Entrevista a Leticia Luna
Interview
With Leticia Luna
Ignacio
Ballester Pardo
Universidad de Alicante, nachoballester7@gmail.com
ORCID: 0000-0002-5826-3167
Leticia Luna (Ciudad de México, 1965), Coordinadora del
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, acaba de regresar de Europa y
África, donde ha participado en varias lecturas del trabajo que ya cumple
veinte años, desde Hora lunar (1999),
al que le siguen Desde el oasis (2000), El
amante y la espiga (2005), Los días heridos (2008), Wounded days
and other poems (2010), Espiral de agua (2013), Fuego Azul.
Poemas 1999-2014 (2014) o La canción del alba (2018). Su obra ha sido traducida al inglés,
portugués, francés, catalán, árabe y polaco. Le preguntamos por su trayectoria,
su tradición y, especialmente, por las recuperaciones precolombinas y los visualismos que deja patentes en Lengüerío. Poetas en el Poemuralismo (Ediciones
del Lirio, 2018).
Palabras clave: recuperaciones precolombinas; exomitopoética; visualismos; poemuralismo; poética.
Leticia Luna
(Mexico City, 1965), Coordinator of the National Institute of Fine Arts and
Literature, has just returned from Europe and Africa, where she has
participated in several readings of work that is already twenty years old,
since Hora Lunar (1999), at following him Desde
el oasis (2000), El amante y la espiga (2005), Los días heridos
(2008), Wounded days and other poems (2010), Espiral
de agua (2013), Fuego Azul. Poemas 1999-2014 (2014) o La canción
del alba (2018). His work has been translated into English, Portuguese,
French, Catalan, Arabic and Polish. We ask him about his career, his tradition
and, especially, about the pre-Columbian recoveries and the visualisms
that leave patents in Lengüerío. Poetas en el Poemuralismo (Ediciones del Lirio, 2018).
Keywords: pre-Columbian
recoveries; exomitopoetic; visualisms;
poemuralism; poetics.
Ignacio Ballester (IB): ¿De qué manera se dan las recuperaciones
precolombinas o novohispanas en su obra?
Leticia Luna (LL): Desde mi primer libro, Hora lunar, título inspirado en un verso
de Ramón López Velarde, existen poemas relacionados con la tradición
prehispánica, no como algo muerto o lejano, sino como parte de una tradición
cultural que tiene que ver con los elementos artístico-espirituales que nos
transmiten hoy en día las comunidades originarias de México. Mi madre nació en
Texcoco, el pueblo del rey poeta Nezahualcóyotl. Ella murió muy joven, el
idioma náhuatl no me fue transmitido; mi abuela, aunque hablaba náhuatl y
otomí, no quiso enseñarlos a sus descendientes (o no pudo), quizás porque el
castellano tenía más prestigio lingüístico para las familias que emigraron a la
Ciudad de México, durante la primera mitad del siglo xx. Sin embargo, yo crecí leyendo a los poetas del mundo
antiguo, pensando que de esta manera recuperaba la memoria de mi madre muerta a
mis escasos tres años de edad. Esto se refleja en la nostalgia por las aves, el
lago de Texcoco, el pueblo suyo, que nunca fue mío sino a través de esa
nostalgia que expreso en el poemural “Los motivos del tiempo” (publicado
recientemente en Lengüerío. Poetas en el
Poemuralismo), cuyo clímax para mí es “La orfandad muda” (uno de los poemas
que se encuentran dentro de dicho poemural), y que es también un homenaje a
todas y todos aquellos que perdieron a sus madres durante el movimiento
estudiantil del 2 de octubre de 1968.
Otros poemas que se encuentran en mis
libros surgen de viajes a esos territorios del tiempo mítico; en “Ciudad
amate”, hablo de la Ciudad de México y de los dioses prehispánicos, también del
terremoto, la tierra abriendo sus fauces: una gran herida de la urbe antigua y
moderna. Puedo escribir sobre las nubes que veo bajo los cerros de la Mixteca o
sobre Wirikuta, o de mi amiga compañera de viaje a San Luis Potosí, pero en la
otra orilla está el conocimiento milenario, el desierto y nuestra propia
búsqueda del peyote sagrado, por ejemplo; en otra escena, tengo sentado en mis
piernas a un xoloitzcuintle en un viaje Valle de Bravo-Ciudad de México, su
mirada me hechiza y pienso “sus ojos son de ámbar”: entonces surge el poema.
