LA ECOCRÍTICA ANTE EL ESPEJO: AUTOCRÍTICA Y ALCANCE SOCIAL. ENTREVISTA A JOSÉ MANUEL MARRERO HENRÍQUEZ
ECOCRITICISM IN THE MIRROR: SELF-CRITICISM AND SOCIAL SCOPE. INTERVIEW WITH JOSE MANUEL MARRERO HENRIQUEZ
L'ÉCOCRITIQUE DANS LE MIROIR : AUTOCRITIQUE ET PORTÉE SOCIALE. ENTRETIEN AVEC JOSÉ MANUEL MARRERO HENRÍQUEZ
Pablo Chiuminatto[1]
Pontificia Universidad Católica de Chile
https://orcid.org/0000-0001-7843-3402
Fecha de recepción: 02/06/2024
Fecha de aceptación: 02/06/2024
DOI: https://doi.org/10.30827/tn.v7i2.30999
Resumen: En la entrevista, José Manuel Marrero Henríquez plantea una reflexión sobre el estado actual y los desafíos de la ecocrítica, enfatizando la necesidad de una autocrítica dentro del campo. Comienza un recorrido por los textos clave del campo, especialmente en el ámbito hispanoamericano y español y, con optimismo sobre la capacidad humana para enfrentar la crisis climática, resalta la importancia de los afectos y la estética para una conciencia medioambiental. Reconociendo la presencia de una sensibilidad ecologista en textos clásicos, Marrero ofrece una reflexión sobre el compromiso en la literatura, equilibrando lo estilístico y la responsabilidad social, y destaca la importancia de ecologizar el propio acto de lectura.
Palabras clave: Ecocrítica; Humanidades Ambientales; crisis medioambiental; literatura ecologista; literatura del compromiso.
Abstract: In the interview, José Manuel Marrero Henríquez reflects on the current state and challenges of ecocriticism, emphasizing the need for self-criticism within the field. He first explores the key texts of the field, especially in the Hispanic American and Spanish contexts, and, with optimism about humanity’s ability to face the climate crisis, underscores the importance of emotions and aesthetics in fostering environmental awareness. Recognizing the presence of an ecological sensibility in classic texts, Marrero offers insights on commitment in literature, balancing stylistic elements with social responsibility, and highlights the importance of ecologizing the very act of reading.
Keywords: Ecocriticism; Environmental Humanities; Environmental crisis; Environmental literature; Literature of commitment.
Résumé: Dans cet entretien, José Manuel Marrero Henríquez propose une réflexion sur l’état actuel et les défis de l’écocritique, en soulignant la nécessité d’une autocritique au sein du domaine. Il parcourt d’abord les textes clés du domaine, notamment dans les contextes hispano-américain et espagnol, et, avec optimisme quant à la capacité humaine à faire face à la crise climatique, il souligne l’importance des émotions et de l’esthétique pour une prise de conscience environnementale. Reconnaissant la présence d’une sensibilité écologique dans les textes classiques, Marrero offre une réflexion sur l’engagement en littérature, équilibrant les éléments stylistiques et la responsabilité sociale, et met en avant l’importance d'écologiser l’acte même de lire.
Mots-clés : Écocritique ; Humanités environnementales ; crise environnementale ; littérature environnementale ; littérature d’engagement.
Pregunta- Cuando conversamos sobre la idea de hacer esta entrevista, te pedí que pensaras un título e inmediatamente respondiste: “La ecocrítica ante el espejo: autocrítica y alcance social”. ¿Por qué lo tenías tan claro?
Respuesta- Porque ese puede ser el tema de un congreso por realizar. Han pasado más de tres décadas desde que el término ecocrítica hizo su aparición en el ámbito académico anglosajón y es buen momento para reflexionar sobre su extensión en el mundo universitario hispánico, latinoamericano y español, sobre su alcance en áreas no intelectualizadas de la sociedad, sobre sus contradicciones internas, sobre sus relaciones con el capitalismo globalizado, sobre sus retos de futuro y sobre cualesquiera asuntos que afecten a su razón de ser y a sus fines.
P- La ecocrítica se manifiesta en la crítica literaria, pero su fundamento es ecológico, pues presta atención a las relaciones de la literatura con el medioambiente y la crisis global, y su trasfondo es, de algún modo, epistemológico, y, al mismo tiempo, político y cultural. Si pudiéramos volver sobre la senda que abrió este campo, ¿por dónde piensas que deberíamos empezar?
