Encrucijadas y bifurcaciones. La ucronía (o alocronía) desde el punto de vista de la semiótica

Crossroads and Bifurcations. Uchronia (or Allochronia) from the Point of View of Semiotics

 

 

 

Mirko Lampis

Constantine the Philosopher University in Nitra

 

mlampis@ukf.sk

https://orcid.org/0000-0002-2444-2562

Recibido: 27/10/2023

Aceptado: 17/02/2023

 

 

Resumen

El mecanismo básico de la narración ucrónica, en tanto que fabulación histórica alternativa, es el pensamiento condicional-hipotético (una de las manifestaciones de la semiosis). A partir de esta constatación, estudiamos en este artículo el campo paradigmático de la noción de ucronía, introducimos la variante alocronía y relacionamos ambas nociones con la de modelización temporal (de la que damos tres ejemplos ficcionales procedentes de las obras Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut, El fin de la Eternidad, de Isaac Asimov, y El jardín de senderos que se bifurcan, de Jorge Luis Borges). Acudimos, finalmente, a los trabajos del físico Ilya Prigogine y del semiótico Jurij M. Lotman, quienes reflexionaron, a través de nociones metafóricas como bifurcación y encrucijada, acerca de las múltiples posibilidades de desarrollo (o deriva) de los sistemas dinámicos físicos y culturales.

Palabras clave: bifurcaciones, encrucijadas, ucronía, alocronía, semiótica.

 

Abstract

The basic mechanism of the uchronic narration, as an alternative historical tale, is conditional-hypothetical thinking (one of the manifestations of semiosis). Based on this observation, in this paper we study the paradigmatic field of the notion of uchronia, we introduce the variant allochronia and we relate both notions to the temporal modelling (of which we give three fictional examples from Kurt Vonnegut’s Slaughterhouse Five, Isaac Asimov’s The End of Eternity and Jorge Luis Borges’ The Garden of Forking Paths). Finally, we turn to the work of the physicist Ilya Prigogine and the semiotician Jurij M. Lotman, who reflected, through metaphorical notions such as bifurcation and crossroads, on the multiple possibilities of development (or drift) of dynamic systems, both physical and cultural.

Keywords: Bifurcations, Crossroads, Uchronia, Allochronia, Semiotics.

 

 

 

Introducción

 

No está claro que Kublai Kan se crea todo lo que le dice Marco Polo cuando le describe las ciudades visitadas durante sus embajadas, pero lo cierto es que el emperador de los tártaros continúa escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a cualquier otro de sus mensajeros o exploradores.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles

 

Dejo a los varios porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan.

Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan

 

No conozco lo bastante de aquellos tiempos para contestarle con certeza, señor –dijo–. Pero creo que algunos Primitivos llegaron a especular sobre la existencia de sendas alternativas del Tiempo o planos de existencia. No estoy seguro.

Isaac Asimov, El fin de la Eternidad

 

Esas criaturas eran amistosas, podían ver en cuatro dimensiones —por lo que compadecían a los terrestres, que no pueden ver más que en tres— y tenían muchas cosas maravillosas que enseñarnos, especialmente sobre el tiempo.

Kurt Vonnegut, Matadero Cinco

 

¿Qué pasaría si…? (o, acudiendo a la consabida parquedad anglosajona: What if…?). Se trata de uno de los mecanismos o estratagemas fundamentales del arte (ars, techné) de narrar historias. Y tanto es así, que un escritor tan experto y diestro en dicho arte como Gianni Rodari no podía no señalarlo en los primeros compases de su Gramática de la fantasía:

 

“Las hipótesis –escribió Novalis– son redes: tú echas la red y tarde o temprano algo atrapas”.

He aquí por lo pronto un ejemplo ilustre: ¿Qué pasaría si un hombre se despertara transformado en un inmundo insecto? A la pregunta contestó con su talante Franz Kafka en el cuento La metamorfosis. No digo que este cuento naciera de esa precisa pregunta, pero su forma es sin duda la del desarrollo, hasta sus consecuencias más trágicas, de una hipótesis del todo fantástica. Dentro de aquella hipótesis todo se vuelve lógico y humano, se carga de significados abiertos y diferentes interpretaciones, el símbolo vive una vida autónoma y son muchas las realidades a las que se adapta.

La de las “hipótesis fantásticas” es una técnica muy simple. Su forma es, justamente, la de la pregunta: ¿Qué pasaría si…? (Rodari, 1980: 28; traducción mía).

