Encrucijadas y bifurcaciones. La
ucronía (o alocronía) desde el punto de vista de la semiótica
Crossroads and Bifurcations. Uchronia (or Allochronia)
from the Point of View of Semiotics
Mirko Lampis
Constantine the Philosopher University in Nitra
https://orcid.org/0000-0002-2444-2562
Recibido: 27/10/2023
Aceptado: 17/02/2023
Resumen
El mecanismo básico de la narración ucrónica, en tanto que fabulación
histórica alternativa, es el pensamiento condicional-hipotético (una de las
manifestaciones de la semiosis). A partir de esta constatación, estudiamos en
este artículo el campo paradigmático de la noción de ucronía, introducimos la variante alocronía y relacionamos ambas nociones con la de modelización temporal (de la que damos
tres ejemplos ficcionales procedentes de las obras Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut, El fin de la Eternidad, de Isaac Asimov, y El jardín de senderos que se bifurcan, de Jorge Luis Borges).
Acudimos, finalmente, a los trabajos del físico Ilya Prigogine y del semiótico
Jurij M. Lotman, quienes reflexionaron, a través de nociones metafóricas como bifurcación y encrucijada, acerca de las múltiples posibilidades de desarrollo (o
deriva) de los sistemas dinámicos físicos y culturales.
Palabras clave:
bifurcaciones, encrucijadas, ucronía, alocronía, semiótica.
Abstract
The basic mechanism of the uchronic narration, as an
alternative historical tale, is conditional-hypothetical thinking (one of the
manifestations of semiosis). Based on this observation, in this paper we study
the paradigmatic field of the notion of uchronia, we introduce the variant
allochronia and we relate both notions to the temporal modelling (of which we
give three fictional examples from Kurt Vonnegut’s Slaughterhouse Five, Isaac Asimov’s The End of Eternity and Jorge Luis Borges’ The Garden of Forking Paths). Finally, we turn to the work of the
physicist Ilya Prigogine and the semiotician Jurij M. Lotman, who reflected,
through metaphorical notions such as bifurcation and crossroads, on the
multiple possibilities of development (or drift) of dynamic systems, both
physical and cultural.
Keywords: Bifurcations, Crossroads, Uchronia, Allochronia, Semiotics.
Introducción
No está claro que
Kublai Kan se crea todo lo que le dice Marco Polo cuando le describe las
ciudades visitadas durante sus embajadas, pero lo cierto es que el emperador de
los tártaros continúa escuchando al joven veneciano con más curiosidad y
atención que a cualquier otro de sus mensajeros o exploradores.
Italo
Calvino, Las ciudades invisibles
Dejo a los varios
porvenires (no a todos) mi jardín de senderos que se bifurcan.
Jorge Luis
Borges, El jardín de senderos que se
bifurcan
No conozco lo
bastante de aquellos tiempos para contestarle con certeza, señor –dijo–. Pero
creo que algunos Primitivos llegaron a especular sobre la existencia de sendas
alternativas del Tiempo o planos de existencia. No estoy seguro.
Isaac
Asimov, El fin de la Eternidad
Esas
criaturas eran amistosas, podían ver en cuatro dimensiones —por lo que
compadecían a los terrestres, que no pueden ver más que en tres— y tenían
muchas cosas maravillosas que enseñarnos, especialmente sobre el tiempo.
Kurt
Vonnegut, Matadero Cinco
¿Qué pasaría si…? (o, acudiendo a la consabida parquedad anglosajona: What if…?). Se
trata de uno de los mecanismos o estratagemas fundamentales del arte (ars, techné)
de narrar historias. Y tanto es así, que un escritor tan experto y diestro en
dicho arte como Gianni Rodari no podía no señalarlo en los primeros compases de
su Gramática de la fantasía:
“Las
hipótesis –escribió Novalis– son redes: tú echas la red y tarde o temprano algo
atrapas”.
He aquí por
lo pronto un ejemplo ilustre: ¿Qué
pasaría si un hombre se despertara transformado en un inmundo insecto? A la
pregunta contestó con su talante Franz Kafka en el cuento La metamorfosis. No digo que este cuento naciera de esa precisa
pregunta, pero su forma es sin duda la del desarrollo, hasta sus consecuencias
más trágicas, de una hipótesis del todo fantástica. Dentro de aquella hipótesis
todo se vuelve lógico y humano, se carga de significados abiertos y diferentes
interpretaciones, el símbolo vive una vida autónoma y son muchas las realidades
a las que se adapta.
La de las
“hipótesis fantásticas” es una técnica muy simple. Su forma es, justamente, la
de la pregunta: ¿Qué pasaría si…?
(Rodari, 1980: 28; traducción mía).
