (19-20). En El sexto, Gabriel
sintetiza perfectamente lo que implica vivir en esta zona:
Vago que enfermaba, moría; nadie
le llevaba alimentos a su celda. Iba consumiéndose por hambre; moría ente la
fetidez de sus últimos excrementos y orines. Sus compañeros de celda lo
arrojaban fuera al anochecer, si lo veían agonizante (84-85).
Los “vagos” son despojos, escorias,
podredumbre de la podredumbre. Son cuerpos que no importan. Empleando un
término acuñado por la lógica cultural del capitalismo tardío, se les puede
llamar individuos “desechables”, identificados con los residuos y, como dijimos
antes, se ubican fuera de la mirada, la aceptación y el reconocimiento
social. Son cuerpos que encarnan lo
abyecto, porque perturban el orden, la identidad, el sistema, ponen en riesgo
nuestro universo, se tornan “un polo de atracción y repulsión, [que] coloca a
aquel que está habitado por él literalmente fuera de sí” (Kristeva 7). Y es
precisamente esto lo que producen “los vagos”, no solo en Gabriel, el personaje
narrador, sino en el resto de los presidiarios. Recuérdese a “El Pianista”, “El
Japonés” o al afrodescendiente que sobrevive mostrando por diez centavos su
enorme miembro de más de cuarenta centímetros[19]. Estos personajes
desestabilizan, desordenan, niegan al resto de reos, pero también los atraen y fascinan.
Es fundamental referir que este
estado emocional no solo debe circunscribirse a los personajes que habitan el
reclusorio, sino que el efecto que producen alcanza a los lectores de la
novela, que son interpelados por estas escenas de pesadilla[20]. Es oportuno preguntarse si
este lector no reacciona de forma similar a la de Gabriel cuando ve cómo los
“vagos” se disputan la sangre derramada por “Clavel”, no siente “el mundo como
una nausea que trataba de ahogarme”. Estamos ante la repugnancia, el asco. Esta
sensación, en efecto, es la última defensa de los límites, instala fronteras,
como dice Silva Santisteban, demarca territorios por donde se puede circular y
otros por donde no es posible hacerlo (57). Y es que, como apunta bien Walter
Benjamin, la sensación dominante aquí es el miedo a ser reconocido por aquello
que nos produce asco (citado en Agamben 111)[21]. De ahí que la escena de “Los
lamesangres” se torne inquietante, porque en ella se desploma el sentido, se
nos arroja a un lugar en el que nos confrontamos con los confines de nuestra
humanidad, nos niega, amenazándonos con contaminarnos, e infectarnos por y para
siempre.
4. Conclusiones
En El sexto Arguedas no pretende ofrecer un simple
testimonio de su experiencia carcelaria (en el que denuncia las atrocidades que
presenció durante su encierro), sino que, a partir de dicha experiencia,
elabora un constructo ficcional que le permite evidenciar cómo la cárcel se ha
convertido en una maquinaria de demolición de voluntades, al servicio del
capitalismo. En este sentido, en esta novela de Arguedas se asume que la
prisión no es un lugar de rehabilitación social, por el contrario, lo que se
busca con este recinto es vigilar, controlar y castigar a los individuos que se
resisten a la influencia de dicho sistema.
Al interior del presidio, la
estrategia elegida para lograr esta demolición es la sexualidad, en su
modalidad perversa de la violación, la que se constituye como el principal
mecanismo biopolítico que le permite al capitalismo ejercer poder sobre los
hombres, doblegarlos y aniquilar en ellos cualquier intento de resistencia o
lucha. Esta situación no solo atañe a los más débiles, a los agredidos, sino a
todos los reclusos en general (aunque la estrategia está exclusivamente
dirigida a los presos políticos), porque, sin querer, se les hace actores y
espectadores obligados de esta aberración.
