Eduardo Hernández-Pacheco y el papel de la fotografía en sus representaciones del paisaje1
Eduardo Hernandez-Pacheco and the role of photography in his representations of landscape

Manuel Mollá Ruiz-Gómez2

Recibido: 05-12-12 | Aceptado: 30-12-12

Resumen

Eduardo Hernández-Pacheco, uno de los geólogos más notables del pasado siglo XX, tuvo un extraordinario interés por el concepto de paisaje, desarrollado en el artículo “El paisaje en general y las características del paisaje hispano”, publicado en 1934 en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Con una clara influencia de Alejandro de Humboldt, su visión del paisaje es naturalista. Esto no quiere decir que no aparezcan los seres humanos, con sus ganados, sus cultivos, sus monumentos del pasado, etc., siempre que conserven su carácter tradicional y su relación con el medio en el que se desarrollan. Junto a sus textos, sus fotografías de paisaje forman un legado fundamental para entender su concepción del paisaje y su peso en la historia del paisaje español del siglo XX. El presente artículo se plantea su estudio basado en una de sus obras fundamentales, Fisiografía del Solar Hispano, con especial énfasis en su visión del paisaje a través de la fotografía.

Palabras Clave: Paisaje natural, fotografía, Eduardo Hernández-Pacheco, Representación paisajista.

Abstract

Eduardo Hernandez-Pacheco, one of the most important Spanish geologists in the 20th Century, had a remarkable interest in the concept of landscape, and he wrote an interesting paper about it, “The Landscape in General and the Characteristics of Hispanic Landscape”, published in 1934 by the Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. With a clear influence of Alexander von Humboldt, he had a naturalistic view of the landscape. However, in the classification of landscape elements, Hernandez-Pacheco includes, as ancillary elements, to cattle, crops and buildings, provided that they had a traditional character and were consistent with the natural environment. Also his photographs are part of his legacy to understand his concept of the landscape and its importance in the history of the Spanish landscape along the 20th Century. This paper presents the study based on one of his major works, Fisiografía del Solar Hispano, with special emphasis on their view of the landscape through photography.

Key Words: Natural Landscape, Photography, Eduardo Hernandez-Pacheco, Landscape Representation.

Résumé

Eduardo Hernández-Pacheco, un des géologues les plus remarquables du XXe siècle, avait un intérêt particulier à la notion de paysage, développé dans l’article «L’ensemble du paysage et des caractéristiques du paysage hispanique”, publié en 1934 dans le Boletín de la Institución Libre de Enseñanza. Avec une nette influence d’Alexander von Humboldt, son point de vue est le paysage naturaliste. Cela ne signifie pas que les êtres humains ne semblent pas avec leur bétail, leurs cultures, leurs monuments du passé, et ainsi de suite. À condition qu’ils conservent leur caractère traditionnel et leur relation avec l’environnement dans lequel ils évoluent. Avec ses textes, ses photographies de paysages forment un héritage fondamental de comprendre leur conception du paysage et son importance dans l’histoire du paysage du XXe siècle espagnol. Cet article présent l’étude repose sur l’une de ses œuvres majeures, Fisiografía del Solar Hispano, avec un accent particulier sur leur vision du paysage à travers la photographie.

Mots-Clés: Paysage naturel, la photographie, Eduardo Hernandez-Pacheco, la représentation du paysage.

1. Introducción

En su artículo “La fotografía urbana en la geografía española”, publicado en 2007 en la revista Ería, Canosa, Carballo y Sáez escriben:

“La escasa reflexión teórica de la geografía española [se refieren a la fotografía], tantas veces lamentada, tiene en este aspecto concreto un reflejo radical. Sólo la fotografía aérea y las más modernas imágenes por satélite han merecido la atención pormenorizada de los geógrafos que han escrito sobre sus potencialidades para los estudios urbanos. En este sentido, Fernández García, F. (Introducción a la fotointerpretación, 2000) ha recogido las aplicaciones de la fotografía aérea en los estudios del paisaje, incluidos los urbanos, donde pone de manifiesto la importancia de esta práctica. En cambio, la tradicional fotografía terrestre, estrechamente unida al trabajo de campo y a la publicación de resultados, no ha merecido ninguna referencia específica. La bibliografía mencionada permite corroborar esa ausencia entre los especialistas en la ciudad. Incluso en el temprano e innovador curso, dirigido en 1987 por Troitiño (1988) sobre el análisis de los espacios urbanos, ni siquiera se menciona, ni colateralmente junto a otros recursos, este tipo de imágenes.”
(CANOSA, E. et al., 2007, 214).

En general, esta ausencia de la investigación sobre el papel de la fotografía afecta a todas las ramas de la Geografía.

Esta falta de atención por parte de la Geografía española tiene su contrapunto en la francesa, donde, sobre todo a través de la obra de Didier Mendibil, como señalan las autoras antes mencionadas, su desarrollo ha sido mucho mayor. Sin duda, los trabajos de Mendibil son una referencia fundamental en el análisis del paisaje a través de la fotografía, lo que se recoge, en cuanto al método, en el título de su trabajo de 2006. El contexto, el formato y la posición son la base que permite estudiar la iconografía geográfica y la intención de los autores. En estas ideas, se pretende analizar la imagen que del paisaje peninsular ofrece Eduardo Hernández-Pacheco en la extraordinaria colección de fotografías, autor él mismo de la inmensa mayoría de las más de setecientas imágenes con las que ilustra su gran obra Fisiografía del Solar Hispano.

