Revista científica electrónica de Educación y Comunicación en la Sociedad del Conocimiento
Publicación en línea (Semestral) Granada (España) Época II Año XVII Vol. 17 (2) Julio-Diciembre de 2017 ISSN: 1695-324X
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EDUCACIÓN DE LAS EMOCIONES EN LA GRECIA
CLÁSICA: LA VALENTÍA Y LA CONFIANZA COMO
VIRTUDES SUPERADORAS DEL MIEDO Y EL
TEMOR SEGÚN ARISTÓTELES
1
Education of emotions in Classical Greece: boldness and trust as virtues to
overcome fear and fright according to Aristotle
Luis Fernando Garcés Giraldo
lugarces@lasallista.edu.co
Orcid: 0000-0003-3286-8704
Corporación Universitaria Lasallista (Colombia)
Conrado de Jesús Giraldo Zuluaga
conrado.giraldo@upb.edu.co
Orcid: 0000-0003-1885-9158
Universidad Pontificia Bolivariana (Colombia)
Recibido: 04/09/2017
Aceptado: 08/12/2017
Resumen
A través del corpus aristotélico se encuentra una riqueza conceptual y teórica
acerca de las emociones, de las cuales se puede decir que ejercen una
influencia en el pensamiento y sobre los juicios que involucran a las personas.
Desde esta perspectiva, y en el contexto de la Educación Emocional Positiva,
1
Artículo derivado del proyecto de investigación “Contextos actuales de la antropología filosófica:
perspectivas” con código CIDI 863B-07/17-42, en el marco de la estancia posdoctoral en Filosofía en el
Grupo de Investigación Epimeleia de la Universidad Pontificia Bolivariana, realizada por Luis Fernando
Garcés Giraldo en el tema “Las emociones en Aristóteles como facultades de realidades anímicas en los
seres humanos”.
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se realiza un análisis de la valentía y la confianza como virtudes que
contrarrestan el temor y el miedo.
Abstract
In the Corpus Aristotelicum there is a conceptual and theoretical richness on
emotions. It can be claimed that these emotions exert influence on the thought
and judgements involving people. From this perspective, and in the context of
Positive Emotional Education, we make an analysis of boldness and trust as
virtues that counteract fear and fright.
Palabras Clave: Educación Emocional Positiva, virtudes humanas, confianza,
valentía, miedo, temor, Aristóteles.
Keywords: Positive Emotional Education, human virtues, trust, boldness, fear,
fright, Aristotle.
La importancia del cultivo de las virtudes y las fortalezas humanas en
Educación Emocional Positiva
Una fortaleza es sustancialmente un rasgo de personalidad, una característica
psicológica que se presenta en distintas situaciones y a lo largo del tiempo y
que poseen un cierto valor moral (Peterson y Park, 2009). “Son los ingredientes
psicológicos de las virtudes (Peterson, 2006), aquellas formas distinguibles en
las que se manifiesta una virtud” (Ovejero, 2010, p.11). Las principales
diferencias entre las fortalezas humanas y los rasgos de personalidad no están
completamente establecidas, aunque se ha comprobado que las fortalezas
humanas contribuyen en mayor medida que los rasgos de personalidad
(tomando los Big Five) a la satisfacción con la vida (Ovejero, 2010, p.11). Estos
autores también recuerdan que el enfoque de los Big Five parte de las
aproximaciones léxicas, en las que uno de los criterios de exclusión de esos
rasgos precisamente es el valor moral que poseen las fortalezas.
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Para Ortega-Carrillo (2017), uno de los pilares básicos de la Educación
Emocional Positiva es el cultivo de las denominadas fortalezas personales
enunciadas por Peterson y Seligman (2004), que recuerdan el gráfico adjunto:
Fig. n° 1. Mapa de las fortalezas personales. Elaboración propia a partir de Peterson y
Seligman (2004). Fuente: Reelaborado por Ortega-Carrillo (2017, p.49).
Las dos características más importantes de estas fortalezas son la posibilidad
de cuantificación y medida, y que se pueden desarrollar mediante un
entrenamiento y determinadas técnicas. Las tres principales conclusiones que
derivan de este podrían ser:
- Que las fortalezas personales constan de una serie de
predisposiciones a interpretar, desear y sentir relacionadas con la
puesta en marcha de un plan de acción que conduce al
reconocimiento por parte de los demás del valor y la excelencia de
cada fortaleza.
- Que el llamado “buen carácter” postulado por estos autores se
compone de un conjunto de rasgos positivos que han emergido a
través de la historia como importantes para una vida satisfactoria o
plena.