R- Es consabido que los hitos claves del surgimiento de la ecocrítica se dan en el ámbito de la crítica literaria: en diciembre de 1989 la MLA da cabida a dos sesiones de crítica literaria ambiental en las que intervienen Cheryll Glotfelty —que editará junto a Harold Fromm en 1996 el texto canónico The Ecocriticism Reader: Landmarks in Literary Ecology— y Scott Slovic, primer presidente (1992-1993) y fundador de ASLE (Association for the Study of Literature and Environment) y de la revista ISLE. Interdisciplinary Studies in Literature and Environment. No obstante, sería injusto olvidar la relevancia del movimiento filosófico, social y artístico que significó el Deep Ecology Movement, en el que figuran personajes de la talla de Arne Naess y Gary Snyder, y la importancia del texto canónico de este movimiento que edita George Sessions en 1995 bajo el título Deep Ecology for the 21st Century.
P- Y en el contexto del hispanismo, latinoamericano y español ¿cuál sería, para ti, el itinerario?
R- La edición que presenta la ecocrítica en español se publica quince años después de los textos de Glotfelty y de Sessions, en 2010, cuando en la editorial Iberoamericana aparece Ecocríticas. Literatura y medioambiente (Flys Junquera, Marrero Henríquez et al.). Este libro tuvo entonces y tiene aún hoy un papel fundamental en la introducción y difusión en lengua española de la ecocrítica con ensayos sobre el estado de la cuestión en diversas de sus facetas, en el feminismo, en el hispanismo, en la pedagogía de las literaturas infantil y juvenil, y con traducciones al español de algunos textos fundacionales del movimiento estadounidense y entrevistas a algunos de sus protagonistas. No por ello hay que obviar la existencia de algunas publicaciones previas: el apartado monográfico “Acercamientos ecocríticos a la literatura hispanoamericana” del volumen 33 de los Anales de Literatura Hispanoamericana, coordinado en 2004 por Nial Binns; el número 2 de Ixquic, editado en 2000 por Jorge Paredes y Benjamín McLean; el volumen 19 de Hispanic Journal, coordinado en 1998 por Roberto Forns-Broggi; el libro editado en 2003 El mundo más que humano en la poesía de Pablo Antonio Cuadra. Un estudio ecocrítico, de Steven White; el libro ¿Callejón sin salida? La crisis ecológica en la poesía hispanoamericana de Niall Binns, publicado en 2004, y los artículos “La ecología humana en América Latina, en la literatura y los medios de comunicación” de Chirstiane Laffite, publicado en 1999 en Cuadernos Americanos, y “Pistas de smog: un rastreo en la ecoliteratura” de Alfredo Alzugarat, publicado en el volumen de 1993-1994 de Journal of Hispanic Philology. Y aunque muy posterior, quiero mencionar el monográfico editado por Gisela Heffes en 2014 para la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, que contribuyó a reforzar la introducción de la ecocrítica en el ámbito hispanoamericano.
P- Es muy elocuente el recorrido que haces. A partir de las referencias que mencionas y los temas asociados con los desafíos ambientales, el campo de la ecocrítica supera el marco estrictamente literario. Se podría decir que el vínculo de la vida y la destrucción de la vida, derivado de las formas que la civilización global alcanzó en el último siglo, son la causa del deterioro ambiental. Sabemos que no basta con los datos y la información porque en realidad la humanidad no logra dar un paso hacia una acción coherente de acuerdo con el diagnóstico y la urgencia por la que atravesamos. ¿Cómo piensas esa distancia entre la información y la acción ambiental?
R- Saber no siempre lleva a actuar. No conviene olvidar que el informe Los límites del crecimiento se publicó en el año 1972 y que en él se advertía de los escenarios críticos que en el presente se ven confirmados por las diferentes manifestaciones de los problemas ecológicos de escala planetaria. A seis décadas vista, y tras las advertencias de los inaugurados en 1990 —y repetidos en múltiples ocasiones— Informes de Evaluación del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC: Intergovernmental Panel on Climate Change) no parece que el conocimiento conduzca necesariamente a la actuación. Y aunque la declaración final de la reunión COP28, de manera paradójica celebrada en Dubai, en un emirato productor de petróleo, a final del año 2023, afirmase que es el principio del fin de los combustibles fósiles, también reconoció que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero deben reducirse un 43% hasta 2030 para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC y que no se va por buen camino para cumplir los objetivos del Acuerdo de París, que entró en vigor en noviembre de 2016 y fue firmado por 196 países.
