Notas
sueltas sobre el “apropiacionismo crítico” de Javier García Rodríguez
Notes on Javier García Rodríguez's "critical appropriationism"
Laro del Río Castañeda
UNED
https://orcid.org/0000-0003-1127-7200
Recibido:
11/11/2023
Aceptado:
18/11/2023
DOI:
10.30827/impossibilia.262023.29386
Resumen
Este artículo ahonda en la propuesta apropiacionista del
teórico de la literatura y escritor Javier García Rodríguez. El apropiacionismo
nos anima a repensar nociones centrales en los estudios literarios, como la de
canon, originalidad o intención autorial. En su aplicación al género académico,
hace evidente la compleja red de convenciones sobre la que construimos el
conocimiento humanístico. Así, mediante el humor y el extrañamiento, la obra de
García Rodríguez pone en cuestión los métodos clásicos de la investigación
universitaria y sugiere nuevos caminos, entre lo literario y lo crítico, para
renovar el modo en que teorizamos sobre la ficción.
Palabras clave: teoría literaria, apropiacionismo, teoría
de la ficción, humor, extrañamiento, Javier García Rodríguez.
Abstract
This article aims to explore appropriation as an
esthetical response used by literary critic and writer Javier García Rodríguez.
Appropriationism invites us to reconsider nuclear Literary Studies notions,
such as canon, originality, or authorial intention. When applied to academic
genres, it shows the complex web of conventions upon which we build humanistic
knowledge. Thus, through humor and defamiliarization, García Rodríguez’s work
questions the traditional methods of university research and suggests new paths
– between the literary and the critical fields – to update how we theorize
about fiction.
Key Words: Literary Theory, Appropriationism, Fiction
Theory, Humor, Defamiliarization, Javier García Rodríguez.
La belleza
es una cualidad consustancialmente asociada al arte de sorprender.
Guillermo Lorenzo, De la música minúscula
En este artículo proponemos investigar una de las muchas
líneas estéticas que componen el programa de criticaficción (Del Río
Castañeda, 2017) o crítica creativa (Mora, 2018) del profesor universitario,
investigador y escritor Javier García Rodríguez.[1] Nos interesa explorar en
particular una faceta poco frecuente dentro de la crítica literaria española,
que se sitúa entre el análisis teórico y la creación literaria, y que el propio
autor ha denominado “apropiacionismo crítico”. Aludiremos a dos ejemplos
publicados en 2016 y 2022 para explicar la poética que esconden y sus
implicaciones tanto epistemológicas como estrictamente teóricas.
Para ello, vamos a
comenzar deteniéndonos brevemente en las características particulares del
apropiacionismo como técnica artística. No es lugar para realizar una historia
completa del concepto, por lo que simplemente señalaremos algunos rasgos
relevantes a la hora de enfrentarnos a nuestro objeto de estudio. Después,
ahondaremos en el peculiar método de trabajo teórico-literario de JGR, mezcla
de lo lírico, lo analítico y lo divulgativo. Por último, recurriremos a la
misma estrategia propuesta por este autor para intentar iluminar –decir
y mostrar a un mismo tiempo– sus ventajas poéticas y científicas.
El trozo de
la calle entre la obra de arte: apropiacionismo y rebeldía
Es bien sabido que el apropiacionismo –en una definición un
tanto general: insertar elementos convencionalmente no-artísticos dentro de una
obra de arte o en un contexto propio del arte– es una técnica que solo en
tiempos recientes, y con muchas reticencias, ha sido aceptada dentro del canon
occidental. Gracias a las vanguardias históricas, con el collage de
Picasso (Naturaleza muerta con silla de rejilla, 1912) y los ready-mades
de Duchamp (Rueda de bicicleta, 1913) como predecesores notables, el
apropiacionismo se ha granjeado una posición más o menos estable tras muchas
décadas de desarrollo y asentamiento, ante una crítica no siempre interesada en
bromas dadaístas y otros experimentos alejados de la tradición realista,
figurativa o “evidentemente” política y comprometida.
Esa distancia
entre crítica y apropiacionismo es, hasta cierto punto, comprensible. Al fin y
al cabo, las técnicas del apropiacionismo afectan íntimamente como mínimo a
tres de los criterios con que la historia de Occidente ha definido lo
artístico: la obra, el canon (entendido como contexto de recepción) y el autor.
En otras palabras: es una estrategia que busca contradecir o cuestionar las
herramientas habituales de los investigadores y reseñistas.[2]
Veamos brevemente
cómo afecta a esos tres criterios. Una de las principales maneras de actuar de
la apropiación es retorcer lo que corrientemente entendemos como “producto
estético”: cuestionar lo que solemos definir como obra de arte. Para ello, esta
práctica engarzada en la posmodernidad, epítome de la cita, la alusión y el
plagio, muchas veces juega a girarse y mirar su alrededor: no importa tanto el
objeto en sí, la “obra”, la forma intrínseca e inmanente, como el espacio
institucional que el objeto habita. Ante un cuadro apropiacionista, por
ejemplo, los aspectos del trazo, el color, la perspectiva, el sfumato,
la gestualidad, la composición… quedan relegados a un segundo plano ante el
hecho mismo de referir al cuadro símbolo del Renacimiento. No nos fijamos en
los detalles de la Gioconda “vandalizada” por Duchamp como nos fijamos
en los detalles de la Gioconda de Leonardo.
Esto no quiere
decir que lo formal sea intrascendente. Que, en su variante más conocida, se
pinte exactamente un bigote y una perilla y que se añada “L. H. O. O. Q.” son
rasgos fundamentales para apreciar la obra con hondura. Que Duchamp utilizase
la fotografía en vez de la pintura también es un dato interesante. Y que el
tamaño de la obra vanguardista sea el de una postal resulta muy significativo.