 

El pensamiento condicional-hipotético es uno de los resultados y, a la vez, una de las condiciones de existencia de esa modalidad cognoscitiva, más bien enrevesada, sin duda compleja, que llamamos semiosis, así como lo son la negación y la interrogación explícitas, la planificación estratégica y la mentira, todos fenómenos que con el pensamiento condicional-hipotético guardan estrecha relación. La semiosis: una modalidad de conocimiento que requiere cotas de destreza abstractiva, capacidad de correlación y habilidad generalizadora e inferencial no alcanzadas, que sepamos, en ningún ámbito cognoscitivo salvo el conformado por los procesos comunicativos humanos. Los cuales, por si cabe recordarlo, con una frecuencia nada desdeñable se resuelven, desde que los humanos somos humanos, en la elaboración y circulación de narraciones:

 

Los humanos también somos maestros de fabulación. Contamos (representamos, damos forma a) historias que versan sobre nosotros mismos, los otros y el mundo. Los mitos, las religiones, las ciencias, las artes, las historias locales y las universales, prácticamente no hay actividad humana que no esté entretejida de narraciones, de diferen­tes tipos de narración. Las hay, por ejemplo, de tipo “objetivador”, cuando las cosas y los hechos se describen y cuentan así como son y fueron. Se trata de fabulaciones que implican y llaman en causa, por lo tanto, a algún principio de realidad (independientemente de nosotros, lo que es, es así; lo que ocurrió, ocurrió así) y, asimismo, de identidad (A es A; yo soy yo). Ese mismo principio de identidad, por cierto, que (también) constituye, según la acertada opinión del filósofo Alain Roger (2019), el fundamento lógico de la estupidez hu­mana. También las hay de tipo “subjetivador”, cuando las cosas y los hechos se describen y cuentan así como los sujetos cognoscentes los ven, creen, viven. Según la inclinación de cada cual, llegamos por esta vía al escepticismo pirrónico, al idealismo romántico, a la voluntad de potencia nietzscheana o al relativismo epistémico contemporáneo. Todas actitudes que admiten, sin embargo, la existencia de limitacio­nes o constricciones básicas al operar del sujeto, a menos, claro, que este no esté dispuesto a pagar el precio (heroico o desconsiderado, según se mire) de un desafío total y radicalmente asistémico. Hay narraciones de tipo “ficcional”, cuando las cosas y los hechos no son así, pero así los describimos, contamos y damos a conocer. Hablamos, entonces, de historias y mundos inventados, imaginados, alternativos, donde se reflejan, distorsionan, trivializan o enriquecen los objetos y los sujetos de la historia y el mundo conocidos. Y las hay, finalmente, de tipo mixto, que es acaso el más frecuente. E incluso las hay de tipo recursivo. Mis favoritas (¿ha leído usted Las ciudades invisibles, de Italo Calvino? Si es que sí, puede que me comprenda) (Lampis, 2022: 125).

 

Narraciones por doquier, entonces, que trazan (traman y urden) hilos de sentido para el presente, desde el pasado, hacia el futuro. De modo que a nadie le sorprende –aunque pueda llegar a molestarle– que también exista una versión, por así decirlo, “retroactiva” del pensamiento condicional-hipotético, el hábito de aplicarlo de forma consistente a la narración de acontecimientos pretéritos y recordados.

Se llegan a formular de esta forma narraciones alternativas –narraciones otras– con respecto a la historia conocida o, mejor dicho, respecto a una historia conocida, sea esta objetivada, subjetivada o ficcional: ¿qué hubiera pasado si los Neandertales no se hubiesen extinguido? ¿Qué hubiera pasado si Cartago hubiese ganado la guerra contra Roma? ¿Qué hubiera pasado si los Reyes Católicos no hubiesen financiado a Colón? ¿Qué hubiera sido de mi vida, de haberme quedado en España? ¿Qué hubiera pasado si Alonso Quijano se hubiese enamorado de Sancho Panza? ¿Y si Kal-El no hubiese aterrizado en los Estados Unidos, sino en la Unión Soviética? Se les da el nombre de ucronías, precisamente, a estas narraciones pretéritas otras, cuando divergen, a partir de un momento dado, de la Narración Historiográfica Oficial. Sería este el caso de las respuestas a nuestros tres primeros “¿Qué hubiera pasado si…?”.

En lo que sigue, trataremos de estudiar sub specie semioticae la noción de ucronía, explicitando, en primer lugar, su dominio paradigmático y relacionándola, en segundo lugar, con la noción de modelización temporal (convenientemente ejemplificada mediante tres conocidos relatos de ficción: Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut, El fin de la Eternidad, de Isaac Asimov, y El jardín de senderos que se bifurcan, de Jorge Luis Borges). Traeremos a colación, finalmente, dos teorías científicas que ponen en evidencia, a través de nociones descriptivas tales como bifurcación y encrucijada, el valor epistémico del discurso ficcional ucrónico.