El pensamiento condicional-hipotético es uno de los resultados y, a la vez,
una de las condiciones de existencia de esa modalidad cognoscitiva, más bien
enrevesada, sin duda compleja, que llamamos semiosis, así como lo son la
negación y la interrogación explícitas, la planificación estratégica y la
mentira, todos fenómenos que con el pensamiento condicional-hipotético guardan
estrecha relación. La semiosis: una modalidad de conocimiento que requiere
cotas de destreza abstractiva, capacidad de correlación y habilidad
generalizadora e inferencial no alcanzadas, que sepamos, en ningún ámbito
cognoscitivo salvo el conformado por los procesos comunicativos humanos. Los
cuales, por si cabe recordarlo, con una frecuencia nada desdeñable se
resuelven, desde que los humanos somos humanos, en la elaboración y circulación
de narraciones:
Los humanos también somos maestros de
fabulación. Contamos (representamos, damos forma a) historias que versan sobre
nosotros mismos, los otros y el mundo. Los mitos, las religiones, las ciencias,
las artes, las historias locales y las universales, prácticamente no hay
actividad humana que no esté entretejida de narraciones, de diferentes tipos
de narración. Las hay, por ejemplo, de tipo “objetivador”, cuando las cosas y
los hechos se describen y cuentan así como son y
fueron. Se trata de fabulaciones que implican y llaman en causa, por lo tanto,
a algún principio de realidad (independientemente de nosotros, lo que es, es
así; lo que ocurrió, ocurrió así) y, asimismo, de identidad (A es A; yo soy
yo). Ese mismo principio de identidad, por cierto, que (también) constituye,
según la acertada opinión del filósofo Alain Roger (2019), el fundamento lógico
de la estupidez humana. También las hay de tipo “subjetivador”, cuando las
cosas y los hechos se describen y cuentan así como los
sujetos cognoscentes los ven, creen, viven. Según la inclinación de cada cual,
llegamos por esta vía al escepticismo pirrónico, al idealismo romántico, a la
voluntad de potencia nietzscheana o al relativismo epistémico contemporáneo.
Todas actitudes que admiten, sin embargo, la existencia de limitaciones o
constricciones básicas al operar del sujeto, a menos, claro, que este no esté
dispuesto a pagar el precio (heroico o desconsiderado, según se mire) de un
desafío total y radicalmente asistémico. Hay narraciones de tipo “ficcional”, cuando
las cosas y los hechos no son así, pero así los describimos, contamos y damos a
conocer. Hablamos, entonces, de historias y mundos inventados, imaginados,
alternativos, donde se reflejan, distorsionan, trivializan o enriquecen los
objetos y los sujetos de la historia y el mundo conocidos. Y las hay,
finalmente, de tipo mixto, que es acaso el más frecuente. E incluso las hay de
tipo recursivo. Mis favoritas (¿ha leído usted Las ciudades invisibles,
de Italo Calvino? Si es que sí, puede que me comprenda) (Lampis, 2022: 125).
Narraciones por doquier, entonces, que trazan (traman y urden) hilos de
sentido para el presente, desde el pasado, hacia el futuro. De modo que a nadie
le sorprende –aunque pueda llegar a molestarle– que también exista una versión,
por así decirlo, “retroactiva” del pensamiento condicional-hipotético, el
hábito de aplicarlo de forma consistente a la narración de acontecimientos
pretéritos y recordados.
Se llegan a formular de esta forma narraciones
alternativas –narraciones otras– con
respecto a la historia conocida o, mejor dicho, respecto a una historia conocida, sea esta objetivada, subjetivada o
ficcional: ¿qué hubiera pasado si los Neandertales no se hubiesen extinguido?
¿Qué hubiera pasado si Cartago hubiese ganado la guerra contra Roma? ¿Qué
hubiera pasado si los Reyes Católicos no hubiesen financiado a Colón? ¿Qué
hubiera sido de mi vida, de haberme quedado en España? ¿Qué hubiera pasado si
Alonso Quijano se hubiese enamorado de Sancho Panza? ¿Y si Kal-El no hubiese aterrizado en los Estados Unidos, sino en la Unión
Soviética? Se les da el nombre de ucronías, precisamente, a estas
narraciones pretéritas otras, cuando divergen, a partir de un momento dado, de
la Narración Historiográfica Oficial. Sería este el caso de las respuestas a
nuestros tres primeros “¿Qué hubiera pasado si…?”.
En lo que sigue, trataremos de estudiar sub specie semioticae la noción de
ucronía, explicitando, en primer lugar, su dominio paradigmático y
relacionándola, en segundo lugar, con la noción de modelización temporal (convenientemente ejemplificada mediante tres
conocidos relatos de ficción: Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut, El fin de la
Eternidad, de Isaac Asimov, y El
jardín de senderos que se bifurcan, de Jorge Luis Borges). Traeremos
a colación, finalmente, dos teorías científicas que ponen en evidencia, a
través de nociones descriptivas tales como bifurcación
y encrucijada, el valor epistémico
del discurso ficcional ucrónico.
