SOSTENIBILIDAD, MINIMALISMO Y MICROTEXTUALIDADES LENTAS
SUSTAINABILITY, MINIMALISM AND SLOW MICROTEXTUALITIES
DURABILITÉ, MINIMALISME ET MICROTEXTUALITÉS LENTES
Paulo A. Gatica Cote
Universidade de Santiago de Compostela
https://orcid.org/0000-0003-1534-3404
Fecha de recepción: 14/02/2024
Fecha de aceptación: 29/04/2024
DOI: https://doi.org/10.30827/tn.v8i1.29344
Resumen: En las conclusiones del informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento se expuso la conexión entre el incremento de la producción y del consumo, por una parte, y la degradación ecológica, por otra parte. Desde entonces, se han ido sumando propuestas que reivindican la senda decrecentista y el Slow Movement. En este artículo reflexionaré en primer lugar sobre el concepto de “sosteniblidad” aplicado al campo de la creación en red en relación con la denominada digital sobriety, que surge como oposición a un modelo cultural inflacionario y multipantalla, caracterizado por grandes consumos de datos y energía, así como por sus efectos rebote. En segundo lugar, se establecerá un paralelismo entre el “minimalismo digital” y la microtextualidad, pues ambos fenómenos apelan a valores coincidentes con los empleados para describir las poéticas minimalistas. Finalmente, se hará una lectura antropocénica de la lentitud como punto de partida para imaginar y crear con una mayor conciencia de la materialidad.
Palabras clave: sostenibilidad; literatura; ecocrítica; decrecentismo, minimalismo; microtextualidad; redes sociales; efecto rebote; tiempo profundo.
Abstract: The conclusions of the Club of Rome report on the limits to growth exposed the connection between increased production and consumption, on the one hand, and ecological degradation, on the other. Since then, several proposals have been put forward supporting degrowth and the Slow Movement. In this article, I will reflect first on the concept of “sustainability” applied to the field of online creation in relation to the so-called digital sobriety, which emerges in opposition to an inflationary and multi-screen cultural model, characterized by its large consumption of data and energy as well as by its rebound effects. Secondly, a parallel will be established between “digital minimalism” and microtextuality, since both phenomena appeal to a series of values coinciding with those used to describe minimalist poetics. Finally, an Anthropocene reading of slowness will be carried out as a starting point to imagining and creating with a greater awareness of materiality.
Keywords: Sustainability; Literature; Ecocritics; Degrowth; Minimalism; Microtextuality; Social networks; Rebound effect; Deep time.
Résumé : Les conclusions du rapport du Club de Rome sur les limites de la croissance ont mis en lumière le lien entre l’augmentation de la production et de la consommation, d’une part, et la dégradation écologique, d’autre part. Depuis lors, des propositions ont été ajoutées qui défendent la voie de la décroissance et le Mouvement lent. Dans cet article, je réfléchirai d'abord sur le concept de « durabilité » appliqué au domaine de la création en ligne en relation avec ce que l’on appelle la sobriété numérique, qui se pose en opposition à un modèle culturel inflationniste et multi-écrans, caractérisé par une grande consommation de données et énergie, ainsi que par son effet rebond. Dans un deuxième temps, l’on établira un parallèle sera établi entre « minimalisme numérique » et microtextualité, puisque les deux phénomènes font appel à une série de valeurs coïncidant avec celles utilisées pour décrire la poétique minimaliste. Enfin, l’on proposera une lecture anthropocénique de la lenteur comme point de départ pour imaginer et créer avec une plus grande conscience de la matérialité.
Mots-clés : durabilité ; littérature ; écocritique ; décroissance ; minimalisme ; microtextualité ; réseaux sociaux ; effet rebond ; deep time.
Nos resulta más fácil aceptar el fin del mundo que el fin del smartphone
Jorge Riechmann
Esta reformulación de la célebre cita que acompaña casi cualquier posicionamiento crítico con el sistema capitalista ofrece, cuando menos, un matiz relevante: el smartphone como símbolo y síntoma del hipercapitalismo. En este artículo acerca de las microtextualidades digitales el teléfono móvil y las redes van a cobrar una dimensión adicional, pues, como el propio Riechmann se pregunta en su ensayo homónimo: “¿derrotó el smartphone al movimiento ecologista?”. Esta es, sin duda, una de las cuestiones que cualquier debate acerca de ese fin del mundo inimaginable ha de intentar responder.