P- Es paradójico que los IPCC y COP, celebrados con periodicidad, estén lejos de lograr un cambio. Más aún si por otra parte miramos el pasado y vemos que, a mediados del siglo XX, en algunos contextos, se logró cierta anticipación. En Chile tenemos la voz de Rafael Elizalde MacClure, quien en 1958, a partir de iniciativas impulsadas en conjunto con el Ministerio de Agricultura publica un libro señero, del que recientemente se reeditó un extracto: La sobrevivencia de Chile (2023). La visión de Elizalde respecto del uso extensivo del suelo y del agua, y de las consecuencias que tendrían las prácticas extractivas sin mediar una conservación programada en un país recientemente industrializado, fue un punto de partida para las acciones que se ampliaron posteriormente hacia los movimientos políticos y culturales ecologistas. No obstante, en 1958 en Chile la situación estaba muy lejos de las condiciones actuales. Sin duda en España habrá primeras voces insignes similares.
R- Basta rebuscar un poco para que esas voces broten. Francisco González Díaz, español excéntrico por isleño y por atlántico, un ecologista avant la lettre, publica en 1906 Árboles, un manifiesto en favor del arbolado, y en 1910 Cultura y turismo, que incluye una colección de brillantes ensayos en favor de los animales y de la naturaleza y en la que en el cuidado del paisaje cifraba la calidad de la civilización de las naciones; Miguel Delibes, en 1975, en su discurso de ingreso a la Real Academia de la Lengua Española, titulado “El sentido del progreso en mi obra”, se hace eco del informe antes citado Los límites del crecimiento y explica su actividad literaria en función del colapso sistémico que los científicos advertían de seguir el crecimiento constante de la producción, el consumo y la contaminación. Asimismo, un icono del realismo social de la posguerra española, Jesús López Pacheco, en 1958 publica Central eléctrica y en 1980 Lucha por la respiración y otros ejercicios narrativos, en una clara traslación del compromiso social al compromiso ecológico. Por esos años estaba Nicanor Parra dando su particular batalla ecopoética en Chile y sus artefactos y eco-poemas (1982), enfrentando no sólo una manera de entender el progreso, sino también una forma exclusivamente lingüística de comprender la literatura. Y podríamos a partir de estas referencias hacer el esbozo de un trazado de sensibilidad ecologista transfronterizo y dentro del estricto marco de la cultura occidental, escorado, por propia voluntad, hacia figuras del ámbito hispánico, que se remonte a Maimónides, Plutarco y los cínicos, Francisco de Asís, Montaigne, Cervantes, Spinoza, Feijoo, González Díaz, Juan Ramón, para terminar en Dussel, Freire y Coetzee. Este es uno de los retos de la ecocrítica contemporánea: contribuir a poner de relieve que más allá de movimientos explícitamente ecologistas y críticos con el capitalismo globalizado, como el slow food de Carlo Petrini o el decrecimiento de Serge Latouche, existe una vigorosa tradición de pensamiento occidental que no es depredadora del medio ni tiene por objetivo último de la vida la velocidad, el consumo, la producción y que en gran medida coincide con las inquietudes de la ecocrítica y de la ecología profunda.
P- Los antecedentes que mencionas resuenan con otros referentes internacionales de la segunda mitad del siglo XX, en figuras como el artista visual Joseph Beuys que participa en la fundación del Partido Verde en Alemania Occidental a fines de los sesenta, o en voces coetáneas, como la de Kenneth White, que impulsa la geopoética y el nomadismo intelectual, mientras los libros de Bruce Chatwin inspiraban otras formas de viajar y Gary Snyder volvía su mirada a lo salvaje. Todos ellos, por supuesto, precedidos por los libros de William Vogt, Camino de Sobrevivencia (1948) y de Rachel Carson, Primavera silenciosa (1962), entre otros autores. Es por estas referencias tan poderosas que, siguiendo el hilo de lo que mencionaste respecto de la mirada autocuestionante hacia la propia ecocrítica y las humanidades ambientales, insisto en preguntarme por qué no se ha logrado avanzar hacia un cambio que permita una alternativa de futuro. No se trata sólo de una cuestión social y económica, sino de dar con un renovado “concepto de civilización”. Tenemos la información y los datos, pero ahora es preciso incluir también formas de compromiso más profundo. El pensamiento crítico y político no bastan, los afectos son una pieza clave, creo que la realidad necesita de una mirada estética que supere los límites de la pura racionalidad. ¿Será que sólo predicamos a convertidos?
