De la ética
de la escritura a la ética de la compasión:
pertinencia
crítica de la literatura en el mundo contemporáneo
From the Ethics of Writing to the Ethics of Compassion: Critical Relevance of Literature in
Contemporary World
Jáirol Núñez Moya
Universidad de Costa Rica – Universidad de Valencia
https://orcid.org/0000-0001-6420-0659
Recibido: 11/06/2023
Aceptado: 08/11/2023
DOI 10.30827/impossibilia.262023.27771
Resumen
Este trabajo adapta el modelo de ética aplicada propuesto
por Adela Cortina a la escritura, con el fin de señalar su pertinencia para el
uso de la literatura en el desarrollo de pensamiento crítico. De esta manera,
la ética de la escritura se constituye en un medio a través del cual la
hermenéutica crítica propicia el encuentro con los otros mediante la
argumentación y el diálogo. En ese proceso reflexivo, la compasión resulta de
interés para potenciar la problematización sobre la realidad y llevar a la
acción. Una ética de la escritura sería por tanto una ética de la compasión, y
ese estatuto contribuye a una educación crítica, necesaria en el mundo
contemporáneo.
Palabras clave:
Ética,
escritura, compasión, literatura, pensamiento crítico.
Abstract
This paper
adapts the applied-ethics model proposed by Adela Cortina to the practice of
writing, in order to highlight its relevance for the use of literature in the development
of critical thinking. In this way, the ethics of writing constitutes a means
through which critical hermeneutics enhances the encounter with others through
argumentation and dialogue. In this reflective process, compassion is of
interest to intensify the problematization of reality and to lead to action. An
ethics of writing would therefore be an ethic of compassion, and this status
contributes to a critical education, much needed in the contemporary world.
Keywords: Ethics, Writing, Compassion,
Literature, Critical Thinking.
Esta escritura que no oculta su deuda con otros, esta
escritura que es la deuda con otro, vive afuera, a veces aterida o a veces
suavemente cobijada por extraños.
Rivera,
2019: 270
Introducción
Los cambios en la sociedad han llevado a la aparición de
formas de convivencia y a dinámicas que evidencian una ingente necesidad de
inclusión de los otros. La desigualdad económica, las migraciones, las
condiciones de grupos específicos y la búsqueda de oportunidades y derechos demandan
un compromiso con la toma de conciencia sobre lo que sucede en el entorno. Ante
ello, la reflexión crítica y la perspectiva humanista son un imperativo ético,
ya que no hay noción de dignidad humana sin el encuentro con los otros.
La reflexión ética,
con el aporte de la pragmática trascendental de Apel (1985), muestra que de la
argumentación aflora la corresponsabilidad por las acciones colectivas
(Cortina, 2004), y con el principio dialógico de Habermas (2007), convoca a
involucrar a los otros en la toma de decisiones. Aunado a ello, una forma de
procurar las decisiones es la educación crítica (Gracia, 2020). Estos tres
planteamientos, argumentación, diálogo y educación, son relacionales y parten
de la existencia y el involucramiento con los otros.[1]
En el contexto
actual reviste especial interés la orientación para la acción y la toma de
decisiones (por ejemplo Cortina, 1996). Para ello se requiere de un esfuerzo por
acercarnos a los otros y ejercer un saber existencial digno y útil en el que
nos podamos reconocer. Esa labor, propia del giro aplicado en filosofía
(Cortina, 1996), resulta clave al revisar el ejercicio de la escritura como un
ámbito de la vida social, cuyo quehacer tiene implicaciones críticas en el
mundo contemporáneo.
La literatura como
producto artístico y no cultural[2] ha
limitado la posibilidad de incidencia, el trabajo reflexivo y pedagógico que se
deslinda de ella, por lo que ha contribuido poco a la transformación social.[3] Esto
se debe en gran medida a la atribución de características que desmerecen la
impronta crítica: es ficción, responde a una forma de escritura, posee un
discurso no pragmático y lo que se valora es la manera en que se escribe
(Eagleton, 1998).
Hoy podemos ver
que la producción literaria tiene otros referentes[4] y que
la urgencia contextual logra colarse en los escritos contemporáneos, cuyo punto
de confluencia es el esbozo de temáticas y problemáticas de la vida cotidiana.[5] En
ese escenario, la Ética como Filosofía moral[6]
(Cortina y Martínez, 2001) permite el análisis del qué-hacer de la escritura
(quehacer, y además, cuestionamiento sobre qué escribir), tanto para rescatar
los mínimos propios de una actividad social como para develar un ejercicio
crítico comprometido con la realidad cultural[7].
A juicio de Gracia
(2020), pensamiento crítico y compasión son parte de nuestra herencia ética,
cuya potenciación se da, en la línea de Nussbaum (2005), a través de la
pedagogía socrática. Coincidimos con la visión de una crítica constructiva
donde se incorporen “las capacidades socráticas de la argumentación, que
requieren de un desarrollo personal de las propias vivencias y conocimientos
previos para seguir profundizando e indagando en los mejores argumentos y en
una crítica siempre mediada por el diálogo” (Gracia, 2020: 115).
