Reinvención identitaria y compromiso transnacional en Cuatro años en París 1940-1944, de Victoria Kent1

Rewriting Identity and Political Commitment in Cuatro años en París 1940-1944 by Victoria Kent

Carole VINALS

Universidad de Lille, Francia

carole.vinals[at]univ-lille.fr

Impossibilia. Revista Internacional de Estudios Literarios. ISSN 2174-2464. No. 20 (noviembre 2020). Monográfico. Páginas 27-53. Artículo recibido 28 junio 2020, aceptado 30 septiembre 2020, publicado 30 noviembre 2020

Resumen: En Cuatro años en París 1940-1944, Victoria Kent (2007) nos ofrece su visión de un París ocupado por los alemanes. La exiliada española indaga en la problemática identitaria de aquellas personas que tuvieron que permanecer escondidas bajo un nombre falso. La escritura le permite recrearse una nueva identidad y a la vez refundamentar sus convicciones políticas en una perspectiva transnacional. Con la liberación de París el texto se erige en llamamiento a la intervención de los demócratas para ayudar a España. Pasamos así de la dimensión identitaria íntima a la refundamentación política.

Palabras clave: Victoria Kent, exilio, París, escritura de la identidad, política republicana, Segunda Guerra Mundial

Abstract: In Cuatro años en París 1940-1944, Victoria Kent (2007) offers us her vision of a Paris occupied by the Germans. She investigates the identity problems of those who had to remain hidden under a false name. Writing allows her to recreate a new identity while recasting her political convictions in a transnational perspective. With the liberation of Paris, the text becomes a call for the intervention of the Democrats to help Spain. Thus we pass from the intimate ideological dimension to the political.

Keywords: Victoria Kent, exile, Paris, identity writing, republican politics, World War Two

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Más de 580 mil españolas y españoles se refugiaron en Francia (Serrano, 2016) tras acabar su guerra civil. Pocos meses después empezaría en el continente europeo la Segunda Guerra Mundial con lo cual muchas de estas personas exiliadas fueron testigos o actores de ambos conflictos. El caso de Victoria Kent (Málaga, 1897-Nueva York, 1987) es singular ya que llegó a París en junio de 1937. “Vivió esos primeros años parisinos como una mujer libre, con un pasaporte privilegiado, el pasaporte diplomático, y se negó a marcharse cuando era obvio que París sería ocupada por los nazis” (De la Guardia Herrero, 2013: 147). A continuación se refugió en la embajada de México gracias a la intervención del político español Indalecio Prieto. Cuando la embajada se trasladó a Vichy, la Cruz Roja y el Service Social d’Aide aux Migrants le encontraron un piso en el número 120 de la avenida Wagram (Gutiérrez Vega, 2002: 49).

El testimonio en el que nos centraremos en este artículo fue publicado en 1947 a la vez por la editorial Livre de Jour, bajo el título Quatre ans à Paris, y por la bonaerense editorial Sur como Cuatro años en París. La primera edición española —Cuatro años de mi vida— solo pudo ver la luz en 1978 tras la muerte de Francisco Franco. Sus cuatro partes cuentan casi exactamente los cuatro años de la ocupación, desde el 14 de junio de 1940 hasta el 25 de agosto de 1944. En la primera de ellas, “Entre paredes”, una voz autodenominada Plácido narra una suerte de experiencia carcelaria, pero enfocada en lo colectivo, revelando el proceso de una mente que reflexiona sobre la identidad, el miedo, la soledad y la guerra. La segunda y la tercera partes, “En la calle” y “Como gotas sobre el zinc” son crónicas de la ocupación de París. En cuanto a “Hacia la libertad”, se trata de un diario de acción en el que la narradora reúne a su alter ego con la otra parte de sí misma que había enmudecido.

Nuestro trabajo mostrará primero cómo el enclaustramiento desemboca en una problematización de la identidad. La condición de exiliada de Kent le permite abrirse hacia una dimensión transnacional en la que asentará un discurso político que no es sino un llamamiento a la solidaridad de las democracias. Sus convicciones republicanas saldrán reforzadas de esta prueba.

De la crisis a la reinvención identitaria

Se suele considerar la identidad como una “entité univoque, stable, dotée une fois pour toutes de contours bien déterminés, invulnérables tant aux variations contextuelles qu’aux représentations que s’en font les sujets” (Heinich, 2018: 59). Nada más lejos de la realidad. Cuatro años en París 1940-1944 demuestra la falsedad de semejante concepción. La personalidad es también algo muy subjetivo que se va construyendo día tras día a través de lo que se vive y la interpretación que se le da. La identidad se construye en relación con el entorno, en una interacción.

Ser exiliada/o es verse obligado a convertirse en otra persona. Para los griegos el exilio era una condena semejante a la pena de muerte ya que perdían todo aquello que hacía de ellos ciudadanos libres y conscientes. Al exilio de Kent se añade la necesidad de esconderse. Con documentación falsa, Kent toma otro apellido, Duval, un apellido francés banal que borra su nacionalidad española. Ese cambio de no es necesariamente algo negativo. El hecho de llevar un apellido en conexión con un inexistente señor Duval, autoridad masculina inventada, puede verse como una forma de liberación de las normas patriarcales. En países como Francia, casarse suponía la imposición de otro apellido, que recalcaba así la pertenencia al marido. El apellido inventado era para las mujeres una manera de tomar el control de una identidad social impuesta por el padre (Irigaray, 1977). Era como liberarse del yugo masculino. La experiencia de Kent, encerrada y viviendo bajo un nombre falso, la obligó a redefinirse bajo otros parámetros sociales, al mismo tiempo que le brindó libertad e independencia. La extraña y peligrosa situación en la que se encontraba provocaba que cuestionase explícitamente su propia identidad y todo cuanto la definía.

A l’état normal […] l’identité est quelque chose à quoi on ne pense pas. Ce n’est pas qu’elle soit inexistante mais c’est qu’elle demeure, pour ainsi dire, muette. En revanche, toute forme de dissociation entre l’autoperception, la présentation et la désignation entraîne une crise identitaire (Heinich, 2018: 83).

