Ecos de la llegada a América de los normandos: Cristiano Rafn en el mundo hispánico del siglo xix

Echoes of the Arrival of the Norsemen in America: Christian Rafn in the Nineteenth-century Hispanophone World

Teodoro MANRIQUE ANTÓN

Universidad de Castilla La Mancha, España

teodoro.manrique[a]uclm.es

Impossibilia. Revista Internacional de Estudios Literarios. ISSN 2174-2464. No. 21 (mayo 2021). Monográfico. Páginas 112-134. Artículo recibido 28 noviembre 2020, aceptado 01 marzo 2021, publicado 30 mayo 2021

Resumen: En el presente artículo abordamos la importancia de la obra de Carlos Cristiano Rafn, Antiquitates Americanae (1837), para la historiografía en lengua española del siglo xix, en la que Rafn abrió una nueva era en cuanto a las discusiones sobre la llegada de escandinavos a América en el siglo x. Del mismo modo analizaremos las diferencias en la manera en la que sus traductores, a ambos lados del Atlántico, analizaron y/o criticaron sus novedosas propuestas dentro de un contexto cultural en el que la presencia de Francia y sus Academias había servido como modelo para la literatura culta en español de buena parte de los siglos xviii y xix.

Palabras clave: Cristiano Rafn, escandinavos en América, Vinlandia, literatura nórdica antigua, antiguo islandés, traducciones al castellano

Abstract: This article addresses the importance of Carlos Cristiano Rafn's work Antiquitates Americanae (1837), for the historiography of the Spanish speaking word in the nineteenth century, especially with regard to the way in which this work generated new discussions about the arrival of the Scandinavians in American in the tenth century. The article will also examine the way in which translators of this work on both sides of the Atlantic analysed and/or criticised Rafn's new proposals, from the perspective of a cultural context in which France and its academies had served as a model for Spanish literature for most of the eighteenth and nineteenth centuries.

Keywords: Christian Rafn, Northmen in America, Vinland, saga literature, old Norse, Spanish translations

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Introducción

Durante el siglo xvii España entró en la senda del reformismo que ya había dado sus frutos económicos, sociales y culturales en buena parte de la Europa contemporánea. Este fue el siglo de la fundación de la Biblioteca Nacional, de las Reales Academias de la Lengua (1713) y de la Historia (1719); de los primeros periódicos como el Diario Noticioso (1758) y del auge de las traducciones, especialmente del francés, como fue el caso de las enciclopedias.

La literatura de viajes a destinos como Italia o Francia adquirió una importancia determinante en el curriculum vitae de las personas ilustradas,1 de ahí que pronto surgió la necesidad de seleccionarla y catalogarla muy en consonancia con el espíritu enciclopédico-didáctico de la época (Bas, 2007: 14). La sana obsesión por este tipo de viajes, entre lo lúdico y lo formativo, se hace patente en la producción de algunos de los autores más importantes del momento, como puede ser José Cadalso en su ensayo de 1772 titulado “Instrucciones dadas por un padre anciano a su hijo que va a emprender viajes”, por poner sólo algún ejemplo del género. De la importancia y el interés por lo que sucedía en el extranjero, en particular en las cortes europeas, da fe la popularidad de revistas mensuales como Mercurio Histórico y Político, publicado entre 1738 y 1828. Este periódico era la traducción de una publicación francesa del mismo nombre que informaba, tal y como consta en su portada, sobre “el estado presente de la Europa; lo que pasa en todas sus Cortes; los intereses de los Príncipes; y todo lo más curioso”.2 En los primeros periódicos del país, como lo fue el Diario de Madrid, publicado entre 1758 y 1808, no era extraño encontrarse noticias y consejos, también traducidos del francés, para quienes se disponían a embarcarse en la aventura europea.

Como se ve, la influencia de los autores franceses sobre la literatura española fue una constante en los siglos xviii y xix, lo que reconocían incluso algunos de los eruditos del momento como el jesuita Juan Andrés y Morell. Desde su destierro italiano, Andrés aconseja al famoso botánico Antonio José Cavanilles que, para avanzar en sus estudios, lo mejor era mirar hacia Francia: “Generalmente yo creo que todo lo que pueda Usted apoyar con testimonio de los franceses servirá mejor a su intento” (Andrés, 2006: 317).3 Esta dependencia es más que evidente cuando nos adentramos en el tema que es objeto de este estudio, la recepción de la obra de Carlos Cristiano Rafn en el mundo hispanohablante del siglo xix.