R- Las actividades monásticas de lectio y praedicatio se revitalizan en el Antropoceno por motivos paganos y se dirigen de manera democrática a convertidos y a herejes del cambio climático. Tu idea del afecto en relación con el activismo parece apuntar a una estética que tiene un pie en el sentimiento y otro en la política. ¿Es así?
P- Si revisamos el lenguaje con el que nos expresamos, reconoceremos que la ciencia y la política usan un término propio de las artes y la estética cuando, al señalar que es preciso convencer a la población, indican que se necesita “sensibilizar” a las personas y las comunidades. Resulta peculiar que el lenguaje de la ciencia se nutra de la sensibilidad para apelar a la concientización. Es una especie de contradicción, un oxímoron. La ciencia usa la misma noción que la ciencia tan orgullosamente —y en parte también la filosofía— cree haber dejado atrás, reservándola para ciertas manifestaciones antropológicas y atavismos populares, cuando no directamente supersticiosos. Me parece paradójico que se hable de sensibilizar.
R- Hace falta sentimiento, preocuparse por el lugar en el que se vive, amor por la tierra y por la Tierra. Y entiendo que en tu consideración de la estética combines el conocimiento con el afecto, lo cual me retrotrae a der Spieltrieb, la idea del juego de Schiller en la que el arte es el medio para curar al ser humano que al civilizarse se disocia entre lo sensual y lo abstracto, el caos y el orden, o, en otros términos, entre el conocimiento y el afecto, por arrimar el concepto de Spieltrieb a tu ascua. No obstante, en esta era de la postverdad hay que ser muy cautos con los afectos y reconocer que los sentimientos son un arma de doble filo. Hay un apego al terruño de carácter nacionalista y populista que entiende el hábitat como una propiedad exclusiva del lugareño y que promueve una relación con el territorio excesivamente localista, hay otro apego que sin dejar de ser local puede compartirse de manera global, un apego a la Tierra que Yi Fu-Tuan con éxito denominó “topofilia” y que otros han estudiado en su complejidad, como la psicología ambiental de Scannell y Gifford (2010). Hace falta un apego “glocal”, permíteme el uso del término, que ayude a identificar con claridad los males inherentes al sistema de producción y consumo en que vivimos y a comprender que el cuidado de unos paisajes puede estar directamente relacionado con el deterioro de otros en una suerte de red universal de relaciones, un apego que permita la asunción de restricciones sin considerarlas un castigo.
P- Estoy de acuerdo, y creo que, en esa dimensión, América puede aportar con su experiencia. Las culturas amerindias y en general las poblaciones indígenas del sur del mundo tienen mucho que decir porque saben de catástrofes apocalípticas. Aunque asumiendo, claro está, que hay características irreproducibles de un tiempo anterior, premoderno, que es imposible recuperar por mucha voluntad que pongamos. Ciertos ecologismos parecen añorar ese tiempo anterior arcaico que, como un pasado ideal, estaría fundado sólo en la recuperación de lo bueno de una cultura pretérita sin reconocer los aspectos positivos del presente, que los hay. El caso de Chile es bastante elocuente, dependemos de una economía basada principalmente en la gran minería, sin duda podemos aspirar a que ésta sea lo menos dañina para el medioambiente y la biodiversidad, como hicieron las poblaciones precolombinas, pero no podemos desconocer que representa el 63% del PIB. La pregunta es ¿cómo desde las humanidades aportamos a la búsqueda de una nueva matriz económica sin quedarnos sólo en la denuncia del extractivismo que, al mismo tiempo, hace posible la subsistencia?
R- No se trata de volver al pasado, entre otras cosas porque es imposible, pero sí se trata de recuperar pensadores presocráticos, valorar visiones de mundo como el sumak kawsay (buen vivir) en los últimos años reivindicado y con un lugar en las constituciones de Bolivia y Ecuador, de resaltar que también las constituciones occidentales ya tratan del bien común en sus principios angulares, como señala Christian Felber en La economía del bien común, de poner en valor pensadores o aspectos de la cultura occidental en favor de visiones de bienestar social y del cuidado de la Naturaleza que sean alternativos a las versiones extractivitas y productivistas de la cultura. No deja de ser sintomático de ello que la encíclica Laudato Si, un verdadero manifiesto ecologista, coincidiera en el tiempo con el Tratado de París de 2015. Hace falta sentimiento y apego a la tierra ecuménicos, es necesario un cambio de mentalidad sobre lo que significa vivir bien, esto es imprescindible para los retos medioambientales del futuro inmediato y del mismo presente. Y aquí la literatura, por un lado, y la teoría, la crítica y las humanidades en general por otro, tienen un papel que jugar.