Este trabajo
presta atención a la hermenéutica crítica como modelo aplicable a la producción
del texto, sustento material para la generación de reflexión, considerando
junto a Cortina que las personas “somos ‘interlocutores válidos’ en las
cuestiones que nos afectan y deseamos ser tenidos realmente en cuenta en los
distintos ámbitos de la vida social” (Cortina, 1996: 120). En el caso de la
escritura, hay una responsabilidad por parte de quien escribe para el
desarrollo moral de su actividad, en el sentido de la ética de las actividades
sociales que enuncia Cortina y que tomamos para explorar la manera en la cual
la ética de la escritura resulta en una ética de la compasión.
Ética y literatura: apuntes para una ética aplicada a la
escritura
El variado actuar del ser humano y su comportamiento en
sociedad están plagados de aspectos normativos y prácticos que son deseables
para la vida. La Ética como “todo aquello
que se refiere al modo de ser o carácter adquirido como resultado de poner en práctica unas costumbres o
hábitos considerados buenos” (Cortina y Martínez, 2001: 21) intenta dar, por
medio de la racionalidad, una sistematización al fenómeno de la moralidad. Los
juicios morales, si bien están cargados culturalmente, resultan aquí, en la
Ética, orientadores sobre el deber ser y actuar para que, según anotan Cortina
y Martínez (2001), la vida sea buena y justa.
Esos principios
orientadores de la vida hacen posible aplicar la Ética a diferentes campos
sociales (Cortina, 1996), de modo que el accionar cotidiano, pero también el
accionar profesional (Martínez, 2006), se asumen con compromiso y
responsabilidad, para aportar a la sociedad en la que toman partido. Martínez
insiste en la importancia de la revisión periódica de la ética de las
profesiones y que estas estén “a la altura de la conciencia moral de nuestro tiempo” (2006: 2). Ahí recae el interés de plantearnos una revisión
de la escritura como parte del campo de la literatura (por ejemplo Bourdieu,
2002), espacio que podemos definir como una ética aplicada (Cortina, 1996),
considerando que:
Sólo desde este tipo específico de reflexión puede la
ética aventurar orientaciones para la vida cotidiana y por eso su parte
“aplicada” no puede prescribir de forma inmediata
las actuaciones en los casos concretos, sino únicamente orientar de forma mediata, ofreciendo un marco reflexivo para la toma concreta de
decisiones (Cortina, 1996: 121) .
Aquí se debe tener presente que los marcos reflexivos de
la literatura se han visto limitados por la indefinición de esta (Eagleton,
1998) y por múltiples debates que anotan perspectivas y concepciones diversas
para el análisis (Gómez, 1996), los cuales inciden en la concepción de la
escritura. Por ejemplo, en los inicios del siglo xx, los formalistas demandaban la inmanencia del texto y la
estilística el énfasis en la forma, y durante la segunda mitad de siglo xx Barthes y los estructuralistas se
deslindan de la figura del autor como mediador del texto.[8]
Aunque no son las únicas posiciones sobre el campo literario, con ellas se
contribuyó a enfatizar el texto, la función estética y el trabajo del lenguaje
como elementos propios del ejercicio de la escritura, y continúan teniendo gran
difusión, desmereciendo en gran medida las implicaciones sociales y críticas de
la literatura. Se le resta a la idea de que la escritura sea vista bajo la
óptica ética y a demandarle a esta como actividad social unos mínimos críticos.
La perspectiva de
Cortina (1996), necesariamente interdisciplinar, aflora al acercarnos a la
escritura como parte de la literatura y al reflexionar sobre el proceso de
desarrollo de pensamiento crítico que la lectura puede generar. En otras
palabras, si la producción literaria mediada por el ejercicio de la escritura
se realiza como una actividad humana, social, responsable y apegada a los
valores de convivencia, hay un ethos
en la escritura que considera al escritor y al lector como interlocutores
válidos en un espacio social.[9]
Este ethos de la escritura lo vemos en Sartre
(1976) cuando expone el interés por posicionar la literatura como un ejercicio
crítico, lo cual lleva al surgimiento de lo que denomina “literatura
comprometida”.[10]
Él enfatiza los significados como medio de trabajo de quien escribe, de ahí su
vinculación con la sociedad y el lector:
El arte de la prosa se ejerce sobre el discurso y su
materia es naturalmente significativa; es decir, las palabras no son, desde
luego, objetos, sino designaciones de objetos. No se trata, por supuesto, de
saber si agradan o desagradan en sí mismas, sino si indican correctamente
cierta cosa del mundo o cierta noción (1976: 59).
Vista de esta forma, la literatura es un campo en el cual
hay acciones, como la escritura, que tienen implicaciones y consecuencias, más
aún si seguimos la propuesta de Apel (1985)[11] y
nos preguntamos sobre las condiciones de sentido y validez que subyacen en la
configuración que realiza el lenguaje sobre el conocimiento y la acción
(Cortina, 2021). La escritura, y por consiguiente la literatura como discurso,
es una posibilidad para la reflexión –argumentación para Apel– que nos permite
hacer frente a los retos del presente. De ahí que Raymond Williams nos indique
que
existen valores discernibles en la literatura, y que su
distinción puede ser demostrada por algo más que una “corazonada” o una
racionalización. Asume la existencia de una disciplina de análisis, que ha sido
desarrollada por hombres con experiencia crítica, lo que colabora desarrollar,
a su vez, una lectura más satisfactoria (Williams, 2013: 45).
