LA ECOCRÍTICA DEL SIGLO XXI (Y DE LOS SIGLOS POR VENIR): PLANTAS, ANIMALES, FUTURIBLES

 

ECOCRITICISM IN THE TWENTY-FIRST CENTURY (AND FOR THE CENTURIES TO COME): PLANTS, ANIMALS, FUTURES

 

L’ÉCOCRITIQUE AU XXI SIÈCLE (ET DANS LES SIÈCLES À VENIR) : PLANTES, ANIMAUX, FUTURIBLES

 

José Manuel Marrero Henríquez

Universidad de Las Palmas de Gran Canaria

jose.marrero@ulpgc.es

https://orcid.org/0000-0001-8339-5586

 

Fecha de recepción: 02/06/2024

Fecha de aceptación: 02/06/2024

DOI: https://doi.org/10.30827/tn.v7i2.30998

 

En ocasiones las ciencias crean su propio objeto de estudio; así sucedió con la literariedad, los rasgos distintivos del objeto literario a los que prestaron su atención los formalistas rusos, así también acaeció con el fonema, un concepto estructuralista de sonido sin existencia física y una abstracción fundamental para analizar las sonoridades fácticas a que la fonética presta atención y para la mejor comprensión y aprendizaje de la oralidad de los idiomas. En ocasiones las ciencias no inventan sus campos de indagación sino que adoptan ante una materia ya sólidamente establecida una perspectiva novedosa, capaz de iluminarla y renovarla como ente de pertinencia científica. Este es el caso de la ecocrítica, que desde sus inicios en la última década del siglo XX ha conseguido poner sobre la palestra de las Humanidades del siglo XXI la relevancia académica de introducir la perspectiva ecológica en la lectura de textos literarios, de obras de arte y, en general, en las disciplinas del conocimiento, sean cuales fueren, desde la Historia al Derecho y la Economía, desde la Medicina, la Ingeniería, la Cibernética y la Arquitectura a la Teología y la Filosofía, la Sociología y la Agronomía. En la era del Antropoceno la perspectiva ecológica es esencial en el estudio, análisis e interpretación de todas las manifestaciones de la cultura y, precisamente por serlo en alto grado, invita a hacer porosos los límites de las disciplinas a las que afecta y a abrir nuevos espacios de actuación política e indagación científica y artística.  

La introducción del factor ecológico en las múltiples parcelas en que el conocimiento se compartimenta en colegios, universidades e instituciones académicas alienta la liberación del conocimiento de los estancos en que se ha acomodado y anima a hacer permeables sus fronteras, pues, de no hacerlo, la especialización será rea de su éxito, de sus ventajas y de sus logros, reducirá la potencia de la visión de conjunto, tan necesaria en la era del Antropoceno, y limitará la ocurrencia de acciones e ideas alternativas que contribuyan al buen gobierno de los asuntos públicos y a modelar un mundo también alternativo. Porque el maridaje entre las artes, entre las ciencias y entre las artes y las ciencias con la ética ecológica fortalece el saber a la vez que salvaguarda la vida: el conocimiento se emancipa de la clausura especializada y aminora su alienación de la realidad circundante en tanto actividad hipercodificada, y las artes y las ciencias renuevan el sentido menestral de su labor y recuperan el apego sentimental que el artesano tenía por la obra hecha en un lugar y en un momento determinados y que se perdió en la cadena de producción industrial. Con la perspectiva ecológica, tanto el pensamiento e investigación disciplinares como el obrero cuyo esfuerzo Marx caracterizó de enajenado del producto que manufacturaba se llenan de vitalidad: el aprieta tuercas Chaplin de Tiempos modernos halla en la conciencia ecológica la vía para encontrar su lugar en el mundo y el medio para restaurar su cordura.