1.1. El concepto del paisaje en Hernández-Pacheco

Si bien ya hay algunos autores que se han ocupado de analizar la visión paisajista de Eduardo Hernández-Pacheco (CASADO, S., 2000; MOLLÁ, M., 2009), no está de más recordar cuáles son las líneas maestras del pensamiento de este geólogo en lo que al concepto del paisaje se refiere, porque, entre otras cosas, establece la continuidad de una tradición que se inicia con la obra de Alexander von Humboldt. Para Hernández-Pacheco, el concepto de paisaje nace con Humboldt y sus Cuadros de la Naturaleza. En consecuencia, el paisaje en este autor se identifica con el paisaje natural, definido como “la manifestación sintética de las condiciones y circunstancias geológicas y fisiográficas que concurren en sus territorios. Según esto, el paisaje es la resultante del ambiente geográfico y del medio geológico” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 667). Ello no excluye la presencia de los seres humanos en lo que él define como “componentes accesorios del paisaje”, que formarían un tercer escalón, tras los componentes fundamentales del primer grupo y los complementarios del segundo, como veremos a continuación. Escribe Hernández-Pacheco:

“Al tercer grupo de elementos del paisaje les denominamos accesorios. Constituyen accidentes del paisaje distintos en su esencia de los componentes fundamentales del primer grupo, y de los complementarios del segundo. En general, corresponden al mundo zoológico, y especialmente al humano en su aspecto etnográfico. Todo lo que encaja en el dominio de la etnografía, en cuanto contribuye a componer un cuadro de la Naturaleza de un país, región o comarca, puede entrar en el grupo de los elementos accesorios, componentes del paisaje natural. Son como los detalles del cuadro, que le dan animación y vida” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 706).

En este contexto, la definición que ofrece el diccionario de la Real Academia Española, “una porción de terreno, considerada en su aspecto artístico”3, resulta insuficiente porque, según el autor, “la cuestión es mucho más compleja” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 666). Es evidente que ninguna de las otras dos definiciones que en la actualidad da el DRAE habría satisfecho a Hernández-Pacheco. La exclusiva valoración estética de un paisaje ofrece deducciones dispares en la apreciación de un mismo lugar. “Así por ejemplo, para una gran masa campesina no hay paisaje más ameno, bello y sugestivo, que una extensión llana de terreno, sin un árbol, ni un roquedo, pero ocupada totalmente por lozano y uniforme cultivo, mientras que a un espíritu libre de prejuicio y de la sugestión agrícola, un paisaje de boscaje en armónico concierto con el roquedo pintoresco, le produce la emoción estética que el otro observador no concibe” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 666).

La otra cuestión importante que se plantea Hernández-Pacheco al tratar de su definición de paisaje tiene que ver con el uso incorrecto de lo que, desde su perspectiva, hacen muchos geógrafos al confundir el paisaje geográfico con su objeto de estudio. Dice este autor:

“Modernamente, los geógrafos han denominado “paisaje geográfico” al aspecto que presenta un país, región o comarca en relación con sus características naturales y las introducidas por la acción humana, a veces con intensas modificaciones y transformaciones, en la superficie del Globo; acciones humanas que tienden al uniformismo, creando aspectos semejantes en países de características naturales diferentes, al introducir en ellos lo artificial, especialmente cultivos; perdiendo tales territorios gran parte de las características fundamentales de su naturaleza, destacando la uniformidad artificial, aun en países muy alejados en otras latitudes y continentes. Tales aspectos, mezcla de características naturales y artificiales, son muy estudiados y descritos por los geógrafos especialistas en Geografía humana, estableciendo diversos tipos y variedades de “paisajes geográficos” que más bien son “panoramas geográficos” de países, regiones y comarcas. Paisajes o panoramas geográficos en los que se establecen los tipos, clases y variedades, no tan sólo por las características fisiográficas del país, región o comarca, sino por las producidas por las acciones humanas, de índole agrícola, industrial o de otro orden, levantando grandes edificios fabriles con sus altas chimeneas humeantes, profusión de vías de comunicación y diversidad de obras de ingeniería; o, en el orden agrícola, las grandes extensiones uniformemente cultivadas, y surcadas de red de canales de regadío, en las cuales la Naturaleza, sojuzgada, ha perdido lo espontáneo y las únicas características patentes son artificialmente creadas por la modificadora acción humana” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 666).

Esta concepción naturalista del paisaje y de la acción demoledora de la actuación humana marca un límite muy claro en lo que Hernández-Pacheco entiende por paisaje natural y lo que, en general, según sus propias palabras, entienden los geógrafos por “paisaje geográfico”. La armonía entre naturaleza y acción humana debe presidir el paisaje, lo que lo vuelve único y definidor, como él mismo dice, de un país, una región o una comarca.

