Los valores paisajísticos. Elementos para la articulación entre teoría e interpretación del paisaje
The landscape values. Elements for the joint between landscape theory and characterization

Juan Vicente Caballero Sánchez1

Recibido: 19-11-12 | Aceptado: 15-12-12

Resumen

El presente artículo pretende contribuir a responder a la siguiente pregunta: ¿Cuáles son los nexos que unen la teoría y la interpretación paisajísticas? Tras dar una visión panorámica de la teoría paisajística y la interpretación del paisaje, se exploran dos territorios que pueden ayudar de forma especial a arrojar luz sobre la cuestión planteada: la hermenéutica filosófica iniciada por el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (1900-2002); y el Tableau de la géographie de la France, de Paul Vidal de la Blache (1845-1918). Finalmente, se plantea, a partir sobre todo de estos dos referentes, un marco teórico orientado a la articulación entre las aportaciones de la teoría paisajística contemporánea y la práctica de la interpretación paisajística.

Palabras Clave: paisaje, hermenéutica, pensamiento geográfico.

Abstract

This paper tries to help to answer the following question: which are the links that join the landscape theory and the landscape characterization? After giving a panoramic view of these two fields, the paper explores two territories that can help to illuminate the asked question: the philosophical hermeneutics initiated by the German philosopher Hans-Georg Gadamer (1900-2002); and the Tableau de la géographie of the France, written by Paul Vidal de la Blache (1845-1918). Finally, it is developed, based especially on these two contributions, a theoretical frame aimed at the joint between the contemporary landscape theory and the practice of the landscape characterization.

Key Words: landscape, hermeneutics, geographical thought.

Résumé

L’article présent essaie de contribuer à répondre à la question suivante: quels sont les liens qui unissent la théorie paysagère et l’interprétation du paysage? Après avoir donné une vision panoramique de ces deux champs, on explore deux territoires qui peuvent aider d’une forme spéciale à illuminer la question posée: l’herméneutique philosophique initiée par le philosophe allemand Hans-Georg Gadamer (1900-2002); et le Tableau du géographie de la France, de Paul Vidal de la Blache (1845-1918). Finalement, on développe, à partir surtout de ces deux apports, un cadre théorique orienté à l’articulation entre la théorie paysagère contemporaine et la pratique de l’interprétation paysagère.

Mots-Clés: paysage, herméneutique, pensée géographique.

1. Introducción

Durante las últimas décadas se ha ido desarrollando un saber de índole interpretativa, en el cual la complejidad de relaciones, interacciones y procesos de una parte de la superficie terrestre es sintetizada y comunicada lingüísticamente. Se caracteriza por combinar la perspectiva holística con la preocupación por transmitir lingüísticamente la complejidad, por hacerla inteligible y comunicable más allá del ámbito estrictamente académico. Un rasgo propio de esta práctica interpretativa es el uso recurrente de términos como paisaje, unidad de paisaje, tipo de paisaje y otros similares, lo cual hace pertinente el uso de la expresión “interpretación paisajística” para hacer referencia a esta práctica de mediación lingüística. Estamos ante una práctica de carácter transdisciplinar, vinculada a la política de protección, gestión y ordenación del paisaje, pero que conserva su índole integradora y holística. Sus manifestaciones son sin embargo muy diversas: baste citar los Atlas de Paisaje, los llamados “catálogos de paisaje”, que se orientan a la identificación de valores en el paisaje y a la formulación de objetivos de calidad paisajística.

De forma paralela se ha venido desarrollando, desde los años del cambio de siglo, un corpus teórico sobre la naturaleza del paisaje, caracterizado por el esfuerzo por superar, en este ámbito, la oposición entre subjetivismo posmoderno y positivismo. Para entender el alcance de estos desarrollos teóricos, es preciso tener en cuenta que, en los años 90 del siglo XX, el debate paisajístico estaba dominado por dos posturas inconciliables: la de quienes sostenían que el paisaje es ante todo una construcción cultural, de forma que es la cultura y especialmente el arte el que crea, en cada sociedad, un determinada sensibilidad paisajística; frente a esta posición, los defensores de una visión del paisaje que lo considera un objeto científico más, para cuyo estudio hay que adoptar una perspectiva holística capaz de dar cuenta de la complejidad de los sistemas y subsistemas que forman un paisaje.

Sin embargo, desde los años finales del siglo XX los términos del debate han ido cambiando, gracias al desarrollo de una visión del paisaje que ha superado las oposiciones y dualismos propios de la fase anterior. Estos desarrollos se han concretado en una concepción que, de forma sucinta, pueden sintetizarse como sigue: el paisaje es una matriz de nuestra sensibilidad y de nuestro comportamiento en relación con el entorno que nos rodea; al mismo tiempo, es una impronta, un orden inteligible que puede ser interpretado y comunicado, y que lleva la marca de la experiencia humana. Lo que más singulariza estos planteamientos es que no dudan en adentrarse en temas de alcance ontológico, lo cual dificulta su comprensión y comunicación, incluso en el ámbito académico.

En este contexto, la relación entre estos dos ámbitos, teoría del paisaje e interpretación paisajística, es compleja. Por un lado, es patente que ambos forman parte de una temática diferenciada y que existe un vínculo entre ellos. Así puede apreciarse, por ejemplo, en el Convenio Europeo del Paisaje, en el que aparece una concepción del paisaje en consonancia don los desarrollos teóricos recientes (ver infra, 2.1), al tiempo que se postula la necesidad de desarrollar la interpretación paisajística a través de la identificación, caracterización y cualificación de los paisajes (ver infra, 2.2). A pesar de ello, hasta ahora no se ha abordado en profundidad la cuestión de los nexos que unen y articulan ambos dominios. De este modo, las aportaciones teóricas apenas se ocupan de cuestiones relacionadas con la interpretación; y las interpretaciones paisajísticas, por el carácter estratégico y operativo antes mencionado, no hacen incursiones en el campo de la reflexión teórica.

Esta situación suscita interrogantes cuya respuesta se torna cada vez más acuciante: ¿cómo se articulan esos dos ámbitos? ¿Cuáles son los nexos que unen la teoría y la interpretación paisajísticas? ¿Cómo se relaciona una reflexión de alcance ontológico con una práctica interpretativa orientada a solventar necesidades prácticas? ¿Hasta qué punto la práctica de la interpretación paisajística es una clave para entender la naturaleza de lo paisajístico? ¿Es posible afirmar que dicha práctica se adecua especialmente a la naturaleza de lo paisajístico? Estos interrogantes, finalmente, se sintetizan en uno ¿Es posible construir una visión del paisaje que integre y articule estas dos perspectivas?

El presente artículo pretende básicamente contribuir a contestar estos interrogantes. Tras dar una visión panorámica de la teoría paisajística y la interpretación del paisaje, se exploran dos territorios que pueden contribuir de forma especial a arrojar luz sobre las cuestiones planteadas: una de las corrientes de pensamiento más relevantes e influyentes de las últimas décadas, la hermenéutica filosófica iniciada por el filósofo alemán Gadamer, H.G. (1900-2002); y un clásico de la interpretación paisajística, el Tableau de la géographie de la France, de Vidal de la Blache, P. (1845-1918). Finalmente, se plantea, a partir sobre todo de estos dos referentes, un marco teórico orientado a la articulación entre los planteamientos de la teoría paisajística contemporánea y la práctica de la interpretación paisajística.

2. La escisión entre teoría e interpretación del paisaje

2.1. Hitos de la teoría paisajística contemporánea

Uno de los hitos fundacionales de la teoría paisajística contemporánea, en cuya construcción los geógrafos han tenido un papel muy destacado2 es Il paesaggio come teatro (1998) del geógrafo italiano Eugenio Turri. Usando la expresiva metáfora que da título a la obra, este autor plantea la doble condición, impronta y matriz, propia del paisaje:

“La concepción del paisaje como teatro sostiene que el hombre y la sociedad se comportan frente al territorio en el que viven de un modo doble: como actores que transforman, en sentido ecológico, el marco de vida, imprimiéndole el signo de la acción propia, y como espectadores que saben mirar y comprender el sentido de su operar en el territorio” (TURRI, E. 1998, 13)

Para Turri, E., estos dos ámbitos no están desconectados, sino que existe un estrecho vínculo entre mirada paisajística y transformación de su espacio vivido o marco vital. Para Turri, E., la clave del buen hacer del ser humano en tanto que agente territorial reside en aprender a mirar el mundo que le rodea:

“Donde falte el hombre que sabe mirar y tomar conciencia de sí como presencia y como agente territorial, no habría paisaje, sino sólo naturaleza, mero espacio biótico, hasta el punto de hacernos considerar que entre las dos acciones teatrales del hombre, actuar y mirar, nos aparece como más importante, más exquisitamente humana la segunda, con su capacidad de guiar la anterior. Podemos decir, en otras palabras, que quien sabe emocionarse frente al espectáculo del mundo, quien se exalta al ver la impronta humana dentro de la naturaleza, quien siente los ritmos de ésta y los ritmos de lo humano, es aquel que, por encima del resto, sabe encontrar las claves justas para proyectar y construir en el respeto de lo existente y en la prospectiva de crear nuevos y mejores futuros” (TURRI, E. 1998, 14).

Se trata, en definitiva, del primer planteamiento contemporáneo que, de forma clara, expone, a través de la metáfora del paisaje como teatro, la idea de que aquél es simultáneamente la matriz de nuestra acción sobre el entorno que nos rodea, a la par que una impronta que lleva la marca indeleble de dicha acción. Junto a ello, en Turri comienza a configurarse otra idea de gran alcance de esta visión del paisaje: si bien el paisaje tiene dos facetas, impronta de nuestra acción y matriz de nuestra sensibilidad y nuestro comportamiento, existe una continuidad esencial entre ambas.

Dos años después de la aparición de Il paesaggio come teatro, se publica Écoumène. Introduction à l’étude des milieux humains (2000), del geógrafo francés Berque, A.. A pesar de que esta obra gira en torno a los conceptos de “ecúmene” y “medio humano”, esta obra es sin duda un episodio capital de la teoría paisajística contemporánea, en la cual se expone con gran profundidad la idea del paisaje como impronta y matriz, así como la continuidad esencial que existe entre ambos dominios.