Basta echar un somero vistazo al desarrollo de la geografía y la botánica modernas para comprender los beneficios de atender a las relaciones que se dan entre los elementos diversos que ocupan un espacio y no solo a uno de esos elementos. La mirada amplia y comprehensiva ha sido decisiva en la instauración de la perspectiva ecológica en las ciencias y está destinada a serlo también en las Humanidades del siglo XXI y de los siglos por venir. Con Humboldt y Alphonse Candolle la botánica pasa de la mera catalogación de especies a ser una botánica de las relaciones vegetal-medio, de esas emergentes relaciones surge el interés por el estudio de los agrupamientos vegetales y de la adaptación al medio de las especies aisladas, y de trabajos sobre la adaptación al medio nace el término ecología, que, como afirma Pascal Acot, es Haeckel quien lo utiliza “por primera vez en una nota a pie de página de la obra Generelle Morphologie der Organismen” (36) en la que “da [su] definición más célebre […]: la totalidad de la ciencia de las relaciones del organismo con el medio, que comprende en sentido amplio, todas las ‘condiciones de la existencia’” (37).

En el camino hacia la conciencia social contemporánea de los peligros del cambio climático y de la crisis medioambiental global y en el desarrollo de una consideración cada vez más compleja de los ecosistemas será relevante la biocenosis con la que Möbius en 1877 se refiere a “una entidad biológica integrada por elementos que pertenecen a dos Reinos diferentes”, el vegetal y el animal (Acot 94). También lo será el concepto de homeostasis de los ecosistemas, que refiere la tendencia de los ecosistemas a resistir transformaciones y a mantenerse en un estado de equilibrio y que en 1905 Frederic Edward Clements expone en Research Methods in Ecology. De la idea de homeostasis surgirán luego las concepciones de ecosistema de Tansley y Linderman que conducirán a dos adelantos importantes: “la termodinámica del ser vivo, cuyas bases fueron sentadas en 1945 por el físico Schrölinger […y] la teoría del inventor de la cibernética, Norbert Wiener” (Acot 107). Finalmente, con la publicación de Fundamentals of Ecology de E. P. Odum en 1953, el ecosistema se contempla como un espacio reunificado en el que los factores abióticos y bióticos forman parte de una misma realidad, lo que conduce a la “aparición de una idea ecologista sistémica que transformará las representaciones sociales de las relaciones naturaleza-sociedad en las sociedades industrializadas” (Acot 109) y que anuncia la hipótesis Gaia que formuló James Lovelock a finales de los años sesenta del siglo XX. 

Si, como afirma E. P. Odum, “los organismos vivos, los ecosistemas y la biosfera entera poseen la característica termodinámica esencial de ser capaces de crear y mantener un estado de orden interno o de baja entropía” (Acot 115), resulta factible introducir al hombre como miembro del ecosistema y predecir el comportamiento del sistema, ya que, si se conocen las condiciones del sistema en un momento a, es posible predecir cuál será su situación en el momento b. De ahí la aplicación de la computación en el análisis de unidades cada vez más complejas hasta conseguirse en 1971, en los trabajos del MIT para el Club de Roma, el primer estudio a escala global de los peligros del sistema económico dominante, o la consecución de acuerdos legalmente vinculantes en el marco de las Naciones Unidas en las COP (Conference of the Parties), la más famosa hasta hoy la COP21, la de los acuerdos de París de 2015, sin menoscabo de la última, la COP28 celebrada en 2023, una suerte de paradoja, si no un oxímoron, pues se celebró en una potencia petrolera del calibre de Emiratos Árabes Unidos.

Y ahí estamos, inspirados por la mirada compleja al espacio de Humboldt, tan geográfica y botánicamente minuciosa como paisajística, artística y afectivamente profunda (Ortega Cantero), con un ojo puesto en las prospectivas cada vez más afinadas y precisas de los estudios científicos del cambio climático y la crisis ecológica global y con otro en los compromisos que las naciones han adoptado en las sucesivas COP y que a todas luces resultan insuficientes. Porque, como afirma Miguel A. Altieri, “ni el Protocolo de Kioto, ni el Acuerdo de París, ni las 28 Conferencias de las Partes (COP) han logrado sentar las bases para evitar una catástrofe climática global. Al contrario, las emisiones han aumentado un 65% desde la primera vez que los países se sentaron a negociar” (20).

