“Lección de sombra y eternidad”. La representación de la maternidad en Derramen su sangre las sombras de Carmen Conde

"Lección de sombra y eternidad". Motherhood depiction in Carmen Conde Derramen su sangre las sombras

 

Cynthia Fernández Álvarez

Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)

 

cfernande1612@alumno.uned.es

https://orcid.org/0009-0003-3146-2013

Recibido: 13/07/2024

Aceptado: 23/09/2024

https://doi.org/10.30827/impossibilia.282024.30704

 

 

Resumen

El presente artículo pretende abordar el tema de la maternidad en la poesía de Carmen Conde. En particular, el análisis se centra en su poemario Derramen su sangre las sombras, escrito tras la muerte de su única hija en 1933. La investigación se enmarca en el reciente interés académico por el estudio de la maternidad en la literatura y su relación con la corporalidad textual. Además, el poemario dialoga con autoras precedentes como Emilia Pardo Bazán o Rosalía de Castro, así como con sus coetáneas Concha Méndez y Ángela Figuera. El texto se configura como un transgresor diario del embarazo y el posparto en el que aparecen referencias físicas al proceso y que constituye un testimonio fundamental dentro de la poesía autobiográfica.

 

Palabras clave: Carmen Conde, maternidad, siglo xx, Estudios de género, poesía autobiográfica.

 

Abstract

This article aims to address the topic of motherhood in the poetry of Carmen Conde. The analysis focuses on her collection of poems Derramen su sangre las sombras, written after the death of his only daughter in 1933. The research is framed within the recent academic interest in the topic of motherhood and its connection to textual corporality. Furthermore, the collection of poems dialogues with previous authors such as Emilia Pardo Bazán or Rosalía de Castro, as well as with her contemporaries Concha Méndez and Ángela Figuera. The text is configured as a subversive diary of pregnancy and postpartum in which physical references to the process are present and which constitutes a fundamental testimony within autobiographical poetry.

 

Keywords: Carmen Conde, Motherhood, 20th Century, Gender Studies, Autobiographical Poetry.

 

 

Introducción

En el prólogo de El libro de las madres, su autora, Laura Freixas, nos confiesa que, durante su embarazo, no encontró ninguna lectura que reflejara “las emociones suscitadas por el embarazo, el parto, el tener entre los brazos por primera vez a mi hija recién nacida…de todo eso la literatura no me había dicho nada. Y ese silencio me resultaba escandaloso” (Freixas, 2019: 16). Freixas se sumaba así a una larga lista de investigadoras y escritoras que dentro de la crítica literaria feminista llevaba décadas cuestionándose sobre la ausencia de representación de la maternidad en la literatura[1]. El silencio que rodea el tema de la maternidad tiene su justificación en varias causas. Por un lado, las instituciones patriarcales conciben el cuerpo de la mujer como impuro y corrupto; de ahí que la figura de la madre sagrada se represente mediante la figura de una virgen[2]. Por otro lado, la maternidad se erige como el único destino[3] y justificación de la vida de las mujeres, lo que se opone a cualquier dedicación artística, como la escritura[4]. Por último, las escasas referencias a la maternidad también se explican por la falta de referentes dentro de la tradición literaria: “Las mujeres no habían escrito los poemas [sobre el embarazo] porque todos solemos reproducir los temas de la poesía ya existente” (Ostriker, 2018: 178).

Sin embargo, podemos afirmar que nos encontramos ante un caso de literatura silenciada; con esto nos referimos a que existen poemas sobre el embarazo y el parto, pero la atención que han recibido por parte de la crítica ha sido escasa o nula. En las últimas décadas, el interés por este tema ha ido en aumento, tal y como demuestran los reveladores estudios de Payeras Grau (2008), Plaza Agudo (2011), Medina Puerta (2020) o Rodríguez (2022). En estos trabajos se pone de relieve la importancia del tema entre las poetas y demuestran la pluralidad de enfoques que manifiesta la maternidad como materia poética.

A principios del siglo xx, época en la que se produce la irrupción de las mujeres en la esfera pública, se dan las circunstancias propicias para que produzca no solo una renovación formal, sino para que se cultiven nuevos temas de la mano de jóvenes autoras que publican en estas décadas sus primeros trabajos. Durante el año 1927 se produjeron hitos como la concesión del Premio Nacional de Novela a Concha Espina y la publicación de las obras de Elisabeth Mulder, Pilar de Valderrama, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Cristina de Arteaga, Josefina Bolinaga, Josefina de la Torre, Casilda de Antón del Olmet y la poeta que nos ocupa, Carmen Conde (Merlo, 2010: 12). Asimismo, las mujeres comienzan a frecuentar las tertulias literarias y encuentran un medio de participación y asociación en la fundación del Lyceum Club de Madrid o el Club Femení en Barcelona.