P- En la política contemporánea ¿no parece que el sentimiento y la razón se resuelvan en ese espíritu del juego a que antes aludías?
R- El sentimiento es necesario para impulsar el movimiento hacia futuros posibles, para crear lugares literarios que afronten las dificultades por venir de manera constructiva, no distopías que conducen al “sálvese quien pueda” y aceptan como punto de partida la desolación. Las distopías son un aliado del statu quo. En política el sentimiento sin pensamiento se convierte en un espectáculo y ha llevado a miles de personas a ocupar los estrados de Estados Unidos y Brasil de manera violenta. Y lo ha hecho no precisamente para el bien común.
P- No puedo no estar de acuerdo. Hay incluso quienes consideran que falta una alternativa económico-social que permita alcanzar de manera efectiva un gran acuerdo global para un cambio de modelo. Estamos en una tensión permanente, porque, mientras un estado intenta pausar el ritmo de sobreconsumo y sobreproducción para volverse sostenible, otras naciones aprovechan para crecer aceleradamente y enriquecerse y acumular. ¿Cómo ves tú esta panorámica después de tantos años de investigar, crear y estudiar temas relacionados con las Humanidades Ambientales?
R- Tu pregunta, de índole planetaria, supera los límites de mi actividad como escritor y como profesor universitario. Con ello no quiero decir que no tenga una opinión sobre los derroteros autodestructivos por los que se conduce la Humanidad, tampoco quiero decir que, como he señalado, mi intervención local sea irrelevante a nivel global, sino que, por mi propio temperamento, considero más fructífero y adecuado a mis competencias tratar de aquello que puedo hacer para solventar el asunto de la crisis medioambiental en el ámbito específico de mi escritura creativa y, en ocasiones, periodística, y en el ámbito específico de mi investigación literaria, en sus vertientes teórica, crítica e histórica. No en vano Aristóteles señalaba en la Retórica la relevancia de ponerse objetivos adecuados a las fuerzas y capacidades individuales. Y de ahí también la idea de poner esta conversación bajo el rótulo de “la ecocrítica ante el espejo”.
P- Te entiendo, reduciré el alcance de la pregunta ¿Cómo ves ese laberinto de intereses y tensiones, cómo asumes el impulso autodestructivo de la humanidad en tanto académico y escritor?
R- Soy de naturaleza moderadamente optimista y, si no lo fuera, me obligaría a serlo, pues si no estaría fomentando, como suelen hacer las distopías, el egoísmo, el miedo, el sálvese quien pueda, la competencia feroz. Formo parte de una población que es consciente de los problemas medioambientales y que quiere actuar en consecuencia. Por eso veo necesario fomentar mensajes alentadores, que destaquen la capacidad que el ser humano tiene para resolver problemas y para reconducir el futuro. La pandemia Covid19 demostró no sólo que hay capacidad para la acción colectiva, sino también que esa acción es muy efectiva cuando responde al llamamiento centralizado de un estado-nación. Solo falta firmar el nuevo Contrato natural sobre el que Michel Serres en su día escribió.
P- ¿Reconoces una limitación en el poder de la acción individual frente a este tipo de retos?
R- Formo parte de una población dispuesta a emprender acciones individuales, pero también formo parte de una población acomodaticia. Y vivo sin vivir en mí, por recurrir con ironía a Santa Teresa, esa tensión entre el saber y el actuar a que antes te referiste. Por eso me parece necesario ver con claridad que, amén las iniciativas individuales y de colectivos en favor de la salud planetaria, es al poder legislativo y ejecutivo de las naciones al que el votante tiene que exigir que proponga medidas ecológicas de manera decidida y lo haga en favor de un individuo consciente y dispuesto, pero a la vez indolente y perezoso, al que se ha educado para usar y tirar, no reparar, a favor de un individuo al que se le ha acostumbrado a la obsolescencia programada.