En su teoría de la ecúmene y de los medios humanos, Berque parte explícitamente de la insuficiencia de la dualidad sujeto-objeto:

“Frente a ellos [los medios humanos] no estamos como la sustancia pensante (res cogitans) de Descartes ante la sustancia extensa (res extensa), sobre la cual se proyectaría unilateralmente su actividad, psíquica en primera instancia y, en consecuencia, física por un acto de voluntad. Nosotros participamos ontológicamente de esta relación, como participan en ella las cosas de nuestro medio; lo que significa que nuestro ser y el suyo se superponen e incluso se identifican en una cierta medida. Por tanto tenemos con las cosas una relación bastante más compleja y más “fluida” que la simplista dualidad sujeto/objeto”. (BERQUE, A. 2000, 90).

El desarrollo esta idea comienza por un argumento de índole ontológica: el mundo que nos rodea tiene una naturaleza esencialmente trayectiva, esto es, relacional y dinámica. Cualquier objeto u hecho está inserto en un haz complejo de relaciones que lo constituyen. Berque prosigue su argumentación planteando que el ser humano también forma parte de ese tejido relacional, pero de un modo específico, que consiste en la “trayección de nuestra corporeidad en las cosas de nuestro medio” (BERQUE, A. 2000, 98), de forma que “esas cosas devienen tan necesarias como nuestro propio cuerpo por el hecho de “haber instaurado con ellas, por el gesto y la palabra, un comercio que las ha investido de nuestra humanidad”. Este despliegue tiene su contrapartida en un repliegue del mundo sobre nuestro cuerpo que se opera a través del símbolo. Mientras que la técnica es una exteriorización, que prolonga nuestra corporeidad fuera de nuestro cuerpo, el símbolo opera como una interiorización “que repatría el mundo en el seno de nuestro cuerpo”.

Por tanto, del mismo modo que para Turri, para Berque existe una continuidad esencial entre la acción y la percepción, formando ambos la trayección propia de lo humano:

“la trayección es ese doble proceso de proyección técnica y de introyección simbólica. Es el vaivén, la pulsación existencial, que (…) hace que el mundo nos importe. Nos importa carnalmente, puesto que ha surgido de nuestra carne bajo la forma de técnicas y vuelve allí bajo la forma de símbolos. Es por ello por lo que somos humanos, por lo que existe la ecúmene, y es por ello que el mundo tiene sentido” (BERQUE, A., 2000, 129).

Desde estas premisas, Berque desarrolla la idea de “los motivos de la ecúmene” (BERQUE, A. 2000, 147-153), que le permite explicitar que los medios humanos, y la ecúmene en general, son a la vez impronta y matriz de la existencia humana. Su posición en este punto puede sintetizarse como sigue: en todo medio humano se definen un conjunto de vínculos “que permiten a las diversas sociedades comprender la realidad de las cosas”, es decir, interpretar el entorno en el que viven y establecer con él interacciones y vínculos. Es en este contexto cuando se explicita la doble condición de impronta y matriz de los motivos de la ecúmene y, por tanto, de los medios humanos:

“De manera general los motivos de la ecúmene llevan la impronta de los sistemas técnicos de la humanidad; (…) Pero al mismo tiempo, son la parte simbólica, la que nosotros no vemos pero que, repatriando el mundo en nosotros mismos, altera nuestro cuerpo animal a través de los signos. En este sentido, los motivos de la ecúmene son matrices de nuestra sensibilidad, así como, a su través, de nuestro comportamiento” (BERQUE, A., 2000, 149; cursiva del autor).

El 2000, año de aparición de “Ecoumène…” es también el momento de aparición del Convenio Europeo del Paisaje o Convenio de Florencia3, comentado e interpretado desde 2007 por las Orientaciones para la aplicación del Convenio Europeo del Paisaje. En ambos documentos el tema del paisaje es tratado como una cuestión de alcance político, que al afectar a la calidad de vida y la identidad cultural de las sociedades europeas, hace necesaria una implicación activa por parte de la sociedad y los poderes públicos. Por otra parte, es importante destacar que el Convenio Europeo del Paisaje ha sido un factor decisivo en la consolidación y difusión del término “paisaje” para designar los medios humanos o marcos vitales como matriz e impronta. Téngase en cuenta, por ejemplo, que Berque apenas usa el término paisaje, mientras que Turri lo sitúa en un lugar central. Esta situación de dispersión terminológica se ha aminorado gracias al mencionado Convenio.

A pesar de no ser una aportación académica, la definición de paisaje que allí puede encontrarse supone un enriquecimiento de los horizontes de la teoría paisajística contemporánea: “(1) cualquier parte del territorio tal como es percibida por la población, (2) cuyo carácter es el resultado de las interrelaciones entre factores naturales y/o humanos” (Convenio Europeo del Paisaje, artículo 1)

La concepción contemporánea del paisaje está claramente presente en la definición: la primera parte (1) nos muestra el paisaje como matriz territorial que genera unas determinadas simbolizaciones y percepciones. La segunda nos sitúa ante la otra faceta del paisaje: se trata de una impronta, una exterioridad que nos rodea. Sin embargo, esta definición aporta un elemento nuevo de gran interés: nos presenta la interpretación como elemento consustancial a lo paisajístico. Ese es el segundo sentido que cabe dar a la segunda parte de la definición, tomada en su conjunto (2). El carácter aparece aquí como un orden inteligible y descifrable, que es resultado de un conjunto de procesos y causas. El término carácter nos sitúa ante la inteligibilidad del paisaje en tanto que impronta y, por tanto, ante la cuestión de su comunicabilidad: el paisaje es un orden inteligible, lo cual implica que sus claves explicativas pueden ser interpretadas y, por tanto, transmitidas a través del lenguaje.

En este punto, es necesario reseñar un planteamiento, que, partiendo de la idea antes expuesta del paisaje como matriz e impronta, introduce un nuevo componente en la misma: la transmisión de sentido a través del tiempo. Ese es el alcance que tienen los planteamientos del arqueólogo francés Gérard Chouquer en torno a la Arqueogeografía, a través de los cuales los planteamientos que se vienen exponiendo incorporan una dimensión temporal y dinámica. Para este autor la ecúmene no puede ser entendida como una colección de objetos que puedan aislarse: aquello en un momento dado es proyecto, se convierte luego en herencia que influye en la formulación de un nuevo proyecto. Es decir, el paisaje, en tanto que impronta, es luego susceptible de ser interiorizado, total o parcialmente, lo cual implica, evidentemente transmisión de sentido a través del tiempo:

“Propongo un nuevo objetivo para la historia de la ecúmene: considerar que el lugar de los “objetos” varía y que la historia de la ecúmene es la investigación de los procesos y de las movilidades de los proyectos, objetos, sujetos y formas. En efecto, un proyecto de una sociedad antigua dada cambia de lugar en el tiempo y deviene, en una época ulterior, un elemento sujeto (herencia, riesgo, reto, potencial desconocido, condicionante con el cual hará falta contar). Así pues el antiguo proyecto interviene en el modo en el que nosotros realizamos un nuevo proyecto. En esta óptica integro las representaciones con la producción de las dinámicas y no las separo de los hechos materiales (…)” (CHOUQUER, G., 2003, 21).

Esta conciencia de la complejidad de la historia de la ecúmene lleva a una concepción dinámica de la transmisión y la transformación, convirtiéndose estos en conceptos que también deben ser problematizados para no perder de vista la complejidad real que implican:

El paradigma es el de una transmisión del hecho mismo de la transformación y de una transformación que actúa, interactúa y que es ella misma actuada. Sugiero crear los términos más dinámicos de “transformisión” (transformación y transmisión) y de “transformacción” (transformación y acción) para traducir la riqueza de contenido de esos procesos evolutivos complejos. (CHOUQUER, G., 2003, 21).

En definitiva, la Arqueogeografía de Chouquer completa y complementa los planteamientos de la teoría paisajística contemporánea y se adentra en la cuestión de la transmisión de formas y significados. Si relacionamos su planteamiento con los que se vienen exponiendo, puede decirse que su principal aportación radica en poner de manifiesto que la condición simultánea de matriz e impronta, propia del paisaje, es un fenómeno móvil y dinámico, en el que se opera una transmisión de sentido a través del tiempo. Y no menos importante: en Chouquer aflora de forma nítida lo que en Turri o Berque permanecía en estado latente: la circularidad entre el paisaje como matriz de nuestra sensibilidad y de nuestro comportamiento y el paisaje como impronta de ambos. Dicho de otro modo: existe una retroalimentación continua entre el paisaje como impronta y el paisaje como matriz, lo cual, de nuevo, implica una transmisión de sentido a través del tiempo. No se trata sólo de una incidencia de la mirada sobre la acción, sino que, además, cualquier impronta de la acción territorial pasa, tarde o temprano, a formar parte del dominio de la percepción y la acción, incidiendo en una nueva impronta, y así sucesivamente.

Más recientemente ZOIDO, F. (2012) ha mostrado la gran riqueza de manifestaciones propia de lo paisajístico, riqueza que puede asociarse sin dificultar a su carácter simultáneo de matriz e impronta, interioridad y exterioridad. Si bien este geógrafo español no usa de forma explícita el término, puede decirse que estamos ante una “fenomenología de lo paisajístico” que comienza por la conciencia de la dimensión espacial de la existencia, la cual se manifiesta, por ejemplo, en el acto de nombrar lugares. Esta conciencia primaria de la espacialidad constituye, para este autor, el punto de partida y fundamento para la noción de paisaje.

Una segunda manifestación de esta fenomenología de lo paisajístico es la capacidad de asombro ante lo que nos rodea, la cual implica “una reacción que va más allá del ‘estoy aquí’, percibe lo extraordinario, inicia la reflexión estética, e incluso la acción a causa de su intensidad y gran capacidad de sugestión” (ZOIDO NARANJO, F., 2012, s/p). La contemplación y sublimación de la naturaleza constituye una tercera manifestación. Implica una actitud serena y complacida vinculada a la trascendencia, no necesariamente religiosa.