En Cuatro años en París, la disociación originada por las circunstancias es autoasumida como voluntaria. Kent elige autopercibirse, autopresentarse y designarse como otra persona. Va a dejar de ser una figura conocida con responsabilidades políticas para convertirse en un ser cuya supervivencia depende de su capacidad de no hacerse notar. Teme incluso ser fotografiada, pues correría el riesgo de ser reconocida y, por lo tanto, deportada. Pasa de ser un personaje público a convertirse en un ser anónimo. Esto también puede interpretarse como una liberación ya que se desprende de su propia imagen pública y social. Kent se crea otra personalidad para resistir a las circunstancias. No es la primera vez que se reinventa:

el nombre, Victoria Kent, también fue una decisión que ella tomó en los treinta primeros años de su vida. En sus primeros documentos, su nombre era María Victoria, y su apellido, como el de su partida de nacimiento, era Ken. Un apellido de origen irlandés, O’Kean, y no inglés como ella siempre defendió, que por el uso y la propia grafía española fue transformándose en los papeles familiares en Ken (De la Guardia Herrero, 2013: 152).

Quien nació María Victoria Ken y se autotransformó en Victoria Kent va a reinventarse para adaptarse a las necesidades del momento. Escribir va a ser para ella una forma de dar sentido al encierro que le va a permitir autodefinirse, anclarse en la existencia, asegurarse de que existe pese a todo cuanto sucede a su alrededor. Las peculiaridades del encierro llevaron a Kent a idear un yo fluctuante (Twomey, 2007). Las circunstancias convierten su identidad en algo huidizo y mudable. El yo se ficcionaliza, haciendo de “sí mismo otro” (Ricoeur, 1990: 191). En el capítulo titulado “Entre paredes”, se construye un yo ficcional cuyo nombre resume la placidez y el desapego a los que aspira. Racionaliza poniendo de lado sus sentimientos y su afectividad.

En su introducción al texto propiamente dicho, titulado “Cómo nació este libro”, la escritora malagueña califica el relato de aquellos años pasados en París como “notas en las que fuí [sic] apuntando mis impresiones más vivas —o más desalentadas— de aquellos cuatro años que París padeció y que yo me vi obligada a soportar” (Kent, 2007: 5). El verbo “soportar” sugiere sufrimiento y a la vez capacidad de aguante. Es un texto de resistencia frente a la adversidad. Cuando lo que nos rodea se vuelve amenazador, nuestra identidad se altera. Cuando se refiere a sí mismo/a en la segunda parte, evoca a “aquel hombre peligroso” (Kent, 2007: 50) con cierto humor, y adopta así la posición y el punto de vista de aquellos que lo acechan. La posición del narrador es esquizofrénica: está sin estar en el sitio en el que se encuentra ya que su mente le permite escapar de las cuatro paredes. El lenguaje, en su dimensión performativa puede desempeñar un papel central en la constitución subjetiva (Butler, 1997), en especial en la producción de la identidad, y puede incluso subvertir las relaciones de poder. A través de la creación de su personaje Plácido, Kent invierte los papeles. Desmiente las teorías sobre las supuestas características del sexo llamado débil. La propia escritora ya había estado en boca de mucha gente por su supuesta “virilidad” (Ramos, 2018: 309). La serenidad encarnada por Plácido es una forma de resistencia. Vemos la capacidad de Kent de controlar sus emociones, sus miedos. Este texto puede leerse como un testimonio sobre la supervivencia mediante la creación de un personaje ficticio que es su alter ego. Y también muestra que en toda mujer hay una parte masculina.

Mas no por ello va a partir desde cero. La voz narrativa no reniega de sus recuerdos ni de sus experiencias pasadas. El pasado y la memoria darán densidad al nuevo ser creado por Victoria. El recuerdo de la libertad perdida va a permitir construir un refugio íntimo:

Yo, yo era libre, yo era lo que se ha llamado hasta ahora un hombre libre; un hombre a quien no inquietaba durante la noche la idea de una llamada a la puerta; un hombre que iba y venía, que podía escribir, que recibía cartas sin ser abiertas, que cruzaba una calle sin preocuparse de quien podía encontrar; un hombre que elegía las horas de su vagar como elegía las horas de su actividad; que podía comprar y leer periódicos extranjeros, que podía tener libros, que podía ver a los amigos, que podía defender o rebatir una opinión (Kent, 2007: 30).

El “yo” necesita reafirmarse y la definición de lo que es empieza por la declaración de todo lo que ha perdido. Ser libre es ser un individuo pleno y entero, más allá de su sexo y de sus características morfológicas. La libertad es la esencia del ser humano. Y como la libertad es la esencia de Plácido, ningún encierro puede arrebatársela. De hecho, su aprisionamiento va a darle acceso a una libertad interior mucho mayor. La escisión del yo le va a permitir explorar nuevas dimensiones de su ser.

Encerrada en una habitación, la voz narrativa va a centrarse en el espacio que la rodea: “Aquel era el único cuarto habitable” (Kent, 2007: 19), donde salvaguardarse. Va a apropiárselo. Evoca “aquel ángulo de mi dormitorio” (Kent, 2007: 31) como alusión a lo más recóndito. Sin embargo, en cuanto empieza a describir su cuarto y los objetos que se hallan en él (la mesa de trabajo, el espejo, los libros, el diván, la butaca, la cama, la mesita, la pequeña butaca), el demostrativo cambia: “en esta habitación me encuentro libre” (Kent, 2007, 31). De esta forma, su espacio vital en apariencia muy reducido se ensancha hasta el infinito. Al nombrar las cosas, las hace suyas, hace que cobren existencia y le permitan construir poco a poco su libertad interior. Cuanto menos se tiene, más libre se es, con la mente una se adueña del espacio.