Pero queda claro que todos estos datos en primer lugar apelan a –o piden manifiestamente
ser interpretados desde– el contexto del mundo del arte: las normas,
tendencias, costumbres… que controlan, moldean y, en cierta medida, naturalizan
qué es arte y qué no (Martín Prada, 2001: 7, 12, 25-26).
En síntesis, si al
disfrutar a Leonardo podemos “pasar por alto” los detalles históricos y
contextuales en relación con la pintura (dónde se expone el lienzo, por
ejemplo), al disfrutar a Duchamp estos detalles se nos aparecen casi como parte
de la obra. Los prejuicios con que valoramos el arte, con que justificamos que
la Gioconda esté colgada en el Louvre y otros muchos cuadros de la época
no, emergen a la superficie gracias a la burla duchampiana. Tomamos conciencia
de las dinámicas museísticas, económicas, académicas, turísticas, etcétera, que
giran en torno a lo que, de otro modo, tal vez nos habría parecido una simple
pintura. Así, los límites de la obra de arte quedan emborronados. L. H. O.
O. Q. es mucho más que una fotografía: es, ante todo, una referencia
crítica, y su contenido se difumina y entremezcla con lo que está fuera de
ella.[3] El conceptualizar el
apropiacionismo desde esta óptica nos obliga a romper con el tópico de obra de
arte como objeto cerrado sobre sí mismo, eterno, universal, acabado. En
realidad, no es más que una mutación, un cambio con respecto a algo
anterior, una meseta –dirían, quizá, Deleuze y Guattari (2002)– dentro del
sistema tendente al infinito que es el rizoma.
El canon es el
segundo principio clásico que el apropiacionismo ha puesto en tela de juicio.
No solo porque, como acabamos de comprobar, este tipo de actividad estética
critica las jerarquías aristocráticas con que se ha valorado lo museístico,
sino, también, porque se erige en el continuum de la vida y el arte.
Tomar lo mundano –es decir, lo no-artístico– y hacerlo (pasar por)
sí-artístico,[4]
a veces encajándolo dentro de un artefacto más grande, a veces simplemente
recontextualizándolo en un entorno museístico o performativo mediante lo
paratextual, implicaba romper la última barrera: el objeto artístico dejaba de
tener esencia, un núcleo semántico que lo definiera como algo inherentemente
distinto del resto de cosas del mundo.[5]
Desde Duchamp y
Elsa von Freytag, de pronto, todo se volvió susceptible de elevarse a la
categoría de lo sublime. También lo aparentemente cotidiano y pedestre
(recordemos la lata de sopa de Warhol). Y, de alguna manera, todo se volvió
susceptible de derrumbarse y esparcirse por la bajeza de lo cotidiano (también
las grandes pinturas y las grandes esculturas clásicas).
Algo parecido
puede decirse del tercer polo de lo artístico: la autoría, con su subsiguiente
carga de destreza técnica, de oficio. El salto que existe entre el trabajo
individual, intencionado, y la realidad en su forma más bruta y natural,
indeterminada o incluso vulgar, conllevó una crisis en la concepción de la
creación poética que provenía por lo menos de Platón –con el artista inspirado
por los dioses, según el Ion–, que se mantuvo durante el clasicismo
–apoyado sobre el equilibrio horaciano del ars y la techné– y que
perduró más allá del siglo xix con
la figura del genio –el hombre diferenciado de la masa por una sensibilidad y
gusto especiales, subjetivamente excelsos y de expresión única–. Los “-ismos”
(con la apropiación como herramienta nuclear) también trataron de
problematizar, entre muchos otros, este dogma estético.[6]
Puede decirse, en
definitiva, que el apropiacionismo ayudó a la toma de conciencia de la
ideología estética prevanguardia: tanto en lo referente a retóricas
sociales-institucionales, como a lo tocante al fondo y la forma de la obra de
arte y al papel del artista creador. Ante los envites surrealistas, dadaístas,
futuristas… de principios de siglo xx, el
canon empezaba a desmoronarse, las funciones de las instituciones archivísticas
y de preservación del patrimonio eran puestas en duda (Groys, 2016: 10), la
tradición perdía su fuerza, la élite abandonaba su superioridad cultural… Y la
teoría estética entraba en crisis.
Pero aquí no
estamos interesados en cuestionar el papel de los museos, en investigar la
variedad inherente a lo artístico o en pronunciar una loa a favor del Texto por
el Texto a la manera de Barthes (1994a). Solo queremos destacar el papel
anticanónico y comprometido consustancial a la apropiación, o al menos a esta
“primera” apropiación. En su crítica contra el sistema vigente, dio visibilidad
a lo invisibilizado: cuestionó aquello asumido como normal. El gesto rebelde de
la apropiación funde nociones escindidas, obliga a repensar las fronteras y
borra los límites habituales para volverlos a dibujar en otro orden y con otras
formas.
Contra
Aristóteles vivíamos mejor: apropiacionismo y universidad
Cabría pensar que, un siglo después de Duchamp, el
apropiacionismo en el arte, excepto en casos muy concretos, ha perdido su capacidad
de generar sorpresa y, en consecuencia, ha atenuado su potencial estético y
antisistema. Pero el apropiacionismo en otros espacios todavía puede
resultar chocante y, por tanto, creativo y renovador. Si, decíamos, es una
estrategia que juega a contrastar con los contextos y los marcos de pensamiento
más férreos e inamovibles, parece evidente que brillará más en aquellos lugares
donde no se le espera. Ámbitos muy ordenados, institucionalizados y
aparentemente seguros. Áreas donde el apropiacionismo nunca ha sido frecuente.
