Reseña de / Review of
Payán, Juan Jesús (2022). Los conjuros del asombro. Expresión fantástica
e identidad nacional en la España del siglo XIX. Juan de la Cuesta Hispanic
Monographs. Newark: Linguatext. ISBN 978-1588713896. 404 pp.
Alfons Gregori
Adam Mickiewicz University, Poznan
https://orcid.org/0000-0003-0121-2876
Recibido:
11/01/2024
Aceptado: 28/04/2024
10.30827/impossibilia.272024.29907
Una de las cuestiones que más habitualmente ha llevado de cabeza al sector académico
interesado en la investigación sobre la literatura no mimética es la terminología a utilizar para delimitar su campo de
estudio, así como qué espectro de obras, de rasgos o de funciones abarca cada
uno de los términos designados. En muchos casos, sin embargo, la solución ha
consistido en emplear de manera muy generalista e indiscriminada las expresiones
“fantástico”, “realismo mágico” o “ciencia ficción”. El meritorio estudio del
investigador de la CUNY Juan Jesús Payán, español afincado en Estados Unidos,
incide en esta cuestión desde un posicionamiento que aboga por extender la
comprensión de la literatura fantástica más allá de determinadas concepciones
que la separan en un compartimento más o menos estanco respecto a otra gran
categoría estética, lo maravilloso. Así, el autor define lo fantástico como
“una manifestación estética que aúna fantasía y realismo, y que se singulariza
por la inscripción verosímil (ambigua o fáctica) de elementos preternaturales e
irracionalizables en el seno de un mundo ficción al ordinario y realista” (23,
en cursiva en el original). Tomando como corpus una selección de textos
significativos de la literatura y la dramaturgia decimonónica española no
mimética, que o bien han sido obviados por la crítica o esta los ha estudiado
desde otra perspectiva, Payán sostiene que las construcciones taxonómicas y
hermenéuticas “hegemónicas” han privilegiado una visión excesivamente
constrictiva y limitadora de lo fantástico que respondían a unos intereses de
subordinación de la cultura española (y peninsular en general) como región
“colonizada” por las potencias occidentales que han venido a identificarse con
la modernidad, es decir, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos. De
esta forma, Payán reivindica la fantasticidad de otras expresiones artísticas
que no caben en dichas “lecturas hegemónicas”, en concreto un conjunto de obras
españolas en que destacan el componente grotesco y/o el aspecto religioso y
transcendental de carácter católico. A la hora de argumentar dicho planteamiento,
Payán analiza el elemento preternatural de las obras seleccionadas en un marco
harto complejo e interdisciplinar que tiene en cuenta especialmente la cuestión
nacional y las dinámicas de poder legitimador. Justamente el ámbito en que pone
en juego el papel ejercido por lo ideológico en determinadas interpretaciones
de los textos es el que produce resultados más satisfactorios en su estudio.
Vayamos, no obstante, a la organización del volumen. Lo
inicia, naturalmente, una introducción en que el autor pone sobre la mesa los
objetivos y las partes del trabajo, así como los puntos más relevantes de su
posicionamiento ante las teorías de lo no mimético. El grueso del volumen se
divide en dos partes. En la primera se aborda inicialmente la cuestión general
de la creación artística no mimética en lengua española en la península en
relación con el elemento mágico, poniendo énfasis en “el esencialismo” de las
teorías de lo fantástico dominantes, la marginalización de la cultura española
en la modernidad y la importancia de la hibridación a la hora de incluir
aquellas obras literarias y artísticas en general que han sido desplazadas del
foco de análisis de lo fantástico. El siguiente apartado aspira a perfilar un
“fantástico nacional” español partiendo de la obra pictórica de Goya, la
narrativa y el ensayismo de Blanco White, influenciado notablemente por el
legado oriental, y la comedia de magia impulsada por el empresario
francoespañol Juan Grimaldi, y en particular su incursión en el panorama
escénico con La pata de cabra. Cierra la primera parte una sección que
problematiza la recepción de la obra de E.T.A. Hoffmann en la literatura
española, mostrando las diferentes vertientes de la misma, su desarrollo y sus
contradicciones a través del cuestionamiento irónico de Antonio Ros de Olano,
contexto en el cual Payán realiza un brillante análisis del relato “El
escribano Martín Peláez, su parienta y el mozo Caínez”, y a través de las
opiniones literarias de un José Zorrilla que explora lo no mimético anclado en
las creencias propias del catolicismo de su tiempo.