La propia interpretación paisajística es considerada por este autor otra manifestación de lo paisajístico, si bien dentro de una más amplia voluntad de describir, representar, comprender y explicar el mundo exterior, que incluye otras manifestaciones, tales como la pintura o la literatura, en tanto que manifestaciones artísticas capaces de proporcionar una comprensión y explicación holística de un determinado lugar. Estas manifestaciones aportan la capacidad de valorar un paisaje:

Está primero en la conciencia del mundo y en el asombro ante lo exterior de los humanos, se enriquece con las aportaciones que crea la visión artística de la naturaleza y los lugares, y llega a la ciencia que, por una parte la desmenuza y analiza, contribuyendo poderosamente a explicar, prevenir y reproducir causas y procesos, pero sin renunciar a la comprensión de conjunto, a la captación del ‘carácter’ que hace distinto un paisaje de otro (ZOIDO NARANJO, F., 2012, s/p).

Finalmente, Zoido hace referencia al propósito de dar forma y ordenar el paisaje, a través de un diálogo capaz de armonizar el cambio con la continuidad de los elementos esenciales de los paisajes. En este punto, el autor postula tres postulados básicos en los que ha de manifestarse esta capacidad de armonización y diálogo: la necesidad de conocimiento del medio natural o base física del territorio; la búsqueda de una funcionalidad integrada de todos los elementos territoriales; y la búsqueda de la calidad escénica del conjunto, utilizando determinados hechos y formas para expresar valores culturales, identitarios o simbólicos.

2.2. Una práctica emergente: la interpretación paisajística

Como se ha dicho al principio del presente artículo, la interpretación paisajística contemporánea se caracteriza por dos notas esenciales: la combinación entre la perspectiva holística y el interés por transmitir lingüísticamente la complejidad, por hacerla inteligible y comunicable más allá del ámbito estrictamente académico. Junto a ello, es destacable el hecho de que se trata de una práctica de carácter transdisciplinar, que, al estar vinculada con la política de protección, gestión y ordenación del paisaje, se configura como un saber estratégico, orientado a la acción, pero que conserva su índole integradora y holística.

Para identificar las variantes que adopta la interpretación paisajística contemporánea, una vía especialmente idónea es apoyarse en el Convenio Europeo del Paisaje. En la medida en que este documento internacional establece las líneas maestras a seguir por la política de paisaje, resulta un marco de referencia útil para una clasificación de las modalidades que adopta la interpretación paisajística contemporánea. Al distinguir entre identificación, caracterización y cualificación, el mencionado Convenio proporciona un criterio de clasificación que permite un acercamiento general a las modalidades que aquélla adopta. La identificación consiste en designar y delimitar un determinado paisaje a partir de una serie de rasgos generales que justifican su consideración diferenciada. Suele basarse en información geográfica de base, a partir de cuya superposición e integración se hace posible el reconocimiento de patrones y estructuras, lo cual permite la delimitación de áreas cuyo carácter se considera similar. Existen, sin embargo, otras vías para reconocer patrones que permitan la identificación de paisajes diferenciados. Así, por ejemplo, el Atlas de los Paisajes de España usa otra metodología, más basada en el reconocimiento directo de los paisajes. En cualquier caso, y con independencia de la metodología empleada, no puede obviarse que, en última instancia, la identificación de un determinado paisaje es una operación interpretativa, en la que se alcanza un elevado grado de abstracción y síntesis de la realidad paisajística.

Un ejemplo de esta modalidad de interpretación paisajística está constituido por el Mapa de los Paisajes de Andalucía, que, utilizando como punto de partida el sistema de información de la Consejería de Medio Ambiente, plantea una identificación de los paisajes andaluces a tres niveles:

• Categorías paisajísticas (sierras, campiñas, vegas, maris­mas, litoral y altiplano), que responden a grandes conjuntos de morfología y usos del suelo.

• Áreas Paisajísticas, que suponen una subdivisión (en 21 áreas) de las categorías y que identifican combinaciones peculiares entre improntas morfológicas, cubiertas vegeta­les y modos de utilización del territorio.

• En el nivel inferior, el mapa incluye 85 ámbitos paisajísti­cos, definidos a partir de criterios de observación (homo­geneidad de texturas y estructuras), a los que se han unido aspectos socioculturales y de organización administrativa. De esta forma estos ámbitos representan realidades físico-culturales sintetizadas en un topónimo que expresa y trans­mite su peculiaridad e individualidad.

La caracterización consiste, ante todo, en la descripción de los rasgos de aquellos paisajes que han sido reconocidos como diferenciados y delimitados como tales, pudiéndose abordar también la explicación de las causas de esa configuración. Se trata, evidentemente, de una práctica de larga tradición en la Geografía. La novedad no radica en la práctica en sí de esta modalidad de interpretación, sino en el hecho de que se desarrolle en un nuevo contexto, definido por la relevancia de la comunicación y por la necesidad de establecer marcos de referencia útiles para la intervención pública.

Un ejemplo de caracterización del paisaje con una orientación netamente descriptiva podemos encontrarlo en el Atlas de los Paisajes de España. En el capítulo 4 de la obra (“Ejemplos de Paisajes de España”) se incluye, para una selección de paisajes españoles, una ficha que incluye cinco secciones: “La organización del paisaje”, “Dinámica del paisaje”, “Percepción visual del paisaje”, “Los valores ecológicos, culturales y perceptuales” e “Imagen cultural del paisaje”. Los tres primeros responden plenamente a las pautas propias de la caracterización, al combinar la identificación y descripción detallada de rasgos del paisaje actual con la explicación de sus causas, tanto naturales como históricas, o relacionadas con las condiciones de visibilidad.

Un solo ejemplo basta para ilustrar esta orientación netamente descriptiva. Así, en la ficha 22.05, dedicada a la Axarquía malagueña, se incluye una descripción pormenorizada de la pauta que siguen los asentamientos en el interior de esta comarca andaluza:

“Una seña de identidad del paisaje de la Axarquía es la existencia, en el interior montañoso, de un sistema de asentamientos de raíces moriscas organizado en torno a una constelación de pequeños pueblos concentrados, ubicados en tres tipos de emplazamiento de diverso significado paisajístico. Una alineación de pueblos blancos (Alcaucín, Canillas de Aceituno, Canillas de Albaida, Sedella, Salares, Cómpeta y Frigiliana) marca el contacto entre los impermeables materiales esquistosos y las sierras calizas de Tejeda y Almijara, abasteciéndose de las fuentes que allí manan y constituyendo un patrón de paisaje inconfundible y coherente con el medio. Otros pueblos se disponen en la parte superior o en las laderas de los lomazos y espigones que, desde las altas sierras, descienden al mar, como Arenas y Sayalonga; y otros, los menos, son de fondo de valle, como Archez o Algarrobo. Entre los pueblos, el blanco moteado de los paseros con sus instalaciones anexas para el secado de la uva, constituyen otro elemento esencial del paisaje construido. Pequeñas cortijadas y unas pocas pedanías completan el panorama edificatorio tradicional, al que se ha unido en los últimos tiempos, en algunas áreas, un creciente diseminado de segunda residencia con presencia importante de turismo europeo” (MATA OLMO, R. y SANZ HERRÁIZ, C. 2004, 494)

En otros casos la caracterización adopta la forma de una descripción explicativa en la que los rasgos descritos son objeto también de una explicación de su origen y de los procesos que explican su presencia. Así, en el Catàleg de Paisatge Terres de Lleida, se encuentra la siguiente descripción explicativa, centrada en el mismo tema, una determinada pauta de asentamiento:

“Diversas áreas de las Terres de Lleida, fundamentalmente aquellas que se encuentran en las zonas de transición hacia las sierras exteriores, presentan diversos núcleos que ocupan oteros (…) adaptados a la topografía. En torno suyo, en los valles más marcados, aparecen núcleos de poblamiento organizados físicamente en estructuras lineales, siguiendo claramente los cursos fluviales. (…)

El paisaje urbano emerge como un mosaico de formas, líneas, texturas, colores y percepciones derivados del proceso de construcción del territorio a lo largo de la historia. A pesar de algunos precedentes notables, la reconquista medieval representa el momento clave en la fijación de la red de asentamientos de las Terres de Lleida. En efecto, la dialéctica entre la voluntad de repoblar el territorio y la de garantizar su defensa determina, en un territorio mayormente llano, la fijación de la red de asentamientos en los puntos elevados del territorio: cerros testigo y vertientes de los valles más marcados” (Catàleg de paisatge de les Terres de Lleida, 80).

En cuanto a la llamada cualificación o valoración paisajística, implica un tipo de interpretación diferente. Se trata sobre todo de leer el paisaje actual como un escenario portador de valores que merecen ser preservados, gestionados y transmitidos hacia el futuro. Dichos valores son el resultado de interpretar de forma sintética los modos de diálogo e interacción entre sociedad y medio que se ha desarrollado en el paisaje en cuestión. Ello incluye desde la formación de marcos culturales complejos hasta la representación literaria y artística, pasando por los discursos locales. Estos marcos de referencia han de ser abordados como portadores de significados a través de lo cuales se revela la significación profunda que un determinado paisaje ha ido teniendo para el ser humano.

