El fin de la historia del siglo XX del folclore
musical argentino: el surgimiento del folclore joven
The End
of the History of 20th Century of Argentinean Folk Music: The Emergence of
Young Folklore
Juliana
Guerrero
Universidad de Buenos Aires /
CONICET
https://orcid.org/0000-0001-9134-6434
Recibido: 20/04/2024
Aceptado: 23/09/2024
https://doi.org/10.30827/impossibilia.282024.30619
Resumen
Este trabajo aborda el surgimiento del folclore joven
argentino en la década de los noventa del siglo pasado. Se sostiene como
hipótesis principal que es posible delimitar como fin de la historia del siglo
XX del folclore musical la emergencia de este fenómeno. En primer lugar, se
presenta una ajustada síntesis de la historia del folclore en la Argentina
durante el siglo XX. En segundo lugar, se describe y analiza el folclore joven
a través de sus características más distintivas. En tercer lugar, se examina el
lugar del folclore joven en la escena musical folclórica. Por último, el foco
está puesto en el concepto de juventud y su relación con esta música en
particular.
Palabras clave: juventud, folclore joven, Argentina.
Abstract
The emergence
of the young Argentinean folklore in the nineties of the past century is the
subject of this paper. The main hypothesis is that the emergence of this
phenomenon marks the end of the history of twentieth century folk music.
Firstly, the history of Argentinean folk music in the twentieth century is
summarized. Secondly, the description and analysis of the main characteristics
of young folklore is presented. Thirdly, its place within the folk music scene
is examined. Finally, there is a consideration of the concept of youth and, in
particular, to this music.
Keywords: Youth, Young Folk Music, Argentina.
El folclore musical argentino durante el siglo XX
A pesar de la abundante bibliografía sobre el folclore
musical en la Argentina (Chamosa, 2012; Díaz, 2009; Gravano, 1985; entre
otros), en dos trabajos anteriores[1] propuse
una lectura de su historia durante el siglo XX a partir de la idea de siglo
corto de Eric Hobsbawm (1994). Dicha noción permite referirse a un siglo
histórico en lugar de uno cronológico y, de esa manera, acotar el lapso a un
tiempo menor a cien años, si se consideran dos hitos cardinales que dan
principio y fin a esa historia. Se trata de la llegada de Andrés Chazarreta a
Buenos Aires en 1921 y la entrega del Premio Mención Especial SADAIC del
Festival Nacional de Folklore de Cosquín a Soledad Pastorutti en 1996.
Esta historia tiene, a comienzos del
siglo XX, dos antecedentes que dieron lugar a que el folclore se transformara
en una de las escenas más importantes dentro de la música popular argentina. El
primero de ellos consiste en las grabaciones de música popular “criolla”
realizadas por Robert Lehmann-Nitsche en 1905 (García, 2012). Ellas formaron
parte del trabajo de recolección que el antropólogo alemán efectuó durante su
estancia en Argentina y que se complementa con las grabaciones de músicas
indígenas. Estas fijaciones sonoras pueden considerarse las primeras
impresiones de esas músicas, cuyo fin era conservar las prácticas musicales de
la época. Durante ese período de entre siglos, Argentina atravesó un proceso
migratorio interno y de Europa –especialmente de España e Italia– que estaba
vinculado a las promesas de progreso y modernidad del plan de industrialización
estatal. El crecimiento demográfico exponencial fue acompañado de cambios
transformadores, tales como la conectividad que brindaba la extensa red del
ferrocarril, el proyecto educativo que proponía revertir las altas tasas de
analfabetismo y la búsqueda de una identidad nacional desde esa perspectiva
culturalista. La pretensión de una unidad nacional apeló al folclore para
construir un ideal de argentinidad, en el que estuvieran expuestas las
costumbres, la lengua, las prácticas culturales, la música, etcétera. El
folclore se constituyó, así, en una caja de herramientas para forjar la
consolidación del ser nacional.
La cultura criollista se conformó como
epítome de la nueva construcción idiosincrática de argentinidad. En ese nuevo
escenario político y social de comienzos de siglo, el consumo musical abarcaba
una producción poético-musical de manifestaciones folclóricas y de tradición
oral en las que abundaban las décimas, coplas y romances, que formaban parte de
esa cultura popular integrada. Luego del proceso de organización en la segunda
mitad del siglo XIX, los campesinos fueron considerados “las bases de una floreciente
argentinidad” (Kaliman, 2004: 32). Tal como señala Oscar Chamosa: “El campesino
varón, antes reprobado por su falta de civilidad, se convirtió en poseedor de
una sabiduría natural” (2012: 27). Fue así que, a lo largo de la primera mitad
del siglo XX, la región del Noroeste se transformó en “la mejor candidata a
título honorífico de cuna de la argentinidad” (Chamosa, 2012: 46), y como
consecuencia de ello, y con el apoyo del Estado, se difundieron géneros como la
zamba, la chacarera, el gato, la milonga, la vidala, la cueca y la tonada.