Otro elemento que ayuda a Plácido a asentarse es el reloj. El personaje consigue rebasar los límites del encierro porque la suprema condena del ser humano es el tiempo que lo cierne y lo aprisiona, pero él empieza incluso a entablar una relación muy amistosa con el reloj: “En mi vida ha ido entrando suavemente […] hoy su fidelidad me es necesaria […] en la paz de mis días es el único punto de referencia” (Kent, 2007: 26). Plácido se autodefine como el espectador atento de todo cuanto lo rodea. No ocurre nada en la primera parte excepto su reflexionar pues los trágicos acontecimientos que están teniendo lugar en la ciudad no se mencionan. Es “el relato estático de una mente que contempla la guerra” (Mangini, 1995: 161).

La experiencia de la soledad y el encierro le han aportado espesor y conocimiento. Pero más allá de la crisis de identidad, el texto da cuenta de una verdadera experiencia de sentir compartido ya que la reformulación identitaria se acompaña de una identificación con la suerte de la ciudad.

Un sentir compartido

La primera parte de esta especie de diario novelado estaba encabezada por una cita de Miguel de Unamuno: “El ¡ay! apagado de tu pobre prójimo que te llega a través del muro que os separa, te penetra mucho más adentro de tu corazón que te penetrarían sus quejas todas si te las contara estando tú viéndole” (Unamuno, en Kent, 2007: 6). “En momentos de catástrofe colectiva como los que estábamos viviendo, mi dolor se fundía en el inmenso dolor común”, escribió Federica Montseny (1977: 39). El dolor, para estas dos mujeres, es un sentir compartido. Muchas personas exiliadas escribieron su experiencia usando el plural. Algunas interpretan la insistencia en el “nosotras” como una característica de la escritura femenina (Jelinek, 1980: 47). La voz narrativa siente el dolor de quienes la rodean tanto más cuanto que no puede verlos/as. Plácido ya no puede ver el mundo, pero su aislamiento no lo/la corta de los demás, más bien al contrario, gracias a su condición de transmigrante, se muestra todavía más atento/a al dolor ajeno que no puede ver pero del cual le llegan ecos. No está fuera del mundo sino en un lugar en el que sus sentidos se vuelven más alertas y trascienden fronteras.

Es lo pequeño lo que nos envuelve desde que la luz nos despierta hasta que el cansancio nos vence, y ni aun entonces lo pequeño deja de perseguirnos: discutimos, nos angustiamos y hasta gritamos porque algo nos oprime, sentimos hambre, sentimos miedo. Todo ello tiene un origen bien pequeño. Lo pequeño se incrusta en nuestra vida a todas horas, pero hoy bate su propio récord (Kent, 2007: 72).

El “nosotros” le da fuerza. Lo más cotidiano se convierte en un sentir común que trasciende el aislamiento. Lo más íntimo, las emociones más personales, se ven colectivizadas por Plácido. La soledad en la que se encuentra sumida va a ser para Kent una oportunidad de acercarse a los otros porque comparte su sufrimiento. El prójimo es aquí a la vez la comunidad transterrada y la parisina sometidas al yugo nazi. Al trascender lo personal, Plácido construye un campo social amplio que abarca lo transnacional. Aunque el yo esté aislado, el otro está cerca.

Como Kent está sola y aislada va a tener que inventarse interlocutores, y conecta con una comunidad imaginada cuyos contornos son tan fluctuantes como los de su propio ser:

Existen, en efecto, diversas formas de comunidad imaginada: “otros mecanismos para situar a los sujetos, otras bases de identidad. Algunas de estas lealtades hacen referencia a unidades territoriales más grandes que la nación, algunas a las más pequeñas y otras a los espacios que cruzan a través de las naciones o que están dispersos” (Martykanova & Peyrou, 2014: 15).

En la segunda parte de Cuatro años en París, Plácido explora todo cuanto está a su alrededor: descubre la oscuridad en la que el mundo se halla sumido. Y se siente ajeno a ella. Al inicio de esta segunda parte, “En la calle”, con la salida de ese personaje masculino, la narradora plasma incluso su enajenación al referirse a su alter ego en tercera persona: “A las ocho y media estaba en la parada de término del autobús […] Plácido, de pie en la plataforma, se sumergía en la negra espesura de la ciudad muerta” (Kent, 2007: 65). Plácido parece atravesar los infiernos, viajar a través de una ciudad muerta. La imagen recuerda la barca de Caronte y Plácido es como el único ser viviente ya que su mente parece no haberse doblegado. Su imaginación y su rebeldía interior siguen intactas.

En “En la calle” y “Como gotas en el zinc” la voz narrativa va descubriendo una ciudad enajenada y dolida. Plácido se irá abriendo a un sentir compartido que lo una a los franceses. Esta parte narra las exploraciones de Plácido en un mundo extraño, y las horas pasadas en un jardín se describen como una gran aventura. Tras meses de encierro, estar en un espacio abierto se convierte en una experiencia extraordinaria. Cuenta también anécdotas curiosas, nimiedades cotidianas pero importantes como la compra de cerezas sin tickets o el aprendizaje de la bici, con lo cual da indicaciones sobre su edad y su estado físico. Como la gasolina estaba racionada la mejor manera de desplazarse era usar bicis lo cual para él/ella constituye todo un desafío: “Aprender a montar en bicicleta después de los treinta años parece un desatino; aprender después de los cuarenta se me figura algo así como tener el sarampión a los sesenta. Pues bien, yo estoy en el sarampión de los sesenta” (Kent, 2007: 79). Se burla de sí misma y de sus limitaciones.