Cuestiones terminológicas
Acudiendo al griego clásico y
combinando el prefijo negativo ou- (o
tal vez el prefijo valorativo eu-) y
el sustantivo topos, creó Tomás Moro,
hacia 1516, el nombre de la isla de su sociedad ideal. Utopía, pues,
interpretada enseguida, irónicamente, como ningún lugar (nowhere), puesto que solo de un lugar inexistente es legítimo
esperarse que pueda hospedar una sociedad humana perfecta, sin conflictos ni
injusticias. De ahí, finalmente, el término pasó a designar un propósito
bonito, o valioso, o deseable, pero irreal, o no realizable, inalcanzable en la
práctica, como en el caso de Engels y Marx, quienes definieron como
“socialismos utópicos” los proyectos de sociedades comunitarias ideales de
Saint-Simon y de Fourier (acerca de la historia del término y del “pensamiento
utópico”, pueden consultarse Mumford, 2013, y Bares Partal y Oncina Coves,
2020).
Con este currículum y estos resultados ha llegado la voz
hasta nosotros, así como demuestra la definición propuesta actualmente por el Diccionario de la lengua española (DLE):
utopía. Del lat. mod. Utopia,
isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto, descrita por
Tomás Moro en 1516, y este del gr. οὐ ou ‘no’, τόπος tópos ‘lugar’ y el lat. -ia ‘-ia’. 1. Plan, proyecto,
doctrina o sistema ideales que parecen de muy difícil realización. 2.
Representación imaginativa de una sociedad futura de características
favorecedoras del bien humano (RAE & ASALE, 2014).
A mediados del siglo XIX, como es sabido, se acuñaron, a partir de la voz utopía y de sus formantes cultos, los
términos distopía y ucronía, pronto acogidos en diferentes
léxicos especializados. Podemos definirlos acudiendo una vez más al DLE:
distopía. Del lat. mod. dystopia, y
este del gr. δυσ- dys- ‘dis-’ y utopia
‘utopía’. 1. Representación ficticia de una sociedad futura de características
negativas causantes de la alienación humana (RAE & ASALE, 2014).
ucronía. 1. Reconstrucción de la historia
sobre datos hipotéticos (RAE & ASALE, 2014).
Hay que reconocer que la definición de la segunda voz, que es la que aquí
más nos interesa, deja bastante que desear, puesto que la reconstrucción de la
historia sobre datos hipotéticos es lo que a menudo llamamos… ¡historiografía!
Ni mucho más acertada parece, por cierto, la definición propuesta, en términos
parecidos, por el Diccionario del español
actual (DEA):
ucronía. (lit.) Utopía histórica, o construcción
de la historia sobre datos hipotéticos o ficticios (Seco, Andrés y Ramos,
1999).
Dado el significado corriente de utopía
(que el DEA también recoge), la
definición de ucronía como “utopía
histórica” cae de lleno en el sinsentido lexicográfico de no corresponder al
uso efectivo de la unidad. En comparación, por lo tanto, parece más acertado,
porque mejor explicitado y desarrollado, el primer registro de la voz por parte
de la Real Academia Española, en la 21.a edición del DLE:
ucronía. Reconstrucción
lógica, aplicada a la historia, dando por supuesto acontecimientos no
sucedidos, pero que habrían podido suceder (RAE, 1992).
Una definición en la que se hace patente tanto la lógica
hipotético-condicional de la operación (“dar por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder”) como su campo de aplicación (la Historia).
Para concluir este pequeño recorrido definitorio, veamos
también una definición algo más especializada:
Ucronía es
un género literario que [sic] suele denominarse a novelas históricas con
sucesos hipotéticos alternativos. Se podría decir que la ucronía es un
contrafactual histórico ficticio. Especula sobre realidades no sucedidas
históricamente pensando o recreando que “hubiese sucedido en la historia
si…”. El momento histórico donde se bifurca la realidad de la ficción se
suele llamar punto Jonbar (giro Jonbar) o punto de divergencia. A partir de
dicho momento histórico se genera un punto de inflexión que usualmente en la
novela produce un cambio de la historia “real”; es decir, es el momento en el
cual la historia real diverge de la historia ucrónica (Ramírez Gallegos, 2019).
Desde el punto de vista etimológico, es decir, manteniendo (por el momento)
en segundo plano los usos y las formas consagrados por la tradición y enfocando
sobre todo el sentido originario de “lugar inexistente” y de “tiempo
inexistido” que presentan las voces utopía
y ucronía (sin dejar de referirlas,
sin embargo, al “espacio social” y al “tiempo histórico), tendría sentido
defender el siguiente esquema terminológico:
|
Versión “mejorada” |
Versión “empeorada” |
Versión diferente |
Espacio social conocido |
eutopía |
distopía |
alotopía |
Desarrollo histórico conocido |
eucronía |
discronía |
alocronía |
Espacio social y desarrollo histórico conocidos |
eucronotopía |
discronotopía |
alocronotopía |
Teniendo en cuenta este esquema,
pues, y también las tradiciones y los géneros narrativos tales y como se han
ido definiendo en nuestra cultura, cabe concluir que las utopías literarias
usualmente dichas –o sea las eutopías, como la de Moro, como La República de Platón, como La Ciudad del Sol de Tomás Campanella o
como la sociedad de los houyhnhnms, descrita en Los
viajes de Gulliver de Jonathan Swift– son descripciones con fines
moralizantes y censorios acerca de cómo debería estructurarse y funcionar una
sociedad para que en ella no se produzcan y prosperen aquellos defectos que
aquejan a las sociedades reales, mientras que las distopías, por el contrario,
construyen su mundo de referencia justamente exagerando y exasperando
–magnificando, se podría decir– esos mismos defectos: políticas totalitaristas,
intolerancia, control represivo, discriminación, abusos, violencia, ideologías
y ortodoxias liberticidas, sinsentidos burocráticos, etc. (baste pensar en 1984, de George Orwell, en Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o en El cuento de la criada, de Margaret
Atwood).