Corresponde fijar pautas que permitan revisar el estatuto
ético de la escritura, cuyos principios no son ni deductivos ni inductivos
(Cortina, 1996, 1997), sino que devienen, en la modulación del campo literario
y su especificidad, un espacio pertinente para el desarrollo del pensamiento
crítico.
La ética de la escritura según el modelo de ética aplicada como hermenéutica
crítica
Cortina (1996, 1997) ha insistido en el diseño de un
modelo para la ética aplicada que oriente el acceso a campos disciplinares
donde este se emplee, lo cual permite generar un análisis y reflexionar sobre
el aporte a la sociedad. Ese aporte se refiere a la moralidad como cumplimiento
de deberes, con una dimensión comunitaria y bajo principios de justicia
universales (Cortina, 1997). Cortina (1996) opta por la universalidad de los
principios éticos y le da fuerza a la perspectiva dialógica de Apel (1985) y al
principio de la ética discursiva de Habermas (2003).
En la elaboración
de este modelo ella toma como referente la hermenéutica crítica[12] y
enfatiza que esta adquiere relevancia “en los distintos ámbitos de la vida
social donde detectamos como trasfondo un principio ético (el del
reconocimiento de cada persona como interlocutor válido) que se modula de forma
distinta según el ámbito en que nos encontremos” (Cortina, 1996: 128). Además,
ve como necesario “transitar de la lógica de la acción individual a la acción
colectiva” (Cortina, 1996: 129) para la toma de decisiones que le corresponde,
finalmente, a los afectados (aquí pensaríamos a los lectores).
Así las cosas,
huelga decir que la escritura, si bien es un trabajo que puede ser visto de
entrada como individual, tiene una repercusión social, pues son los otros los
depositarios de aquello que se escribe, en el sentido de que el texto adquiere
vida en lo social, en la lectura (Williams, 2013), y por qué no, en la
corresponsabilidad de la tradición dialógica de la pragmática (Cortina, 2004) y
en la interlocución propia de la ética del discurso (Habermas, 2000).
Podemos
sistematizar el modelo de Cortina (1996) en los siguientes puntos:[13]
1.La hermenéutica crítica dota a la ética aplicada de una circularidad.
2. La ética
aplicada transita de la acción individual a la acción colectiva porque:
2.1 Es una actividad cooperativa que persigue bienes internos mediante el
desarrollo de virtudes.
2.2 El alcance de los bienes internos se
da por medio de mecanismos propios de las sociedades modernas que exigen una
ética de la responsabilidad.
2.3 Hay una legitimidad de la actividad social debidamente institucionalizada
que atiende a instancias morales.
2.4 Considera una ética civil, entendida como un conjunto de valores que ha
delineado una vida común, a la cual se aplica una moralidad crítica.
2.5 Reconoce a los afectados como interlocutores válidos.
3.
Se trata de orientar la toma de
decisiones en casos concretos.
En el caso de la escritura, si bien esta puede verse
únicamente como un ejercicio artístico cuyo compromiso se pone en tela de
juicio, hay una actividad profesional[14] que
requiere ciertas habilidades y capacidades y su realización o puesta en
práctica otorga dignidad a quien la ejecuta. Esa dignidad depende de que
quienes escriben “se ajusten a los criterios de ética cívica que marcan los
límites de lo moralmente permisible en la convivencia plural y abierta de las
sociedades modernas” (Martínez, 2006: 12).
Al aplicar el
“modelo de ética aplicada como hermenéutica crítica” a la escritura, queda
claro que la ética de la escritura aflora como inherente a un producto cultural
que se concreta en un tiempo y un espacio, determinado por un sujeto adscrito a
una sociedad. No hay entonces un fuera del ejercicio de la escritura, y quienes
no procedan bajo ciertos mínimos o cedan a otros intereses que no son los que
fundamentan una moral cívica[15]
satisfacen intereses egoístas[16]
(Cortina, 2000).
Piénsese en quien
escribe únicamente para una remuneración económica o en quien aplica un mismo
esquema de escritura a sus textos con tal de crear productos que le generen un
tipo de reconocimiento social. En ambos casos, muy comunes por lo demás, se
carece del proceso reflexivo en el sentido de Apel (1985), como posibilidad de
comprensión del mundo y constitución de sentido, pues se obvia que “el acuerdo
práctico entre sujetos puede (o tiene que) presuponer ya siempre la comprensión
del yo y la correspondiente voluntad de autoafirmación de los interlocutores
individuales, como instancias que se proponen fines” (1985, II: 198). Y ese es
el punto de partida del desarrollo de pensamiento crítico, de un interlocutor
que incorpore a los otros a la hora de generar el texto/mensaje. Este proceder
implica una ética que la misma Cortina (1997) reconoce demasiado exigente
porque es un deber que “le prescribe atender intereses generalizables, a la
autonomía de todos y cada uno, a la solidaridad” (Cortina, 1997: 208).