La segunda parte de Los conjuros del asombro
continúa con el análisis de una tradición no mimética propiamente hispánica no
solo por la lengua de escritura, sino, como argumenta Payán, por unos rasgos
que determinan en España una configuración diferenciada respecto a lo
fantástico como forma histórica establecida por la crítica de las últimas
décadas y convertida en hegemónica en el ámbito occidental. Así, en el primer
apartado se examinan relatos diversos bajo el signo del pasado andalusí y las
implicaciones orientalistas e incluso melancólicas de ello, en buena medida en
conexión con los relatos alhambrinos y el “Rip van Winkle” de Washington
Irving, en concreto “El alcázar de Sevilla”, de Blanco White, “El serrano de
las Alpujarras” de Jorge Montgomery, “Los tesoros de la Alhambra” de Estébanez
Calderón y “Los gnomos de la Alhambra”, un poema narrativo de Zorrilla poco
estudiado en comparación con el la mayoría del resto del corpus escogido. La
segunda sección de esta parte del libro se aproxima a piezas muy variadas de la
literatura española, no solo del siglo XIX puesto que, además de la
antinovelística de Ros de Olano en El doctor Lañuela y El caballero
de las botas azules de Rosalía de Castro, examinados de manera excelente
por el autor, uno de los apartados aborda “los retornos fantásticos” de
Francisco de Quevedo. De hecho, estos textos y otros que aparecen mencionados
se aúnan desde la mirada de lo grotesco y la desrealización de la realidad, en
las que el propio Quevedo y también Cervantes serían referentes anteriores a la
época en que focaliza el volumen de Payán, pero que ayudan a sostener su
argumentación en relación con el desarrollo de una fantástico decimonónico que
se nutriría de las grandes fuentes de las letras españolas del Siglo de Oro. Resulta
de particular interés el análisis que se lleva a cabo de la composición de la
autora gallega, composición que Payán pone en relación directa la antinovela de
Ros: “ambos escritores se sitúan en un espacio común de praxis diferencial de
lo fantástico, que se aparta de los maestros exógenos del género como Hoffmann,
Poe o Mérimée […]” (255). La sección que culmina esta segunda parte del libro
se asoma a las influencias de la metafísica cristiana y una determinada visión
de la muerte a través del tópico literario adoptado y difundido por Calderón de
la vida como sueño. Aquí se toman en consideración la figura de Fernán
Caballero, de la cual se aborda “La hija del sol” desde una perspectiva de
género, como relato protofeminista, el antigalicismo que se deriva de la
lectura de “El Amigo de la Muerte” de Pedro Antonio de Alarcón, es decir, como
respuesta al “dominio cultural” de Francia en las letras españolas coetáneas, y
el relato “Las aventuras de un muerto”, de Gaspar Núñez de Arce, en que, como
señala el autor, aparece un demonio inusitadamente original para la época.
La coda final, titulada “Contar su historia”, presenta
una serie de argumentos que Payán desarrolla con el objetivo de refrendar su
tesis fundamental: “La historización vigente de lo fantástico (así como la de
movimientos, tales como Ilustración o Romanticismo, entre otros) ha perpetuado
una narrativa según la cual los países fuertes o hegemónicos se han
representado a sí mismo como faros de cultura y al resto del mundo como locales
de recepción pasiva y de atraso. Dentro de estas coordenadas, lo fantástico ha
servido como herramienta y contrafuerte para la legitimación del poder” (336).
En este sentido, se critica al espectro de investigadores/as que han dado por
bueno el postulado “exógeno” y que, por lo tanto, habrían deslegitimado en
parte el potencial creativo de lo no mimético surgido en España por canales que
no pasarían por la concepción dictada de lo fantástico también por una crítica
extranjera. En estas páginas finales Payán pone especial hincapié en la
ausencia de una crítica abierta hacia el hecho de que el lugar de la
enunciación de lo fantástico (a nivel de construcción teórica) y el lugar de la
cultura (la producción literaria en esta modalidad) hayan gozado de “una
identidad absoluta” (340), siendo también una forma de entender la civilización
que evoca las jerarquías de poder de toda colonización; igualmente, plantea la
falta de sentido y de rigor académico que supone no tener en cuenta, en los
estudios mainstream, todo el panorama anterior al marco de la
Ilustración en que nace lo gótico como prefiguración de una línea, a su
entender, de lo fantástico dominante, como si anteriormente –afirma Payán– no
hubiera habido muestras, prefiguraciones u formas alternativas de
fantasticidad. El autor también lanza propuestas de cara a futuras investigaciones,
como por ejemplo “crear conexiones entre Latinoamérica y España, entre la
literatura peninsular y las de la periferia (sea en Europa o el resto del
globo), y entre las literaturas en español y las de las demás lenguas ibéricas
[…]” (356).
Las disquisiciones de Payán giran en torno más de los
nacional, es decir, de las relaciones de poder entre diferentes sistemas
literarios nacionales, que sobre la cuestión creencial, que aparece
esporádicamente, pero sin ser el foco de atención, sino más bien un componente
más de la los textos que el autor enfatiza en determinados momentos sin
otorgarle un papel protagonista. En este sentido, en el estudio se aplica una
perspectiva basada en las teorías poscoloniales o decoloniales para dar sentido
a la marginalización de la cultura española y a su sumisión a modelos foráneos
que acaban siendo asumidos mayormente en formas híbridas. Para ello se
fundamenta en planteamientos de Homi Bhabha en relación con “el lugar de la
cultura”, pero también adopta la noción de la denominada “anxiety of
influence”, que emplea Harold Bloom en su estudio homónimo. Por otro lado, el
autor subraya en repetidas ocasiones el valor primordial del enxiemplum
XI de don Juan Manuel, que despliega una situación imposible desde el punto de
vista temporal ligada a la carrera del deán de Santiago, un valor que sería
representativo de una vía de lo no mimético propia del ámbito hispánico y que
se desarrollaría más o menos autónomamente en el tiempo, aunque siempre en
relación intertextual con otras literaturas.