Y es en ese contexto en el que se desarrollan las composiciones objeto de este estudio. El trabajo abordará el tema de la maternidad en Carmen Conde a través de los poemas escritos desde la experiencia personal, dedicados al embarazo y posterior pérdida de la hija. El objetivo es destacar cómo Carmen Conde aporta una visión del tema de la maternidad enriquecedor al dotar de corporeidad a la expresión, haciendo hincapié en los aspectos biológicos y físicos del proceso[5]. No hay que olvidar que a este tipo de experiencias femeninas se les atribuye un espacio concreto: el privado y doméstico del hogar; Conde lo trasciende al convertir este asunto en materia poética a partir de la recreación artística de una experiencia personal. Ya en su estudio Payeras Grau señala la falta de poemas autobiográficos sobre la maternidad y, en particular, sobre el embarazo y el parto, que de aparecer lo hacen a través de metáforas debido al tabú que envuelve la gestación (2009: 293). Asimismo, el análisis se inserta dentro de las recientes corrientes de estudio que exploran la corporalidad textual. En este sentido el estudio de Melisa Lecointre (2023) arroja luz sobre las implicaciones del cuerpo entre las poetas de la Edad de Plata como un modo de rebelarse contra los estereotipos (2023: 99 y 116) y de configurar su identidad. Por lo tanto, Derramen su sangre las sombras subvierte la tradición en una doble vertiente: al abordar en su poesía el tema desde la corporalidad y al registrar el duelo perinatal y el postparto[6].

 

Maternidad y poesía en la Edad de Plata

Es preciso analizar brevemente el contexto en el que se inscribe el poemario Derramen… y que engloba a las poetas de la Edad de Plata. Como señala Carmen Alborg, el discurso materno es “plural, sujeto a factores sociales, políticos, biológicos y psicológicos” (2000: 17). Un análisis de la representación de la maternidad a través de los elementos significativos en un corpus poético de autoría femenina implica también determinar la situación sociopolítica en la que se desarrollan. Dicha situación presenta una dicotomía, ya que parte de la producción poética mencionada tuvo lugar durante la República, mientras que la poesía de madurez de estas escritoras se desarrolló durante la posguerra, bajo el régimen franquista. Por lo tanto, nos encontramos ante dos contextos sociales diferenciados. Durante la República, el propósito fundamental es encontrar nuevos moldes para definir la identidad femenina:

 

Lo cierto es que la situación de la mujer había mejorado considerablemente desde la instauración de la II República en 1931. Las mujeres habían conseguido el sufragio, el divorcio y la abolición de las leyes más abiertamente discriminatorias en las áreas de competencia familiar, política y laboral (Nash, 1996: 281).

 

En la época precedente el modelo se configuraba a través de la figura del “ángel del hogar”; así se encontró la manera de justificar el destino de las mujeres: “las mujeres estaban emocionalmente adaptadas para sacrificarse y hallar satisfacción en el hogar” (Kirkpatrick, 2003: 31). A pesar de los nuevos preceptos que defendían el papel activo de la mujer en la sociedad, en lo que respecta a la maternidad no se produjeron avances: “su destino natural y primordial es la maternidad” (Nelken, 1919: 108). Tal y como afirma Plaza Agudo “todavía prevalece el modelo de mujer que se corresponde con el “ángel del hogar”“ (2011: 519). Sin embargo, comienza a penetrar en la sociedad el ideal de la Nueva Mujer con el que las escritoras se corresponden:

 

La Mujer Moderna independiente e intrépida, quien, con su cabello a lo garçon y su falda corta se negaba a aceptar las restricciones tradicionales que mantenían a la mujer española fuera de las universidades, las profesiones y los espacios públicos donde se desarrollaban los negocios de los hombres. […] La modernidad supuso para la mujer avances en la educación, los derechos económicos y su independencia económica. Esto se reflejó en la visión cultural del mundo contemporáneo que las mujeres expresaron en la literatura y el arte (Kirkpatrick, 2003: 9, 13).