Una cuestión para resaltar es que
el uso de este mecanismo les permite a algunos agentes del capitalismo en la
cárcel (como “Puñalada”) generar ganancias a partir de la compraventa de los
cuerpos de los presos más vulnerables, los prostituyen. De este modo, El
sexto muestra que esta degradación no tiene límites, porque estos agentes,
en su afán de demoler las voluntades contrarias a dicho sistema, terminan
convirtiendo a sus víctimas en objetos, cosas o animales (recordemos la suerte
que corren en la novela “El pianista”, “Clavel” y, sobre todo, “Los
lamesangres”). Así, el presidio se ha convertido en un artefacto de basurización, en el que el sentido se ha
desplomado y los humanos ya no lo son más.
El sexto es una
novela que abrió una nueva vertiente en la narrativa arguediana, pues se
constituye en la primera reflexión literaria de este autor acerca de lo que
estaba ocurriendo en el Perú respecto al capitalismo. No se trata de una obra
“fallida” (Ribeyro 329) o “débil” (Castro-Klarén, “El mundo mágico” 199), ni
tampoco un libro cuyo mérito radica solamente en servir de preludio para sus
dos obras posteriores que abordan dicha preocupación: Todas las sangres y El zorro
de arriba y el zorro de abajo. El sexto enseña la estructura de
poder que se ha instalado en los presidios, los cuales, como ya se dijo, están
al servicio del capitalismo, una estructura perversa que ha encontrado en la
sexualidad su mayor dispositivo para doblegar a sus enemigos.
Bibliografía citada
Agamben, Giorgio. Lo
que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III. Valencia,
Pre-Textos, 2000.
Arguedas, José María. El
Sexto. Lima, Editorial Horizonte, 2011.
Bataille, Georges. El erotismo. [1957]. Barcelona,
Tusquets, 1979.
Benjamin, Walter. Libro de los pasajes. [1983]. Madrid,
Ediciones Akal, 2005.
Bernales Alvites, Enrique. “Homoerotismo y poder en El Sexto (1961) de José María Arguedas”.
Cincinnati Romance Review, n.° 38,
2014, pp. 178-197.
Bourdieu, Pierre. La
dominación masculina. [1998]. Barcelona, Editorial Anagrama, 2000.
Butler, Judith. Cuerpos
que importan. Sobre los límites materiales discursivos del sexo. [1995]. Buenos Aires, Paidós, 2002.
Callirgos, Juan Carlos. Sobre héroes y batallas. Los caminos de la identidad masculina.
Lima, Escuela para el desarrollo, 1996.
Canovas, Rodrigo. “Apuntes dislocados sobre los Zorros de José María Arguedas”. Revista Iberoamericana, n.° 201, vol.
LXVIII, 2002, pp. 981-995.
Castillo, Daniel.
“Culturas excrementicias y poscolonialismo”. El debate de la poscolonialidad
en Latinoamérica. Una posmodernidad periférica o cambio de paradigma en el
pensamiento latinoamericano, Alfonso y Fernando de Toro (eds.),
Leipzig/Winnipeg, Verveuert-Iberoamericana, 1998, pp. 235-257.
Castro-Klarén, Sara. El mundo mágico de José María
Arguedas. Versión castellana de Cristina Soto de Cornejo. Lima, Instituto
de Estudios Peruanos, 1973.
———. “Crimen y castigo: sexualidad en J.M. Arguedas”. Revista Iberoamericana, n.° 122, vol.
XLIX, ,1983, pp. 55-65.
———. “Como chancho cuando piensa: el afecto cognitivo en
Arguedas y el convertir-animal”. Revista
Canadiense de Estudios Hispánicos, n° 1-2, vol. XXV, 2001-2, pp. 25-39.
Cobo, Rosa. “Un ensayo sociológico sobre la
prostitución”. Política y sociedad, n.° 3, vol. 53, 2016, pp. 897-914, disponible
en: https://core.ac.uk/reader/81230022.
———. La prostitución en el corazón del capitalismo.
Madrid, Los libros de la catarata, 2017.
Conell, R.W. “La organización social de la masculinidad”.
