"Lección de
sombra y eternidad". Motherhood depiction in Carmen Conde Derramen su sangre las sombras
Cynthia
Fernández Álvarez
Universidad Nacional
de Educación a Distancia (UNED)
https://orcid.org/0009-0003-3146-2013
Recibido: 13/07/2024
Aceptado: 23/09/2024
https://doi.org/10.30827/impossibilia.282024.30704
Resumen
El
presente artículo pretende abordar el tema de la maternidad en la poesía de
Carmen Conde. En particular, el análisis se centra en su poemario Derramen
su sangre las sombras, escrito tras la muerte de su única hija en 1933. La
investigación se enmarca en el reciente interés académico por el estudio de la
maternidad en la literatura y su relación con la corporalidad textual. Además,
el poemario dialoga con autoras precedentes como Emilia Pardo Bazán o Rosalía
de Castro, así como con sus coetáneas Concha Méndez y Ángela Figuera. El texto
se configura como un transgresor diario del embarazo y el posparto en el que
aparecen referencias físicas al proceso y que constituye un testimonio
fundamental dentro de la poesía autobiográfica.
Palabras clave: Carmen Conde, maternidad, siglo xx, Estudios de género,
poesía autobiográfica.
Abstract
This article aims to address the topic of motherhood in
the poetry of Carmen Conde. The analysis focuses on her collection of poems Derramen su sangre las sombras, written
after the death of his only daughter in 1933. The research is framed within the
recent academic interest in the topic of motherhood and its connection to
textual corporality. Furthermore, the collection of poems dialogues with
previous authors such as Emilia Pardo Bazán or Rosalía de Castro, as well as
with her contemporaries Concha Méndez and Ángela Figuera. The text is
configured as a subversive diary of pregnancy and postpartum in which physical
references to the process are present and which constitutes a fundamental
testimony within autobiographical poetry.
Keywords: Carmen Conde,
Motherhood, 20th Century, Gender Studies, Autobiographical Poetry.
Introducción
En
el prólogo de El libro de las madres, su autora, Laura Freixas, nos confiesa
que, durante su embarazo, no encontró ninguna lectura que reflejara “las
emociones suscitadas por el embarazo, el parto, el tener entre los brazos por
primera vez a mi hija recién nacida…de todo eso la literatura no me había dicho
nada. Y ese silencio me resultaba escandaloso” (Freixas, 2019: 16). Freixas se
sumaba así a una larga lista de investigadoras y escritoras que dentro de la
crítica literaria feminista llevaba décadas cuestionándose sobre la ausencia de
representación de la maternidad en la literatura[1].
El silencio que rodea el tema de la maternidad tiene su justificación en varias
causas. Por un lado, las instituciones patriarcales conciben el cuerpo de la
mujer como impuro y corrupto; de ahí que la figura de la madre sagrada se
represente mediante la figura de una virgen[2].
Por otro lado, la maternidad se erige como el único destino[3]
y justificación de la vida de las mujeres, lo que se opone a cualquier
dedicación artística, como la escritura[4].
Por último, las escasas referencias a la maternidad también se explican por la
falta de referentes dentro de la tradición literaria: “Las mujeres no habían
escrito los poemas [sobre el embarazo] porque todos solemos reproducir los
temas de la poesía ya existente” (Ostriker, 2018: 178).
Sin embargo, podemos afirmar que nos encontramos ante un
caso de literatura silenciada; con esto nos referimos a que existen poemas
sobre el embarazo y el parto, pero la atención que han recibido por parte de la
crítica ha sido escasa o nula. En las últimas décadas, el interés por este tema
ha ido en aumento, tal y como demuestran los reveladores estudios de Payeras
Grau (2008), Plaza Agudo (2011), Medina Puerta (2020) o Rodríguez (2022). En
estos trabajos se pone de relieve la importancia del tema entre las poetas y
demuestran la pluralidad de enfoques que manifiesta la maternidad como materia
poética.
A principios del siglo xx, época en la que se produce la
irrupción de las mujeres en la esfera pública, se dan las circunstancias
propicias para que produzca no solo una renovación formal, sino para que se
cultiven nuevos temas de la mano de jóvenes autoras que publican en estas
décadas sus primeros trabajos. Durante el año 1927 se produjeron hitos como la
concesión del Premio Nacional de Novela a Concha Espina y la publicación de las
obras de Elisabeth Mulder, Pilar de Valderrama, Concha Méndez, Ernestina de
Champourcín, Cristina de Arteaga, Josefina Bolinaga, Josefina de la Torre,
Casilda de Antón del Olmet y la poeta que nos ocupa, Carmen Conde (Merlo, 2010:
12). Asimismo, las mujeres comienzan a frecuentar las tertulias literarias y
encuentran un medio de participación y asociación en la fundación del Lyceum
Club de Madrid o el Club Femení en Barcelona.