Tras preguntarse sobre lo que impide a la humanidad reconocer la magnitud del deterioro ecológico y contrarrestarlo a tiempo, Altieri se adentra en los peligros del capitalismo verde y su cooptación del discurso ambiental, señala el hecho de que los países que se jactan de haber desacoplado su crecimiento económico de los impactos ecológicos y climáticos lo que en verdad han hecho es externalizar sus impactos hacia otros países, considera que los cambios necesarios son, por exigentes, políticamente inaceptables, y concluye que esperar que “una transformación revolucionaria de todo el sistema de producción y consumo […] venga desde arriba no es realista” (25). Tal es la dimensión del cambio climático y de la crisis medioambiental global que Altieri afirma que

 

resolver los problemas ecológicos del planeta requiere el desarrollo de una relación espiritual de los humanos con el medio ambiente y restablecer en la mente de la gente el concepto de buenas obras y de coexistencia armoniosa con todos los seres vivos de la Tierra. Cada vez es más necesario ver el cambio climático como un desafío espiritual además de un desafío ecológico y político (26).

 

Tal vez por esa espiritualidad que Altieri echa en falta el Acuerdo de París de 2015 (COP21) coincidiera en el tiempo con la publicación de la carta encíclica Laudato Si del papa Francisco, un manifiesto ecologista en toda regla, contra la rapidez, la contaminación, la cultura del descarte y la injusticia que van aparejadas al capitalismo extractivo, productor y consumidor, una decidida reorientación de la doctrina cristiana hacia “nuestra oprimida y devastada tierra”, la más pobre y maltratada de entre los pobres. Laudato Si apela a la espiritualidad franciscana y a la hermandad de todos los seres para advertir que “la tecnología […] ligada a las finanzas […] pretende ser la única solución de los problemas, […] suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas y por eso a veces resuelve un problema creando otros”. Simon Torney da a la situación de crisis ecológica global una respuesta diferente pero relacionada con las señaladas, y aunque no recurre a ninguna espiritualidad, sea religiosa o de otro tipo, sí que apela a la fe, pues ante la descoordinación tanto de los grupos reformistas del sistema como de los radicales anti-sistema “necesitamos a alguien a quien creer”, eso que Žižek llama “alienación mínima”, algún líder que conduzca el estado de cosas hacia el bien común (citado en Toro 15-16).

Si no una cuestión de espiritualidad, si tampoco una de fe o de liderazgo, sí es una cuestión de compromiso con la realidad antropocénica circundante la que está en la base de los trabajos que se presentan en este monográfico, todos ellos estudios especializados que, sin dejar de serlo, se vuelven porosos y expanden la crítica y la historia literarias hacia temas de interés para la ecología y las orientan hacia una ética medioambiental que se evidencia imprescindible tanto para la continuidad de la vida como para la desalienación y liberación del pensamiento de un marco en el que el bienestar persiste asociándose a la producción y el consumo crecientes en las pertinaces jaculatorias del capitalismo.

El protagonismo del ser humano en el planeta Tierra y el privilegio del racionalismo lógico y el lenguaje verbal antropocéntrico también se debilitan en los trabajos de este monográfico para así, como afirma Evando Nascimento al referirse al “giro vegetal” contemporáneo, evitar la ceguera “ante innumerables ejemplos de inteligencia animal y vegetal” (91). No puede haber sido en vano que, en una vuelta de tuerca a la ética animal, el Comité Federal Ético de Suiza, “por primera vez en la historia de la humanidad, [publicara en 2008] un informe cuyo título era ‘La dignidad de los seres vivos en relación a las plantas’ […en el que se encuentra una] consideración ética del valor de la vida vegetal [sin…] precedentes” (77). “Pensar la planta es pensar con la planta” (80), afirma Nascimento, de manera que la definición de lo humano “solo puede obtenerse en la modulación de la co-existencia, del vivir-con, de la relación entre los vivientes y de estos con los no vivientes, y no de forma antropocéntrica a través de la afirmación del cogito individual” (80). Pensar la planta es también aceptar la evidencia de que el mundo vegetal representa el 85 % de la biomasa de la Tierra y que de él depende, en primerísimo lugar, la vida planetaria. Con el giro vegetal lo humano se descentra y ya no es la medida de todas las cosas, la visión de mundo se transforma radicalmente, se supera el zoocentrismo y se confiere a los vegetales una dignidad de la que han carecido: las plantas acceden a la condición de seres sintientes e inteligentes que a cuentagotas se ha ido concediendo a mujeres, niños, etnias esclavizadas y animales.

