Edward Said y Terry Eagleton: hacia la politización de la teoría literaria

Edward Said and Terry Eagleton: towards the politicization of literary theory

Anouar ANTARA

Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, España

nourdanieles[at]yahoo.es

Impossibilia. Revista Internacional de Estudios Literarios. Nº 15. Páginas 110-00

(mayo 2018). ISSN 2174-2464. Artículo recibido el 27/11/2017, aceptado el

03/05/2018 y publicado el 30/05/2018

Resumen: El presente artículo se propone como objetivo un acercamiento a la dimensión política en las teorías literarias de Edward W. Said y de Terry Eagleton. Centraremos nuestra atención en su postura ante el marxismo, ante la teoría y en dos nociones clave en sus concepciones teóricas: “la política de la forma” de Eagleton y “la estructura de actitud y referencia” de Said, puesto que la dimensión política en la obra de estos dos teóricos permite un mejor entendimiento de su significado y, a la par, valorar el aporte que estos autores han hecho a los estudios literarios. Esta aproximación permite comprobar que, para los dos, las esferas de la política y la literatura no están separadas, sino que, en definitiva, son lo mismo.

Palabras clave: Edward Said, Terry Eagleton, teoría literaria, Marxismo, la deconstrucción, la política

Abstract: The present article aim to approach the political dimension in the literary theory of Edward W. Said and Terry Eagleton. We will focus our attention on their stance on Marxism, Theory and two keys in his literary conceptions: “the politics of the form” of Eagleton and “the structure of attitude and reference” of Said because taking in account the political dimension in the work of this two writers allows a better understanding of its meaning and value the contribution that the both have made to literary studies. Hence, for both authors, the sphere of politics and literature are not separated but, definitely, the same.

Keywords: Edward Said, Terry Eagleton, literary theory, Marxism, the deconstruction, the politics

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Lo más apasionante y polémico respecto a la moda de la teoría formalista y deconstructiva ha sido su enfoque sobre cuestiones puramente lingüísticas y textuales. Una frase como “se espera que el clérigo –dice Samuel Butler, en El destino de la carne- sea una especie de domingo humano” es en cierto sentido, para los teóricos del símil, la metáfora, la topología o el falologocentrismo, demasiado transparente, demasiado incipiente en su rememoración y evocación de otra (Said, 2005: 21).

Introducción

Es en el contexto político-cultural del posestructuralismo, la deconstrucción, el poscolonialismo y el posmodernismo ‒por destacar algunas de las que cuestionarán las supuestas verdades ideológicas en las que se afianzaba la teoría tradicional, a la vez que la pondrán en tela de juicio‒ donde se enmarcan hasta cierto grado las obras de Edward W. Said1 y de Terry Eagleton.2 3

La oeuvre de estos dos autores ha sido estudiada largamente por la crítica contemporánea,4 pero a nuestro modo de ver hay una faceta que no ha sido atendida lo suficiente.5 Por tal razón haremos un acercamiento a dos conceptos ‒ el de “la política de la forma” de Eagleton y el de “la estructura de actitud y referencia” de Said‒ que se enmarcan en la conexión que hacen ambos autores entre la literatura y la política.

Como punto de partida es preciso establecer la relación que tienen nuestros dos autores con el marxismo y la teoría ‒aunque no exista un claro posicionamiento, al menos en el caso de Said‒ a fin de enmarcar teóricamente esos dos conceptos en los que se sostiene el presente artículo.

Eagleton y Said ante el marxismo

Tomar en cuenta los vínculos de Eagleton y Said con el marxismo es de capital transcendencia ya que, aunque “la política de la forma” y “la estructura de actitud y referencia” tienen raíces arraigadas en ella, las concepciones literarias de Said y Eagleton van más allá de una lectura marxista propiamente dicha.6

La posición neomarxista de Terry Eagleton es bien conocida, pues títulos como Marxism and literary criticism (1976a), Criticim and ideology (1976b), Why Marx was right (2011) no dejan lugar a dudas de su crítica al marxismo teórico. En sus últimos escritos incorpora a su teoría literaria la terminología de otras corrientes de pensamiento tales como la deconstrucción y el psicoanálisis de Jacques Lacan, además del análisis del discurso de Michel Foucault con el objetivo de demostrar la potencialidad de dichas corrientes de pensamiento y poner al descubierto las limitaciones del propio marxismo (Alderson, 2004: 58).7 Es más, Eagleton aboga por reformar al marxismo de una manera concreta, realista e institucionalmente fundamentada. Desde esta perspectiva, según Tony Bennet, el autor inglés aspira a:

Refurbish the classical Marxist formulations of criticism’s function while also avoiding the idealist and, not infrequently, messianic conception governing the frameworks in which that function has, post- Lukács, been stated and developed (Bennet, 1990: 232).

Como puede observarse, Eagleton tiende a considerar el marxismo como una especie de filtro a través del cual pasan los recién llegados a este campo de estudios, tanto es así, que llega a afirmar que la mayoría de las teorías que surgieron en los años 1960 y 1970 lo hicieron como una crítica del marxismo clásico. Como prueba, afirma que incluso Michel Foucault estaba en continua discusión con ese sistema filosófico por considerarlo incapaz de persuadir en cuestiones relativas a la teoría del poder, la locura y la sexualidad. Y que las lagunas que se pueden encontrar en su teoría son consecuencia de rehuir el economismo marxista, crítica que compartía Said.8

Como es evidente, aun cuando la deconstrucción, el psicoanálisis, el análisis del discurso y demás estaban en marcado contraste con el marxismo, Eagleton señala que la mayoría de esas teorías lo consideraban un interlocutor silencioso y podían, es cierto, ignorarlo, pero no ir más allá de él. De hecho, el marxismo es el último horizonte con quien siempre tienen que medirse, de manera que, incluso la gran mayoría de los denominados posmarxistas en sus esfuerzos por repensar y, en definitiva, superar el marxismo, nunca fueron capaces de sobrepasar las principales categorías analíticas de dicha ideología (Bennett, 1990).