Algunos de estos géneros eran también repertorio de la región pampeana. Para
completar el mapa folclórico, con el correr de los años se introdujeron, aunque
en menor medida, el chamamé, el valseado y el schottis, propios de la región
del Nordeste. El interés en la tradición por parte de las clases dominantes
terratenientes dio lugar a lo que podría denominarse una espectacularización de
esa música y eso es lo que, en mi lectura, da comienzo al “siglo corto”
mencionado anteriormente.
El segundo antecedente se produjo en
1911, con la creación de la Compañía de Arte Nativo por parte de Chazarreta
(1876-1960), en su ciudad natal de Santiago del Estero. Se trataba de un
conjunto musical y teatral, que representaba la cultura de esa provincia,
“diseñado para espectáculos teatrales parecidos a los de la tradición de Teatro
Criollo” (Carlson, 2013: 129). De allí que Nagano lo considere un “ejemplo de
mediación cultural entre la Argentina rural y urbana”
La historia del siglo XX del folclore
argentino comienza diez años después de este debut. En marzo de 1921, la
compañía llegó a Buenos Aires y realizó una temporada en el teatro Politeama,
que “lo catapultó a la aclamación nacional. Durante la década siguiente, el
conjunto emprendió más de media docena de giras nacionales, actuando a través
del país hasta principios de los años 30” (Carlson, 2013: 130). Su paso por
Buenos Aires fue determinante. Esa recepción exitosa fue acompañada, según
señala Julius Carlson (2013), por otras dos circunstancias propias de la
“modernidad primitiva”. La primera remite a las grabaciones realizadas por
Chazarreta para el sello Victor entre los años 1929 y 1940 en 175 discos, y la
segunda es su participación en programas radiales dedicados a la tradición,
luego de que en los años 30 se disolviera su compañía y conformara la Orquesta
de Arte Nativo.
A partir del desembarco de la Compañía
de Chazarreta y durante ese período, 1921-1996, la música folclórica estuvo
caracterizada por las ideas de identidad, tradición y espectacularización,
producto de un creciente star system,
que se forjó en Buenos Aires y se extendió a lo largo y ancho del país con
artistas provenientes de una gran cantidad de provincias (aunque durante su
historia surgieron propuestas alternativas con cambios e innovaciones). De este
modo, el folclore estableció un vínculo inquebrantable con su audiencia a
través de las actuaciones en vivo y los medios masivos. La radio, la industria
discográfica, las revistas especializadas y la televisión conformaron una
constelación en la que el folclore consiguió producirse, difundirse y
consumirse como una práctica musical que evocaba al ser nacional. Esta música
tuvo unos años de auge en el primer lustro de 1960, con solistas y conjuntos
que reivindicaron el folclore con distintos estilos (Buenaventura Luna,
Atahualpa Yupanqui, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Jorge Cafrune, Los
Trovadores, José Larralde, y un largo etcétera). En los años 70, decayó su
consumo hasta el período de silenciamiento y censura durante la dictadura
cívico-militar que comenzó en 1976 y culminó en 1983. Con el advenimiento de la
democracia, la escena folclórica se fue recuperando paulatinamente. Un hito
fundamental aún en dictadura y posterior a la Guerra de las Malvinas (1982),
fue el regreso de Mercedes So
Fue recién a mediados de los años
noventa el momento en el que surgió una “revitalización” con una generación de
músicos que se conoció como “folclore joven”. Esos artistas apelaron a una
nueva audiencia para convertirse en un fenómeno de masas, que trascendió las
fronteras de Argentina. Por sus características innovadoras en la escena, la
fusión con otros géneros, la masividad que obtuvo en muy poco tiempo y el
debate que generó al interior de la escena musical, es posible marcarlo como el
fin de la historia del siglo XX del folclore musical argentino.