P- Pero entonces volvemos al principio y enajenamos al individuo de sus responsabilidades sociales más directas, lo que de alguna manera haría entrar el problema de la crisis ambiental como parte de la crisis de los modelos políticos e incluso de la propia noción de sujeto. Ya Hannah Arendt, en el contexto de la discusión sobre el problema de la responsabilidad individual versus la responsabilidad colectiva, frente a las decisiones y acciones de los gobiernos (teniendo como telón la Segunda Guerra y sus horrores), visualizaba una posible crisis como consecuencia de impugnar permanentemente la responsabilidad de los estados a los individuos, lo que, por exceso de responsabilidad, desembocaría simplemente en la apatía individual. Indolencia esta que podemos sumar al otro efecto, lo señala Donna Haraway, el hecho de identificar la responsabilidad de la crisis ambiental apuntando al sistema, al capitalismo, al neoliberalismo, que al fin y al cabo son entidades que, como bien dice, remiten “a un no nosotros”. Esa combinación de un futuro marcado por la apatía política y por el distanciamiento ético resulta poco auspiciosa. ¿No te parece?
R- Sólo quiero liberar al individuo y a los colectivos alternativos al sistema de producción y consumo capitalista de una carga abrumadora, en gran medida superior a su capacidad de respuesta, una carga que el mercado utiliza con pericia para oponerse a cualquier iniciativa renuente al consumo desbocado. Un ejemplo de ello lo ofrecen los llamamientos al reciclaje de plástico. Myra J. Hird ha explicado con claridad divulgativa cómo las campañas financiadas por la industria del plástico para su reciclaje han conseguido desviar el foco de atención de los productores de los envases de plástico y de la ingente cantidad de basura plástica que la industria produce hacia la responsabilidad del individuo en el tratamiento del plástico y de su reciclaje. De hecho, hoy en día, y tras una pandemia que Emilio Lledó calificó de esperanzadora, me pregunto qué pintan las monodosis, qué hacen las botellitas de plástico en los estantes de los supermercados, dónde quedó la prohibición de las bolsas de plástico.
P- Veo que, de alguna manera, emerge nuevamente la pregunta por la necesidad de integrar la estética como parte de la educación ambiental. Aunque, claro, se abre otro frente complejo, porque surgiría un arte, en un sentido amplio, “comprometido”. A veces me pregunto por el proceso que pueda seguir en el futuro próximo esa vertiente y, cuando voy a encuentros relacionados con ecologismo y humanidades ambientales, veo que está sembrado el germen para que emerjan roles vigilantes que determinen qué arte es ecológicamente comprometido y cuál no. Tal como lo vivimos hace décadas —sobre todo en Latinoamérica— respecto del arte social y político. El fantasma de la voluntad de control sobre la carga del contenido, podríamos decir, la carga activista, o de compromiso político que suscribe y exhibe la obra y eso, para mí, no deja de ser un tanto distópico. En ese caso prefiero actitudes más difusas.
R- Cuando eso sucede, la crítica se desarrolla en un marco de referencia bivalente que empobrece la lectura de los textos y que me retrotrae a los debates sobre el compromiso social de la literatura en la posguerra civil española. Para muestra un botón: cuando en los manuales de la narrativa de posguerra Ignacio Aldecoa era alabado por estilista desaparecía su interés social, cuando era considerado un novelista social desaparecía el Aldecoa estilista, como si el compromiso estilístico y el compromiso social fueran antitéticos, agua y aceite. Mi idea de la prosa de Aldecoa va en contra de todo ello: cuanto más documental es, más lírica, cuanto más lírica es, más documental, compromiso social y compromiso estilístico se nutren mutuamente.
P- En Chile, el académico Mauricio Ostria propuso una noción que me parece coincidente con la línea que indicas, la usa para referirse a textos con “vocación ecológica”, es decir, a escritos que fueron producidos antes del surgimiento del campo mismo de la ecocrítica y las humanidades ambientales, pero que tienen un valor inmenso en cuanto a su perspectiva de la naturaleza y la biodiversidad. La de Ostria es una configuración positiva para no suponer que el contenido ecológico de un texto literario está en la voluntad propia de los autores y en el contexto político que se dio cuando fue creado o publicado.
R- La “vocación ecológica” a que aludes hay que hallarla con voluntad porque es una potencialidad de lectura para situaciones imprevistas que se revela en un texto cuando se lee en un horizonte de expectativas nuevo, diferente del que era vigente en el momento de su concepción. A veces, incluso, aunque el texto se resista a ello, habrá que reciclarlo, para darle nuevo uso, nueva vida. La crítica literaria de vocación ecológica puede ir más allá del estudio de los poetas que están escribiendo en la actualidad con mensajes vindicativos y en formas alternativas, como los que en España practican la poesía performativa, la poesía expandida, la manifestación poética que sale del circuito de la tradicional lectura de libros para adentrarse en el slam poetry, en la poesía ciber, en la polipoesía.
