Josefina de la Torre vs. Laura de Cominges: una mujer moderna en la España de Franco

Josefina de la Torre vs. Laura de Cominges: a Modern Woman in Franco’s Spain

 

Isabel Navas Ocaña

Universidad de Almería

https://orcid.org/0000-0003-2599-0445

minavas@ual.es

Recibido: 22/06/2023

Aceptado: 29/09/2023

DOI 10.30827/impossibilia.262023.28329

 

 

Resumen

La nota que sobre su biografía redactó la poeta canaria Josefina de la Torre para Poesía española. Antología (Contemporáneos) (1934) de Gerardo Diego muestra a una mujer moderna, independiente, con estudios, a la que le gusta viajar, practicar deporte, frecuentar las salas de baile y de cine, y lo más importante, tiene ya en su haber para esta fecha dos poemarios publicados: Versos y estampas (1927) y Poemas de la isla (1930). Al finalizar la Guerra Civil, el nuevo régimen acabó con las libertades y los derechos conquistados por las mujeres durante la República. La moderna que había sido Josefina de la Torre hasta entonces se adapta a los designios del estado franquista y lo hace inventándose una nueva personalidad, la de Laura de Cominges, pero en esta Laura y en lo que firma (fundamentalmente novela rosa y policiaca) todavía hay, a mi juicio, mucho de la mujer moderna que fue antes de la guerra.

 

Palabras clave

Josefina de la Torre, Laura de Cominges, mujer moderna, posguerra, novela rosa, novela policiaca, cine.

 

Abstract

The note that the Canarian poet Josefina de la Torre wrote about her biography for Poesía española. Antología (Contemporáneos) (1934) by Gerardo Diego shows a modern, independent, educated woman who likes to travel, plays sports, goes to dance halls and cinemas, and most importantly, who already has published two collections of poems: Versos y estampas (1927) y Poemas de la isla (1930). At the end of the Civil War, the new regime ended the freedoms and rights won by women during the Republic. The modern that Josefina de la Torre had been until then adapts to the designs of the Franco state and does so by inventing a new personality, that of Laura de Cominges, but in this Laura and in what she signs (mainly romance and detective novels) still there is, in my opinion, a lot of the modern woman who she was before the war.

 

Keywords

Josefina de la Torre, Laura de Cominges, modern woman, postwar, romance, detective novel, cinema.

 

1. Josefina de la Torre, una mujer moderna

 Los avances del feminismo desde 1850 en adelante, relativos a la educación y a la consecución del voto, así como la Revolución Industrial y la Primera Guerra Mundial, que trajeron consigo la incorporación de las mujeres al mundo laboral, fueron factores determinantes en el surgimiento de la llamada mujer moderna durante las primeras décadas del siglo XX. Es el momento en el que las reivindicaciones de las sufragistas van, por fin, a obtener resultados, aprobándose el voto femenino en países como Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos, Noruega, Finlandia, Gran Bretaña, etc. (Offen, 2007).

La Revolución rusa concedió también el voto a las mujeres y propició el amor libre, lo que supuso un cambio considerable en las costumbres (Mangini, 2001: 74), un cambio que tardaría en llegar a España, aunque algunas de las llamadas modernas en nuestro país, como Carmen de Burgos, asumieron en su vida personal una libertad sexual que para la época resultó muy escandalosa y que, andando el tiempo, se convertiría en emblema del cambio en las relaciones entre hombres y mujeres.[1]

Además desde finales de siglo la presencia de las mujeres en las universidades es ya un hecho. En España, la Ley Moyano (1857), que propugnaba la obligatoriedad de la enseñanza primaria para niños y niñas y recomendaba la creación de las Escuelas Normales de Maestras, fue un paso de gigante para la educación femenina y abrió la puerta a la incorporación de la mujer a la universidad (Ballarín Domingo, 2001).[2]

Por otra parte, esta mujer moderna participó de la euforia por los adelantos técnicos y científicos descubiertos a finales del XIX y principios del XX, como el fonógrafo, el teléfono, la radio, el tranvía, el cine, el automóvil, el avión, etc. (Mangini, 2001: 30 y 75). Fue José Díaz Fernández uno de los primeros en vincular el maquinismo con el feminismo, puesto que las máquinas propiciaron un volumen menor de tareas en el hogar y, en consecuencia, a las mujeres se les abría la posibilidad de incorporarse más fácilmente al mundo laboral (2006: 342) y de tener otras opciones de ocio.

La urbe moderna con sus avances tecnológicos, sus bares y sus salas de baile, invitaba a las mujeres a “abandonar el ambiente claustrofóbico de las casas” para “disfrutar del vértigo de la velocidad” (Gómez Blesa, 2018: 413). No tardaron por ello en salir solas, sin carabina, en frecuentar cafés, terrazas y clubes, en acudir a las tertulias (Mangini, 2001: 32), como si de modernas flâneuses se tratara, haciendo propia la definición del artista como un flâneur, como un observador del espacio púbico, que Baudelaire formuló en Pintor de la vida moderna (1863) (Kirkpatrick, 2003: 226). Según cuenta Concha Méndez en Memorias habladas, memorias armadas (1990: 31 y 48), ella y Maruja Mallo se lanzaron a la conquista del Madrid de la época, protagonizando acciones simbólicas como la de quitarse el sombrero, que luego tanta fortuna han tenido en la crítica reciente (Batlló, 2016, 2018).

De igual forma, las modernas sintieron una gran atracción por los viajes, sobre todo al extranjero (Mangini, 2001: 78). De hecho, la mayoría fueron viajeras impenitentes, como en el caso de Carmen de Burgos, cuyos periplos por Marruecos como corresponsal de guerra y por Europa e Hispanoamérica son bien conocidos (Núñez Rey, 2005: 143-16, 295-346, 354-366). Y otro tanto podríamos decir de Concha Méndez, que escapó del yugo familiar marchándose primero a Londres y luego a Argentina en un barco mercante (Méndez, 1990).