El folclore joven
Figuras solistas como Soledad Pastorutti, Luciano Pereyra,
Facundo Toro y Abel Pintos, y grupos como Los Nocheros, Los Alonsitos y Los
Tekis fueron los más destacados de este fenómeno. Su repertorio se caracterizó
por textos con una temática amorosa muy explícita y por un tipo de arreglo
musical, que buscaba acercarse a la música “melódica-romántica”, con una
potencia mayor a la que se usaba hasta entonces. La prensa y la industria
musical denominaron al fenómeno que surgía de la mano de estos artistas como
folclore joven, puesto que se trataba de un recambio generacional que proponía
un “renacimiento” en esa escena. Este se alcanzó a través de su participación
en el Festival Nacional de Folclore, el más importante del país que se lleva a
cabo en la ciudad de Cosquín (Córdoba).[3] La posibilidad de actuar en
la Plaza Próspero Molina, donde se realizan las funciones, fue la plataforma de
descubrimiento no solo para el público presente, sino también para los
telespectadores que seguían el espectáculo desde sus hogares. Asimismo, la
prensa y las radios coadyuvaron a generar un espacio propicio de visibilización
y escucha de los nuevos músicos.
“El
Festival de Cosquín se encuentra, quizás, en un momento de transición, debatiéndose entre la pureza de su
cultura y su comercialización irremediable”, escribía el periodista Mariano del
Mazo en el diario Clarín en una nota
periodística en 1993
“Impresionante.
Ese es el calificativo que mejor se ajusta a lo que sucedió en la noche del martes
en Cosquín: la pequeña Soledad Pastorutti –de tan sólo 16 años– y Los Nocheros
tomaron por asalto el escenario Atahualpa Yupanqui y convirtieron la Plaza en
un apabullante hervidero de jóvenes
(y no tanto) que los vivaron como si estuvieran en un concierto de rock”, escribía Marta Platía en su crónica
de la noche del martes para Clarín
(Giordano y Mareco, 2010: 196, resaltado del autor).
Además de Soledad, los solistas y grupos arriba mencionados
obtuvieron durante la década de 1990 el Premio Revelación y/o el Premio
Consagración que cada año entrega la organización del Festival.[4] Esos
galardones, en la mayoría de los casos, fueron la piedra de toque para que la
industria les diera un espacio de actuación en otros escenarios, los contratara
para grabar discos y los convirtiera en estrellas de la música popular, en
varios casos con proyección internacional. Entre 1992 –año en el que Los
Alonsitos ganaron el Premio Consagración de Cosquín– y 1999, esos grupos y
solistas grabaron 25 discos. La mayoría de ellos llegaron a vender centenares
de miles de copias. En síntesis, el Festival Nacional de Folklore de Cosquín,
que lleva más de sesenta ediciones, es un dato significativo para la
consagración de estos artistas, porque es allí donde el público, junto a los
medios de comunicación –que televisan y siguen a través de la prensa y la radio
las actuaciones–, dan su visto bueno u ofrecen sus críticas de lo que la
industria acecha para producir y promover.
El peso de los festivales no es un tema
menor en el estudio del consumo del folclore argentino. En un trabajo reciente
sobre los festivales de verano en Córdoba, Claudio Díaz (2020), afirma lo
siguiente:
Y en cuanto al folclore joven asegura:
Cosquín,
además de ser muchas otras cosas, se fue convirtiendo en la gran vidriera del
mercado del folclore dando lugar a un sistema de ‘estrellas’ que ya se había
manifestado desde el principio, pero que hizo eclosión en la década del noventa
con la aparici
El mecanismo de consagración se produjo a través del
apadrinamiento artístico a estos músicos adolescentes por parte de otros ya
consagrados. Soledad, Abel Pintos y Luciano Pereyra fueron acogidos por César
Isella, León Gieco y Horacio Guarany respectivamente. Estos apoyos fueron
fundamentales para el lanzamiento de sus óperas primas.
Si bien los artistas mencionados fueron
los que alcanzaron mayor reputación, es importante aclarar que como parte de
esa generación surgieron también otros artistas, tales como Raly Barrionuevo,
Roxana Carabajal y Mariana Carrizo, aunque sus propuestas musicales, la
estética y el posicionamiento ideológico fueron distintos. Algunos de ellos
provenían de familias de músicos, que tenían una extensa trayectoria en la
escena. Es por esa razón, tal vez, que sus repertorios incluyeran una mayor
variedad de géneros folclóricos (copla, huayno, chamamé, etc.) y sus arreglos
estuvieran más vinculados a las danzas tradicionales, es decir, un repertorio
más propenso al baile, con letras cuyas temáticas se referían al paisaje, la
añoranza por el pago y también al amor, y un posicionamiento en el escenario
más definido políticamente, en especial con respecto a la defensa de la tierra,
las necesidades de los olvidados y un mercado opresor.