La dificultad de esta modalidad de interpretación está en el origen de que, a diferencia de los otros dos que se han reseñado, la cualificación haya alcanzado un menor grado de desarrollo. De este modo, es realmente difícil encontrar ejemplos que realmente sean encuadrables en esta rúbrica. Baste señalar, por ejemplo, que los catálogos de paisaje de Cataluña no la señalan como una fase diferenciada4. Esto no quiere decir, sin embargo, que, en la práctica estos documentos no tengan contenidos de cualificación. Así, por ejemplo, en el ya citado Catàleg de Paisatge Terres de Lleida, el bloque 3, dedicado a presentar una “síntesis de los principales rasgos paisajísticos del ámbito” tiene claramente esta orientación. A dichos rasgos paisajísticos, denominados singularidades, “se les atribuye una gran cantidad de valores paisajísticos (estéticos, sociales, naturales, históricos…) y son los que dotan de identidad y simbolismo a los paisajes de Terres de Lleida, siendo, además, los más valorados por la población”. De este modo, puede decirse que esta parte del Catálogo se orienta claramente a la cualificación, identificado y describiendo, como singularidades del paisaje de Terres de Lleida, los siguientes elementos del paisaje:

• “Fondos escénicos e hitos

• Oteros

• Paisajes fluviales

• Zonas esteparias

• Cultivos de olivo, almendro y viña

• Regadíos

• Huerta

• Construcciones defensivas

• Núcleos encaramados y alineados en valles

• Niebla”

(Catàleg de paisatge de les Terres de Lleida, 90)

Señalemos, por último, que, en el caso de la cualificación, la dimensión comunicativa puede llegar a adquirir una especial relevancia. Así queda patente, por ejemplo, en un documento italiano, el Atlante ricognitivo dei caratteri strutturali dei caratteri struturali del paesaggio della Toscana. Este documento, elaborado como apoyo al Piano paesagistico della Toscana es entendido como un instrumento para comunicar, divulgar y compartir la interpretación del paisaje con el conjunto de la sociedad de esta región italiana. Ello explica el hecho de que se haya privilegiado la documentación visual como modo de representar la complejidad del paisaje, si bien van acompañadas por descripciones e interpretaciones hechas, de forma preferente, en un lenguaje no técnico. De este modo el Atlante ricognitivo… “es el instrumento a través del cual se ha comenzado a construir el conjunto compartido de contenidos identitarios del paisaje toscano” (GANDOLFI, c., 2009, 175), con la participación del gobierno regional, las provincias y los municipios.

2.3. Dos vías para comprender la articulación entre teoría e interpretación del paisaje

A la hora de abordar la cuestión de los nexos y vínculos entre teoría e interpretación del paisaje, nos encontramos con serias dificultades. Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que los desarrollos teóricos reseñados anteriormente, preocupados sobre todo por cuestiones de alcance filosófico y por acotar el campo de lo paisajístico, apenas prestan atención a cuestiones relacionadas con la interpretación paisajística. En cuanto a las interpretaciones paisajísticas, teniendo en cuenta el carácter estratégico y operativo que revisten, resulta lógico que no hagan incursiones en el campo de la reflexión teórica sobre el paisaje, más allá de que aparezcan, en los documentos correspondientes, algunas referencias genéricas a la definición del Convenio Europeo del Paisaje.

Existe, sin embargo, un camino que puede proporcionar claves fundamentales para articular teoría e interpretación paisajística. Consiste en centrar la atención en aquellos episodios y corrientes que, en la Geografía o fuera de ella, han abordado cuestiones cercanas o incluso análogas a la que aquí nos ocupa, tales como las implicaciones ontológicas de la práctica de la interpretación, o los nexos entre el paisaje como medio humano y la transmisión de sentido a través de la interpretación. El hecho de que, en el pasado, estas cuestiones se hayan planteado, bien en la Filosofía, bien en la Geografía, proporciona elementos muy valiosos para articular una respuesta sólida a la cuestión planteada al inicio del presente artículo y que ahora puede expresarse en términos más precisos: ¿cuáles son los nexos entre la concepción del paisaje como matriz e impronta y la práctica de la interpretación paisajística?.

En este sentido, cabe plantear, al menos, dos ámbitos cuya exploración puede resultar fructífera: 1. La hermenéutica filosófica, especialmente en los términos planteados por el pensador alemán Hans-Georg Gadamer (1900-2002). En concreto, se mostrará cómo esta corriente filosófica, una de las más influyentes de las últimas décadas, ha centrado su atención en las implicaciones ontológicas de la interpretación, poniendo de manifiesto el nexo indisoluble entre reflexión ontológica y reflexión sobre la naturaleza de la interpretación; 2. Junto a ello se explorarán también los conceptos fundamentales de un episodio de la historia del pensamiento geográfico, el Tableau de la Géographie de la France (1903). Los conceptos contenidos en esta obra del geógrafo francés Paul Vidal de la Blache (1845-1918) proporciona elementos muy valiosos para entender cómo la concepción del paisaje como matriz e impronta tiene implicaciones hermenéuticas de gran alcance, de forma que la interpretación, la transmisión de sentido, está estrechamente vinculada a este entendimiento del paisaje.

Esta exploración ha de proporcionar claves fundamentales para plantear, al final del artículo, una visión hermenéutica del paisaje, en la cual se articulen e imbriquen el concepto contemporáneo de paisaje, como matriz e impronta, con las cuestiones asociadas a la práctica de la interpretación paisajística.

3. De la Interpretación Humanística a la Ontología: Líneas fundamentales de la Hermenéutica Filosófica

3.1. Un hito de la filosofía contemporánea

El desarrollo de filosofías de la interpretación que abren nuevos caminos a la reflexión ontológica es una de las líneas maestras del panorama filosófico de las últimas décadas, e incluye episodios tan diversos como el “giro lingüístico” del segundo Heidegger, la crítica de las ideologías de Habermas, el pensamiento de Ricoeur, la deconstrucción derridiana o las posiciones posmodernas de Rorty o Vattimo, que cuestionan la posibilidad de una adecuación entre el lenguaje y la realidad (GRONDIN, J., 2008, 148). En este contexto, la hermenéutica filosófica de Hans-Georg Gadamer y sus discípulos se caracteriza por su insistencia en aquellos vínculos ontológicos con el mundo que permiten al ser humano trascender en alguna medida su condición finita y limitada. Para Gadamer la historia, el lenguaje y la verdad han de ser entendidos como vínculos de esa naturaleza, que definen el territorio de la propia condición humana. En este sentido, puede decirse que la filosofía de Gadamer complementa y completa la de Heidegger, para quien la existencia humana se define por el “estado de arrojado”, por una alteridad radical y constitutiva respecto al mundo. Gadamer parte de esta idea y la asume, pero va más allá, mostrando como la historia, el lenguaje y la experiencia de la verdad (a través de la obra de arte o de la propia experiencia hermenéutica) permiten trascender ese “estado de arrojado”.

Sin embargo, este proceso de “desbordamiento filosófico” de la práctica de la interpretación viene de lejos. En el tránsito de los siglos XVIII a XIX comienza, en el ámbito cultural alemán un proceso por el cual la reflexión hermenéutica empieza a desbordar el ámbito tradicional de esta práctica, que se ceñía a los problemas suscitados por pasajes oscuros en textos de gran relevancia pero lejanos en el tiempo. De este modo, en Friedrich Schleiermacher comienza a perfilarse la hermenéutica como un arte de la comprensión en general, de cualquier expresión escrita o hablada. A lo largo del siglo XIX los filólogos e historiadores de la llamada “Escuela Histórica” van perfilando una teoría de la comprensión como modo de conocimiento propio de las humanidades. Este devenir intelectual culmina en Dilthey, W. (1833-1911), que persiguió toda su vida la fundamentación del saber humanístico y que en ese empeño elabora un pensamiento propiamente filosófico que se adentra en el terreno de la ontología de la finitud propio del siglo XX y, especialmente, de las últimas décadas

Con posterioridad a Dilthey acaece un episodio filosófico de gran relevancia, en los cuales se observa una ruptura con la tradición hermenéutica del siglo XIX: la “destrucción” de la metafísica por Martin Heidegger en El Ser y el Tiempo. Se trata de una “transformación hermenéutica de la fenomenología” (RODRÍGUEZ, R., 1997), en el que las consideraciones hermenéuticas toman un sesgo ontológico, totalmente desligado de las preocupaciones que habían caracterizado la etapa anterior. Por eso cabe hablar de ruptura más que de continuidad: se opera un salto brusco de le reflexión sobre las condiciones de la comprensión en las disciplinas humanísticas al terreno de la naturaleza de la existencia humana.

Después de la 2ª Guerra Mundial, Hans-Georg Gadamer, discípulo de Heidegger, fusiona la herencia fenomenológica y heideggeriana con la de la hermenéutica del siglo XIX, desarrollando una hermenéutica filosófica, que, sometiendo a aquélla a una revisión en profundidad, constituye la culminación del mencionado proceso de desbordamiento filosófico. Así, en Verdad y Método (1960) y en otros muchos escritos, Gadamer supera las aporías e insuficiencias de los autores del siglo XIX, para llegar a una filosofía relativa a la naturaleza de la historia, el lenguaje y la verdad, y configurar de este modo una de las más influyentes “ontologías de la finitud” entre las desarrolladas en las últimas décadas.

3.2. El concepto de eficacia histórica5

A lo largo de sus principales obras, especialmente Verdad y Método, publicada por vez primera en 1960, Gadamer irá desplegando su hermenéutica filosófica, en torno a tres temas, historia, lenguaje y verdad que quedan subsumidos en un concepto englobante, el de “eficacia histórica”. Para entender el significado y alcance de este concepto, es necesario tener en cuenta que, en la construcción de esta hermenéutica filosófica, tiene un gran peso otro pensador alemán, con el cual Gadamer establecerá un duelo de gigantes: nos referimos Dilthey, cuya obra puede considerarse la culminación de la tradición hermenéutica alemana del siglo XIX. Sus ideas sobre la “conciencia histórica” serán el detonante y el catalizador que llevará a Gadamer a articular su propio pensamiento. Por ello, se trata de una relación ambivalente: Gadamer critica severamente las ideas hermenéuticas de su antecesor, pero, al tiempo, su pensamiento supone que se reanude y se culmine el proyecto intelectual de aquél, orientado a fundamentar el saber humanístico en la hermenéutica. En definitiva, Gadamer es incomprensible sin Dilthey.

La crítica de Gadamer se dirige sobre todo a la concepción diltheyana según la cual lo histórico podía concebirse como un objeto que puede ser aprehendido gracias a la adquisición de la “conciencia histórica”:

“Puesto que poseemos una conciencia del condicionamiento histórico, nosotros, a diferencia de épocas anteriores, somos capaces de elevarnos sobre ella [la historia] y de conocerla objetivamente, es decir, a partir de su contexto histórico” (cit. en GRONDIN, J., 2003, 148)

Ante esta idea reacciona Gadamer, planteando, en Verdad y Método que no existe un horizonte del pasado “en sí”, separado netamente del presente y objeto de nuestra conciencia histórica, sino que todo intérprete forma parte de la historia y se inserta en una corriente de transmisión que le sobrepasa y que le incluye. A esto llamará Gadamer “eficacia histórica”, concepto con el cual se hace referencia, en primera instancia, a la existencia de un vínculo de pertenencia mutua entre nosotros y la historia. Como expresa Grondin, J.: “esta pertenencia transcurre en dos direcciones: nosotros pertenecemos a la historia y la ‘eficacia histórica’, pero también la historia nos pertenece a nosotros, porque la historia es leída, entendida y apropiada siempre a partir del presente (…)” (GRONDIN, J., 2003, 157-158).