 

 

Cuestiones terminológicas

 

Acudiendo al griego clásico y combinando el prefijo negativo ou- (o tal vez el prefijo valorativo eu-) y el sustantivo topos, creó Tomás Moro, hacia 1516, el nombre de la isla de su sociedad ideal. Utopía, pues, interpretada enseguida, irónicamente, como ningún lugar (nowhere), puesto que solo de un lugar inexistente es legítimo esperarse que pueda hospedar una sociedad humana perfecta, sin conflictos ni injusticias. De ahí, finalmente, el término pasó a designar un propósito bonito, o valioso, o deseable, pero irreal, o no realizable, inalcanzable en la práctica, como en el caso de Engels y Marx, quienes definieron como “socialismos utópicos” los proyectos de sociedades comunitarias ideales de Saint-Simon y de Fourier (acerca de la historia del término y del “pensamiento utópico”, pueden consultarse Mumford, 2013, y Bares Partal y Oncina Coves, 2020).

Con este currículum y estos resultados ha llegado la voz hasta nosotros, así como demuestra la definición propuesta actualmente por el Diccionario de la lengua española (DLE):

utopía. Del lat. mod. Utopia, isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por Tomás Moro en 1516, y este del gr. ο ou ‘no’, τπος tópos ‘lugar’ y el lat. -ia ‘-ia’. 1. Plan, proyecto, doctrina o sistema ideales que parecen de muy difícil realización. 2. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano (RAE & ASALE, 2014).

 

A mediados del siglo XIX, como es sabido, se acuñaron, a partir de la voz utopía y de sus formantes cultos, los términos distopía y ucronía, pronto acogidos en diferentes léxicos especializados. Podemos definirlos acudiendo una vez más al DLE:

distopía. Del lat. mod. dystopia, y este del gr. δυσ- dys- ‘dis-’ y utopia ‘utopía’. 1. Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana (RAE & ASALE, 2014).

ucronía. 1. Reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos (RAE & ASALE, 2014).

 

Hay que reconocer que la definición de la segunda voz, que es la que aquí más nos interesa, deja bastante que desear, puesto que la reconstrucción de la historia sobre datos hipotéticos es lo que a menudo llamamos… ¡historiografía! Ni mucho más acertada parece, por cierto, la definición propuesta, en términos parecidos, por el Diccionario del español actual (DEA):

ucronía. (lit.) Utopía histórica, o construcción de la historia sobre datos hipotéticos o ficticios (Seco, Andrés y Ramos, 1999).

 

Dado el significado corriente de utopía (que el DEA también recoge), la definición de ucronía como “utopía histórica” cae de lleno en el sinsentido lexicográfico de no corresponder al uso efectivo de la unidad. En comparación, por lo tanto, parece más acertado, porque mejor explicitado y desarrollado, el primer registro de la voz por parte de la Real Academia Española, en la 21.a edición del DLE:

ucronía. Reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder (RAE, 1992).

 

Una definición en la que se hace patente tanto la lógica hipotético-condicional de la operación (“dar por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder”) como su campo de aplicación (la Historia).

Para concluir este pequeño recorrido definitorio, veamos también una definición algo más especializada:

Ucronía es un género literario que [sic] suele denominarse a novelas históricas con sucesos hipotéticos alternativos. Se podría decir que la ucronía es un contrafactual histórico ficticio. Especula sobre realidades no sucedidas históricamente pensando o recreando que “hubiese sucedido en la historia si…”. El momento histórico donde se bifurca la realidad de la ficción se suele llamar punto Jonbar (giro Jonbar) o punto de divergencia. A partir de dicho momento histórico se genera un punto de inflexión que usualmente en la novela produce un cambio de la historia “real”; es decir, es el momento en el cual la historia real diverge de la historia ucrónica (Ramírez Gallegos, 2019).

 

Desde el punto de vista etimológico, es decir, manteniendo (por el momento) en segundo plano los usos y las formas consagrados por la tradición y enfocando sobre todo el sentido originario de “lugar inexistente” y de “tiempo inexistido” que presentan las voces utopía y ucronía (sin dejar de referirlas, sin embargo, al “espacio social” y al “tiempo histórico), tendría sentido defender el siguiente esquema terminológico:

 

 

Versión

“mejorada”

 

Versión

“empeorada”

Versión

diferente

Espacio social

conocido

 

eutopía

distopía

alotopía

Desarrollo histórico

conocido

 

eucronía

discronía

alocronía

Espacio social y

desarrollo histórico conocidos

eucronotopía

discronotopía

alocronotopía

 

Teniendo en cuenta este esquema, pues, y también las tradiciones y los géneros narrativos tales y como se han ido definiendo en nuestra cultura, cabe concluir que las utopías literarias usualmente dichas –o sea las eutopías, como la de Moro, como La República de Platón, como La Ciudad del Sol de Tomás Campanella o como la sociedad de los houyhnhnms, descrita en Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift– son descripciones con fines moralizantes y censorios acerca de cómo debería estructurarse y funcionar una sociedad para que en ella no se produzcan y prosperen aquellos defectos que aquejan a las sociedades reales, mientras que las distopías, por el contrario, construyen su mundo de referencia justamente exagerando y exasperando –magnificando, se podría decir– esos mismos defectos: políticas totalitaristas, intolerancia, control represivo, discriminación, abusos, violencia, ideologías y ortodoxias liberticidas, sinsentidos burocráticos, etc. (baste pensar en 1984, de George Orwell, en Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o en El cuento de la criada, de Margaret Atwood).