 

¿Cómo se plasma esto en las composiciones del momento? En primer lugar, cabe señalar el protagonismo del tema de la maternidad en los libros pertenecientes a las autoras de las generaciones de preguerra y posguerra, como demuestra la publicación de poemarios como Niño y sombras (1936) de Concha Méndez, Derramen su sangre las sombras (1983) y Los monólogos de la hija (1959) de Carmen Conde, Marzo incompleto (1968) de Josefina de la Torre, Materia de esperanza (1968) de Elena Martín Vivaldi, “Los poemas del hijo” (Mujer de barro) (1948) de Ángela Figuera o Los poemas del hijo (1970) de Susana March. En segundo lugar, podemos afirmar que el elemento transgresor en la expresión poética de la maternidad son las referencias físicas al proceso biológico. Las poetas prescinden de referencias abstractas y espirituales que son sustituidas por símbolos corpóreos, como veremos en los textos de Carmen Conde. Dentro de su descripción de la maternidad se incluyen todas las etapas del proceso: desde el embarazo y el parto a la posterior crianza. No solo les interesan las emociones que produce la maternidad, sino también las manifestaciones físicas en su cuerpo. Asimismo, se expresa la frustración por la maternidad no realizada (en el caso de Josefina de la Torre y Elena Martín Vivaldi). Frente a los planteamientos renovadores sobre la maternidad, también se encuentran ejemplos que como el de Pilar de Valderrama, que cultiva el ideal del “ángel del hogar” en su poema, “Sacrificio ignorado” (Valderrama, 1929: 45): “Por esta frente blanca […] he dado yo mis sueños más queridos […] Todo sacrifiqué por ti ¡bien mío! consumiéndome fui en mi propia llama”.

Carmen Conde, al igual que Ángela Figuera, permanece en España tras la guerra, por lo que ambas se erigen como portavoces de la realidad social de la posguerra. Las dos eligen a las madres como símbolo de las injusticias y miserias que soporta la sociedad española. También como ejemplo de la opresión hacia las mujeres por parte del régimen y la Iglesia Católica, a través de la implantación de un nuevo modelo de mujer que satisface sus propios intereses pronatalistas:

 

La retórica de la posguerra se aplicaba a desprestigiar los conatos de feminismo que tomaron auge en los años de la República y volvía a poner el acento en el heroísmo abnegado de madres y esposas, en la importancia de su silenciosa y oscura labor como pilares del hogar cristiano (Martín Gaite, 2009: 85).

El régimen franquista devolvió a las mujeres a su condición de “ángel del hogar”[7]. De hecho, el lema sobre los que se erigió el nuevo régimen fue: “Dios, patria, hogar” o “casa, cocina, calceta”, lo que ya nos indica cuál iba a ser el modelo de mujer elegido. Además, como señala Anna Caballé, “la personalidad femenina quedó confinada, retraída, al nuevo código moral regido por tres vectores dominantes: la maternidad, la subordinación al varón y el recato” (2013: 232). Sin embargo, los roles impuestos a las mujeres no son inamovibles, tal y como plantea Carmen Conde:

 

Su deber [el de la mujer] es levantarse antes que los demás en su casa, preparar los desayunos, limpiar, ir a la compra, lavar, planchar, coser…y recibir a los hijos, al marido, con todas las consecuencias. […] Poco a poco, ¡pero en un soplo!, “la mujer de su casa” se convierte en cenizas. Cuidado con esas cenizas, que son el humo del porvenir. Que nadie las pise, porque sangrarán como heridas que un cuchillo romo revuelve y revuelve sin misericordia (Conde, 2004: 547).

 

Por otro lado, también hay que hacer hincapié en el diálogo existente con la tradición. El hecho de que estas mujeres escriban sobre la maternidad y sus experiencias personales cuenta con una tradición femenina de poesía autobiográfica e íntima. En este sentido, cabe mencionar dos ejemplos relevantes para el análisis que nos ocupa. Por un lado, Emilia Pardo Bazán registró su experiencia maternal en el poemario Jaime (1886) y entre sus páginas se encuentra un poema sobre la acción de amamantar: “Mi seno y tu boquita / por misterioso impulso /se unieron, al instante” (25). En estos versos aparecen referencias explícitas a la fisicalidad del proceso, lo que supone una transgresión al plasmar el cuerpo de la mujer en una composición. Tras la escisión que supone el parto, se reitera el reencuentro entre madre e hijo al darle de mamar (“se unieron”, “va de mi ser al tuyo”). Otro de esos ejemplos que nos interesa es el poema “Era apacible el día” de Rosalía de Castro (En las orillas del Sar, 1884). El texto supone un precedente claro de las composiciones de Conde que luego analizaremos. La composición recrea en tono elegíaco la muerte de su hijo sirviéndose de las dicotomías vida / muerte y sombra / eternidad que también configurarán, a su vez, el poemario de Carmen Conde. A partir de estos modelos, las escritoras de la primera mitad del siglo xx aportan su particular visión, fruto del contexto sociopolítico en el que se inscriben. Por lo tanto, puede afirmarse que el tema de la maternidad ha ido evolucionando a lo largo de los siglos. Su presencia recurrente ya nos indica que, lejos de considerarse un tema marginal, supone un asunto trascendental en la poética de autoría femenina.