Signifique lo que signifique ese mundo —su visión hegemónica de bolsillo, el Umwelt invadido a máxima velocidad, la “realidad”, etc.—, cada vez es más evidente que cualquier aproximación a la comunicación online acaba topándose con una infraestructura que tiene en el teléfono móvil uno de sus principales elementos constitutivos. En cualquier conversación cotidiana abundan los comentarios sobre la inocencia de los miles de millones de smartphones que vibran en los bolsillos y se iluminan en las mesitas de noche en comparación con las centrales térmicas, las minas a cielo abierto o los tubos de escape en hora punta. Entonces, ¿por qué un aparato tan pequeño puede ser tan perjudicial para la salud del planeta? ¿Dónde radica el peligro de un medio en apariencia tan inocuo por su condición fundamentalmente digital? ¿Acaso no sería preferible en términos ecológicos que toda interacción se llevara a cabo online gracias al wifi?
Ciertamente, se observa una “desconexión” epistémica entre dichas cuestiones. Esta maniobra de fragmentación e invisibilización de los múltiples sistemas implicados, ya sea por hipercomplejidad o por opacamiento, afecta a la capacidad de analizar la sostenibilidad o insostenibilidad del actual régimen tecnológico. Günther Anders explica en La obsolescencia del hombre que nada más característico del ser humano contemporáneo que la incapacidad “para seguir el ritmo de transformación que imponemos a nuestros mismos productos y para ponernos a la altura de los aparatos que se nos adelantan o escapan en el futuro” (31). El filósofo germano denomina a esta “asincronía” general el “desnivel prometeico”, que conllevaría la “preeminencia de una capacidad respecto a otra y, por tanto, la de rezagarse una respecto a otra” (32); o, dicho de otro modo, la potenciación imparable de los conocimientos técnicos del ser humano también produce un tipo de ignorancia especialmente pertinente para el debate ecológico: el retraso de las capacidades para sopesar las consecuencias de los actos productivos y, por ende, de promover comportamientos distintos[1].
Por su parte, Jaime Vindel argumenta que el “inconsciente energético, por el cual naturalizamos y olvidamos el papel que la energía cumple en nuestras vidas, es también un inconsciente estético, pues rara vez reparamos sensorialmente en aquellas infraestructuras energéticas que subyacen a nuestra experiencia cotidiana” (35-36). Si bien es cierto que hay materializaciones parciales de dicho inconsciente —por ejemplo, el impacto de los molinos de viento en los montes gallegos, o las movilizaciones contra la construcción de presas o depósitos de residuos cerca de pueblos—, tales resistencias suelen concebirse como focos de resistencia local muy politizados, pero que no rompen por completo con el orden energético dominante. En este sentido, la apuesta por la descarbonización y la lucha contra la colonización energética se suelen centrar en el rechazo de una sociedad concreta a convertirse en zona de sacrificio en vez de en la oposición interseccional al sistema que fomenta y se nutre dichas zonas en aras de la prosperidad de los sectores privilegiados.
Por esta razón, aflorará necesariamente en la reflexión el plano de la infraestructura que sustenta dicha comunicación. En consonancia con las líneas encuadrables en el denominado environmental turn (Sörlin) y en el “giro antropocénico” (Arias Maldonado), los debates estéticos son por completo compatibles con las perspectivas ecocríticas en cualquier investigación que quiera indagar en la cibercultura. Respecto a tales planteamientos holísticos y antropocénicos, José Manuel Marrero reivindica una “filología verde”, que integre en el análisis cultural y literario “una conciencia medioambiental que responde ética y estéticamente a las circunstancias ecológicamente críticas del momento” (“Filología verde” 419). El especialista canario defiende que “una crítica (sostenible) instalada en el tiempo, con plena conciencia de ocupar un momento histórico” (“Crítica literaria y sostenibilidad” 31) aportaría una mejor comprensión de las relaciones entre literatura y paisaje, literatura y naturaleza, literatura y medio ambiente o, como en este caso, microescrituras y sostenibilidad.
Específicamente, se reflexionará en este artículo sobre la pertinencia de conceptos como sosteniblidad o digital sobriety aplicados a la creación en red, caracterizada por ingentes consumos de datos y energía, así como por los subsiguientes efectos rebote de un modelo cultural inflacionario. A continuación, se establecerá un paralelismo entre el digital minimalism (Newport) y la microtextualidad, ya que ambos fenómenos apelan a valores coincidentes con los empleados para describir las poéticas minimalistas. A este respecto, conviene aclarar que se ha optado aquí por el término microtextualidad(es) por su carácter omniabarcador y, en cierto modo, supraliterario, pues comprende una amplia gama de formas breves reconocidas por el sistema literario —minificciones, microrrelatos, aforismos, greguerías, palíndromos, haikus o poemínimos— y otras realizaciones para/extraliterarias, pero de amplia productividad en redes sociales: posts, memes, tuits, emojis, gifs, stories u otros microformatos audiovisuales[2]. Finalmente, se realizará una lectura antropocénica de la lentitud como punto de partida para imaginar y crear con una mayor conciencia de la materialidad movilizada en la comunicación digital y de sus consecuencias ecológicas.