Como consecuencia de todo esto, se asocian “el atractivo y la feminidad al movimiento y a la actividad” (Kirkpatrick, 2003: 221), y se pone de moda entre la burguesía adinerada la práctica del deporte, que ya en este momento se convierte en un espectáculo de masas, especialmente el tenis, el ciclismo y el fútbol (Gómez Blesa, 2018: 393-395). La célebre tenista Lilí Álvarez será finalista de Wimbledon en varias ocasiones, mientras que las poetas Concha Méndez y Josefina de la Torre serán campeonas de natación, y Ana María Martínez Sagi destacará en el lanzamiento de jabalina.

Esta nueva mujer más dinámica, amante de los deportes, de la velocidad, de los automóviles, de los espacios urbanos, acorta su falda y sus cabellos, y muestra un aspecto andrógino, sin tantas curvas. No en vano se la llama garçonne en Francia, maschietta en Italia y flapper en Inglaterra y Norteamérica (Mangini, 2001: 75). La moda cambia, por tanto, considerablemente y en ese cambio tuvo mucho que ver el cine. Las estrellas hollywoodienses popularizaron el hábito de fumar y de maquillarse, así como las siluetas estilizadas, los cabellos a lo garçon y las faldas por encima del tobillo (Mangini, 2001: 31).

Pues bien, para Poesía española. Antología (Contemporáneos) (1934) de Gerardo Diego, la poeta canaria Josefina de la Torre (1907-2002) redactó un texto titulado “Vida”, en el que ofrece una imagen de sí misma que responde a las premisas de lo que hemos descrito hasta aquí como mujer moderna:

 

Nací en la isla de Gran Canaria. Escribí mi primer poema a los siete años y desde entonces he seguido escribiendo. He sido siempre muy aficionada a la música y desde muy pequeña he cantado. Mis estudios de música fueron: violín, piano y guitarra. Con el primero toqué en la orquesta de un concierto a Saint-Säens en Las Palmas, y en el mismo, también el piano. He cantado en muchos conciertos y veladas benéficas de mi tierra. Recuerdo la celebrada en memoria de Pérez-Galdós. Se puso en escena La de San Quintín; representé el papel de “Rosario”. En 1932, en Madrid, he dado dos recitales, en el Lyceum Club Femenino y en la Residencia de Estudiantes. He tenido en mi casa durante tres años un escenario de cámara: mi Teatro Mínimo, del que fue director mi hermano Claudio. Se inauguró con su obra El Viajero, a la que siguieron Hacia las estrellas, de Andreiev, una farsa de Claudio titulada Ha llegado el barranco, La gran Catalina, de Bernard Shaw, y Jinetes hacia el mar, de Singe. En este teatrito debuté como recitadora. Mi primera visita a Madrid fue, siendo aún niña, en el año 1924, y aunque en los años siguientes hice otros viajes, no volví a Madrid hasta 1927, haciendo entonces mi primera visita a París. A fines de este año se publicó mi primer libro Versos y estampas. Así como dirigió Claudio aquel pequeño teatro, me guio en mis trabajos literarios siempre. Mi segundo libro, Poemas de la isla, se publicó en 1930. Actualmente tengo terminado otro, inédito. He publicado en Alfar, Verso y Prosa, Azor y Gaceta Literaria. Me gusta dibujar. Juego al tenis. Me encanta conducir mi auto, pero mi deporte predilecto es la natación. He sido durante dos años Presidenta del primer Club de Natación en mi tierra. Otras aficiones: el cine y bailar” (Diego, 2022: 853-854).

 

Josefina de la Torre habla de su afición al tenis y a la natación, de su gusto por el baile y de su fascinación por el mundo del cine y por los automóviles. No falta una relación detallada de los estudios de música que ha seguido desde niña, de los recitales en los que ha participado, tanto en el Lyceum Club Femenino como en la Residencia de Estudiantes, de su actividad teatral (la fundación del Teatro Mínimo con su hermano Claudio), de los poemarios publicados hasta la fecha e incluso de sus viajes a Madrid y a París. Tenemos, pues, el retrato de una mujer moderna, es decir, una mujer con estudios (en este caso musicales), que viaja, que practica deporte, que gusta del cinematógrafo, que frecuenta los nuevos espacios urbanos donde se baila, y sobre todo una mujer que escribe, canta y actúa, es decir, que participa activamente en el mundo cultural de la época.

Esta “Vida” de Josefina de la Torre recuerda la reseña que José Díaz Fernández escribió sobre Surtidor de Concha Méndez, una reseña que la consagró como poeta vanguardista y exponente de la modernidad:

 

 Concha Méndez Cuesta: veintitrés años, campeona de natación en los veraneos de San Sebastián, automovilista del Madrid deportivo, risa trepidante en las tertulias vanguardistas. Y, al fin, poetisa. Ésta es una muchacha actual, ceñida y tensa por el deporte y el aire libre (“Concha Méndez Cuesta, Surtidor”, El Sol, 29 de marzo de 1928; en Mangini, 2001: 177).

 

Aunque en ninguno de los dos casos se menciona de forma explícita el feminismo, la imagen de mujer independiente que ofrecen estos textos remite sin duda a él, a sus conquistas. Ya hemos visto que las reivindicaciones feministas son un componente fundamental de la mujer moderna, están en su origen, constituyen el germen de este nuevo modelo femenino.