Es bien diferente, en cambio, la lógica narrativa de las ucronías, las cuales, si bien pueden incluir elementos eucrónicos y discrónicos, consisten esencialmente en narraciones históricas alternativas a partir de un cambio significativo en el flujo de los eventos conocidos y registrados en la memoria compartida de la comunidad, configurándose, por ello, en términos generales, como alocronías.

En cualquier caso, tanto si se prefiere el uso “etimológico” como el “tradicional”, es importante entender que la elección de una terminología adecuada y conveniente a nivel descriptivo y analítico depende, ante todo, de cómo se modeliza y pone en discurso aquel fenómeno o experiencia comúnmente conocido como tiempo.

 

 

Arquitecturas y modelizaciones temporales

 

Quid est ergo tempus? si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare velim, nescio.

Agostino, Le confessioni, XI, 14

 

Es célebre esta cita de Agustín de Hipona, porque fue formulada por quien fue formulada y porque expresa breve, pero acertadamente, el desasosiego que todos a veces sentimos cuando tratamos de definir nociones aun de uso corriente que, sin embargo, aparecen y cobran sentido, como diría Wittgenstein, en muchos juegos lingüísticos diferentes.

La solución dada por el propio Agustín al problema del tiempo, en el Libro XI de sus Confesiones, es que el tiempo, a diferencia del espacio, no tiene un estatus ontológico claro, puesto que el tiempo pasado ya no existe, el tiempo futuro todavía no existe y lo único que existe es el tiempo presente, el cual, empero, no tiene extensión alguna, ya que fluye constantemente desde el futuro hacia el pasado. Lo que llamamos tiempo, entonces, lo que medimos como tiempo, comparando intervalos breves y largos, solo se debe a tres acciones del ánima humana: la memoria de lo que fue, la attentio hacia lo que es y la expectatio de lo que será.

La solución agustiniana nos parece, hoy en día, particularmente acertada porque relaciona explícitamente la noción de tiempo con los procesos cognoscitivos humanos –que son, si cabe recordarlo, procesos reticulares y colectivos– y, más concretamente, con la capacidad semiótica de abstraer, generalizar y organizar sucesos significativos iterados –tanto “circulares” como “lineales”: la alternancia día-noche, las variaciones estacionales, las fases lunares, el crecimiento y el envejecimiento de los seres vivos, etc.– y, asimismo, acontecimientos puntuales relevantes en la vida del individuo y de la comunidad (inundaciones, carestías, muertes, choques con otras comunidades, etc.). El Tiempo, la Historia y el Futuro van de la mano y se viven y tejen –se discursivizan y textualizan– en forma de narraciones.

Así como señala Krzysztof Pomian (1981), tanto el tiempo psicológico –el sentido del cambio regular e irreversible– como el tiempo colectivo –el de las actividades diurnas y nocturnas, las labores agrícolas, las recurrencias religiosas, etc.– son tiempos cualitativos, idiosincrásicos. A estos hay que sumar el tiempo cuantitativo, el tiempo medido y estandarizado que permite organizar y coordinar las diferentes actividades sociales: el tiempo del calendario y del reloj. Naturalmente, los tiempos cualitativos y los cuantitativos se compenetran, influenciándose mutuamente y conformando, juntos, una específica arquitectura temporal, que cambia, por ende, al compás de las innovaciones técnicas que modifican la percepción del tiempo o su cuantificación. Piénsese, por ejemplo, en los efectos sobre las perspectivas temporales debidos a la invención de la escritura o de la máquina de vapor y en lo que supuso la invención y la difusión de los relojes mecánicos a partir del siglo XIV.

Ahora bien, si reservamos la expresión arquitectura temporal al modo en que una colectividad dada vive y organiza el tiempo, podemos designar con la expresión modelización temporal las construcciones teoréticas con la finalidad de aclarar y especificar lo que el tiempo es (modelizar: elaborar un modelo explicativo, es decir, un conjunto coherente de elementos y relaciones pertinentes). Es en este sentido, pues, que podemos hablar de la modelización temporal de Agustín, o de la de Newton, o de la de Bergson.