Encuentro en el pensamiento vegetal que Evando Nascimento reivindica y con el que expande las consideraciones derridianas expuestas en L’animal que donc je suis y las de otros pensadores franceses o de la órbita francesa (Deleuze y Guattari en Mille Plateaux: capitalisme et schizophrénie; Coccia en La vie des plantes: une métaphysique du mélange) una afinidad con la poética de la respiración que esbocé en una entrevista con Ellen Skowronski y que he desarrollado en los últimos años (2019, 2021, 2023), una teoría general de la literatura de raíz ecológica inspirada en la idea de Jorge Wagensberg de que el impulso natural de supervivencia aviva la percepción de regularidades en el tiempo (ritmo) y el espacio (armonía) que son los a priori de la inteligibilidad de las cosas y de la percepción de la belleza. Porque la poética de la respiración comparte con el pensamiento vegetal la buena disposición a aceptar la complementariedad y diversidad de las formas de la inteligencia y de los sentimientos desde una perspectiva descentrada, y a hacerlo con suma satisfacción, pues tal disposición borra la distancia radical que ha separado la naturaleza de la cultura y permite entender que las obras literarias (de raíces orales, letradas o virtualmente digitales) respiran al unísono de los ritmos temporales y espaciales de la Tierra y no son otra cosa que el resultado sofisticado del instinto de la vida o, en otras palabras, de la búsqueda de la belleza en tanto herramienta fundamental para la inteligibilidad de las cosas y la supervivencia. 

Son el giro vegetal, la ética animal, la poética de la respiración y la conciencia medioambiental asentada en la sociedad contemporánea los que han inspirado el llamado de los artículos para el presente monográfico y la selección realizada tanto para su primer volumen como para su segundo. En ambos quedan a la vista los peligros del capitalismo globalizado para la diversidad de la vida y para la diversidad del pensamiento y ambos, implícita o explícitamente, contribuyen a poner en entredicho la soberbia antropocéntrica de cuño renacentista sobre la que se cimenta la “pirámide de los seres vivos” que expuso Charles de Bovelles en Liber de sapiente en 1509 y a la que aluden Stefano Mancuso y Alessandra Viola en Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal (16). Aún arraigada en el imaginario colectivo, si bien en progresiva evanescencia, en esa pirámide las rocas son, las plantas existen y están vivas, los animales están dotados de sentidos y solo el ser humano tiene reservada la facultad del entendimiento en una suerte de línea evolutiva que va de menos a más. Y ello a pesar de que fue el propio Darwin quien en 1859, tal y como señalan Stefano Mancuso y Alessandra Viola, “demostró […] que […] no existen organismos más o menos evolucionados [y que…] todos los seres vivos que hoy habitan la tierra se encuentran en el extremo de su rama evolutiva” (17).

Este primer volumen ha orientado el tema general de “La ecocrítica del siglo XXI (y de los siglos por venir)” hacia los tres polos de atención del subtítulo, “Plantas, animales, futuribles”. De plantas se ocupan Heather I. Sullivan y Christa Grewe-Volpp; de animales Isabel Maria Fernandes Alvez, y Virginie Muixart y Miguel Delibes; de futuribles Pilar Andrade y Ursula Heise. Cierra este primer volumen la transcripción de una conversación con Pablo Chiuminatto sobre temas que nos ocupan y preocupan y que trascienden nuestras inquietudes personales por ser también pertinentes para la ecocrítica de este siglo XXI y de los siglos por venir.