A mediados del siglo XIX, Henry David Thoreau hacía un duro alegato contra esa modificación destructora del paisaje natural. Es muy expresivo, en este sentido, lo que escribió en su ensayo Walking (su obra más popular en vida), muchas veces leído como conferencia entre 1851 y 1860, y publicado tras su muerte, en 1862, por la revista Atlantic Monthly. Dice Thoreau:

“En la actualidad, casi todas las llamadas mejoras del hombre, como la construcción de casas y la tala de bosques y de todos los árboles de gran tamaño, no hacen sino deformar el paisaje y volverlo cada vez más doméstico y vulgar. ¡Un pueblo que comenzase por quemar las cercas y dejar en pie el bosque…! He visto los cercados medio consumidos, perdidos sus restos en medio de la pradera, y un miserable profano ocupándose de sus lindes, con un topógrafo, mientras la gloria se manifestaba en su derredor y él no veía los ángeles yendo y viniendo, sino que se dedicaba a buscar el viejo hoyo de un poste en medio del paraíso. Volví a mirar, y lo vi de pie en medio de un tenebroso pantano, rodeado de diablos; y no hay duda de que había encontrado la linde, tres piedrecillas allí donde había estado hincada una estaca; y mirando más de cerca, vi que el Príncipe de las Tinieblas era el agrimensor” (THOREAU, H. D., 2010, 16).

En resumen, el paisaje natural de Eduardo Hernández-Pacheco queda compuestos por tres tipos de factores componentes (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 668):

• Fundamentales

a) Roquedo

b) Vegetación

• Complementarios

a) Nubosidad y luminosidad

b) Relieve del terreno

c) Masas acuosas

• Accesorios

a) Zoológicos y humanos

De acuerdo con las palabras de Hernández-Pacheco, antes recogidas, sobre los elementos accesorios, estos, a su vez, se dividen en4:

- Los animales silvestres y los ganados

- El hombre en su aspecto y carácter etnográfico

- Los cultivos típicos y característicos

- Las construcciones típicas y las ruinas

Conviene, antes de pasar a ver los paisajes naturales que definen y son característicos de la Península Ibérica, explicar brevemente cómo se compone la obra de Hernández-Pacheco utilizada para este trabajo, es decir, su Fisiografía del Solar Hispano. El primer volumen se compone de seis capítulos de lo que llamaríamos Geografía física, con uno preliminar dedicado a los conocimientos generales que en el momento había sobre la constitución de la Tierra, desde las capas que rodean al planeta hasta un amplio estudio litológico del mismo. Desde el segundo capítulo, el estudio se centra en lo que el autor denomina “solar hispano” y que se identifica con la Península. Este segundo capítulo, siguiendo el orden clásico de análisis y descripción, se dedica al relieve peninsular (Relieve hispano) en sus características orográficas y orogénicas y en el que el autor puede exponer su concepción del proceso formativo peninsular. El tercer capítulo, casi una continuación o un apéndice del anterior, se centra en la litología, dividiendo a la Península en sus tres grandes conjuntos: Hispania silícea, Hispania calcárea e Hispania arcillosa.

Los capítulos cuarto y quinto se refieren a las costas y a las aguas fluviales; especialmente extenso este último, “abarcando la descripción, no tan sólo a los cinco ríos caudales con sus afluentes, sino a los medianos y menores del solar hispano, reseñándose el proceso evolutivo fluvial; la edad geológica de su origen y formación, y las características geomorfológicas de los cauces principales y de los grupos de afluentes” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, VIII).

Este primer volumen termina con el estudio del Clima hispano, dejándose la vegetación, que sería la continuación lógica, para abrir el segundo volumen; un amplio capítulo de casi doscientas páginas.

Una vez conocida la naturaleza de la Península Ibérica, el autor se introduce en temas de lo que en el Preámbulo del segundo volumen se definen como de geografía humana y de índole económica, “abordando y tratando de resolver dos importantes temas que son: Uno, el de la distribución del solar hispano en regiones naturales. El otro tema, que ha sido y es muy discutido, y de apreciaciones varias en el transcurso de la Historia, es el pertinente a la riqueza natural de Hispania” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, IX-X).

Desde esta perspectiva, el capítulo dos se dedica a las regiones naturales de la Península y el tercero a la Riqueza natural de Hispania. Este último se complementa con el cuarto, que es un estudio comparativo de la riqueza peninsular con la riqueza natural de los países mediterráneos, con los que es posible establecer comparaciones, “pues se trata de factores homogéneos en tal respecto, por tener características naturales del mismo tipo, especialmente climatológicas. Se hace un estudio de la constitución general del Mediterráneo, de carácter geográfico y fisiográfico, como también de los países ribereños, incluyéndose en el examen el mar Negro, que forma en el conjunto geográfico atendiéndose principalmente a las características geológico-climatológicas, en contraste con las mesoeuropeas y con los desiertos asiáticos y africanos que circundan el mar Interior” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, X-XI).

El capítulo quinto, y último, tiene especial interés para el planteamiento del trabajo porque es en el que se aborda el estudio del concepto de paisaje y que amplía el artículo publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, en 1935, y que fue, un año antes, el discurso de apertura del curso 1934-1935 de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. La segunda parte de este último capítulo es la relativa a los paisajes naturales característicos de las regiones peninsulares.