Ahora bien, al contrario de Eagleton, la postura marxista de Said no es del todo clara. A pesar del reconocimiento por parte del teórico palestino de que fue influenciado por autores marxistas como Antonio Gramsci, Raymond Williams o Georg Lukács ‒que son de capital importancia para entender su teoría cultural y literaria‒, nunca se declaró como tal.

Para Said, el marxismo llegó al ámbito cultural de Estados Unidos en parte por la influencia de las investigaciones de la Escuela de Fráncfort y el interés por la teoría francesa; y en parte, como consecuencia de la agitación antibelicista general de los campos universitarios. El problema para él radicaba en que esa entrada se efectuó de manera precipitada y estuvo marcada por una repentina aplicación de ese modelo teórico a los problemas literarios, sin contar con una tradición arraigada en este ámbito ni con un partido político con largo recorrido que la respaldara; de modo que las aplicaciones de la escuela marxista a la teoría literaria, a su modo de entender, estuvieron muy alejadas de los problemas reales del texto literario. Por otro lado, la crítica que hizo Said de Karl Marx9 en su famoso libro Orientalismo (1978) le acarreó severas críticas por parte de algunos marxistas como Sadiq Jalal Al-Azm (1981), Bryan D. Palmer (1990) o Maxime Rodinson (1980).

Said detectó algunas incongruencias acerca del dominio británico de la India en el análisis que el filósofo alemán llevó a cabo en 1853 sobre el sistema económico asiático.10 En primer lugar, a pesar de que Marx toma en consideración la depravación humana causada por la crueldad del sistema colonial inglés, su rapacidad y su completa atrocidad así como la destrucción masiva de la sociedad asiática que aquellas acciones produjeron, se muestra cada vez más convencido, artículo tras artículo, de la mission civilisatrice que Gran Bretaña tenía que llevar a cabo en Asia. Este estilo de Marx, en la opinión de Said

nos obliga a afrontar como criaturas individuales que somos la dificultad que supone intentar reconciliar nuestra repugnancia natural hacia los sufrimientos que padecen los orientales mientras su sociedad se transforma violentamente, con la necesidad de estas transformaciones (Said, 2002: 212).

En segundo lugar, para corroborar sus tesis económicas, Marx se apoya en una cita sacada del Diván de Goethe en la que se plantea la siguiente interrogante: “¿Debe esta tortura atormentarnos/ porque aumenta nuestro placer? / ¿Acaso la ley de Timur/ no ha devorado sin medida las almas?” (Goethe citado en Marx, 1973: 306-307). Dicha cita, para Said, demuestra a todas luces que la apreciación que tiene Marx sobre Oriente, es en su esencia una idea romántica, o sea, el Oriente es más importante como un proyecto romántico de redención que como entidades humanas que padecen las crueldades del aparato colonial.

Está claro que, aunque los sentimientos humanitarios de Marx y su simpatía hacia la miseria del pueblo asiático demuestran su compromiso con dicha sociedad, tales sentimientos terminan por verse relegados a un segundo plano ya que lo que prevalece es la visión romántica y orientalista. Además, las tesis socioeconómicas de Marx, según Said, se inscriben en la imagen clásica de que Inglaterra tiene que cumplir una doble misión en la India, una destructiva y la otra regeneradora: aniquilar la sociedad asiática y establecer los fundamentos de la occidental en su lugar (Said, 2002: 214).

Es evidente para Said que esas afirmaciones del autor de El capital encajarían perfectamente en la empresa orientalista, de ahí que se formule dos preguntas: ¿cómo se desvía hacia la antigua desigualdad entre Este y Oeste la ecuación moral que formula Marx entre la pérdida de Asia y el gobierno colonial británico que condena? y ¿en qué lugar ha quedado la compasión humana que tanto defiende Karl Marx?

Su respuesta es que Marx también se inscribe dentro del discurso orientalista puesto que, al igual que otros pensadores del siglo XIX, concibe la humanidad en términos de grandes colectividades o en generalidades abstractas. Por todo esto le era más fácil al filósofo alemán utilizar el Oriente colectivo que las entidades humanas existenciales, ya que, entre Oriente y Occidente, como en una declaración profética, sólo la vasta colectividad anónima importa o existe.11 Por otra parte, Said opina que Marx no fue una excepción, pues al igual que otros pensadores, recurrió también a

un cuerpo masivo de textos que había sido consolidado internamente por el Orientalismo y llevado también por este más allá de los límites de su campo, textos que gobernaban y presidían cualquier afirmación que se hiciera sobre Oriente (Said: 2002: 215).