Heather I. Sullivan contextualiza “Bad Plants” en el interés creciente por comprender la manera en que las plantas sienten, se comunican y razonan. Postergadas a la mera condición de recursos en las sociedades industrializadas, las malas hierbas en sus múltiples formas (maleza, plantas venenosas, plantas alucinógenas, plantas invasivas, plantas predadoras, plantas resistentes a los pesticidas y destructoras de las cosechas) encarnan el poder vegetal y a las plantas como fuerzas animadas que dan forma al mundo. Autores del Antropoceno temprano como Johann Wolfgang Goethe, Ludwig Tieck y E.T.A. Hoffmann atribuyeron a las plantas formas diversas de agencialidad en obras que ya desde finales del siglo XVIII e inicios del XIX contrarrestan la inveterada negación de la cultura occidental del valor de las plantas no solo como esenciales para la vida planetaria sino también como seres vivos con las capacidades sintientes y agenciales que se les han ido concediendo a los animales. Heather I. Sullivan considera que, en la medida en que exploran visiones animistas de la vida no humana, son la ciencia ficción y los cuentos de hadas géneros que brindan la posibilidad de reconsiderar las relaciones humano-vegetales tanto desde una perspectiva cultural como desde una ecológica. En concreto, la novela de ciencia ficción Deepsix de Jack McDevitt (2001) y el cuento de hadas “Faithful Eckart and Tannhäuser” de Ludwig Tieck (1799) representan a esas plantas malas capaces de devolver a los seres humanos a los ciclos botánicos que con soberbia creen haber dejado atrás con su cultura y su tecnología avanzadas. Las flores depredadoras y sexualizadas de McDevitt y de Tieck son de gran interés para el momento vegetal contemporáneo, pues ponen sobre la mesa la que Heather I. Sullivan describe como una incómoda verdad ecológica postergada: la humanidad depende de las plantas y las plantas ejercen sobre la humanidad el dominio absoluto.

Christa Grewe-Volpp también se adentra en los estudios de las plantas y se hace eco de su relevancia en la ecocrítica para contribuir a solventar el problema de la ceguera vegetal. En “Radical Ideas of Plant Studies in Theory and Fiction”, Grewe-Volpp también enfrenta la consideración de las plantas como seres inferiores en la cadena del ser y acepta que las plantas sienten, se comunican entre sí, recuerdan, escogen, se mueven y son conscientes de una manera extraña y sorprendente. Al hacerlo, Grewe-Volpp cuestiona la existencia de un límite radical entre los humanos y las plantas para, como en el caso de los estudios animales, fijarse en las similitudes más que en las diferencias. De la mano de los estudios vegetales de Matthew Hall, Michael Marder, Michael Polland, Monica Galliano, John C. Ryan, Patricia Vieira, Kat McGowan y otros, Grewe-Volpp se adentra con perspectiva vegetal en el mundo de las plantas mediante la lectura atenta del cuento “The Fruit of My Woman”, de Han Kang, que narra los procesos metamórficos de una mujer que se transforma en una planta.

Isabel Maria Fernandes Alvez vuelve su mirada a los pájaros a través de la obra de A. M. Pires Cabral. En “‘They Inhabit Us / Inside, the Birds’: A. M. Pires Cabral’s Attunement with Birds”, Fernandes Alvez recurre al David G. Haskell que considera que en el canto de los pájaros hay una invitación a superar las distancias entre los seres y a establecer un puente entre las especies. El afecto es el imprescindible motor que aviva la atención e inicia el acercamiento al lenguaje de las aves y la imaginación literaria el poderoso instrumento para culminar ese acercamiento. En este punto me siento impelido a traer a colación un poema de William Wordsworth de mi predilección, “The Tables Turned”, y, en especial, los versos en los que se apela al lector/a para que se adentre en el conocimiento de la naturaleza mediante la escucha atenta al canto de los pájaros: “Come, hear the woodland linnet, / How sweet his music! on my life, / There's more of wisdom in it. // And hark! how blithe the throstle sings! / He, too, is no mean preacher: / Come forth into the light of things, / Let Nature be your teacher”. Como Wordsworth en el pardillo y en el zorzal, Fernandes Alvez encuentra en los pájaros de Pires Cabral la posibilidad de abrir la puerta a la alteridad y de habitar otra conciencia. Con la noción de criatura de David Herman, los usos literarios de Rita Felski y la ecocrítica afectiva de Kyle Bladow y Jennifer Ladino, Fernandes Alvez lee en los pájaros de Pires Cabral una vía hacia la comprensión de otros cuerpos, psiques y ecosistemas y una manera de legar a futuras generaciones literatura que beneficia la comprensión entre especies.