2. La representación fotográfica del paisaje

El paisaje peninsular que presenta Hernández-Pacheco en su obra Fisiografía del Solar Hispano, es una perfecta constatación de cómo el autor integra fotografías y textos para ofrecer una imagen de los paisajes naturales, en todos sus factores, de manera armónica y como auténticos “cuadros de la naturaleza” en el sentido humboldtiano que el autor toma como modelo. Resulta muy interesante comprobar hasta qué punto la idea que preside el segundo volumen, el paisaje natural, se mantiene incluso en aquellos aspectos de geografía humana y económica. Por ejemplo, en el capítulo tercero, “Características económicas de la naturaleza hispana”, no se incluyen las actividades industriales, “las cuales no están fundamentadas únicamente en producciones naturales hispanas, sin en primeras materias, sea cualesquiera su procedencia” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, X). Así, la riqueza hispana se valora a partir de sus recursos o, como escribe Hernández-Pacheco, “la consideraremos en los cuatro aspectos principales, que son: riqueza mineral; riqueza marina, especialmente piscícola; riqueza vegetal en sus aspectos forestal y agrícola; riqueza pecuaria. Del conjunto de ellas, en relación con la extensión territorial y la densidad de población, resulta la consideración de la riqueza o pobreza natural del país, la cual ha sido y es muy discutida y apreciada muy desigualmente por lo que de ello se han ocupado” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 416).

De esta forma, las más de cuatrocientas fotografías del segundo volumen de la Fisiografía del Solar Hispano, van a mostrar un país estrechamente ligado al medio natural y a las actividades primarias, bien sean extractivas, bien del sector agrario.

2.1. La imagen de la riqueza peninsular

De acuerdo con los cuatro aspectos señalados por Hernández-Pacheco, el capítulo sobre la riqueza peninsular muestra una España vinculada exclusivamente al sector primario. Resulta interesante constatar que no siempre la introducción de cultivos foráneos, a pesar de lo que escribió Hernández-Pacheco al hablar de los panoramas geográficos, modifica, según este autor, las condiciones naturales del territorio. Dice así este autor:

“A veces, un cultivo nuevo o un cambio en la explotación de la ganadería produce gran resurgimiento económico en el país, sin que se hayan modificado en nada las características naturales, como ocurrió en Europa con la introducción del cultivo de la patata procedente de América. En toda la zona higrofita del Norte de España, el desarrollo intensivo del cultivo del maíz transformó por completo la economía rural de cultivos poco remuneradores, produciéndose en Portugal revolución agrícola favorable y el abandono de los tradicionales cultivos del mijo y del panizo. El descuaje del matorral de tojos y helechos y su conversión en prados, unido al mejoramiento de las razas vacunas en Galicia y en las serranías cantabroastúricas, acabaron por completar la transformación agropecuaria de regiones inadecuadas para el cultivo cerealístico y donde la ganadería lanar no prospera” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 417).

Algo semejante ocurre con algunas actividades extractivas, tan transformadoras del paisaje, en las que incluso se producen cambios en el cauce de los ríos (figura 1). Da la impresión de que en el concepto de paisaje de Hernández-Pacheco solamente quedan fuera de imagen las actividades industriales y su consecuencia, el desarrollo de la ciudad moderna, que son los dos aspectos que quedan fuera del impresionante trabajo realizado, también como fotógrafo, por Eduardo Hernández-Pacheco.

Por lo que se refiere a lo que antes mencionaba, al hablar del trabajo de investigación de Didier Mendibil, la fotografía no juega nunca un papel secundario en la Fisiografía del Solar Hispano. La imagen siempre está en su contexto y es una parte fundamental de la explicación, o, por decirlo de otra manera, es la otra parte de la explicación que ayuda a comprender lo que se escribe. Además, como se puede ver en la selección de fotografías que se incluyen en este artículo, los pies de foto5 procuran siempre tener un carácter suficientemente explicativo.

Figura 1. Cauce del Sil correspondiente a un amplio meandro con arenas auríferas, que quedó en seco por la obra romana del “Monte Furado” para explotación minera (provincia de Lugo)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 19486.

En cuanto a la composición se refiere, dominan las vistas amplias que abarcan espacios siempre entendibles. Ello no quiere decir que, cuando el objeto lo requiere, el objetivo se acerque o se aleje, rara vez con primeros planos y nunca demasiado alejados como para que el paisaje expuesto deje de entenderse en la totalidad, o casi, de sus elementos constitutivos.

La actividad minera española se puede leer, y ver, en una gran variedad de actividades y territorios más o menos transformados; algunos con carácter histórico y, otros muchos mostrando la actualidad de la actividad económica, por lo que se podría establecer una clasificación entre paisajes mineros históricos y actuales sin gran dificultad. Además de la figura 1, la número 2 muestra otra imagen de las transformaciones del paisaje por la actividad extractiva en época romana.

Conviene puntualizar que, aunque el autor de este trabajo introduce la palabra paisaje en ocasiones, en ningún caso aparece en los textos de Hernández-Pacheco, quien la reserva, como se podrá comprobar, para el capítulo quinto, cuando las fotografías respondan a los distintos paisajes por él seleccionados como representativos de distintas regiones o comarcas.

Figura 2. Crestón filoniano de cuarzo con mineral de cobre, explotado en época romana, en Cerro Muriano (Sierra de Córdoba)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1905.

La minería actual juega un papel central en este apartado de la obra de Hernández-Pacheco, y se puede resumir en el texto y la imagen que ofrece del caso de las minas de Almadén. Escribe este autor:

Mercurio.- Riqueza minera de extraordinaria importancia es la del azogue o mercurio de Almadén, que se presenta en estado de sulfuro, o sea cinabrio, que coloca a España en primer lugar entre todas las naciones productoras de este mineral para satisfacer las necesidades mundiales de mercurio por tiempo indefinido. Las minas de Almadén y de sus anejos fueron explotadas sin interrupción desde época romana, continuando en la época mahometana, en que se perfeccionaron los métodos metalúrgicos para la obtención del azogue; palabra de origen árabe. Como asimismo la de Almadén, o sea “la mina” y otras varias correspondientes a la metalurgia.