Y es en ese contexto en el que se desarrollan las
composiciones objeto de este estudio. El trabajo abordará el tema de la
maternidad en Carmen Conde a través de los poemas escritos desde la experiencia
personal, dedicados al embarazo y posterior pérdida de la hija. El objetivo es
destacar cómo Carmen Conde aporta una visión del tema de la maternidad
enriquecedor al dotar de corporeidad a la expresión, haciendo hincapié en los
aspectos biológicos y físicos del proceso[5].
No hay que olvidar que a este tipo de experiencias femeninas se les atribuye un
espacio concreto: el privado y doméstico del hogar; Conde lo trasciende al
convertir este asunto en materia poética a partir de la recreación artística de
una experiencia personal. Ya en su estudio Payeras Grau señala la falta de
poemas autobiográficos sobre la maternidad y, en particular, sobre el embarazo
y el parto, que de aparecer lo hacen a través de metáforas debido al tabú que
envuelve la gestación (2009: 293). Asimismo, el análisis se inserta dentro de
las recientes corrientes de estudio que exploran la corporalidad textual. En
este sentido el estudio de Melisa Lecointre (2023) arroja luz sobre las
implicaciones del cuerpo entre las poetas de la Edad de Plata como un modo de
rebelarse contra los estereotipos (2023: 99 y 116) y de configurar su
identidad. Por lo tanto, Derramen su sangre las sombras subvierte la
tradición en una doble vertiente: al abordar en su poesía el tema desde la
corporalidad y al registrar el duelo perinatal y el postparto[6].
Maternidad y poesía en
la Edad de Plata
Es preciso analizar
brevemente el contexto en el que se inscribe el poemario Derramen… y que
engloba a las poetas de la Edad de Plata. Como señala Carmen Alborg, el
discurso materno es “plural, sujeto a factores sociales, políticos, biológicos
y psicológicos” (2000: 17). Un análisis de la representación de la maternidad a
través de los elementos significativos en un corpus poético de autoría femenina
implica también determinar la situación sociopolítica en la que se desarrollan.
Dicha situación presenta una dicotomía, ya que parte de la producción poética
mencionada tuvo lugar durante la República, mientras que la poesía de madurez
de estas escritoras se desarrolló durante la posguerra, bajo el régimen
franquista. Por lo tanto, nos encontramos ante dos contextos sociales
diferenciados. Durante la República, el propósito fundamental es encontrar
nuevos moldes para definir la identidad femenina:
Lo cierto es que la situación de la mujer había mejorado
considerablemente desde la instauración de la II República en 1931. Las mujeres
habían conseguido el sufragio, el divorcio y la abolición de las leyes más
abiertamente discriminatorias en las áreas de competencia familiar, política y
laboral (Nash, 1996: 281).
En
la época precedente el modelo se configuraba a través de la figura del “ángel
del hogar”; así se encontró la manera de justificar el destino de las mujeres:
“las mujeres estaban emocionalmente adaptadas para sacrificarse y hallar
satisfacción en el hogar” (Kirkpatrick, 2003: 31). A pesar de los nuevos
preceptos que defendían el papel activo de la mujer en la sociedad, en lo que
respecta a la maternidad no se produjeron avances: “su destino natural y
primordial es la maternidad” (Nelken, 1919: 108). Tal y como afirma Plaza Agudo
“todavía prevalece el modelo de mujer que se corresponde con el “ángel del
hogar”“ (2011: 519). Sin embargo, comienza a penetrar en la sociedad el ideal
de la Nueva Mujer con el que las escritoras se corresponden:
La Mujer Moderna independiente e intrépida, quien, con su
cabello a lo garçon y su falda corta se negaba a aceptar las restricciones
tradicionales que mantenían a la mujer española fuera de las universidades, las
profesiones y los espacios públicos donde se desarrollaban los negocios de los
hombres. […] La modernidad supuso para la mujer avances en la educación, los
derechos económicos y su independencia económica. Esto se reflejó en la visión
cultural del mundo contemporáneo que las mujeres expresaron en la literatura y
el arte (Kirkpatrick, 2003: 9, 13).