Como se anticipó, su repertorio ahondaba en una temática
amorosa muy distinta a las temáticas que hasta ese momento tenían las músicas
folclóricas. Un acercamiento a las letras de los primeros discos, evidencian
campos semánticos vinculados al amor, los sentimientos, el placer, etcétera. A
continuación, se analizan los tres primeros discos de Los Nocheros, Soledad y
Pintos como ejemplos de esta característica. El primer caso es Con el alma, de Los Nocheros (1994), en
él priman vocablos tales como “amor”, “corazón”, “alma”, “piel” y “cuerpo”:
Las letras vinculadas al acto amoroso describen escenas como
la siguiente:
“Quiéreme, no guardes
ganas para después
la pasión nace en el
alma y brota en la piel
tócame, solo el deseo
te hará mujer
el temor junto a la
ropa caerá a tus pies”.[6]
Los Nocheros era un cuarteto de muchachos, que aspiraba al éxito
no solo por su condición de músicos sino también por una aprobación por parte
del público por su atractivo físico y la sensualidad desplegada. El deseo, la
pasión, el erotismo, el acto sexual y la consumación del amor –siempre
descriptos de manera explícita entre una pareja hetereosexual– en las letras de
sus composiciones, respondían a una búsqueda por atraer a una audiencia
femenina, que se manifestaba en las actuaciones con gritos, aullidos, aplausos
y coros.
Junto a ese repertorio, también
incluían otras obras con una temática de fiesta, por ejemplo, a través del
Carnaval en Salta, su provincia de origen:
Carpas de Salta
las vuelvo a recordar
bandoneón y guitarra
zambas para bailar
[…]
Chicha y aloja
vinito pa’ chupar
ramas de albahaca
verde
olor a carnaval.[7]
De esta manera, la vida amorosa y la fiesta ocupan la
mayoría de los temas de sus discos. El segundo ejemplo del cambio temático
propuesto por este folclore es Poncho al
viento, de Soledad (1996), en el que también surgen en los primeros lugares
de la lista las palabras “alma”, “vida”, “corazón”, “amor”, “cantar”,
“recuerdo”:
Soledad Pastorutti, o La Sole, como rápidamente fue apodada,
se presentó en sus comienzos como una niña “gauchita”, proveniente de un pueblo
de la provincia de Santa Fe, Arequito, que transmitía felicidad y alegría por
cantarle al pago, recordar las tradiciones y las costumbres de los habitantes
del campo y mostrar entusiasmo sin mencionar ningún tipo de problema social,
político o económico. Los campos semánticos de su repertorio buscaban un
acercamiento con el público a partir de sentimientos compartidos, al tiempo que
enfatizaban el placer y la diversión que podían estar asociados a momentos de
festejo.
El último caso es Para cantar he nacido, de Abel Pintos (1997). Su repertorio es un
poco más tradicional que el resto y aparecen mencionadas ciudades del interior
del país, nombra la chacarera como sinécdoque del folclore y se destacan
términos relacionados con la geografía y el paisaje tales como “viento”,
“tierra” y “monte” de manera repetida
F
Por su parte, Pintos, provenía del sur de la provincia de Buenos
Aires, de una ciudad portuaria, y fue “descubierto” por el cantante Raúl Lavié.
Era un niño que aún no había cambiado su voz cuando se subió a los primeros
escenarios y grabó Para cantar he nacido.
El cambio temático en las letras de las composiciones marcó un quiebre con el
folclore que hasta entonces estaba asociado a la vida de campo, el gaucho, la
tierra, las costumbres y los hábitos de las poblaciones del interior del país.
La manera de cautivar a un público coetáneo fue a través de temas con los que
sintieran atraídos e identificados, que trascendieran las fronteras del mundo
rural y que sus letras se corearan hasta el cansancio en cualquier fiesta o
evento social con espíritu festivo.