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- Que llevar a la práctica una fortaleza implica escogerla por el valor
que tiene para la persona dentro de su plan de vida. Esto conlleva
necesariamente que la persona puede reflexionar sobre sus propias
fortalezas y hablar sobre las mismas con los demás (Peterson y
Seligman, 2004; Peterson, Park y Seligman, 2005).
La Educación Positiva postula empíricamente, tras años de investigación
rigurosa sobre las herramientas de la felicidad, desde la certeza de que el
bienestar se puede enseñar y aprender. Más aún, “la Educación Positiva
propone que, por su valor intrínseco, así como por su valor instrumental (los
beneficios consecuentes de la felicidad), las herramientas y el conocimiento del
bienestar se deben enseñar” (Adler, 2017, p. 51).
En este contexto, Fernández, (2009) plantea que, para crecer en libertad,
alegría, optimismo, capacidad de amar, paciencia, bondad, lucidez, sabiduría y
apertura a la vida, es necesario:
Hacer un trabajo de curación de las heridas de la sensibilidad, que impiden a
la persona actualizar lo que es y ser feliz. Además, es imprescindible llevar a
cabo un proceso de reeducación para transformar actitudes y formas de
funcionar, adquiridas a lo largo del proceso de desarrollo, que hacen daño a
la persona, impidiéndole ser ella misma y feliz”, (p. 231).
Para llevar a cabo estos ideales y transformarlos en conductas cotidianas
conviene generar conductas positivas portadoras de emociones igualmente
positivas. Para conseguir tales logros conviene preguntarse si ¿son los centros
educativos los lugares idóneos para la difusión de la cultura del bienestar? Ante
esta pregunta crucial nos posicionamos con Bisquerra y Hernández, (2017)
afirmativamente ya que en estas instituciones puede iniciarse tal difusión
cultural desde edades tempranas, pudiendo además extenderse a toda la
población escolarizada obligatoriamente desde la educación primaria.
En este empeño de innovación educativo-positiva resulta decisivo que los
educadores lleven a cabo un proceso de crecimiento personal, a través del cual
puedan trabajar en la construcción su bienestar, de su felicidad y de su propia
maduración como personas. Desde ahí, desde su solidez personal, podrán
contribuir a que sus alumnos aprendan a ser más positivos y felices. Este
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trabajo sobre uno mismo permite vivir más sanos, optimistas y estables
emocionalmente, así como desarrollar las propias potencialidades.
Aprendiendo a mirar lo más positivo de nosotros mismos y de nuestra vida,
viviremos con más bienestar, alegría y felicidad, y podremos acompañar mejor
a nuestros alumnos en este proceso (Fernández Domínguez, 2005).
Ortega-Carrillo (2017) ha esquematizado a modo de síntesis -usando la
metáfora visual de un átomo de estructura molecular radial- las señas de
identidad de la Educación Emocional Positiva, vertebrando los grandes campos
del saber que la inspiran desde la Psicología Positiva teórica y aplicada. En
gráfico adjunto muestra tal vertebración conceptual.
Fig. n° 2. Conceptos clave de Educación Emocional Psicología emanados de la
Psicología Positiva Fuente: Ortega-Carrillo (2017, p. 69).
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La sabiduría aristotélica sobre las ciertas fortalezas y emociones
Continuando con esta línea argumental conviene subrayar con López que las
emociones pueden considerarse como “fuerzas ciegas, animales, irracionales,
divorciadas de la cognición y del juicio, están vinculadas con las teorías
fisiológicas que concebían las emociones como meras sensaciones
2
,
experiencias de cambios fisiológicos sin complejidad o contenido conceptual”
(2015, p. 83). Por tanto, las emociones ejercen una influencia en el
pensamiento o sobre los juicios que se realizan sobre objetos que nos
interesen o situaciones específicas donde se involucran las personas.
Trasladando este discurso a la Grecia clásica, conviene recordar cono el gran
Aristóteles ya planteaba que las facultades emotivas permiten a los seres
humanos impresionarse en función de los estados habituales. “Es entonces
cuando se tiene la inclinación a las pasiones experimentadas de cierta manera
o encontrándose libre de ellas” (Aristóteles, 2011a, p. 41).