La presencia de lo nórdico en las letras en castellano en España

La proliferación de tratados históricos, enciclopedias o publicaciones menores como diarios y misceláneas, habían contribuido ya desde el siglo xvi a que la población culta española tuviera acceso a una masa ingente de datos y conocimientos sobre todas las naciones del mundo. La inclusión de capítulos sobre la historia de los países nórdicos en dichas obras había respondido, en principio, al interés de sus autores por defender la vigencia ideológica del origen de la monarquía hispánica, al hacerla entroncar con las virtudes guerreras de las tribus godas.4 Poco a poco, sin embargo, su presencia fue convirtiéndose en una cuestión de información general y placentera, fruto del exotismo con el que se consideraban en la época las tierras y pueblos de la Europa septentrional. Buena prueba de esto la tenemos en la inclusión de la historia de las monarquías nórdicas en obras como Los treynta libros de la monarchia ecclesiastica o Historia universal del mundo (1576) del franciscano Juan Pérez de Pineda;5 en la obra de Jerónimo Román y Zamora que lleva por título Repúblicas del mundo (1575), y que contiene un capítulo extenso sobre lo que él denomina la “República septentrional”;6 o en la obra del propio Miguel de Cervantes Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Historia setentrional, de 1617. Durante los siglos xvii y xviii, sin embargo, la presencia de lo nórdico fue menguando a la vez que cambiaban los intereses de las clases cultas del momento, aunque la obra histórico-geográfica de eruditos como los hermanos suecos Olao y Juan Magno, siguió teniendo una vigencia considerable (Manrique, 2020).

En el siglo xviii las obras de carácter enciclopédico de los jesuitas expulsos, la del mencionado Juan Andrés y Morell, y la de Lorenzo Hervás y Panduro,7 titulada Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, y numeración, división, y clases de éstas según la diversidad de sus idiomas y dialectos, supusieron el primer intento serio e independiente de ofrecer una visión de conjunto de la historia, la lengua y la literatura de los países nórdicos. En los capítulos dedicados a las lenguas y naciones americanas ya incluye Hervás una discusión innovadora sobre Groenlandia, las peculiaridades de la lengua hablada en aquella isla, así como algunas disquisiciones sobre Islandia y sus primeros pobladores.

En el siglo xix, sin embargo, vemos como España ya ha adoptado la secularización de la cultura predominante en las naciones europeas, y la importancia que se concedía a las publicaciones dedicadas al progreso y las ciencias. Las academias fundadas en el siglo anterior se convirtieron en difusoras de la cultura, y sus miembros, no solo en impulsores del progreso artístico y científico, sino también en los responsables del intento de conectar al país a las vanguardias europeas del momento. También en la Escandinavia de los siglos xviii y xix, académicos y anticuarios habían conseguido recuperar las joyas historiográficas y literarias de su glorioso pasado y compartirlas con el resto de Europa. Fruto de estos afanes nacieron diferentes sociedades como la denominada Det Kongelige Nordiske Oldskriftselskab o Real Sociedad de Anticuarios del Norte, que vio la luz en Copenhague en 1825 de la mano de los filólogos más eminentes de Dinamarca, entre ellos Carl Christian Rafn.8 Los objetivos de dicha sociedad eran la traducción y la publicación de las principales obras de la literatura medieval nórdica, en particular, las sagas islandesas, para llevar a cabo una reevaluación de las fuentes y de la historia de la Europa septentrional. En un breve periodo de tiempo sacaron a la luz una edición de las denominadas “sagas de los tiempos antiguos”, Fornaldarsögur Norðrlanda (1829-1830), y los doce volúmenes de las Fornmanna sögur (1825-1837) o “Sagas de los hombres del pasado”. Dichas publicaciones supusieron, sobre todo para los islandeses, un avance no solo en el campo de la filología, sino también en sus aspiraciones independentistas.

Carl Christian Rafn consiguió, por medio de suscripciones, el apoyo de la comunidad internacional para los proyectos de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte, y pronto fue capaz de difundirlos en las principales lenguas europeas. Con publicaciones como las Antiquitates Americanae, sive scriptores septentrionales rerum ante Columbianarum in Americ (1837), Rafn buscaba suavizar la imagen tan negativa que había caracterizado históricamente a los pueblos nórdicos, para poner énfasis en otros aspectos de sus actividades expansionistas, como lo fue su llegada a América en el siglo x. Dada su habilidad para crear una red mundial de difusión de sus publicaciones, los esfuerzos de Rafn pronto dieron sus frutos, aunque también se atrajo la enemistad de algunos de sus compatriotas y los recelos de sus vecinos escandinavos (Simonsen, 2017: 81).9

Las Antiquitates Americanae contenían la versión original en islandés antiguo de las denominadas Sagas de Vinlandia (Saga de Erik El Rojo y Saga de los groenlandeses), con traducción al danés y al latín, y un sumario en inglés titulado “America Discovered in the Tenth Century”.10 En dicha obra Rafn afirmaba que los exploradores noruegos e islandeses, que se habían asentado en Groenlandia, también habían llegado a la costa noroeste de los actuales Estados Unidos (New England), y la habían bautizado como Vinlandia. Con base en las informaciones contenidas en las sagas, calculó la exacta localización de Vinlandia, aunque en muchos aspectos sus cálculos fueron criticados por la falta de concreción. Las propias pruebas (inscripciones, esqueletos encontrados, etc.) que Rafn incluía para soportar su andamiaje teórico fueron asimismo consideradas como fiascos arqueológicos, lo que no fue óbice para que su obra fuera de obligada lectura durante décadas.11 Al año siguiente de su publicación ya existían traducciones al francés (Marmier, 1838) y al alemán (Mohnike, 1838); en los años posteriores también al italiano (Graaberg, 1839) y al castellano por partida doble (Vargas, 1839 y Pidal, 1840).