Junto con el cambio en la temática de
las composiciones, los arreglos musicales también tuvieron innovaciones, ya que
incorporaron instrumentos que no estaban asociados a la escena folclórica más
tradicional. Es importante señalar que, a partir de los años sesenta, se produjeron, en el folclore, cambios
significativos con respecto a la instrumentación y la fusión con otros géneros,
aunque ello no fue un cambio de paradigma ni logró transformar la escena
general. Por ejemplo, el “Chango” Farías Gómez creó el grupo Los Huanca Hua,
que se caracterizó por arreglos vocales en los que primaban el contrapunto y
una conducción de voces distinta a la manera tradicional de líneas vocales a
distancia de terceras. Además, algunas de las voces imitaban el sonido de instrumentos
o acompañaban la voz principal con onomatopeyas. Junto con estos arreglos
novedosos, esos grupos incorporaron instrumentos eléctricos como la guitarra y
el bajo, y la batería. Estos cambios e innovaciones, sin embargo, no fueron los
que predominaron en la escena del folclore, que siguió manteniendo en gran
medida un repertorio asociado a la tradición, el ser nacional y el mundo
campesino. Desde el boom del folclore
que, como se mencionó en el apartado anterior, se manifestó a comienzos de los
años sesenta, los espacios dedicados a esta música tuvieron pocas
transformaciones, mantuvieron un repertorio que remitía a la tradición,
conservaron la forma de los géneros para poder danzar esas músicas siguiendo
las coreografías habituales y ofrecían los arreglos tradicionales de conjuntos
instrumentales de guitarra y bombo, y voces moldeadas por un canto a intervalos
de terceras.
En síntesis, el folclore joven volvió a
sacudir la escena musical con un repertorio que incluía composiciones nuevas y
arreglos de músicas consideradas propias del folclore, aunque con una sonoridad
muy distinta. En general, respondían a géneros tales como chacarera, zamba,
chamamé, cueca, etc. Si bien las letras de las obras remitían a nuevas
temáticas, en sus discursos sobre y fuera del escenario, los músicos apelaban a
una identidad nacional común, hacían referencia a sus provincias de procedencia
y promulgaban ciertos valores del ser nacional.
Las tapas de los discos también son elocuentes sobre la
nueva estética que pretendían establecer. Pueden ser comprendidas como
dispositivos enunciativos que apelaban a la audiencia buscando que ésta se
identificara con sus ídolos. Por ejemplo, mientras Los Nocheros y Luciano
Pereyra posaban sensualmente con peinados y vestimenta de moda, los
adolescentes Abel Pintos y Soledad aparecían más relajados con actitudes
propias del evento musical, él con la boca abierta como si estuviera cantando y
ella con el brazo levantado revoleando un poncho. Estas últimas actitudes
pueden leerse como epítomes de otra de las características del folclore joven
F
La estética visual era muy importante tanto en las
presentaciones en vivo como en su condición de figuras estelares en las tapas
de los discos. En éstas, Abel Pintos y Soledad se presentaban con un atuendo
que no estaba completamente definido. Ella vestía bombachas de gaucho, aunque
sin faja, que estaba considerada como una prenda masculina. En la foto de su
primer disco, además, lucía un chaleco, al igual que Pintos. Esta prenda solía
usarse tanto como parte del traje del hombre citadino como por el hombre de
campo. Mientras tanto, Los Nocheros y Luciano Pereyra vestían ropa que no
estaba asociada a los trajes del gaucho.
Otra de las características de este folclore es que en los
conciertos se destacaba una espectacularidad dirigida a miles de seguidores que
llenaban grandes teatros, estadios y canchas de fútbol. Los escenarios estaban
armados con luces y sonido amplificado propios de conciertos de otros géneros
musicales. El star system creado por
la industria durante el siglo XX se profundizó y acrecentó. La figura del
productor fue fundamental en este sentido. Por ejemplo, en el caso de Soledad,
ella tuvo contrato desde su primer disco con Sony Music y el productor de su
cuarto disco fue el cubano Emilio Estefan. El consumo del folclore joven fue
sorprendentemente masivo a través de la venta de millones de discos compactos,
la difusión por radio y televisión, y la participación de algunos de estos
artistas en películas. También, en algunos casos, se destacaron por alcanzar la
internacionalización de su música en América Latina.
Además de los espacios específicos del
folclore como lo eran los escenarios de los festivales y las peñas, estos
artistas proponían espectáculos en los que los espectadores bailaban, coreaban,
gritaban, durante todo el show. Los
músicos los arengaban a seguirlos con el canto y el público revoleaba alguna
prenda cuando Soledad lo hacía con su poncho y les proponían un ambiente de
euforia, fiesta y diversión. La alegría era el signo de la época y los
espectáculos eran verdaderos espacios de algarabía y exaltación. De manera
similar a lo que ocurría con otras músicas populares, existió un mercado
paralelo a los discos que ofrecía vestimenta, accesorios y objetos con la cara
de los artistas; así los músicos se convirtieron en verdaderas celebridades. La
cultura del fan emergió en toda su
extensión.