            Por otra parte, es muy significativo el hecho de que el nombre de Josefina de la Torre aparezca en la antología de Gerardo Diego junto al de poetas consagrados como Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, y también junto al de otros escritores más jóvenes que constituirán después el núcleo central de la llamada generación del 27: Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, etc. Para el año 1934, cuando aparece la antología de Gerardo Diego, Josefina de la Torre ya ha publicado dos poemarios, el primero de los cuales, Versos y estampas (1927), contó con un prólogo de Pedro Salinas y fue editado por Manuel Altolaguirre y Emilio Prados como suplemento de la revista Litoral. No podía iniciarse en la poesía con mejores augurios. Poemas de la isla (1930) vino a confirmarla como poeta y fue saludado también muy positivamente (Garcerá, 2020a). En suma, Josefina de la Torre ocupa un lugar de relevancia en el medio cultural de la época y se le reconoce sin lugar a dudas su valía.[3] Es una mujer moderna, con protagonismo en la vida pública debido tanto a su condición de escritora como a su dedicación a la música (Siemens Hernández, 2007), al teatro (Ríos, 2007) y a otra actividad, el cine, en donde también probará fortuna.

Esta faceta de la biografía de Josefina de la Torre va a estar muy vinculada a su hermano Claudio de la Torre, quien, tras el éxito teatral cosechado con Tic-tac, firma un contrato como guionista y director con los estudios de la Paramount Pictures en Joinville y se muda a París en 1931. Josefina lo sigue pronto y empieza a trabajar allí en el mundo del doblaje. Pondrá voz a Marlene Dietrich en El Ángel Azul (1931) y a Dorothea Wieck en Un secuestro sensacional (1934) (Patrón Sánchez, 2021a: 140-141).[4] El cine fascinó a Josefina de la Torre, como a otras modernas de su tiempo, pero en ella no es sólo una referencia literaria, sino que acabó convirtiéndose en una actividad profesional que tendría continuidad durante los años cuarenta. La poeta se transmuta en actriz, abandona el sosiego de lo privado, donde compone sus versos, y salta al ruedo público no ya para publicar esos versos sino para prestar su imagen y su voz al celuloide, como las divas hollywoodienses, para encarnar ella misma, para corporeizar, el fervor vanguardista, ultramoderno, por el cinematógrafo. Josefina de la Torre fue en este sentido una de las escritoras del momento que abrazó más decididamente la modernidad. Esta imbricación singular con el mundo del cine hace posiblemente de ella una de las más modernas entre las modernas de la Edad de Plata.

También gozó, al parecer, de bastante libertad en lo que se refiere a sus relaciones amorosas. Han llegado hasta nosotros noticias de sus romances con Juan Chabás (Hatry, 2016) y con Luis Buñuel[5], y también de los que mantuvo años después, ya en la posguerra, con los actores Tony D’Algy[6] y Ramón Corroto (Garcerá, 2020b: 26), con quien terminaría contrayendo matrimonio después de una larga convivencia y con quien no tuvo hijos. En definitiva, su vida personal es también, al parecer, la de una mujer moderna, muy moderna.

 

 

2. Laura de Cominges: una mujer moderna en la España de Franco

Pero, ¿qué fue de Josefina de la Torre a partir del estallido de la Guerra Civil? ¿Cómo se enfrentó esta mujer moderna, independiente, profesional, a la posguerra, a la dictadura de Franco? Las directrices ideológicas del nuevo estado franquista coartaron hasta extremos insospechados la libertad de la que las mujeres habían gozado durante la República, restringiendo sus derechos políticos y sociales para someterlas de nuevo a la tutela de padres y maridos, para relegarlas otra vez al hogar y a la maternidad (Richmond, 2004 y Moraga García, 2008).

Josefina de la Torre no se exilió. La guerra la sorprendió en Madrid donde, apenas un mes antes de estallar el conflicto, había participado en un homenaje a Ernestina de Champourcín celebrado en el Lyceum Club Femenino.[7] Ella y su familia se refugian en la embajada de México, aunque poco después consiguen llegar a Valencia y, tras un periplo en barco hasta Marsella, se dirigen a zona nacional: Las Palmas de Gran Canaria, en el caso de Josefina; y Burgos, en el caso de Claudio de la Torre y de su mujer Mercedes Ballesteros (Garcerá, 2020b: 8-9). A lo largo del año 1937 y hasta el final de la guerra, hay noticias en la prensa canaria, y concretamente en el diario Falange, de la participación de Josefina de la Torre como poeta y cantante en veladas musicales, misas, fiestas de Pascua, funciones teatrales, programas radiofónicos como Voz Azul, etc. (Garcerá, 2020b: 9-10). En Falange publica además cuatro romances. Uno de ellos, el titulado “Romance de la novia” (Falange, 16/11/1937), es un canto al soldado falangista: “Compañeros los azules / en el camino que un día / mi corazón, haz de flechas, / bordará la despedida. / Ay, soldado de Falange” (en Garcerá, 2020b: 11). Si a estas circunstancias añadimos el hecho de que su hermano Claudio, tras finalizar la guerra, ocupará algunos puestos de relevancia relacionados con la política cultural del régimen —fue director del teatro María Guerrero en 1940 con Luis Escobar y luego a partir de 1954 (Nieva de la Paz, 1993)—, desde los cuales propició la carrera actoral de Josefina, no es extraño que algunos estudiosos, como Emilio Miró, concluyeran que estuvo “próxima a los vencedores”, a diferencia de otras escritoras del 27 que debieron exiliarse (Rosa Chacel, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, etc.) (Miró, 1999: 28).

Selena Millares fue la primera en refutar esta idea de la afinidad de Josefina de la Torre al régimen de Franco y para ello adujo como pruebas, además de su pertenencia “a una familia de arraigada tradición republicana”[8], la presencia de la canaria en la revista España en 1923, compartiendo página con Manuel Azaña, y el hecho de que en abril de 1933 publicara un soneto en el periódico republicano El Tribuno, fundado por José Franchy y Roca[9], para conmemorar el segundo aniversario de la proclamación de la República (Millares, 2007: 63-65)[10]. La crítica posterior ha dado como buenos estos argumentos y ha concluido que la participación de Josefina de la Torre en diarios como Falange y en actos promovidos por las autoridades franquistas tuvo como único objetivo “preservar su libertad y la de su familia” (Garcerá, 2020b: 11).