Se debe indicar
que “es un hecho que en las sociedades
pluralistas se ha llegado a una conciencia moral compartida de valores […] que se concretan en la defensa de unos
derechos humanos” (Cortina,
1997: 204). De ahí que los temas sobre los que se escribe y las historias que
se cuentan no deben necesariamente partir del entorno o ser dictados por el colectivo,
sino que son “un hecho en sí mismo” (Williams, 2013: 143), y quien escribe
asume la circularidad de la hermenéutica crítica, la cual podemos resumir así:
se escribe para ser leído. Esta premisa pone de manifiesto el tránsito de la
acción individual a la acción colectiva, la responsabilidad y el compromiso que
se adquiere al poner en circulación un texto que tiene un destinatario (en la
línea de la Teoría de la Acción Comunicativa[17] de
Habermas de 1999). Podemos decir entonces que la escritura es una actividad
cooperativa porque propone un mensaje que a su vez se nutre de un receptor a
quien este llega:
Se precisa, pues, de un reconocimiento básico del otro
como persona, el interés activo en conocer sus necesidades, intereses y razones,
la propia disposición a razonar, el compromiso con la mejora material y
cultural que haga posible al máximo la simetría, la disposición a optar, no por
los propios intereses ni por los del propio grupo, sino por los generalizables
(Cortina, 1997: 205).
En el encuentro con el otro de la escritura se suscitan
las estrategias para la creación, pero también las fijadas por el campo
literario, como las viables en función de la profesionalización de la actividad
de la escritura, las cuales le dan legitimidad (publicación, premios,
divulgación, crítica, etc.). En cualquier caso, hay una responsabilidad
dialógica[18]
y una moralidad crítica que puede potenciar el desarrollo de virtudes.[19]
Ahora bien, las
instituciones como las editoriales o la academia entran en juego en el campo
literario y en el proceso de escritura, pero es el lector quien orienta y
afianza de manera más efectiva la corresponsabilidad (Cortina, 2004) que
atiende instancias morales. Por ello, en el encuentro con el otro hay una
legitimación que proviene del logro del bien interno propio de la escritura,
que sería la producción de pensamiento crítico.
El lector,
interlocutor válido, también debe reconocerse recíprocamente en lo que lee y
participa activamente en la deliberación (racionalidad) que le genera lo
escrito. Esto lo hace en la búsqueda constante de significados (Barthes, 1991),
que se ve favorecida por la argumentación (Apel, 1985) y en la interacción con
otros (Habermas, 2007). Así, un texto comprometido, cuyas temáticas y planteamientos
cuestionan al lector sobre la realidad, lo orientan en la toma de decisiones,
completando el círculo hermenéutico que consolida una ética de la escritura. La
ética como compromiso con el otro con quien se comparte contexto adquiere la
misma pertinencia que Compagnon propone para la literatura: “la formación de
uno mismo y el camino hacia el otro” (2008: 68).
La ética de la escritura, una ética de
la compasión
La orientación para la toma de decisiones por medio del
ejercicio de la escritura presupone la puesta en práctica de una ética
aplicada, cuyo uso tiene consecuencias, ya no solo en la corresponsabilidad
propia del reconocimiento del otro como interlocutor válido, sino en la
transformación social. Así lo concibe la escritora Cristina Rivera Garza cuando
anota que: “La escritura es una labor de muchos, es una tarea en la que nos
conectamos con otros, es, de hecho, un estar-con-otros” (Rivera, 2019: 268, la cursiva es
nuestra).
La premisa de estar-con-otros es categórica en el
contexto contemporáneo,[20] ya
que la conciencia de la pertinencia de una escritura que se comprometa y
argumente sobre la realidad, es más que necesaria para contribuir a la
reflexión y al desarrollo de capacidades críticas: “La capacidad crítica y
reflexiva y argumentativa es sin duda fundamental para hacer frente a la
demagogia y al autoritarismo” (Gracia, 2020: 115). Cabe pensar que la ética de
la escritura logra afianzar la pragmática trascendental en la medida que
“interpela emotiva y racionalmente al sujeto y sirve de cauce para la reflexión
crítica” (Gracia, 2020: 120).
Ahí es donde
aflora la compasión,[21] al
contar con el otro (Ortega, 1997). Arteta (1997) caracteriza la compasión a
partir de la dignidad y la finitud de la existencia humana, por su
universalismo y materialización en las personas, por su ejercicio ante los “más
débiles”, y como una virtud, no solo como una emoción.[22] Por
ello, hay que diferenciar la empatía de la compasión:[23]
mientras que la primera es emocional y sugiere una preocupación por el otro
(Prinz, 2007), la segunda se ve como un proceso reflexivo que lleva a la acción
(por ejemplo Buxarrais, 2006), es decir, se constituye en la dimensión
cognitiva de la emoción (Gracia, 2020); o en palabras de Singer y Klimecki
(2014), posee un enfoque y motivación prosocial.
La compasión no es solo un sentimiento ni tan siquiera
solo un deseo sino que en su sentido ético implica un modo virtuoso de acción.
Entender la compasión como una “pasión ética” conducente al reconocimiento de
la dignidad de toda persona humana implica reafirmar el compromiso con la
justicia y ponerse en marcha para ayudar a las víctimas (Gracia, 2020: 125).
De ahí que la compasión sea una responsabilidad ante el
otro (Ortega, 2016). Esta responsabilidad, corresponsabilidad en la línea de la
pragmática trascendental, sugiere que, para la escritura, la compasión llega en
el momento en que aquello que se escribe se piensa para el servicio del lector,[24]
cuando tiene una orientación moral que muestra e inquiere sobre la realidad en
el momento de la lectura:
algo valioso pasa cuando un escritor o una escritora
reflexiona con nosotros sobre las condiciones materiales que hacen posible –o
que imposibilitan– la escritura misma; es decir, la vida misma. Al hacerlo, al
pensar con nosotros y junto con nosotros, al involucrarnos en una conversación
que nos pertenece porque nos compete, estos escritores han expandido la vida de
lo público, la práctica de lo que nos es común, desde su hacer tan personal
como plural (Rivera, 2019: 263).