 

“Lección de sombra y eternidad”: un análisis de Derramen su sangre las sombras.

 

La maternidad en la obra de Carmen Conde.

“Si yo soy poeta, el hecho de que soy mujer no debe permanecer ajeno a mi condición, y no se trata de hacer una poesía estrictamente femenina, sino de enriquecer el común acervo con las aportaciones que solo yo, en mi condición de mujer poeta, puedo ofrecer para iluminar una vasta zona que permanecía en el misterio” (Carmen Conde en Herrera, 2021).

 

Carmen Conde (Cartagena, 1907 - Madrid, 1996) es una de las poetas más relevantes del siglo xx, no solo por su contribución literaria, sino porque le corresponde un lugar en la historia como la primera mujer académica de la lengua (1967). Desde una edad temprana, muestra una inclinación hacia la literatura[8] que no se verá mermada por vivir en Murcia, alejada de la eclosión cultural que se está viviendo en Madrid. Por razones económicas, su familia se verá obligada a emigrar a Melilla y serán esas vivencias las que recuperará en su segundo poemario, Júbilos, que supone la reafirmación de la tendencia memorialista de su poesía. Mediante el uso de la prosa poética recreará sus amistades de niñez, embarazada de su primera hija. La publicación de Júbilos, con prólogo de Gabriela Mistral, se produce en un momento muy duro para la poeta que acaba de perder a su hija y a su padre. En el prólogo de Ansia de la gracia, nos confiesa: “Yo acababa de ser y dejar de ser madre, de perder a mi padre. La poesía adquiría otro sentido en mi alma: de un bello juego, a una honda palpitación. La tierra me había dicho su primera lección de sombra y de eternidad” (Ferris, 2007: 246).

El tema de la maternidad también supone una recuperación de la genealogía femenina y de la colaboración entre compañeras escritoras. Sirvan de muestra las palabras de la poeta Susana March, en el Prólogo de El tiempo es un río lentísimo de fuego (1978):

Creo que Carmen Conde es la Madre de todas las mujeres que han escrito versos a partir de los años cuarenta. Ella, tan maternal siempre, atendiéndolas a todas, publicando críticas y libros y antologías sobre todas, con una generosidad tan difícil de encontrar en nuestra profesión. Ella, dándose siempre a sus compañeras, aconsejando, comprendiendo, ayudando… (Conde, 2007: 841).

 

Tal expresión de generosidad y admiración nos rebela cómo Conde alumbró con sus consejos y ayuda profesional a otras poetas. Una prueba de que vincular la figura de protección artística con la figura materna es algo habitual, la encontramos en la propia Carmen Conde cuando llama a la escritora Gabriela Mistral, “Gran madre noble” (2007: 657-660).

La crítica se ha ocupado de analizar la figura de la madre en sus poemas en cuanto figura que encarna una intencionalidad pacifista por oposición a los horrores de la guerra (Payeras, 2009: 287) o como metáfora para criticar los valores androcéntricos (Wilcox, 1997: 144). Y los estudios se han centrado en sus obras más célebres como Mujer sin Edén o Mientras los hombres mueren. Sin embargo, el objeto de este trabajo es analizar los poemas que giran en torno a la maternidad desde una perspectiva autobiográfica.

 

Derramen su sangre las sombras

Unos meses antes de dar a luz, una joven Carmen Conde pasea por el retiro junto a Gabriela Mistral. La escritora chilena recordará esa visita en el prólogo del segundo libro de Conde, Júbilos, donde hace una especial mención al hijo que espera su compañera, como si su presencia fuera la culpable del tema elegido por la autora:

 

Carmen Conde me trae su propia visita, el bulto de su libro, y… la presencia que planea sobre nosotras, de su hijo que viene. Como en una balada, el niño llega a este mundo duro envuelto en la primera faja de unos poemas sobre la infancia. Ha trabajado a la madre a lo largo de sus meses de linda hospedería, y la ha hecho retroceder a su infancia a fin de que lo sienta y lo entienda mejor cuando él asome…[9].