Lo cierto es que el choque entre la mujer moderna que fue Josefina de la Torre antes de la Guerra Civil y la que se vio obligada a ser a partir de 1939 para amoldarse a las consignas del régimen, fue muy grande, tanto que hay quien piensa que vivió durante años en un “exilio interior” (Patrón Sánchez, 2021b). De hecho, dejará de publicar poesía por un largo período de tiempo[11], decantándose, en contrapartida, por la novela y el teatro. La fama como poeta de mérito, como exponente de la “alta literatura”, que se había labrado en los años de preguerra, quedará en segundo término, cederá terreno frente a la escritora comercial en que ahora se ha convertido, una escritora que cultiva por necesidades económicas la conocida como narrativa de quiosco. Además, a partir del fin de la contienda y probablemente por razones similares, Josefina de la Torre se vuelca en su carrera de actriz. Todo esto la llevará a renunciar a su nombre, al nombre con el que había logrado hacerse un hueco en la literatura española de los años veinte y treinta, sustituyéndolo, como veremos, por el seudónimo de Laura de Cominges.[12]

 Parece que fueron las dificultades de orden financiero derivadas de la guerra las que animaron a la familia De la Torre al completo a poner en marcha en 1938 la colección editorial La Novela Ideal.[13] Dirigida a un público amplio y sin muchas pretensiones, tenía un carácter eminentemente comercial, con predominio de la novela rosa y la policiaca (Garcerá, 2021: 11), géneros muy demandados en este momento debido a la necesidad de evasión de un país castigado por la guerra, el hambre y la represión (Eguidazu, 2008: 20). Pues bien, en un intento de separar esta faceta más comercial, más popular, de su trayectoria reconocida como poeta, Josefina de la Torre firmará las novelas que publica en la colección con el seudónimo de Laura de Cominges[14] (Checa, 1997). Además, no van a faltar en ellas guiños al bando vencedor en la contienda. De hecho, las protagonistas de estos relatos son en algunos casos “arquetipos construidos de acuerdo con el programa ideológico del movimiento” falangista (Soler Gallo, 2021: 181), un programa que corta de raíz la libertad y la independencia de la que gozaron las mujeres durante la República. La moderna que había sido Josefina de la Torre hasta entonces cambia de piel y parece adaptarse a los designios del estado franquista. Lo logra inventándose una nueva personalidad, la de Laura de Cominges, pero en esta Laura y en lo que firma (fundamentalmente novela rosa y policiaca), en sus personajes femeninos, todavía hay, a mi juicio, mucho de la mujer moderna que fue antes de la guerra.

Así sucede, por ejemplo, en Idilio bajo el terror (1938), novela protagonizada por Leticia de Alcántara, una joven moderna, que trabaja en la radio y vive independiente en un piso compartido con su amiga Elena. Para Radio Club, Leticia escribe crónicas sobre estrenos cinematográficos y sobre música clásica, mientras que hace entrevistas a personajes relevantes de la actualidad para Radio Mundial. Se define por ello a sí misma como reporter (Torre, 2021: 36). Su dormitorio es el lugar donde escribe los artículos y las notas de prensa, así que lo llama “cuarto-estudio” (Torre, 2021: 30), subrayando su condición de mujer trabajadora y cultivada. Leticia se encarga todos los jueves de la “sección femenina” del programa musical de Radio Club y una de sus últimas intervenciones lleva por título “La influencia de la música en la vida de la mujer” (Torre, 2021: 26), de modo que, además de la independencia que le proporciona su trabajo y del hecho de que viva sola, sin tutelas familiares, Leticia parece poseer también otro de los rasgos definidores de las modernas de preguerra: el compromiso feminista. Aunque este asunto no va más allá de las primeras páginas de la novela porque la historia discurre por otros derroteros y lo que prevalece es el romance entre Leticia y Pedro, precisamente a propósito de este romance, Leticia lanzará alguna que otra diatriba contra los hombres que bien podría interpretarse en clave feminista, sin olvidar ciertos guiños a la moral tradicional, al prototipo de la mujer decente: “No se merecían los hombres un solo pensamiento de ninguna mujer decente. […] Los hombres eran todos despreciables” (2021: 34), exclama Leticia, cuando descubre que Pedro, el autor teatral del que se ha enamorado, mantiene desde hace tiempo una relación con Cristina, una mujer mayor que él; y otro tanto arguye cuando se entera de que Javier ha abandonado a su amiga Elena: “No merece ningún hombre una sola lágrima de mujer” (Torre, 2021: 41). Por lo demás, conforme avanzamos en la lectura, es la trama política la que determina el devenir de los personajes: Pedro, de ideología afín al bando nacional, es perseguido y acaba en la cárcel; Leticia, por su parte, pasa los momentos iniciales de la guerra en una embajada extranjera, donde él la pone a salvo, para ser posteriormente trasladada en autobús a Valencia y luego en barco a un puerto francés desde donde regresa a España. Hay en este periplo, como sabemos, mucho de autobiográfico, un periplo que sitúa a la heroína del lado franquista, como probablemente le sucedió a la propia Josefina. Leticia habla de unos hombres “que se pasean con un mono azul y una escopeta al hombro”, es decir, de milicianos, en los que ve una amenaza (Torre, 2021: 57), y elogia sin reservas la valentía de los legionarios en el frente (Torre, 2021: 90). En suma, la mujer moderna e independiente de las primeras páginas de la novela se enamora de un falangista y, aunque sólo hay algunas notas aquí y allá sobre su vinculación a la causa de los sublevados, notas que en ningún momento apuntan hacia una adhesión fervorosa, lo cierto es que Leticia termina convertida en esposa de Pedro y en madre de su futuro hijo, y ese final no puede ser más afín a la ideología tradicional que auspiciará la dictadura de Franco.