Más allá de una literatura comprometida (Sartre, 1976),
la ética de la escritura da cuenta de un proceso reflexivo que, guiado a través
de la educación crítica en el sentido propuesto por Gracia (2020), puede
potenciar el método socrático en función de la dialógica (Apel, 1985) y la
ética del discurso (Habermas, 2000).
No en vano, Singer
y Lamm (2009) y Singer y Klimecki (2014) hablan de la plasticidad de las
emociones sociales y sugieren que la empatía puede ser mejorada a través del
entrenamiento, esto debido a que con el tiempo la empatía se transforma en
compasión.[25]
Ello implicaría que la lectura, guiada hacia la reflexión por medio de una
ética de la escritura, y como un ejercicio constante, da lugar a una toma de
conciencia sobre la realidad, y por consiguiente, a la compasión.
En consecuencia,
si la escritura está pensada en función del otro,[26]
cumple la circularidad de la hermenéutica crítica (Cortina, 1996), e incide en
el individuo-lector y en la transformación propia, y por ende, en la social.
Por lo tanto, contrariamente al posicionamiento de Saramago (2003), lo que ha
limitado que la literatura promueva cambios sociales es la ausencia de una
ética de la escritura como ética de la compasión. Este enfoque permite,
mediante los mecanismos pedagógicos y reflexivos, una lectura crítica, es
decir, generar una reflexión sobre la realidad a través de lo escrito. A su
vez, la exposición del lector a una serie de cuestionamientos lleva al
desarrollo de pensamiento crítico y una conciencia de realidad: “Lo que pasa
fuera de la página y lo que pasa dentro de la página tienen, ahora más que
nunca, una relación concreta y directa con la producción de valor social”
(Rivera, 2013: 44).
Ya Nussbaum (2005)
nos ha ilustrado la búsqueda e identificación de temáticas en textos literarios
que resultan útiles para una educación moral.[27] No
obstante, lo que se busca es ahondar en la circularidad del proceso de
escritura, que ancla el texto a un contexto y remarca el compromiso de que
quienes escriben en la sociedad contemporánea, para que lo hagan con una ética
de la escritura que, en tanto ética de la compasión, convoque y haga de la
lectura en sí misma un recurso pedagógico y materia prima para una educación
crítica que comprometa al lector con su entorno.
Con recurso
pedagógico no nos referimos únicamente a la institucionalización literaria
(selección de textos, enseñanza de la literatura y crítica literaria), sino a
que toda escritura que tenga la vocación de estar-con-otros
haga del lector como interlocutor un ser cuyos bienes internos sean convocados
por medio de las virtudes para la puesta en marcha de un mundo mejor. De este
modo se logra la orientación del accionar y la literatura deviene, en el marco
de la perspectiva humanista, en un medio para la educación cívica y moral.
Ética de la escritura, pensamiento
crítica e imaginación cívica
La ética de la escritura es pertinente para la reflexión
sobre la literatura como ética aplicada (por ejemplo Cortina, 1996), una que no
solo nos presente en la literatura a los otros, como ha sugerido Nussbaum
(2005)[28] en
relación con el abordaje de personajes, sino que nos ayude a ver bajo una
diversidad temática y crítica nuestra realidad inmediata, más aún cuando la
interlocución nos devuelve que el otro también soy yo, puesto que formamos parte
de un mismo contexto.[29]
En ese sentido,
las tareas de la ética (Cortina, 1997) implican dilucidar en qué consiste lo
moral, pero también inquirir razones para que haya moral o denunciarla, e
intentar aplicar los principios éticos a la vida cotidiana. De ahí que la ética
de la escritura sea una ética de la compasión cuando la vida en sociedad no es
solo la identificación externa. Si no hay un trabajo interno, aquello que
hacemos termina en pose y no en conocimiento para la transformación social. En
términos de Gracia (2020), se dan lógicas unilaterales o la conmiseración, lo
cual redunda en pasividad e impasividad ante la dinámica cultural. Esto
requiere de una identificación con el entorno como comunidad política y asumir,
en la condición de ciudadanos, la construcción de un mundo humano (Cortina,
1999), con corresponsabilidad y compromiso moral con la transformación.
Llama la atención
la idea de imaginación narrativa de Nussbaum (2005). Esta se ha entendido en la
relación con el otro, como una forma de ponerse en su lugar mediante relatos de
los otros, para generar reflexión crítica sobre su lugar en el mundo. Pero bien
anotábamos al inicio la necesidad de incorporar la toma de decisiones y no solo
la sensibilización. Una “imaginación” no necesariamente implica la acción y la
compasión la hemos definido como cognición para la acción (por ejemplo Singer y
Klimecki, 2014). Por tanto, la compasión resulta de interés para ir más allá y
que el individuo se vea parte del entorno que lo constriñe.