De hecho, la extrañeza de Kent frente a sí misma en aquellos años fue compartida por muchos franceses. Entre el 14 de junio de 1940 y el 24 de agosto de 1944, la ocupación alemana cambió la vida de las y los parisinos. La propia ciudad perdió sus señas de identidad, su lengua, sus banderas. La lengua alemana y las banderas nazis estaban presentes en todas partes: en la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, la Asamblea Nacional, el Senado… (Azéma, 1979). París era una ciudad ajena a sí misma. Todo estaba escrito en alemán y innumerables parisinos sentían que formaban parte de otro país pues descubrieron las cartillas de racionamiento, las redadas, los atentados, el toque de queda…

Desde el incipit vemos que París ya no es París, es otra ciudad, ajena, una ciudad vencida. “Aquella tarde, la ciudad caía de nuevo en un estado de abatimiento” (Kent, 2007: 13). La ciudad gala va a verse humanizada a través de estas páginas. Este tipo de escritura corporal se asocia a veces a lo femenino (Kristeva, 1974) por oposición al espacio simbólico masculino. Es como si la caída no tuviera fondo; además, la expresión “de nuevo” sugiere un movimiento cíclico, la idea de lucha eterna y el renacer del combate. También sugiere la derrota: la tarde implica la llegada de las sombras, el verbo “caer” lo indica con claridad así como el sustantivo “abatimiento”. El campo semántico evoca a la vez los caídos en combate y a un estado de ánimo.

Cuatro años en París 1940-1944 no es una autobiografía convencional puesto que se preocupa por una redefinición del yo frente a una lucha colectiva. Su feminismo era un “feminismo consciente”. Los valores de la ética del cuidado pueden proyectarse en la esfera pública. Para las republicanas, se trataba de “redefinir la política a partir de las cualidades mostradas por las mujeres en los espacios privados: laboriosidad, generosidad, capacidad de mediación y administración, flexibilidad y pluriactividad, entre otras” (Ramos, 2018: 310). El exilio les permite reconocer la complejidad de Francia y también volver a fundamentar su ideología al ampliar sus horizontes vitales y políticos (Said, 1980). En él, Kent se abre a otros puntos de vista, al insistir en el papel, por ejemplo, de la resistencia.

La guerra civil no fue sino el principio de la Segunda Guerra Mundial. Los años de París son la prolongación del acontecimiento que la impulsó allí: el enfrentamiento bélico español y el internacional contra la Alemania nazi se fusionan en una única lucha del mundo libre frente a el sistema fascista que esclaviza y oprime (Twomey, 2007: 86). Y efectivamente, el diario muestra que Kent va más allá de su propia identidad nacional: identifica su suerte con la de los franceses. El sentir de las y los transterrados rebasa las políticas de los Estados y trasciende las fronteras. La comunidad de los y las exiliadas tiene su propia concepción de las relaciones internacionales. Se trata de luchar contra el fascismo por la democracia, sea cual sea el país al que se pertenezca.

Cuatro años en París permite a los transterrados identificarse con los franceses en un combate común. El adjetivo transnacional significa “traspasar las fronteras” según la definición de la Real Academia. En este sentido, “en la actualidad, el término hace referencia básicamente a la gran variedad de relaciones, lazos e interacciones que vinculan a personas e instituciones más allá de las fronteras de los Estados-nación”(Martikanova & Peyrou, 2014: 14). Así, los individuos exiliados, como los viajeros, cruzan fronteras, atraviesan territorios, abandonan posiciones fijas y crean discursos híbridos y polimorfos. La extraterritorialidad muestra la interdependencia de lugares distintos y abre hacia otras dimensiones, otras visiones. A través de su empatía, Kent logra trascender el encierro y conectar con otras vivencias, otras luchas.

Para ella, escribir es una forma de actuar para provocar una intervención de los países democráticos en España cuando aquello parecía posible. Kent se vale de la imagen del Quijote para encarnar el combate de los desterrados. La figura del caballero andante es la de un luchador solitario del que se burlan hasta entender la grandeza que hay en su locura y la importancia de su combate. “Todos pueden ignorar quien soy, menos yo: ‘yo —como dijo Don Quijote— , yo sé quien soy’, y seré quien soy pase lo que pase” (Kent, 2007: 87). La lucha ha de seguir para mantener viva la esperanza. Cada vez que Plácido/Victoria hace referencia a España, lo hace en presente, como si nunca hubiera dejado su país. También nos remite este nuevo yo de Victoria a un yo colectivo que cristaliza pasado y presente. La identidad cultural permite reconocerse en una comunidad humana al compartir valores y compromisos, así como experiencias comunes. Es otra forma de reencontrarse, de reconectar con la identidad perdida. España es aquello que lleva dentro y que jamás pertenecerá al pasado. La voz narrativa reúne todas las luchas, todos los sufrimientos en este texto.

De hecho, la principal diferencia entre “internacional” y “transnacional” radica en que, si bien el primer término indica relaciones entre Estados o actores que representan a Estados, el segundo hace referencia a los que se entablan entre grupos sociales o instituciones que existen a pesar del Estado-nación y que, con sus actividades transnacionales, desafían la soberanía del Estado y la hegemonía de las fronteras e ideologías nacionales. Caroline Nagel, desde este punto de vista, define el transnacionalismo como una “globalización desde abajo” (Martykanova & Peyrou, 2014: 15).

La empatía y la dimensión transnacional aparecen también cuando Kent evoca la gran redada del 16 de julio de 1942 para la cual Vichy movilizó a la policía francesa. La voz narrativa establece un paralelismo implícito entre la situación de los judíos encerrados en el Velódromo de invierno y la de las familias republicanas españolas. Lo acaecido en este espacio deportivo fue todo un símbolo del horror de la ocupación y de la colaboración de Vichy con los alemanes y, por ende, de la pasividad de las democracias frente al horror. La Francia del Front populaire practicó la política de no intervención que hoy se juzga escandalosa (Grellet, 2016). Esa actitud de Francia e Inglaterra abrió la vía a las ambiciones de Hitler. El llamado “Acuerdo de No intervención en España” promovido por el gobierno francés a principios de 1936 y firmado por los veintisiete países europeos equiparaba de facto al gobierno legítimo con los rebeldes (Moradiellos, 2012: 221). Las páginas dedicadas al Velódromo de invierno le sirven también para mencionar la situación en España cuando afirma que en su país sí que hubieran tomado las armas para defender a los judíos. Sugiere con ello que el pueblo de España sí defendió la democracia en Europa y fue esa su mayor batalla y también un motivo de orgullo. La democracia, entonces, les debe mucho y debería saldar su deuda e intervenir en España. Cuatro año en París le brinda a Kent la oportunidad de condenar la actitud de los países democráticos durante la guerra civil:

España herida se desangraba y no se le prestó asistencia necesaria para atajar la vida que se escapaba a raudales. No, esto no ha sido una emigración, esto ha sido sangre pura de un cuerpo joven que ha ido regando tierras próximas y lejanas (Kent, 2007: 140).