2. Sobre sostenibilidad y efectos rebote
Las palabras sostenible o sostenibilidad se han venido aplicando en cualquier debate para referirse a un régimen capitalista pensado para la explotación asimétrica de recursos y energías. Además, al hilo de discursos tecnofuturistas, el solucionismo tecnológico ha naturalizado prácticas e imaginarios que encuentran en la racionalidad, la eficiencia o la optimización las mejores vías para maximizar las relaciones coste/beneficio. De este modo, se supone que la generalización de las innovaciones más eficaces y racionales, concebidas desde el prisma “verde” de la sostenibilidad, ayudaría a mantener o incrementar el actual ritmo de vida, a pesar de haber superado con creces seis de los nueve límites planetarios fijados en el conocido artículo de 2009 “Planetary Boundaries: Exploring the Safe Operating Space for Humanity”: “climate change, ocean acidification, stratospheric ozone depletion, interference with the global phosphorus and nitrogen cycles, rate of biodiveristy loss, global freshwater use, land-system change, aerosol loading y chemical pollution (Rockström et al.)[3].
Fig. 1. Gráfico elaborado por el Stockholm Resilience Centre de la Universidad de Estocolmo: https://www.stockholmresilience.org/research/planetary-boundaries.html
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Asimismo, los discursos alternativos suelen ser etiquetados de exóticos o extravagantes, reducciones de las diversas líneas de cuestionamiento a una visión interesada y moralista de la sostenibilidad conforme a los designios del capital. Se proclama abiertamente el compromiso de un gran número de gobiernos con el medioambiente y con los objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, así como la firme voluntad de buscar fuentes de energía renovables. Es más, el campo léxico de la sostenibilidad ha sido incorporado al vocabulario de cualquier entidad que desee presentarse como moderna, comprometida e innovadora.
Al respecto, resulta muy esclarecedora la lectura del “Manifiesto ecomodernista”, propuesta anglosajona —traducida a varios idiomas— que confía en crear un “buen Antropoceno” gracias al conocimiento y la tecnología. Según los firmantes, autodenominados “ecopragmáticos” y “ecomodernistas”, “a good Anthropocene demands that humans use their growing social, economic, and technological powers to make life better for people, stabilize the climate, and protect the natural world” (Asafu-Adjaye et al.)[4]. Los promotores del manifiesto abogan por una transición energética liderada por nuevas tecnologías “limpias” para “desacoplar” el crecimiento económico de los impactos medioambientales ocasionados por la economía (Asafu-Adjaye et al.). Además, entienden que tales avances tecnológicos, y sobre todo las TIC, suponen un factor decisivo para la descarbonización de la economía productiva y, en general, de todo el planeta.
Precisamente, la “economía verde”, la “economía digital”, la “banca digital”, la “gobernanza digital” u otros sintagmas a los que han aplicado capas y capas de greenwashing hallan en este objetivo tanto el propósito que los impulsa como su principal justificación. A pesar de las evidentes diferencias entre los planteamientos ecomodernistas y los directamente hipercapitalistas, ambos proyectos terminan confluyendo en el deseado devenir digital de sociedades “crecentistas”. Por este motivo, Jason Hickel va a criticar una respuesta que no ponga el foco en el metabolismo socioeconómico:
Una vez que tengamos un cien por cien de energía limpia, ¿qué vamos a hacer con ella? A menos que cambiemos el funcionamiento de nuestra economía, vamos a seguir haciendo exactamente lo mismo que con los combustibles fósiles: emplearla para impulsar la extracción y la producción constantes, a un ritmo cada vez mayor y sometiendo cada vez a mayor presión al mundo viviente, ya que eso es lo que requiere el capitalismo. Las energías limpias pueden ayudar con la cuestión de las emisiones, pero no hacen nada para detener la deforestación, la pesca excesiva, el agotamiento del suelo y la extinción masiva. Una economía obsesionada con el crecimiento que funcione con energías limpias nos va a seguir llevando a la catástrofe ecológica (38).
Tampoco se han tenido en cuenta, entre otros elementos, los “efectos rebote ligados a las TIC” (Bellver Soroa 6), ya que la mayor ecoeficiencia de los dispositivos electrónicos acarrea un incremento en el consumo de recursos y en la generación de residuos[5]. Esta “pesada mochila ecológica de los ligeros aparatos electrónicos” —afortunada expresión de José Bellver (6)— obliga a observar no solo los efectos directos de la digitalización —comunicaciones sincrónicas sin desplazamientos físicos o el abandono del papel, por ejemplo—, sino también sus efectos rebote: el crecimiento de “infraestructuras que la propia puesta en marcha de las TIC requiere” (6) y el derivado de la propia obsolescencia de los dispositivos. Este último es especialmente relevante para este artículo, ya que, en opinión del investigador de FUHEM,
incluso en el caso de encontrar una nueva tecnología o aparato tecnológico que claramente supusiera un menor impacto ambiental frente a su versión anterior o analógica, esta mejora podría verse más que compensada por un uso mayor o, sobre todo, por el aumento de las ventas de nuevos bienes de consumo electrónicos (8-9).