Las minas de Almadén (figura 3), explotadas directamente por el Estado, lo son actualmente en una longitud de unos 400 metros, comprendiendo tres filones de anchura de unos 10 metros, extendiéndose varios kilómetros” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 447).

Figura 3. Eras para meteorización del mineral de mercurio, en su metalurgia, Almadén (Ciudad Real)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E..

Uno de los pocos ejemplos de industria transformadoras que nos ofrece Hernández-Pacheco es la de la figura 4, en relación con la explotación del cinc en Asturias. Es una imagen muy interesante porque el plano está mucho más abierto y ofrece un paisaje mixto rural e industrial. Como contraste con esta imagen, la número 5, podría representar muy bien el caso contrario, es decir, la integración de la actividad minera en el paisaje, como un todo y sin que se produzcan, a la vista de lo mostrado, los fuertes contrastes que se ven habitualmente en las explotaciones mineras.

Para concluir con este apartado dedicado a los paisajes mineros españoles, en los que se podrían incluir fotos de escombreras, canteras, salinas, etc., una imagen que podría considerarse complementaria, porque no se refiere a ningún lugar de explotación, pero sí de embarque de mineral. El hierro se extrae en diferentes regiones españolas y la fotografía del puerto de Almería (figura 6) resume la importancia tradicional de esta actividad extractiva, destacando el hecho de que, además, es también un mineral que se exporta y que, en consecuencia, tiene un papel muy relevante a la hora de hablar de las riquezas mineras peninsulares. La historia de esta actividad se recoge, además, en dos grabados de los hermanos Laborde.

En conjunto, la lectura del apartado dedicado a las actividades extractivas muestra un país rico en minerales, y muy variado en cuanto a los tipos de explotación. Las imágenes tienen un gran valor, como todas en general, porque muestran la capacidad transformadora del territorio y, también de mucho interés, permitirían hacer un estudio comparativo y ver como han evolucionado esos lugares hasta el momento presente.

Figura 4. Factoría metalúrgica de Arnao (Asturias) para minerales, especialmente de cinc

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., IX-1954.

Figura 5. Mogote de ofita, en Gerri de la Sal, en la zona subpirenaica de la provincia de Lérida

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

Figura 6. Embarque de mineral de hierro, en Almería

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., IV-1955.

Cuando se pasa de la riqueza minera a la marina, vegetal (cultivos y explotación forestal) o ganadera, la imagen cambia radicalmente y se vuelve mucho más etnográfica y, en ocasiones, urbana, como en las vistas de algunos puertos. Aparecen los elementos históricos, sobre todo arqueológicos, reforzando la idea de que muchas de esas actividades, sobre todo las ganaderas, tienen una larga trayectoria en la historia peninsular. También hay que destacar el hecho de que en las páginas dedicadas a la riqueza vegetal hay mapas y gráficos, pero ni una sola fotografía que muestre un cultivo cerealístico, un olivar, un viñedo o una huerta de frutales, por señalar los más representativos y en los que tanto insiste en su texto el autor.

La figura 7 tiene un gran interés desde el punto de vista de su composición, mostrando en perspectiva barcos de pesca y el pueblo con su puerto al fondo. Una fotografía con un fuerte carácter pictórico y una profundidad muy conseguida gracias a la nitidez con la que se ven los barcos del primer plano y el paulatino difuminado de los demás elementos paisajísticos.

En un marcado contraste, en la figura 8 se ofrece la visión inversa. Ahora, domina la población, con unas gentes que caminan o están paradas, en primer término, y los barcos de pesca como telón de fondo, destacando siempre el carácter marino de la imagen y la fortaleza de la riqueza pesquera peninsular.

En conjunto, las fotos dedicadas a estos apartados de la riqueza peninsular tienen, o eso parece, unos encuadres mucho más buscados y con unas connotaciones estéticas que son mucho menos evidentes, aunque no estén exentas de ella algunas, las fotografías incluidas en las actividades extractivas. Para reforzar más esta idea del significado etnográfico de la pesca, incluye Hernández-Pacheco algunas fotografías de un tal Lozano, hechas incluso en el interior de algunos barcos de pesca, como la que muestra la lucha con los atunes en la almadraba de Sancti Petri o la perspectiva de uno de los barcos de la flota bacaladera, el “Cierzo”.

Como se señalaba en un párrafo anterior, la importancia de todas estas actividades queda de manifiesto en la historia que de todas ellas hace Hernández-Pacheco, remontándose en la mayoría de los casos a “tiempos remotos de la prehistoria” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 491).