Pero lo que se transmite de este modo no es un mero legado o tradición cultural. Para Gadamer la experiencia de la verdad es consustancial a la eficacia histórica ¿En qué sentido? Para Gadamer, “verdad” es una experiencia propiamente lingüística de ampliación o ensanchamiento de la experiencia del mundo, por la cual se alcanza un nuevo horizonte de sentido al que antes no teníamos acceso. Es en esa experiencia donde se sitúa el mismo fundamento de la eficacia histórica, en tanto que transmisión de sentido a través del tiempo.

Por tanto, la eficacia histórica tiene una dimensión lingüística insoslayable. Como señala Grondin, J. (2003, 189) “en la lingüisticidad verá ahora Gadamer la dimensión más universal de esa pertenencia obrada por la eficacia histórica”. Es decir, la eficacia histórica implica una pertenencia no solo a la historia, sino también y, sobre todo, al lenguaje. Dicho de otro modo, la pertenencia a la historia es una faceta de la pertenencia al lenguaje y, a la inversa, la pertenencia al lenguaje es la consecuencia ultima de la pertenencia a la historia.

Esa es la razón por la cual las argumentaciones sobre la naturaleza del lenguaje recuerdan de forma inevitable a las relativas a la eficacia histórica. El lenguaje no es una mera herramienta a nuestra disposición, sino que somos “obrados” por el lenguaje y a él pertenecemos:

“Partimos de la base de que en la acepción lingüística de la experiencia del mundo no se calcula o se mide lo dado, sino que se deja hablar a lo que es tal y como se muestra a los hombres, como ente y como significante. Es aquí, y no en el ideal metodológico de la construcción racional que domina a la moderna ciencia natural matemática, donde podrá reconocerse el género de comprensión que se ejerce en las ciencias del espíritu (…) Igual que toman la palabra las cosas (…) también la tradición, que llega hasta nosotros, debe acceder de nuevo al lenguaje en nuestra comprensión e interpretación de ella. La lingüisticidad de este tomar la palabra es la misma que la de la experiencia del mundo en general. Es esto lo que ha llevado a nuestro análisis del fenómeno hermenéutico finalmente a la explicación de la relación entre lenguaje y mundo” (GADAMER, H.G., 2003, 546-547).

Es decir, en la experiencia lingüística del mundo, no se construye la realidad a través de teorías o de lenguajes formalizados. El lenguaje natural no es controlable, no es una mera herramienta, sino un acontecimiento, en el que algo se revela, pero también algo se oculta. Este “acontecimiento lingüístico”, de rango ontológico, define la experiencia de la verdad propia de la condición finita del ser humano:

“Nuestra reflexión ha estado guiada por la idea de que el lenguaje es un centro en el que se reúnen el yo y el mundo, o mejor, en el que ambos aparecen en su unidad originaria (…) En todos los casos que hemos analizado, tanto en el lenguaje de la conversación como en el de la poesía y en el de la interpretación, se ha hecho patente la estructura especulativa del lenguaje, que consiste no en ser copia de algo que está dado con fijeza, sino en un acceder al lenguaje en el que se anuncia un todo de sentido. Esto nos había acercado a la dialéctica antigua porque tampoco en ella se daba una actividad metodológica del sujeto, sino un hacer de la cosa misma, hacer que el pensamiento ‘padece’. Este hacer de la cosa misma es el verdadero movimiento especulativo que capta al hablante” (GADAMER, H.G., 2003, 567).

3.3. La práctica de la interpretación

Como muestran sobradamente las historias de la hermenéutica (FERRARIS 2000, GRONDIN 2002b), la necesidad de un “arte de la interpretación” ha surgido, en la cultura occidental, siempre que surge una alteridad o distancia que dificulta el acceso a aquellos núcleos de sentido capaces de generar eficacia histórica. Es decir, la hermenéutica, en sentido estricto, se diferencia de la acción de interpretar en general en que no se trata de cualquier sentido, sino de aquellos que ofrecen “respuestas históricas o existenciales a sujetos y comunidades” (FERRARIS, M., 2000, 11).

Esa es la razón por la que la hermenéutica, durante siglos, fue una actividad de mediación lingüística centrada en los textos canónicos de una determinada cultura: la Ilíada en la antigua Grecia, los textos bíblicos en la cultura occidental, los textos clásicos de la tradición literaria y filosófica. Interpretar estos textos salvando la distancia temporal y cultural que nos separa de ellos no era -ni sigue siendo- una actividad meramente erudita, pues ha implicado insertarse en la eficacia histórica de unos determinados núcleos de sentido de alcance ontológico y existencial, capaces de generar actitudes éticas fundamentales.

En este contexto, la hermenéutica filosófica ha supuesto un salto cualitativo en el entendimiento de la práctica interpretativa, al mostrar cómo la interpretación es, fundamentalmente, el motor de toda eficacia histórica. A este respecto, los planteamientos de Gadamer, expuestos principalmente en Verdad y Método, muestran como determinados textos canónicos, obras de arte o el propio devenir histórico generan su propia eficacia histórica, al ser capaces de proporcionar respuestas históricas o existenciales. Gadamer hace continuamente referencia a la filología y la historia, y, en obras posteriores a Verdad y Método, hace incursiones en la interpretación de la obra de arte. Siguiendo su estela, pueden distinguirse dos modalidades básicas de eficacia histórica, la de la obra de arte y el texto canónico, por un lado, y la propia del devenir histórico, por otro: 1. La eficacia histórica define el estatuto ontológico de los textos canónicos y de las obras de arte. El núcleo de sentido que transmiten, al ser interiorizado, es capaz de operar como matriz que configura nuestros valores o nuestra experiencia del mundo. En otras palabras, interpretar e interiorizar textos canónicos u obras de arte implica “pertenecer” a unos u otras. Pero, al mismo tiempo, cuando transmitimos su sentido desde nuestro contexto histórico y cultural, estamos dejando nuestra propia impronta en ese mismo núcleo de sentido, una impronta que se transmite en el presente pero que también puede incidir en las generaciones futuras; 2. Desde el concepto de eficacia histórica es también posible entender la naturaleza del devenir histórico. Este es también una matriz que transmite un sentido que nos constituye, pues todo presente es resultado y producto de un pasado. Cada uno de nosotros, se configura, sea o no consciente de ello, en heredero, depositario e intérprete de un determinado devenir histórico, incluso cuando éste nos parezca rechazable o cuestionable. Pero, al mismo tiempo, cada uno de nosotros, individual o colectivamente, es agente activo de ese mismo devenir, en el cual dejamos la impronta de nuestras obras y actividades, impronta que será parte de la matriz histórica que constituya a las generaciones futuras.

Este es, en definitiva, el contexto de la práctica de la interpretación en el contexto de las humanidades, práctica a la que Gadamer denomina “fusión de horizontes”. Se trata de una capacidad humana que permite mediar entre un sentido transmitido y el horizonte histórico y cultural del intérprete. Es siempre un acto de la razón y una experiencia de la verdad, por el cual un determinado sentido es actualizado y reformulado. En definitiva, la interpretación no es una mera recepción pasiva y acrítica sino una relectura desde el horizonte cultural e histórico del intérprete,

Por otra parte, Gadamer insiste en el alcance ontológico de esta experiencia. La fusión de horizontes desborda el ámbito de las humanidades para devenir “el rendimiento genuino del lenguaje” (GADAMER, H.G., 2003, 456). De este modo, la interpretación que opera en ese contexto constituye un caso específico de una experiencia de alcance más general: la experiencia del lenguaje. Por tanto, para Gadamer no existe discontinuidad o desconexión entre el nivel ontológico y el nivel de la práctica interpretativa: ambos son manifestaciones de la eficacia histórica y de su alcance ontológico.

4. Solar y fisonomía en el Tableau de la Géographie de La France

4.1. Una obra de síntesis y confluencia

El Tableau de la Géographie de la France, publicado por vez primera en 1903, ha sido valorado y estudiado recientemente como un episodio de la historia del pensamiento geográfico caracterizado por una concepción hermenéutica del saber (CABALLERO SÁNCHEZ, J.V, 2012) Sin embargo, esa configuración no surge en el vacío, sino que hunde sus raíces en Humboldt, Ritter, y en algunos historiadores, tales como Jules Michelet. A pesar de que en el momento de su primera edición (1903) son otras las concepciones geográficas que más influyen, notoriamente el evolucionismo, esta obra recogería, sintetiza y unifica la herencia hermenéutica de la etapa inicial de la Geografía Moderna. Es decir, el Tableau vidaliano puede considerarse una hermenéutica del paisaje que se funda en hermenéuticas anteriores, las cuales crean las condiciones intelectuales que la hacen posible, a la vez que confluyen y se fusionan en ella.

A este respecto, cabe reseñar, en primer lugar, los Cuadros de la Naturaleza de Humboldt: Se trata de un episodio que sienta las bases de una hermenéutica de la naturaleza, cuyo influjo cultural se extiende por todo el siglo XIX y parte del XX (ORTEGA CANTERO, N. 2002). Algunos rasgos de la obra están presentes en el Tableau de la Géographie de la France de forma muy acentuada: 1. La marcada preocupación de Humboldt por las interacciones, por “la comprobación de la acción común de todas las fuerzas”, tal como se dice en el prólogo de la primera edición de la obra, de 1808 (cit en Puig Samper y Rebok 2003: 26). En ese mismo prólogo se dice que “este placer [de la contemplación directa de la naturaleza] aumenta con la comprensión de las relaciones internas de las fuerzas naturales (ibid.: 27, cursiva nuestra); 2. La consideración de la experiencia estética como una experiencia con un valor cognitivo, al mismo nivel que la comprensión antes citada, y necesaria también para alcanzarla. De ahí que, como han puesto de relieve diversas investigaciones, pueda hablarse de una integración de arte y ciencia (ORTEGA CANTERO, N, 2004); 3. la concepción del viajero como mediador entre el lector individual y los lugares visitados por Humboldt. Es este un papel mediador que permite salvar la alteridad entre el individuo y el mundo en el que vive,

Estas páginas están dedicadas preferentemente a las almas melancólicas. El que quiera huir de la tormentosa ola vital” me seguirá de buena gana a las profundidades de los bosques, a través de la inmensidad de las estepas y a las altas cumbres de la cordillera de los Andes (prólogo de la primera edición de los Cuadros de la Naturaleza, (PUIG SAMPER y REBOK 2003, 26).