P- Comprendo, por otra parte, siguiendo la idea de la actitud creativa frente a la propia cultura como gran reserva de materiales, quisiera volver a Nicanor Parra, ya que él es un referente fundamental del “reciclaje” en la cultura —en palabras de María Ángeles Pérez López. Aspecto este que se puede impulsar un poco más al límite hasta alcanzar incluso la noción de “compostaje cultural” que planteamos con Andrea Casals en el libro Futuro esplendor, en 2019. Un giro que sustente la propia práctica creativa más allá del foco tradicional centrado en la novedad de la producción y la originalidad marcada por un ritmo similar al de los mercados de la moda, de los productos y de las campañas comerciales.
R- La ecocrítica tiene el difícil reto de marcarse objetivos acordes a los tiempos, no “contra” la moda, pero sí al margen de la moda. Ahí está el canon para ser releído con perspectiva antropocénica. Cuando relaciono El coloquio de los perros de Cervantes con el pensamiento de Plutarco en sus Moralia, la visión contemporánea de la inteligencia y sensibilidad de los animales que ha llevado recientemente a modificar la legislación española sobre los animales está jugando un papel relevante. Y también lo está cuando señalo que esas inteligencia y sensibilidad las reivindica Montaigne asimismo en la Apologia de Raimundo Sabunde, y luego Feijoo en su Teatro crítico universal, y luego el Nobel Coetzee en Las vidas de los animales. Y, salvo el haber titulado con intencionalidad manifiesta un trabajo de manera provocativa, “Vegan Cervantes: Meat Consumption and Social Degradation in Dialogue of the Dogs”, nada hay en ello de caprichoso, diletante o impresionista. No sólo la tradición me avala, también me avala la biografía cervantina, pues es seguro que Cervantes durante su encarcelamiento de Argel se sintió como un perro sintiente y pensante, pero sin lenguaje por desconocer la lengua de su verdugo. Y de aquí a considerar que en su cautiverio Cervantes fue como un indígena carente de alma por no hablar la lengua del conquistador va un paso tan corto que nada cuesta traer a colación su relación con la Escuela de Salamanca y el derecho internacional de Francisco de Vitoria. Como ves, el “Cervantes vegano” da para mucho, pues actualiza el Coloquio de los perros y su poética horaciana con la vocación ecológica del aire de los tiempos. Y dejo en el tintero la evocación en este punto de Francisco González Díaz, Juan Ramón Jiménez, Jacques Derrida.
P- Son hermosas esas cadenas que organizas. De hecho, como recomienda Yuri Carvajal, intelectual chileno que viene del mundo de la salud pública y que trabaja temas ambientales y sociales, cuando hace pocos meses conversamos con motivo de la presentación de su libro titulado Humos / humus, él decía “ya han sido suficientes décadas de deconstrucción, quizás llegó el momento de hablar de reconstrucción”. Me llamó muchísimo la atención esa idea pues es una forma de revisitar, desde otro lugar, las condiciones en las que nos encontramos, y resulta muy sugerente en lo práctico, pero también, claro, en lo teórico. Uno podría sumarlo a iniciativas como la que tú mencionas desde una “filología verde”, para la crítica y la pedagogía, y es que de alguna manera es urgente reconstruir una visión común ante la crisis y la recuperación del vínculo con lo natural, el medioambiente y la biodiversidad, que suponemos que es la clave para un futuro posible. Volvamos sobre ese concepto tan sugerente.
R- La idea de Filología Verde está relacionada con la Poética de la Respiración que no es más que una metáfora que vengo desarrollando académica y literariamente y con la que deseo contribuir a borrar bivalencias que no son tales, como la que señalé al mencionar a Aldecoa y la crítica de la posguerra civil española, la oposición estilismo / compromiso, bivalencias como el conocimiento de la civilización altamente tecnologizada frente al conocimiento chamánico o de las sociedades que Walter Ong denominó de oralidad primaria. Al fin y al cabo el conocimiento es el objetivo último del ser humano, pertenezca este a una sociedad digitalizada, letrada o a una sociedad oral, y es también el objetivo último de la poesía, pues la poesía, tanto la explícitamente comprometida con un objetivo ecológico como la comprometida en primer lugar con el lenguaje, busca la belleza, que es una forma de conocimiento. Dicho de otra manera, la Poética de la Respiración concilia los intereses del acercamiento a la literatura de los Estudios Culturales y de la Filología más tradicional. O dicho de forma diferente, la Poética de la Respiración no es tanto una manera de reconstruir deconstruyendo como de deconstruir construyendo con los preciosos materiales de unas ruinas. Nuccio Ordine ha criticado con pasión y pensamiento cómo la educación en todos los niveles se ha ido amoldando a las exigencias del mercado y su vehemente deseo de construcción sobre las ruinas de una rica tradición no puede obviarse, no hay que Morderse la lengua, por aludir al título de un reciente libro de Darío Villanueva sobre lo políticamente correcto y otras formas contemporáneas de censura.