Figura 7. Pareja de barcos de pesca en el puerto de Lastres (Asturias)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

La ausencia de fotografías sobre las riquezas vegetales se compensa con una excelente colección de imágenes ganaderas, tanto en lo que se refiere a ovejas, cabras y cerdos como al vacuno, con algunas fotos notables de planos muy cortos de algunos animales característicos de la cabaña peninsular. Sin embargo, creo que el mayor valor de esta colección de fotografías de la ganadería española tiene que ver con su carácter histórico. Por una parte, aparecen fotos que van desde las representaciones de los llamados “Toricos de Albarracín”, hasta los “Toros de Guisando”. Además, se introducen algunos de los elementos accesorios que avanzan lo que serán los paisajes naturales con un fuerte componente humanizado, como las figuras 9, 10 y 11. En la primera de ellas, además de incluir lo que el llama “las ruinas”, hace pensar en el pasado de una actividad que dio tanto poder a la Mesta y a la nobleza rural. No es posible juzgar la intención del Hernández-Pacheco fotógrafo, pero es indudable que la imagen hace pensar en ello. En las dos siguientes desaparecen los elementos fundamentales y complementarios del paisaje, lo que, como veremos más adelante, tiene una clara justificación. La tercera, por el contrario, vuelve a mostrar el campo, con un rebaño de ovejas en primer término, y un castillo como fondo.

Figura 8. Playa varadero de barcos de pesca en Nazaré, distrito de Leiria (Extremadura portuguesa)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., VIII-1935.

Figura 9. Ganado lanar sesteando junto al castillo de Maqueda (Toledo)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1931.

Figura 10. Escultura en granito, de época prehistórica,
en el atrio de la iglesia de Torralba de Oropesa (Toledo)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1955.

2.2. La representación fotográfica de los paisajes españoles

“El denso bosque y la zona de cumbres de las montañas altas fueron consideradas en el transcurso de la historia como parajes temerosos e inadecuados a la admiración estética; el bosque, asilo de facinerosos y de fieras; la alta montaña, paraje hórrido y repelente,, a lo que aluden denominaciones de “Montes malditos” de la cumbre de Los Alpes, y de la “Maladeta”, en el Pirineo. En el Libro de la Montería, escrito a mediados del siglo XIV, no se cita entre las especies venatorias, la cabra montés ni el rebeco, habitantes de la alta montaña, ni cazadero alguno en tales altitudes, a las que no les interesaba subir ni visitar.

“Todavía en el siglo pasado el pueblo madrileño no conocía el Guadarrama, sino de lejos; y a la nieve de sus picos la culpaban de dar a Madrid clima insano, con el “aire sutil que mata a un hombre y no apaga un candil”. La laguna de Peñalara, como la de Gredos, decían las comadres, eran de fondo insondable y, produciéndose en ellas un bramido sordo y prolongado, se originaban temibles tormentas; consejas absurdas respecto a parajes apacibles y deleitosos, donde todos los veranos, hacía muchos siglos, pastaban tranquilos rebaños trashumantes” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 664).

Con estas palabras comienza el capítulo quinto del segundo volumen de la Fisiografía del Solar Hispano, quizá el más interesante de los que componen los dos volúmenes, desde la perspectiva planteada para el análisis de la obra de Hernández-Pacheco como resumen de su concepto de paisaje geográfico, o, lo que sería lo mismo para él, de paisaje geográfico.

Figura 11. Cerdos en el mercado de La Alberca (Salamanca)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., VII-1921.

Como ya se ha dicho, en este capítulo hay una puesta al día del concepto que presentó veinte años antes. Pero, además, todos los factores que componen el paisaje natural, descompuestos a su vez en los factores más elementales (cinco para el roquedo; tres para la vegetación; uno para la nubosidad y la luminosidad; tres para el relieve del terreno; cinco para las masas acuosas; y los cuatro ya enumerados para los zoológicos y humanos) tienen aquí su expresión fotográfica, completados con los paisajes más representativos de la Península, agrupados en seis grandes regiones. A saber, paisajes del Norte peninsular; paisajes del Centro hispano; paisajes del Este peninsular; Paisajes del Oeste hispano, paisajes del Sur peninsular y paisajes de la España insular. Estas grandes regiones engloban, como ya se ha visto, indistintamente a paisajes españoles y portugueses.

Sería imposible traer a estas páginas una imagen de cada uno de los factores, más los veintiocho paisajes en los que se descompone su esquema regional. Por ello, se ha procurado que las imágenes elegidas sean lo más representativas posibles, con especial atención a los elementos accesorios y alguno de los paisajes en los que la huella humana deja su marca.

El primer componente fundamental, el roquedo, tiene su máxima expresión en los paisajes desérticos, “paisajes de solo roquedo en donde la vegetación es nada o apenas nada” O las regiones polares, “en las que todo es roca, incluso el agua.” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 668). Para representar esos paisajes de roca, el autor utiliza una fotografía del Sahara Occidental (figura 12). El polo opuesto, es decir, el paisaje en el que domina la vegetación como componente casi único, estaría en las selvas ecuatoriales, representadas en este caso por una imagen de la isla de Fernando Poo.

Figura 12. Paisaje desértico. Hamada del Gaada y valle de la Seguia-el Hamara, en el Sahara Occidental, entre Villa Bens y Esmara

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1941.

En estos paisajes en los que el roquedo es el factor dominante, es decir, en los paisajes geológicos, de los que ya habló Francisco Giner de los Ríos, las formas de erosión son las que dan a los mismos su principal carácter. Su profundo conocimiento de la litología y de la geología peninsulares le permiten ofrecer una extraordinaria representación de imágenes, con las formas más variadas en función de las condiciones propias de cada tipo de roquedo.

El paisaje granítico, por su especial vinculación con la Sierra de Guadarrama, aparece así representado por el paisaje de la Pedriza de Manzanares, con toda su enorme y “pintoresca” variedad de formas, que se extienden por todo el occidente peninsular (figura 13).