Masculinidad/es. Poder y crisis,
Teresa Valdés y José Olavarría (eds.), Santiago de Chile, Isis
Internacional-FLACSO Chile, 1997, pp. 31-48.
Cornejo Polar, Antonio. “El sentido de la narrativa de
Arguedas”. Recopilación de textos sobre
José María Arguedas, Juan Larco (ed.), La Habana, Casa de las Américas.
Centro de Investigaciones Literarias, 1976, pp. 45-72.
Delgado, Washington. Historia
de la literatura peruana. Lima, Ediciones Rikchay, 1984.
Denegri, Francesca y Silva-Santisteban, Rocío. “‘Lo que
ansío es ser amado con pureza’: sexo y horror en la obra de José María
Arguedas”. Arguedas y el Perú de hoy, Carmen María Pinilla (ed.), Lima, Sur,
2005, pp. 307-324.
Folguera, Laia. “El burdel como espacio privilegiado de
masculinidad”. Sociología histórica, n.° 6, 2016, pp. 223-244
Foucault, Michel. Historia
de la sexualidad. 1. La voluntad del
saber. México, Editorial Siglo Veintiuno, 2005.
Franco. Sergio R. “Entre la abyección y el deseo. Para
una relectura de El sueño del pongo”. José
María Arguedas: hacia una poética migrante, Sergio R. Franco (ed.),
Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana-Universidad de
Pittsburgh, 2006, pp. 311-329.
Galdo, Juan Carlos. Alegoría
y nación en la novela peruana del siglo XX. Lima, Instituto de Estudios
Peruanos, 2008.
González, Galo F. Amor
y erotismo en la narrativa de José María Arguedas. Madrid, Pliegos, 1990.
González Vigil, Ricardo. “Introducción”. José María Arguedas. Los Ríos profundos,
Madrid, Cátedra, pp. 9- 108, 1998.
Greer, Germaine. Sobre
la violación. Barcelona, Debate, 2019.
Guereña, Jean Louis. “El burdel como espacio de
sociabilidad”. Hispania, nº 214, vol. 63, 2003, pp. 551-570, disponible
en: http://hispania.revistas.csic.es/index.php/hispania/article/view/224.
Huaytán, Eduardo. “‘Temprano hay que ser hombre’.
Masculinidades, educación sexual y confesión en Amor Mundo de José María
Arguedas”. Letras, n° 125, vol. 87, 2016, pp. 33-50.
Kokotovic, Misha. “Transculturación narrativa y
modernidad andina: nueva lectura de Yawar fiesta”, José María Arguedas: hacia una poética migrante, Sergio R. Franco
(ed.), Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura
Iberoamericana-Universidad de Pittsburgh, 2006, pp. 39-60.
Kristeva, Julia. Poderes
de la perversión. Ensayo sobre Louis Ferdinand Céline. México, Siglo
Veintiuno editores, 2006.
Lambright, Anne. “El código de lo femenino en la
narrativa arguediana”. José María
Arguedas: hacia una poética migrante, Sergio R. Franco (ed.), Pittsburgh,
Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana-Universidad de Pittsburgh,
2006, pp. 331-355.
Lee Penagos, Juan Camilo. “Política en El sexto de José
María Arguedas: sensibilidad serrana, magia y realismo”, Perífrasis, n.° 20, vol. 10, 2019, pp. 11-28.
Leonardo-Loayza, Richard. “De máquinas sociales y
engranajes humanos. La cárcel, lo abyecto y lo perverso en El sexto de
José María Arguedas”. Castilla. Estudios De Literatura, n.° 11, 2020, pp.
503-529, disponible en: https://revistas.uva.es/index.php/castilla/article/view/4194/3354.
León, Felipe. “Historia de la literatura política en el
Perú. El caso de El Sexto”. El otro
margen. La literatura peruana desde adentro. Ponencias VI Encuentro Nacional de
Escritores “Manuel Baquerizo” Lima 2007, Lima, Arteidea, 2008, pp. 206-211.