Tras este repaso somero,
quisiera plantear algunas objeciones que no desmerecen para nada el magnífico
trabajo de investigación historiográfica y de reflexión teórica que firma
Payán, sino que pretenden complementarlo para ampliar en la medida de lo posible
las miras del asunto. En primer lugar, la concepción de lo fantástico a nivel
occidental peca de diversas contrariedades y de diversos inconvenientes, pero
seguramente entre los más fragosos no está el de disponer de una definición
homogénea, indistinta y argumentada que pueda encabezar un discurso hegemónico
desde un punto de vista académico. En este sentido, cabe recordar que las tesis
de Todorov que lo limitaban al resultado de una duda han sido ampliamente
descartadas, mientras que en el mundo anglosajón domina el concepto de lo fantasy,
un cajón de sastre de escasa aplicabilidad analítica donde incluso aparecen
modalidades ajenas a lo estrictamente no mimético, a la vez que en muchas
ocasiones en que en español usaríamos el adjetivo “fantástico”, en la
bibliografía en inglés prefieren usar la palabra “gótico” (o “neogótico”), como
marca de una tradición propia que consideran fundamental para entender la
literatura anglosajona contemporánea. Por otro lado, puede sorprender el uso
por parte de Payán de determinados planteamientos de Bloom, un estudioso que se
ha caracterizado por aplicar en sus análisis un elevado grado de etnocentrismo
(concentrado aquí en la figura de Shakespeare, casi el demiurgo del ser humano
moderno a su modo de ver), de tal manera que llegó a despreciar con el vocablo
“resentidos” a aquellos sectores de la investigación académica que actuaban
desde posicionamientos no hegemónicos, entre otros los estudios de género o
poscoloniales, siendo esta última opción clave en la construcción del
ensamblaje teórico que da cuerpo a Los conjuros del asombro. En este
sentido, el tratamiento de la cultura española como una entidad colonizada
puede provocar rechazos por los dos lados del espectro ideológico: tanto los
sectores que no entenderán esta ubicación para su cultura nacional, como los
sectores que teman una esencialización de la producción estética de un país
determinado (aquí, la cultura española de expresión castellana, extensible
seguramente a las otras culturas peninsulares del siglo XIX). Por último,
acerca de las controversias en cuanto a la configuración terminológica de lo
maravilloso y lo fantástico, desgraciadamente el espacio disponible en esta
reseña no permite señalar –ni mucho menos explicar– los puntos y las cuestiones
a desarrollar para presentar una caracterización que tuviera en cuenta la
complejidad y el valor de los argumentos de Payán.
La redacción y el aspecto
ortotipográfico del volumen aquí reseñado son casi impecables, con la salvedad
de alguna reiteración de términos en posiciones próximas o alguna repetición
que altera la gramaticalidad de ciertas oraciones. Cabe señalar que, en un
estudio en el que se explicitan los peligros de la dependencia de fuentes y
culturas extranjeras, extraña que se usen algunos (muy pocos, no obstante)
anglicismos que están penetrando en la lengua española y todavía no han sido
aceptados por la RAE, como “agenda” en el sentido de intenciones de tipo
político, también de política cultural.
En definitiva, el libro Los
conjuros del asombro constituye una nueva pieza fundamental en los estudios
sobre la creación literaria y dramatúrgica decimonónica que se mueve por los
cauces de lo no mimético. Payán contribuye a romper con ciertos estereotipos,
como el que considera lo maravilloso y lo fantástico como modalidades
intrínsecamente vinculadas con las tendencias políticas conservadoras, puesto
que ni en cuanto a la intención del autor o autora (siempre que esta sea
abordable desde un punto de vista académico), ni en la lectura del relato en su
contexto es imperativo llegar a dicha conclusión: Blanco White, Montgomery y
Estébanez Calderón, por ejemplo, trazan en sus relatos escenarios que se
revelan como claramente progresistas tras el análisis (Payán concluye que “«Los
tesoros de la Alhambra» permite ser leído como la fruición del proyecto
establecido años atrás por José María Blanco White” [201]), mientras que
incluso figuras que destacaron por tomar posiciones de derecha ultracatólica,
como Fernán Caballero, pueden firmar textos poco congruentes con dicha
ideología, en este caso el relato “La hija del sol”. Este estudio, pues,
constituye una aproximación que no dejará indiferentes a los/as especialistas
en la cuestión y que sin duda servirá de excelente plataforma para establecer
futuros debates y diálogos sobre el desarrollo de las diferentes formas
literarias de lo imposible y cómo estas se concretan posteriormente a nivel
teórico; en consecuencia, la aportación de Payán supone un avance significativo
acerca de los límites de lo fantástico que esperemos que llegue a presentar
batalla más allá de las fronteras del mundo hispánico.
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