¿Cómo
se plasma esto en las composiciones del momento? En primer lugar, cabe señalar
el protagonismo del tema de la maternidad en los libros pertenecientes a las
autoras de las generaciones de preguerra y posguerra, como demuestra la
publicación de poemarios como Niño y sombras (1936) de Concha Méndez, Derramen
su sangre las sombras (1983) y Los monólogos de la hija (1959) de
Carmen Conde, Marzo incompleto (1968) de Josefina de la Torre, Materia
de esperanza (1968) de Elena Martín Vivaldi, “Los poemas del hijo” (Mujer
de barro) (1948) de Ángela Figuera o Los poemas del hijo (1970) de
Susana March. En segundo lugar, podemos afirmar que el elemento transgresor en
la expresión poética de la maternidad son las referencias físicas al proceso
biológico. Las poetas prescinden de referencias abstractas y espirituales que
son sustituidas por símbolos corpóreos, como veremos en los textos de Carmen
Conde. Dentro de su descripción de la maternidad se incluyen todas las etapas
del proceso: desde el embarazo y el parto a la posterior crianza. No solo les
interesan las emociones que produce la maternidad, sino también las
manifestaciones físicas en su cuerpo. Asimismo, se expresa la frustración por
la maternidad no realizada (en el caso de Josefina de la Torre y Elena Martín
Vivaldi). Frente a los planteamientos renovadores sobre la maternidad, también
se encuentran ejemplos que como el de Pilar de Valderrama, que cultiva el ideal
del “ángel del hogar” en su poema, “Sacrificio ignorado” (Valderrama, 1929:
45): “Por esta frente blanca […] he dado yo mis sueños más queridos […] Todo
sacrifiqué por ti ¡bien mío! consumiéndome fui en mi propia llama”.
Carmen Conde, al igual que Ángela Figuera, permanece en
España tras la guerra, por lo que ambas se erigen como portavoces de la
realidad social de la posguerra. Las dos eligen a las madres como símbolo de
las injusticias y miserias que soporta la sociedad española. También como
ejemplo de la opresión hacia las mujeres por parte del régimen y la Iglesia
Católica, a través de la implantación de un nuevo modelo de mujer que satisface
sus propios intereses pronatalistas:
La retórica de la posguerra se aplicaba a desprestigiar los
conatos de feminismo que tomaron auge en los años de la República y volvía a
poner el acento en el heroísmo abnegado de madres y esposas, en la importancia
de su silenciosa y oscura labor como pilares del hogar cristiano (Martín Gaite,
2009: 85).
El
régimen franquista devolvió a las mujeres a su condición de “ángel del hogar”[7]. De hecho, el lema sobre los
que se erigió el nuevo régimen fue: “Dios, patria, hogar” o “casa, cocina,
calceta”, lo que ya nos indica cuál iba a ser el modelo de mujer elegido.
Además, como señala Anna Caballé, “la personalidad femenina quedó confinada,
retraída, al nuevo código moral regido por tres vectores dominantes: la
maternidad, la subordinación al varón y el recato” (2013: 232). Sin embargo,
los roles impuestos a las mujeres no son inamovibles, tal y como plantea Carmen
Conde:
Su deber [el de la mujer] es levantarse antes que los demás
en su casa, preparar los desayunos, limpiar, ir a la compra, lavar, planchar,
coser…y recibir a los hijos, al marido, con todas las consecuencias. […] Poco a
poco, ¡pero en un soplo!, “la mujer de su casa” se convierte en cenizas.
Cuidado con esas cenizas, que son el humo del porvenir. Que nadie las pise,
porque sangrarán como heridas que un cuchillo romo revuelve y revuelve sin
misericordia (Conde, 2004: 547).
Por
otro lado, también hay que hacer hincapié en el diálogo existente con la
tradición. El hecho de que estas mujeres escriban sobre la maternidad y sus
experiencias personales cuenta con una tradición femenina de poesía
autobiográfica e íntima. En este sentido, cabe mencionar dos ejemplos
relevantes para el análisis que nos ocupa. Por un lado, Emilia Pardo Bazán
registró su experiencia maternal en el poemario Jaime (1886) y entre sus
páginas se encuentra un poema sobre la acción de amamantar: “Mi
seno y tu boquita / por
misterioso impulso /se
unieron, al instante” (25). En
estos versos aparecen referencias explícitas a la fisicalidad del proceso, lo
que supone una transgresión al plasmar el cuerpo de la mujer en una
composición. Tras la escisión que supone el parto, se reitera el reencuentro
entre madre e hijo al darle de mamar (“se unieron”, “va de mi ser al tuyo”).
Otro de esos ejemplos que nos interesa es el poema “Era apacible el día” de
Rosalía de Castro (En las orillas del Sar, 1884). El texto supone un
precedente claro de las composiciones de Conde que luego analizaremos. La
composición recrea en tono elegíaco la muerte de su hijo sirviéndose de las
dicotomías vida / muerte y sombra / eternidad que también configurarán, a su
vez, el poemario de Carmen Conde. A partir de estos modelos, las escritoras de
la primera mitad del siglo xx
aportan su particular visión, fruto del contexto sociopolítico en el que se
inscriben. Por lo tanto, puede afirmarse que el tema de la maternidad ha ido
evolucionando a lo largo de los siglos. Su presencia recurrente ya nos indica
que, lejos de considerarse un tema marginal, supone un asunto trascendental en
la poética de autoría femenina.