La pasividad frente a las redadas contra los judíos ejemplifica del mismo modo esa incomprensible misma actitud de los franceses ante el horror. La empatía de Kent con la suerte de las familias judías es total. Lo primero que indica la autora es que no hay fichas de entrada. Llama la atención la mención a un “Niño de dieciocho meses. Terrorista”. Este tipo de apelación era frecuente también en la posguerra española en la que se calificaba de “terrorista” a cualquier persona no adicta al régimen. El caso del niño es ejemplar: simboliza la inocencia absoluta de la mayoría de los sujetos acusados y la falsedad de las acusaciones. La voz narrativa subraya el ambiente de irrealidad: “Las puertas del velódromo de invierno se han abierto. Viendo la afluencia de la entrada, se diría que estamos en los momentos que preceden a un match internacional o en aquellos otros del acto político” (Kent, 2007: 89). Sintetiza lo acontecido en cuatro páginas hasta el desenlace: “Las puertas se cierran. Los vagones se precintan; la locomotora, arrastrando los vagones precintados, parte con destino desconocido” (Kent, 2007: 93). Alejada de cualquier suerte de pathos, Kent elige el laconismo para dar cuenta del horror. Es de singular relevancia que la fecha de la primera publicación del texto sea 1947, mucho antes de que la opinión pública internacional fuera consciente del horror del Holocausto.

Quedan muy pocas huellas de las redadas y solo existe una fotografía de lo acontecido en el Vel d’hiv (Azéma, 1979). Cuatro años en París denuncia la pasividad de las democracias ante el Holocausto. La indignación de Kent es la de una humanista sensible al sufrimiento ajeno. Como se ve, su experiencia plasmada en esta obra remite a la desterritorialización, a lo transnacional, a un sentir compartido de los migrantes, pues

El concepto de transnacionalismo se vincula a otros como transmigrantes, desterritorialización o hibridazión, conceptos todos que pretenden registrar la importancia de la itinerancia, la circulación, los intercambios o los flujos constantes que se producen (y se han producido a los largo de la historia (Martykanova & Peyrou, 2014: 14).

Mas la autora no solo critica la actitud del gobierno francés sino que también subraya el papel de aquellos franceses que sí tuvieron la valentía de decir “no” al fascismo. En la tercera parte, que corresponde al año 1943, evoca a los guerrilleros que surgieron en el invierno 1942-1943 (Simmonet, 2015). En este apartado abundan las noticias sobre la Guerra Mundial. Recuerda las cartas que los estudiantes escribieron a sus padres para explicar el por qué rechazaban el STO y se unían a la resistencia. El heroismo de algunos franceses es celebrado como un modelo. La transterrada se identifica con la lucha de los franceses por la libertad. Los ciudadanos galos que defendieron los ideales republicanos en Francia merecen la misma admiración que los republicanos españoles. Ambos pertenecen a un mismo grupo: el de los valientes. El yo íntimo de la escritura, a través de la soledad va a conectar con un nosotros, la identidad colectiva con la que se identifica. El plural no permite disolverse sino asentarse con más fuerza. De hecho, la tercera parte, dedicada a los años 1942-1943, que se titula “Gotas sobre el zinc”, abre con una cita de Goethe que utiliza también la primera persona del plural: “¿Quién nos salvará? Nosotros damos el hierro, los pigmeos forjan las cadenas. No ha llegado aún el tiempo de liberarnos; seamos, pues, flexibles” (Kent, 2007: 97). La comunidad, como la identidad, se vuelve flexible y mudable.

Se ha pasado a hablar de transmigrantes, de individuos que mantienen fuertes lazos con sus países de origen al tiempo que se integran en países de acogida; que construyen “campos sociales” que vinculan origen y destino; que mantienen relaciones múltiples (familiares, económicas, sociales, políticas, organizativas) que trascienden fronteras (Martykanova & Peyrou, 2014: 16).

Estos campos sociales amplios permiten que la relación con el otro (cualquier otro) se vuelva más íntima e interior. Sin pasar por el contacto físico hay una suerte de comunión. Cita algunos nombres como Jacques-Henri Schloesing a quien conoció personalmente. Ese joven parisino de 20 años entró en la resistencia en 1940 y formó parte de la primera escuadrilla de la France Libre. En febrero de 1943 fue herido de gravedad al caer su avión en llamas sobre su propio país ocupado. Pese a sus heridas insistió en formar parte de las operaciones en Normandía. Y el 26 de agosto del 1944 mientras el general De Gaulle bajaba los Campos Elíseos, fue abatido cerca del río Sena (Collet, 2011). Evoca otra figura ejemplar, la del profesor Colomb, detenido en su cátedra por los alemanes. La redada tuvo lugar el 25 de junio de 1943 y el profesor acabó herido de muerte (Guyotjeannin, 1999: 310). Estos nombres, olvidados en los libros de historia, sirven a Kent para recordar que el combate contra el fascismo se cobró innumerables vidas anónimas. Construye así una comunidad transnacional unida por unos mismos valores y una misma lucha.