Pues bien, creo que Idilio bajo el terror dice mucho de la que fue la trayectoria de la propia Josefina de la Torre. No contamos, en efecto, con “testimonios de un compromiso político activo” por su parte, como señala Soler Gallo (2021: 180), pero sí hay en estas novelas de intención comercial, firmadas por su alter ego Laura de Cominges, cierta afinidad con el bando vencedor, cierta acomodación, nunca demasiado entusiasta ni muy explícita, eso no —ya lo hemos visto— a sus principios.

Quizás la novela que muestre más a las claras la conformidad con el nuevo régimen sea María Victoria, publicada en 1940. Hay en ella algunas referencias de carácter histórico, concretamente a la toma de Barcelona por parte de las tropas franquistas en enero de 1939, circunstancia que la protagonista vive con alborozo: “Con la conquista de Barcelona vino al corazón de todos los españoles la fe absoluta en el rápido final triunfante del Ejército. Todos vibraban con el mismo entusiasmo y de todas las bocas salía el mismo grito encendido” (Torre, 2021: 312). Precisamente en los primeros meses de 1939 se desarrolla esta historia de corte amoroso que bien podría catalogarse de novela rosa y que tiene por protagonista a María Victoria, una joven madrina de guerra cuyo nombre entraña un evidente carácter simbólico en alusión a la anhelada victoria del bando nacional (Soler Gallo, 2021: 191). De hecho, cuando esa victoria se produce al fin, no se van a escatimar las expresiones de júbilo: “Repicaban todas las campanas. Cohetes bulliciosos cruzaban el espacio y por el aire se mezclaban alegres canciones y gritos de victoria. ¡Primero de abril de 1939!” (Torre, 2021: 319). Como indica Soler Gallo, María Victoria “responde al ideario de la Sección Femenina”, que había auspiciado la práctica del madrinazgo (2021: 191-192), y se convierte en el prototipo de mujer abnegada que promovía la Falange. Mientras mantiene correspondencia con Luis Adrián Aldares, teniente de infantería ascendido pronto a capitán, María Victoria trabaja en un taller de costura donde se confeccionan y remiendan los uniformes de los soldados. No tardará en recibir de Aldares una propuesta de matrimonio, que acepta inmediatamente, casándose incluso por poderes, sin haberle visto nunca en persona. Cuando sueña con su vida de casada, lo hace ateniéndose al papel tradicional de la mujer, pretende ser el ángel del hogar que espera al marido en casa y le sirve de apoyo y de consuelo: “¡Estar a su lado, compartiendo con él penas y alegrías, y ser su consuelo, su estímulo, después de la dura jornada!” (Torre, 2021: 257). La ceguera que Luis sufre como consecuencia de las heridas de guerra tiene también un carácter simbólico porque recobrará la vista gracias a una intervención quirúrgica en Alemania —”posible guiño a la Alemania nazi” (Soler Gallo, 2021: 193)— y lo hace coincidiendo con el triunfo de Franco, lo que puede interpretarse como la llegada de la luz después de las tinieblas en las que el país había estado sumido (Soler Gallo, 2021: 194). En suma, no hay en María Victoria ni un atisbo siquiera de la mujer moderna que fue Josefina de la Torre. No se sale aquí Laura de Cominges lo más mínimo del guion establecido por el régimen franquista.

 La rival de Julieta, publicada también en 1940, se distancia, sin embargo, ya considerablemente de la temática bélica para ceñirse a una trama amorosa sin apenas implicaciones políticas —la historia se desarrolla en un pueblo italiano, lo que le permite desvincularse del tema de la Guerra Civil—, aunque Irene, la protagonista, que es rival de Julieta, responde al estereotipo de la Sección Femenina (Soler Gallo, 2016: 137): a su dulzura y su sencillez, cualidades propias del ángel del hogar, se le añaden el fervor religioso —acude diariamente a misa— y el hecho de que le gusten mucho los niños. Cuida con auténtica devoción a los hijos de Mario, el protagonista, con quien finalmente, después de una serie de avatares, contrae matrimonio. En esta misma línea de narrativa romántica se situarían también Matrimonio por sorpresa (1941), Me casaré contigo (1941) y ¿Dónde está mi marido? (1943), todas publicadas en La Novela Ideal. Y habría que añadir dos obras más que no llegaron a publicarse: La desconocida, incluida en 2021 por Garcerá en su edición de Las novelas de Laura de Cominges, y Amor salvaje, que todavía hoy permanece inédita.[15] Conflictos amorosos resueltos felizmente en boda y heroínas que se ajustan al modelo tradicional promovido por la Sección Femenina, en esto coinciden todas, aunque hay personajes femeninos muy singulares como la Solímar de Amor Salvaje, joven indígena originaria de una isla de los mares del Sur que mantiene relaciones sexuales con el ingeniero europeo Daniel Verona en un contexto colonial y que no parece encajar por ello tan a las claras en ese modelo.[16]

En definitiva, mientras Laura de Cominges asume sin críticas, aunque tampoco con demasiado fervor, lo que podríamos llamar con Kate Millet la “política sexual” del régimen, Josefina de la Torre desaparece como escritora. La adaptación a la nueva realidad resultado de la Guerra Civil y la necesidad de resolver acuciantes problemas económicos en los primeros años de la posguerra le está exigiendo una renuncia a la poeta de valía que fue en las décadas de los veinte y los treinta para transmutarse en esta Laura de Cominges, en esta novelista comercial, a quien las ventas le importan lo bastante para hacer guiños de complicidad al nuevo régimen, guiños explícitos, de carácter político, como los que hemos visto en Idilio bajo el terror y en María Victoria, o tácitos, como los de La rival de Julieta.