¿Un resurgimiento en l
Esta revitalización permite entonces revisar el debate sobre
el folclore musical argentino. En particular, ¿qué es lo que estos músicos
conservaban del folclore que había marcado un boom en la década de 1960?, ¿cómo se posicionaban los sujetos? y
¿qué aspectos de la música popular argentina y latinoamericana contemporánea se
inmiscuyeron en este fenómeno?
Los cambios e innovaciones en el
folclore argentino se habían producido a lo largo de todo el siglo XX. Esta
práctica musical, como se dijo, había conformado una industria, un star system, al tiempo que había habido
cambios en torno al repertorio y los arreglos musicales. Con el correr de los
años, la temática reservada para el paisaje, la nostalgia por el terruño y las
prácticas campesinas habían sido desplazadas por algunas propuestas alternativas
y habían surgido composiciones en las que los sujetos, en especial, los
hombres, tomaban protagonismo, como fue el caso paradigmático de Yupanqui. Esas
músicas denunciaban injusticias, visibilizaban condiciones precarias de
vivienda y trabajo y mostraban un mundo desigual y necesitado. En especial, los
músicos más cercanos al Movimiento del Nuevo Cancionero fueron quienes
levantaron esta bandera, aunque no fueron los únicos. Durante la época del boom, surgieron también una gran
cantidad de grupos corales que eligieron un repertorio folclórico con una
pretensión vanguardista en sus arreglos. También aparecieron en escena músicos
como Eduardo Lagos, Manolo Juárez, el “Chango” Farías Gómez, el “Cuchi”
Leguizamón y los grupos Huerque Mapu y Anacrusa, entre otros, cuyas músicas
fueron concebidas como proyección folclórica
Ahora bien, la propuesta del folclore
joven era totalmente distinta. En una época política donde primaban, en el
país, las ideas neoliberales y se acrecentaba la falta de expectativas
laborales para los jóvenes, el modo de apelar a la nueva audiencia fue a través
de temáticas completamente distintas. En este momento se destacaron el amor, el
deseo, la conquista amorosa explícita, la pasión y la devoción por un
romanticismo que se hacía eco en otras músicas populares de la época.
El fenómeno del nuevo folclore de la década de 1990 lleva a
examinar, por último, el concepto de juventud. Este ha sido estudiado como una
categoría social emergente surgida después de la Segunda Guerra Mundial (Clarke
et al., 2014; Grossberg, 1993). Tal
como afirman John Clarke, Stuart Hall, Tony Jefferson y Brian Roberts, el
concepto “‘Juventud’ surgió como categoría en la Inglaterra de postguerra como
una de las asombrosas y visibles manifestaciones de cambio social del período”
(2014: 61). Es decir:
[E]n
los años cin
Específicamente en la vinculación de la juventud con la
música, Simon Frith afirma que:
La
música conecta con un tipo de c
Esta relación propia de la identidad entre la música y la
categoría de joven, se verifica en el posicionamiento de otro estudioso en la
materia al analizar el rock. Me refiero a Lawrence Grossberg, quien sostiene
que:
Objetivamente,
el rock es una cultura musical de posgu
Este mismo binomio música-juventud estudiado en el mundo
anglosajón, también tiene un recorrido en la historia de la música popular
argentina. Según detalla Valeria Manzano, en los años sesenta, la “nueva ola”
remitía a “los nuevos estilos musicales que impulsaban una vertiginosa
transformación del consumo cultural, las modas y el esparcimiento de los
jóvenes. El término denotaba renovación y condensaba en un significante los
cambios de una cultura de masas cada vez más juvenilizada” (2017: 115). En otras
palabras, es posible afirmar parafraseando a Manzano que la “juventud” en la
Argentina de los años sesenta se creó a sí misma y adquirió reconocimiento a
través de sus estilos musicales, sus actividades de esparcimiento y sus
consumos específicos (2017: 150).
La juventud y
En el año 1948, debutó el grupo Los Chalchaleros, cuarteto emblemático
salteño, que pasó a la fama durante el período del boom. En el momento de su debut, dos de sus integrantes, los primos
Saravia (Aldo y Juan Carlos) tenían apenas 18 años. A comienzos de esa misma
década, el pianista santafecino Ariel Ramírez comenzó una larga gira por el
país hasta que llegó a Buenos Aires, donde brindó una serie de conciertos y fue
contratado por Radio el Mundo. Tenía poco más de veinte años.