En todo caso, aun siendo la relación de Said con el marxismo ambivalente e inconsistente según algunos críticos como Clifford (1988) o Aijaz (2000) su postura a este respecto no puede ser más clara ya que, hoy en día y, en sus propias palabras, el marxismo es más un compromiso académico que político que incluso corre el riesgo de convertirse en una subespecialidad (Said, 1983). Por eso, según Said el efecto de hacer o escribir crítica marxista, en este momento, es el de decantarse por una posición política, pero es también el de situarse al margen de lo que sucede en el mundo. Desde esta perspectiva, Said considera que

As a free and independent intellectual, I give little importance to slogans, whether they are Marxist or non-Marxist. Undoubtedly, the Marxist analysis, or let us say the materialist analysis, includes lessons and element very useful to understanding the situation we live in now, especially concerning economic relation. Here I refer to the Marxist analysis through the contributions of Gramsci and Lukács. It is possible to benefit from this contribution in analyzing what Marx did not think of; it is something we can use in the current situation. We need never the reproduction of traditional Marxism not reviving the slogans, but instead we must eclectically choose specific elements and reformulate them in new approach through our new discourses (2004: 441).

Diferencias en torno a la teoría12

Después de este breve recorrido por la posición teórica de los dos con respecto al marxismo, queda por dilucidar la centralidad que ocupan los dos conceptos en lo tocante a sus teorías literarias. Antes, es pertinente señalar las diferencias que existen en sus planteamientos respecto a la teoría en sí. El autor inglés había manifestado en una ocasión que Said no es ante todo un teórico y su estilo no es como el de los grandes estilistas como Michel Foucault, Roland Barthes y Fredric Jameson, aunque su obra abarca un conocimiento muy amplio y su estilo es elegante. En efecto, Said siempre se ha mostrado impaciente con la teoría.13 A este respecto, él mismo señala lo siguiente:

But what’s happened, in the years since I wrote beginnings in the early seventies, is that theory has become a subject in and of itself. It has become an academic pursuit of its own. And I am totally impatient with it. Why? Because what has been neglected in the process is the historical study of text, which to me is much more interesting. Firstly, because there are many more opportunities for genuine discovery; and secondly, because political and cultural issues can be made much clearer in terms of comparable issues in our own time (Said, 2004: 216).

Esto es, su impaciencia emerge de la urgencia de la situación política y de su compromiso con la defensa de los derechos civiles de los palestinos. Esto explica, hasta cierto punto, su anticipado interés por la teoría francesa, dado el compromiso que la gran mayoría de sus integrantes (Foucault, Sartre y Althusser, por citar a algunos de ellos) contrajeron con las causas políticas.14

No obstante, la posición de Said sobre este particular no deja de presentar algunas dificultades. Todo el que se haya familiarizado con su obra, sobre todo la más temprana,15 se habrá dado cuenta de la complejidad del aparato teórico sobre la que se afianza. Además, su teoría cultural está en continua discusión con algunas teorías como el posestructuralismo y la deconstrucción. ¿Cómo explicamos, entonces, esa postura anti-teórica en su obra, si tenemos en cuenta que el propio Said es autor, por ejemplo, de una polémica teoría sobre el orientalismo? En este contexto, Valerie Kennedy afirma que la posición de Said en lo que a la teoría se refiere es contradictoria ya que

In Said’s writings on criticism and theory there is a fundamental paradox: they are the work of a man who has declared that he is generally not interested in theory ‘as a subject in and of itself’ Despite this, several of Said’s early essays deal with the theories of Foucault and others, and Orientalism and Culture and imperialism offer general and theorized accounts of the phenomena they analyse (Kennedy, 2000: 115).

Por su parte, la postura de Eagleton respecto a la teoría es del todo opuesta a la de Said. El autor inglés es ante todo un teórico. El meollo de su trabajo crítico está relacionado con la teoría, títulos como Literary Theory: an introduction (1983), After Theory (2003), The event of Literature (2012), demuestran el papel que ocupa en el conjunto de su trabajo cultural.

Como punto de partida, Eagleton define la teoría como una razonable reflexión sistemática en nuestras suposiciones, y aun cuando estamos viviendo en las secuelas de lo que él denomina la alta teoría, sigue siendo tan indispensable como siempre, puesto que, además de establecer las relaciones que existen entre la cultura y el poder, nos permite, entre otras cosas, situar la obra literaria en sus específicos tiempos y espacios y situar también nuestra respuesta teórica en este análisis dentro de una coyuntura específica.

Mas, la propia percepción que tiene el autor inglés de la teoría no deja de entrañar una contradicción insalvable. Eagleton había manifestado en varias de sus obras que la teoría literaria, propiamente dicha, no existe.16 Al carecer dicha teoría de una estructura estable en la que afianzarse y de un lenguaje propio, no podemos dar por firme una definición clara y concisa del fenómeno literario y, si esto es así, significaría también que no puede haber una teoría literaria en el sentido de un cuerpo de teoría, surgido de o aplicable solo a la literatura. La causa sería que la mayoría de los métodos en que se basa dicha teoría proceden de otros campos de estudios ajenos a la teoría literaria como es el caso del psicoanálisis o la hermenéutica. Entonces, cabe preguntarse cómo es posible negar la existencia de algo y defenderlo al mismo tiempo Por ello, la postura de Eagleton respecto a la teoría es, según Stephen Heath, ambivalente y contradictoria, porque:

Although denying the existence of literature, Eagleton cannot avoid the contradiction that the very denial is a contribution to the literary studies which operates “in support of those studies and their institution, which are after all the very basis of his intervention, the very condition of its possibility” (Heath, 1987:314).

Politizar la teoría literaria

En el trabajo de los dos autores a los estudios literarios, a nuestro modo de ver, se hace evidente una estrategia de lectura que incorpora un outside a la literatura. Nos referimos aquí, sobre todo, a la inclusión de la dimensión política en los estudios literarios.17 Frente a las teorías formalistas rígidas que no ven más allá del lenguaje y los signos, Eagleton y Said defienden una teoría que pone de manifiesto la determinante influencia de los procesos históricos y materiales en la elaboración de un texto literario. Así, para los dos autores una literatura pura y ajena a las implicaciones del mundo es simplemente un mito académico.