Así, el interés de la propuesta de JGR, según veremos, reside en haber incluido
esta práctica en el recinto de lo académico.
Este enlace entre
el museo y el artículo revisado por pares ciegos, entre el lugar donde la gente
de la calle se relaciona con el arte consagrado y el lugar donde los expertos
más selectos prueban relaciones con el arte que está por consagrarse (y aquí prueban
guarda su doble sentido: las comprueban, las certifican, y las ensayan,
experimentan con ellas), esconde varios aspectos relevantes que merecen ser
anotados. Como es evidente, ambos espacios coinciden en su tema: el museo y la
academia se definen por el objeto que atesoran o investigan, que es la obra de
arte. Pero al mismo tiempo se dan algunas diferencias importantes, que hemos de
exponer para entender con mayor detalle los efectos del apropiacionismo
académico.
Por un lado, en el
museo es el artista quien actúa; en la academia, en cambio, es el no-artista
por definición, el que queda fuera del arte y mira desde una perspectiva
distanciada, quien toma la pluma. Así, cuando el profesor universitario decide
actuar como Duchamp (o como un artista pop o…), está asumiendo un papel que
tradicionalmente le ha sido negado por oposición: pasa de ser un observador
pasivo a ser un creador activo. De este modo, el apropiacionismo en la academia
arrastra la reivindicación de repensar los límites de lo estético a la manera
en que lo hicieron las Vanguardias Históricas (¿es el objeto de la calle arte
potencial?), pero en un terreno muy concreto (¿es el ensayo teórico literatura
potencial?), explotando sus detalles particulares.[7] Esto lo explicaremos con
algo más de profundidad en el siguiente apartado.
Por otro lado,
quien disfruta del museo es, en un sentido ideal, toda la ciudadanía; sin
embargo, la academia produce un objeto de alcance muy limitado, al que solo
suelen acceder receptores expertos (otros académicos, artistas, élites
culturales). Por ello, la decisión de llevar un fragmento de “calle” a las
alturas institucionales de la universidad también supone revelar el carácter
teórico de lo coloquial. El hecho de que el grueso de la población no maneje
con soltura el léxico técnico no quiere decir ni mucho menos que no tenga unos
criterios y unas intuiciones estéticas de gran valor, eso que McLaughing (1997)
llamaba teoría vernácula. En las pequeñas reflexiones cotidianas, en la
manera en que las personas sin estudios específicos sobre humanidades consumen,
disfrutan, piensan y hablan sobre las obras de arte, es fácil encontrar ideas
productivas en el terreno teórico. Y es importante que no se caiga aquí en el
paternalismo: no pensamos en ideas sueltas, inconscientes, que el académico ha
de recoger con su oído entrenado y pulir con terminología precisa para
encauzarlas dentro de las direcciones de publicación de una revista de cuartil
uno. Creemos honestamente que el papel de la calle es mucho más fundamental: ha
de ser el termómetro de la academia, el síntoma de que nuestra labor tiene
algún sentido. Para empezar, porque es donde se comprueba que las ideas nuevas
y aceptadas en las universidades (también los pronósticos y los avances hacia
innovaciones y mejoras) efectivamente han llegado a la sociedad; y para
seguir, porque es allí donde hemos de validar nuestras teorías, donde la
realidad acepta o no aquellas hipótesis que tan fáciles son de defender en
papel, pero que no siempre encajan con el ritmo mundano.[8]
Así, el
apropiacionismo (en su origen, una línea que unía arte con cotidianeidad),
cuando es llevado a la academia, despliega un perfil peculiar que transforma la
raya en triángulo. Al doble eje inicial hemos de añadir una nueva relación
arte-teoría y cotidianeidad-teoría. Pone sobre la mesa una nueva manera de
entender la teoría, ni tan aséptica, objetiva, científica, pasiva (la teoría
flirtea con el arte); ni tan elevada, culta, paternalista (la teoría también
nace en las calles). Es hora de admitir que los límites del pensamiento teórico
están mucho más diluidos por entre el resto de actividades de nuestra vida de
lo que podría parecer, y que sus ideas pueden presentarse bajo aspectos
estéticos y con efectos que solo pueden ser descritos (y por ende analizados,
interpretados, disfrutados) como estéticos.
Pero aceptarlo es
solo el primer paso. Al igual que no se pudo crear arte igual antes que después
de Duchamp, la teoría también ha de marcar una ruptura después de estas
reflexiones. Aceptadas las premisas críticas del apropiacionismo, nos veremos
obligados a cambiar nuestras herramientas teóricas y a modificar nuestros
objetivos y metas. E, incluso, nuestras instituciones.
Mi teoría es
un poema: la criticaficción de JGR
Dado que existen otros estudios monográficos que intentan
explicar, en términos más generales, la compleja propuesta de Javier García
Rodríguez, varios citados en el presente texto, no vamos a detenernos aquí en
un análisis pormenorizado de toda su obra. Consideramos más relevante destacar
únicamente aquellos aspectos distintivos que se ven enfatizados en la práctica
apropiacionista universitaria.[9]
Gran parte de la obra de JGR, y creemos que aquí la
palabra obra es especialmente adecuada, se ha planteado en la misma
línea que acabamos de describir: encontrar arte en la calle, encontrar la
teoría en la calle, encontrar calle en el arte y la teoría, encontrar teoría en
el arte, encontrar arte en la teoría. Para ello, se ha optado por buscar modos
de escritura que no se amoldan a las fórmulas habituales de la academia. Según
hemos comentado, esa creatividad a la hora de hacer teoría literaria y crítica
sugiere otra manera de entender el papel del arte, la labor del teórico y, en
general, la razón de ser de todo el sistema cultural que organiza, salvaguarda
y “da esplendor” a los valores que hoy asociamos con lo estético (o en otras
palabras: que desplaza, oculta y ensombrece aquellos valores diferentes o
contrapuestos).