Abundando en esta línea de pensamiento, el mismo Aristóteles en su Retórica,
plantea que las emociones son las causantes de que los hombres cambien sus
juicios:
Porque las emociones son, ciertamente, las causantes de que los hombres se
hagan volubles y cambien en lo relativo a sus juicios, en cuanto que de ellas
se siguen pesar y placer
3
. Así son, por ejemplo, la ira, la compasión, el temor
y otras más de naturaleza semejante y sus contrarias. Ahora bien, en cada
una se deben distinguir tres aspectos: en relación a la ira pongo por caso- en
qué estado se encuentran los iracundos, contra quienes suelen irritarse y
2
Cáceres (2016, 164) habla de las sensaciones: “En el examen de la naturaleza como medio
para la aprehensión de lo real, Aristóteles indica que las sensaciones comportan una utilidad,
es decir, le sirven a los hombres para algo: para guiarse en un camino, para saber quién habla
o qué se está escuchando, para conocer la salubridad de algún alimento, para determinar la
textura de alguna cosa, para ubicarse en el mundo, en suma, para seguir con vida. Sin
embargo, ese apego y ese amor a las sensaciones no se da por utilidad que tienen, sino por sí
mismas. Según lo apuntado, al hombre no le interesa tanto eses situarse en el mundo que le
procuran las sensaciones, sino saber que las tiene, que cuenta con ellas”.
3
La pena y el placer, no son emociones, sino sus componentes.
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porqué asuntos; pues si solo contamos con uno o dos de esos aspectos, pero
no con todos, no es posible que se inspire la ira (Aristóteles, 2010b, p. 696).
Para Fonseca y Prieto (2010):
El rango de cosas que pueden afectar el juicio es bastante amplio y de
agrupamiento diverso y el propósito o fin de una emoción podría explicar un
cambio de juicios; por ejemplo, la cólera va unida a la búsqueda de venganza
y esto puede llevar a la construcción de juicios desfavorables con respecto a
la persona que provocó tal emoción, de la misma forma que los juicios que
provoca la persona amada tienden a ser siempre favorables (p.12).
También Cárdenas (2013), interpretando el pensamiento aristotélico como una
forma de sentir y significar el tema de las emociones, plantea que:
Este saber emocional, así organizado por Aristóteles, es lo que permite
hacerlo disponible para que los oradores puedan construir sus pruebas con
las que inciden y orientan la formación del juicio en el oyente, quien, como
miembro de una comunidad, evalúa una acción concreta y toma una decisión
sobre si es conveniente, justa o digna de alabanza. De esta manera al poner
sus opiniones sobre las pasiones en conexión con los criterios de lo justo,
bueno y digno forma su juicio y al hacerlo va constituyendo estas nociones sin
las que dice Aristóteles no es posible una vida en común (p. 175).
El temor
4
o el miedo en Aristóteles
En el contexto de las emociones negativas, el temor es concebido por
Aristóteles como es una turbación nacida de la idea de que es inminente un
mal destructivo o penoso. Son temibles, por tanto, aquellas cosas que se
manifiestan con gran poder para destruir o para provocar daños que lleven
a estados de gran penalidad; son igualmente temibles los signos de tales
cosas, ya que ponen de manifiesto la proximidad de lo temible. El temor se
produce acompañado de un cierto presentimiento de que va a suceder algo
muy destructivo ante las personas, las cosas y los momentos en los que se
vive (Aristóteles, 2010b, pp. 716-719).
4
También denominado en algunas partes de su obra como “miedo”.
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A propósito de este mismo tópico, Ferrer (2013) ofrece los siguientes puntos de
análisis e interpretación:
El miedo es, en definitiva, un estado de ánimo, un afecto, un sentimiento,
algo que no se confunde ni con la voluntad, ni con el intelecto. Algo que
nos abre una configuración del mundo que vivimos como amenaza, como
peligro, como incertidumbre. Una situación difícil y no ordinaria la cual
debemos gestionar y a la que debemos hacer frente, es decir, ofertar una
respuesta en la medida en que experimentamos una cierta conmoción,
una cierta inquietud. Una desestabilización que nos avoca a una
inevitable puesta en cuestión (p. 58).
El temor es causante de que se delibere rápidamente, y nadie debe deliberar
desesperadamente sobre las situaciones momentáneas (Aristóteles, 2010b, p.
716-719).
Por su parte, Domínguez (2003) señala que:
El miedo es una emoción más o menos pasajera que aparece cuando se
presiente o supone un peligro real o aparente (es decir, que aparece y no es)
y concreto o incorrecto (vago, impreciso), que se puede sentir individual o
colectivamente, lo que produce miedo no es para todos lo mismo, o lo que es
igual, una cosa será más o menos temible según quien la considere, e incluso
será temible por razones diferentes (p. 666).