La segunda corriente hermenéutica que converge en el Tableau vidaliano es la impulsada por aquellos geógrafos e historiadores preocupados por la cuestión de la geograficidad de la historia, es decir, por el modo en el que la historia universal o la historia de pueblos concretos es inseparable de los marcos geográficos en los que se desarrolla. Se trata de un tema que une a dos autores de perfiles tan distintos como el geógrafo alemán Carl Ritter y el historiador francés Jules Michelet.

En el caso de Ritter, lo sustancial de sus ideas es bien conocido (CAPEL, H. 1981, CLAVAL, P. 1987): preocupación por las formas y estructuras espaciales, concepción teleológica de la historia y también del espacio geográfico, como marco en el que se desarrolla aquélla, y de la cual no puede separarse. Los lugares, con independencia de su escala, son concebidos como un marco espaciotemporal en el que interaccionan historia y marco geográfico, en el marco de la historia universal. Esto dota a cada lugar de un sentido a comprender y transmitir lingüísticamente, a través del saber geográfico.

En un sentido similar cabe interpretar el Tableau de la France de Michelet. Preocupado por las condiciones geográficas de la historia de Francia publica en 1833 esta obra, en cuyo título se inspira claramente el Tableau de la Géographie de la France. A diferencia de Ritter, a Michelet no le preocupa el sentido de los lugares en el marco de la historia universal, sino el sentido transmitido de un determinado lugar, aquel en el que se ha desarrollado la historia de Francia:

“El alma de un pueblo debe convertirse en el punto central de un organismo; hace falta que se asiente en un lugar, (...) que se armonice con una determinada naturaleza, como diríamos de las siete colinas para esta pequeña Roma (…), que para nuestra Francia son el mar y el Rhin, los Alpes y los Pirineos; ésas son nuestras siete colinas” (cit. en BESSE, J.M., 2000, 235).

Este será también el punto de partida del Tableau de la Géographie de la France, que comienza de este modo:

“La historia de un pueblo es inseparable del territorio que habita. No podemos representarnos al pueblo griego de otro modo que en torno a los mares helénicos, al inglés de otro modo que en su isla, al americano de otro modo que en los vastos espacios de los Estados Unidos. Como ello es también así para el pueblo cuya historia se ha incorporado al solar de Francia, eso es lo que se buscado explicar en estas páginas” (VIDAL DE LA BLACHE, P., Tableau de la Géographie de la France, ed. facsímil de 1979, traducción propia).

4.2. El concepto de solar y sus implicaciones hermenéuticas

Como se ha mostrado antes (ver supra, 2.1), desde finales de los años 90 se ha ido formando un corpus teórico en torno al paisaje concebido como matriz e impronta del ser humano. Pero sería un error pensar que estamos ante un concepto enteramente nuevo. Uno de los antecedentes más destacados que puede encontrarse de la concepción contemporánea es el Tableau de la Géographie de la France, y, más específicamente, el prólogo de la obra, en el que, a través sobre todo del concepto de solar (sol) se plantea una visión de gran afinidad con la concepción contemporánea del paisaje como matriz e impronta.

En el segundo párrafo del prólogo queda patente esta afinidad: (1) Las relaciones entre el solar y el hombre están impresas, en Francia, de un carácter original de antigüedad, de continuidad. (2) Desde muy pronto los asentamientos humanos parecen haberse fijado; (3) el hombre se ha quedado porque ha encontrado, con los medios de subsistencia, los materiales de sus construcciones y de sus industrias. (4) Durante largos siglos ha llevado así una vida local, que se ha impregnado lentamente de las esencias de la tierra. (5) Una adaptación se ha operado, gracias a hábitos trasmitidos y mantenidos en los lugares donde habían nacido. (6) Hay un hecho que frecuentemente se puede observar en nuestro país, y es que los habitantes se han sucedido desde tiempo inmemorial en los mismos lugares. (7) Los niveles de manantiales, las rocas calizas propicias para la construcción y para la defensa, han sido desde el principio focos de atracción, que posteriormente no se han abandonado. (8) Vemos, en Loches, el castillo de los Valois levantarse sobre restos romanos, que a su vez coronan la roca de toba perforada por grutas, que pudieron ser viviendas primitivas.

El solar aparece aquí, simultáneamente, como la matriz cultural de los grupos humanos (frases 1 a 5), y, simultáneamente, como la impronta que deja esa matriz cultural (frases 5 a 7). A este respecto, resulta especialmente elocuente la metáfora para expresar el carácter de matriz: la cultura territorial (vie locale) “se ha impregnado lentamente de los jugos de la tierra”. Esa vida local, transmitida a través del tiempo, da como resultado una continuidad en el asentamiento, con lo cual se pasa, de forma casi imperceptible del solar como matriz al solar como impronta.

En primer lugar, es patente en este párrafo que las culturas territoriales que se suceden en un solar son episodios que, a pesar de eventuales variaciones, mantienen un hilo conductor. La referencia a que la vida local “se ha ido impregnando lentamente de los jugos de la tierra” evoca también la idea de continuidad y estabilidad en la interacción entre los grupos humanos y su solar. Es decir, el solar, en tanto que matriz cultural mantiene una estabilidad básica. Esa estabilidad básica deja una impronta, ejemplificada en este caso en la continuidad de los lugares de asentamiento.

Pero esa continuidad sólo es posible si existe transmisión cultural a través del tiempo (Una adaptación se ha operado, gracias a hábitos trasmitidos y mantenidos en los lugares donde habían nacido, cursiva nuestra). ¿Que se nos está diciendo? Que la experiencia de las generaciones anteriores ha sido asimilada, re-pensada y re-interpretada. Es patente que estamos ante una de las formas que adopta la eficacia histórica: el devenir histórico. El hecho de que esa transmisión de experiencia se haya caracterizado por la continuidad explica la propia continuidad del solar como impronta, puesta de manifiesto entre las frases 5 y 7.

De este modo, tenemos el solar como matriz e impronta, y una vida local caracterizada, en el caso francés, por la eficacia histórica. Ahora bien ¿estamos ante un caso concreto o ante algo intrínseco al concepto de solar? Si nos atenemos al primer párrafo, citado al final de 4.1, tenemos la respuesta. Este texto, indudablemente influido por planteamientos esencialistas y nacionalistas ya superados, tiene un gran interés, pues permite comprender el estrecho vínculo entre solar y eficacia histórica. No es posible entender al pueblo francés al margen del solar francés, pero igual que ocurre con el inglés, el americano o el griego, o cualquier otro. Cada uno de estos pueblos, al estar asentado en un determinado solar, establece unas determinadas relaciones con él, un bagaje de experiencia que es transmitido a través del tiempo, siendo repensado y reinterpretado continuamente.

Como se ha dicho, hoy este planteamiento está ampliamente superado, pero lo relevante es el hecho de que, en ese momento lejano en el tiempo, se planteara un concepto como el de solar, de gran afinidad con el concepto contemporáneo de paisaje, y que dicho concepto se vincule estrechamente con una transmisión de la experiencia a través del tiempo claramente asimilable a la eficacia histórica. Ésta se configura como un rasgo esencial y constitutivo del solar, desde el cual se entiende plenamente su doble condición de matriz e impronta.

La afinidad entre el concepto de solar del Tableau de la Géographie de la France y el concepto contemporáneo de paisaje, cabe preguntarse: ¿Es esta modalidad de eficacia histórica un hecho inherente al paisaje, tal como se entiende en la actualidad? A este respecto, cabe recordar el proceso que ha seguido la teoría paisajística contemporánea: Turri, Berque y Zoido, así como el Convenio Europeo del Paisaje, desarrollan la concepción del paisaje como matriz e impronta y muestran la conexión entre ambas dimensiones: así, por ejemplo, en Turri, la mirada “dirige “la acción y en Berque, la impronta de la acción humana “es repatriada” como símbolo. Poco después Chouquer introduce una dimensión temporal en estos planteamientos, explicitando lo que permanecía implícito: la eficacia histórica propia del devenir histórico se revela como la consecuencia directa del entendimiento del paisaje como matriz e impronta.

Teniendo esto en cuenta, cabe decir que el concepto de eficacia histórica resulta especialmente idóneo para dar cuenta del estatuto ontológico del paisaje, tal como se ha concebido en los últimos años en la teoría paisajística. Se trata de la eficacia histórica propia del devenir histórico. Haciendo una lectura hermenéutica de los planteamientos de Chouquer antes reseñados, ello puede plantearse en los siguientes términos: en cada momento o etapa, los grupos humanos tienen la capacidad de operar una fusión entre dos horizontes: el horizonte que se les transmite, y que incluye un determinado paisaje y unas determinadas pautas culturales que han heredado, y el horizonte propio, que incluye un determinado escenario económico, social y tecnológico, así como unas expectativas socialmente compartidas. Esa síntesis genera unas actitudes y pautas culturales, una cultura territorial en definitiva, así como una impronta, que será de nuevo repensada y reinterpretada. Si este proceso no se interrumpe, el paisaje cambiará, pero a la vez mantendrá una continuidad básica.

4.3. El concepto de “fisonomía” y sus implicaciones hermenéuticas

Las implicaciones hermenéuticas del prólogo del Tableau vidaliano no acaban ahí. Tiene también una gran importancia el párrafo final, centrado en el concepto de “fisonomía” (physionomie) y que reza como sigue:

“(1) He intentado hacer revivir, en la parte descriptiva de este trabajo, una fisonomía que me ha parecido variada, amable, acogedora. (2) Me gustaría haber conseguido plasmar algo de las impresiones que he sentido al recorrer en todas las direcciones este territorio profundamente humanizado pero no envilecido por las obras de la civilización. (3) Sentimos ante él una llamada a la reflexión, pero es al espectáculo ya risueño, ya imponente de estos campos, estos montes y estos mares donde somos devueltos sin cesar como a una fuente de causas” (VIDAL DE LA BLACHE, P., 1979, traducción propia).

