Pero estos avances sufrieron un fuerte retroceso debido, entre otras causas, a la
revolución industrial y a la nueva forma de producción en un mundo industrializado que se
estaba iniciando, pues requería gran cantidad de mano de obra de sujetos fuertes y sanos,
lo que dio lugar al aislamiento de las personas que no cumplían esos requisitos, entre ellos
las personas con discapacidad, y al no ser considerados sujetos productivos fueron
encerrados en instituciones, en las que convivían al mismo tiempo con locos,
delincuentes… desarrollándose una respuesta marginadora para estos ciudadanos
(Scheerenberger, 1984, y otros citados en Sánchez Palomino, 2004).
Si lo que caracterizó a la Educación Especial en la antigüedad fue la ignorancia, en la etapa
presente la característica fundamental fue el déficit, siendo consideradas las personas con
discapacidad enfermos que provocaban en algunos casos miedo y lástima, y siempre
sentimientos de caridad (Torres González, 2004). En este sentido, hemos de decir que el
modelo deficitario ha pasado por sucesivas etapas: en la primera, el trato hacia las
personas con discapacidad se fundamentaba en la caridad, posteriormente se les recluía
en asilos o cárceles y, en los últimos años comienza a aparecer alguna preocupación por
la formación de estas personas.
Este incipiente interés por la formación de estos sujetos tendrá su apogeo en el siglo XIX,
etapa denominada de la “institucionalización”, que consiste en la reforma de las
instituciones favoreciendo la orientación asistencial y el trato más humano hacia las
personas con discapacidad (Aguilar Montoya, 2004), con la colaboración de médicos,
psicólogos y pedagogos, lo que desembocaría en la pedagogía terapéutica. El primer
ejemplo lo tenemos cuando el médico Itard (1774-1826) realizó un estudio sobre la
educación de un niño salvaje que encontró abandonado en el bosque, llamado Víctor, con
el que realizó actividades para el desarrollo de sus funciones sensoriales, afectivas e
intelectuales, abandonando el modelo de intervención médico-patológico, que era el que
imperaba en la época, para sustituirlo por otro de tratamiento médico- pedagógico. Otro
ejemplo es el trabajo de Seguín, que planteó la necesidad de escolarizar a todas las
personas, pues opinaba que los deficientes pueden aprender y como consecuencia de ello
mejorar su estado (Baena Jiménez, 2008). El trabajo de estos pioneros y otros como Pinel
(1745-1826), Esquirol (1772-1840), Dow (1812-1896), propicia que el tratamiento médico-
pedagógico de la deficiencia mental dé un giro considerable, pues “saldrá definitivamente
del aura mítica, pecaminosa, mágica y asistencias que tradicionalmente lo había envuelto y
se incorpora a categorías científicas, terapéuticas y pedagógicas” (Scheeerenberger, 1984,
citado en Vergara Ciordia, 2002, p.11).