P- Es patente, de ser así, cómo la literatura alcanza una dimensión pública.
R- En marzo de 2023, en una lectura conjunta con los poetas Juan Carlos Galeano, Esthela Calderón, Nuno Da Silva Marques, Bernard Quetchenbach y Catarina Santiago Costa, organizada por Steven Hartman en el marco de BRIDGES y Apheleia, sobrevoló con claridad, si bien brevemente, casi como un ángel que pasa, el asunto de la naturaleza y la finalidad de la poesía ecologista. Alguien manifestó con determinación que la poesía ecologista, para serlo de verdad, ha de poner sobre la mesa problemas medioambientales específicos y ha de ser proactiva y militante. Yo acepto esa visión de la poesía ecologista, pero no la suscribo plenamente ni la considero incompatible con la idea contraria, entre otras cosas porque la idea contraria ni es en verdad contraria ni forma parte de una oposición binaria que, una vez más, por una suerte de hábito del pensamiento, vuelve a poner en posición de enfrentamiento el compromiso social frente al compromiso formal, el fondo frente a la forma, la realidad frente al lenguaje. Me viene a la mente La otra voz en que Octavio Paz considera que la escritura de poesía es en sí misma una actividad ecológica porque sensibiliza y agudiza la percepción no sólo del lenguaje sino de la realidad en que se vive. Así considero mis poemas de Landscapes with Donkey / Paisajes con burro, comprometidos con el lenguaje y, por ello mismo, con la realidad de la que ese lenguaje surge, conflictiva a veces, extática otras.
P- ¿Se trataría entonces de alcanzar diversas formas de ecologizar el lenguaje?
R- En mis clases cito mucho el endecasílabo que inicia el soneto “Gaviota” de José Gorostiza y que dice: “Mientras el mar hilvana un pensamiento”. También cito con frecuencia los versos de José Ángel Valente del poema “Las nubes” que rezan así: “las nubes / leve espesor casi animal del aire”. Esos versos contribuyen a la concienciación medioambiental en la misma medida en que agudizan la percepción de la belleza del lenguaje, del mar y de las nubes, de las palabras y de la naturaleza a que esas palabras aluden. Aunque a años luz de la poética de Gabriel Celaya, esos versos de Gorostiza y de Valente son a su manera “un arma cargada de futuro” ecologista.
P- Una vuelta de tuerca verde...
R- Verde y azul y más, pues el mar y el desierto también están llenos de vida. Y sí, en efecto, aunque yo piense de una determinada manera sobre la crisis global y el sistema de producción y consumo que todo lo derruye, no he escrito los poemas de Landscapes with Donkey / Paisajes con burro ni los relatos de Escritos antivíricos en los términos exclusivos de un combate sino en los términos inclusivos de una iluminación por el lenguaje. Como señalo en “Arte en raíz”, la obra del combativo artista César Manrique y el bel canto de Alfredo Kraus respiran al ritmo de las mareas de Lanzarote y ambos apuntan a la fuente natural de la que surgen la cultura y la civilización, a la raíz de un arte que, sin necesidad de ser ecológicamente programático, fatal y necesariamente promueve el respeto por la naturaleza de la que procede.
P- ¿Volvemos entonces al compromiso, pero de otro modo?
R- A un compromiso ecosistémico. La gran responsabilidad de la ecocrítica y de las Humanidades Ambientales, que tienen que ver con la investigación, la docencia y la transferencia del conocimiento a la sociedad, es, siempre y cuando sea académicamente posible, ecologizar la lectura de los textos, por el bien de la bella literatura y las artes bellas y para el bien de la sociedad.
Referencias bibliográficas
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[1] Esta entrevista es parte de la investigación Fondecyt Regular nº1230426 “Otro fin de mundo es posible” 2023-2026.