Pero Laura de Cominges no cultivó sólo la novela rosa. Otro género de evasión muy popular en estos años, la novela policiaca, concitó su atención y fruto de ello fueron tres entregas más para La Novela Ideal —El enigma de los ojos grises (1938), Alarma en el Distrito Sur (1939) y Villa del Mar (1942)— y una cuarta, El caserón del órgano, que vio la luz en Ediciones Océano en 1944, concretamente en la colección “Inventos, Viajes, Misterios, Aventuras”, dirigida por su hermano Bernardo de la Torre (Patrón Sánchez, 2022: 5). Shelley Godsland (2007: 2) y Nancy Vosburg (2011: 76) mencionan estas obras de Josefina de la Torre como ejemplo de narrativa criminal escrita por mujeres durante la guerra civil y la primera posguerra, y desde 2019 en adelante algunas de ellas han concitado precisamente por esa razón la atención de la crítica (García-Aguilar, 2019a, 2019b y 2022). El hecho de que no existiera entonces una “tradición de literatura criminal autóctona” favoreció la imitación de modelos extranjeros, sobre todo anglosajones, y por eso estas novelas se sitúan con frecuencia en lugares foráneos y los personajes no suelen tener nombres españoles (Valles Calatrava, 1991: 87 y 106). Así evitan además la censura, ya que hablar de delitos ocurridos en España podía ser malinterpretado como una muestra de debilidad de la dictadura de Franco y esto no lo habrían permitido los censores (Sánchez Zapatero, 2006: 47). Por las mismas razones, tampoco plantean temáticas de carácter social, comunes sin embargo en Estados Unidos (Sánchez Zapatero, 2006: 74).

Pues bien, El enigma de los ojos grises (1938), la primera novela de Laura de Cominges que podríamos considerar policiaca, responde a estas características: se desarrolla en el castillo de Alsbrook que pertenece a un importante financiero, Robert Stanley, y participan en la trama otros personajes de nombres también anglosajones, como Glenda y Gerard Branley, Gary Lester, Muriel Gordon, Oliver, Walter, etc. La poseedora de los enigmáticos ojos grises a que hace alusión el título y que seducen al protagonista es Glenda Branley. Durante buena parte de la novela, Glenda parece una femme fatale (García Aguilar, 2019a: 25), a cuyos encantos no puede resistirse Robert a pesar de la desconfianza que despierta en él. Pero al final se revela como una mujer buena, preocupada por la seguridad de Robert, a quien va a alertar en varias ocasiones del peligro que lo acecha, sabedora de que Gary Lester, el exmarido de Muriel (antigua secretaria de Robert), pretende matarlo. Glenda acaba casándose con Robert “en un final feliz propio de una novela rosa” (García Aguilar, 2019a: 28), del que lo más significativo, en mi opinión, es precisamente la transformación de la femme fatale Glenda Bradley en la esposa feliz Glenda Stanley, cuya bondad, probada mientras procuraba proteger a Robert de las perversas intenciones de Gary Lester, la convierte en un ángel del hogar. De nuevo, Laura de Cominges se ajusta al guion que la Sección Femenina ha planeado para las mujeres.

También Alarma en el Distrito Sur (1939) se desarrolla en un lugar foráneo, el Distrito de Caventry, y la protagonizan personajes con nombres anglosajones, entre ellos el doctor Henry Williams, que investigará las extrañas muertes de tres médicos con la garganta carbonizada. Ahora bien, en la resolución del enigma y la captura de los culpables serán de vital importancia la agente Mabel Norton y la inspectora Biachetti, experta en análisis químicos. Estos dos personajes femeninos sí que se salen del guion establecido entonces por el régimen para las mujeres. Que ejerzan una profesión fuera del hogar y de semejantes características ya es una gran novedad pero además, como ha señalado García Aguilar, no es frecuente en la literatura policial de los años cuarenta que sean los personajes femeninos quienes “desempeñen un papel fundamental en la resolución de los crímenes” (2022: 63). La mujer moderna que fue Josefina de la Torre sale a la luz aquí y lo hace en un género, el de la novela policiaca que, dado su carácter importado, resultaba quizás menos controvertido para que semejantes licencias fueran aceptadas y pasaran sin problemas la censura. La literatura criminal, de ambientación y personajes extranjeros, le permite a Laura de Cominges saltarse por una vez las reglas, ma non troppo.

Efectivamente, ma non troppo. Es lo que sucede con los personajes femeninos de otras dos de sus novelas, Villa del Mar (1942) y El caserón del órgano (1944). En ellas, Laura de Cominges apuesta por la incorporación de motivos propios de la literatura de terror, como la casa encantada, a la novela policiaca. Las historias resultantes versan sobre “algunas de las facetas más inquietantes de la psique humana”: en Villa del Mar, por ejemplo, los terribles celos que Harry siente por su hermana Eva lo llevarán al extremo de atentar contra ella; y el amor enfermizo de la baronesa Maxen Winiard por su hija Eva la impulsará a conservar junto a sí su cadáver embalsamado y a fingir ante todos que Eva sigue viva; igualmente aterradora resulta “la vampírica parafilia que empuja al organista a matar a mujeres” en El caserón del órgano (García-Aguilar, 2019b: 115). Pues bien, aunque en las dos novelas son hombres quienes logran resolver los enigmas planteados, algunos personajes femeninos se convierten en coadyuvantes de esos héroes, desempeñando un papel muy activo en la resolución de los casos. Así sucede en Villa del Mar con la joven ama de llaves, Helen Preston, cuyas pesquisas la hacen sentir poco menos que “un Sherlock Holmes”; y otro tanto podríamos decir de Jessie Andrew, la secretaria del detective Peter Bley en El caserón del órgano. Mujeres activas estas, intrépidas incluso, que recuerdan por ello a las modernas de antes de la guerra. Pero ahora quien fuera una de esas modernas, la Josefina de la Torre transmutada en Laura de Cominges por obra y gracia de las nuevas circunstancias políticas, las sitúa en un papel secundario, las mantiene activas aunque siempre en segunda línea, siempre un paso por detrás del hombre, como le exige el guion de la nueva España, la España de Franco, la de la Sección Femenina.