Sor Juana es otro faro, y aunque leí a
las monjas escritoras de la Colonia, ella es el universo novohispano para mí y
para muchos poetas mexicanos. Su vida, obra y sabiduría son inigualables. En
“La canción del alba”, un poema largo que escribí en versos de 7 y 11 sílabas,
una silva en verso blanco, y que el año pasado fue publicado por Parentalia
ediciones, el poeta Sergio Valero ha visto la influencia de Sor Juana ahí.
Pero volviendo a “Los motivos del tiempo”,
puedo decir que coexisten varias tradiciones y técnicas, como lo plantea la
poética propia del poemuralismo: usé versos endecasílabos, heptasílabos sueltos
y los hice convivir con el soneto, los versos libres, el versículo, con
fórmulas poéticas producto de mi imaginación; y si existe una reflexión sobre
el tiempo, también lo hay sobre el espacio de la página en blanco, como lo
planteó ya hace más de cien años Mallarmé. Respecto a lo visual: hay poemas, o
fragmentos de poemas encerrados en círculos, triángulos o en líneas verticales
u horizontales. La influencia de la poesía visual me viene de Mariana Navarro,
la primera mujer poeta que publicó en el siglo xviii
un poema visual en México, y que apareció en la antología Poetisas mexicanas. Siglos xvi,
xvii, xviii y xix,
de José María Vigil para la Exposición Colombina de Chicago en 1892.
IB: ¿Y en las poetas mexicanas
contemporáneas? ¿Cree que tales símbolos o cosmovisiones responden a una
construcción de la identidad femenina?
LL: Es una pregunta oceánica, ya que el universo literario de las poetas
mexicanas es muy amplio. Citaré a tres autoras que desarrollaron su obra en el
siglo xx: Nahui Olin (Ciudad de
México, 1893-1978), Aurora Reyes (Chihuahua, 1908-Ciudad de México, 1985) y
Pita Amor (Ciudad de México 1920-2000). Son tres poetas (y artistas) que
rescatan lo prehispánico, el mundo novohispano y participaron plenamente de la
vanguardia. Las tres, con personalidades femeninas muy intensas, complejas,
excéntricas, con una fuerte trayectoria en el panorama cultural mexicano,
construyeron una presencia en el imaginario colectivo del país.
Las construcciones de las identidades
femeninas en el mundo de la escritura podemos rastrearlas desde Macuilxochitzin
(princesa azteca, tejedora de palabras), cuyo único poema preservado aparece en
el Manuscrito de Cantares, y nos
llega gracias al interés y traducción de Miguel León-Portilla; en Catalina de
Eslava, quien fue la primera mujer criolla en publicar un poema en México, en
María de Estrada Medinilla, quien en su poema “Relación escrita á una religiosa monja prima suya, de la feliz entrada
en México… de un virrey” brinda elementos de las costumbres y
comportamientos de las mujeres de su época; en Sor Juana, las monjas de la
Colonia, las independentistas, las que participaron en el proceso de la
Revolución mexicana, las poetas del siglo xx…
en las jóvenes y en las poetas que están escribiendo en las lenguas originarias
en la actualidad, todas ellas conforman el gran mosaico cultural de la poesía
mexicana escrita por mujeres.
IB: Por otro lado, ¿cuál es la fuerza visual
de su obra? ¿Cómo se construye un poema mediante lo verbal y las artes
plásticas?