Lienhard, Martin. “La ‘andinización’ del vanguardismo
urbano”. José María Arguedas. El zorro de
arriba y el zorro de abajo, Eve-Marie Fell (ed.), Madrid, ALLCA XX, 1990,
pp.321-332.
Mamani Macedo, Mauro. “José María Arguedas: tránsito y
solidaridad de los sentimientos en el universo andino”. Con textos Revista Crítica de Literatura, n.° 2, 2011, pp. 37-61.
Martínez Gómez, Juana. “La obra de José María Arguedas
como experiencia integradora”, Anthropos, n.° 128, 1992, pp. 37-40.
Marx, Karl. El capital. Crítica de la economía
política. Tomo 1. Libro 1. Proceso de producción de capital. Santiago, Lom
Ediciones, 2010.
Marx, Karl [y] Engels, Friedrich. El manifiesto comunista, Madrid, Alba, 2003.
Morales Ortiz, Gracia María. “Bajo la mirada de Araya:
análisis temático y discursivo de Amor mundo”.
José María Arguedas: hacia una
poética migrante. Sergio R. Franco (ed.), Pittsburgh, Instituto
Internacional de Literatura Iberoamericana-Universidad de Pittsburgh, 2006, pp.
357-377.
Ortega, Julio. “Itinerario de José María Arguedas
(migración, personaje y lenguaje en El zorro de arriba y el zorro de
abajo)”. José María Arguedas: hacia una poética migrante. Sergio R. Franco
(ed.), Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura
Iberoamericana-Universidad de Pittsburgh, 2006, pp. 81-102.
Órzhystskyi, Igor. “El sexto: ¿novela andina?, América sin nombre, n.° 17, 2012, pp.
68-74, disponible en: http://rua.ua.es/dspace/handle/10045/26475 .
Oviedo, José Miguel. “Más allá de lo infernal, el
hombre”. El dominical (suplemento de El
Comercio), Lima, domingo 10
de diciembre de 1961, p. 3.
Portugal, José Alberto. Novelas de José María
Arguedas. Una incursión en lo inarticulado. Lima, Fondo Editorial de La
Pontificia Universidad Católica Del Perú, 2011.
Ramos Padilla. Miguel Ángel y Palomino Ramírez, Nancy. Detrás de la máscara. Varones y violencia
sexual en la vida cotidiana. Lima, Universidad Peruana Cayetano Heredia,
2018.
Ribeyro, Julio Ramón. “Arguedas o la destrucción de la
arcadia”. José María Arguedas. Poética de un demonio feliz. Antonio
Melis (ed.), Lima, Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2011, pp. 319-332.
Rowe, William. Mito
e ideología en la obra de José María Arguedas. Lima, Instituto Nacional de
Cultura, 1979.
Sales, Dora. Puentes
sobre el mundo. Cultura, traducción y forma literaria en las narrativas de
transculturación de José María Arguedas y Vikram Chandra. Berlin / Oxford,
Peter Lang, 2004.
Silva-Santisteban, Rocío. El factor asco. Basurización simbólica y discursos autoritarios en el
Perú contemporáneo. Lima, Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales
en el Perú, 2009.
Vargas Llosa, Mario. La utopía arcaica. José María
Arguedas y las ficciones del indigenismo. Lima, Santillana, 2008.
Zavaleta Balarezo, Jorge. “Sexualidad, opresión y el fin
de la esperanza en El Sexto y Hombres sin mujer: retratos de dolor y
crisis colectiva”. Nomenclatura:
aproximaciones a los estudios hispánicos, vol. 2, 2012, pp. 1-18,
disponible en: https://uknowledge.uky.edu/cgi/viewcontent.cgi?referer=https://scholar.google.com.pe/&httpsredir=1&article=1016&context=naeh.
Žižek, Slavoj. ¡Goza
tu síntoma! Jacques Lacan dentro y fuera de Hollywood. Buenos Aires,
Ediciones Nueva visión, 1994.