 

El 15 de octubre de 1933, durante una consulta médica, la poeta descubrirá que su hija padece sufrimiento fetal y es necesario provocar el parto.[10] Carmen Conde calificó la pérdida de su única hija como su primera “lección de sombra y eternidad”[11]. La trágica experiencia tuvo una consecuencia poética inmediata, pues ese mismo año, la poeta trasladó sus emociones a los poemas recogidos en Derramen su sangre las sombras. Sin embargo, este poemario no verá la luz hasta la década de los 70[12]; un silencio que se justifica porque aquello supuso “una conmoción espiritual llevada a un libro de poemas que, por su intimidad, desea mantener inédito” (Miró, 1995: 27). El libro consta de tres partes: una parte inicial dedicada a los poemas escritos durante el embarazo (I. La espera), los poemas tras la muerte de la hija que registran el duelo de la autora en la segunda sección (II. El desencanto), mientras que la tercera parte recoge varios poemas escritos durante los años siguientes, entre 1944 y 1972 (III. Muchos años después). Este dato evidencia, por un lado, la originalidad del planteamiento de Conde, pues los poemas sobre el embarazo son escasos en nuestra historia literaria y, por otra parte, el hecho de que los poemas sobre este suceso abarquen toda su trayectoria poética, ya nos pone sobre la pista de que no estamos ante un tema marginal o anecdótico, sino de especial relevancia en su poesía.

El poemario se configura a través de la dicotomía vida/muerte y esa antítesis escenifica la lucha interior del yo poético: la poeta-madre expuesta ante el desgarro emocional y físico que ha provocado la muerte de su hija. Esta pérdida produce la sensación de una “orfandad inversa” y supone “un factor desestructurante para la personalidad materna” (Payeras, 2009: 292). Además, como veremos en el análisis posterior, el estado emocional del yo poético se refleja en el texto mediante la contraposición luz/sombra que caracteriza las dos partes del poemario espera/desencanto. Formalmente, estas antítesis se verán reflejadas en la doble elección verso/prosa: la primera parte está escrita en verso, mientras que la segunda se compone de poemas en prosa[13]. En estos textos nos encontramos una emoción, por momentos contenida y en otros, más vehemente, sostenida por exclamaciones y paradojas. Son unos versos que nacen de la necesidad espontánea de dejar testimonio escrito de su experiencia. En este camino no se encuentra sola, sino que otras de sus compañeras escritoras, en la primera mitad del siglo xx, se harán eco de la pérdida de sus hijos en el parto[14].

En la primera parte, nos encontramos con dos ejes conceptuales. Como es propio del estado en que se encuentra el yo poético, el primer eje se compone de referencias a la ilusión por la espera, junto con las dudas y el miedo que suscita en ella. Al igual que sucede con otras poetas de su generación, el hijo supone una esperanza en el futuro[15], de ahí que se pregunte: “¿Serás tú el sol que necesito / el agua para mis sienes?” (Conde, 1983: 25). Esa ilusión también se plasma en las imágenes recurrentes dedicadas a la unión de los dos cuerpos y la complicidad íntima madre-hija:

 

Caminamos al unísono.

Por vez primera otro corazón

se mueve con el mío.

A la vez: latido por latido.

Juntos, hasta encontrarnos.

Juntos, hasta desprendernos. (1983: 22)

 

Esas imágenes tienen como objeto principal la sangre[16]: “tu sangre y la mía se han unido”; y los latidos del corazón: “Siento tu voz de latidos / Yo contengo la vida” (26)[17]. El anhelo se ve empañado por las dudas que se cuelan en cada poema y que nos transmiten la sensación de desazón que atraviesa la autora. Su miedo es incluso premonitorio, pues plantea el fatal desenlace en reiteradas ocasiones: “¡Lo deseo con la angustia / de jugármelo en el trance!” (16), “si es que te tengo / […], si es que puedo abrirte a la vida” (21), “me angustio pensándote” (23) o “Temo por el que estoy creando” (20). Por el contrario, esa nueva vida le proporciona a la autora una certeza de la que ella carece (Wilcox, 1997: 141), pues confiesa en dos ocasiones que el hijo “me ayuda a creer en mí” (21) y a él le pide “trae mi voluntad contigo” (13).

Otro de los ejes es la descripción de los aspectos fisiológicos del embarazo (“curva de mi existencia”). Frente a la poesía maternal abstracta y espiritual de la tradición poética, en esta poesía nos encontramos con referencias al proceso físico de la madre: “yo contengo la vida / […] Te estoy formando en silencio” (26), “le doy mis alimentos / a través de mi sangre adormecida” (32). Esa fisicalidad no es inocua, el proceso consiste en que “dentro de mi carne / fragua su carne, su piel / su corazón” un niño cuyo “latido es golpe”, y produce dolor (“cuerpo dolorido” (16))[18]. Sin embargo, el parto aparece descrito mediante alegorías referidas a la naturaleza, tales como “darlo a la vida”, “salida a la aurora”, “brotarlo como una flor”, y, especialmente, se expresa en términos de ruptura de ese nexo al que nos referíamos antes: “escisión”, “juntos, hasta desprendernos”; es decir, describe su cuerpo dividido (Wilcox, 1997: 140). El símbolo principal de los poemas sobre el embarazo es el vientre, para cuya descripción utiliza metáforas como la de la mina o la cantera.