Para López (2015, p. 85), el miedo tiene una “función informadora de alarma
entre una amenaza y la capacidad para responder a aquella”.
Por su parte, Aristóteles plantea que el miedo es una emoción que se produce
en el alma, como lo hemos afirmado. Para él, quien de todo huye y a todo le
teme o le da miedo y nada soporta, es un cobarde, pero al contrario sucede,
con quien no teme a nada y a todo se arroja, ese se convierte en un temerario,
alguien con exceso de confianza ante lo temible o lo que produce miedo
(Domínguez, 2003, 664).
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También Ferrer (2013, p.58) analiza el miedo y la desestabilización que este
produce, indicando que “ese estado de ánimo no es causa sino algo causado
un efecto; por tanto, a lo que se apela es a una exterioridad, a un afuera, a algo
mundano- objeto, cosa, persona que es causa, la motivación, la razón de ser
de esa inquietud, de esa desazón que me desestabiliza y afecta”. Para este
autor, también producen miedo aquellos que cometen injusticias en cuanto
puedan, de igual manera, aquellos que ya han sido víctimas de injusticia o
consideran haberlo sido, porque estos andan siempre al acecho de una
ocasión. Y causan miedo aquellos que ya han cometido injusticias, si tienen la
capacidad de hacer daño. De otro lado, el autor indica que sienten miedo
aquellos que consideran haber sufrido toda clase de desgracias y permanecen
impasibles ante el futuro porque para sentir miedo es preciso que aún se tenga
alguna esperanza de salvación por la que luchar.
Partiendo de la idea aristotélica de que de los actos nacen de los hábitos y que
estos actos se pueden malograr tanto por defecto como por exceso -es así
como un exceso de temor o miedo convierte a una persona en cobarde;
mientras que por defecto lo convierte en un insensato hasta perder la vida- el
miedo es un sentimiento primario o básico que, de acuerdo con sus
características, no es regulado con conciencia antes de que el hecho por el que
siente esta emoción suceda (Korstanje, 2013, 180).
Este mismo autor, citando a Aristóteles afirma que:
La huida del cobarde, aquel apoderado por el temor, que decide
resguardarse ante una amenaza es movida por una significación previa del
dolor, ‘en misma la cobardía es sin dolor; pero las circunstancias
concretas ponen al hombre fuera de por la representación del dolor al
punto de hacerle arrojar las armas e incurrir en otras descomposturas por
todo lo cual la cobardía de la apariencia debe ser forjada. En el
desenfrenado, al contrario, los actos son voluntarios, como quiera que son
por él deseados y apetecidos’. El desenfreno obedece a una casusa que
sigue la propia voluntad del sujeto mientras que no sucede lo mismo con la
cobardía (p.182).
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La valoración de las cosas que se temen
Piensa Aristóteles (2010a, p87-88) que se teme a aquellas cosas temibles y
que producen males; por eso el miedo es entendido como la expectación del
mal. Para este filósofo, aquellas cosas que se temen son la infamia, la pobreza,
la enfermedad, la falta de amigos, la muerte. El valiente le teme a estas cosas,
porque el no hacerlo se considera vergonzoso, por ejemplo, a la infamia, el que
la teme es honrado y decente, no temerlas es una desvergüenza.
También Aristóteles (2010a) ofrece una valoración de lo temible en términos de
grados o niveles:
Lo temible no es para todos lo mismo, pero hablamos, incluso, de cosas que
están por encima de las fuerzas humanas. Estas, entonces, son temibles para
todo hombre de sano juicio. Pero las temibles que son a la medida del
hombre difieren en magnitud y en grado, y, asimismo, las que inspiran coraje.
Ahora bien, el valiente es intrépido como hombre: temerá, por tanto, tales
cosas, pero como se debe y como la razón lo permita a la vista de los es
noble, pues este es el fin de la virtud (p. 89).
También se cometen errores, por temer a las cosas que no se debe, como no
se debe y cuando no se debe o en casos semejantes. Y lo mismo, en las cosas
que inspiran confianza (Aristóteles, 2010a, p. 89). Para el filósofo, lo que
produce miedo y lo que produce confianza, son cosas diferentes, pues una
misma cosa no puede producir miedo y confianza a la vez (Domínguez, 2003,
p. 665). En la Magna Moralia, Aristóteles afirma que la valentía tiene que ver
con los sentimientos de confianza y de temor, pero es necesario establecer qué
tipo de temores y confianzas son estos y acude a un ejemplo, así:
¿Acaso si alguien tiene miedo de perder sus bienes será cobarde y, en
cambio, si se muestra confiado al respecto será valiente? De ningún modo.