———. La suspensión
política de La ética. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.
———. A propósito de
Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío. Buenos Aires,
Atuel/Parusía, 2003.
———. Cómo leer a
Lacan. Buenos Aires, Paidós, 2008.
Zuidema,
Tom. “The Lion in the City: Royal Symbols of Transition in Cuzco”. Animal,
Myths and Metaphors in South America, Gary Urton (ed.), Salt Like City,
University of Utah Press, 1983, pp. 183-250.
Date of reception: 09/03/2020
Date of acceptance: 11/07/2020
Citation: Leonardo-Loayza, Richard, ““La noche no va a terminar nunca”.
Violencia sexual, deshumanización y capitalismo en El sexto de José
María Arguedas”, Revista
Letral, n.º 24, 2020, pp. 197-220. ISSN 1989-3302.
Funding data: The publication of
this article has not received any public or private finance.
License: This content is
under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported
license.
[1] En
este artículo emplearemos El Sexto para referirnos al recinto penitenciario, y El
sexto, para aludir a la novela que estamos analizando.
[2] Sobre la relación obra-sexo
en Arguedas son más que interesantes los textos de Castro Klarén: “Crimen y
castigo: sexualidad en J.M. Arguedas” (1983) y “Como chancho cuando piensa: el
afecto cognitivo en Arguedas y el convertir-animal” (2001). Un libro fundamental
es Amor y erotismo en la obra de José
María Arguedas (1990) de Galo F. González. Sobre la relación
autor-obra-sexo en Arguedas consultar el artículo de Denegri y Silva
Santisteban “‘Lo que ansío es ser amado con pureza’: sexo y horror en la obra de
José María Arguedas” (2005).
[3] Esta afirmación de Vargas
Llosa debe ser relativizada, porque en algunos textos arguedianos
como el cuento “El ayla”, se produce comunicación y placer entre los
protagonistas de la relación sexual, aunque, como dice bien Eduardo Huaytán,
dicho acto está enmarcado “en un ritual colectivo de fertilidad, contribuyendo
al mantenimiento de la comunidad” (44).
[4] La excepción a esta regla la
constituye “El Rosita”, un homosexual sanguinario y
cruel que, pese a ser uno de los “jefes” más poderosos de El Sexto, no abusa
sexualmente de los débiles, aunque se aprovecha de ellos en otras formas.
[5] Žižek explica: “La aphanisis
atestigua la discordancia irreductible entre el núcleo duro fantasmático y la
textura de la narración simbólica: cuando me arriesgo a confrontar con este
núcleo duro, ‘la historia que me he estado contando acerca de mí mismo ya no tiene sentido’” (¡Goza tu síntoma! 196).
[6] Desde otra óptica teórica
Bourdieu dice: “Se entiende que, desde esta perspectiva, que vincula sexualidad
y poder, la peor humillación para un hombre consista en verse convertido en
mujer” (36).
[7] Pierre Bourdieu sostiene que la penetración
“sobre todo cuando se ejerce sobre un hombre, es una de las afirmaciones de la libido dominandi que nunca desaparece
por completo de la libido masculina” (35).
[8] Como
explica bien Conell: “Desde el punto de vista de la masculinidad hegemónica, la
homosexualidad se asimila fácilmente a la femineidad” (41).
[9] Es importante la siguiente
aclaración que formula Juan Carlos Callirgos a este respecto: “En algunos
casos, quien se relaciona sexualmente con otro hombre, adoptando un papel
activo, es percibido como socio, o perverso; pero su masculinidad no necesariamente
es cuestionada por él mismo, o por los demás” (86).
[10] Lo
andino es el componente cultural heredero de los pueblos precolombinos que está
vigente en gran parte de América del Sur (especialmente en Perú, Bolivia y
Ecuador).