En cuanto a la figura destacada del
Movimiento del Nuevo Cancionero, Mercedes Sosa tenía solo 24 años cuando grabó
su primer disco, La voz de la zafra,
en 1959. Por otro lado, la eclosión de grupos vocales que ofrecían un
repertorio folclórico fue también característico de esa época. Uno de los
primeros fue el que lideró Farías Gómez, que por aquel entonces tenía 23 años.
Retomando las palabras de Manzano, en esos años, los cambios musicales también
se incorporaban al folclore: “
Las edades de los artistas del folclore
joven, en algunos casos, eran similares a éstas: Jorge Rojas, voz líder de Los
Nocheros, tenía 21 años cuando se unió al grupo. En cambio, los tres solistas
arriba mencionados eran aún adolescentes cuando subieron por primera vez al
escenario del Festival y fueron reconocidos con los Premios de Cosquín: Soledad
había cumplido 15 años, Pintos, 12 y Pereyra, 18.
La lista de casos de músicos
folclóricos jóvenes es más extensa, pero mi reflexión está relacionada con la
denominación de esa generación que irrumpió en la década de 1990 y que se la
conoció con ese nombre. Entonces, si la relación entre la juventud y el
folclore ya se había producido treinta años antes, la pregunta es: ¿por qué la
condición de juventud fue la elegida para que fuera parte del nombre del
fenómeno en la última década del siglo XX?
Si ahondamos un poco más en el análisis
de este fenómeno, advertimos que Natalia Díaz desde una perspectiva
socio-semiótica, describe el escenario y afirma que “el folklore de los años 90
fue un discurso realizado por jóvenes para jóvenes, que posibilitó una
reapropiación de la tradición folklórica a partir de lenguajes sonoros,
estéticos y corporales pertenecientes a otros mundos musicales” (2015: 52). La
autora señala que: “
A pesar de la descripción recién detallada,
es importante marcar que la eclosión de Soledad o Los Nocheros en la escena
argentina generó un furor creciente no solo entre adolescentes y jóvenes si no
que alcanzó un público más amplio. Algunas declaraciones de los protagonistas
son indicadoras:
Yo
vengo luchando hace ocho años para que la gente me vea y me de bolilla, de
alguna manera…y realmente, que ha
Las palabras de Soledad en su primera temporada de giras
ratifican la importancia de los festivales y una audiencia más amplia que a la
que se refiere Natalia Díaz cuando afirma: “
Tal vez una pista que responda a la
pregunta se encuentra en la argumentación de Beatriz Sarlo (1994) sobre esa
época. La autora señala que la categoría de joven, en los años noventa, no
remite a una edad sino a una estética de la vida posmoderna. Es decir, este
cambio conceptua
Palabras finales
En un trabajo anterior (Guerrero, 2014), al revisar los
criterios utilizados por los investigadores a fin de abordar la denominación
del folclore desde una perspectiva terminológica-conceptual, remarqué la
importancia –apropiándome de la propuesta de Luis Díaz Viana (1997)– de
incorporar un cambio epistemológico que diera cuenta del modo en que habían
sido producidas estas prácticas musicales. En particular, se debía incluir en
su conceptualización el proceso de creación, el código y las normas expresivas
que las han hecho posibles y sus funciones dentro de un determinado sistema
social. No se trata solo de examinar la música en sí, sino también de
incorporar al estudio, el momento histórico, las condiciones de producción, las
respuestas de la audiencia, los roles de los sujetos intervinientes, etcétera.
La historia del siglo XX del folclore
musical está indudablemente asociada a una adelantada industria discográfica
nacional, a los medios masivos –en especial, primero la radio y después la
televisión–, que fueron piezas fundamentales para la producción, la difusión y
el consumo, y a una sociedad que acompañó la construcción de una identidad
nacional, que buscaba un origen común. La condición ínsita del concepto de
folclore asociado a las costumbres, la tradición y el pueblo estuvo fusionada
en el folclore musical argentino del siglo XX con un mundo mercantilizado que
se desarrollaba tecnológicamente. Esa fusión marcó una tensión que generó de
principio a fin discursos en torno a su autenticidad. La emergencia del
folclore joven como fenómeno dentro de esa escena mantuvo abierto el debate y
no faltaron las voces más conservadoras que cuestionaban si esta práctica podía
incluirse o no dentro de esa denominación. Sin embargo, eso no fue óbice para
que, en poco menos de diez años, las carreras artísticas de estos jóvenes
alcanzaran su máximo esplendor.