Rafn en los países de habla hispana

La relación de Rafn con España data de una década antes de la aparición de las Antiquitates, y debe enmarcarse en los intentos del danés por atraer la atención de las élites culturales europeas hacia los trabajos de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte. Ya en febrero de 1829 encontramos una carta de Rafn a la Real Academia de la Historia, en la que se ofrece a enviar un informe de los trabajos y debates de dicha sociedad, correspondiente a los años 1825 a 1827. Siete meses después, y a través del encargado de negocios del consulado de Dinamarca en Barcelona, Christian Sindt, Rafn vuelve a ponerse en contacto con la Real Academia. En una nueva misiva anuncia que se encuentra trabajando en “une rédaction des voyages de découverte que les anciens habitants du Nord fizerent vers L´Amerique avant de Cristophe Colomb” (Sindt, 1829: 2). Pocas semanas después Martín Fernández de Navarrete, erudito, experto en temas de navegación y director de la Real Academia, informa que Rafn desea iniciar correspondencia con dicha Academia. Fernández de Navarrete afirma que las investigaciones de Rafn podrían demostrar la llegada de los escandinavos a las nuevas tierras de occidente, y que las publicaciones de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte “podrán ilustrar en algo algunos cabos sueltos de las nuestras” (Fernández, 1829: 2).

En el año 1830, la Real Academia le encargó a su diplomático y académico correspondiente, José Gómez de la Cortina, el análisis del resumen que Rafn había enviado sobre los planes de sus Antiquitates Americanae. Gómez de la Cortina comenta favorablemente el empeño del danés, al reconocer que estaba casi probado que los nórdicos habían visitado y aún ocupado Terranova y las costas de América septentrional en el año 1000. Sobre la posible utilidad de los trabajos de Rafn para la Academia comenta:

[…] sobre todo escaseando tanto en España las historias primitivas del Norte de Europa. Parece pues ocasión muy oportuna la presente para adquirir bien sea en cambio de tomos de memorias o por cualquiera otro medio que adopte la Academia, uno o dos ejemplares de la tradición latina de los Sagas de que habla el Caballero Rafn y otro de la historia de Ericio, 8º o 9º, a quien se debe la civilización de Finlandia [sic] y de otros países de Norte (Gómez: 1830: 7).

Una vez que Rafn publica en 1837 la versión trilingüe de las Antiquitates Americanae, esta enseguida fue traducida a las lenguas ya mencionadas, aunque no en su totalidad, sino tomando como base el denominado “Abstract of the Historical Evidence Contained in this Work”, que Rafn había incluido en su obra para quienes no dominaran las lenguas en las que esta estaba redactada. En lo que se refiere al castellano, la Guide to Northern Archeology, publicada bajo los auspicios de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte (Egerton, 1848), ya menciona cuatro traducciones del “Abstract”, que en castellano paso a denominarse Memoria: la de José María Vargas, en Caracas (1839); la de Pedro José Pidal, en Madrid (1840); la de Joaquín Prieto y Warnes, en Santiago de Chile (1842); y una más extensa de Antonio Bachiller Morales, en La Habana (1845). En otro apartado de la Guide to Northern Archeology se incluye, asimismo, una quinta traducción llevada a cabo en 1845 por Francisco de Rivero, en Lima (1845), de la que apenas hemos conseguido recabar noticias.

Aunque ya existía una nueva edición del “Abstract” en inglés, de 1838, todos los traductores al castellano de la obra de Rafn optaron por tomar como modelo la del francés Xavier Marmier, Extrait des mémoires de la société royale des antiquaires du nord (1838). Esta fue la elegida por el venezolano José Vargas para la primera traducción al castellano, publicada en Caracas en 1839. Dicha traducción, hasta donde sabemos, no tuvo demasiada difusión fuera de los círculos eruditos de la propia Venezuela, que, al igual que Perú, ya era una nación independiente.

Consideramos digno de mención que su autor, el anónimo ciudadano de Venezuela, que es como se refieren a José María Vargas en los Anales de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte, no sea otro que el insigne médico, educador y primer presidente civil de la República de Venezuela. La extrañeza ante la labor traductora de Vargas viene de la consideración de su ingente labor como investigador y profesor de anatomía en la recién creada Universidad de Caracas, así como de su paso por la política como miembro del Congreso Constituyente desde 1830. Su interés por la historiografía y la gesta de los escandinavos quizás tenga que ver con su nuevo cargo como presidente de la Dirección General de la Instrucción Pública desde 1839, y su afán por iluminar los claroscuros de la historia del continente americano, tan marcado por las vivencias de la época colonial. Lo que nos parece probado, no obstante, es que la historiografía latinoamericana de aquella época estaba más interesada en dotar de coherencia y sentido colectivo a las nuevas repúblicas, que en documentar la posible llegada de los escandinavos a Terranova (García & Rodríguez, 2006: 1102). Es una época en la que se produce una negación de la etapa colonial en favor de la exaltación de los héroes independentistas, aunque habitualmente desde el punto de vista de las élites culturales y económicas de esos países. Buena parte de la visión histórica predominante en Latinoamérica en la primera mitad del siglo xix era de carácter eurocentrista, ya que muchos de sus representantes, o bien habían estudiado en Europa, o bien habían tenido una educación que podríamos considerar europeizante.