De forma semejante, si uno tiene miedo de una enfermedad o por el contario
la afronta confiadamente, no se puede decir ni que el que tiene miedo sea
cobarde ni que el que no lo tiene sea valiente. Por consiguiente, la valentía no
reside en esta clase de temores y confianzas. Por tanto, el valiente lo es
respecto a los sentimientos de temor y confianza propios de los hombres.
Quiero decir que será valiente aquel que se muestre animoso en situaciones
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en las que la mayoría o todos los hombres sienten miedo. (Aristóteles,
2011b).
Si bien, para Aristóteles, se puede llegar a controlar la emoción del miedo por
medio de la adquisición de buenos hábitos, esto no significa ni implica la
eliminación del miedo o de alguna otra emoción ante las cosas que son
susceptible de producirlas, es decir, por la adquisición de hábitos correctos, los
seres humanos podemos entrar a manejar las emociones de buena manera,
pero nunca podremos eliminarlas (Domínguez, 2003, p. 665):
Ferrer aborda otra arista del problema del miedo y, en ese sentido, afirma
que: El miedo no es algo estático sino puramente dinámico; dinámico en la
medida en que se resuelve en la proporción entre la cercanía y la lejanía. Es
decir, experimentaremos un miedo mayor cuanto más cerca estemos del
objeto amenazante, de la misma manera que nos relajaremos digámoslo
así- reduciremos nuestro temor, cuanto más lejano esté el objeto que nos
amenaza (2013, p. 59).
El temor resulta de haber identificado con éxito una situación amenazante que
produce temor, el temor es una emoción que se siente en carne propia y tiene
un efecto paralizante pues no solo reduce la movilidad sino también a nuestra
capacidad de respuesta, es una emoción intransferible y aunque yo no puedo
vivir la vida de otro, ni quitarle el miedo a otro, existe para Aristóteles un miedo
compasivo, compartido que es el temor por el otro, cuando el otro es
inconsciente del peligro que corre, cuando es un temerario. Es por esto que el
miedo se sitúa en el interior de la naturaleza humana, es algo que no es
eliminable, está latente en la capacidad humana (Ferrer, 2013, p. 61).
En la Retórica, el pensador toca el tema del miedo e indica que no todos los
males producen miedo, sino aquellos que tienen la capacidad de acarrear
grandes penas o desastres -sobre todo los que están próximos a ocurrir-
porque los males demasiado lejanos no generan miedo, así Aristóteles lo
explica con un ejemplo y señala que “todo el mundo sabe que morirá, pero,
como no es cosa próxima, nadie se preocupa” (Aristóteles, 2010b, p. 716).
Pazos (2010) realiza una lista de las cosas que producen miedo o temor y que
Aristóteles describe en su libro de la Retórica:
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Dice Aristóteles que son todas aquellas cosas que manifiesten tener un gran
poder de destruir o provocar daños que lleven a un estado de penalidad. A
continuación el filósofo enumera aquellas cosas que podrían llegar a producir
en el hombre temor, a saber: 1) la enemistad y la ira de quienes tienen
capacidad de hacer daño, 2) la injusticia, 3) la virtud ultrajada, 4) el propio
miedo de los que tienen la capacidad de hacer algún daño, 5) como la
mayoría de los hombre son malos y están dominados por el afán de lucro y
son cobardes en los peligros, con mucha frecuencia resulta temible estar a
merced de otro, pues provoca miedo que si somos cómplices de una mala
acción terminen por delatarnos o por abandonarnos, 6) miedo a aquellos que
puedan cometer una injusticia, 7) el miedo que se sienten aquellos que ya
han sido víctimas de una injusticia, 8) producen miedo los que han cometido
injusticia, pues tienen la capacidad de hacer daño, 9) los que han cometido
injusticia y sienten miedo por sufrir alguna venganza, 10) los antagonistas que
buscan el mismo objetivo y no pueden obtenerlo simultáneamente, 11) miedo
a los que son más fuertes que nosotros, 12) los que atacan a los que son más
débiles, 13) miedo a aquellos que son calmos, irónicos o tortuosos, ya que
nunca se descubre si están próximos a actuar o si su acción está ajena, 14)
las cosas son aún más temibles cuando no se pude reparar la falta cometida,
15) son temibles las cosas que no tienen arreglo, y 16) son pues temibles
todas las cosas que, cuando les suceden o están a punto de sucederles a
otros, inspiran compasión,( p. 70).