En este párrafo se asiste a un cambio de registro. La frase 1 pone de manifiesto que, gracias a la experiencia de recorrer un determinado solar, éste deviene una matriz que apela a nuestra sensibilidad y comienza a revelarnos la physionomie, es decir, el sentido complejo que crea y transmite todo solar. En la frase 2 Vidal muestra como la continuidad inherente al solar de Francia ha creado una determinada impronta capaz de transmitir las actitudes y comportamientos que la han ido conformando. Esos valores éticos han quedado impresos en el paisaje, de forma que la experiencia del paisaje es también la puerta de acceso a los mismos.

En estas dos primeras frases emerge también una cuestión clave: Vidal nos dice que su función es la de un mediador, entre una fisonomía que transmite tanto sensaciones como un sentido definido y un público lector, que abarca el conjunto de la ciudadanía de la IIIª República. Se trata de que el lector experimente y reviva, hasta donde sea posible, las mismas sensaciones y la misma experiencia de comprensión que él mismo ha tenido6. Ello implica, lógicamente, situarse en un registro lingüístico determinado, que no es otro que el lenguaje natural; más específicamente, como ya puso de manifiesto Jules Sion en los años 30, Vidal usará las experiencias paisajísticas de los propios lectores. Ello por una razón hermenéutica: son esas experiencias, inscritas en su memoria, las que al propio lector le servirán de puente con lo que ha sentido y experimentado el propio intérprete.

La frase 3 da un paso más. Si la experiencia del paisaje transmite un sentido, aunque sea primario y no elaborado, esa misma experiencia ha de ser la vía para una comprensión integrada del sentido complejo que constituye la fisonomía. La experiencia sensorial se presenta como puerta de entrada a ese sentido, hecho de interacciones complejas y de encadenamientos causales, como ya quedaba de manifiesto en su artículo sobre las divisiones territoriales del territorio francés, publicado 15 años antes del Tableau (1888-1889). De este modo es posible pasar del ámbito de la comprensión primaria del sentido a través de la experiencia sensorial al ámbito de de las relaciones complejas y los encadenamientos causales, que han de ser desvelados y expresados lingüísticamente.

En definitiva, mientras que las dos primeras frases plantean la cuestión de la physionomie como experiencia portadora de un núcleo de sentido, la frase final plantea la cuestión de la interpretación como herramienta cognoscitiva esencial de la obra. La physionomie es finalmente una totalidad que nos sale al paso a través de la experiencia sensorial, de forma que ésta puede ser objeto de descripción explicativa a través de la cual se vehiculen las relaciones que conforman dicha totalidad. En términos hermenéuticos, physionomie es el sentido complejo del que es portador todo paisaje y que sale al paso del intérprete, a través de la experiencia del paisaje, obligándole a una mediación lingüística, a lo que Gadamer llama “fusión de horizontes”.

Pero lo más relevante es que lo que se plantea en este párrafo constituye un importante antecedente de la interpretación paisajística contemporánea. En ésta, al igual que en el prólogo que venimos comentando, se trata de captar y transmitir un núcleo de sentido formado por un conjunto complejo de relaciones e interacciones que requiere de una aproximación holística y de su transmisión a través del lenguaje natural.

Esto tiene importantes implicaciones hermenéuticas. Si tanto en el Tableau vidaliano como en la interpretación paisajística contemporánea todo paisaje es portador de un núcleo de sentido que puede ser interpretado, estamos ante una consideración similar a la que recibe un texto canónico o una obra de arte. En esas situaciones el intérprete ha de ser capaz de captar u sentido, profundizar en él y ser capaz de transmitirlo lingüísticamente. Pero ya se ha planteado que la obra de arte y el texto canónico tienen un especial estatuto ontológico: la eficacia histórica, o, para ser más exactos, una variante de eficacia histórica que consiste en la continua reinterpretación de un núcleo de sentido, de forma que cualquier comprensión o transmisión de éste se integra automáticamente en una tradición interpretativa y creativa.

Sin embargo, como ya quedó de manifiesto en el epígrafe 2.1, esta dimensión de la eficacia histórica del paisaje no ha sido plenamente incorporada a la teoría paisajística contemporánea. Antes bien, su presencia e importancia se ha hecho notar a través del desarrollo de la interpretación paisajística. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el término carácter, incluido en la definición del Convenio Europeo del Paisaje, viene a ser un equivalente contemporáneo del concepto de physionomie. En ambos casos, se trata de un sentido complejo que ha de ser interpretado y comunicado, en definitiva, se trata del paisaje tal como es abordado desde la interpretación paisajística contemporánea. De este modo, se abre la puerta a una ampliación del concepto contemporáneo de paisaje. Esa ampliación supondría finalmente que el paisaje venga definido, finalmente por una doble eficacia histórica: la propia del devenir histórico y la propia de la obra de arte y el texto canónico.

4.4. La articulación entre teoría e interpretación del paisaje

El anterior diálogo con el prólogo del Tableau vidaliano nos permite llegar a las siguientes conclusiones: la eficacia histórica, en sus dos variantes, define el estatuto ontológico del paisaje, unificando los desarrollos teóricos y los interpretativos. En el paisaje se reúnen la eficacia histórica del devenir histórico y la del texto canónico y la obra de arte. De este modo, queda claro en qué consiste la articulación entre teoría e interpretación del paisaje: cada uno de estos dos ámbitos representa a una de las modalidades de eficacia histórica inherentes al paisaje. La teoría contemporánea se ha centrado de forma prioritaria en la eficacia histórica propia del devenir histórico, mientras que los desarrollos interpretativos han hecho emerger que también es propia del paisaje la eficacia histórica propia de la obra de arte y el texto canónico.

Pero esto es solo el primer paso. Es necesario avanzar y extraer consecuencias de lo que se acaba de plantear. Es decir, cabe dar un paso más y abordar con más detalle las implicaciones del concepto de eficacia histórica para un entendimiento integral del ámbito de lo paisajístico. Si el concepto de eficacia histórica da cuenta de forma satisfactoria del estatuto ontológico del paisaje y de la propia interpretación paisajística, es necesario desarrollar, al menos en términos generales, una visión hermenéutica de ambas cuestiones. A ello se dedica el siguiente epígrafe.

5. Una visión hermenéutica del paisaje y de la interpretación paisajística

5.1. La doble eficacia histórica del paisaje

Todo paisaje es susceptible de haber acogido o acoger culturas territoriales, es decir, marcos culturales en los que, a partir de una representación compartida del paisaje, se generan actitudes y comportamientos basados en la interacción y el diálogo. En esta modalidad de eficacia histórica se crea y transmite sentido por tres vías: cualquier marco cultural de esta índole presupone una interpretación socialmente compartida; esos marcos culturales dejan o han dejando una determinada impronta., la cual es interpretada por marcos culturales posteriores; finalmente, hay que reseñar una tercera vía de transmisión de sentido: la impronta antes mencionada puede ser percibida y experimentada en el paisaje actual, a pesar de la posible distancia en el tiempo. Es decir, se convierte en portadora de un significado integrable en una interpretación contemporánea, capaz de tender un puente entre un marco cultural vigente o extinto y el propio intérprete y su contexto histórico y cultural.

Junto a ello, en todo paisaje se genera lo que puede denominarse tradición interpretativa y creativa, formada por representaciones literarias pictóricas, fotográficas o cinematográficas; por los discursos locales presentes y pasados, y por las interpretaciones propiamente científicas orientadas a proporcionar una visión holística de un paisaje dado. Esta eficacia histórica opera de un modo similar a la tradición interpretativa y creativa que se desarrolla en torno a determinadas obras de arte y textos canónicos, capaces de proporcionar “una respuesta histórica y existencial a sujetos y comunidades” (FERRARIS, M., 2000, 11). Piénsese, por ejemplo, en la multitud de representaciones artísticas de índole diversa y en las interpretaciones que se han desarrollado a en torno a El Quijote de Cervantes o el Hamlet de Shakespeare.

Esta faceta de la eficacia histórica del paisaje se fundamenta en tres modos de transmisión de sentido: la experiencia de sentido del creador o intérprete del paisaje, que queda impresa en su obra con más o menos fuerza; la experiencia de sentido de quienes, de forma compartida interiorizan esas creaciones e interpretaciones. Es decir, ciertas manifestaciones de la tradición interpretativa y creativa de un paisaje pueden conectar con el ámbito de las representaciones o interpretaciones socialmente compartidas, y convertirse en un elemento que las consolida; finalmente, pero no menos importante, hay que reseñar la transmisión de sentido que experimenta un intérprete en su proceso de interpretación, y para el cual las representaciones de un paisaje tienen una función orientadora de primera importancia (ver infra, 5.2)

Se trata por tanto de una doble eficacia histórica, inherente y consustancial al paisaje. En todo paisaje confluyen y coexisten dos modos de creación y transmisión de sentido: la configuración de culturas territoriales, orientadas a la mediación e interacción entre los grupos humanos y su marco vital; y la tradición interpretativa y creativa inherente a todo paisaje, basada en la capacidad individual de captar holísticamente los atributos o cualidades, el sentido en definitiva, de un paisaje que se ha vivido, recorrido experimentado y conocido.

5.2. Los valores paisajísticos y su interpretación

De lo anterior se desprende que la recepción y transmisión de sentido constituye el motor de la eficacia histórica del paisaje, aquello que define su actividad. Este motor necesita de un combustible y este no es otro que el conjunto de valores paisajísticos presentes en un determinado ámbito territorial. En su sexta acepción, la palabra valor designa la “Fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos”, es decir, la palabra “valor” designa, entre otras cosas, el potencial o capacidad de algo para cumplir y realizar los fines que le son propios. En el caso del paisaje esto puede expresarse del modo siguiente: la eficacia histórica del paisaje “activa” (esto es, recibe y transmite) un determinado potencial que permanece latente. Dicho de otro modo: no existe eficacia histórica del paisaje sin un universo de significado o núcleo de sentido al cual cabe denominar valores paisajísticos, y aquélla no consiste en otra cosa que en la creación y transmisión de valores paisajísticos.