De todas las prácticas, el apropiacionismo crítico –el
texto cotidiano leído como teórico: el urinario en el museo– responde a una
intención lúdica e incluso humorística. Se busca en primer lugar la sorpresa,
el extrañamiento; y de este modo se intenta favorecer, tal y como se solicita
al comienzo de los dos textos apropiacionistas que aquí vamos a trabajar,[10] una actitud abierta y
activa por parte del lector:
Se propone que en un ejercicio de analogía y de
interpretación “oblicua” y, por qué no, lúdica, este texto sea leído como una
referencia a los contenidos básicos de la serie Los Soprano.
Durante el proceso deben ir llenándose los huecos de indeterminación que el
lector encuentre a su paso para hacer proyecciones de sentido más allá del
sentido literal. (García Rodríguez, 2022a: 69)
Señalemos algunas
cosas de esta nota de advertencia, que aparece casi idénticamente en los dos
textos que conforman nuestro corpus. Primero, detengámonos en la idea tomada de
Iser (1987) de “llenar huecos”: la exigencia de un lector activo, también
aplicada al mundo universitario. Lo mismo que una obra de arte no se puede
observar o leer con vagancia, de manera despistada o somnolienta (o por lo
menos estamos seguros de que la obra de arte no va a ser disfrutada igual de
bien bajo esos condicionantes), también es empobrecedor que el texto teórico
sea leído con cierta prisa y sin demasiado entusiasmo, pensando a veces más en
encontrar una cita útil o en llegar a una conclusión resumida que en descubrir
cuáles son los elementos narrativo-argumentativos concretos mediante los que se
desarrolla el pensamiento del autor o la autora. Cuando leemos los textos de
JGR tenemos que indagar, profundizar, reflexionar activamente, buscar las
sugerencias y detenernos en las connotaciones. Y tenemos, también, que añadir
de nosotros mismos, de nuestro bagaje personal, porque la teoría también es un
complemento a la manera de leer individual de cada uno.
En segundo lugar, la alusión a lo lúdico incide en un
tipo de recepción mucho más liviano. La comicidad y el juego consiguen rebajar
el tono en ocasiones demasiado altisonante de la literatura de investigación.
Precisamente hemos mencionado cómo hay una distancia entre usuarios expertos e
inexpertos, y esta diferencia muchas veces ha sido reforzada desde un
sentimiento de clase (cultural) que culmina en un elitismo sin sentido ni
justificación real.[11] La inclusión del humor
–una estrategia muy típica en el JGR escritor y en el JGR académico, si es que
son dos y no uno solo– ofrece otras posibilidades, acepta una mirada más amable
y entretenida. Entiende, incluso, que un texto académico puede ser agradable y
gustoso de leer.
Además, también es importante que lo cómico derive en la
apertura hermenéutica de la obra. La comedia se sitúa entre lo literal y lo
irónico, lo dicho y lo contrario a lo dicho. Se toma muy en serio su tema,
porque ha decidido hablar de ello –y sabemos desde Grice (1975) que ese gesto
exige nuestra cooperación comunicativa–, y al mismo tiempo se lo toma a broma.
Están inundados de una “indeterminación semántica” (Calles Hidalgo, 2018: 181).
Sin duda, el humor aquí supone una reivindicación de la ambigüedad
interpretativa de la teoría: un recordatorio de que los textos, incluso los
aparentemente científicos, analíticos, objetivos…, no son nunca rectos. Más
bien permiten ser leídos de forma oblicua, por utilizar un término del
propio JGR.[12]
Y todos estos rasgos, recordemos, no han de aplicarse
solo a estos dos textos. Al borrar fronteras y difuminar géneros, al hacer
hincapié en cómo estamos leyendo algo aparentemente no teórico y, al mismo
tiempo, en cómo estamos leyendo algo que sí es teórico, se nos llama la
atención sobre posibles ideas escondidas en otros discursos habituales. El
carácter lúdico no desentona con la escritura universitaria: deberíamos
disfrutar leyendo artículos de investigación y estar abiertos a su ambigüedad
interpretativa. Al mismo tiempo, el discurso (teórico) de la calle resulta no
ser tan sencillo como podía parecernos: la multiplicidad de lecturas y el
resquicio de lo cómico son también connaturales a los elementos corrientes, a
las conversaciones cotidianas.
Cuando en “LYRICA® (patología y tratamiento)” –texto que también comienza
con una nota al pie muy similar a la ya citada– JGR se apropia de un prospecto
médico, nos pide que tengamos en cuenta los textos que no están pensados
siquiera para leer con detenimiento, escritos con letra pequeña, enterrados
entre tecnicismos químicos y que apelan a mundos alternativos (posibles efectos
secundarios). Incluso en los discursos más rígidos, limitados por las
normativas europeas y nacionales del medicamento, es posible hallar poesía.
Algo parecido, en otro campo lingüístico-social, sucede con “La belleza de la
violencia”: el poème trouvé (reformulamos la expresión de Cussen, 2013:
17) husmea por los foros de internet para encontrar entre faltas ortográficas y
de coherencia un nuevo sentido, o muchos nuevos sentidos. Lo que solemos
considerar escritura burocratizada o bajeza estilística es aquí otra forma de
desviación literaria o extrañamiento estético.