En los próximos apartados, se expondrán, brevemente, tres diferentes modelizaciones temporales, las tres de origen ficcional. Es decir, se trata de modelizaciones funcionales a otras tantas narraciones de tipo ficcional (entre paréntesis, el año de su primera edición): la novela Matadero Cinco o La cruzada de los niños (1969), de Kurt Vonnegut, la novela El fin de la Eternidad (1955), de Isaac Asimov, y el relato El jardín de senderos que se bifurcan (1941), de Jorge Luis Borges. Como veremos, a cada narración le corresponden diferentes posibilidades de desarrollo y explicitación de la noción de ucronía (o alocronía).

 

 

Tiempo absoluto

 

Billy Pilgrim, el protagonista de la novela Matadero Cinco, fue secuestrado en su juventud –“abducido”, se diría acaso hoy en día, con término que no deja de hacernos sonreír a los semióticos– por unos extraterrestres procedentes del planeta Tralfamadore, adquiriendo, a raíz de ello, el hábito tralfamadoriano de desplazarse por el tiempo. No por todo el Tiempo, nótese bien, sino solo por el que corresponde a la duración de su vida:

Billy se ha acostado siendo un viejo viudo y se ha despertado el día de su boda. Ha entrado por una puerta en 1955 y ha salido por ella en 1941. Ha vuelto a traspasar esa puerta y se ha encontrado en 1963. Ha visto su nacimiento y su muerte muchas veces, según dice, y viaja al azar hacia cualquier momento de su vida. Eso dice (Vonnegut, 1987: 28).

 

El punto, sin embargo, es que no se trata de “viajes” o “saltos” “hacia atrás” o “hacia adelante” en el tiempo, no desde el punto de vista de los tralfamadorianos, puesto que estos perciben el tiempo de forma simultánea, de forma sincrónica:

Los terrestres son grandes narradores; siempre están explicando por qué determinado acontecimiento ha sido estructurado de tal forma, o cómo puede alcanzarse o evitarse. Yo soy tralfamadoriano, y veo el tiempo en su totalidad de la misma forma que usted puede ver un paisaje de las Montañas Rocosas. Todo el tiempo es todo el tiempo. Nada cambia ni necesita advertencia o explicación. Simplemente es. Tome los momentos como lo que son, momentos, y pronto se dará cuenta de que todos somos, como he dicho anteriormente, insectos prisioneros en ámbar (Vonnegut, 1987: 81-82).

 

“Insectos prisioneros en ámbar”: todos nosotros, en cualquier lugar, en cualquier instante. Los tralfamadorianos, cabe suponer, no son narradores (ni narratarios), sino, a lo sumo, observadores y descriptores de lo que es. El pensamiento condicional-hipotético no encuentra cabida en su mundo, ni el aplicado al futuro (¿qué pasaría si…?) ni el aplicado al pasado (¿qué hubiera pasado si…?). No hay para ellos lugares ni tiempos alternativos y toda alocronía se resuelve en un mero sinsentido.

 

Tiempo lineal variable

 

Andrew Harlan, el protagonista de El fin de la Eternidad, es un Eterno: un miembro importante –un Especialista, un Ejecutor– de la organización llamada Eternidad (a pesar de su nombre, los Eternos no son inmortales y sus “fisio-años” pasan como los de cualquier humano).

La Eternidad está situada en una burbuja en el Campo Temporal y su trabajo consiste en observar, analizar y programar la Historia de los seres humanos (los “Temporales”), a fin de garantizar el mayor bienestar posible al mayor número posible de ellos (el utilitarismo de Bentham elevado a nivel diacrónico). A tal fin, se programan y ejecutan determinados Cambios de Realidad. A través de complejas ecuaciones de campo, se calcula la probabilidad de que se produzcan tales y tales consecuencias históricas tras una determinada intervención en los acontecimientos dados. Un Ejecutor, como Harlan, entonces calcula y lleva a cabo el CMN (Cambio Mínimo Necesario) y, si los cálculos son los correctos, consigue el RMD (Resultado Máximo Deseado). Este es el trabajo de los Eternos:

Tratamos de agotar las infinitas posibilidades de “todo lo que pudo ser”, para escoger un “pudo ser” mejor que la Realidad actual, y entonces decidimos en qué lugar del Tiempo cabe hacer un pequeño Cambio para convertir el “es” en el “pudo ser” deseado. Y entonces tenemos un nuevo “es” y nos ponemos a buscar otro “pudo ser” y de nuevo repetimos el ciclo (Asimov, 1977: 47-48).