De lo transnacional a la defensa de los ideales republicanos

El epígrafe de la cuarta y última parte, “Hacia la libertad 1943-1944” —título sacado de un poema de Paul Eluard—, anuncia la victoria sobre la adversidad, el triunfo de la resistencia: “Nadie pudo romper los puentes que nos llevaban al sueño y del sueño a nuestros ensueños y de nuestros ensueños a la eternidad./ Ciudad perdurable donde he vivido nuestra victoria sobre la muerte” (Eluard, en Kent, 2007: 133). La Liberación de París ocupa un gran lugar en el texto; por su carácter de momento político relevante, se presenta como el lugar de la consagración definitiva de la forma republicana del Estado y de la forma democrática del gobierno. Kent emplea la primera persona del plural cuando, durante la liberación, los insurgentes defienden las barricadas: “ayudamos a amontonar y transportar adoquines… levantamos bellas trincheras detrás de los árboles”. Liberar París es un acto colectivo de defensa de todos los habitantes, sea cual sea su nacionalidad, contra la opresión y la barbarie fascista. Traspasa las fronteras, los espacios y las épocas. Se trata de la ceremonia republicana por excelencia. La Liberación es también una fiesta, una escena ritual: da pues acceso a otra temporalidad, el de la risa popular al celebrar la renovación de la vida (Bakhtin, 1970).

Kent había sido muy activa durante la guerra civil, recorriendo los frentes de Guadarrama y Somosierra (Gutiérrez Vega, 2002: 204). Demuestra una vez más su coraje y su voluntad de acción. Llegó a encerrarse sola con los amotinados del penal de Burgos (Ramos, 2018: 309). La escritora había permanecido en la clandestinidad cuatro años, y sale por primera vez en bicicleta, arranca pavimentos, amontona adoquines, corta ramas. Para ella las barricadas son “un símbolo: barricadas contra la opresión, barricadas contra la barbarie, barricadas contra el crimen”. “Opresión”, “barbarie”, “crimen”: son términos generales que pueden aplicarse a cualquier época, cualquier país, cualquier situación. Sitúa su combate del lado de la defensa de valores universales como la libertad, la civilización, la justicia.

¿Quién me llama por mi nombre, por mi verdadero nombre? ¡Ah! ¡Plácido! ¡No podía ser otro! ¿Que si quiero dar contigo otra vuelta? ¿Pero puedes dudarlo? Sí, así, así, no temas nada; ahora soy yo la que dice “no temas nada. Monta, monta conmigo en la bicicleta, hagamos esta ronda de la libertad” (Kent, 2007: 93).

La liberación de París corre paralela a su liberación interior. Lo masculino ya no se opone a lo femenino. Plácido y Victoria se reunen por fin.

Esta “doble voz” del “nosotros” que surge con la liberación de la ciudad de París es la estrategia narrativa por medio de la cual Kent se libera de ese encasillamiento en el “segundo lugar” al que demasiado fácilmente se ha relegado a la mujer, tanto en el exilio como en otras circunstancias. Esta “doble voz” es un ejemplo del “discurso de doble voz” (“double-voiced discourse”) que, según Elaine Showalter, caracteriza a una gran parte de la producción literaria de mujeres, que pretenden, así, buscar su propia voz dentro de un sistema patriarcal que ha intentado siempre hablar por ellas (Ferrán, 1998: 490).

Ya no está disociada de su parte femenina, de sus sentimientos. La Victoria que deja atrás el temor se ha convertido en un ciclista experimentado. En la cuarta parte la liberación de París le permitirá recobrar la libertad y volver a ser sí misma. Cuando liberan la ciudad, la narradora pasa de la tercera a la primera persona. Se despide de su máscara, no sin expresarle su agradecimiento. Plácido ha sido su único lazo con la razón: “Tu cordura me ha prestado grandes servicios pero hoy ya no la necesito” (Kent, 2007: 89). Se dirige a la máscara que le permitió sobrevivir al encierro al aferrarse a una masculinidad asociada a lo femenino mientras repite eufórica la palabra “libertad” y pedalea por la capital liberada. Plácido se convierte en un interlocutor. O, como apunta Ofelia Ferrán:

las voces masculina y femenina se juntan aquí, en una especie de “orgía” explosiva de esta “doble voz” femenina, que para expresarse no tiene que silenciar la voz masculina, sino que se puede unir a ella. La imagen explícitamente sexual que se usa en este momento en que se juntan las dos voces es particularmente significativa, pues apunta a la posibilidad de que aquí se encuentra un ejemplo de esa “escritura del cuerpo” femenina (Ferrán, 1998: 495).

No en vano la instancia narrativa compara la Liberación con la romería del Rocío. Se asemeja a una fiesta espiritual. Es un acontecimiento político transnacional, una restauración republicana anhelada por los y las parisinas y también por media España, anunciadora de la liberación de toda Europa. O eso esperaba Victoria. Las barricadas de la liberación de París suelen compararse con una “reconstruction conmémorative de la Révolution de 48” (Dutourd, 1989: 76), esa revolución fracasada del siglo xix tenía por objetivo asentar la Segunda república francesa. Estas barricadas de 1848 están simbólicamente relacionadas con las de 1944. Remiten a las insurrecciones populares, al regreso del “Pueblo”, fraternal y combatiente, como el español que se levantó para defender el gobierno democráticamente elegido de la Segunda República. Este texto es portador de toda una mística de emancipación popular transnacional. Los jóvenes combatientes improvisados se asemejan a un ejército organizado, como los milicianos españoles: “c’est la guerre qui correspond à la fête […] phénomène total, elle ressuscite à son profit les croyances et les conduites qu’il est ordinaire de voir adopter à l’endroit du sacré” (Caillois, 1991: 43). Es el Pueblo a la Michelet, un gran cuerpo místico. Es la victoria del combate entre un estado legítimo (la República) contra su impostor (el Estado francés). Esta ceremonia de liberación es vivida por Kent como el triunfo transnacional de la democracia. El orden republicano se restablece contra la impostura y sobre las ruinas de la adversidad.