Los valores paisajísticos pueden ser interpretados. La transmisión de sentido que define la eficacia histórica del paisaje puede ser sintetizada, interpretada y transmitida a través de un proceso hermenéutico centrado en estos significados básicos o nucleares que definen un paisaje determinado. Ello se fundamenta en que la capacidad de comprensión, y, en definitiva, la hermenéutica, pertenece al ámbito de las artes liberales (GADAMER, H.G., 2005). Es el desarrollo y profundización de una determinada capacidad natural, la capacidad natural de comprensión e interpretación.

Una categorización útil de los significados que pueden ser identificados en un proceso de interpretación paisajística es la siguiente: los límites y umbrales, más o menos difusos, que, en relación con un paisaje, se van creando y reconociendo. Un ejemplo bien conocido es la consideración del puerto de Despeñaperros como umbral de Andalucía; los componentes, esto es, la diferenciación en partes que se va creando y reconociendo socialmente. (barrios en el caso de las ciudades, comarcas en el conjunto de un espacio regional…); las cualidades sensoriales que se han interpretado como propias de un paisaje. Baste citar la “luz velazqueña” atribuida repetidamente al paisaje de Madrid y sus alrededores; y los atributos o características fundamentales que se han ido creando y reconociendo, junto con la impronta que los define. En este sentido, pueden distinguirse dos grandes grupos: los atributos de tipo genérico, que implican una aprehensión holística y los más específicos, referidos a determinadas actividades o hechos de especial relevancia. Así, por ejemplo, en una reciente investigación relativa los valores paisajísticos de las Sierras del Estrecho (LÓPEZ GÓMEZ, C., 2011) aparecen ambos tipos de atributos: se trata de un ámbito definido, entre otras cosas, por su condición simultánea de nodo y frontera (atributo general) pero también es un “paisaje del viento” (atributo específico). Lo que define a unos y otros es el hecho de que han dejado una impronta y, por tanto, pueden ser leídos en el paisaje.

La interpretación paisajística es básicamente, una mediación entre la capacidad natural de un intérprete determinado, y los valores paisajísticos que se han transmitido a través de la doble eficacia histórica del paisaje. Es, en definitiva, una modalidad de fusión de horizontes y un hecho constitutivamente lingüístico. Implica tres tipos de mediaciones: la mediación entre la experiencia primaria que el intérprete tiene del paisaje y los valores paisajísticos transmitidos por la tradición interpretativa y creativa de ese mismo paisaje; la mediación entre la capacidad natural del intérprete de captar atributos genéricos y específicos de un paisaje determinado y las interacciones entre sociedad y medio que se han desplegado en un paisaje determinado. Dicho de otro modo, se trata de una mediación entre un observador o intérprete y las culturas territoriales que se han sucedido en un determinado paisaje; y la mediación entre la capacidad del intérprete de captar la complejidad y el conocimiento que de esa complejidad proporcionan tanto las diversas disciplinas científicas (ecología, geografía, etc) como diversos tipos de representaciones culturales, tales como la literatura de viajes, las obras geográficas del pasado, etc.

El objetivo principal de la interpretación paisajística es configurar una imagen holística del paisaje, poniendo en juego la capacidad natural de interpretar, de modo que esa imagen holística gire en torno a los valores transmitidos por la doble eficacia histórica del paisaje. Dicho de otro modo, se trata de comprender y transmitir lingüísticamente los valores del paisaje que el intérprete tiene ante sí.

Desde el mismo momento de su formulación, cualquier interpretación paisajística se incorpora automáticamente a la tradición interpretativa y creativa del paisaje en cuestión, como otro episodio más de la misma. Esto implica un vínculo de sentido, similar al que mantiene una ejecución de una partitura musical respecto a las anteriores ejecuciones de esa misma partitura, o similar al que mantiene la lectura de una obra literaria respecto a todas las lecturas que han acaecido de esa misma obra. Por otra parte, la tradición interpretativa y creativa de un paisaje tiene para el intérprete un valor inestimable, ya que opera como elemento de validación y de contraste respecto a su propio proceso interpretativo.

Junto a ello, cualquier interpretación paisajística tiene un indiscutible potencial de incidir en la cultura territorial o culturas territoriales que operan en un paisaje. Cualquier interpretación puede devenir representación socialmente compartida que incide en la cultura territorial. Ahora bien ¿cuáles son las vías por las que ello puede materializarse?

Una de esas vías puede denominarse “sensibilización”, si usamos la terminología del Convenio Europeo del Paisaje. No olvidemos que los destinatarios de una interpretación tienen la mima capacidad natural de interpretación que el propio intérprete. Para un intérprete el proceso de interpretación implica una ampliación de su experiencia lingüística en relación con un paisaje determinado, de modo que establece un vínculo lingüístico y ontológico con el paisaje interpretado. Al utilizar el lenguaje como medio, el intérprete no permanece “alejado” de aquello que interpreta sino que salva la alteridad o distancia que lo separa de él, creándose un vínculo entre ambos en el que la propia interpretación, como hecho lingüístico, opera como puente o nexo de unión. Ese vínculo es de sentido, pero también afectivo y ético, el paisaje interpretado pasa a formar parte de él y él del propio paisaje interpretado. Es decir, su propia actitud cambia, pasando de una actitud de distancia a una actitud de conocimiento e implicación. Eso mismo es aplicable al destinatario de la interpretación, por lo cual toda interpretación paisajística genuina crea un vínculo afectivo y ético entre quien recibe la interpretación y un paisaje que previamente le resultaba desconocido o poco conocido.

Respecto a la recepción de la interpretación, es preciso retener otra lección del Tableau de la Géographie de la France. En dicha obra, la experiencia sensorial o primaria de los paisajes es aprovechada para potenciar la interiorización de las interpretaciones que allí se plantean, es decir el núcleo de sentido propio de cada paisaje. Ello muestra el camino a seguir para que la interpretación paisajística contemporánea sea capaz de incidir en la formación de actitudes y comportamientos. De este modo, la experiencia sensorial del paisaje que puede tener y transmitir el intérprete tiene la máxima relevancia ética y política, pues es la vía más directa que tiene el intérprete para conectar con la capacidad natural de interpretación paisajística de los lectores, incidiendo así en sus actitudes y comportamientos.

Existe, sin embargo, otra vía por la que la interpretación paisajística puede incidir en las actitudes y comportamientos y, en definitiva, en la cultura territorial. Se trata de la formulación de escenarios prospectivos, lo que en el Convenio Europeo del Paisaje se denomina “objetivos de calidad paisajística”. Se definen allí como “la formulación, por parte de las autoridades públicas y competentes, de las aspiraciones de las poblaciones en lo que concierne a las características paisajísticas de su entorno” (artículo 1). Una primera lectura puede hacer pensar que se trata de un planteamiento poco realista, pues, en ciertos casos, las “aspiraciones” de las que aquí se habla pueden resultar perjudiciales para los valores paisajísticos. Pero la experiencia acumulada va mostrando el camino a seguir: la clave de esta vía está en la interacción entre interpretación paisajística y procesos de participación o concertación social, interacción que ha de desembocar finalmente en la formulación de un escenario prospectivo relativo a los valores paisajísticos que han de proyectarse hacia el futuro. Dicho de un modo más intuitivo: los procesos de participación social son una vía privilegiada para que la interpretación paisajística, los valores paisajísticos que a su través se transmiten, sean asumidos e interiorizados socialmente. En este contexto, los objetivos de calidad paisajística han de ser entendidos como la exteriorización de unos valores paisajísticos previamente interiorizados, que de ese modo se proyectan hacia el futuro prolongando su eficacia histórica.

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Notas

1. Centro de Estudios Paisaje y Territorio (Sevilla). juanv.caballero.ext@juntadeandalucia.es

2. Todos los autores reseñados en este epígrafe son geógrafos, excepto el arqueólogo francés Gérard Chouquer, que sin embargo, denomina Arqueogeografía a la disciplina que propone.

3. El Convenio Europeo del Paisaje o Convenio de Florencia es un documento internacional, promovido por el Consejo de Europa y puesto a al firma en 2000, con el que persigue formular un marco común de referencia para los países firmantes en relación con la política de paisaje.

4. En cuanto a los contenidos y opciones metodológicos de este instrumento, si bien se definen de forma genérica en la Ley 8/2005 (artículo 11) y el Decreto 343/2006 (artículo 5), el referente fundamental a tener en cuenta es la publicación Prototipus de catàleg de paisatge (2006), editada por el Observatorio de Paisaje de Cataluña. Se trata de un documento de orientación metodológica cuyo propósito principal es establecer una secuencia y estructura comunes para los catálogos de paisaje. La propuesta de mayor relevancia es la secuencia que se propone, que consta de cinco etapas:

5. “Eficacia histórica” es una de las posibles traducciones de “Wirkunggeschichte” (literalmente, historia que trabaja o historia efectual) La traducción aquí elegida es la usada en la edición española del libro de Jean Grondin, j., Introducción a Gadamer.

6. Esto ya lo entrevió en los años 30 del pasado siglo un discípulo de Vidal de la Blache, Jules Sion. En su artículo “l’art de la description chez Vidal de la Blache” planteaba que, al incorporar la experiencia del paisaje a sus descripciones geográficas, se conseguía conectar con la experiencia del paisaje de los propios lectores de la obra, con el ámbito de los recuerdos y sensaciones de su propio marco vital. El planteamiento de Sion implica que existe una experiencia estética asociada a la experiencia de habitar un determinado marco vital, y que, al conectar con esa experiencia estética ya interiorizada, Vidal de la Blache conseguía situar la physionomie en el ámbito de las vivencias paisajísticas de los lectores, y cabe interpretar que en ello reside la razón principal de la relevancia que adquiere la experiencia del viaje en el Tableau (TISSIER, J.L., 2000) y de la imagen paisajística (CABALLERO SÁNCHEZ, J.V., 2006)