Por tanto, es temible todo aquello que manifieste tener un gran poder de
destrucción o de provocar daños que lleven a un estado de gran pena, pero,
como ya se ha dicho, se teme lo que encontramos s próximo. El Estagirita
indica las cosas que son temidas:
Las cosas de tal naturaleza son: la enemistad y la ira de quienes tienen
la capacidad de hacer algún daño (pues es evidente que quieren y que
pueden, de manera que están prontos a actuar); la injusticia cuando
dispone de esa misma capacidad, porque intencionadamente es injusto
el injusto; la virtud ultrajada, que asimismo dispone de esa capacidad
(porque es obvio que la intención la tiene siempre, cuando ha recibido
un ultraje, pero además que ahora puede); y el propio miedo de los que
tiene, la capacidad de hacer algún daño (puesto que los que así hallan,
por fuerza han de estar, ellos también, prestos a la acción. (Aristóteles,
2010b, p. 717)
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Pero, además, algunos seres humanos están dominados por el afán de lucro y
son cobardes en los peligros, con mucha frecuencia les resulta temible
encontrarse a merced de otros, de sus cómplices y sentir miedo porque se
piensa que estos los pueden delatar o terminen abandonándolos (Aristóteles,
2010b, p.717). También se siente miedo ante las víctimas en quienes hayan
recaído actos injustos, porque en muchos casos las víctimas se mantienen al
acecho de alguna ocasión para actuar en contra de quienes hayan cometido
actos injustos contra ellos; porque se siente temor por sufrir alguna venganza
de parte de aquellas personas con quien se han cometido actos injustos
(Aristóteles, 2010b, p.718).
El Estagirita aclara aún más esto en la Retórica, frente a aquellos que hemos
cometido actos injustos, y dice al respecto: “Como también son temibles, de
entre los que hemos hecho víctimas de injusticia o son enemigos o rivales
nuestros, no los coléricos o de palabra franca, sino los que son calmos, irónicos
o tortuosos, ya que éstos no descubren si están prontos a actuar, de modo que
tampoco queda nunca claro si su acción está lejana” (Aristóteles, 2010b, p.
718).
Se teme también a nuestros contradictores (antagonistas) en aquellas cosas en
que ambos no pueden conseguir al mismo tiempo porque entre ambos existe
una lucha permanente. También a aquellos a quienes consideramos más
fuertes que nosotros cuando observamos que le producen daño a otros que
también consideramos más fuertes, asimismo tememos a aquellos que han
quitado del medio a aquellos que consideramos más fuertes que nosotros, pero
también a aquellos que andan atacando a quienes consideramos más débiles
que nosotros (Aristóteles, 2010b, p. 718). El Estagirita habla de las cosas que
son temibles, cuando no cabe reparar la falta cometida y lo hace en estos
términos:
Por lo demás, todas las cosas que son temibles lo son, más aún, cuando no
cabe reparar la falta cometida, ya sea porque ello es completamente
imposible, ya sea porque no está en nuestras manos, sino en las de
nuestros adversarios. Y, lo mismo, las cosas que no admiten arreglo o no lo
tienen fácil. Por decirlo simplemente, son, pues, temibles todas las cosas que,
cuando les suceden o están a punto de sucederles a otros, inspiran
compasión (Aristóteles, 2010b, p. 718).
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Existen algunos aspectos que deben ser tenidos en cuenta, como las causas
por las que se siente miedo. Cuando el temor está acompañado del
presentimiento de que se va a sufrir alguna afección destructiva o algún mal; se
siente miedo ante las personas, las cosas y los momentos que pueden
provocarlo, todo lo contrario sucede con aquellos que ostentan gran fortuna y
bienestar, que suelen pensar que nada los puede perturbar, de ahí que sean
soberbios, despectivos y temerarios; pues creen que esta condición los hace
afortunados por su riqueza, su éxito social y su poder (Aristóteles, 2010b, 719).