Ahora bien, a diferencia de lo que
había ocurrido en el mundo anglosajón de posguerra, estos jóvenes no fueron
punta de lanza de un cambio social; quizás lograron revolucionar la escena
folclórica atrayendo no solo a sus congéneres, sino también a un público más
amplio etario y heterogéneo, que no había consumido folclore hasta ese momento.
Ello fue posible, en parte, por el escenario posmoderno circundante, en el que,
por un lado, en lugar de que la música lograra el control de sentimientos
públicos y privados –como dice Frith (2001)–, permitió una exposición del mundo
íntimo y nadie se ruborizaba con las nuevas temáticas adoptadas en las letras.
Por otro lado, esa posmodernidad amplió la brecha generacional y no solo se
trataba de músicos jóvenes que actuaban para jóvenes, sino que consistió en una
nueva estética y, de esta manera, los protagonistas del fenómeno lograron que
la escena folclórica se mantuviera viva.
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Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0.
[1] Se trata de los trabajos
inéditos: “Un siglo de cambios constantes. Apuntes sobre el folclore musical
argentino”, conferencia de cierre del I Encuentro Nacional de Músicas
Tradicionales y Folclóricas. Universidad Mayor, Santiago de Chile, 16-17/6/22 y
“Soledad Pastorutti, epítome del folclore joven en el fin de la
espectacularización”, ponencia en las XI Jornadas de Sociología de la
Universidad Nacional de La Plata. Argentina, 5-7/12/22.
[2] La figura de Mercedes Sosa
estuvo vinculada a un repertorio que, en la década de 1960, intentó alejarse de
los discursos más tradicionales y fue emblema del Movimiento de Nuevo
Cancionero.
[3] Para una historia
detallada del Festival Nacional de Folklore de Cosquín,
[4] De acuerdo con Giordano y
Mareco (2010), la nómina de ganadores del Premio Consagración de Cosquín es:
Los Alonsitos (1992), Los Nocheros (1994), Los Tekis (1995), Soledad (1997),
Abel Pintos (1998), Facundo Toro (1999) y Luciano Pereyra (2000).
[5] Es importante también la posición
que Díaz le otorga al folclore dentro de la música popular argentina. En sus
palabras: “En la música popular el folclore fue, al interior, lo que el tango
fue a Buenos Aires. Por eso, desde el primer momento, el festival se presentó
como festival ‘Nacional’ del folclore, tanto por el alcance interprovincial que
se pretendía darle como por su anclaje en ese imaginario de nación” (2020: 90).
[6] Fragmento de “Al rojo
vivo”, Con el alma (1994).
[7] Fragmento de “Carpas
salteñas”, Con el alma (1994).
[8] En el álbum, Luis Miguel
versiona doce boleros, originalmente publicados entre 1944 y 1986. Los dos
primeros sencillos, “Inolvidable” y “No sé tú”, alcanzaron el primer lugar de
la lista Billboard Hot Latin Songs en Estados Unidos y se mantuvieron seis meses
en la cima de las listas mexicanas. Romance
fue un éxito comercial, ya que vendió más de 13 millones de copias en todo el
mundo. Su éxito animó a Luis Miguel
[9] Daniel Party señala un
tipo de “crossover ofrecido por los
productores de Miami [que] consiste en internacionalizar la carrera de un
artista dentro de la América Latina” (2018: 6). Y explicita: “Defino la
miamización como un proceso de cambio que incluye la norteamericanización y la
adopción de una cualidad latina particular que es propia de la ciudad de Miami”
(2018: 8).
[10] “Objectively, rock is a postwar musical culture, produced by a
reconfigured music industry, for an audience, self-consciously defined (by the
industry, the audience and other social institutions) by a system of
generational and social differences. On this model, rock is music made
explicitly for youth, although it remains unclear whether youth is defined by
the ever-repeating appearance of younger generations or by the historical
appearance of a specific generation of youth. In either case, the socio-cultural
field divided by youth’s difference is always also divided by structures of
class, race and gender” (171).
[11] Entrevista en el programa
Crónica Musical, Festival de Baradero (Buenos Aires), 1997. Disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=ofMZW5ocDYY
[12] En el año 2000 Pereyra
cantó “Sólo le pido a Dios” al Papa Juan Pablo II frente a dos millones de
personas. (https://www.lmneuquen.com/luciano-pereyra-recordo-el-dia-que-le-canto-al-papa-juan-pablo-ii-fue-muy-fuerte-n855615)