 El grueso de la producción novelística publicada bajo el seudónimo de Laura de Cominges se circunscribe al período comprendido entre 1938 y 1944, y no tiene continuidad después de esta fecha, quizás porque Josefina encontró un modo de vida más estable en el teatro, al que se entregaría en cuerpo y alma a partir de entonces (Garcerá, 2020b: 14-16). Coincide además con la época en la que Josefina de la Torre parece estar centrada de lleno en su carrera como actriz de cine y este dato no es baladí porque hay quien ha calificado las novelas de “cinematográficas”, de “guiones en bruto” (Ramírez Guedes, 1998: 204). De hecho, ella misma se encargó de la adaptación de algunas para el cine. Es lo que sucedió con Tú eres él, que se estrenó con el título de Una herencia en París (1944). El guion adaptado recibió incluso uno de los Premios Nacionales de Cinematografía del Sindicato del Espectáculo. Son también guiones resultantes de las adaptaciones de otras novelas los titulados Matrimonio por sorpresa, Alarma en el Condado, El secreto de Villa del Mar, La Rival de Julieta y Un rostro olvidado, que permanecen inéditos y se conservan en la Casa-Museo Pérez Galdós (Patrón Sánchez, 2021a: 148). Por lo demás, su primera aparición como actriz en la gran pantalla es en Rápteme usted (1940) de Julio Fleischner (Patrón Sánchez, 2021: 143). Poco después participó en varias producciones dirigidas por su hermano Claudio —Primer amor (1942)[17], La Blanca Paloma (1942) y Misterio en la marisma (1943)—, así como en Y tú, ¿quién eres? (1942) de Julio Fleischner, El Camino del amor (1943) de José María Castellví y La vida en un hilo (1944) de Edgard Neville. Se trata en todos los casos de pequeños papeles como actriz secundaria o como cantante. Su físico —era alta y rubia— no respondía al modelo de mujer racial de moda en la época, lo que quizás explique que no lograra papeles principales (Millares Alonso, 2008: 164). Es más, suele aparecer con frecuencia como la oponente, la antagonista, la villana, la femme fatale (Patrón Sánchez, 2021a: 145-148).[18] Es lo que sucede en El camino del amor (1943) de José María Castellví, donde da vida a Tomasa, malvada niñera de los hijos de Pedro, el protagonista, que aspira a convertirse en la señora de la casa, aunque se interpone en su camino Dolores, la heroína, mujer de carácter dulce y maternal, que representa el prototipo del ángel del hogar. Otro tanto podríamos decir del papel de Arlette en Misterio en la marisma (1943), dirigida por su hermano Claudio. Arlette es una hermosa cantante, especie de femme fatale, enamorada de Max, un galán que resulta ser un ladrón con el que ella colabora en el robo de un collar. En Una herencia en París volverá a encarnar a una villana, en este caso a Olga, amante de Horacio, el protagonista, mujer fuerte e independiente, como lo era la propia Josefina de la Torre. Estos papeles de malvada encajan bien con su condición de mujer moderna, una condición que Josefina de la Torre conserva durante la posguerra a pesar de que no era este el modelo promovido por la Sección Femenina. Pero Josefina de la Torre consigue ser independiente, vivir de su trabajo como escritora de novelas de quiosco, como actriz de cine, y más tarde como actriz teatral, además de mantener una vida personal bastante alejada de las convenciones sociales del momento, con relaciones amorosas que se salieron de la norma, como las que entabló con los actores Tony D’Algy y Ramón Corroto.

En definitiva, ni los personajes femeninos de las novelas que Laura de Cominges escribe entre 1948 y 1945 responden completamente, aunque lo intentan, al estereotipo de mujer tradicional auspiciado por la Sección Femenina, porque hay en ellos todavía algunos rasgos de la mujer moderna del período anterior a la guerra civil, ni los papeles que interpreta en el cine son todos los de ángel del hogar. Al contrario, tienen mucho que ver con la mujer moderna que Josefina fue años atrás.

Quizás el hecho de que esas mujeres resueltas e independientes que interpretó en la pantalla fueran siempre “las malas” de acuerdo con la ideología del régimen acabó desanimando a Josefina de la Torre y la llevó a abandonar el cine. Dio cuenta de su decepción e hizo una crítica de la frivolidad del mundo del celuloide en una novela publicada ya en 1954, que firma con su nombre, no con el seudónimo de Laura de Cominges. Se trata de Memorias de una estrella. Narra aquí la historia de la actriz Bela Z, cuyo talento para la actuación menosprecian los productores cinematográficos, siempre más interesados en obtener de ella favores sexuales. Bela Z es una joven moderna que bebe, fuma, conduce su propio coche, se viste a veces de manera masculina y no siente rubor alguno al confesar que sale con varios hombres a la vez. Esta Bela Z posee, por tanto, algunos rasgos propios de la mujer moderna y protagoniza una denuncia en toda regla del machismo existente en el mundo del cine. La crítica coincide en señalar el carácter autobiográfico de la novela, basada en la experiencia amarga que la propia Josefina de la Torre debió de vivir en estos años (Mederos, 2019: 13), pero lo más importante es esa denuncia de la situación deplorable a la que se enfrentaban las mujeres que querían triunfar en la gran pantalla. Es cierto que el final de la novela encaja en el modelo femenino tradicional, porque Bela Z termina renunciando a su carrera de actriz para casarse con un rico financiero, al que dará dos hijos y con quien se establece en Londres, pero también hay aquí algunas fisuras que dejan ver de nuevo atisbos de la mujer moderna que fue. La esposa y madre de familia en que se ha convertido Bela Z no es exactamente el ángel del hogar. Su concepción de la maternidad es bastante frívola, aunque encaje en la moral de la clase alta, que deja a los hijos en manos de la servidumbre: “Tengo dos: niño y niña, a quienes cuida una nurse encantadora. Parece extraída de un dibujo de magazine. […] Mis hijos no tendrán nada que ver con los platós ni con los escenarios. Ella se casará con un Lord. Él será financiero, como su padre” (Torre, 2019: 87-88). El futuro que prevé para su hija no puede ser sin duda más tradicional. Sin embargo, la descripción que de sí misma hace Bela Z apunta no al ángel de hogar sino a una mujer de mundo, cultivada, amante de la literatura y el arte: “Hablo varios idiomas a la perfección y ya puedo opinar sobre Shakespeare, Goethe, Proust, el subconsciente, la coordinación, la perspicacia, Dalí, el existencialismo y todo lo que se me ponga por delante” (2019: 88). Se trata de una muestra más, entre las que ya hemos ofrecido aquí, de cómo la mujer moderna que fue Josefina de la Torre antes de la guerra no desaparece del todo, sobrevive en la posguerra, aunque lo haga asumiendo ciertas premisas ideológicas del nuevo régimen.