Empero, sostenemos lo siguiente:
más que una imaginación narrativa, en el uso de la literatura como recurso
ético se necesita una imaginación com-pasiva (en el sentido que le da Gracia);
que acompañe e involucre al interlocutor desde la escritura, que se funda “en
el reconocimiento de la dignidad humana y [esté] orientado hacia el encuentro y
el entendimiento” (2020: 133) para la búsqueda del pleno desarrollo humano. La
labor ética de la escritura se enfatiza y posiciona el valor de la literatura
como recurso para el desarrollo de pensamiento crítico. Gracia nos invita a ampliar la imaginación narrativa: “Para la educación de
ciudadanos críticos, compasivos y cosmopolitas que fortalezcan la sociedad
democrática no se trata de fomentar cualquier tipo de imaginación narrativa
sino más específicamente la ‘imaginación cívica’” (2020: 123).
Y dado que no somos espectadores
pasivos de lo que se lee, leemos desde nuestra realidad, nos leemos a nosotros
con un bagaje cultural y simbólico. Quedarse en la
imaginación narrativa es correr el riesgo de parte de la teoría literaria, que
reivindica la escritura como arte y trabaja la forma, propiciando un análisis
del texto superficial y no accediendo a la profundidad reflexiva que demandan
la argumentación (Apel, 1985) y el principio dialógico (Habermas, 2007).
Así, aunque hay
textos que resultan modelos de virtudes –como los que utiliza Nussbaum (2005)–,
a pesar de su catalogación como clásicos y de la belleza de su escritura, “[e]n
el plano de la ética, de los valores, del respeto humano, apetece decir, sin
cinismo, que la humanidad […] sería exactamente lo que es hoy” (Saramago, 2003:
66-67), sin esa literatura.
Y aunque para
Saramago la literatura no transforma la sociedad,[30] esta
particular observación del autor muestra que se requiere de algo más que la
producción de un escrito para lograr incidir, y es justo la ética de la
escritura como ética de la compasión la que apela mediante la hermenéutica
crítica a algo más, a un proceso reflexivo que provea de herramientas. El uso
pedagógico de la literatura se ve limitado por la falta de herramientas
críticas e interpretativas a nivel social y educativo, además de un dominio
social (Martínez, 2006) que ha limitado el análisis literario desde una
perspectiva ética, la cual provea desarrollo de pensamiento crítico.
En ese dominio subyace la
limitación del encuentro con el otro y el no reconocimiento político del
compromiso de una ética de la escritura, cuya función compasiva requiere, más
que de obras (Nussbaum, 2005), del enfoque pragmático
trascendental que defiende Apel. Aquí, el “lenguaje ausente”, lo que está más
allá del texto, es de interés, porque los signos y los significados no se dan a priori sino en la búsqueda de sentido
que pone de manifiesto la indagación y la interpretación. El texto adquiere
entonces la connotación de discurso en el que la intersubjetividad reclama una
perspectiva dialógica en el sentido de Habermas, y sobre la que puedan
dilucidarse alternativas a problemas prácticos que nos lleven al imperativo
categórico: “la ética del discurso proporciona un fundamento racional para los
valores que deben transmitirse en una sociedad pluralista” (Cortina, 1999:
109).
El uso de la
literatura como recurso pedagógico requiere de una escritura pensada en la
lectura crítica, que evidencie los discursos y cuestione la realidad para la
búsqueda de otros mundos posibles y para el planteamiento de alternativas. La
ética de la escritura es un aporte a la educación ética, por lo cual “ha de
incorporar [una] dinámica dialógico-compasiva que implica con-moverse, abrirse
al otro, a lo que el otro pueda decir de sí mismo y de mí y no a que uno mismo sea el que genere imaginaciones o
idealizaciones” (Gracia, 2020: 133, la cursiva es nuestra). Esa es la base de
una imaginación cívica,[31] por
lo cual la literatura adquiere protagonismo como medio para fortalecer la
sociedad democrática a través de una educación crítica en el mundo
contemporáneo (Gracia, 2020).
Conclusiones
Una democracia humana y sensible requiere de la formación
de una ciudadanía crítica que se cuestione su lugar en el mundo y se interese
por la vida de los otros. Es urgente potenciar la adquisición de herramientas
que les permitan a las personas emitir juicios críticos que las lleven a
comprometerse con la sociedad en la que viven. Una educación crítica y ética
requiere de la reflexión filosófica, y la Filosofía moral ofrece un marco para
adentrarnos en un camino certero hacia una responsabilidad social en la que
prime la dignidad humana.
El análisis de la
escritura bajo esta perspectiva nos permite señalar que existe una ética de la escritura
que asume a sus lectores como interlocutores válidos y que amplía la visión de la
literatura a otro nivel discursivo, ya no el del arte ni el análisis de la forma, sino
el del abordaje de temáticas y problemáticas sociales en ella representadas.
El texto no es un
ente abstracto, es un producto de su época, generado en torno a una inquietud y
salido a la luz para que otros a través de la lectura sean inquiridos o se
apropien de aquello que fue escrito. Los lectores, en función de una serie de
mínimos comunes, se identifican con lo escrito (moralidad crítica) por medio de
un proceso reflexivo a través del
cual entran en juego argumentos que
sopesan aspectos claves sobre la realidad social y que además son puestos en
tela de juicio por diferentes actores sociales.