Si bien uno de los elementos predominante en esta primera parte era la duda, también será la protagonista de la segunda parte del poemario. La incomprensión de la tragedia protagoniza esta fase del duelo y eso se plasma en los poemas a través de interrogaciones y exclamaciones que representan la falta de certezas. Sus inquietudes tienen como fuente la incomprensión del hecho que acaba de ocurrir y también los interrogantes que plantea esa niña que no ha visto la luz “¿Qué habría dentro de tu frente?” (42). Se prolonga entonces el estado del embarazo, la eterna duda, al verse el anhelo interrumpido: “soñaba con tu voz […] pero tú no has tenido voz, tu garganta no se estrenará llamándote” (43). La madre no se resigna y busca el ansiado encuentro “va buscando mi corazón golpe a golpe para radiante unión de júbilo” (44), “¡Espérame, María del Mar! ¡Espérame con tus ojos ya abiertos!” (50), “dejo abiertos mis brazos” (51).

Frente a la luz de la primera parte, se da paso a la oscuridad del doble túnel: el vientre y la tumba[19]. Así, ese vientre que albergaba la esperanza se ha convertido en su “humillado, fracasado y dolorido vientre” (47). Se contraponen las imágenes del vientre como cantera y mina frente al vientre-tumba; así como la paradoja del vientre que es, al mismo tiempo, creador y destructor, “creándote” / “deshaciéndote” en un mismo proceso. Los campos semánticos predominantes son la oscuridad y la negación: “fracasado”, “mísero”, “pobre”, “inútil”, “humillado”, en referencia a su sangre y a su vientre, es decir, representan la culpabilidad que siente la madre al no haber podido salvar a su hija. Sobre este sentimiento, Payeras Grau concluye que “la reducción de la identidad femenina a la función maternal provoca una evidente frustración en la mujer que asume ese rol como necesario en la construcción de la propia identidad” (2008: 297). Además, en esta segunda parte aparecen un elemento transgresor y novedoso como son las referencias explícitas al posparto: el cuerpo, en plena fase de puerperio, se convierte en la prueba de la tragedia:

 

Mis pechos empezaron a llenarse de leche. Ajenos, ignorantes, distanciados de la tragedia que tuvimos tú y yo, hija, te preparaban tu alimento […] ¡Qué fracaso el fluir de mis pechos! ¡Qué repetida amargura la de verme transformar una parte de mi ser en alimento tuyo, sobre el yelo de la muerte! He estado con fiebre, inmóvil, penando en toda la inmensa distancia que nos separa, mientras esta inútil leche se retiraba humillada y algodonaba mis desdichadas arterias fluyentes. (1983: 53)

 

Finalmente, Conde reproduce un sentimiento común en otras poetas, como es la soledad de la madre en el trance del embarazo/duelo: “nadie sabe del inmenso vacío, la desolación de mis venas” (51). El hecho de que la madre se encuentra sola en este momento también lo reproducirá en “Con el corazón a solas” −Iluminada tierra (1951) −: “como un parto brutal, cuando se muere el hijo, la madre sola”. Al respecto, Concha Méndez, quien también perdió a su hijo en el parto, lo expresará en su poema “Recuerdo”: “Ibas a nacer, yo sola / iba contigo a esperarte. / La madre va siempre sola, / quien quiera que la acompañe” (Méndez, 2019: 80). No solo encontramos similitudes entre sus compañeras de generación, sino que, como apuntábamos anteriormente, su precedente directo, Rosalía de Castro, también expresa la angustia ante la pérdida de su hijo: “Al huir de este mundo, ¡qué sosiego en su frente! / Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!” (1985: 73).

Si nos centramos ahora en la tercera parte del poemario nos encontramos con la emoción intacta: las imágenes y símbolos se repiten a pesar del paso del tiempo. Es decir, la tragedia cobra esa dimensión de eternidad a la que aludía la propia Conde. Precisamente, las otras tragedias de la vida y otras muertes de seres queridos la harán revivir en el presente un duelo doble: el de la hija perdida y el del marido; el de la hija perdida y el de su madre (“he volcado mi vientre dos veces”). Y esto ocurre porque la maternidad frustrada supuso la mayor tragedia de su vida: “he vivido de madre en mi sueño/ porque a madre verdad no alcancé” (61). Ese carácter cíclico del sentimiento se ejemplifica en imágenes como la contraposición vientre / tumba, que ya habíamos visto en la segunda parte y que aquí recupera “¿Cómo podré guardármelas, habiéndolas besado / en la carne caliente y en su mármol de luego?” (59). Otro elemento que ejerce también de nexo entre las tres partes es la referencia física porque, ante todo, los poemas sobre la maternidad se sustentan en una poética del cuerpo: “Se planta ante el crudo espejo este cuero / y se piensa: / pasó por aquí; aquí se hizo, dentro” (64). De nuevo, esa condición de eternidad que subyace a la pérdida de la hija también estaba presente en el texto de Rosalía de Castro: “No, no puede acabar lo que es eterno, / ni puede tener fin la inmensidad” (1985: 73).