Describe así Hernández-Pacheco el paisaje de la arenisca: “La arenisca triásica de color rojo, denominada “rodeno”, origina formas erosivas aún más fantásticas y sorprendentes, como las curiosas de la Torre Verdina y el Castil del Rey, en la serranía de Cuenca. Caso semejante es el de las areniscas paleogenas del Sur de la provincia de Cádiz, en las montañas que rodean a la depresión pantanosa de la Janda, en cuyo material, desigualmente cementado, las acciones de las intemperies han producido singulares riscos, arcadas, concavidades y cuevas, en varias de las cuales, tales como la del Tajo de las figuras, en la sierra de las Momias, los hombres prehistóricos del mesolítico dejaron sus interesantes pinturas rupestres” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 674). De entre las imágenes que ilustran estos paisajes de arenisca, la figura 14 es suficientemente representativa de esas formas sorprendentes y fantásticas.

Figura 13. Pedriza de Manzanares en la Sierra de Guadarrama (Madrid).
Típico territorio del paisaje granítico

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

Figura 14. Formas de erosión de las areniscas paleogenas de la Sierra de las Momias,
en término de Casas Viejas (Cádiz)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1919.

Los paisajes en los que la vegetación es el factor destacado tienen una representación fotográfica mucho menor. Considera Hernández-Pacheco que la encina (figura 15) y el olivo son dos de los árboles más representativos de la Península; “la encina, fuerte y de porte majestuoso, como el olímpico Zeus, padre de los dioses; el olivo, emblema de la paz y de la cultura, don de Minerva, la de las palabras aladas, diosa resplandeciente y venerable” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 688).

Figura 15. Paisaje de ambiente primaveral, en los encinares al Norte de Mérida. Dehesa del Prado del Lácara, en Extremadura Central. (La sepultura excavada en el suelo granítico, con otras semejantes, están inmediatas a los restos de un gran dolmen)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., IV-1915.

Sin detenerse demasiado en la nubosidad y la luminosidad como factores complementarios del paisaje, se produce de nuevo en Hernández-Pacheco un giro hacia lo pictórico, tanto por la descripción como por la imagen elegida (figura 16), pero sin olvidar las causas que provocan estos factores. Escribió el autor:

“Es componente que modifica el aspecto del paisaje, en forma que en ciertos casos alcanza gran intensidad. Se comprende como con independencia de las variaciones estacionales y de un día a otro, cuanto influye el estado del cielo en los paisajes de una determinada comarca y la gran diferencia que este factor introduce entre los paisajes nórdicos de Europa y los mediterráneos. Aun sin entrar en más detalles, compárese, dentro de la Península, lo frecuente del cielo cubierto de la zona vascocantábrica y del Noroeste, con la luminosidad del cielo andaluz y. Más aún, del Sureste de España, del llamado reino serenísimo de Murcio, o con la diafanidad y azul del cielo castellano, con atardeceres de arreboles incomparables, motivados por la altitud de las planicies centrales y situación climatológica de tipo continental” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 690).

Con una fotografía aún en blanco y negro, el caso de este factor complementario es interesante, porque, salvo casos muy concretos en los que la nubosidad juegue un papel fundamental, la descripción literal se impone, generalmente sobre la fotografiada. Las nubes de la fotografía juegan un papel decisivo a la hora de proyectar la imagen de este factor. Además, en el caso presente, el encuadre con ese picado y los dos hombres con sus animales en primer término, gana en espectacularidad, reforzando el elemento nuboso.

Figura 16. Cumbres de la Maladeta, desde el puerto de Viella (valle de Arán, Lérida).
Ambiente de entrada de otoño

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., IX-1925.

Por lo que a los elementos accesorios se refiere, lo primero que conviene explicar es que, en la visión paisajística de Hernández-Pacheco, estos factores se pueden volver en esenciales, tanto por el papel que pueden llegar a jugar como por el permitir la perfecta identificación y diferenciación de unos paisajes humanizados respecto a otros. Sus palabras no pueden ser más expresivas:

“En ocasiones, muy frecuentes, el componente humano del paisaje adquiere importancia predominante y por sí solo constituye factor fundamental, pasando los otros componentes a términos de importancia muy secundaria, formando el fondo del cuadro panorámico e incluso a desvanecerse y desaparecer, sin notoria importancia su falta. Tales representaciones de tipos humanos en el respecto estético y de belleza artística tienen gran interés, pues complementan el estudio que venimos realizando de las diversas características naturales del solar hispano. Corresponden las representaciones humanas a que nos referimos, únicamente a los hombres que viven en contacto directo con la Naturaleza en las zonas campestres o marítimas, formando, en cierto modo, parte integrante de la Naturaleza misma, señalándose y distinguiéndose del común de la uniforme humanidad ciudadana por particularidades especiales y atávicas en el vivir y en la indumentaria” (HERNÁNDEZ-PACHECO, E., 1956, 711).

Como ya se vio en algunas de las fotografías del epígrafe anterior, el juego con las distancias, las composiciones, algunas de ellas de marcado carácter pictórico, como la figura 18, casi como un cuadro de Sorolla en su composición, y la presentación de las imágenes, son elementos con un valor sustancial. De la misma manera que los momentos elegidos para tomar la fotografía, como en el caso de la figura 17, una imagen que tomada en cualquier otro día que no sea el de mercado, perdería gran parte de su valor etnográfico y, posiblemente, hiciera que el lugar representado tuviera una mayor semejanza con otros muchos lugares.