La
literatura, vista desde una ética de la
escritura, adquiere un compromiso moral
en el desarrollo de valores y en la articulación de la educación crítica. La
hermenéutica crítica posibilita la identificación con la dinámica de los otros
mediante un encuentro que vuelve al desarrollo de la compasión un elemento
clave del estar con otros. Así, la
aplicación de una ética de la compasión al ejercicio de la lectura es una herramienta
que promueve una educación crítica y moral, tanto a nivel reflexivo como
argumental, lo que cambia el enfoque con el que tradicionalmente ha sido vista
la literatura desde la filosofía.
Para la
educación crítica, el trabajo
de la compasión producto de una ética de la escritura resulta de gran interés, acompaña al desarrollo de una
imaginación compasiva, y más que
esta, de una responsabilidad ciudadana
a través de la cual se obtiene a la vez una responsabilidad cívica, que puede
potenciar una verdadera transformación social a través de la literatura.
En el mundo contemporáneo cada vez se producen más
textos en los que el proceso creativo deviene de una articulación textual basada en lo que hemos
llamado ética de la escritura. De ahí la pertinencia crítica de la
literatura para el abordaje de temas que nos constriñen y sobre lo que es necesario
desarrollar los procesos pedagógicos en
Humanidades. Gracia lo sintetiza de manera clara: “Así pues la
'visión humanista' de la educación lo es, en primer lugar, porque pone en el
centro de mira al ser humano, o mejor dicho, la humanidad en toda su dignidad y
en el respeto a sus derechos y responsabilidades cívicas” (2020: 89).
Es importante
ampliar la reflexión aquí esbozada e ir más allá de la escritura, a la lectura,
al lector como interlocutor crítico, lo cual amplíe ese ejercicio ético
compasivo. Si quien escribe propone una reflexión que logra desarrollar
pensamiento crítico, la lectura logra el propósito que enunciaba Williams:
“entiende los límites de la conciencia humana y crea nuevamente los valores
humanos más permanentes” (2013:144).
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[1] La reflexión
trascendental propone que la argumentación es la capacidad de comunicación
lingüística para la interlocución y la consiguiente aportación a la discusión
(Apel, 1985; Habermas, 2003; Serrano, 2004). La educación crítica en el
planteamiento de Gracia (2020) requiere de una imaginación cívica (Nussbaum,
2005) que extienda la ética a todo ser humano.
[2] Arte y cultura se utilizan comúnmente como sinónimos; no
obstante, esto ha llevado a una confusión en el uso indistinto de los términos
en detrimento del segundo. Esto responde a una herencia dieciochesca (Larraín,
2003) que ve la cultura como gusto e instrucción, sin valorar el quehacer
humano en un sentido amplio, antropológico.
[3] Saramago incluso
anota fehacientemente que “la literatura no transformó ni transforma
socialmente el mundo” (2003: 68).
[4] Nos referimos
específicamente a la literatura latinoamericana escrita en el siglo XXI, en la
cual ha habido de manera especial una mayor presencia de la voz de las mujeres
mediante el abordaje de temas como la violencia de género, el feminicidio o el
narcotráfico, entre otros.
[5] La escritora
mexicana Cristina Rivera Garza (2019) se cuestiona qué significa escribir en un
contexto como el contemporáneo y arroja luces en relación con la relevancia de
los procesos escriturales que denomina necroescrituras y desapropiación.
[6] Se respeta la
mayúscula utilizada por Cortina y Martínez (2001) para referirse a las áreas de
conocimiento.
[7] No obstante, no toda literatura se asume con compromiso
social y justo ahí la ética de la escritura como ética de la compasión es de interés
en el mundo contemporáneo, ya que posibilita su uso, mediante la crítica
literaria y la pedagogía crítica, para el abordaje de temas y problemáticas que
aportan al desarrollo de una ciudadanía crítica.
[8] Solo por mencionar
unos cuantos ejemplos que han contribuido a dejar de lado el análisis crítico,
temático y contextual del contenido de los textos literarios al centrarse en la
forma. Para mayor detalle sobre los diferentes enfoques en teoría literaria
revisar La crítica literaria del siglo xx (1996) de Fernando Gómez Redondo.
[9] El teórico
literario Mijaíl Bajtín llamó a la relación entre texto y contexto “dialógica
de la cultura” (Todorov, 1984). El texto interpela al lector y al mismo tiempo
muestra a través del lenguaje una interacción ideológico-social, que es
pertinente para quien escribe y para quien lee.
[10] En Sartre el
compromiso es un imperativo con implicaciones políticas debido a que la
literatura propicia la toma de conciencia. Ese es el propósito de las éticas
aplicadas (Cortina, 1996): una ética cívica cuya encarnación de valores en la
vida cotidiana aporta a la democracia (por ejemplo Cortina, 1997).
[11] En Apel, el paso
de la lógica kantiana a la pragmática del lenguaje reposiciona la discusión y
permite mediante la argumentación el acceso a una comunidad crítica: “una
filosofía trascendental moderna reflexiona, primariamente, sobre el sentido de
la argumentación en general y, por consiguiente, también sobre las
implicaciones de dicho sentido” (Apel, 1985, II: 211).
[12] Este concepto
proviene del trabajo de Habermas (2000, 2003, 2007) sobre la capacidad de
interpretación de la hermenéutica filosófica de Gadamer por medio de la razón
comunicativa (Arteta, 2016). En esta perspectiva dialéctica se busca que
múltiples voces logren trascendentalmente una comunicación que apunte a la
universalidad.