Pero quizá lo más importante de todo esto es que García
Rodríguez no solamente teoriza, sino que decide imprimirlo sobre el papel. Ese
es posiblemente el gesto clave de JGR. No solo propone atacar el sistema
establecido: lo ataca de facto, retorciéndolo, buscándole las
cosquillas y poniendo un pie a cada lado del abismo (fuera y dentro, en un
equilibrio arriesgado). JGR lo dice sin cortapisas en sus textos más
académicos[13]
y, al mismo tiempo, lo demuestra en proceso, busca activamente otras
formas y otras vías de expresión –y así también otros contenidos y otros marcos
de pensamiento– en textos más alejados del estilo académico, pero no menos
incisivos y profundos en su componente teórico. Este es el paso extra que
requiere la teoría: no quedarse (si se me permite la repetición) en la teoría,
pasar a la práctica. Avanzar hacia una escritura “repulsiva”, paródica, satírica,
contaminada, simbólica y frágil (Sánchez Ungidos, 2021: 19), que termine
cuestionando, en el fondo, su propia epistemología.[14] Se intenta de este modo
recuperar y aplicar el modo de entender la investigación que ya había
defendido Barthes: la escritura teórica como constante rebeldía antisistema y antidoxática,
que se revuelve contra sus principios nada más estos se asientan y acomodan.
“¿Y qué es la teoría? No es ni una abstracción, ni una generalización, ni una
especulación, sino una reflexividad” (Barthes, 1994b: 211).
Una
vanguardia mutatis mutandis: ser original en la segunda revolución
Hay un aspecto importante que todavía nos queda por
comentar. Es posible que no haya pasado desapercibida la alusión, un par de
párrafos atrás, a los conceptos desviación y extrañamiento.
Remiten a principios del siglo xx,
al tiempo, precisamente, del desarrollo de las Vanguardias Históricas. A su
lado también han aparecido las pretensiones antidoxáticas de Barthes
–que tan bien supo aplicar hace ya medio siglo– y otros nombres y nociones de
la teoría, tal vez más recientes, pero igualmente conocidos (y con esto
queremos decir: consagrados, no novedosos). Una pregunta que nos parecería
natural a estas alturas podría ser la siguiente: ¿qué ventajas ofrece ahora
la vuelta a una rebeldía ya formulada y, de alguna manera, ya llevada a cabo?
Dado el puñetazo en la mesa, hecha la revolución, ¿para qué seguir con la
recontextualización de textos de la calle a la academia? ¿Por qué aquella
iniciativa no se dio por terminada en sus comienzos, con “LYRICA® (patología y
tratamiento)” ? ¿No es la repetición de la vanguardia –“La belleza de la
violencia” incluida– un gesto, en el fondo, de conservadurismo?
Creemos que una
clave para disolver esta paradoja la aporta Fernández Mallo al explicar cómo el
apropiacionismo, más allá de una técnica de choque, incluye, en su grado
mínimo, todo descubrimiento humano. La creatividad, según este autor, no radica
en encontrar la otredad. Al contrario: la creatividad supone una recolocación
de aquello que ya poseemos: “descubrir es, literalmente, hacer un
descubrimiento, construirlo” (2020: 84). No es quitar un velo, sino generar
nuevas correspondencias. Todo gesto poético esconde una novedad, una nueva
manera de organizar lo previamente conocido. Huelga aclarar, por tanto, que la
propuesta de JGR no es idéntica a otras propuestas anteriores. Jamás podría,
incluso –o precisamente– en un caso como el apropiacionismo.
Además de la
importancia de tomar cada obra en particular, hay una segunda razón por la que
el apropiacionismo puede mantenerse como práctica legítima dentro de la teoría
próxima, por mucho que esto la aboque a cierta estandarización,
institucionalización, homologación… en apariencia contradictoria: la obra
apropiacionista funciona como recordatorio necesario de que las ideas
que hemos venido defendiendo hasta el momento todavía no han sido admitidas
como plenamente válidas, no son populares entre expertos e inexpertos de la
teoría. Si así fuese, simplemente estas obras carecerían de sentido, de punch
lírico, cómico o artístico.
Como tercer
argumento, también hay que admitir que el apropiacionismo es una metodología
útil que puede contribuir y complementar otros marcos epistemológicos.
Es decir, que Duchamp no niega a Leonardo, sino que lo enriquece. Que JGR no
anula la eficacia del medicamento LYRICA®, sino que lo dota de un doble sentido
acumulado.
Así, el
apropiacionismo no se agota en el movimiento rebelde, sino que propone una
forma no-lógica o paralógica (que no equivale a ilógica) de entender la
realidad cultural y su estudio que va mucho más allá del shock inicial e
histórico de los años diez, veinte y treinta del siglo pasado. Nadie pone en
duda que todavía hoy las vanguardias son legibles, comprensibles, interesantes
y, en muchas ocasiones incluso retadoras. Puede considerarse ya que el arte pop
se ha asimilado en el sistema de las galerías y ferias (un fenómeno, por otra
parte, que sigue generando interesantísimas hipótesis sobre el funcionamiento
de la figura autorial, el horizonte de expectativas o la didáctica de la
estética, entre muchos otros conceptos teóricos), pero eso no significa que
Warhol haya perdido su potencial significativo. Todavía se escribe sobre él y
su obra, si es que es posible diferenciarlos entre sí, y ambos permiten
reinterpretaciones sugerentes desde la contemporaneidad.
Quizás, entonces,
el problema radique en cómo entender la provocación. La provocación no puede equivaler,
al menos en este contexto, a la originalidad (a la originalidad radical, de
raíz, absoluta, que sabemos que no existe).[15] La provocación tampoco
puede ser limitada a un gesto: es una técnica que incita ciertos tipos
de recepción y que se activa en el justo momento de la lectura, aquella que no
se satisface con lo literal o lo sencillo. Recordemos que la apropiación
construye nuevas relaciones, y que eso implica construir nuevos “huecos de
indeterminación”. El apropiacionismo nos despierta, nos anima a pensar, nos
hace sentir la experiencia estética en primer plano, tal vez hasta nos recuerda
interpretaciones pasadas: su fuerza significativa no se desinfla.