La liberación de París es interpretada como un anuncio de otra liberación posible, la de la España ocupada por Franco. La narradora es testigo de los combates: “La noche transcurre entre cañonazos y tiros de ametralladoras” (Kent, 2007: 102). Es como estar en primera línea. Cuenta la toma de la Préfecture de Police, la de los ayuntamientos, de las comisarías y las centrales telefónicas. Paso a paso los liberadores reconquistan la capital. El Hôtel de Ville será tomado el 20 de agosto al alba. Ese mismo día hay una tregua. Kent precisa: “noche de calma completa”, después de varias noches escuchando tiros y cañonazos. El 22 de agosto, se reanuda el combate. La liberación fue larga y complicada porque los alemanes resistían. La autora subraya la aparición ese día del diario Délivrance y no los periódicos más famosos como L’Humanité, Combat, Libération, Parisien Libéré, Franc-Tireur o France Libre. Es entonces cuando el coronel Rol-Tanguy lanza su llamamiento a las barricadas y vuelve a empezar la batalla de París. El 24 de agosto, Victoria anota: “los alemanes que quedaban en el cuartel que está cerca de mi casa han desaparecido ya sin que nadie les haya visto marchar” (2007: 103). La batalla por la toma de París ha terminado.

A partir de ese momento, la narradora oirá lo que está pasando a través de la radio: “Tanques de la división Leclerc han entrado en la place de l’Hôtel de Ville” y, en efecto, la noche del 24 de agosto llegan esos primeros destacamentos. Aquí los Campos Elíseos simbolizan la liberación de un continente y la victoria del Bien sobre el Mal. La atemporalidad y la abstracción del espacio permiten acceder a valores esenciales de la lucha política.

El final de Cuatro años en París es un final feliz ya que el relato se cierra con una liberación y un reencuentro consigo misma. La palabra se libera, Victoria sale de su encierro y se reúne con Plácido. El triunfo de los demócratas puede interpretarse como la posibilidad de realización de los ideales republicanos de Kent. La victoria de los ideales republicanos permitió a las españolas conseguir el voto; y las francesas lo conseguirían por la victoria sobre los nazis. El triunfo democrático es doble ya que emerge tanto del pueblo como sujeto político como de la conciencia ciudadana de las mujeres. La guerra civil española no era sino la primera etapa, o un preámbulo, de la Segunda Guerra Mundial, así que en España se decidió seguir luchando contra sus enemigos: Hitler y Mussolini. Su papel en esa conflagración mundial es recalcado por Kent. Estuvieron en campos de refugiados y fueron los primeros en luchar:

Es tiempo que se sepa que la lucha del totalitarismo contra la libertad comenzó en España, que nuestra guerra, que tuvo para unos un aspecto de guerra civil, fue el comienzo de esta guerra; que fue la resistencia a las órdenes y a la fuerza de los estados totalitarios (Kent, 2007: 119).

Los y las exiliadas españolas no han cruzado la frontera en busca de bienes materiales, de una seguridad económica, sino para defender valores como la libertad, lo cual explica su compromiso con la resistencia francesa y el papel relevante de la Nueve que aparece al final de Cuatro años en París. Los españoles son los perdedores, no los vencidos. Se han desprendido de todo aquello que les importaba para salvar sus ideales más altos. Haber perdido no significa una derrota:

Nosotros no somos emigrantes ni desterrados: somos renunciadores, hemos renunciado al hogar, hemos renunciado a nuestro trabajo, hemos renunciado al cielo que nos vió nacer y al bien de nuestra tierra. No somos desterrados ni nadie nos ha desterrado ni nosotros nos sentimos desterrados: somos renunciadores.
No somos emigrantes, no somos hijos de un país empobrecido a quien el propio suelo niega su jugo, no salimos de España buscando refugio, una protección que sabíamos que no podíamos obtener. Somos renunciadores. Renunciadores de todo bien material por estar empeñados en una lucha de más alcance, en la cruzada de la libertad, y esto habrá que decirlo y habrá que insistir, porque sólo repitiéndolo muchas veces nos podremos situar los españoles en el lugar que nos corresponde (Kent, 207: 140).

Según ella, los españoles renunciaron voluntariamente a su propia tierra y a todo aquello que más querían y lo hicieron con absoluta entrega y generosidad. El sufijo “dor” subraya esa voluntad de acción. Los republicanos no cejaron nunca en su lucha contra el fascismo. No se trata de dejar su país para conseguir mejores condiciones de vida sino de seguir la lucha en otros lugares. El objetivo de aquellos seres no era material sino ideal. El exilio se distingue de la emigración por su dimensión política.

Somos y seremos enemigos de toda tiranía, porque somos luchadores de una España libre, porque somos combatientes reducidos a la impotencia por la fuerza de las circunstancias; porque somos combatientes españoles, es decir combatientes con una fe y una decisión (Kent, 2007: 83).

En contraste, para Kent las personas exiliadas españolas nunca desistieron de conseguir la libertad: “La Libertad es el único bien al que no renunciamos porque para el español la libertad se confunde con la vida misma” (Kent, 2007: 141). Para Victoria, el optimismo y la fe en el ser humano son aquello que caracterizan al bando republicano que nunca se rinde y jamás desespera:

se tiene fe, o no se tiene fe en el hombre, se es optimista o pesimista, o estamos en un bando o en el otro. Del otro lado, con optimismo, esperando en el mañana, avanzan los hombres que tienen fe en el hombre, los que tratan de recoger sus aspiraciones, de transformar su vida oyendo el grito de un instinto que le empuja lejos de la miseria (Kent, 2007: 48).

Cabe hacer un inciso para indicar que La Nueve fue una compañía adscrita en la Segunda División Blindada del general Leclerc e integrada casi en su totalidad por españoles. Fue la primera que, en agosto de 1944, desfiló por los Campos Elíseos tras la liberación de París. Sus antecedentes inmediatos están en los Corps Franc d'Afrique, creados durante la campaña de Túnez. Miguel Buiza —antiguo almirante de la Marina Republicana Española— estaría al mando de la novena compañía del tercer batallón del Corps Franc, conocida como “l’Etrangère” y que es el antecedente directo de La Nueve. Aunque el número exacto de españoles enrolados en esa Segunda División sigue siendo un misterio, varios centenares de apellidos hispanos diseminados en muchas de sus unidades dan fe de la importancia de su presencia. Los españoles fueron bien acogidos en ella pese a su mala fama de indisciplinados y revoltosos, por no mencionar sus antecedentes políticos. Pese a las diferencias políticas, el sentimiento unitario antifascista era demasiado fuerte para que se perjudicase su eficacia como unidad de combate. En este sentido, contaban a su favor con el hecho de ser combatientes experimentados en una guerra que había sido especialmente feroz, lo que les convertía, de alguna manera, en una especie de élite.