Es cierto que la huella de carbono digital resulta difícilmente cuantificable ya que se trata de una actividad global que exige la participación de diversos sectores. Un análisis precipitado reduciría esta huella al impacto de las infraestructuras que garantizan el funcionamiento de las redes. Debería considerarse, entonces, la fabricación de los equipos informáticos; las conexiones y redes de acceso físicas —cableados, sistemas de antenas o routers, entre otros elementos—; los centros de datos; los recursos extraídos para la producción y mantenimiento de los dispositivos; la obsolescencia programada y los residuos —no solo los E-waste— generados a lo largo de todo el proceso. Igualmente, la huella de carbono dependería, en buena medida, de la procedencia de la energía eléctrica empleada en los procesos de extracción, diseño, montaje, transporte, distribución, marketing, etc[6].
Por otra parte, se debería resaltar el coste medioambiental del software, ya que las actualizaciones de los diferentes programas, así como las nuevas apps reflejan de manera fiel la paradoja del efecto rebote de los productos ecoeficientes. Finalmente, tampoco se ha de soslayar en el cálculo la huella de carbono “derivada de la economía de la atención y de la distracción” (Gámez Cersosimo 19). El consumo de datos y electricidad no solo depende del tiempo de conexión; este se vería incrementado por los procesos paralelos —varias aplicaciones abiertas—, las alertas, las notificaciones u otros estímulos visuales, táctiles y auditivos programados para prolongar y maximizar las interacciones de cada usuario.
3. Minimalismo, austeridad voluntaria y microescrituras lentas
En sintonía con manifestaciones decrecentistas[7] como el Slow Movement, han aparecido en los últimos años varias iniciativas encuadrables en el denominado “minimalismo digital”. El profesor Cal Newport, acuñador del concepto, predica “una filosofía del uso de la tecnología por la que concentras el tiempo en línea en una pequeña cantidad de actividades cuidadosamente elegidas y optimizadas que apoyan sólidamente las cosas que más valoras mientras te olvidas, encantado, de todas las demás” (44). Por supuesto, son numerosos los referentes y las propuestas que intentan rehabilitar la lentitud a ojos de unas sociedades que han aprendido a desconfiar del reposo, que encuentran en el multitasking y en las multipantallas la respuesta a la mayor demanda de conexiones e información. Además, esta plusvalía de los datos no depende en exclusiva de la servidumbre hiperactiva de los usuarios, pues estos se acumulan incluso sin la participación directa y consciente. Como explica Maurizio Ferraris acerca de la presente revolución documedial:
El registro precede a la comunicación, y, de manera más general, toda interacción con la red deja una huella, con lo que contribuye a aumentar enormemente los documentos, en particular ese tipo de documentos que llamamos big data y que en efecto son metadatos o metadocumentos, huellas de nuestra actividad que no dejamos intencionadamente (35).
Por tanto, frente a un sistema inflacionario y multipantalla, signado por grandes consumos de energía y datos, se propone como alternativa la digital sobriety/digital suffiency: el uso moderado de las TIC, la consciencia de los riesgos directos e indirectos de dicho modelo[8].
Como demanda Corinne Pelluchon, “promover un mundo habitable exige adoptar un modo de vida menos ‘energívoro’ y de menor consumo, para que los otros puedan tener acceso a los recursos y alimentos en cantidad y calidad suficientes” (71). Ahora bien, la sostenibilidad, según Linz, “puede perseguirse por tres caminos distintos: eficiencia, coherencia y suficiencia” (6). A su entender, la eficiencia implica “una mayor productividad de los recursos naturales”, la suficiencia supone disminuir la demanda de bienes para rebajar el consumo de recursos y la coherencia “se orienta hacia tecnologías compatibles con la naturaleza, que aprovechen los ecosistemas sin destruirlos” (6-7). Por su parte, Joaquim Sempere considera que “una sociedad ecológicamente sostenible solo será estable si se dota de una moralidad dominante de frugalidad y suficiencia, si estos valores y las prioridades que implican se aceptan como los mejores” (30). En un orden energético como el actual, las ideas de frugalidad o suficiencia han sido vinculadas al campo léxico de la pobreza y la parquedad, y connotarían una falta de ambición y emprendimiento. De este modo, el propio lenguaje empleado en la definición del término —austeridad— y de la cualidad —austero— influye en la comprensión prejuiciosa de una hipotética “austeridad voluntaria” o “voluntariamente autoimpuesta por la colectividad” (24) como vías para atajar la actual crisis ecológica[9].