Este es el caso de Vargas, que no solo estudió en Edimburgo y Londres, sino que a su vuelta a Venezuela asumió la responsabilidad de formar a sus compatriotas y contribuyó al desarrollo de las estructuras políticas, económicas y legales del país. Nos consta que Vargas ya tenía relación con la Real Sociedad de Anticuarios del Norte, y que en 1838 era uno de los pocos suscriptores a las Antiquitates Americanae de la América Hispana. De septiembre de ese mismo año se conserva una carta de Vargas a Rafn, en la que reconoce haber recibido la traducción al francés de la Memoria con el encargo de traducirla al castellano, lo que Vargas aceptó con gran entusiasmo. El propio Vargas se comprometió a buscar un editor venezolano para la susodicha obra y, además, prometió el envío a Dinamarca de treinta ejemplares de esta. El 13 de febrero de 1840, Rafn confirmó el recibo de los treinta ejemplares prometidos por Vargas con las siguientes palabras:

[…] Vuestra traducción logrará llamar la atención de los sabios españoles y renovar el interés por la antigua literatura nórdica, y por ello todos los amigos de esta literatura se lo reconocerán. Es con verdadera satisfacción, que nuestra Sociedad ve en Ud. un miembro celoso y un colaborador sabio y activo (Rafn apud Bruni, 1998: 1165).

No sabemos si la traducción de Vargas tuvo mucha difusión entre las élites culturales latinoamericanas del momento o si la obra siquiera llegó a España, pero lo cierto es que tan solo dos años después, en 1840, ya encontramos la primera traducción de la Memoria efectuada en España y publicada en el volumen ii de la Revista de Madrid. Su autor, el director de la Real Academia de la Historia, Pedro José Pidal, incluyó en su traducción un extenso estudio preliminar en el que no escatima las críticas a la obra de Rafn. Pidal reconoce la posibilidad de que los normandos hubieran llegado a Groenlandia, pero discute el hecho de que “se hayan adelantado hacia el ecuador y hayan llegado, como pretende el señor Rafn, a recorrer toda la costa oriental de la América del Norte descubriendo hasta la Florida, es lo que nos parece a todas luces improbable” (Pidal, 1840: 497). No cree necesario refutar todos los errores contenidos en la obra de Rafn, aunque después, y anticipando las críticas a su postura, opta por establecer una diferencia entre la gesta de Colón y el hecho de que esas “hordas” de aventureros del antiguo continente hubieran llegado a la parte más próxima de América septentrional por pura casualidad. Su descalificación a los escandinavos sedientos de botín se intensifica en las siguientes páginas, para terminar con una valoración de la obra de Rafn en clave histórico-etnográfica al afirmar:

[…] se conoce interiormente al pueblo terrible de los normandos, que después de haber infestado los mares y devastado todas las costas de Europa, se estableció por último en la Neustria ó Normandía. Se ve el modo con que se formaban estas expediciones, su fuerza y organización interior, y se proporciona un nuevo e importante dato para juzgar la fuerza y estabilidad de las naciones europeas en los tiempos en que tan difícilmente resistían sus temidas incursiones (Pidal, 1840: 501).

La tercera de las traducciones que comentaremos brevemente es la del político y literato Joaquín Prieto y Warnes, publicada en Santiago de Chile en 1842. Hijo del general José Joaquín Prieto Vial, presidente de la República chilena, Prieto y Warnes debe a su educación europea, y a su vocación de hombre de letras, su participación en los afanes intelectuales de la juventud del momento. Fruto de ello, colaboró en periódicos como el Semanario o en la revista denominada El Museo de las dos Américas, en la que publicó varios artículos sobre la obra de Rafn. Juan García del Río, el ilustre editor de la revista es, sin embargo, quien ofrece mejores datos sobre el trasfondo histórico de la llegada de los escandinavos a América, así como sobre los motivos del desdén con el que se contemplaban las nuevas investigaciones de Rafn desde ciertos círculos intelectuales europeos.12 Aunque García del Río no había contado con la participación de Prieto y Warnes en la traducción, ya en el segundo cuaderno de la revista reconoce que:

[…] no hemos vacilado en sustituir a nuestro artículo el del estimable y aprovechado caballero Prieto, y desearíamos que su análisis de las Antigüedades Americanas, que es lo que encontrarán nuestros lectores en adelante, estimulase a otros jóvenes a entrar en la carrera de escritores, y a proporcionarnos el fruto de sus estudiosas tareas (García del Río, 1842: 231).