Belleza (y) crítica: un análisis de la figura artística-teórica de JGR y
su apropiacionismo
Llegados a este punto, surge indudablemente una
ambigüedad epistemológica. La descripción más o menos académica que se está
llevando a cabo en estas páginas responde sin duda al tipo de estudio que quizá
García Rodríguez no critica en su totalidad, pero que seguro que cuestiona en
parte. Por supuesto, sugerir que existen otros acercamientos teóricos a la
actividad creativa, se entienda lo que se entienda por esta actividad, se
mezcle con lo que se mezcle, no impide continuar manteniendo las herramientas que
tan útiles nos han sido hasta la actualidad. Pero parece más interesante, y
casi diríamos que más coherente, estudiar académicamente las ideas
metodológicas de JGR empleando también las ideas metodológicas sobre la
academia propuestas por el mismo JGR. Así las cosas, es momento de analizar el
corpus desde sus mismos términos, aunque mediante nuestras posibilidades
particulares. Incluimos a continuación un acto apropiacionista más o menos
análogo al que plantea JGR recuperando, recontextualizando y publicando sin
comentarios ni glosas en una revista académica algunos fragmentos de texto no
académicos pero que vibran por simpatía con la firma del autor implícito.
Ahora bien, ya
dijimos que no pueden existir dos gestos exactamente idénticos. A diferencia de
JGR, que subraya el carácter azaroso de sus hallazgos, nosotros vamos a
convertir el apropiacionismo en una mecánica de trabajo con el fin intencionado
de provocar desvíos interpretativos. Vamos a forzar el extrañamiento y a
incitar a la lectura oblicua, al lado de otros tipos de lectura más analíticos
y tradicionales.
La pluralidad de
resultados que arroja Google al escribir “JGR” nos indica, antes que nada, que
estamos ante un objeto de estudio –por así decir– con muchas facetas, difícil
de entender en su conjunto. Parte del trabajo del artista –en el caso
apropiacionista, tal vez el más importante y prácticamente el único, junto con
la selección del nuevo espacio de difusión y todo lo que tiene que ver con
generar una imagen autorial y erigir un horizonte de expectativas diferente del
cotidiano mediante paratextos más o menos cercanos a la obra en sí– consiste en
seleccionar qué realidad bruta volcar sobre el nuevo contexto. En un intento de
mantener la heterogeneidad que propone el motor de búsqueda y, también, de no
eludir las contradicciones e incoherencias con las que nos hemos topado, se ha
optado por incluir distintos fragmentos de varias páginas web.[16] Al fin y al cabo, ya
señalamos cómo una de las particularidades de García Rodríguez en general y del
apropiacionismo crítico en particular es la de no solo participar, sino también
enmarañar y solapar distintos ámbitos que la tradición cultural-administrativa
ha mantenido aislados en compartimentos estancos.
Tal y como ha decidido hacer en sus apropiaciones
críticas García Rodríguez, se ha optado por respetar la ortografía, la sintaxis
y la puntuación de los textos. Esperamos que resulten significativos –o al
menos que generen una actitud animada a encontrar lo significativo en lo
ordinario– y que ilustren, en todos los sentidos, tanto al autor JGR
profesor-investigador-teórico-poeta-ensayista-narrador (y que no se entiendan
estos adjetivos linealmente, sino entremezclados, juntos y revueltos) como la
herramienta útil para el estudio del arte en su vertiente teórica que es el
apropiacionismo crítico.
***
JGR Arquitectura – https://certificadodeeficienciaenergetica.com/profesional/33642
Rapidez en la realización del trabajo y
honorarios económicos. 23 años de experiencia en edificación. Flexibilidad de
horarios, incluso fines de semana, también en tarde y primeras horas de la
noche. Una vez hemos contactado, giro visita al inmueble, lo antes posible,
para la toma de datos. En el mismo día o al día siguiente máximo, redacto el
certificado y mando borrador al cliente. Realizo a continuación el registro
telemático en la Dirección General de Industria. Una vez obtenida la etiqueta
de calificación, y efectuado el pago por parte del cliente, le remite el
certificado completo + la etiqueta.
***
JGR de Ariel, World Standard Compressors – https://es.arielcorp.com/compressors/compressor-landing-page/jgr.html
El JGR es un
compresor reciprocante separable de tamaño medio. El JGR es un compresor que
puede utilizarse para proyectos de recolección de gas en pozos de tamaño
moderado. De fácil adaptación para el Paquetizador ya que funciona de forma
eficiente tanto con motores eléctricos como con motores de gas natural.
El JGR se ofrece en configuraciones de
hasta 860 BHP y se considera fundamental en yacimientos petrolíferos en pozos
de recolección convencionales y como compresores base para recolección
distribuida.
***
JGR Horse
Transport – https://www.jgr-horsetransport.com/quien-somos/jgr/
Cada historia de cualquier empresa ecuestre
exitosa se esconde detrás a un verdadero amante de los caballos. En el caso de
Javier Gualdo Romero su pasión por los animales en especial por los caballos
empezó desde muy pequeño. Nacido en una familia humilde con pocos recursos supo
desde bien pequeño cuál era su sentido de vida. Sus primeros contactos fueron
en una hípica cercana a la vivienda estival de la familia. A los 16 años, acabo
sus estudios y supo inmediatamente lo que quería hacer.