Es bien
diferente, en cambio, la lógica narrativa de las ucronías, las cuales, si bien
pueden incluir elementos eucrónicos y discrónicos, consisten esencialmente en
narraciones históricas alternativas a partir de un cambio significativo en el
flujo de los eventos conocidos y registrados en la memoria compartida de la
comunidad, configurándose, por ello, en términos generales, como alocronías.
En cualquier
caso, tanto si se prefiere el uso “etimológico” como el “tradicional”, es
importante entender que la elección de una terminología adecuada y conveniente
a nivel descriptivo y analítico depende, ante todo, de cómo se modeliza y pone
en discurso aquel fenómeno o experiencia comúnmente conocido como tiempo.
Arquitecturas y modelizaciones temporales
Quid est ergo
tempus? si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare velim, nescio.
Agostino, Le confessioni, XI, 14
Es célebre esta cita de Agustín
de Hipona, porque fue formulada por quien fue formulada y porque expresa breve,
pero acertadamente, el desasosiego que todos a veces sentimos cuando tratamos
de definir nociones aun de uso corriente que, sin embargo, aparecen y cobran
sentido, como diría Wittgenstein, en muchos juegos lingüísticos diferentes.
La solución
dada por el propio Agustín al problema del tiempo, en el Libro XI de sus Confesiones, es que el tiempo, a
diferencia del espacio, no tiene un estatus ontológico claro, puesto que el
tiempo pasado ya no existe, el tiempo futuro todavía no existe y lo único que
existe es el tiempo presente, el cual, empero, no tiene extensión alguna, ya que
fluye constantemente desde el futuro hacia el pasado. Lo que llamamos tiempo,
entonces, lo que medimos como tiempo, comparando intervalos breves y largos,
solo se debe a tres acciones del ánima humana: la memoria de lo que fue, la attentio
hacia lo que es y la expectatio de lo
que será.
La solución
agustiniana nos parece, hoy en día, particularmente acertada porque relaciona
explícitamente la noción de tiempo con los procesos cognoscitivos humanos –que
son, si cabe recordarlo, procesos reticulares y colectivos– y, más
concretamente, con la capacidad semiótica de abstraer, generalizar y organizar
sucesos significativos iterados –tanto “circulares” como “lineales”: la
alternancia día-noche, las variaciones estacionales, las fases lunares, el
crecimiento y el envejecimiento de los seres vivos, etc.– y, asimismo,
acontecimientos puntuales relevantes en la vida del individuo y de la comunidad
(inundaciones, carestías, muertes, choques con otras comunidades, etc.). El
Tiempo, la Historia y el Futuro van de la mano y se viven y tejen –se discursivizan
y textualizan– en forma de narraciones.
Así como señala
Krzysztof Pomian (1981), tanto el tiempo psicológico –el sentido del cambio
regular e irreversible– como el tiempo colectivo –el de las actividades diurnas
y nocturnas, las labores agrícolas, las recurrencias religiosas, etc.– son tiempos cualitativos, idiosincrásicos. A
estos hay que sumar el tiempo
cuantitativo, el tiempo medido y estandarizado que permite organizar y
coordinar las diferentes actividades sociales: el tiempo del calendario y del
reloj. Naturalmente, los tiempos cualitativos y los cuantitativos se
compenetran, influenciándose mutuamente y conformando, juntos, una específica arquitectura temporal, que cambia, por
ende, al compás de las innovaciones técnicas que modifican la percepción del
tiempo o su cuantificación. Piénsese, por ejemplo, en los efectos sobre las
perspectivas temporales debidos a la invención de la escritura o de la máquina
de vapor y en lo que supuso la invención y la difusión de los relojes mecánicos
a partir del siglo XIV.
Ahora bien, si
reservamos la expresión arquitectura
temporal al modo en que una colectividad dada vive y organiza el tiempo,
podemos designar con la expresión modelización
temporal las construcciones teoréticas con la finalidad de aclarar y
especificar lo que el tiempo es (modelizar: elaborar un modelo explicativo, es
decir, un conjunto coherente de elementos y relaciones pertinentes). Es en este
sentido, pues, que podemos hablar de la modelización temporal de Agustín, o de
la de Newton, o de la de Bergson.