 

Por ejemplo, ¿se quiere evitar que se produzca una guerra en el siglo 224? Manipular el embrague del coche de un joven (CMN, Cambio Mínimo Necesario), impidiéndole llegar a tiempo a una conferencia sobre Ingeniería solar, una mañana concreta de un año concreto del siglo 223, produce una bifurcación temporal cuyos efectos se propagarán hasta cambiar el curso de los eventos y anular las causas del conflicto bélico futuro, que no tendrá lugar (RMD, Resultado Máximo Deseado). Así los Especialistas de la Eternidad cambian (lo que evalúan como) una discronía en (lo que consideran como) una eucronía. Las personas que hubieran perdido la vida en esa guerra, no la perderán; no habrá ningún bando vencedor; las condiciones posbélicas no se producirán; no se escribirán ciertas obras ni se inventarán ciertos instrumentos; muchas personas tendrán una vida y una personalidad totalmente diferentes; algunas desaparecerán sin dejar rastro; etc. Pero esto solo lo sabrán los Eternos: “La Historia que enseñan a los Temporales se modifica con cada Cambio de Realidad. Desde luego ellos no se dan cuenta. Dentro de cada Realidad, su Historia es la única verdadera” (Asimov, 1977: 25). Constituiría una excepción la Historia Primitiva, es decir, la historia anterior al descubrimiento del Campo Temporal y a la fundación de la Eternidad, en el siglo 24, ya que esta no se puede modificar (técnicamente sería posible, pero manipular la Historia Primitiva, alterar su curso, ¡significaría poner en peligro el descubrimiento y la existencia de la propia Eternidad!).

El tiempo es, para los Eternos, una secuencia lineal, aunque bien compleja, de cambios causalmente determinados. Cada vez que se programa un Cambio de Realidad, es decir, una intervención estratégica en las redes causales de la Historia, se calculan diferentes alocronías posibles, cada una con un cierto porcentaje de realización tras el Cambio. Pero, una vez realizado el CMN con éxito, solo una de ellas se realizará (la “mejor”, la de nivel más generalizado de bienestar… la más “mediocre”). Ipso facto, el futuro tal y como se conocía hasta entonces y todas las demás alocronías alternativas se convertirán, literalmente, en ucronías, en no-tiempos, cuyos productos y cuyas memorias solo se conservarán en los archivos de la Eternidad.

 

 

Tiempo reticular

 

El protagonista de El jardín de senderos que se bifurcan es una espía que llega, una noche, a consecuencia de sus trapicheos de agente doble, a la casa del sinólogo Albert. Por una curiosa coincidencia, este resulta ser un gran apasionado y experto en la obra y vida de Ts’ui Pên, famoso y controvertido antepasado del protagonista. Antes del desenlace de la historia, el sinólogo tiene el tiempo de aleccionarnos sobre los resultados de sus investigaciones:

Ts’ui Pên diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto. […] En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta –simultáneamente– por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. […] El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades (Borges, 1998: 110-111, 112-113, 116).

 

Circulaban, en mi juventud, algunos pequeños relatos, más bien triviales, que dejaban al lector, de vez en cuando, la posibilidad de elegir entre diferentes opciones narrativas. El héroe, por ejemplo, encuentra en su camino a un dragón dormido. “Si quieres que el héroe despierte al dragón y luche con él”, planteaba entonces, en negrita, el texto, “ve a la página siguiente”. Y luego la alternativa: “Si quieres que el héroe no se arriesgue y vuelva sobre sus pasos para buscar otro camino, ve a la página 12”. A veces, diferentes elecciones conducían, por caminos distintos, al mismo desenlace, lo que no puede sorprender: había, en cada librito, un número bien limitado de alternativas y un número más limitado aún de desenlaces. Sin embargo, el número de elecciones posibles en un relato de ficción es virtualmente infinito o, en todo caso, indeterminado (el “drama de las variantes” que tanto afectaba a Italo Calvino), como son indeterminadas las posibilidades narrativas respecto a un único evento (piénsese en los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau).

El laberinto de Ts’ui Pên nunca pudo encontrarse y los que trataron de leer su libro lo juzgaron una insensatez. Solo Albert entendió que Ts’ui Pên, en su libro-laberinto, había tratado de desarrollar simultáneamente cuantas más tramas le fuera posible y que semejante operación correspondía a su específica concepción del tiempo: una vertiginosa red de líneas temporales (alocronías) paralelas, convergentes y divergentes. En cualquier punto de esta red, en cualquier momento, ¿por qué no tratar de fabular acerca de lo que ocurre y de cómo ocurre en los demás puntos y momentos? Aún más: ¿y si estos se pudiesen observar?