La valentía y su relación con el temor
En la Ética a Nicómaco, Aristóteles nos dice que la valentía es el término
medio
5
entre el miedo
6
(defecto) y la temeridad
7
(exceso). El valiente no le tiene
miedo a las cosas malas como la infamia, la pobreza, la enfermedad, la falta de
amigos, la muerte; nadie mejor que el valiente puede soportar tales cosas. Se
podría llamar valiente en el más alto sentido al que no teme a la muerte, ni a
las contingencias que lleva consigo (Aristóteles, 2010a, p. 88). El filósofo griego
hace una distinción entre las cosas que inspiran confianza y el cobarde:
La valentía es el término medio en relación con las cosas que inspiran
confianza o temor, y en las situaciones establecidas, y elige y soporta el
peligro porque es honroso hacerlo así, y vergonzoso no hacerlo. Pero el morir
por evitar la pobreza, el amor o algo doloroso, no es propio del valiente sino
5
En la Ética a Nicómaco dice (Aristóteles, 2010a, 89): “El cobarde, el temerario, el valiente,
entonces, están en relación con las mismas cosas, pero se comportan de diferente manera
frente a ellas. Pues los dos primeros pecan por exceso o por defecto, mientras que el tercero
mantiene el justo medio y como es debido. Los temerarios son, ante el peligro, precipitados y lo
desean, pero ceden cuando llega; los valientes, en cambio, son ardientes en la acción, pero
tranquilos antes de ella”.
6
El miedoso, también denominado cobarde, es un desesperanzado, lo teme todo. Evita lo
penoso y dificultoso (Aristóteles, 2010a, 90). Teme incluso lo que no debe. No confía en los
peligros, incluso aun cuando la razón se lo manda.
7
La temeridad, también denominada audacia (Ética eudemia). Es el que se excede en audacia
respecto de las cosas temibles; es un jactancioso con apariencias de valor. Se manifiesta como
un valiente frente a lo temible, por lo tanto, lo imita en lo que puede. El que se excede en el
temor es cobarde; pues teme lo que no se debe y como no debe; le falta coraje (Aristóteles,
2010a, 90). El temerario es osado incluso en las cosas que no debe; confía frente a los
peligros.
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más bien del cobarde; porque es blandura evitar lo penoso, y no sufre la
muerte por ser noble, sino por evitar un mal. El valiente es intrépido, el
valiente sufre y actúa de acuerdo con los méritos de las cosas y como la
razón lo ordena, para el valiente la valentía es algo noble, y tal lo será el fin
correspondiente, porque todo se define por su fin. Es por esta nobleza,
entonces, por lo que el valiente soporta y realiza acciones de acuerdo con la
valentía; es audaz y esperanzado (Aristóteles, 2010a, p. 89).
La valentía más natural parece ser la inspirada por el coraje. Cuando se le
añade elección y finalidad afronta los peligros temibles para el hombre, ya sean
reales o aparentes, porque es honroso hacerlo así y vergonzoso no hacerlo
(Aristóteles, 2010a, p. 93). Aunque se vean afectados por los mayores
sufrimientos, los valientes los padecen con calma y con menos intensidad que
la mayoría de las personas, lo que afecta a la mayoría de los seres humanos
no alcanza a afectarlos a ellos. El valor para este acompaña la razón y la razón
manda escoger lo bueno; es valeroso el que obra por causa de lo bueno
(Aristóteles, 2011a, p. 71). El valiente confía y teme cuando la razón se lo dicta,
de otro lado, la razón no le manda a soportar cosas muy difíciles y destructivas,
a no ser que sean bellas y buenas (Aristóteles, 2011a, p. 72). Al valiente las
cosas le aparecen en su entera verdad, no es valiente aquel que soporta las
cosas temibles por ignorancia, ni tampoco aquel que, conociendo la magnitud
del peligro, lo hace por arrebato. Aristóteles nos dice en la Ética Eudemia que:
Puesto que toda virtud implica una elección (hemos dicho ya antes que
entendemos por esto: la virtud hace que se elija todo con vistas a algo, que es
el fin, y esto es bueno), es evidente que, siendo la valentía una virtud, hará
que el hombre soporte las cosas temibles por algún fin, de tal manera que no
es por ignorancia (ya que, más bien, hace juzgar rectamente), ni por placer,
sino porque es bueno, pues en el caso de que no sea bueno sino insensato,
no lo soportará porque sería vergonzoso. (Aristóteles, 2011a, p.76)
Se es valiente, respecto a los sentimientos de temor y confianza propios de los
hombres, será valiente aquel que se muestre animoso en situaciones en las
que la mayoría de los seres humanos sientan miedo. Es valiente el que
considera que lo que hace es noble, esté o no esté presente alguien, en la
valentía deben estar presentes la pasión y el impulso y el impulso debe salir de
la razón y con miras a lo noble (Aristóteles, 2011b, p.162-163).