En los próximos
apartados, se expondrán, brevemente, tres diferentes modelizaciones temporales,
las tres de origen ficcional. Es decir, se trata de modelizaciones funcionales
a otras tantas narraciones de tipo ficcional (entre paréntesis, el año de su primera
edición): la novela Matadero Cinco o La
cruzada de los niños (1969), de Kurt Vonnegut, la novela El fin de la Eternidad (1955), de Isaac
Asimov, y el relato El jardín de senderos
que se bifurcan (1941), de Jorge Luis Borges. Como veremos, a cada narración
le corresponden diferentes posibilidades de desarrollo y explicitación de la
noción de ucronía (o alocronía).
Tiempo absoluto
Billy Pilgrim, el protagonista de
la novela Matadero Cinco, fue
secuestrado en su juventud –“abducido”, se diría acaso hoy en día, con término
que no deja de hacernos sonreír a los semióticos– por unos extraterrestres
procedentes del planeta Tralfamadore, adquiriendo, a raíz de ello, el hábito
tralfamadoriano de desplazarse por el tiempo. No por todo el Tiempo, nótese
bien, sino solo por el que corresponde a la duración de su vida:
Billy
se ha acostado siendo un viejo viudo y se ha despertado el día de su boda. Ha
entrado por una puerta en 1955 y ha salido por ella en 1941. Ha vuelto a
traspasar esa puerta y se ha encontrado en 1963. Ha visto su nacimiento y su
muerte muchas veces, según dice, y viaja al azar hacia cualquier momento de su
vida. Eso dice (Vonnegut, 1987: 28).
El punto, sin embargo, es que no
se trata de “viajes” o “saltos” “hacia atrás” o “hacia adelante” en el tiempo,
no desde el punto de vista de los tralfamadorianos, puesto que estos perciben
el tiempo de forma simultánea, de forma sincrónica:
Los
terrestres son grandes narradores; siempre están explicando por qué determinado
acontecimiento ha sido estructurado de tal forma, o cómo puede alcanzarse o
evitarse. Yo soy tralfamadoriano, y veo el tiempo en su totalidad de la misma
forma que usted puede ver un paisaje de las Montañas Rocosas. Todo el tiempo es
todo el tiempo. Nada cambia ni necesita advertencia o explicación. Simplemente es.
Tome los momentos como lo que son, momentos, y pronto se dará cuenta de que
todos somos, como he dicho anteriormente, insectos prisioneros en ámbar
(Vonnegut, 1987: 81-82).
“Insectos prisioneros en ámbar”: todos nosotros, en cualquier lugar, en
cualquier instante. Los tralfamadorianos, cabe suponer, no son narradores (ni
narratarios), sino, a lo sumo, observadores y descriptores de lo que es. El
pensamiento condicional-hipotético no encuentra cabida en su mundo, ni el
aplicado al futuro (¿qué pasaría si…?) ni el aplicado al pasado (¿qué hubiera
pasado si…?). No hay para ellos lugares ni tiempos alternativos y toda
alocronía se resuelve en un mero sinsentido.
Tiempo lineal variable
Andrew Harlan, el protagonista de El
fin de la Eternidad, es un Eterno: un miembro importante –un Especialista,
un Ejecutor– de la organización llamada Eternidad (a pesar de su nombre, los
Eternos no son inmortales y sus “fisio-años” pasan como los de cualquier
humano).
La Eternidad está situada en una burbuja en el Campo
Temporal y su trabajo consiste en observar, analizar y programar la Historia de
los seres humanos (los “Temporales”), a fin de garantizar el mayor bienestar
posible al mayor número posible de ellos (el utilitarismo de Bentham elevado a
nivel diacrónico). A tal fin, se programan y ejecutan determinados Cambios de
Realidad. A través de complejas ecuaciones de campo, se calcula la probabilidad
de que se produzcan tales y tales consecuencias históricas tras una determinada
intervención en los acontecimientos dados. Un Ejecutor, como Harlan, entonces
calcula y lleva a cabo el CMN (Cambio Mínimo Necesario) y, si los cálculos son
los correctos, consigue el RMD (Resultado Máximo Deseado). Este es el trabajo
de los Eternos:
Tratamos de
agotar las infinitas posibilidades de “todo lo que pudo ser”, para escoger un
“pudo ser” mejor que la Realidad actual, y entonces decidimos en qué lugar del
Tiempo cabe hacer un pequeño Cambio para convertir el “es” en el “pudo ser”
deseado. Y entonces tenemos un nuevo “es” y nos ponemos a buscar otro “pudo
ser” y de nuevo repetimos el ciclo (Asimov, 1977: 47-48).
Por ejemplo, ¿se quiere evitar que se produzca una guerra en el siglo 224?
Manipular el embrague del coche de un joven (CMN, Cambio Mínimo Necesario),
impidiéndole llegar a tiempo a una conferencia sobre Ingeniería solar, una
mañana concreta de un año concreto del siglo 223, produce una bifurcación temporal cuyos efectos se
propagarán hasta cambiar el curso de los eventos y anular las causas del
conflicto bélico futuro, que no tendrá lugar (RMD, Resultado Máximo Deseado).