Esta tercera parte, recolección de poemas sueltos posteriores, viene a confirmar que el duelo por la hija supuso un dolor continuado en el tiempo (“Y una no olvida, perdona ni quiso otro ser […] Porque a una la siguen royendo las hambres brutales / que nada sacia nunca” [64]) y que su representación no se circunscribe a un poemario, sino que discurre a lo largo de toda su trayectoria poética. Por tanto, la maternidad se configura como un tema transversal en la poeta, un tema que atraviesa su obra como una muestra del vínculo inquebrantable entre vida y poesía.

 

Conclusiones

Podemos afirmar que hemos cumplido los objetivos que nos planteábamos en la introducción. En primer lugar, se han trazado brevemente las coordenadas sociopolíticas de la época en la que se inscriben los textos de Conde. De esta manera, hemos comprobado cuál era la concepción de la maternidad en su tiempo y la influencia que el contexto tiene en el análisis de los poemas, pues se elaboran a partir de la experiencia personal de sus autoras. Ese carácter particular le confiere un valor testimonial a los textos que abordan la maternidad que los convierte en un documento histórico, además de poético, para comprender la evolución del tema a lo largo de los años. Pese al silencio al que han estado condenadas estas composiciones, su análisis revela la importancia que tiene dentro de la producción poética de autoría femenina. Además, los textos pertenecen a una corriente transgresora que, frente al arquetipo tradicional, convierte el cuerpo de la mujer en materia poética.

En segundo lugar, se ha analizado el poemario Derramen su sangre las sombras tanto desde la vertiente de la corporalidad como de la autobiografía, poniendo de relieve el uso de recursos poéticos e imágenes recurrentes que suponen una transgresión del arquetipo tradicional; ese estereotipo clásico muestra a las madres como símbolo de abnegación, despojadas de cualquier referencia corpórea y alejadas, por tanto, de la experiencia real de la maternidad. Hemos podido comprobar que Derramen… se configura como un diario del embarazo y el posparto, un díptico de la tragedia cuya interlocutora es la hija; con ella emprende un diálogo que se mantiene durante las dos partes del poemario. En él se vierten las emociones contrapuestas, la duda y la celebración de la espera, la vida y la muerte, la esperanza frente al dolor. Pero será en la segunda parte en la que se consume la “lección de sombra y eternidad” a la que aludía Carmen Conde, pues el tono sombrío se apodera de una escritura que es testigo de un dolor que perdurará en el tiempo (“se ha abierto la eternidad” [1983: 52]), tal y como demuestra la pervivencia del tema en la tercera parte del poemario.       

En el caso de Carmen Conde nos encontramos ante la crónica de una maternidad frustrada, una experiencia trágica que marcará no solo su vida sino también su poesía. En poemarios posteriores, la sombra de esa pérdida la llevará a retratar a otras mujeres célebres de la historia que también perdieron a sus hijos, como la bíblica Eva (Mujer sin Edén, 1947). En estos personajes, encuentra Conde el consuelo al expresar su dolor a través de un sentimiento universal que padecen muchas mujeres, ya sean conocidas o anónimas, y con las que ella se identifica. A través de la descripción del dolor de las madres que han perdido a sus hijos en la guerra, la poeta encuentra el cauce para la expresión de un duelo compartido (Mientras los hombres mueren, 1952). Tal y como ella afirma en el prólogo de Derramen…, este suceso “hizo que toda mi existencia se transformara radicalmente” (1983: 9).

Por lo tanto, podemos afirmar que el tema de la maternidad no es un asunto anecdótico, pues vertebra la poética de Conde. De ahí que encontremos referencias en poemas escritos en 1933, 1944, 1961 o 1972. El poemario se articula a través del binomio luz y oscuridad; la luz identificada con el anhelo que protagoniza la primera parte, frente a la oscuridad provocada por la muerte de su hija. Un estudio atento desvela el amplio abanico de metáforas que abarcan desde la descripción del anhelo a la desesperanza. Una emoción que no se produce en el plano de la abstracción, pues describe la transformación de un cuerpo durante el embarazo y tras el parto. Ambos planos están representados en el poema: el alma y corporalidad. Desde la crítica no se ha considerado un poemario de trascendencia poética o no se le ha dedicado suficiente atención a pesar de que queda demostrada la evidente relevancia dentro de la poesía autobiográfica. Asimismo, su contribución no se limita al campo de los estudios poéticos, sino que se convierte en un texto que da testimonio sobre la concepción de la maternidad en su tiempo.