“Lección
de sombra y eternidad”: un análisis de Derramen su sangre las sombras.
La maternidad en la
obra de Carmen Conde.
“Si yo soy poeta, el hecho de que
soy mujer no debe permanecer ajeno a mi condición, y no se trata de hacer una
poesía estrictamente femenina, sino de enriquecer el común acervo con las
aportaciones que solo yo, en mi condición de mujer poeta, puedo ofrecer para
iluminar una vasta zona que permanecía en el misterio” (Carmen Conde en
Herrera, 2021).
Carmen Conde (Cartagena, 1907 - Madrid, 1996) es una de las
poetas más relevantes del siglo xx,
no solo por su contribución literaria, sino porque le corresponde un lugar en
la historia como la primera mujer académica de la lengua (1967). Desde una edad
temprana, muestra una inclinación hacia la literatura[8] que no se verá mermada por
vivir en Murcia, alejada de la eclosión cultural que se está viviendo en
Madrid. Por razones económicas, su familia se verá obligada a emigrar a Melilla
y serán esas vivencias las que recuperará en su segundo poemario, Júbilos, que supone la reafirmación de
la tendencia memorialista de su poesía. Mediante el uso de la prosa poética
recreará sus amistades de niñez, embarazada de su primera hija. La publicación
de Júbilos, con prólogo de Gabriela
Mistral, se produce en un momento muy duro para la poeta que acaba de perder a
su hija y a su padre. En el prólogo de Ansia
de la gracia, nos confiesa: “Yo acababa de ser y dejar de ser madre, de
perder a mi padre. La poesía adquiría otro sentido en mi alma: de un bello
juego, a una honda palpitación. La tierra me había dicho su primera lección de
sombra y de eternidad” (Ferris, 2007: 246).
El tema de la maternidad también supone una recuperación de
la genealogía femenina y de la colaboración entre compañeras escritoras. Sirvan
de muestra las palabras de la poeta Susana March, en el Prólogo de El tiempo
es un río lentísimo de fuego (1978):
Creo que Carmen Conde es la
Madre de todas las mujeres que han escrito versos a partir de los años
cuarenta. Ella, tan maternal siempre, atendiéndolas a todas, publicando
críticas y libros y antologías sobre todas, con una generosidad tan difícil de
encontrar en nuestra profesión. Ella, dándose siempre a sus compañeras,
aconsejando, comprendiendo, ayudando… (Conde, 2007: 841).
Tal expresión de generosidad y admiración nos rebela cómo
Conde alumbró con sus consejos y ayuda profesional a otras poetas. Una prueba
de que vincular la figura de protección artística con la figura materna es algo
habitual, la encontramos en la propia Carmen Conde cuando llama a la escritora
Gabriela Mistral, “Gran madre noble” (2007: 657-660).
La
crítica se ha ocupado de analizar la figura de la madre en sus poemas en cuanto
figura que encarna una intencionalidad pacifista por oposición a los horrores
de la guerra (Payeras, 2009: 287) o como metáfora para criticar los valores
androcéntricos (Wilcox, 1997: 144). Y los estudios se han centrado en sus obras
más célebres como Mujer sin Edén o Mientras los hombres mueren.
Sin embargo, el objeto de este trabajo es analizar los poemas que giran en
torno a la maternidad desde una perspectiva autobiográfica.
Derramen su sangre las sombras
Unos
meses antes de dar a luz, una joven Carmen Conde pasea por el retiro junto a
Gabriela Mistral. La escritora chilena recordará esa visita en el prólogo del
segundo libro de Conde, Júbilos,
donde hace una especial mención al hijo que espera su compañera, como si su
presencia fuera la culpable del tema elegido por la autora:
Carmen Conde me trae su propia
visita, el bulto de su libro, y… la presencia que planea sobre nosotras, de su
hijo que viene. Como en una balada, el niño llega a este mundo duro envuelto en
la primera faja de unos poemas sobre la infancia. Ha trabajado a la madre a lo
largo de sus meses de linda hospedería, y la ha hecho retroceder a su infancia
a fin de que lo sienta y lo entienda mejor cuando él asome…[9].