Así los Especialistas de la Eternidad cambian (lo que evalúan como) una
discronía en (lo que consideran como) una eucronía. Las personas que hubieran
perdido la vida en esa guerra, no la perderán; no habrá ningún bando vencedor;
las condiciones posbélicas no se producirán; no se escribirán ciertas obras ni
se inventarán ciertos instrumentos; muchas personas tendrán una vida y una
personalidad totalmente diferentes; algunas desaparecerán sin dejar rastro;
etc. Pero esto solo lo sabrán los Eternos: “La Historia que enseñan a los
Temporales se modifica con cada Cambio de Realidad. Desde luego ellos no se dan
cuenta. Dentro de cada Realidad, su Historia es la única verdadera” (Asimov,
1977: 25). Constituiría una excepción la Historia Primitiva, es decir, la
historia anterior al descubrimiento del Campo Temporal y a la fundación de la
Eternidad, en el siglo 24, ya que esta no se puede modificar (técnicamente
sería posible, pero manipular la Historia Primitiva, alterar su curso,
¡significaría poner en peligro el descubrimiento y la existencia de la propia
Eternidad!).
El tiempo es, para los Eternos, una secuencia lineal,
aunque bien compleja, de cambios causalmente determinados. Cada vez que se
programa un Cambio de Realidad, es decir, una intervención estratégica en las
redes causales de la Historia, se calculan diferentes alocronías posibles, cada
una con un cierto porcentaje de realización tras el Cambio. Pero, una vez
realizado el CMN con éxito, solo una de ellas se realizará (la “mejor”, la de
nivel más generalizado de bienestar… la más “mediocre”). Ipso facto, el futuro tal y como se conocía hasta entonces y todas
las demás alocronías alternativas se convertirán, literalmente, en ucronías, en
no-tiempos, cuyos productos y cuyas memorias solo se conservarán en los
archivos de la Eternidad.
Tiempo reticular
El protagonista de El jardín de
senderos que se bifurcan es una espía que llega, una noche, a consecuencia
de sus trapicheos de agente doble, a la casa del sinólogo Albert. Por una
curiosa coincidencia, este resulta ser un gran apasionado y experto en la obra
y vida de Ts’ui Pên, famoso y controvertido antepasado del protagonista. Antes
del desenlace de la historia, el sinólogo tiene el tiempo de aleccionarnos
sobre los resultados de sus investigaciones:
Ts’ui Pên
diría una vez: Me retiro a escribir un
libro. Y otra: Me retiro a construir
un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto
eran un solo objeto. […] En todas las ficciones, cada vez que un hombre se
enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del
casi inextricable Ts’ui Pên, opta –simultáneamente– por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos
tiempos, que también proliferan y se bifurcan. […] El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta,
pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de
Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme,
absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y
vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de
tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que
secularmente se ignoran, abarca todas
las posibilidades (Borges, 1998: 110-111, 112-113, 116).
Circulaban, en mi juventud, algunos pequeños relatos, más bien triviales,
que dejaban al lector, de vez en cuando, la posibilidad de elegir entre
diferentes opciones narrativas. El héroe, por ejemplo, encuentra en su camino a
un dragón dormido. “Si quieres que el héroe despierte al dragón y luche con
él”, planteaba entonces, en negrita, el texto, “ve a la página siguiente”. Y
luego la alternativa: “Si quieres que el héroe no se arriesgue y vuelva sobre
sus pasos para buscar otro camino, ve a la página 12”. A veces, diferentes
elecciones conducían, por caminos distintos, al mismo desenlace, lo que no
puede sorprender: había, en cada librito, un número bien limitado de
alternativas y un número más limitado aún de desenlaces. Sin embargo, el número
de elecciones posibles en un relato de ficción es virtualmente infinito o, en
todo caso, indeterminado (el “drama de las variantes” que tanto afectaba a
Italo Calvino), como son indeterminadas las posibilidades narrativas respecto a
un único evento (piénsese en los Ejercicios
de estilo de Raymond Queneau).
El laberinto de Ts’ui Pên nunca pudo encontrarse y los
que trataron de leer su libro lo juzgaron una insensatez. Solo Albert entendió
que Ts’ui Pên, en su libro-laberinto, había tratado de desarrollar
simultáneamente cuantas más tramas le fuera posible y que semejante operación
correspondía a su específica concepción del tiempo: una vertiginosa red de
líneas temporales (alocronías) paralelas, convergentes y divergentes. En
cualquier punto de esta red, en cualquier momento, ¿por qué no tratar de
fabular acerca de lo que ocurre y de cómo ocurre en los demás puntos y
momentos? Aún más: ¿y si estos se pudiesen observar?