Desde cierto ángulo, podría afirmarse que los microtextos de diversa índole resultan sumamente ecoeficientes: no requieren en teoría de grandes consumos de tiempo de conexión, no son objetos digitales “pesados”, que tensionen los sistemas de conexión, procesamiento, almacenaje o lectura. Son, hasta cierto punto, austeros, “humildes” en su puesta en pantalla. No obstante, la ecoeficiencia de la brevedad deriva en la necesidad de actualización permanente en redes sociales —producir presencia—; de ahí que termine generando un comportamiento contradictorio con el ideal económico de las estéticas de la brevedad[10]. Específicamente, las microescrituras también presentan un peculiar “efecto rebote” derivado de una peligrosa confusión con notorios efectos estéticos, pragmáticos y ecológicos: la asociación de la brevedad con la facilidad-velocidad de producción microtextual (Gatica Cote).
Por esta razón, aunque se ahorre tiempo y recursos por medio de un meme oportuno o una respuesta o reacción plena de significado, la lógica de las redes promueve y gratifica comportamientos compulsivos. En contra de la depuración del lenguaje y de la búsqueda de lo esencial, valores coincidentes con la austeridad libremente escogida, las microtextualidades que circulan en redes reflejan a la perfección la glotonería del usuario atrapado por los updates y otras demandas de la economía de la atención-distracción. Esto se traduce en más horas de conexión, más tráfico de datos, más necesidad de almacenamiento y potencia de procesamiento, disminución de la vida útil del dispositivo, más residuos electrónicos pobremente reciclados o enviados a ciudades vertedero, la aceleración de las dinámicas extractivistas, etc.
De todas formas, sin negar la evidencia acerca de los usos y fines que realizan la mayoría de los usuarios en las redes sociales, quiero prestar atención a la lentitud, puesto que impugna, en cierto modo, la hegemonía de la transparencia comunicativa en la sociedad contemporánea. El sentido de una poética de la lentitud no consiste únicamente en el gesto de oposición a los cada vez más acelerados flujos de información, mercancías y personas por medio de una apuesta por la demora y la inactividad[11]. En palabras de Jenny Odell: “tanto desde una perspectiva social como ecológica, la meta última de ese ‘no hacer nada’ es apartar el foco de la economía de la atención y llevarlo al ámbito de lo público y lo físico” (14-15).
Es lógico que la batalla contra un régimen temporal maquínico y cuantificado haya sido —y con razón— una de las principales acciones contra el hipercapitalismo. La lentitud, entendida como ese hacer menos o no-hacer, supone un posicionamiento ético y se ofrece como una contemplación demorada que rompe en parte con la temporalidad homogénea de los sistemas digitales. Se trataría, en definitiva, de un habitar el tiempo y el espacio alejado de los ritmos de un modo de vida que exacerba la velocidad, la pulsión consumista y expresiva, la hiperpresencia y la “flexibilidad” absoluta.
Con todo, también existe otra manera de entender la poética de la lentitud desde un paradigma no antropocéntrico, sino antropocénico según la definición de David Farrier:
Anthropocene poetics engages with questions of scale, interconnection, and response, but framed more explicitly in terms of deep time: my interest is in how our enfolding in deep time—which seems temporally distant but nonetheless erupts continually in the midst of the everyday—conjures the peculiarly wrought (and fraught) intimacies of the Anthropocene (8)[12].
Desde esta perspectiva, hay que abandonar la cronología humana para sintonizar con la no-humana. El tiempo de lo no-humano es el “tiempo profundo”, el de las placas tectónicas, el de la formación de los volcanes y el del petróleo. Es, en principio, un tiempo “libre” que el extractivismo resitúa en la cronología humana con el objetivo de producir energía mediante unos recursos que necesitaron millones de años para formarse.
Mientras que la lentitud (humana) se acerca a lo ya comentado sobre la conveniencia de resignificar la “austeridad”, ¿qué supone la lentitud en la escala no-humana? Si bien existe una fuerte conexión entre la pausa-no actividad y un menor consumo de recursos como consecuencia de un descenso en la demanda de bienes y servicios, la lentitud geológica implica una densificación de la experiencia temporal del ser humano. Al igual que se admira el diámetro del tronco de un árbol —su “edad” humana— o el rastro de la erosión del agua en la roca, hay que recuperar la capacidad de admirar la red temporal que atraviesa los dispositivos digitales. Así pues, no solo cabría preguntarse por el volumen de materias primas empleadas en la fabricación de una tablet o de un smartphone —cuestión generalmente resaltada por los movimientos ecologistas—, sino también por los años extraídos de la Tierra para ensamblar el modelo que viene a reemplazar tras cuatro o cinco años al “obsoleto”. Si la conciencia de ese tiempo profundo permeara las prácticas cotidianas, quizá sería posible imaginar una cuantificación alternativa que influiría en la toma de decisiones y en la asignación de responsabilidades[13].