“La política de la forma” para Terry Eagleton18

Si bien tanto Said como Eagleton ponen el énfasis en la relación entre la teoría literaria y la política, este último se pregunta si de verdad puede haber alguna relación entre literatura y política y a renglón seguido contesta de que no hay necesidad de meter la literatura en el fango de la política, puesto que ha estado allí desde siempre. Es más, todo su esfuerzo, según nos informa, ha sido un intento de demostrar que la historia reciente de la teoría literaria es parte de la historia política e ideológica de nuestra época moderna.

Para Eagleton,19 el ejemplo más claro de la politización de la teoría literaria es el discurso literario.20 Este último, en tanto institución literaria que determina, acorde con algunas normas establecidas, qué tipo de obra es válida y cuál no tiene cabida dentro del canon de la obra literaria. En este sentido, Eagleton asevera que:

Literary theorists, critics and teachers, then, are not so much purveyors of doctrine as custodians of a discourse. Their task is to preserve this discourse, extend and elaborate it as necessary, defend it from other forms of discourse, initiate newcomers into it and determine whether or not they have successfully mastered it (Eagleton, 1983:175).

¿Se puede colegir de lo dicho arriba que Egleton está abogando por un tipo concreto de crítica de tinte político? Nada más lejos de la realidad. Al contrario, el debate para él no debe de estar centrado en la diferencia entre una crítica política y otra que no lo sea puesto que todas las críticas en última instancia son políticas, sino más bien entre las diferentes formas de la política. Además, y bajo su punto de vista, no es cuestión de vincular literatura con política, sino más bien de llevar a cabo diferentes lecturas de la historia.

Es preciso señalar que la concepción política que tiene Eagleton de la teoría es evidente en su crítica de la deconstrucción y en su figura más importante, Derrida.21 Para este último, la deconstrucción no solo fracasó en cumplir con sus promesas políticas, sino que mostró poco interés en ocuparse de asuntos políticos. Para Eagleton, lo más llamativo en esa teoría es su huida hacia el lenguaje y su actitud anti-histórica y políticamente evasiva e inconsciente del lenguaje como discurso.22

El propio Derrida había manifestado en varias ocasiones que todo lo que un lector aspira a saber acerca de un texto se encuentra en el propio texto. O sea, el significado de este último en la perspectiva derridiana no incluiría un outside de la literatura; llámese como sea, poder, institución, historia, política, más bien al contrario, toda lectura debe ser interna quedándose el lector siempre dentro del propio texto. De hecho, el autor francés define el artefacto textual en los siguientes términos:

Si la lecture ne doit pas se contener de redoubler le texte, elle ne peut légitimement transgresser le texte vers autre chose que lui, vers un référent (réalité métaphysique, historique, psycho-biographique, etc.) out vers un signifié hors texte dont le contenu pourrait avoir lieu, aurait pu avoir lieu hors de la langue, c’est- á - dire, au sens que nous donnons ici á ce mot, hors de l’ecriture en general […] Il n’á pas de hors-texte (Derrida, 1967: 227)

Semejante actitud se encuentra en las antípodas de la teoría de Eagleton que entiende que la literatura, propiamente dicha es, en definitiva, la interacción entre inside y outside, entre lo formal y lo social, es más, se pregunta Eagleton cómo podemos considerar la historia como algo externo al texto literario, mientras que este último está indisolublemente ligado a dicha historia. Pero y, a pesar de que existe la percepción asaz generalizada de que el escritor francés excluye toda referencia al exterior de un texto en su teoría del lenguaje. Derrida, según Nicholas Royle, no fue nunca un filósofo de la textualidad ni un crítico textual, aunque esté muy interesado en la lingüística, los problemas del lenguaje y el texto.

Es importante señalar que la célebre frase “Il n’á pas de hors-texte” es la que más confusión ha creado acerca de la obra de autor francés. En realidad, afirma Royle, dicha frase ha de entenderse dentro de un contexto general del texto. En su opinión, este último, para Derrida

needs to be understood in terms of a more general notion of text, that is to say a thinking of “text” as “unbounded generalization” […] It is in many ways perhaps helpful to think of Derrida’s work in terms of the marks, rather than of “text” or “writing” in the traditional, narrow senses of this words (Royle, 2003: 68).

Dejando de lado la problemática definición del texto propuesta por Derrida, la posición crítica de Eagleton respecto a la dimensión política del trabajo literario nos llevaría a matizar una cuestión. Está claro que dicha postura no significa extraer de la obra literaria posturas políticas que condenen al autor de una obra, más bien al contrario, su postulado teórico estriba en examinar lo que él define como “la política de la forma” que es un modus operandi mediante el cual tanto la ideología como la política se destilan en las minucias de una estancia estética. Se trata para Eagleton de la política de la forma:

That’s where everything happens, not what the author or the work says. Don’t just stare through the signifier to the signified. Don´t talk about sexual or ethnic stereotypes while cavalierly ignoring tone, pitch, pace, texture, syntax, address, rhythm, register, narrative structure (Ghazoul, 2007: 262).