En El fin de la Eternidad, una civilización muy posterior a la propia Eternidad también aprende a controlar el Campo Temporal, pero sus integrantes no desean manipular la Realidad y se quedan horrorizados ante la actividad de la Eternidad, hasta el punto de construir una barrera temporal para impedirle el acceso a “sus” tiempos (a partir del siglo 70 000) y de enviar una agente, Noys, para tratar de eliminar la organización. “Os burláis –le dice Noys a Andrew Harlan– ante la ignorancia de los Temporales que sólo conocen una Realidad. Nosotros sonreímos ante la ignorancia de los Eternos que conocen muchas Realidades distintas, pero creen que sólo una puede existir en el Tiempo” (Asimov, 1977: 163). En la sociedad de Noys, en cambio, han aprendido a observar las diferentes Realidades, con sus diferentes Historias, y hay un número infinito de ellas (algo así como el “multiverso” recientemente popularizado por las películas y series producidas por Marvel). Así que, literalmente, en esta proliferación multidimensional de Realidades y Tiempos, no existen, hablando con propiedad, ucronías, sino tan solo alocronías.

 

 

Puntos de bifurcación. La mirada semiótica

 

Desde un punto de vista epistemológico, las alocronías constituyen un interesante experimento narrativo que también puede ser relacionado, tal vez de forma provechosa, con el añoso problema del determinismo. Porque, tal y como reconoce el Programador Twissel, uno de los directores de la Eternidad en la novela de Asimov, “siempre existe la posibilidad de variaciones fortuitas. Con un número infinito de Realidades, no puede existir lo que llamamos determinismo” (Asimov, 1977: 126). Aunque sería mejor aquí reformular la afirmación del Programador en términos algo más rigurosos: siempre existe la posibilidad de variaciones contingentes. Con un número indefinido de variables, no puede existir lo que llamamos determinismo.

¿La historia es única? Dada la clase de seres que somos, con nuestros hábitos mnésicos, nuestras memorias públicas, nuestra actividad investigadora, nuestra actitud objetivante, debemos contestar afirmativamente. ¿Es también necesaria? ¿Estrictamente determinada? La respuesta en este caso solo puede ser negativa.

Cabe recordar que ya la historia de los procesos físicos y químicos admite momentos de indeterminación. Ilya Prigogine habla, al respecto, al igual que los Eternos, al igual que Ts’ui Pên, de bifurcaciones:

Si a partir de una determinada distancia del equilibrio [termodinámico] se abren al sistema no una, sino varias posibilidades, ¿hacia qué estado evolucionará éste? Ello dependerá de la naturaleza de la fluctuación que acabará por desestabilizar el sistema inestable y se amplificará hasta alcanzar uno de los estados macroscópicos posibles. […] Llamamos bifurcación al punto crítico a partir del cual se hace posible un nuevo estado. Los puntos de inestabilidad alrededor de los cuales una perturbación infinitesimal es suficiente para determinar el régimen de funcionamiento macroscópico de un sistema, son puntos de bifurcación. […] el determinismo de las ecuaciones que permiten calcular la estabilidad e inestabilidad de los diferentes estados y el azar de las fluctuaciones que deciden hacia qué estado se dirigirá efectivamente el sistema, están aquí asociados inseparablemente. […] La definición de un estado, más allá del umbral de inestabilidad, no es ya intemporal. Para ello, no basta referirse a la composición química y las condiciones del entorno. En efecto, ya no es deducible que el sistema se encuentra en ese estado singular, existen otros estados igualmente accesibles. Por tanto, la única explicación es histórica o genética: es necesario definir el camino que constituye el pasado del sistema, enumerar las bifurcaciones atravesadas y la sucesión de las fluctuaciones que han formado la historia real entre todas las historias posibles (Prigogine y Stengers, 2004: 192-193).

 

En un punto de bifurcación, en suma, un sistema físico o químico alejado de las condiciones de equilibrio y sujeto a fluctuaciones de estado tiene un comportamiento estocástico, con lo cual es imposible determinar a ciencia cierta hacia qué estado desembocará el proceso. Más aún: el conocimiento de la historia previa del sistema resulta fundamental para poder explicar su estado actual.

El semiótico ruso Jurij M. Lotman encontró, en la obra de Prigogine, interesantes homologías teóricas con su propia labor de investigador de la cultura. Lotman, sobre todo, se dio cuenta de que el estudio de los sistemas alejados del equilibrio termodinámico se acercaba a su propio estudio de los procesos semióticos y culturales, puesto que en ambos se hacía patente la necesidad del “seguimiento histórico” y la importancia de los factores aleatorios en las dinámicas de cambio. De hecho, tanto Prigogine como Lotman se movían en el ámbito de lo que ahora podemos llamar paradigma sistémico (Lampis, 2015).