En El fin de la
Eternidad, una civilización muy posterior a la propia Eternidad también
aprende a controlar el Campo Temporal, pero sus integrantes no desean manipular
la Realidad y se quedan horrorizados ante la actividad de la Eternidad, hasta
el punto de construir una barrera temporal para impedirle el acceso a “sus”
tiempos (a partir del siglo 70 000) y de enviar una agente, Noys, para
tratar de eliminar la organización. “Os burláis –le dice Noys a Andrew Harlan–
ante la ignorancia de los Temporales que sólo conocen una Realidad. Nosotros
sonreímos ante la ignorancia de los Eternos que conocen muchas Realidades
distintas, pero creen que sólo una puede existir en el Tiempo” (Asimov, 1977:
163). En la sociedad de Noys, en cambio, han aprendido a observar las
diferentes Realidades, con sus diferentes Historias, y hay un número infinito
de ellas (algo así como el “multiverso” recientemente popularizado por las
películas y series producidas por Marvel). Así que, literalmente, en esta
proliferación multidimensional de Realidades y Tiempos, no existen, hablando
con propiedad, ucronías, sino tan solo alocronías.
Puntos de bifurcación. La mirada semiótica
Desde un punto de vista epistemológico, las alocronías constituyen un
interesante experimento narrativo que también
puede ser relacionado, tal vez de forma provechosa, con el añoso problema del
determinismo. Porque, tal y como reconoce el Programador Twissel, uno de los
directores de la Eternidad en la novela de Asimov, “siempre existe la
posibilidad de variaciones fortuitas. Con un número infinito de Realidades, no
puede existir lo que llamamos determinismo” (Asimov, 1977: 126). Aunque sería
mejor aquí reformular la afirmación del Programador en términos algo más
rigurosos: siempre existe la posibilidad de variaciones contingentes. Con un
número indefinido de variables, no puede existir lo que llamamos determinismo.
¿La historia es única? Dada la clase de seres que somos,
con nuestros hábitos mnésicos, nuestras memorias públicas, nuestra actividad
investigadora, nuestra actitud objetivante, debemos contestar afirmativamente.
¿Es también necesaria? ¿Estrictamente determinada? La respuesta en este caso
solo puede ser negativa.
Cabe recordar que ya la historia de los procesos físicos
y químicos admite momentos de indeterminación. Ilya Prigogine habla, al
respecto, al igual que los Eternos, al igual que Ts’ui Pên, de bifurcaciones:
Si a partir de una determinada distancia del equilibrio
[termodinámico] se abren al sistema no una, sino varias posibilidades, ¿hacia
qué estado evolucionará éste? Ello dependerá de la naturaleza de la fluctuación
que acabará por desestabilizar el sistema inestable y se amplificará hasta
alcanzar uno de los estados macroscópicos posibles. […] Llamamos bifurcación al
punto crítico a partir del cual se hace posible un nuevo estado. Los puntos de
inestabilidad alrededor de los cuales una perturbación infinitesimal es
suficiente para determinar el régimen de funcionamiento macroscópico de un
sistema, son puntos de bifurcación. […] el determinismo de las ecuaciones que
permiten calcular la estabilidad e inestabilidad de los diferentes estados y el
azar de las fluctuaciones que deciden hacia qué estado se dirigirá
efectivamente el sistema, están aquí asociados inseparablemente. […] La
definición de un estado, más allá del umbral de inestabilidad, no es ya
intemporal. Para ello, no basta referirse a la composición química y las
condiciones del entorno. En efecto, ya no es deducible que el sistema se
encuentra en ese estado singular, existen otros estados igualmente accesibles.
Por tanto, la única explicación es histórica o genética: es necesario definir
el camino que constituye el pasado del sistema, enumerar las bifurcaciones
atravesadas y la sucesión de las fluctuaciones que han formado la historia real
entre todas las historias posibles (Prigogine y Stengers, 2004: 192-193).
En un punto de bifurcación, en suma, un sistema físico o químico alejado de
las condiciones de equilibrio y sujeto a fluctuaciones de estado tiene un
comportamiento estocástico, con lo cual es imposible determinar a ciencia
cierta hacia qué estado desembocará el proceso. Más aún: el conocimiento de la
historia previa del sistema resulta fundamental para poder explicar su estado
actual.
El semiótico ruso Jurij M. Lotman encontró, en la obra de
Prigogine, interesantes homologías teóricas con su propia labor de investigador
de la cultura. Lotman, sobre todo, se dio cuenta de que el estudio de los
sistemas alejados del equilibrio termodinámico se acercaba a su propio estudio
de los procesos semióticos y culturales, puesto que en ambos se hacía patente
la necesidad del “seguimiento histórico” y la importancia de los factores
aleatorios en las dinámicas de cambio. De hecho, tanto Prigogine como Lotman se
movían en el ámbito de lo que ahora podemos llamar paradigma sistémico (Lampis, 2015).