En resumen, la política de la forma para Eagleton sería un instrumento básico para analizar lo política e ideológicamente silenciado en una obra literaria, pero esta última nunca es reductible a la ideología23. Desde este prisma, no existiría para Eagleton, buena literatura o mala literatura, sino en la medida en que dicha literatura no se desliga, como el bien dice, de las formas en que se considera lo escrito dentro de las formas específicas de la vida social e institucional. Es cierto que al indagar en los contextos políticos e ideológicos que subyacen a la obra literaria entendemos mejor las fuerzas que le dan forma a su esencia, no obstante, es cierto también que el texto literario posee una clara autonomía y existe primeramente en virtud de la intención y el esfuerzo de un sujeto individual. En todo caso, Eagleton aboga por una crítica literaria que invoque la dimensión política sin caer dentro de una teoría del reflejo ni dentro de un determinismo económico y que esté lejos de incurrir en un tipo de izquierda según la cual toda obra de arte es una distracción de lo esencialmente político.

“La estructura de actitud y referencia”24 para Edward Said25

Nuestro autor siempre mantuvo una disputa con las actitudes teóricas formalistas. Éstas últimas, para él, prestan demasiada atención a los textos como meras operaciones lingüísticas sin tener en cuenta el contexto social en que se enmarcan. Esto vendría a decir de otro modo que, lejos de tener un asidero real, un artefacto cultural en la concepción formalista es un tejido de tecnicismos con una autonomía absoluta respecto de los factores externos, como lo serían la historia y los procesos sociales. Said califica esta actitud de “textualidad” ya que no concibe el proceso interpretativo de un texto literario más allá de las estrategias formales y los mecanismos lingüísticos en que se asienta el artefacto literario.

En realidad, Said reconoce que la obra literaria existe merced a sus estructuras formales y se articula acorde a unas energías formales, intención, capacidad o voluntad, pero no existe solo en virtud de dicha estructura, ni se puede aprehender únicamente por vías formales. Afirma que existe siempre un marco histórico del entender que, al situar el texto literario en la coyuntura social de la cual emana, pone al descubierto las raíces mundanas que le dieron forma.

Por tales motivos, Said siempre fue crítico con el consenso general existente en Europa y Estados Unidos según los cuales todo conocimiento que se produce en el ámbito cultural es un conocimiento no político porque un conocimiento verdadero es puro y sin implicaciones con las realidades del poder. Nos dice Said que podemos aceptar tal suposición en un plano teórico, pero, en la práctica, nadie ha inventado un método que logre aislar al individuo de sus convicciones ideologías o de su mera condición de pertenecer a una sociedad.

En otras palabras, afirmar que la política tiene un efecto en la producción literaria no equivale, para Said, a calificar dicha producción de degradada y denigrante, ni mucho menos de mermar los logros artísticos de un autor, dado que “el intercambio entre política y estética no solo es muy productivo, sino también infinitamente recurrente y también placentero” (Said, 2005: 35). O, para expresarlo con mayor precisión, en la concepción saidiana tener en cuenta la naturaleza condicionante y determinante de la política en los escritores individuales, nos permite concebir la coherencia interna y la consistencia de un entramado hegemónico como el de la cultura.

El ejemplo más claro de este intercambio entre la política y el conocimiento es lo que él denomina orientalismo. Calificado por Said como “la distribución de una cierta conciencia geopolítica en unos textos estéticos, eruditos, económicos, sociológicos, históricos y filológicos” (Said, 2002: 34), el orientalismo es una realidad cultural y política. No quiere decir con esto, que los autores se determinen mecánicamente por la política, la clase social y la historia económica, pero sí que son sujetos históricos. En otras palabras, que influyen y son influenciados por tal historia.

Si nos situamos ahora en el ámbito de la teoría literaria, nos encontramos con un flagrante intercambio entre política y literatura. Para Said, de entre los géneros literarios es la novela occidental, sobre todo la decimonónica, la que más refleja esa colaboración entre política y estética. De ahí que Said se muestre crítico con la actitud de la deconstrucción, el nuevo historicismo e incluso el marxismo puesto que, aun moviéndose en un contexto predominantemente inmerso en un proceso imperial, ninguna de ellas reconoce ese escenario político ni las presiones que debieron ejercer sobre los escritores canónicos. En todo caso, Said cree que

A pesar de todas las energías volcadas en la teoría crítica, en prácticas nuevas y desmitificadoras como el nuevo historicismo, la deconstrucción o el marxismo, todas ellas han evitado el horizonte político de mayor alcance‒ yo diría determinante‒ de la cultura occidental moderna: el imperialismo (1996: 111).

Es de destacar que la herramienta básica que utiliza Said para detectar las afinidades de la novela con los procesos sociales y políticos es el concepto de “estructura de actitud y referencia”, noción que tomó prestada de lo que Raymond Williams denomina “estructura de sentimiento” de la cultura. A diferencia de Williams, Said lo ensancha para abarcar los vínculos que existen entre novela e imperio y que van más allá de las relaciones sociales sobre los que insiste el primero, quien, para asombro de Said, en ningún lugar de su obra hace referencia a la sórdida realidad del imperio.26

Es totalmente equivocado deducir de lo dicho arriba que la novela y, en sentido amplio, la cultura fuesen la causa del imperialismo ya que los novelistas no incitan al poder colonial a conquistar los territorios por la fuerza de las armas, sino que mientras esas novelas mantienen su especificidad confirman, al mismo tiempo, la ideología imperial. Tomar en consideración este aspecto en la novela no es sinónimo de empobrecerla ni es motivo para censurarla, más bien al contrario, este proceso ayuda a enriquecer nuestra visión al poner de relieve aspectos por los que hasta ahora se pasaba de puntillas. Lo que está claro para Said es que se puede ser un gran escritor y ser a su vez un acérrimo imperialista. Dicho otro modo, el imperialismo y la novela se refuerzan mutuamente hasta el punto de que resulta imposible leerla sin encontrarse con la realidad del imperio.