En resumidas cuentas, dicha dimensión geológica de una poética de la lentitud entronca con las ideas expuestas por Jussi Parikka en Una geología de los medios, quien argumenta que
la cultura tecnológica y su instanciación específica en las máquinas no ocurren simplemente en el tiempo, sino que también fabrican tiempo. Las velocidades de rotación de los discos duros, los tiempos cronometrados de las computadoras, los pings de red, etc., constituyen ejemplos de las temporalidades en las que las máquinas mismas están insertas y que ellas imponen sobre el mundo social humano […]. No obstante, luego está el otro polo, es decir, el de las duraciones extremadamente largas (32-33).
Entonces, ¿qué podríamos entender por “microtextualidades lentas”? En relación con esta suerte de desaceleración lingüística y geológica, surge el vínculo con las estéticas y las prácticas minimalistas. Las formas breves como el haiku, el aforismo o el microrrelato apelan, en principio, a una serie de rasgos y valores análogos a los empleados habitualmente para caracterizar las escrituras-textualidades minimalistas: la concisión, la densidad, la tendencia a la miniaturización o a la fractalidad, el knock-out, la epifanía, la sugerencia, el destello, el punctum, la elipsis, la esfericidad, la contención o el silencio. Concretamente, podrían encajar en la categoría de austeridad creativa “voluntaria”, pues nacen de un posicionamiento contra los excesos del lenguaje. Como se puede rastrear en múltiples poéticas y decálogos, sus practicantes o bien prefieren desprenderse de lo superfluo, o bien adoptan una actitud “recicladora”: hay tantos objetos en ese “mundo lleno” que lo más ético sería trabajar a partir de lo existente en vez de centrar las energías en la creación de obras nuevas. Sin embargo, la propia lógica de las redes sociales comporta un desequilibrio entre el plano del significante y el del significado. O dicho con otras palabras: importa más la transmisión que la comunicación, la conectividad potencial sobre la conexión efectiva.
Ante este panorama, además de poéticas de la complejidad —que requieren de más tiempo para la descodificación—, de retornos esencialistas a un mundo analógico, de formulaciones de utopías y distopías cibernéticas, la lentitud del tiempo profundo permite, en cierto modo, “pesar” las palabras, las imágenes, los gifs, los memes. Los vuelve “reales” a ojos de los usuarios, pues los reconecta con una trama temporal que va más allá de los materiales que componen el hardware. Es más, supondría, a mi entender, un ejemplo preclaro de “stacktivismo”, de acuerdo con la caracterización del teórico de los medios Geert Lovink:
Una forma de activismo en Internet que ya no se preocupa por el ruido distractor de los canales de las redes sociales y se atreve a escarbar más profundamente para marcar una diferencia real […]. El encanto de la acción directa basada en protocolos o del stacktivismo es que va tanto hacia arriba (de la red a la plataforma y a la pila) como hacia abajo (protocolos, centros de datos, cables), al mismo tiempo (188).
4. Conclusiones
A la luz de todo lo expuesto, cabe deducir que en la huella de carbono producida por un mensaje enviado a través de una red social X desde un lugar Y influyen directamente los comportamientos de los usuarios, su relación con el medio y con un cierto tipo de escritura-textualidad. Por supuesto, no planteo un vínculo indefectible entre minimalismo y arte ecologista, ni pienso que todas las microtextualidades demuestran un compromiso claro con la sostenibilidad. De hecho, mi interés por las microescrituras surge de su condición paradójica: al tiempo que enlazan con movimientos online y offline que reivindican la desconexión/desincronización, la síntesis, la atención, la pausa o la frugalidad, los microtextos se han adaptado a las demandas de plataformas y redes sociales debido a la interiorización de una lógica más reproductiva que productiva.
Evidentemente, queda todavía camino por recorrer en lo que respecta a la reflexión sobre dos elementos poco advertidos y, por eso mismo, tan relevantes en la comunicación digital: la huella de carbono del intercambio semiótico y los efectos rebote de las TIC. Asimismo, con el objetivo de plantear la problemática con el debido rigor, no convendría ignorar los mencionados efectos rebote de una microtextualidad desprendida de toda densidad. Por este motivo, considero que una comprensión antropocénica del tiempo ayudaría a visibilizar las múltiples temporalidades encarnadas en los dispositivos electrónicos, así como a reconectar la escritura con la materialidad de un planeta al borde del colapso por el metabolismo hiperacelerado del capitalismo.