[13] Se intenta
mantener la lógica propuesta por Cortina (1996), pero pensando en su aplicación
a la escritura.
[14] Encajaría en el
sentido que lo anota Martínez (2006): una actividad humana, institucionalizada,
que se ejerce por vocación, con autonomía, responsabilidad y no solo por afán
de lucro.
[15] La moral cívica ha sido definida por Cortina (1997, 2003)
como una moral de mínimos, es decir, “unos mínimos compartidos entre ciudadanos
que tienen distintas concepciones de hombre, distintos ideales de vida humana;
mínimos que les llevan a considerar como fecunda su convivencia” (2003: 121).
[16] Para Cortina
(2000) la moral cívica no descansa en un deseo egoísta sino en valores.
[17] Habermas (1999) explica las dinámicas de interacción social
poniendo énfasis en las acciones recíprocas que permiten el reconocimiento y la
comprensión intersubjetiva de los sujetos en la sociedad, lo cual tiene
relevancia para la socialización y la configuración identitaria.
[18] Se utiliza el
concepto en el sentido de interlocución de Apel (2010) y al mismo tiempo en el
de la visión bajtiniana de relación del texto con el contexto (Todorov, 1984).
[19] Para MacIntyre (2001) una virtud es una cualidad humana
adquirida que nos hace capaces de lograr bienes internos en función de la
unidad humana.
[20] Rivera (2019) se refiere a la escritura en las sociedades
contemporáneas, las latinoamericanas y la mexicana en específico. Su reflexión
sobre la necroescritura habla de un estado de excepción (Agamben, 2014) y de la
necropolítica (Mbembe, 2011) que afecta no solo a los derechos humanos sino a
la dignidad humana. Estar-con-otros
es, en ese contexto, un compromiso para que quien lee se reconozca en lo que
lee y se sienta llamado a la reflexión.
[21] Si tomamos la
etimología, con refiere a
convergencia, y pathos –en la
acepción griega– a emoción, sentimiento, conmoción o sufrimiento. Así,
com-pasión se refiere a “sentir juntos” o “ponerse en el lugar de los otros” (Buxarrais,
2006: 205). Es una cualidad que conduce a la acción y que podemos relacionar
con el ethos como “forma de hacer las
cosas”.
[22] Recordemos la
perspectiva de MacIntyre (2001) sobre la virtud. La compasión al ser una virtud
adquiere una dimensión comunitaria (Cortina, 1997) y se explica en la relación
con el otro.
[23] Algunas propuestas
las ubican a un mismo nivel (Fonseca, 2015). No obstante, la diferencia se
intuye en el proceso reflexivo que conlleva la segunda. En términos
interpretativos, se ha señalado que la empatía es un malentendido de las
ciencias sociales (Taylor, 2005), porque produce un acercamiento que no es
comprensivo de la contradicción, de manera que no ve la significación de la
acción y la situación. Aquí coincidimos con Gracia (2020) en que “no hay que
confundir la empatía con la compasión, ni tan siquiera la primera como
requisito de la segunda” (123).
[24] Barthes (1991)
indica que quien escribe concibe desde el momento de la escritura a su lector.
[25] La red neuronal
relacionada con la compasión difiere de las relacionadas con la empatía, puesto
que estas últimas están vinculadas al dolor (Singer y Klimecki, 2014).
[26] Pensar la escritura en función de los otros es lo que le
da a la escritura una perspectiva ética, pues lejos de ser un giro idealista
ancla en lo concreto la acción: tener de frente a los otros, a los nos-otros.
Esto rompe con la figura dominante del escritor para comprender la compasión
como punto de inflexión de esta propuesta. Así, la escritura forma parte de una
perspectiva dinámica que piensa la construcción de los valores.
[27] La propuesta de
Nussbaum (2005) resulta útil para la discusión que aquí se procura. No
obstante, ella se centra en algunas obras cuya selección y uso generan cierto
tipo de espíritu crítico, buscado por quien media la lectura. Contrariamente a
ello, la ética de la escritura apela a un ejercicio de producción textual
comprometido. Esto no sucede así con la identificación de qué textos pueden
utilizarse para el desarrollo de procesos compasivos.
[28] Hay una realidad social que acompaña a los personajes de
los textos. Verlos insertos en un entramado cultural y valorar éticamente su
accionar debería de ser el propósito de una imaginación compasiva. Esa
necesidad la vemos cuando Nussbaum apela a la actitud crítica de Booth (2005:
135). Al respecto, creemos que reconocer únicamente su lugar en el mundo no
lleva a potenciar la dimensión activa de la compasión.
[29] Martínez (2006)
insiste en que la crisis de legitimidad de las profesiones requiere volver a
ganarse la confianza de la sociedad, lo cual es posible si se reconoce que
están al servicio de la humanidad en su conjunto.
[30] Curiosamente Nussbaum también indica que “La literatura no transforma la sociedad por sí
sola” (2005: 128),
pero mantiene una adscripción a esta como arte.
[31] Seguimos
a Jenkins y colaboradores: “We define civic imagination as the capacity to
imagine alternatives to current cultural, social, political, or economic
conditions; one cannot change the world without imagining what a better world might
look like” (2020: 5).