Uno de los ejemplos claros de esa afinidad de la novela con la experiencia del imperialismo lo ilustra Said a través de la obra de Conrad El corazón de las tinieblas ([1899] 1984). Esta obra permite a Said inferir que en ella se presenta:

una África politizada, ideológicamente saturada: esa que, para ciertos objetivos y propósitos, era el lugar del imperio, con todas aquellas ideas e intereses actuando furiosamente sobre ella y no sólo su “reflejo” literario fotográfico (Said: 1996: 123).

Por supuesto, para Said no existe, en el lenguaje algo que equivalga a la experiencia o el reflejo directo del mundo. De este modo, El corazón de las tinieblas (1899) es producto de las vivencias personales del escritor y sus impresiones sobre África, así como de una investigación del propio autor sobre el continente africano a la que alude en sus memorias. Más allá de ser una novela escrita sobre la realidad africana, en verdad se inscribe dentro del proyecto de hacerse con el control y riqueza de territorios ultramarinos. Así, la novela no sería una de las formas de aproximación a África, sino que formaría claramente parte del esfuerzo europeo por abarcar ese continente, para pensarlo, para hacer planes sobre él y representarlo en la conciencia europea. En definitiva, era entrar en la batalla por África.

Ahora bien, la concepción política de Said respecto al papel de la política en la producción literaria en general y la novelística en particular le granjeo duras críticas en el ámbito académico, en especial en Gran Bretaña donde publicó su libro Cultura e imperialismo (1993). Al afirmar Said que

sin imperio no existiría novela europea, y, de hecho, si nos detenemos en el impulso del cual naciera, veremos la convergencia, en absoluto accidental, entre los esquemas constitutivos de la autoridad narrativa por un lado y, por otro, la compleja configuración ideológica que subyace a las tendencias imperialistas (1996: 126),

había llevado la relación cultura-política a tales extremos que sus afirmaciones sobre la relación entre, por ejemplo, novela e imperio tuvo más consecuencias ficticias que reales. En dicho libro, el autor palestino relacionaba tanto la obra de Jane Austen como la de otros autores canónicos de la literatura occidental, como Albert Camus y Joseph Conrad con el imperialismo. Vínculo este que fue calificado como reduccionista por Eagleton ya que, al poner el acento sobre un determinado aspecto de la obra, no tiene en cuenta la obra literaria en su conjunto (Ghazoul, 2007).

Además, Eagleton considera, también, que la lectura de Said a Austen es poco convincente, que su análisis es exagerado. La razón estriba en que Austen, para Eagleton, es ante todo una conservadora quien, mediante las enseñanzas morales que entrañan sus novelas, quiere recuperar los valores clásicos que la burguesía británica había abandonado a fin de que siguiese formando parte de la alta sociedad británica. Poner el énfasis, como hace el propio Said, sobre la dimensión histórica en una sola novela de Austen, Mansfield Park ([1814] 1994) equivale a, hacer una lectura unilateral (Ghazoul, 2007).

A modo de conclusión

Aunque tanto Said como Eagleton mantuvieron un diálogo sostenido con el marxismo, la postura teórica de ambos va más allá de una mera aplicación de los postulados de ese sistema filosófico, político y económico a sus concepciones literarias.

De este modo, para ellos hay dos principales lecturas de un texto literario. La primera es de jaez formal y la segunda de índole institucional: aparte de la estructura formal de un texto, su lógica y coherencia internas, el verdadero significado de la literatura se tiene que buscar, también, en algo externo a ella. En otras palabras, la principal estrategia de lectura que proponen ambos se basa en incorporar un outside al texto literario, la política.

Sin embargo, esa estrategia tiene también sus limitaciones ¿Cómo se pretende, por ejemplo, incorporar elementos que por natura son ajenos al campo de la literatura para explicar el significado de la propia literatura? ¿Cómo interpretar la literatura junto con unas circunstancias históricas y políticas? ¿Cómo considerar algo contingente y externo como algo sustancial y constitutivo de la literatura? El propio Said apunta a tal dificultad al afirmar que “El problema para el intérprete, por tanto, es cómo situar estas circunstancias junto a la obra, cómo identificarlas e incorporarlas, como leer la obra a la vez que su situación mundana” (Said, 2005: 18).

Ante semejante interrogatorio que él mismo formula, está claro que Said no tiene una respuesta definitiva. Es evidente también que estamos ante un escollo al que se tiene que enfrentar un intérprete. De hecho, esta problemática ha dividido a parte de la crítica contemporánea,27 porque en efecto, una definición puramente literaria tampoco está exenta de dificultades. Por otro lado, pretender, por ejemplo, que la literatura desarrolle por sí misma los fundamentos de una ciencia en virtud de lo que hay dentro de ella, no acorde las presiones sociales y políticas ejercidas sobre ella desde fuera, no ha sido lo suficientemente acertado.

Para sobrepasar esa polaridad peligrosa, por creer que ya ha llegado el momento de salir de la dicotomía inside/outide, Tony Bennett opta por un enfoque alternativo. El problema para él es que las dos posiciones están definidas de un modo esencialista y seguir definiendo la literatura como el uso especial del lenguaje o como un conjunto de relaciones sociales condicionantes, ya no funciona. En este contexto, Bennet propone lo siguiente:

It has been to displace the terms of this polarity by proposing a conception of literature’s sociality which by-passes the oppositions it establishes. For to theorise literature as a field of institutionally regulated textual uses, functions and effects is to theorise not as formally unified set of practices of writing in need of being explained socially but as, precisely, a specific region of sociality on a par with other region of sociality […] this being so, the question as to how to articulate the relations between literature’s ‘inside’ and its outside is replaced by another: how to analyse the imbricative relations between adjacent zones of institutionally regulate practices (Bennet, 1990: 283).