Comenzó a estudiar y a formarse en las
antiguas cuadras de la remonta en hospitalet [sic] del Llobregat, el antiguo
deposito [sic] de sementales de la yeguada Militar, tras su paso estuvo en
varios centros montando. Cuando cumplió 18 años y pudo comprarse su primer
coche y su primer remolque empezó de forma particular a llevar los caballos de
sus amigos a concursos, ferias.. [sic] Descubrió que podía [sic] disfrutar de
los caballos de otra forma que no solo era montar.
Javier tiene varios años de experiencia
en el transporte de caballos, sus inicios fueron en el 2013. Actualmente ha
visitado más de 10 países transportando caballos. Él siempre comenta que
gracias a los caballos ha podido conocer lugares que nunca podría haber visto y
que “Nunca tendré suficientes palabras de agradecimiento hacia los caballos
por darme esta oportunidad en la vida“.
***
Cita de
Terry Pratchett encontrada en la página web de JGR carpintería – https://jgrcarpinteria.es/
„Vosotros los
humanos sois expertos en pasar cosas por alto. Estáis casi ciegos y casi
sordos. Miráis a un árbol y veis… un árbol sin más, una hierba rígida. No veis
su historia, no sentís el bombeo de la savia, no oís a cada insecto de la
corteza, no sentís la química de las hojas, no distinguís sus cien tonos de
verde, los minúsculos movimientos con los que sigue al sol, el sutil
crecimiento de la madera…“
Coda
Dicho esto, merece
la pena preguntarse cuál es la diferencia entre la primera parte de este
artículo y la segunda, entre aquella redactada y estructurada respetando las
convenciones académicas y aquella montada mediante la apropiación. Si se piensa
con detenimiento, pronto se llegará a la conclusión de que ambas recurren a
estrategias muy parecidas: hay discurso en ambas, hay citas tomadas de aquí y
de allá, que nosotros volcamos en nuestro objeto de estudio (un objeto que
nació, quizá –o quizá no, qué importa– sin ser consciente de la existencia de
esas citas, con independencia de las teorías elaboradas previamente o por venir
que pudieran tratar de analizarlo y explicarlo).
Esas citas, hay
que destacarlo, no estaban pensadas para comentar los textos de JGR. En uno y
otro caso, tanto cuando citamos a Barthes como cuando nos referimos a Gualdo
Romero, amante de los caballos, estamos forzando una relación entre dos entes.
Porque no podemos hablar sin recurrir a esa distancia: no es posible nombrar la
realidad en sí, y por ende hemos de recurrir a signos más o menos concretos,
más o menos difusos, en su poder referencial. Iguales son la reducida separación
que une a JGR y Barthes y el ¿enorme abismo? abierto entre el escritor y el
cuidador de equinos. El contexto comunicativo se encarga de todo lo demás: nos
confirma, en virtud del principio de cooperación de Grice, que esa relación es
significativa, relevante.
La diferencia
entre la primera y la segunda parte de este estudio, así, no es una diferencia
cualitativa sino cuantitativa. Sostenidas ambas bajo la promesa de
sentido –la intención comunicativa inherente al mismo escribir y publicar–, una
es más convencional, más directa, posiblemente más “sencilla” de leer; otra es
más abrupta, más indirecta y seguramente exige al lector una actitud más
activa. De ahí que Fernández Mallo acabe describiendo el apropiacionismo no
como una técnica rara, distinta, otra, sino como una técnica semejante a las
tradicionales y canónicas, aunque “autoconsciente”: “pretendidamente, no oculta
sus materiales de construcción y de uso, sus referentes de inspiración no sólo
están a la vista sino que son en sí mismos la obra o parte de la obra” (2020:
212-213).
La violencia de la
práctica apropiacionista reside, pues, en poner de manifiesto los dogmas
aceptados en torno al mito de la creación (el genio demiúrgico, la inspiración
romantizada, la producción ex novo…). La realidad es mucho más sucia.
Toda creación es, en parte, robo, plagio, cita, deformación y copia imperfecta.
También en la lírica, y también en la teoría.
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Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons
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[1] En adelante
también JGR, siglas que, como bien se ha señalado (Gutiérrez Valencia, 2018; en
prensa), son una firma de artista, un autor implícito en sí mismas.
[2] Al poner en
duda los pilares sobre los que se sostiene la tradición académica, no solo se
aleja del gusto experto sino que también lo desafía. La respuesta natural ante
tal ataque, por parte de la élite que difunde y salvaguarda estos valores, es
la de rebajar la importancia del apropiacionismo y tacharlo como algo externo
al mundo del arte.
[3] Fernández
Mallo ha explicado con precisión este fenómeno mediante el concepto
(reapropiado de la termodinámica) de magnitud intensiva: “será realmente
un apropiacionismo activo y generador de formas nuevas cuando las partes
introducidas generen diferencias de intensidad” (2020: 96). El apropiacionismo
busca tomar una entidad ya existente y añadirle algo. Consideraremos esa
adición como artística cuando provoque “corriente”, cuando mueva los
significados de la entidad primera y los desplace hacia nuevos sentidos.
[4] Una idea
explorada en la época de las Vanguardias, aunque con menor desarrollo que en
autores posteriores como muestra Boris Groys (2016). Ya Shklovski (1992:60)
escribía sentencias como la siguiente: “La literatura vive expandiéndose sobre
la no literatura”. Sin duda, su definición de la desautomatización
–concepto central en la poética del formalismo ruso– camina en la misma línea
de las magnitudes intensivas de Fernández Mallo.
[5] Si bien no
estamos demasiado de acuerdo con la propuesta esencialista que propone en su
artículo, el concepto ontología débil de Rodríguez Posada (2021) nos
parece muy oportuno para el presente análisis de no-literatura (académica).