La declaración de intenciones del editor en el prólogo es digna de mención, ya que, a la vez que defiende la gesta de Cristóbal Colón, insiste en que no es su propósito poner en duda “las indagaciones que se hayan instituido o se instituyeren, con la mira de traer su entendimiento dentro de los límites de las leyes que rijen [sic] las operaciones de la humana inteligencia” (García del Río, 1842: 109). A decir del editor, las dudas que no habían resuelto las obras hasta entonces publicadas iban a quedar de una vez por todas aclaradas con la traducción de la obra de Rafn, cuyo objetivo era que “la jeneralidad [sic] de los lectores pueda formar mediana opinión del mérito sustancial de la cuestión” (1842: 109).

En las reflexiones preliminares al segundo artículo, y antes de ceder la palabra a Prieto y Warnes, se permite el editor algunas palabras críticas con los que habían minusvalorado la obra de Rafn por prejuicios nacionalistas:

Una parte de la repugnancia que hai [sic] en la generalidad [sic] para admitir este descubrimiento, nace indudablemente de la noción superficial de lo improbable que es que un pueblo, encerrado, según nos lo imajinamos [sic] nosotros, entre los bancos de nieve del Septentrión, haya precedido a los jenoveses [sic], venecianos, españoles y portugueses, en atravesar el Atlántico (1842: 227).

Fiel a sus principios republicanos, defiende a los islandeses como un pueblo culto y menciona a los escaldos como depositarios de las tradiciones nacionales, para después criticar la literatura producida en aquellos siglos en una Europa abundante en “leyendas frailescas”, que no eran más que “letra muerta para la masa del pueblo” (1842: 229).

La traducción de Prieto y Warnes, basaba en la de Marmier, fue publicada por entregas en cuatro números de la revista y sigue al pie de la letra a su modelo francés. Su dependencia de Marmier es tal, que incluso añade explicaciones en inglés de algunos términos del apartado dedicado a la geografía y a la hidrografía, que procedían de la obra del británico John William Norie, The New American Pilot, y que no constan en el original de Rafn.13 Lo llamativo de la traducción de Prieto y Warnes radica, al igual que en el caso de Vargas, en lo excepcional de ambos personajes, educados en Europa, eruditos en sus campos de estudio, pero además con una alta significación política; el uno presidente de Venezuela y el otro hijo del presidente de Chile.

La última de las traducciones a las que dedicaremos unas líneas es a la del historiador y jurista cubano Antonio Bachiller y Morales (1812-1889), considerado el padre de la bibliografía cubana y gran estudioso de la América precolombina. La traducción de Bachiller data de 1845, una época de juventud en la que nuestro personaje todavía no había alcanzado el grado de significación política e historiográfica del que disfrutará más tarde. Bachiller publicó sus Antigüedades Americanas con el subtítulo “Noticias que tuvieron los europeos de la América antes del descubrimiento de Colón”. A diferencia del resto de las traducciones al castellano, en las que los estudios preliminares al tema son más bien escasos, la traducción de Bachiller forma parte de una empresa de mayor alcance, de un intento encomiable de divulgar todas las informaciones de las que se disponía hasta el momento sobre el tema.

Al igual que sus contemporáneos, Bachiller toma como base de su obra la traducción francesa de Marmier aunque, no conformándose con ello, anuncia que además incluirá: “[…] una disertación en que además de que espondremos [sic] los trabajos posteriores de la Sociedad, reuniremos otros datos que aun hacen presumir que antes del siglo x tuvieron los europeos noticia de América” (Bachiller, 1845: 5).

La traducción de la obra de Rafn, aparte de algunas inconsistencias ortográficas a la hora de transcribir topónimos y nombres islandeses, discurre por la misma senda que las otras, es decir, se ciñe al pie de la letra a Marmier. La de Bachiller, con todo, contiene una diferencia esencial, ya que mientras que las otras traducciones al castellano se basaron en la primera edición del francés de 1838, la de Bachiller se basa en la de 1843. En esta, Marmier había ampliado su texto con datos sacados del original latín de la obra de Rafn, como el capítulo titulado “Indagatio orientalium Americae regionum”. Bachiller opta por incluir toda esta información y, además, incorpora a su traducción algunos grabados que no aparecen en el original de Rafn, como es el caso del cuadrante solar que Marmier había copiado en el apartado sobre la astronomía.

Tras traducir la Memoria, Bachiller copia algunas páginas del llamado Suplement to the Antiquitates Americanae, también de Rafn y publicado en 1841. En esta nueva obra Rafn había aportado datos sobre diferentes estructuras arquitectónicas halladas en los Estados Unidos, en la isla de Rhode-Island, y su comparación con algunas iglesias escandinavas de la misma época, como la de Vestervig, en Jutlandia, o la de Biernede, en Zelandia.