En cualquier caso y aun admitiendo las limitaciones que puede haber en sus respectivas teorías, la posición de Said y de Eagleton es, a nuestro juicio, equilibrada. Por un lado, en sus postulados teóricos se reconoce la estructura formal de un texto y, en cierto sentido, su autonomía y su particular genius. Y, por el otro, se toma a la literatura como una institución social. No hay, nos dicen, que lamentar el hecho de que la política se inmiscuya en literatura porque esto no quiere decir que Said y Eagleton pretendan desplazar el inside de la literatura a favor de un outside, sino y, en contra de las estrategias formalistas, el verdadero significado de la literatura, para los dos, está indisolublemente ligado al contexto político-social en que se ha gestado.

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1Aijaz Ahmad contextualiza la obra de Said dentro de lo que él califica como la “global offensive of the Right, global retreat of the Left” (Ahmad, 1992: 192).

2David Alderson sostiene que “The transformation from the Marxist scientist of Criticism and Ideology to benjaminian eclectic evident in Eagleton’s later work was in part the consequence of a personal theoretical shift, but it was also no doubt conditioned by political defeats for the left which made the very idea of constructive socialist engagement less plausible” (Alderson, 2004: 5).

3Es pertinente recordar antes de nada que, pese a que estos dos teóricos son conocidos por sus compromisos políticos, los dos se desempeñaron como profesores de literatura inglesa. Said, por su parte, lo fue durante cuatro décadas en la prestigiosa Universidad Columbia de Nueva York, donde enseñaba literatura inglesa y literatura comparada, además de ser autor de una obra importante en este ámbito, por ejemplo, El mundo, el texto y el crítico (1983) y Cultura e imperialismo (1993).

4Respecto de la obra de Said véase, entre otros (Aijaz, 2000; Ashcroft & Ahluwalia, 2000; Clifford, 1988; Hart, 2000). Y en lo que respecta a la obra de Eagleton, véase (Alderson, 2004; Smith, 2008; Bennet, 1990).

5Hay, por supuesto, excepciones, una de ellas, en lo que a la obra de Said se refiere, es el análisis de Pal Ahluwalia y Bill Ashcroft, quienes afirman que “lo significativo de la obra de Said es que no podemos separar esta preocupación política por el estado de Palestina, esta preocupación por su propia identidad y la identidad de los palestinos en general, del análisis teórico y literario y del modo en que se sitúan en el mundo” (Ahluwalia & Ashcroft, 2000: 11).

6Nótese aquí que el término “estructura de actitud y referencia” de Said tiene vínculos directos con la estructura de sentimiento de Raymond Williams, uno de los mentores marxistas de Said y brillante crítico literario, en cuyo libro Marxism and literature (1977) se aplican los postulados marxistas a la teoría literaria.

7Semejante postura está en concordancia con la postura de Bennet, éste último considera que “whatever Marxist thought has to contribute to re-theorising literature must be regarded as just that: a contribution, and one which must be co-ordinated with inputs from other theoretical positions in ways which respect their differences rather than organizing them in a relation of subordination to Marxism” (Bennet, 1990: 7).

8Destaca aquí por su equilibrio y ecuanimidad la crítica de Nicos Poulantzas a Foucault en State, Power, and Socialism (1980), este último, aunque valora positivamente su aporte a la teoría del poder, considera que al dejar de lado el factor económico, la clase y la resistencia excluye y borra toda posibilidad de derrocar el poder.

9Es pertinente señalar, que el contexto histórico en que se sitúa el análisis económico de Marx fue marcado por una ideología de tinte eurocéntrica y basada en un arraigado sentimiento popular que presuponía la superioridad del hombre blanco con respecto a la gente de color y que, por tanto, beneficio a la política imperialista. De ahí, que dicho sentimiento no solo unía a los hombres blancos, sino a todos, tanto a los más ricos, como a los de clase media y a los pobres, incluso el empleado más pobre de las colonias se convertía en un señor. Empero, el problema, para Hobsbawm, es que el análisis marxista consideraba al colonialismo como un hecho marginal y la anexión y la explotación colonialista de su nueva fase imperialista como un simple síntoma y una característica de esa nueva fase, indeseable como todas sus características, pero no fundamental (Hobsbawm, 2001: 80-82).

10Aijaz Ahmad considera que lo más chocante en el estudio de Said sobre Marx es su imprudente impulso psicologizante. Además, está convencido de que Said disloca el argumento del autor alemán, ya que para una rigurosa crítica del trabajo de Marx sobre Asia, Aijaz considera que “I should rather think that Marx´s passage needs to be placed, if one wishes to grasp its correlates, alongside any number of passages from a wide variety of his writings, especially Capital, where the destruction of the European peasantry in the course of the primitive accumulation of capital is described in analogous tones” (1992: 227).

11Al parecer, la crítica de Said a Marx es contradictoria ya que, según opina James Clifford, el autor estadounidense de origen palestino censura a Marx por recurrir a categorías analíticas generales y artificiales como “oriental”, “asiático”, “semítico”, mientras “not also convict Marx of subsuming individuals under the “artificial entities” “class” and “history” (Clifford, 1988: 270).