[6] Hemos de
admitir que en la actualidad perdura la idea de que entender al Autor, pese a
su muerte proclamada por Barthes y a su descomposición en función social
propuesta por Foucault, todavía es requisito fundamental para entender mejor la
obra. La genialidad aún es, sobre todo entre usuarios inexpertos pero también
entre gran parte de la comunidad universitaria, un criterio definitorio de lo
artístico. Así se perpetúa en los libros de texto y en muchos manuales de
historia de la literatura, de raíces biografistas en su mayoría.
[7] Resulta
imprescindible entender que el apropiacionismo, como cualquier técnica,
práctica, género, formato…, no funciona siempre exactamente igual: cada obra
apropiacionista presenta unas características particulares que han de ser
analizadas individualmente en un ejercicio de close reading. Los textos
de JGR no pueden parecerse a otros textos teóricos
apropiacionistas cualesquiera: no usan las mismas palabras, no toman la misma
realidad bruta, no están reubicados en el mismo contexto, no generan el mismo
autor implícito, no exigen el mismo lector implícito… Por tanto, su “mensaje”
tampoco puede ser exactamente el mismo.
[8] Además,
existe igualmente una influencia en dirección opuesta: los intereses de la
calle también deciden en qué se investiga. El investigador es incapaz de
abstraerse del hecho de que vive en la calle como cualquier otra persona y, por
más que sepa que los tiene y los atenúe, no puede dejar de sufrir muchos de los
prejuicios que sufre el resto de la sociedad.
[9] Merece la
pena anotar que el apropiacionismo ha sido señalado como uno de los rasgos
característicos de la generación, grupo o corriente afterpop o nocillera
(entre otros muchos lugares, por ejemplo, en Gómez Trueba, 2018), con la que,
de una u otra manera, se relaciona JGR. Sirva su novella, titulada Mutatis
mutandis: hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de
Propp al afterpop (o «nocilla, qué merendilla»), del año 2009 y reeditada
(2017a) en un volumen de “ensayos” (otro gesto de recontextualización), como
prueba de ello.
[10] En la
actualidad, JGR ha publicado dos textos académicos claramente adscritos a este
“género” o “práctica”. El primero, titulado “LYRICA® (patología y
tratamiento)”, fue incluido en la revista de la Universidad Autónoma de Madrid
–es importante subrayar el espacio institucional– Actio Nova: Revista de Teoría
de la Literatura y Literatura Comparada, en el año 2016. (Más adelante, fue
republicado en el mencionado libro Literatura con paradiña, 2017a). El
segundo, más reciente, constituye un capítulo del libro Andarse por las
tramas. Literatura y series de televisión, editado por Eolas y menoslobos
(2022a), bajo el título “La belleza de la violencia”. (Aunque el tema tratado
ya aparece en un trabajo anterior, En realidad, ficciones, 2017b).
Podría añadirse, más sugerido que expuesto, la alusión al artículo de mecánica
“Alucinante viaje al centro de un impacto en el parabrisas” incluido en un
capítulo de libro, “Fragmento mori…” (2022b), donde se insertan
fotografías de escaparates. Y es muy probable que queden todavía bastantes
fragmentos y oraciones reapropiadas sin incluir aquí. En el terreno de lo
(tradicionalmente considerado) literario, los ejemplos proliferan todavía más;
pero ese es un asunto distinto del que no cabe ocuparse en el presente trabajo.
[11] Ya señaló
Bourdieu (2010: 70) que l’art pour l’art, la rama más elitista del arte
(más hermética, más lejana de ese arte imbricado en otros rituales del día a
día), cumplió la función de dignificar al grupo social de los artistas ante una
situación de pobreza económica que los distanciaba de las clases altas. Los
bohemios responden a los burgueses con capital cultural, ya que no tienen otro
tipo de riqueza con la que destacar.
[12] Hay también
una idea mucho más retorcida y maliciosa detrás de esta ambigüedad (la cara negativa):
dándole la vuelta a las obras apropiacionistas de este autor, puede entreverse
una crítica a la supuesta altura y pertinencia de los escritos académicos.
Quizá algunos de ellos son tan interesantes y tan afinados como lo son las
opiniones en un blog cualquiera de varios usuarios que han comprado (o eso
dicen) una depiladora láser, tal y como aparecen en “La belleza de la
violencia”. Hemos de reconocer que el mundo académico a veces se siente algo
así: un círculo muy pequeño de personas hablando de nuestras cosas de la mejor
manera en que somos capaces, sin mayor impacto fuera de la selecta reunión.
[13] Con, por
ejemplo, aseveraciones como la siguiente: “Hay, a mi juicio, un ensañamiento en
el sostenimiento acrítico del storytelling teórico” (García Rodríguez,
2020: 24). Es decir, existe una tendencia por parte de los investigadores a
confiar en cierto tipo de relato conformista, y casi en utilizarlos como
estrategia de márquetin dentro de un mundo tan institucionalizado y determinado
por lo económico-laboral-burocrático como es la universidad.
[14] Y el viaje es
de ida y vuelta: “Lo que propone García Rodríguez, por tanto, es (re)construir
la dimensión estética de la teoría trasladada a la literatura, o sea, de
revalorizar la dimensión estética de la propia literatura, trasladada también a
la teoría” (Sánchez Ungidos, 2021: 24).
[15] La
posmodernidad ha hecho bandera del tópico: todo está dicho, todo está escrito,
la originalidad no existe (y, sin embargo, seguimos escribiendo y leyendo,
creando). Este artículo no tiene la pretensión de entrar a analizar el complejo
debate de la libertad creadora y la originalidad, pero merece la pena
recomendar los estudios de Aparicio Maydeu (por ejemplo, 2013) al respecto.
[16] Cada
fragmento viene precedido por un título informativo y el enlace a la página web
de procedencia. Todos ellos fueron revisados por última vez el 27 de septiembre
de 2023.