El 15 de
octubre de 1933, durante una consulta médica, la poeta descubrirá que su hija
padece sufrimiento fetal y es necesario provocar el parto.[10] Carmen Conde calificó la
pérdida de su única hija como su primera “lección de sombra y eternidad”[11]. La
trágica experiencia tuvo una consecuencia poética inmediata, pues ese mismo
año, la poeta trasladó sus emociones a los poemas recogidos en Derramen su sangre las sombras. Sin
embargo, este poemario no verá la luz hasta la década de los 70[12]; un
silencio que se justifica porque aquello supuso “una conmoción espiritual
llevada a un libro de poemas que, por su intimidad, desea mantener inédito”
(Miró, 1995: 27). El
libro consta de tres partes: una parte inicial dedicada a los poemas escritos
durante el embarazo (I. La espera), los poemas tras la muerte de la hija que
registran el duelo de la autora en la segunda sección (II. El desencanto),
mientras que la tercera parte recoge varios poemas escritos durante los años
siguientes, entre 1944 y 1972 (III. Muchos años después). Este dato evidencia,
por un lado, la originalidad del planteamiento de Conde, pues los poemas sobre
el embarazo son escasos en nuestra historia literaria y, por otra parte, el
hecho de que los poemas sobre este suceso abarquen toda su trayectoria poética,
ya nos pone sobre la pista de que no estamos ante un tema marginal o
anecdótico, sino de especial relevancia en su poesía.
El
poemario se configura a través de la dicotomía vida/muerte y esa antítesis
escenifica la lucha interior del yo poético: la poeta-madre expuesta ante el
desgarro emocional y físico que ha provocado la muerte de su hija. Esta pérdida
produce la sensación de una “orfandad inversa” y supone “un factor
desestructurante para la personalidad materna” (Payeras, 2009: 292). Además,
como veremos en el análisis posterior, el estado emocional del yo poético se
refleja en el texto mediante la contraposición luz/sombra que caracteriza las
dos partes del poemario espera/desencanto. Formalmente, estas antítesis se
verán reflejadas en la doble elección verso/prosa: la primera parte está
escrita en verso, mientras que la segunda se compone de poemas en prosa[13]. En
estos textos nos encontramos una emoción, por momentos contenida y en otros,
más vehemente, sostenida por exclamaciones y paradojas. Son unos versos que
nacen de la necesidad espontánea de dejar testimonio escrito de su experiencia. En este camino no se
encuentra sola, sino que otras de sus compañeras escritoras, en la primera
mitad del siglo xx, se harán eco
de la pérdida de sus hijos en el parto[14].
En la primera parte, nos encontramos
con dos ejes conceptuales. Como es propio del estado en que se encuentra el yo
poético, el primer eje se compone de referencias a la ilusión por la espera,
junto con las dudas y el miedo que suscita en ella. Al igual que sucede con
otras poetas de su generación, el hijo supone una esperanza en el futuro[15], de
ahí que se pregunte: “¿Serás tú el sol que necesito / el agua para mis sienes?”
(Conde, 1983: 25). Esa ilusión también se plasma en las imágenes recurrentes
dedicadas a la unión de los dos cuerpos y la complicidad íntima madre-hija:
Caminamos al unísono.
Por vez primera otro corazón
se mueve con el mío.
A la vez: latido por latido.
Juntos, hasta encontrarnos.
Juntos, hasta desprendernos. (1983: 22)
Esas imágenes tienen como objeto principal la sangre[16]:
“tu sangre y la mía se han unido”; y los latidos del corazón: “Siento tu voz de
latidos / Yo contengo la vida” (26)[17]. El anhelo se ve empañado
por las dudas que se cuelan en cada poema y que nos transmiten la sensación de
desazón que atraviesa la autora. Su miedo es incluso premonitorio, pues plantea
el fatal desenlace en reiteradas ocasiones: “¡Lo deseo con la angustia / de
jugármelo en el trance!” (16), “si es que te tengo / […], si es que puedo
abrirte a la vida” (21), “me angustio pensándote” (23) o “Temo por el que estoy
creando” (20). Por el contrario, esa nueva vida le proporciona a la autora una
certeza de la que ella carece (Wilcox, 1997: 141), pues confiesa en dos
ocasiones que el hijo “me ayuda a creer en mí” (21) y a él le pide “trae mi
voluntad contigo” (13).
Otro de
los ejes es la descripción de los aspectos fisiológicos del embarazo (“curva de
mi existencia”). Frente a la poesía maternal abstracta y espiritual de la
tradición poética, en esta poesía nos encontramos con referencias al proceso
físico de la madre: “yo contengo la vida / […] Te estoy formando en silencio”
(26), “le doy mis alimentos / a través de mi sangre adormecida” (32). Esa
fisicalidad no es inocua, el proceso consiste en que “dentro de mi carne /
fragua su carne,
su
piel / su corazón” un niño cuyo “latido es golpe”, y produce dolor (“cuerpo
dolorido” (16))[18].
Sin embargo, el parto aparece descrito mediante alegorías referidas a la
naturaleza, tales como “darlo a la vida”, “salida a la aurora”, “brotarlo como
una flor”, y, especialmente, se expresa en términos de ruptura de ese nexo al
que nos referíamos antes: “escisión”, “juntos, hasta desprendernos”; es decir,
describe su cuerpo dividido (Wilcox, 1997: 140). El símbolo principal de los
poemas sobre el embarazo es el vientre, para cuya descripción utiliza metáforas
como la de la mina o la cantera.