Virginie Muxart y Miguel Delibes en “The Common Genett (Genetta genetta): An Ecocritical Research Topic” muestran cómo la literatura comparada y la ciencia natural pueden trabajar en equipo y lo hacen para solventar algunos enigmas relacionados con la presencia de la gineta en Europa. El tándem Muixart-Delibes consigue que la literatura dé respuesta a tres preguntas planteadas desde la biología: el origen de la gineta en Europa, la razón de sus casos de albinismo y melanismo y su posible utilización como una especie de gato en entornos humanos. La biogeografía y la genética sugieren que la gineta fue introducida en Europa por seres humanos, pero no se sabe ni por quién, ni cuándo, ni con qué objetivo específico, ni con qué consecuencias. Muixart y Delibes tratan de todo ello mediante argumentos biológicos y ejemplos de la literatura comparada que respaldan la hipótesis de partida y que también sugieren opciones y matices adicionales. En “The Common Genett (Genetta genetta): An Ecocritical Research Topic” las ciencias naturales y la literatura comparada se enriquecen de la perspectiva ecocrítica y se complementan mutuamente en el estudio de caso de la introducción de la gineta en Europa.

Tan importante para la ecocrítica del siglo XXI y de los siglos por venir es la mirada al pasado como la mirada al presente y al futuro. Al fin y al cabo, lo que se avecina habrá de ser una consecuencia de hechos fácticos y maneras de entender la vida del pasado. Precisamente de la expresión literaria de ese continuum y de sus futuribles tratan los trabajos de Pilar Andrade y Ursula Heise. En “Nuevas tendencias en la literatura del colapso medioambiental” Pilar Andrade contextualiza la literatura del colapso en estudios teóricos recientes sobre el tema: de la denominada colapsología a los Extinction Studies —Orlov, Servigne, Haraway, Barrau—, de la antropología simétrica de Bruno Latour al catastrofismo ilustrado de Jean-Pierre Dupuy. El corpus de novelas en que Pilar Andrade se centra pertenece a autores de lengua inglesa y francesa y se articula en tres modalidades a partir de la perspectiva realista con que la mirada literaria imagina el futuro: lo imposible cierto, la sobreabundancia de data y el cronotopo próximo. Andrade presta especial atención a la medida en que la literatura de la catástrofe privilegia y descuida determinados asuntos: cambios en el comportamiento social y en la vida cotidiana, reacciones afectivas, prácticas individuales y colectivas, supervivencia, importancia de los elementos naturales, tipo de calamidades climáticas y capacidad de resiliencia.

Ursula Heise también mira hacia el fututo y lo hace a través de obras que combinan los caracteres de la ciencia ficción y de la novela negra. Hay múltiples géneros que afrontan la construcción de futuros, desde la literatura juvenil hasta el romance y el eco-thriller, desde el cine de acción hasta el meditativo o surrealista, pero es a juicio de Heise la combinación de lo negro con la ciencia ficción de especial interés en el tratamiento literario del tema del cambio climático. Heise escoge dos novelas españolas sobre el cambio climático, El secreto del agua de Arturo Arnau Tarín (2007) y 2065 de José Miguel Gallardo (2017), y las compara con la novela estadounidense The Water Knife de Paolo Bacigalupi (2015) con el objetivo de mostrar los beneficios y las dificultades de adaptar un género literario bien establecido, consciente de las circunstancias antropocénicas del presente y del conocimiento científico del calentamiento global, al desarrollo del tema del cambio climático en futuros posibles.

Cierra este primer volumen la transcripción de una conversación con Pablo Chiuminatto sobre asuntos que nos ocupan y preocupan y que no solo son pertinentes para las artes y las ciencias, sino que también lo son para la imaginación de sociedades descarbonizadas y como introducción de los temas del segundo volumen de “La ecocrítica del siglo XXI (y de los siglos por venir)”, en su mayoría contextualizados en la ecocrítica del hispanismo, y que se orientan hacia los tres polos de atención del subtítulo: “límites, reparaciones, poéticas alternativas”.

 

 

Referencias

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