Los españoles de La Nueve darían a sus half-tracks, o vehículos semiorugas, los nombres de las batallas de la guerra civil: “Madrid”, “Teruel”, “El Ebro”, “Guernica”, “Resistencia”, “Santander”, “España Cañí”, “Los Pingüinos”, “Los Cosacos”, “Almirante Buiza”, “Guadalajara”, “Don Quijote”, “Brunete”. Fueron esos los que llegaron a París:

El primer vehículo de la sección mandada por Dronne, el half-track Guadalajara, atravesó la plaza y se instaló junto a una acera de la calle Rivoli, cerca de las tiendas Les coseaux d’argent y Zapatos Mansfield. Zubieta, Abenza, Luis Ortiz, Daniel Hernández Argüeso, Luis Cortes, alias El Gitano, Ramón Patricio, alias El Bigote, junto al sargento jefe, De Possesse, saltaron del blindado y se instalaron en posición de defensa, con las ametralladoras en la mano. “¡Son los franceses!”, gritaba la gente que iba llegando, señalando a los españoles (Mesquida, 2008: 154).

Esos 146 hombres de la Nueve luchaban desde hacía ocho años. Combatieron en España, en Túnez y en Normandía. Los españoles que integraban la división Leclerc defendieron la democracia fuera de las fronteras aunque durante muchos años se pretendió que la liberación de París había sido el fruto de la heroica resistencia de los parisinos.

La historia oficial francesa [omite] generalmente la participación española e [insiste] en el hecho de que se trataba de tres tanques con nombres franceses, sin reconocer en ningún momento el papel jugado por Amado Granell y sin explicar que el destacamento del capitán Dronne se dividió en dos secciones. Una de ellas, al mando del teniente Granell, siguiendo otro itinerario, fue la primera en llegar a la alcaldía y Amado Granell, el primer oficial del ejército francés recibido por el Consejo Nacional de Resistencia, que ocupaba el palacio municipal desde hacía unos días antes. Georges Bidault, presidente del Consejo, posó a su lado en la única foto que se conoce de aquel momento histórico y que sería publicada al día siguiente en la portada del periódico Libération, con el título: “Ils sont arrivés” (Mesquida, 2008: 151).

De ellos hace referencia Kent. Su entusiasmo es intenso cuando describe su llegada:

¿Y esos tanques? ¿Veo claro? ¿Son ellos? Sí; son ellos. Son los españoles. Veo la bandera tricolor. Son los que, atravesando África, llegan hasta los Campos Elíseos. Los tanques llevan nombres que son una evocación: “Guadalajara”, “Teruel”, y son los primeros que desfilan en la gran avenida. París aplaude. París aplaude a los españoles curtidos en una lucha de nueve años, que sonríen hoy al pueblo liberado.
París aplaude a la España heroica de ayer, a la España libre, democrática y fuerte de mañana.
Parece un sueño. Parece un sueño (Kent, 2007: 107).

El desfile por los Campos Elíseos simboliza la victoria de los republicanos españoles que fueron maltratados por las autoridades francesas en 1939 y que son recibidos como héroes por los parisinos en 1944. Es un giro radical, un reconocimiento de su valentía. Kent usa el pronombre “Ellos”: la tercera persona permite una puesta a distancia heroica. Esos liberadores son admirados por una ciudad ya nombrada, París, símbolo de la libertad. “Ellos, los españoles de la división Leclerc, son los primeros que entran en el Hôtel de Ville a las nueve y quince de la noche. ¡De cuantas cosas me siento compensada!” (Kent, 2007: 104). Maltratados, perseguidos, hacinados en campos de concentración en condiciones infrahumanas, los apestados se convierten en héroes.

El 26 de agosto, París aclamaría a sus liberadores y la Nueve recibió unos honores que no fueron del agrado de muchos militares franceses. Para muchos españoles aquel desfile de la victoria en los Campos Elíseos no era sino el primer paso hacia el regreso de la democracia en su propio país. El final del texto tiene aspectos desgarradores. Hubo que esperar a agosto del 2004 para que se inaugurara una placa cerca del Sena. Y fue solo el 25 de agosto del 2012 cuando el presidente François Hollande evocaría por primera vez el papel de los españoles. Desde marzo del 2015 se puede visitar el jardín de los Combatientes de la Nueve.

Conclusión

Cuatro años en París 1940-1944 ejemplifica la problemática identitaria ligada al exilio y también los efectos del anonimato sobre la personalidad de aquellas personas que tienen que permanecer escondidas. Muestra cómo esta experiencia de soledad y miedo puede convertirse en una oportunidad de reinventarse a través de la comunión. Kent identifica su suerte con la de todos aquella gente que tiene que luchar por el restablecimiento de la democracia. Esta obra nos sitúa en un plano de lucha transnacional, lo cual no impide que le brinde a la narradora la oportunidad de defender la causa de los republicanos abandonados por las democracias. Esta defensa de la república aparece al final del texto cuando evoca a los combatientes de la Nueve, encarnación de la voluntad de lucha del pueblo español.

La autora escribe su texto entre 1940 y 1944 cuando todavía una intervención de las democracias en España parecía posible. Lo que ella defiende es la necesidad de la acción y de la lucha. Hay que resistir y seguir luchando. Hoy el texto ha perdido su función política aunque su lectura nos recuerda una época de luchas y esperanzas. Pero, sin duda, es un testimonio de resistencia personal y un llamamiento a la defensa de los ideales democráticos.

Ejemplifica también el “feminismo consciente” (Ramos, 2018: 307) de Kent. La voz narrativa juega con los roles de género al demostrar la capacidad femenina de asumir un papel tradicionalmente atribuido a los hombres. La mujer puede pensar como un varón, ser racional sin renunciar por ello a su parte femenina.

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1El trabajo surge en el marco del grupo de investigación UMR 5136 FRAMESPA.

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