 

 

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[1] Su poco convencional relación con Ramón Gómez de la Serna, veinte años menor que ella, y con quien nunca se casó, así como su defensa pública del divorcio hacen de Carmen de Burgos una “precursora”, una “moderna precoz” (Mangini, 2001: 59).

[2] En junio 1888 se promulgó una Real Orden que exigía a las mujeres un permiso especial de las autoridades para matricularse en la universidad, pero esta limitación sería derogada finalmente en marzo de 1910 (Ballarín, 2001).

[3] En otro lugar hemos dilucidado el papel que muchos intelectuales del momento, “modernos” como ella, jugaron en la divulgación de su obra (Navas Ocaña, en prensa).

[4] Josefina de la Torre contará esta experiencia en “¡Aquellos tiempos de Joinville!”, publicado en Primer acto, nº 139, 13 de junio de 1943. Será portada de esta revista dos veces: el 25 de abril de 1943 y el 16 de abril de 1944.

[5] Durante el rodaje de la película Un secuestro sensacional (1934) tiene un romance con Luis Buñuel, que doblaba a uno de los gánsteres, aunque la relación se rompió porque Buñuel esperaba un hijo con otra mujer (Patrón Sánchez, 2021a: 141).

[6] D’Algy es un “galán español de origen congoleño” a quien conoce en Joinville (París) y “con quien entabla una relación sentimental que llegará hasta mediados de los cuarenta” (Aguilar y Cabrerizo, 2013: 118). De hecho, la adaptación para el cine de la novela de Josefina de la Torre Tú eres él, que se estrenó con el título Una herencia en París (1944), la firma Tony D’Algy y Josefina figura como la autora de los diálogos. Los dos participaron además en la producción como actores (Aguilar y Cabrerizo, 2013: 126). El guion fue galardonado con uno de los Premios Nacionales de Cinematografía del Sindicato del Espectáculo.

[7] El diario El Sol dio una nota informativa sobre este evento que tenía como finalidad homenajear a Ernestina de Champourcín por la reciente publicación del poemario Cántico inútil y de la novela La casa de enfrente (“Homenaje a Ernestina de Champourcín en Lycéum Club”, El Sol, 18 de junio de 1936: 2).

[8] Millares recuerda que sus primos Agustín y Juan Millares Carló fueron represaliados por el régimen de Franco (2007: 86).

[9] Casado con Rosa Millares Cubas, familia de Josefina de la Torre (Millares, 2007: 86).

[10] Y no sería este el único poema publicado por Josefina de la Torre en El Tribuno. Selena Millares da noticia de otros (2007: 87-88).

[11] Marzo incompleto, del que se ofrecieron algunos poemas en el número 24 de la revista Fantasía, correspondiente al 19 de agosto de 1945, no se publicó hasta el año 1968 y Medida del tiempo se incluyó en el volumen titulado Poemas de la isla, que contenía también los tres poemarios anteriores y que fue publicado en 1989 bajo la supervisión de Lázaro Santano.

[12] Cominges es el segundo apellido de su padre.

[13] En el documento que da fe de la constitución de la sociedad propietaria de La Novela Ideal, fechado en Las Palmas el 6 de marzo de 1938, figura Francisca Millares Cubas, la madre, como socia capitalista; el director-gerente es Bernardo de la Torre; el director literario, Claudio de la Torre; las consejeras son Josefina de la Torre y Mercedes Ballesteros, esposa de Claudio; la secretaria es Concepción Barceló de la Torre, esposa de Bernardo (Patrón Sánchez, 2022: 3).

[14] Son diez las novelas que publica con este seudónimo en la colección La Novela Ideal entre 1938 y 1943: Idilio bajo el terror (1938), El enigma de los ojos grises (1938), Alarma en el Distrito Sur (1939), La rival de Julieta (1940), María Victoria (1940), Matrimonio por sorpresa (1941), Me casaré contigo (1941), Tú eres él (1942), Villa del Mar (1942) y ¿Dónde está mi marido? (1943). En 1944 verá la luz en Ediciones Océano otra entrega de Laura de Cominges: El caserón del órgano. Este corpus narrativo ha sido editado recientemente en un volumen al cuidado de Fran Garcerá (Torre, 2021).

 

[15] Fue presentada a la censura el 28 de febrero de 1944 y se aprobó apenas unos días después para su publicación probablemente en Ediciones Océano, aunque Josefina de la Torre la ofreció también a otras editoriales, que la rechazaron (Patrón Sánchez, 2022: 9).

[16] Esperamos la pronta publicación de esta novela que bien podría leerse a partir de la oposición sujeto colonizado (mujer) versus colonizador, propia de la llamada crítica postcolonial.

[17] Aquí se vio obligada además a sustituir a su hermano Bernardo como ayudante de dirección. Sobre esta cuestión la entrevistaría Adolfo Luján para Primer Plano en un artículo titulado “Las mujeres detrás de la cámara” (Patrón Sánchez, 2021a: 143-144).

[18] Constituyen una excepción el papel de enfermera que cuida al protagonista en La Blanca Paloma (1942) o el de la joven y hermosa monja de Y tú, ¿quién eres? de Julio Fleischner (1942).