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Zavala, Lauro (ed.) Teorías del cuento I: Teorías de los cuentistas. México D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 1993.
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[1] Tampoco habría que subestimar el desplazamiento interesado de la responsabilidad al usuario por la visión predominantemente instrumental de la tecnología: los buenos o malos usos de una herramienta “neutral”.
[2] En líneas generales, los debates sobre el fenómeno de la microtextualidad se han centrado en el problema definicional-terminológico, en la extensión (la ambigua brevedad) y en la identificación genérica de un corpus textual difícilmente clasificable según las taxonomías habituales. Desde los primeros estudios sobre este tipo de microescrituras, la naturaleza narrativa, poética, híbrida, ficcional o directamente artístico-literaria de los microtextos ha estado en constante disputa; es más, tales disquisiciones se han vuelto muy necesarias ante un conjunto de textualidades que no solo juegan con sus límites genológicos, sino que también han sabido tejer relaciones más allá del libro tradicional. En palabras de Paulo Gatica y Javier Helgueta: “las formas breves, como si se tratara de un género sin hábitat predeterminado, poseen una capacidad de adaptación irrefutable: se mezclan, se parodian, se reproducen y crean asociaciones insólitas en los contextos más insospechados (literatura, artes plásticas, internet, espacio público)” (4).
[3] “[C]ambio climático, acidificación de los océanos, destrucción de la capa de ozono, interferencias en los ciclos globales del fósforo y el nitrógeno, ritmo de pérdida de la biodiversidad, consumo global de agua dulce, cambios en el uso del suelo, carga de aerosoles en la atmósfera y contaminación química” Salvo que se indique lo contrario, todas las traducciones son nuestras. En la fecha de publicación del artículo (2009) se afirmó que ya se habían transgredido tres de esos límites: cambio climático, integridad de la biosfera y los flujos biogeoquímicos. En un trabajo aparecido en 2023 (Richardson et al.) se amplía la lista a los seis indicados en el gráfico.
[4] “Un buen Antropoceno exige que los humanos empleen sus crecientes poderes sociales, económicos y tecnológicos para mejorar la vida de la gente, estabilizar el clima y proteger la naturaleza”. Traducción de Andrés Hoyos.
[5] La “paradoja de Jevons”, que debe su nombre a los comentarios del economista ingles William Stanley Jevons sobre las consecuencias de la mayor eficiencia energética de las máquinas de carbón en la Revolución industrial, y el postulado Khazzoom-Brookes —actualización de dicha paradoja—, ilustran esta circunstancia y están en la base de casi cualquier investigación sobre los efectos rebote, concepto fundamental para el pensamiento ecologista. Como explica Hickel: “El incremento de los flujos de materiales y energía no tiene lugar a pesar de las mejoras en la eficiencia, sino a causa de ellas […]. Pero también hay algo más. Los avances tecnológicos que más han contribuido al crecimiento lo han hecho no porque nos permitan utilizar menos naturaleza, sino porque nos permiten utilizar más […]. Sometida al imperativo del crecimiento, la tecnología no se utiliza para hacer lo mismo en menos tiempo, sino para hacer más en la misma cantidad de tiempo” (169-170).
[6] Este hecho ha sido contrastado en los últimos trabajos realizados acerca de la huella generada por los vídeos en streaming. Al respecto, recomiendo la lectura del artículo de George Kamiya, que propone una metodología para el análisis de la huella de carbono producida en Netflix. De acuerdo con el autor, van a influir en el cálculo cinco variables: el bitrate, el consumo directo e indirecto de electricidad de los centros de datos, la energía consumida en la transmisión de datos, los dispositivos electrónicos y la ratio de emisiones CO2 por kWh de electricidad. Asimismo, cabe mencionar la iniciativa Web Neutral Project (https://www.webneutralproject.com/), una empresa dedicada a la certificación de sitios web. De cara a la obtención del certificado, se mide el tamaño de la página web —presencia de vídeos, imágenes en alta resolución, etc.—, las estadísticas del tráfico —el número de visitas repercute en la huella de carbono— y la “intensidad eléctrica” de la transmisión de datos por internet a partir de la información recogida por Google Analytics.