Bachiller hace en los siguientes capítulos un recorrido por las investigaciones llevadas a cabo hasta el año 1844, el anterior a su obra, cuyo hilo conductor persigue el objetivo de demostrar la “nordicidad” de las tierras americanas. Para ello, recoge y comenta una multitud de ensayos y artículos, no siempre eruditos, como este sobre ciertos descubrimientos arqueológicos en Brasil:

El Doctor Lund de Lagoa Santa del Brasil, pone en conocimiento de la Sociedad, que hacía mucho tiempo que en la parte interior de la provincia de Bahía se hallaba una gran ciudad abandonada de muy antigua construcción, y cuyos edificios son de piedras labradas. El informe o relación se encuentra en un periódico de Río de Janeiro, establecido por el Instituto histórico Brasileño. El profesor Schuck, miembro de este, presume que los indicios que encuentra en la obra, así como por las inscripciones que acompaña, que la ciudad encontrada corresponde al tiempo en que residieron allí los antiguos escandinavos. Respecto a este particular, llama sobremanera la atención del informante la presencia de una estatua humana de piedra, cuyo brazo estendido [sic] hacia el norte señala a este punto con el dedo índice (Bachiller, 1845: 70).

En esas páginas, como se desprende de este párrafo, encontramos una curiosa amalgama de ciencia y especulación habitual en las revistas y publicaciones cultas de aquellos tiempos. A Bachiller no le pasa desapercibido, empero, que las fuentes más fiables sobre el tema son Rafn o el eruditísimo Lorenzo de Hervás, mencionado más arriba. En el capítulo posterior, titulado “Tradición de los viajes de los escandinavos”, vuelve Bachiller a un registro menos especulativo y, siguiendo la obra de Arngrimo y de Paul Henri Mallet, hace un recorrido por las primeras expediciones europeas a Islandia.

La última parte del estudio contiene, asimismo, una traducción del capítulo sobre Vinlandia contenido en la obra de Mallet, Historie de Dannemarc, de 1755, junto a una extensa exposición de las noticias que se tenían sobre América antes de la llegada de Colón, lo que subraya la excepcionalidad de la obra de Bachiller en el contexto de los países de habla hispana:

En el estracto [sic] del Mr Mallet hay muy leves variaciones de lo que se ha leído en la memoria anterior; pero lo que contenía la relación era poco y trunco, como atinadamente dice el prospecto antes citado. No obstante, el ilustre historiador de Dinamarca agrega al estracto razones y autoridades para probar que Vinlandia era Terranova. Traduciremos para que pueda compararse con el trabajo de Mr Rafn, dicho estracto testualmente [sic] (Bachiller, 1845: 92).

En tierras americanas no fue el de Bachiller el último intento por iluminar los restos arqueológicos y los viajes a ese continente anteriores a Colón. El políglota y erudito argentino Juan Mariano Larsen (1821-1894) también dedica tres capítulos de su completísima América antecolombiana (Larsen, 1865), a los estudios sobre el tema basándose en las obras de Malte Brun, de Federico Lacroix, de Alexander von Humboldt y, claro está, de Rafn. Larsen parte del convencimiento de que los noruegos y daneses habían llegado incluso hasta la zona norte de Terranova y Labrador, pero se queja de la poca difusión que habían tenido las ideas de Rafn en los países de habla hispana, “[…] esta obra inmediatamente fue traducida en casi todas las lenguas de Europa, incluso el español y portugués; y después de veinte años, no se han popularizado todavía estos conocimientos. ¡O incuria!” (Larsen, 1865: 189). Larsen también hace un recorrido por todas las obras que habían tratado sobre el tema antes de la de Rafn, aunque, lejos de seguir al pie de la letra las Antiquitates, opta por tomar de cada autor lo que él considera más relevante:

Lacroix, mas [sic] copioso aquí que Malte Brun y Lardner, espone las dudas que hay sobre la fecha del descubrimiento de Groenlandia. Autores respetables, dice, como Crantz, el obispo Eggede, M. Mallet en su historia de Dinamarca, y La Peyrére, apoyándose en el testimonio de Snorre Sturlason y de Torfeo, la refieren al año 902 (Larsen, 1865: 199).

Después de la discusión teórica, Larsen vuelve a la senda marcada por Rafn y transcribe la Memoria casi en su totalidad, y añade muchos párrafos del Suplemento con las explicaciones al inglés de los términos más confusos. Larsen anima a acudir al original de las Antiquitates para ahondar en la crítica documental, aunque con algo de sorna concluye la frase diciendo: “pero no es preciso, porque esos datos son del mismo editor de aquella importante obra” (Larsen, 1865: 242).

Sólo una década después de que Larsen publicara su América antecolombiana, ya encontramos en la propia Argentina las primeras dudas sobre la infalibilidad de los postulados de Rafn. Bartolomé Mitre, uno de los intelectuales más brillantes de la Argentina decimonónica y su primer presidente (1862-1868), convencido seguidor en sus comienzos de las teorías de Rafn, y miembro de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte, reconoce que las últimas investigaciones sobre el tema le habían llevado a contemplar la debilidad y la inconsistencia en que se funda la teoría “antecolombiana” (Mitre, 1912: 58). En el intercambio epistolar con el insigne historiador chileno Diego Barros Arana es donde mejor podemos observar la opinión de Mitre sobre Rafn. En una carta de 1875 a Barros, Mitre intenta persuadirle de que la obra de Rafn no debería haber sido aceptada en el “mundo sabio”, e incluso de que es un error que figurara en los compendios de historia de los colegios, como defendía el chileno. Estas afirmaciones las había formulado Barros Arana en su Revista Bibliográfica a propósito de la publicación de la controvertida obra de uno de los continuadores de Rafn, el francés M. Gabriel Gravier (Barros Arana, 1875: 166). Después de criticar la obra de Gravier, por “estar acompañada de poca erudición propia y de ningún criterio”, Mitre se ocupa del propio Rafn para afirmar que América era:

[…] una tierra ignota descubierta por casualidad y perdida después sin saberse cómo (que es todo lo que pretende demostrar Rafn), ni es “el suceso más notable del mundo” ante el descubrimiento de Colón, ni es un “honor” que pueda reivindicarse para oscurecer la gloria del grande hombre que, guiado por las inspiraciones de su genio y por nociones científicas, demostró prácticamente la redondez del mundo, creyendo encontrar la India al término de su viaje, buscando el Oriente por el Poniente, según sus propias palabras (Mitre, 1912 :58-59).

El aparente desgaste que las ideas de Rafn habían sufrido entre algunos de sus más fervientes defensores en Latinoamérica contrasta, sin embargo, con su nueva valoración positiva entre las élites culturales de la España de finales del xix . Tras las reticencias y dudas expresadas por Pedro José Pidal en su traducción de la obra de Rafn, el historiador Manuel María del Valle, miembro fundador de la Real Sociedad Geográfica, no duda en reconocer la singularidad de la labor pionera del danés. Su tratado Precedentes del descubrimiento de América en la Edad Media (Del Valle, 1892) reconcilia definitivamente la historiografía española con las ideas predominantes, tanto en Europa como en América, sobre la llegada de los nórdicos al continente americano. Como era de esperar, del Valle acude a Rafn en busca de certezas y lo menciona en numerosas ocasiones, aunque, muy en línea con la francofilia hispana del momento, es mucho más propenso a reconocer el mérito de historiadores franceses como Eugène Beauvois o Paul Gaffarel:

Fortuna y no pequeña es, sin embargo, que la crítica más razonada e imparcial de nuestros días pueda proclamar que las Sagas son documentos ciertos, sencillos, claros, precisos, purgados de todo elemento maravilloso que, cuando existe, tantas dudas siembra en la inteligencia, debiendo por tanto considerarlas dotadas de incontestable autoridad histórica, que se robustece al pensar que la admiten y declaran sabios tan eruditos y concienzudos como el eminente Humboldt, y que con valentía y resolución la sostienen Rafn, Magnussen, Kohl […] Beauvois, Gravier, Gaffarel y tantos otros que han ilustrado la materia, contribuyendo también poderosamente a ello la Sociedad Real de Anticuarios del Norte y las luminosas tareas de los Congresos de Americanistas, principalmente el de 1883 de Copenhague (Del Valle, 1892: 47).

Del Valle no duda en reconocer el valor histórico de las sagas traducidas por Rafn y en admitir su importancia para investigar las expediciones y la llegada de los escandinavos a América. Muy en consonancia con la corriente bautizada por Andreas Heussler como Buchprosa, Del Valle se posiciona en contra de los que afirmaban que las sagas estaban basadas en tradiciones orales de dudosa procedencia, cuya veracidad eran difícilmente verificable (Mundal, 1977). Al hacerlo, reconoce de forma explícita el mérito de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte y, claro está, el de su máximo representante, Carlos Cristiano Rafn.

Conclusión

A modo de conclusión, y como se desprende de este breve itinerario por las traducciones al castellano de la obra de Carlos Cristiano Rafn, la llegada de los escandinavos al continente americano en el siglo x había sido aceptada en la España decimonónica con algo de recelo y con una buena dosis de escepticismo. Aunque ya desde el siglo xvi se había despertado el interés de la población culta del país por la literatura y la historia de los países nórdicos, determinados condicionantes bélicos y políticos, además de la propia evolución de los gustos literarios españoles, habían contribuido a una caracterización negativa de dichos pueblos. Las publicaciones de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte, cofundada por Rafn, perseguían el objetivo de ofrecer una relectura más amable de la historia de los países nórdicos. Para ello, fomentaron la divulgación de las sagas islandesas que trataban sobre algunas de sus gestas más importantes, como fue la llegada de varias expediciones de aventureros de esos países a la costa noreste de Norteamérica. El escaso eco que dichas ideas encontraron en la España de la primera mitad del siglo xix contrasta con su temprana aceptación entre la intelectualidad latinoamericana. No es causalidad, pues, que la primera traducción al castellano de las Antiquitates Americanae provenga de la pluma del primer presidente civil de la República de Venezuela, el médico José María Vargas. A esta le siguieron otras, mejoradas y provistas de excelentes aparatos críticos, como la incisiva de García del Río o la muy extensa del cubano Bachiller y Morales.