Valga como ejemplo el artículo “Clío en la encrucijada”,
de 1988, un fervoroso alegato en contra de la concepción lineal y determinista
del desarrollo histórico y la narración historiográfica. Es esta, comenta
Lotman, una concepción que puede ser aplicada, a lo sumo, a ciertos procesos
históricos “extrapersonales” y “espontáneos”, como la deriva de una lengua o la
de un sistema económico, pero que resulta sobremanera empobrecedora ahí donde
se manifiesta la actividad consciente del ser humano y, máximamente, cuando
este tiene que elegir entre
diferentes posibilidades de acción –es decir, cuando llega a una encrucijada– y cualquier evento casual o
contingente puede volverse determinante en el proceso de elección:
La historia se presenta ante nosotros no como un ovillo
desovillado en un hilo infinito, sino como una avalancha de materia viva que se
autodesarrolla. En ella luchan, por una parte, mecanismos de aumento de la
entropía y, por consiguiente, de una creciente limitación de la elección, de
reducción de las situaciones alternativas al cero informacional, y, por otra,
mecanismos de constante incremento de las “encrucijadas”, las alternativas, los
momentos de elección del camino, los momentos en que no se puede predecir el
desarrollo ulterior. Aquí entran en acción el intelecto y la personalidad del
hombre que realiza la elección. Ésos son los “minutos fatales”, según Tiútchev,
o los momentos de bifurcación, según Prigogine (Lotman, 1988: 252).
Clío personifica a la Historia y, al mismo tiempo, a la Historiografía.
Cuando llega a una encrucijada (que es, al fin y al cabo, una bifurcación
múltiple), el camino que tome no está completamente predeterminado de antemano
y el historiador, por lo tanto, no debería cometer el error de considerar que
el camino elegido era el único posible o su elección la única necesaria. Clío
no es “una pasajera en un vagón que rueda por los rieles de un punto a otro”,
sino “una peregrina que va de encrucijada en encrucijada y escoge un camino” (Lotman, 1988: 254). Incluso los factores y las
presiones regulares (“impersonales”) de orden económico, político, ideológico,
religioso, etc., no actúan, en última instancia, de forma abstracta, sino sobre
y a través de sujetos reales y en circunstancias concretas, de modo que los
cruces ocasionales y contingentes de personalidades, circunstancias y
tendencias diferentes crean una “explosión” caleidoscópica de posibilidades.
El pensamiento condicional-hipotético, en general, y las
narraciones ucrónicas y alocrónicas, en particular, no son entonces ni deberían
ser considerados como meros juegos u ociosidades literarias: remiten a, o
recuerdan, según los casos, el hecho de que el mundo y la historia realmente
hubieran podido ser otra cosa de lo que son. Y que tampoco el futuro, por
consiguiente, está determinado de forma unívoca.
Conclusiones
No existe, según me consta, ninguna teoría científica acreditada –acerca,
pongamos, de universos o dimensiones paralelas, ramificaciones
espaciotemporales, indeterminación cuántica, etc.– que pueda legitimar el
discurso ucrónico desde una perspectiva realista (y, por ende,
epistemológicamente ingenua). Pero sí existen teorías científicas que proponen,
como la de Prigogine, modelos útiles para comprender lo que ocurre en
determinados puntos críticos de la historia de los sistemas complejos, cuando
el sistema puede derivar hacia diferentes estados sin que resulte posible
determinar de antemano cuál de ellos se realizará.
Ahora bien, si aceptamos, como aquí se ha propuesto, que
el pensamiento condicional-hipotético es el fundamento semiótico de la
narración ucrónica, podemos definir esta última como una operación discursiva
que consiste en re-elaborar y re-escribir la historia, de forma consistente y
consecuente, a partir de un cambio arbitrario en las contingencias conocidas
(¿Qué hubiera pasado si…?). Operación perfectamente plausible, sobre todo si
nuestra modelización temporal nos insta a reconocer que la historia no estaba
determinada a ser tal y como efectivamente la conocemos y narramos.
Volviendo a las modelizaciones subyacentes a los relatos
de ficción que hemos consultado, por ejemplo, se trataría de rechazar la
concepción “absoluta” del tiempo, como la de los tralfamadorianos en la novela de Vonnegut Matadero Cinco, para abrazar el “tiempo lineal variable” manipulado por
los Eternos en la novela de Asimov y, más aún, el “tiempo reticular” defendido
por Ts’ui Pên en el borgesiano El jardín de senderos que se bifurcan.
A la postre, la narración ucrónica, o lo que podríamos
llamar tiempo alternativo, o alocronía, no solo se ve legitimada por aquellas modelizaciones
–ficcionales, filosóficas o científicas– que relativizan, y aun hacen añicos,
la linealidad infranqueable del tiempo, con su estricto determinismo causal,
sino que también acaba reforzando dichas modelizaciones, contribuyendo a que
tomen, por decirlo de alguna manera, “cuerpo textual” en el tejido de la
cultura. Lo cual finalmente nos remite a una de las principales funciones
culturales de la literatura: conocer –y co-ordenar– lo que es nuestro mundo a
partir de la construcción de espacios, historias y tiempos otros.
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