Valga como ejemplo el artículo “Clío en la encrucijada”, de 1988, un fervoroso alegato en contra de la concepción lineal y determinista del desarrollo histórico y la narración historiográfica. Es esta, comenta Lotman, una concepción que puede ser aplicada, a lo sumo, a ciertos procesos históricos “extrapersonales” y “espontáneos”, como la deriva de una lengua o la de un sistema económico, pero que resulta sobremanera empobrecedora ahí donde se manifiesta la actividad consciente del ser humano y, máximamente, cuando este tiene que elegir entre diferentes posibilidades de acción –es decir, cuando llega a una encrucijada– y cualquier evento casual o contingente puede volverse determinante en el proceso de elección:

La historia se presenta ante nosotros no como un ovillo desovillado en un hilo infinito, sino como una avalancha de materia viva que se autodesarrolla. En ella luchan, por una parte, mecanismos de aumento de la entropía y, por consiguiente, de una creciente limitación de la elección, de reducción de las situaciones alternativas al cero informacional, y, por otra, mecanismos de constante incremento de las “encrucijadas”, las alternativas, los momentos de elección del camino, los momentos en que no se puede predecir el desarrollo ulterior. Aquí entran en acción el intelecto y la personalidad del hombre que realiza la elección. Ésos son los “minutos fatales”, según Tiútchev, o los momentos de bifurcación, según Prigogine (Lotman, 1988: 252).

 

Clío personifica a la Historia y, al mismo tiempo, a la Historiografía. Cuando llega a una encrucijada (que es, al fin y al cabo, una bifurcación múltiple), el camino que tome no está completamente predeterminado de antemano y el historiador, por lo tanto, no debería cometer el error de considerar que el camino elegido era el único posible o su elección la única necesaria. Clío no es “una pasajera en un vagón que rueda por los rieles de un punto a otro”, sino “una peregrina que va de encrucijada en encrucijada y escoge un camino” (Lotman, 1988: 254). Incluso los factores y las presiones regulares (“impersonales”) de orden económico, político, ideológico, religioso, etc., no actúan, en última instancia, de forma abstracta, sino sobre y a través de sujetos reales y en circunstancias concretas, de modo que los cruces ocasionales y contingentes de personalidades, circunstancias y tendencias diferentes crean una “explosión” caleidoscópica de posibilidades.

El pensamiento condicional-hipotético, en general, y las narraciones ucrónicas y alocrónicas, en particular, no son entonces ni deberían ser considerados como meros juegos u ociosidades literarias: remiten a, o recuerdan, según los casos, el hecho de que el mundo y la historia realmente hubieran podido ser otra cosa de lo que son. Y que tampoco el futuro, por consiguiente, está determinado de forma unívoca.

 

 

Conclusiones

 

No existe, según me consta, ninguna teoría científica acreditada –acerca, pongamos, de universos o dimensiones paralelas, ramificaciones espaciotemporales, indeterminación cuántica, etc.– que pueda legitimar el discurso ucrónico desde una perspectiva realista (y, por ende, epistemológicamente ingenua). Pero sí existen teorías científicas que proponen, como la de Prigogine, modelos útiles para comprender lo que ocurre en determinados puntos críticos de la historia de los sistemas complejos, cuando el sistema puede derivar hacia diferentes estados sin que resulte posible determinar de antemano cuál de ellos se realizará.

Ahora bien, si aceptamos, como aquí se ha propuesto, que el pensamiento condicional-hipotético es el fundamento semiótico de la narración ucrónica, podemos definir esta última como una operación discursiva que consiste en re-elaborar y re-escribir la historia, de forma consistente y consecuente, a partir de un cambio arbitrario en las contingencias conocidas (¿Qué hubiera pasado si…?). Operación perfectamente plausible, sobre todo si nuestra modelización temporal nos insta a reconocer que la historia no estaba determinada a ser tal y como efectivamente la conocemos y narramos.

Volviendo a las modelizaciones subyacentes a los relatos de ficción que hemos consultado, por ejemplo, se trataría de rechazar la concepción “absoluta” del tiempo, como la de los tralfamadorianos en la novela de Vonnegut Matadero Cinco, para abrazar el “tiempo lineal variable” manipulado por los Eternos en la novela de Asimov y, más aún, el “tiempo reticular” defendido por Ts’ui Pên en el borgesiano El jardín de senderos que se bifurcan.

A la postre, la narración ucrónica, o lo que podríamos llamar tiempo alternativo, o alocronía, no solo se ve legitimada por aquellas modelizaciones –ficcionales, filosóficas o científicas– que relativizan, y aun hacen añicos, la linealidad infranqueable del tiempo, con su estricto determinismo causal, sino que también acaba reforzando dichas modelizaciones, contribuyendo a que tomen, por decirlo de alguna manera, “cuerpo textual” en el tejido de la cultura. Lo cual finalmente nos remite a una de las principales funciones culturales de la literatura: conocer –y co-ordenar– lo que es nuestro mundo a partir de la construcción de espacios, historias y tiempos otros.

 

 

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LAMPIS, M. (2023). Encrucijadas y bifurcaciones. La ucronía (o alocronía) desde el punto de vista de la semiótica. Impossibilia. Revista Internacional De Estudios Literarios, (25), 5–18. https://doi.org/10.30827/impossibilia.252023.26401

 

 

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