La alta significación académica y política de sus autores, antiguos alumnos de las mejores universidades de Francia, Inglaterra o España, quizás tenga que ver con que la historiografía latinoamericana de la primera mitad del xix todavía estaba permeada por una mentalidad claramente eurocéntrica. Estos historiadores buscaban la superación de la etapa colonial, la exaltación de las nuevas repúblicas, aunque como es lógico seguían muy atentos todo lo que sucedía en Europa. En algunos casos, como el del cubano Bachiller y Morales, la ciega aceptación de las ideas de Rafn podría tener que ver tanto con la crítica de las políticas coloniales, como con el deseo de que las muestras culturales y arquitectónicas más notables de América adquirieran una nueva dimensión al provenir de los pueblos de la Europa septentrional. La preeminencia social de los traductores de Rafn, tanto en España como en Latinoamérica, es asimismo una buena prueba de que la política de suscripciones de la Real Sociedad de Anticuarios del Norte no iba desencaminada. En un breve periodo de tiempo no solo logró su objetivo de lavar la imagen de sus rudos antepasados, sino que también demostró y documentó su llegada a América, muy a pesar de las opiniones de los críticos de primera hornada como el español Pedro J. Pidal, o de los desencantados de última hora como el insigne político e historiador argentino Bartolomé Mitre.

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1El carácter informativo y pedagógico de los viajes ha estado presente en la historia de Europa desde la denominaba peregrinatio académica de la Edad Media, hasta el Grand tour de la aristocracia europea del xviii.

2Revista fundada en 1738 por el escritor y periodista Salvador José Mañer, que a partir de enero de 1784 pasa a llamarse Mercurio de España. Disponible en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

3Juan Andrés y Morell (1740-1817) fue el autor de los siete tomos de la obra Dell’origine, progressi e stato attuale d’ogni letteratura, traducida al castellano entre 1784-1806, cuyo objetivo era superar la tradición enciclopedista francesa, aportando una nueva manera de estudio de lo literario desde una perspectiva esencialmente histórica.

4Nos referimos a Suecia, Noruega, Dinamarca e Islandia. Desde finales del año 1363 con la llamada Unión de Kalmar, Dinamarca, Noruega y Suecia habían formado un gran reino nórdico que se disolvió por la salida de Suecia en 1523, y en el que estaban incluidos Islandia, Groenlandia y las Islas Feroe. Cuando Rafn puso su obra por escrito, Noruega ya había abandonado la unión con Dinamarca para integrarse en el reino de Suecia, hasta su definitiva independencia en 1905. Islandia no consiguió la independencia de Dinamarca hasta el año 1944.

5Juan de Pineda (1513-1593) fue un escritor e historiador de la Orden de san Francisco, muy conocido por el enciclopedismo de sus obras principales, La monarquía eclesiástica (1576) y La agricultura christiana (1589). De especial interés para este estudio es la cuarta parte de la Monarquía, publicada en 1606.

6Jerónimo Román y Zamora (1536-1591) fue un historiador de la Orden de san Agustín, cuya obra principal, Repúblicas del mundo (1575), es un compendio de erudición que agrupa conocimientos de leyes, historia, religión, artes, etcétera.

7Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809) fue un famoso lingüista y filólogo español de la Compañía de Jesús, que escribió buena parte de su extensísima obra desde el exilio en Italia. Los seis volúmenes de la obra a la que hacemos referencia fueron publicados en Madrid entre 1800 y 1805.

8Carl Christian Rafn (1795-1864) fue un historiador, filólogo y anticuario danés cuyas investigaciones se centraron en la trasmisión y edición de los textos más importantes de la riquísima tradición literaria islandesa. Fue miembro del Arnamagnæan Institute, encargado de la conservación de los manuscritos islandeses medievales, y a él le debemos la acuñación del término “fornaldarsögur”, sagas de los tiempos antiguos, con el que dio nombre a los tres volúmenes que publicó en 1830 y en los que agrupó una serie de sagas procedentes de diferentes manuscritos, atendiendo a los personajes sobre los que trataban.

9En 1850 la Real Sociedad de Anticuarios del Norte ya contaba con unos dos mil suscriptores en Europa y con más de un centenar en toda América.

10La obra original consta de 534 páginas, 18 grabados, cuatro mapas y ocho facsímiles de algunos de los mejores manuscritos utilizados para la edición. Al final también se incluyeron otros seis grabados de los monumentos groenlandeses y americanos de los que se trata en sus últimos capítulos.

11Antes de la irrupción de la obra de Rafn ya se habían publicado en los Estados Unidos algunos libros que ofrecían información sobre las Sagas de Vinlandia, como la obra de Henry Wheaton History of the Northmen, or Danes and Normans, from the earliest times to the conquest of England by William of Normandy, de 1831.

12Juan García del Río (1794-1856) fue un político y literato de origen colombiano que se distinguió como defensor de los derechos republicanos en Chile y Perú. Se contaba entre los jóvenes americanos que se formaron tanto en España (Cádiz) como en Londres, donde en 1814 participó en la comisión para informar sobre la causa independentista, de la que también hizo propaganda en la prensa británica. Junto con Andrés Bello fue el responsable de la publicación en esa ciudad británica de las revistas Biblioteca Americana y Repertorio Americano, que difundieron en los países de habla hispánica múltiples conocimientos de orden científico, legal y literario.

13También Pedro Pidal y José Vargas incluyen en sus traducciones la referencia al sabio matemático Norie, aunque con la forma de Nerrie.

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