[11] Como recuerda bien Martin Lienhard,
refiriéndose a El zorro de arriba y el
zorro de abajo, el prostíbulo evoca la imagen de la explotación capitalista
(328). En esta misma línea de sentido, Rodrigo Canovas explica: “A nivel
alegórico, el prostíbulo representa la explotación capitalista: el dinero
circula de los pescadores a las putas –que funcionan como máquinas
tragamonedas, presentes también en el burdel– y de éstas a sus cafiches, para
depositarse en Braschi, jefe de la mafia y gran capitalista” (990). Por su
parte, Julio Ortega dice refiriéndose a la misma novela: en el espacio
novelesco “la prostitución es otro ‘mercado’ desnaturalizado, y uno de los ejes
del vaciamiento del sentido” (91).
[12] Jean-Louis Guereña refiere
que el prostíbulo es un espacio de sociabilidad masculina, pues se trata de un
espacio público abierto a todos los hombres (562). Sin embargo, también es un
lugar donde se refuerza otra institución del patriarcado: la masculinidad
hegemónica. Pagarle a una mujer por sexo, usar su cuerpo, implica un ejercicio
del poder que no todos los hombres pueden llevar a cabo.
[13] Rosa Cobo acota: “la
prostitución no es una práctica social inocua, sino que, como todas las demás,
no puede sustraerse a las relaciones de poder que estructuran cada sociedad”
(“Un ensayo” 907).
[14] Para Walter Benjamin “El
amor por la prostituta es la apoteosis de la empatía por la mercancía” (511).
[15] Tom Zuidema explica que el
sapo está relacionado en la cultura andina al río y a la ceremonia de limpieza
que se hace en él (222). El sapo es una especie de mártir que carga con todo lo
malo y que permite a la comunidad limpiarse. Personajes como “Clavel” son
importantes, porque mediante su dolor aseguran la continuidad del mundo, a
pesar de lo terrible que pueda encontrarse en este.
[16] Cámac dice lo siguiente: “El
Pianista era la peor víctima de la sociedad capitalista” (61).
[17] La acción de lamer, como
afirma Sergio R. Franco, supone un desplazamiento de una pulsión caníbal; es
decir, de la incorporación del otro (324). Lamer la sangre, entonces, se
manifiesta como una metonimia de incorporar el cuerpo de este otro.
[18] Como bien afirma Mauro
Mamani Macedo, en la poética arguediana es el gamonal, el hacendado y, más
ampliamente, los responsables de las empresas trasnacionales aquellos que
buscan chupar la sangre de los indios (51). A esta lista puede agregarse el
capitalismo como fuerza que degrada y succiona la sangre, la vida de todos
aquellos que no pueden enfrentarlo.
[19] Žižek explica: “Cuando un
hombre exhibe su miembro retorcido, su verdadero objetivo no es exhibirse, sino
hacer avergonzar a su prójimo por tener que enfrentarse a su ambigua atracción/
repulsión frente al espectáculo que está forzado a contemplar” (La suspensión de la ética, 199).
[20] Anne Lambright expresa lo
siguiente: “La experiencia con los vagos es, a todas luces, un lugar donde el
significado se desploma para Arguedas. En su deseo de hacer sentido de lo que
atestigua, de crear un texto de su experiencia, los vagos son un impedimento.
Gabriel se siente a la vez fascinado y repulsado ante estos sujetos, quienes
para él no tienen sentido” (345). No compartimos esta opinión, ya que en
realidad los “vagos” van a servirle a Arguedas para mostrar metonímicamente el
exceso al cual puede llegar los efectos del capitalismo sobre los seres
humanos. Los “vagos” son la expresión misma de aquello que busca el
capitalismo: deshumanizar a las personas, cosificándolas.
[21] Giorgio Agamben explica la
cita: “Y esto significa que quien se estremece de repugnancia se ha reconocido
de alguna manera en el objeto de su repulsión, y teme a su vez ser reconocido
por él. El hombre sacudido por la repugnancia se reconoce en una alteridad
inasumible, es decir, se subjetiva en una absoluta desubjetivacion” (111).