12Conscientes de que la teoría es un concepto que engloba más de lo abstracto formal, nuestro análisis en este artículo se limita a este aspecto de la teoría a fin de resaltar la tensión irresoluble en el pensamiento literario de Said entre la teoría como un dominio cerrado y la conciencia crítica, abierta hacia la historia, la sociedad y consciente de sus defectos y sus limitaciones. Es obvio que, con otras definiciones de la teoría, Said y Eagleton no tienen ningún problema, el problema, claro está, cuando la propia teoría -la literaria en particular- se desliga de las implicaciones que tiene un texto literario con unas determinadas circunstancias que hacen posible, no solo su forma, sino hasta cierto sentido, su contenido, para dedicarse solo y en exclusiva al método y al sistema.

13En cambio, algunos críticos interpretan esa reticencia por parte de Said sobre la teoría como el fleco más débil en su obra: no solo, arguyen, que no fue un buen teórico sino ni siquiera entendió bien a Foucault, su mentor principal, e hizo mal uso de su teoría en su estudio sobre el orientalismo.

14Según algunos documentos desclasificados últimamente por la CIA, varios de estos filósofos eran seguidos de cerca y estudiados por dicha agencia gubernamental con el fin de evaluar las posibles consecuencias que puedan tener sus respectivas obras en la percepción de Estados Unidos en el viejo continente (Vicente, 2017).

15Véase (Said, 1975, 1978, 1983).

16Eagleton había hecho tal afirmación en la introducción de su libro Literary Theory: an introduction (1983) luego reiteró dicha afirmación en su posterior obra The event of Literature (2012: 19).

17En este contexto, Frederic Jameson lleva la relación literatura / política a límites insospechables cuando afirma que su intención es afirmar “la prioridad de la interpretación política de los textos literarios. Concibe la perspectiva política no como un método suplementario, no como un auxiliar optativo de otros métodos interpretativos corrientes hoy – el psicoanalítico o el mítico-critico, el estilístico, el ético, el estructural-, sino más bien como el horizonte absoluto de toda lectura y toda interpretación” (Jameson, 1989: 15)

18Este término fue acuñado por el mismo Eagleton, véase (Ghazoul, 2007: 262).

19Eagleton define la política como la forma en que organizamos nuestra vida social y las relaciones de poder que esto implica (Eagleton, 1983: 169).

20Está claro que el concepto del discurso utilizado aquí por Eagleton es foucaultiano. El autor francés entiende que el discurso es el conjunto de las reglas lingüísticas y códigos institucionales que determinan lo que un escritor puede decir o escribir sobre un tema de conocimiento determinado. O sea, no se busca al autor individual como el centro de todo conocimiento sino más bien a un campo de regularidad para diversas posiciones de subjetividad, el discurso entendido así es “un conjunto donde pueden determinarse la dispersión del sujeto y de su continuidad consigo mismo. Es un espacio de exterioridad donde se despliega una red de ámbitos distintos” (Foucault, 2009: 75).

21Aunque Derrida define la deconstrucción como una práctica política cuya función básica es la de desmantelar todo un sistema de estructuras políticas y de instituciones sociales, su actitud hacia las verdades, identidades y las continuidades históricas se enmarca, según Eagleton, dentro de una historia más vasta y profunda del lenguaje (Eagleton, 1983).

22La misma crítica hacia la deconstrucción, la comparte Edward Said, cuando afirma que la obra de Derrrida “encarna una limitación extremadamente acusada, una ascesis de un tipo verdaderamente inhibidor y catastrófico […] Tampoco exigió de sus discípulos ningún compromiso vinculante respecto de cuestiones relativas al descubrimiento y el conocimiento, la libertad, la opresión o la injusticia” (Said, 1983: 288).

23A pesar de la reconocida influencia ejercida por Louis Althusser en Eagleton con respecto al concepto de ideología, este último mantuvo sus diferencias con la utilización que hace el autor francés de dicho término. Al asignar a la literatura un sitio entre la ideología y el conocimiento, Althusser intenta resolver la tensión que hay entre la literatura y la ideología. En cambio, para Eagleton, que no reconoce esta cruda separación epistemológica entre la ideología y el conocimiento, la literatura no es, como afirma Althusser, el reflejo de una solución ideológica sino una producción especifica de la ideología (Alderson, 2004: 50-51) .

24Con este concepto Said alude al hecho de que a lo largo de los siglos XIX y XX encontramos en la novela europea alusiones y referencias a posiciones coloniales ultramarinas. Al conjunto de dichas referencias es lo que él denomina “estructura de actitud y referencia”. (Said, 1996).

25La obra de Said ha sido estudiada a través de tres enfoques: el posestructuralista, que describe la apropiación por su parte de la obra de Foucault y Derrida en su época temprana; la marxista, que critica la construcción romántica de Marx; y, por último, la lectura de los estudios del Oriente Medio árabe e islámico, además de los estudios asiáticos (Williams, 2000).


26Cuando se le reprochó esa ausencia, Williams respondió que su experiencia galesa no le indujo a pensar sobre tal fenómeno, aunque estaba del todo latente. De todos modos, hay que señalar que las pocas páginas que tocan el problema de la cultura y el imperialismo en El campo y la ciudad (1973), son externas a la idea principal del libro (Said 1996: 120).

27Es conveniente señalar aquí que el célebre critico Northrop Frye se había quejado a principios los años cincuenta de esa dicotomía que existía entre lo externo y lo interno en los estudios literarios. Véase (Frye, 1972).

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