Si
bien uno de los elementos predominante en esta primera parte era la duda,
también será la protagonista de la segunda parte del poemario. La incomprensión
de la tragedia protagoniza esta fase del duelo y eso se plasma en los poemas a
través de interrogaciones y exclamaciones que representan la falta de certezas.
Sus inquietudes tienen como fuente la incomprensión del hecho que acaba de
ocurrir y también los interrogantes que plantea esa niña que no ha visto la luz
“¿Qué habría dentro de tu frente?” (42). Se prolonga entonces el estado del
embarazo, la eterna duda, al verse el anhelo interrumpido: “soñaba con tu voz
[…] pero tú no has tenido voz, tu garganta no se estrenará llamándote” (43).
La
madre no se resigna y busca el ansiado encuentro “va buscando mi corazón golpe
a golpe para radiante unión de júbilo” (44), “¡Espérame, María del Mar!
¡Espérame con tus ojos ya abiertos!” (50), “dejo abiertos mis brazos” (51).
Frente
a la luz de la primera parte, se da paso a la oscuridad del doble túnel: el
vientre y la tumba[19]. Así,
ese vientre que albergaba la esperanza se ha convertido en su “humillado,
fracasado y dolorido vientre” (47). Se contraponen las imágenes del vientre
como cantera y mina frente al vientre-tumba; así como la paradoja del vientre
que es, al mismo tiempo, creador y destructor, “creándote” / “deshaciéndote” en
un mismo proceso. Los campos semánticos predominantes son la oscuridad y la
negación: “fracasado”, “mísero”, “pobre”, “inútil”, “humillado”, en referencia
a su sangre y a su vientre, es decir, representan la culpabilidad que siente la
madre al no haber podido salvar a su hija. Sobre este sentimiento, Payeras Grau
concluye que “la reducción de la identidad femenina a la función maternal
provoca una evidente frustración en la mujer que asume ese rol como necesario
en la construcción de la propia identidad” (2008: 297). Además, en esta segunda
parte aparecen un elemento transgresor y novedoso como son las referencias
explícitas al posparto: el cuerpo, en plena fase de puerperio, se convierte en
la prueba de la tragedia:
Mis pechos empezaron a llenarse
de leche. Ajenos, ignorantes, distanciados de la tragedia que tuvimos tú y yo,
hija, te preparaban tu alimento […] ¡Qué fracaso el fluir de mis pechos! ¡Qué
repetida amargura la de verme transformar una parte de mi ser en alimento tuyo,
sobre el yelo de la muerte! He estado con fiebre, inmóvil, penando en toda la
inmensa distancia que nos separa, mientras esta inútil leche se retiraba
humillada y algodonaba mis desdichadas arterias fluyentes. (1983: 53)
Finalmente,
Conde reproduce un sentimiento común en otras poetas, como es la soledad de la
madre en el trance del embarazo/duelo: “nadie sabe del inmenso vacío, la
desolación de mis venas” (51). El hecho de que la madre se encuentra sola en
este momento también lo reproducirá en “Con el corazón a solas” −Iluminada tierra (1951) −: “como un
parto brutal, cuando se muere el hijo, la madre sola”. Al respecto, Concha
Méndez, quien también perdió a su hijo en el parto, lo expresará en su poema
“Recuerdo”: “Ibas a nacer, yo sola / iba contigo a esperarte. / La madre va
siempre sola, / quien quiera que la acompañe” (Méndez, 2019: 80). No solo
encontramos similitudes entre sus compañeras de generación, sino que, como
apuntábamos anteriormente, su precedente directo, Rosalía de Castro, también
expresa la angustia ante la pérdida de su hijo: “Al huir de este mundo, ¡qué
sosiego en su frente! / Al verle yo alejarse, ¡qué borrasca en la mía!” (1985:
73).
Si nos
centramos ahora en la tercera parte del poemario nos encontramos con la emoción
intacta: las imágenes y símbolos se repiten a pesar del paso del tiempo. Es
decir, la tragedia cobra esa dimensión de eternidad a la que aludía la propia
Conde. Precisamente, las otras tragedias de la vida y otras muertes de seres
queridos la harán revivir en el presente un duelo doble: el de la hija perdida
y el del marido; el de la hija perdida y el de su madre (“he volcado mi vientre
dos veces”). Y esto ocurre porque la maternidad frustrada supuso la mayor
tragedia de su vida: “he vivido de madre en mi sueño/ porque a madre verdad no
alcancé” (61). Ese carácter cíclico del sentimiento se ejemplifica en imágenes
como la contraposición vientre / tumba, que ya habíamos visto en la segunda
parte y que aquí recupera “¿Cómo podré guardármelas, habiéndolas besado / en la
carne caliente y en su mármol de luego?” (59). Otro elemento que ejerce también
de nexo entre las tres partes es la referencia física porque, ante todo, los poemas
sobre la maternidad se sustentan en una poética del cuerpo: “Se planta ante el
crudo espejo este cuero / y se piensa: / pasó por aquí; aquí se hizo, dentro”
(64). De nuevo, esa condición de eternidad que subyace a la pérdida de la hija
también estaba presente en el texto de Rosalía de Castro: “No, no puede acabar
lo que es eterno, / ni puede tener fin la inmensidad” (1985: 73).