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De la misma manera, no significa que el valiente no albergue ningún temor
pues un ser humano al que nada le miedo, no significa que sea valiente
porque se podría decir entonces que una piedra o un ser inanimado serían
valientes porque no sienten este tipo de emociones. Con ello se quiere decir
que, para Aristóteles, el miedo -el temor- debe ser sentido por los seres
valientes. Existen algunos temores y peligros que son más importantes que
otros, como por ejemplo aquellos que amenazan la existencia y sobre todo
aquellos que se encuentran más cerca, no los que se encuentre muy lejos
(Aristóteles, 2011b, p.163).
La confianza aristotélica, un antídoto contra el temor
Aristóteles define la confianza como lo contrario del temor, y la define como
una esperanza acompañada de la fantasía sobre que aquellas cosas que
pueden salvarnos están próximas a ocurrir; y al contrario, están lejanas
aquellas que nos provocan temor:
Da confianza, así pues, el que las desgracias estén lejos y los medios de
salvación cerca; el que existan remedios y se disponga de recursos,
sean éstos muchos o grandes o ambas cosas a la vez; el no haber sido
víctima de injusticia ni tampoco haberla cometido; el no tener en
general antagonistas o el que éstos no tengan capacidad de hacernos
daño o, en caso de que la tengan, sean amigos o nos hayan hecho
algún beneficio o lo hayan recibido de nosotros (Aristóteles, 2010b, p.
720).
Una característica de la confianza en los seres humanos, es el quererse a
mismos; de lo contrario puede ser peligroso para la confianza. Se llama
entonces dignas de confianza a aquellas personas que han convertido en
hábito el interesarse por los demás; un hábito que lo hará un ser humano
bueno, de un buen carácter, que, como lo afirma Aristóteles, esta es la virtud, la
capacidad que se adquiere por los hábitos de hacer las cosas verdaderamente
buenas y deseables. La virtud es aquello que capacita a alguien para valerse
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por mismo y solo este puede ser confiable y justo y generar confianza en los
otros (Spaemann, 2005, p. 138-139).
Existen algunas disposiciones que favorecen la confianza en las personas,
como ocurre con aquellos que han triunfado en muchas ocasiones y no han
sufrido ningún mal; también los que han estado al borde de la desgracia y han
escapado a ella; cuando lo temible, no lo es para los que son nuestros iguales
o nuestros inferiores o personas de las que nos consideramos superiores.
Aquellos que creen tener más y mejores medios como la abundancia de dinero,
la fuerza sica, los amigos, las propiedades, igualmente, los que no han
cometido injusticia contra nadie, ni contra aquellos que inspiran temor
(Aristóteles, 2010b, p. 721).
En este sentido, Spaemann (2005) indica que el que confía debe estar
dispuesto a fracasar y se debe de estar dispuesto al fracaso:
Sólo puede confiar aquel que está dispuesto a aceptar el fracaso. Pero lo
mismo es válido para el merecimiento de confianza. Sólo es digno de
confianza aquel que está dispuesto a aceptar una derrota. La disposición a
pagar cualquier precio por algo, vuelve indigna de confianza a la persona.
Sólo se puede confiar en aquel que está dispuesto a mucho, pero no a
todo, (p. 148).
Conclusión
A lo largo de la historia de la Pedagogía la preocupación por “educar las
emociones” ha sido una constante, si bien en las últimas décadas del siglo XX
los estudios sobre inteligencia emocional y educación emocional positiva han
sacado a la palestra esta temática con especial relevancia.
En este trabajo se ha puesto de manifiesto como el gran pensador griego
Aristóteles alumbró con gran lucidez el mundo de las emociones, destacando
su alta importancia para el ser y el existir.
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Aristóteles resaltó como el temor es una emoción negativa que hace que el ser
humano actúe impulsiva y deliberadamente en ciertas situaciones, sobre todo
aquellas que se muestran como destructivas o que pueden causar cierto tipo
de pena a la persona que lo experimenta. En cada uno de los análisis que
realiza en su obra Estagirita, advierte que frente a la emoción del temor no se
puede actuar de manera prematura o deliberada, ya que esta se presenta de
manera pasajera cuando se presiente o supone un peligro real o aparente, es
decir, la emoción relacionada con el temor cumple una función específica al
generar alarmas entre una amenaza y la respuesta que se tiene frente a esta.
En contraposición al temor Aristóteles situó a la confianza, que considera una
virtud generadora de emociones positivas. El cultivo de la confianza aumenta la
autoestima y con ello la capacidad que se adquiere por los hábitos de hacer las
cosas verdaderamente buenas y deseables. Para Aristóteles esta virtud nos
capacita para valernos por nosotros mismos, ser confiables y justos y generar
cordialidad en los demás.
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