LL: En 1995 construí un poema visual,
interesada en la estructura creada por Mariana Navarro, en sus “Décimas
acrósticas dedicadas a Fernando VI”, que titulé “Hora lunar” y, como he dicho,
dio título a mi primer libro (1999). Era también un homenaje a los versos de
Ramón López Velarde: “Desdichado el que en la hora lunar / en su lecho no huele
azahar”. Dentro de un círculo escribí los versos dedicados a la diosa lunar en
forma de radios que partían de la circunferencia al centro y que terminaban con
la letra A, para mí era la A del anarquismo. El poema se lee girándolo. Después
continué presentando poemas en círculos negros y versos blancos o viceversa,
con la puntuación suprimida y los versos espaciados; mis libros se han
acompañado también de obra plástica, en una especie de diálogo: ilustraciones
tirando al cómic, de José Agustín Ramírez en El amante y la espiga (2005) o la pintura social de Nacho Alfonso
en Los días heridos (2007). Si
consideramos que el poema visual debe partir de un acoplamiento entre lo lingüístico-literario
y lo visual: tipografía, imagen, disposición en el espacio de versos y
estrofas, dibujos, letras en súper mayúsculas, por ejemplo, la X en “Los
motivos del tiempo”, donde en las puntas de la letra escribo los versos que
nombran a los pájaros del fuego, el agua, la tierra y el viento. Entonces el
poema visual es un todo, una pieza redonda; de ahí que el poemural sea también
un iconotexto: “una llave que abre el torrente para expresar nuestro mundo”,
dice Roberto López Moreno; el mundo del poeta es también el mundo de las
imágenes, y lo visual es una extensión de lo lingüístico, en mi caso. El
poemuralismo se conecta entonces con la tradición de las vanguardias.
IB: ¿Cómo surgió su trabajo en Lengüerío?
¿De qué manera tiene presente el género que ya creó Roberto López Moreno con el
poemuralismo?
LL: Conocí a Roberto López Moreno hace
varios años, hemos compartido libros, lecturas y festivales. Compilé junto con
las poetas mexicanas Aurora Marya Saavedra, ya fallecida, y Maricruz Patiño una
antología monumental, la Trilogía poética
de las mujeres en Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes), que salió
publicada en coedición con la UNAM, UAM, Fundación Bancomer y la colección que
animó en Ediciones La Cuadrilla de la Langosta de poesía escrita por mujeres,
en 2004; entonces me entrevisté con López Moreno para hablar sobre la obra de
la primera muralista mexicana y poetisa, Aurora Reyes, que como él dice es una
de las semillas del poemuralismo. Fue en 2017 cuando él me animó a entregarle un
poemural para Lengüerío, desde
entonces hemos realizado diversas lecturas y presentaciones con los otros
autores de este libro en colectivo. Hay muchas coincidencias en nuestro
quehacer literario, por lo que seleccioné dos epígrafes para “Los motivos del
tiempo”: uno de “Coatlicue”, de López Moreno, y otro de Aurora Reyes.
IB: ¿En qué sentido habla su abuela en “Los
motivos del tiempo”?
LL: En el sentido de la remembranza. Ella
cultivó la cocina criolla y prehispánica. El café, cuyo humo viaja por el
tiempo, se convierte en un lenguaje indescifrable, como aquellas historias
contadas al clan por la abuela, leyendas de su pueblo tlaxcalteco que a veces
resultaban aterradoras.
IB: Por la configuración y la temporalidad
de “Los motivos del tiempo”, ¿se tiene como referencia en algún momento Piedra
de sol, de Octavio Paz?
LL: Creo que hay muchas referencias en la
piel y la mente de un escritor mexicano cuando aborda el tema de lo
prehispánico; por citar brevemente algunos ejemplos, los cuentos Chac Mool, de Carlos Fuentes, o La culpa es de los tlaxcaltecas, de
Elena Garro; las novelas de Rosario Castellanos o la obra de Juan Bañuelos. En Piedra de sol, Paz recupera elementos
prehispánicos desde el título, o en versos bellísimos como: “tu falda de
cristal ondula y canta”; sin embargo, las influencias más directas que encontré
al escribir el poemural están en el poema “La máscara desnuda (Danza mexicana
en cinco tiempos)”, de Aurora Reyes y el libro La morada del colibrí, de Roberto López Moreno.
Citation:
Ballester Pardo, Ignacio, “Entrevista a Leticia Luna”, Revista Letral, n.º 24, 2020, pp. 281-285. ISSN 1989-3302.
Funding data: The publication of
this article has not received any public or private finance.
License: This content is
under a Creative Commons Attribution-NonCommercial 3.0 Unported license.