Figura 17. Campesinas de la Beira litoral en el mercado de Leiria (Portugal)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1945.

Para concluir, algunas imágenes de esos paisajes en los que los elementos accesorios juegan un papel fundamental y justifican plenamente las palabras y la intención de Hernández-Pacheco. En ninguna de estas imágenes, como tampoco en las otras muchas que ilustran los veintiocho paisajes peninsulares, aparecen elementos disonantes que puedan llevar a pensar, que el paisaje natural se ve alterado por elementos destructores o modificadores de esas condiciones naturales, aunque para Thoreau, mucho más radical, el paisaje natural es el que está sin contaminar por ningún tipo de construcción humana.

En definitiva, Hernández-Pacheco nos muestra un paisaje natural que, en su humanización, no se sale de las reglas marcadas por la naturaleza y, muy importante, le permite seguir estando al margen de la uniformidad que el mundo moderno va creando en territorios cada vez más vastos y, en consecuencia, carentes de identidad.

Figura 18. “Componiendo la red”, en la playa varadero de Nazaré (Distrito de Leiria, Portugal)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., VIII-1935.

Figura 19. Típica majada en Extremadura Central; compuesta del chozo principal, el burrero y el gallinero, en uno de los lados del conjunto de construcciones; en el otro, el “caramancho” o rama seca, que sirve de percha a utensilios y aperos, junto al montón de leña la ropa blanca, recién lavada. Majadas (Cáceres)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

Figura 20. Paisaje urbano de llanura; plaza de Magán en La comarca de la Sagra (Toledo)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

Figura 21. Paisaje urbano de serranía; calle de Albarracín (Teruel)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., VII-1924.

Figura 22. Castillo de Almansa (Albacete)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E., 1916.

Figura 23. Paisaje asturiano. Campiña de Boal (Asturias occidental)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

Figura 24. Paisaje urbano de serranía en la comarca de Picos de Europa (Valdeón, León)

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Fotografía: Hernández-Pacheco, E.

Esta última fotografía (figura 24), juega de nuevo con las perspectivas y los contrastes. Si se compara con la figura 21, ambos, paisajes urbanos de serranía, la contraposición entre el caserío de este pueblo leonés con la bravura de las montañas que le hacen de fondo, la imagen de Valdeón representa mucho mejor el carácter serrano del lugar.

3. Bibliografía

CANOSA ZAMORA, E., GARCÍA CARBALLO, A. y SÁEZ POMBO, E. (2007): “La fotografía urbana en la geografía española”, Ería, 73-74, Universidad de Oviedo, págs. 213-235.

CASADO, S. (2000): “Ciencia y política en los orígenes de la conservación de la naturaleza en España”, Scripta Vetera, http://www.ub.edu/geocrit/sv-78.htm.

HERNÁNDEZ-PACHECO, E. (1935): “El paisaje en general y las características del paisaje hispano”, Madrid, Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, 59, 11-17, 39-44, 67-70, 89-94, 112-117, 124-127.

HERNÁNDEZ-PACHECO, E. (1955-1956): Fisiografía del Solar Hispano, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, tomo XVI, 2 vols., 665 y 793 págs.

GINER DE LOS RÍOS, F. (1915): “Paisaje” [1886], Peñalara, 15, págs. 36-44.

MENDIBIL, D. (1999): “Essai d’iconologie géographique”, Espace Géographique, 4, págs. 327-336.

MENDIBIL, D. (2005): “Le formatage iconotextuel de l’imaginerie géographique des villes”, en POUSIN, F. (dir.): Figures de la ville et construction des savoirs. Architecture, urbanisme, géographie, París, CNRS, págs. 153-163.

MENDIBIL, D. (2006): “Iconografía geográfica de los paisajes de Francia: contextos, formatos, posiciones”, en ORTEGA CANTERO, N. (ed.): Imágenes del paisaje, Madrid, UAM / Fundación Duques de Soria, págs. 149-198.

MOLLÁ RUIZ-GÓMEZ, M. (2009): “Las características de los paisajes españoles según Eduardo Hernández-Pacheco”, En PILLET CAPDEPÓN, F. et al. (coord.): Geografía, territorio y paisaje: el estado de la cuestión. Actas del XXI Congreso de Geógrafos Españoles, Ciudad Real, AGE / Universidad de Castilla-La Mancha, págs. 1231-1245.

THOREAU, H. D. (2010): Caminar, Madrid, Árdora, 60 págs.

Notas

1. Este artículo se ha realizado dentro del Proyecto de Investigación CSO2012-38425, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.

2. Universidad Autónoma de Madrid. manuel.molla@uam.es

3. La definición que toma el autor del DRAE no se diferencia sustancialmente de la segunda de las que da el Diccionario en su última edición: “Extensión de terreno considerada en su aspecto artístico”. Las otras dos dicen: “Extensión de terreno vista desde un sitio” y “Pintura o dibujo que representa cierta extensión de terreno”.

4. Es importante desglosar este último conjunto de factores componentes porque muestra cómo Hernández-Pacheco incluye a los seres humanos en su paisaje natural y cómo su explicación sobre los panoramas geográficos toma sentido.

5. Todos los pies de foto son los originales del texto.

6. No siempre la foto viene con el año en que fue tomada.