Esta
tercera parte, recolección de poemas sueltos posteriores, viene a confirmar que
el duelo por la hija supuso un dolor continuado en el tiempo (“Y una no olvida,
perdona ni quiso otro ser […] Porque a una la siguen royendo las hambres
brutales / que nada sacia nunca” [64]) y que su representación no se
circunscribe a un poemario, sino que discurre a lo largo de toda su trayectoria
poética. Por tanto, la maternidad se configura como un tema transversal en la
poeta, un tema que atraviesa su obra como una muestra del vínculo
inquebrantable entre vida y poesía.
Conclusiones
Podemos
afirmar que hemos cumplido los objetivos que nos planteábamos en la
introducción. En primer lugar, se han trazado brevemente las coordenadas
sociopolíticas de la época en la que se inscriben los textos de Conde. De esta
manera, hemos comprobado cuál era la concepción de la maternidad en su tiempo y
la influencia que el contexto tiene en el análisis de los poemas, pues se
elaboran a partir de la experiencia personal de sus autoras. Ese carácter
particular le confiere un valor testimonial a los textos que abordan la
maternidad que los convierte en un documento histórico, además de poético, para
comprender la evolución del tema a lo largo de los años. Pese al silencio al
que han estado condenadas estas composiciones, su análisis revela la
importancia que tiene dentro de la producción poética de autoría femenina.
Además, los textos pertenecen a una corriente transgresora que, frente al
arquetipo tradicional, convierte el cuerpo de la mujer en materia poética.
En segundo lugar, se
ha analizado el poemario Derramen su sangre las sombras tanto desde la
vertiente de la corporalidad como de la autobiografía, poniendo de relieve el
uso de recursos poéticos e imágenes recurrentes que suponen una transgresión
del arquetipo tradicional; ese estereotipo clásico muestra a las madres como
símbolo de abnegación, despojadas de cualquier referencia corpórea y alejadas,
por tanto, de la experiencia real de la maternidad. Hemos podido comprobar que Derramen…
se configura como un diario del embarazo y el posparto, un díptico de la
tragedia cuya interlocutora es la hija; con ella emprende un diálogo que se
mantiene durante las dos partes del poemario. En él se vierten las emociones
contrapuestas, la duda y la celebración de la espera, la vida y la muerte, la
esperanza frente al dolor. Pero será en la segunda parte en la que se consume
la “lección de sombra y eternidad” a la que aludía Carmen Conde, pues el tono
sombrío se apodera de una escritura que es testigo de un dolor que perdurará en
el tiempo (“se ha abierto la eternidad” [1983: 52]), tal y como demuestra la
pervivencia del tema en la tercera parte del poemario.
En el caso de Carmen
Conde nos encontramos ante la crónica de una maternidad frustrada, una
experiencia trágica que marcará no solo su vida sino también su poesía. En
poemarios posteriores, la sombra de esa pérdida la llevará a retratar a otras
mujeres célebres de la historia que también perdieron a sus hijos, como la
bíblica Eva (Mujer sin Edén, 1947). En estos personajes, encuentra Conde
el consuelo al expresar su dolor a través de un sentimiento universal que
padecen muchas mujeres, ya sean conocidas o anónimas, y con las que ella se
identifica. A través de la descripción del dolor de las madres que han perdido
a sus hijos en la guerra, la poeta encuentra el cauce para la expresión de un
duelo compartido (Mientras los hombres mueren, 1952). Tal y como ella
afirma en el prólogo de Derramen…, este suceso “hizo que toda mi
existencia se transformara radicalmente” (1983: 9).