 

 

Referencias bibliográficas

 

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[1] Nos referimos a los estudios de Ostriker, Rich, Le Guin, o Rubin Suleiman entre otras.

[2] “En la mitología patriarcal, en el simbolismo onírico, en la teología y en el lenguaje hay dos ideas que fluyen juntas: la primera señala que el cuerpo de la mujer es impuro, corrupto, fuente de contaminación física y espiritual, “instrumento del demonio”. En segundo lugar, como madre es caritativa, sagrada, pura, asexual, y la potencia física de la maternidad es su único destino y justificación de su vida” (Rich, 1986: 73).

[3] “La maternidad es el indicador de triunfo en la vida de una mujer, solo a través de ella consigue realizarse plenamente” (Roca i Girona, 1996: 226).

[4] “Cualquier mujer que intentara emprender una labor liberadora del estereotipo establecido iba a ser acusada de “perversa uterina” […] Así, Pascual Santacruz en su libro La España Moderna, ya definía en 1907, a modo de advertencia, la nueva centuria como el ‘siglo de las marimachos’”. (Ferris, 2023: 26)

[5] “La transgresión se produce porque tradicionalmente en la poesía el yo lírico aparece antes como voz que como cuerpo (Lecointre, 2023: 98).

[6]El cuerpo irrumpe en el escenario poético […] bajo su forma trágica” (Rodríguez, 2022: 67).

[7] “Además esa política de promoción de la familia tenía connotaciones de género específicas y fortalecía la concepción global de la mujer como ángel del hogar, cuyo destino biológico y social era la maternidad” (Nash, 1996: 280).

[8] “Con quince años intentaba encontrar “un espacio propio” para leer y escribir” (Nieva de la Paz, 2006: 25).

[9] Gabriela Mistral, en su Prólogo a Júbilos, de Carmen Conde (Conde, 1983: 8).

[10]“Tengo la otra cosa desgraciada de haber tenido una hija que, por los malos cuidados médicos de aquel tiempo, no nació viva. Es decir, no nació, me la sacaron muerta. Lo mío maternal fue un desastre espantoso que ha influido en toda mi vida” (Ferris, 2007: 343).

[11] “Yo acababa de ser y dejar de ser madre, y de perder a mi padre. La Poesía adquiría otro sentido en mi alma: de un bello juego, a una honda palpitación. La tierra me había dicho su primera lección de sombra y eternidad” (Conde, 2007: 201-202).

[12] “Desde que fueron escritas estas lamentaciones por la primera tragedia de mi vida, no las había vuelto a leer hasta mayo de 1973. En otras ocasiones posteriores a 1933 también me dolí en otros versos que agrego a los primeros. Porque, en realidad, aquella criatura que murió al nacer, que no fue mía más que cuando me habitaba, hizo que toda mi existencia se transformara radicalmente” (Conde, 1983: 9).

[13] El hecho de recrear una experiencia física a través de un poema en prosa responde a la necesidad de romper con los “modelos dominantes, la desarticulación de los cuerpos tradicionales y recreación de otros nuevos” (Lecointre, 2023: 116).

[14] Concha Méndez registra la pérdida de su hijo en su poemario Niño y sombras, mientras que Ángela Figuera dedica dos poemas a este suceso: “Muerto al nacer” y “Perdido” (2009: 63 y 68).

[15]El mundo es como un desierto y el hijo en él un oasis (Méndez, 1995: 83).

[16] La referencia de la sangre se concibe como metáfora de regeneración (Wilcox, 1997: 155).

[17] Este símbolo también estará presente en poetas coetáneas como Concha Méndez: “Caminabas en mi seno / […] Ibas a nacer, el mundo / se afianzaba en mi sangre” (2019: 80).

[18] La mención a la fisicalidad del proceso del embarazo y el parto, y el dolor que conlleva también aparece en otras poetas como, por ejemplo, Ángela Figuera: “un día sentimos / que nos desgarran la entraña / luego, un descanso infinito” (2009: 67).

[19] “El propio cuerpo de la mujer se convierte en tumba, insistiendo en la ambivalencia del acto procreativo: el cuerpo de la mujer, que dudaba en poder dar la vida, se convierte ahora en la afirmación del lugar de la muerte” (Rodríguez, 2022: 65).