Por lo tanto, podemos afirmar que el tema de la maternidad
no es un asunto anecdótico, pues vertebra la poética de Conde. De ahí que
encontremos referencias en poemas escritos en 1933, 1944, 1961 o 1972. El
poemario se articula a través del binomio luz y oscuridad; la luz identificada
con el anhelo que protagoniza la primera parte, frente a la oscuridad provocada
por la muerte de su hija. Un estudio atento desvela el amplio abanico de
metáforas que abarcan desde la descripción del anhelo a la desesperanza. Una
emoción que no se produce en el plano de la abstracción, pues describe la
transformación de un cuerpo durante el embarazo y tras el parto. Ambos planos
están representados en el poema: el alma y corporalidad. Desde la crítica no se
ha considerado un poemario de trascendencia poética o no se le ha dedicado
suficiente atención a pesar de que queda demostrada la evidente relevancia
dentro de la poesía autobiográfica. Asimismo, su contribución no se limita al
campo de los estudios poéticos, sino que se convierte en un texto que da
testimonio sobre la concepción de la maternidad en su tiempo.
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está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0.
[1] Nos referimos a los estudios de
Ostriker, Rich, Le Guin, o Rubin Suleiman entre otras.
[2] “En la mitología patriarcal, en el
simbolismo onírico, en la teología y en el lenguaje hay dos ideas que fluyen
juntas: la primera señala que el cuerpo de la mujer es impuro, corrupto, fuente
de contaminación física y espiritual, “instrumento del demonio”. En segundo
lugar, como madre es caritativa, sagrada, pura, asexual, y la potencia física
de la maternidad es su único destino y justificación de su vida” (Rich, 1986:
73).
[3] “La maternidad es el indicador de
triunfo en la vida de una mujer, solo a través de ella consigue realizarse
plenamente” (Roca i Girona, 1996: 226).
[4] “Cualquier mujer que intentara
emprender una labor liberadora del estereotipo establecido iba a ser acusada de
“perversa uterina” […] Así, Pascual Santacruz en su libro La España Moderna, ya
definía en 1907, a modo de advertencia, la nueva centuria como el ‘siglo de las
marimachos’”. (Ferris, 2023: 26)
[5] “La transgresión se produce porque
tradicionalmente en la poesía el yo lírico aparece antes como voz que como
cuerpo (Lecointre, 2023: 98).
[7] “Además esa política de promoción de
la familia tenía connotaciones de género específicas y fortalecía la concepción
global de la mujer como ángel del hogar, cuyo destino biológico y social era la
maternidad” (Nash, 1996: 280).
[8] “Con quince años intentaba
encontrar “un espacio propio” para leer y escribir” (Nieva de la Paz, 2006:
25).
[9] Gabriela Mistral, en su Prólogo a Júbilos, de Carmen Conde (Conde, 1983:
8).
[10]“Tengo la otra cosa desgraciada de
haber tenido una hija que, por los malos cuidados médicos de aquel tiempo, no
nació viva. Es decir, no nació, me la sacaron muerta. Lo mío maternal fue un
desastre espantoso que ha influido en toda mi vida” (Ferris, 2007: 343).
[11] “Yo acababa de ser y dejar de ser
madre, y de perder a mi padre. La Poesía adquiría otro sentido en mi alma: de
un bello juego, a una honda palpitación. La tierra me había dicho su primera
lección de sombra y eternidad” (Conde, 2007: 201-202).
[12] “Desde que fueron escritas estas
lamentaciones por la primera tragedia de mi vida, no las había vuelto a leer
hasta mayo de 1973. En otras ocasiones posteriores a 1933 también me dolí en
otros versos que agrego a los primeros. Porque, en realidad, aquella criatura
que murió al nacer, que no fue mía más que cuando me habitaba, hizo que toda mi
existencia se transformara radicalmente” (Conde, 1983: 9).
[13] El hecho de recrear una
experiencia física a través de un poema en prosa responde a la necesidad de
romper con los “modelos dominantes, la desarticulación de los cuerpos
tradicionales y recreación de otros nuevos” (Lecointre, 2023: 116).
[14] Concha Méndez registra la pérdida de su hijo en su poemario Niño y sombras, mientras que Ángela Figuera dedica dos poemas a este suceso: “Muerto al nacer” y “Perdido” (2009: 63 y 68).
[15] “El mundo es como un desierto y
el hijo en él
un oasis” (Méndez, 1995: 83).
[16] La referencia de la sangre se
concibe como metáfora de regeneración (Wilcox, 1997: 155).
[17] Este símbolo también estará
presente en poetas coetáneas como Concha Méndez: “Caminabas en mi seno / […]
Ibas a nacer, el mundo / se afianzaba en mi sangre” (2019: 80).
[18] La mención a la fisicalidad del
proceso del embarazo y el parto, y el dolor que conlleva también aparece en
otras poetas como, por ejemplo, Ángela Figuera: “un día sentimos / que
nos desgarran la entraña / luego, un descanso infinito” (2009: 67).
[19] “El propio cuerpo de la mujer se
convierte en tumba, insistiendo en la ambivalencia del acto procreativo: el
cuerpo de la mujer, que dudaba en poder dar la vida, se convierte ahora en la
afirmación del lugar de la muerte” (Rodríguez, 2022: 65).