[7] El “decrecimiento”, término empleado por primera vez por André Gorz en 1972 (“Écologie et révolution”), y las teorías decrecentistas han experimentado diversas fases según han ido centrando su atención en los límites materiales del mundo, en el capitalismo como sistema o en el crecimiento del PIB. En aras de no complicar este debate en exceso, uso aquí “decrecimiento” en el sentido dado por Giorgios Kallis, Federico Demaria y Giacomo d’Alisa en Decrecimiento. Vocabulario para una nueva era: “El decrecimiento es, primordialmente, una crítica a la economía del crecimiento. Reclama la descolonización del debate público hoy acaparado por lenguaje economicista y defiende la abolición del crecimiento económico como objetivo social. Además de esto, el decrecimiento representa también una dirección deseada, en la que las sociedades consumirán menos recursos y se organizarán y vivirán de modos distintos a los actuales. ‘Compartir’, ‘simplicidad’, ‘convivencialidad’, ‘cuidado’ y ‘procomún’ (commons) son significados esenciales para definir el aspecto que tal sociedad tendría […]. Aquí nuestro énfasis está puesto no solo en el menos, sino en el diferente. El decrecimiento da a entender una sociedad con un menor metabolismo, pero más importante aún, una sociedad que tiene un metabolismo con una estructura diferente y que sirve a nuevas funciones. El decrecimiento no aspira a hacer menos de lo mismo […]. En una sociedad de decrecimiento todo sería diferente: actividades diferentes, formas y usos diferentes de la energía, relaciones diferentes, roles de género diferentes, distribución diferente del tiempo destinado al trabajo remunerado y al que no lo es, diferentes relaciones con el mundo no humano” (38-39).
[8] En el completo informe Deploying Digital Sobriety, el grupo de trabajo de The Shift Project concluye que “as of today, our digital growth is not sustainable: the energy consumption of digital activity increases by 9% per annum. Most business models behind mass digitalization require a constant increase in content and data consumption and in the associated infrastructure to remain profitable on the long run […]. Digital sufficiency involves switching from an instinctive or compulsive use of digital systems to a more controlled use of digital technologies, built from measuring both the associated risks and opportunities. Implementing digital sufficiency involves overseeing technological alternatives, considering both the deployment of ICT infrastructures and their associated uses” (4).
[9] Atrás quedaron las relecturas de Diógenes de Sinope y de otros modos de vida filosófico-religiosos que abogaban por una actitud desprendida o desdeñosa de los bienes materiales. El ascetismo se hizo fuerte en la renuncia del mundo terrenal; de ahí que austeridad y pobreza se convirtieran en fuente de virtud y conocimiento, como se demuestra por su parentesco con términos como sobriedad, frugalidad, abstinencia, continencia o mesura. Ahora bien, pese a la amplitud semántica de austeridad, esta palabra parece haberse especializado en la actualidad, puesto que a menudo aparece asociada a cuestiones éticas —austeridad/despilfarro—, estéticas —austeridad/barroquismo— y actitudinales —austero/derrochador. En cambio, respecto a pobreza, persisten los usos simbólicos y más expresivos —pobre de espíritu—, aunque con mayor frecuencia aparece en relación con el discurso económico actual —pobreza energética o umbrales de pobreza.
[10] Lauro Zavala dibuja un amplísimo panorama de tales poéticas y decálogos de la brevedad en el primer y en el tercer volumen de sus Teorías del cuento: Teorías de los cuentistas y Poéticas de la brevedad. Además de referentes clásicos como Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Julio Cortázar, Truman Capote o Italo Calvino, el especialista mexicano recopila casi un centenar de testimonios y teorías personales sobre la escritura de cuentos y microrrelatos.
[11] La siguiente reflexión de Gilles Deleuze constituye un ejercicio preclaro de resistencia en este sentido apologético de la inactividad y de la renuncia a comunicar por comunicar: “Hoy estamos anegados en palabras inútiles, en cantidades ingentes de palabras y de imágenes. La estupidez nunca es muda ni ciega. El problema no consiste en conseguir que la gente se exprese, sino en poner a su disposición vacuolas de soledad y de silencio a partir de las cuales podrían llegar a tener algo que decir. Las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos fuerzan a expresarnos. ¡Qué tranquilidad supondría no tener nada que decir, tener derecho a no tener nada que decir, pues tal es la condición para que se configure algo raro o enrarecido que merezca la pena de ser dicho! Lo desolador de nuestro tiempo no son las interferencias, sino la inflación de proposiciones sin interés alguno” (207-208).
[12] “La poética del Antropoceno aborda cuestiones de escala, interconexión y respuesta, pero enmarcadas de manera más explícita en términos del tiempo profundo: mi interés radica en cómo nuestro enredamiento en el tiempo profundo —que parece temporalmente distante pero que, no obstante, irrumpe continuamente en medio de lo cotidiano— evoca las intimidades peculiarmente forjadas (y tensas) del Antropoceno”.
[13] Por ejemplo, un teléfono móvil podría tener un precio monetario y un precio ecológico establecidos. En cierto modo, las diferentes certificaciones energéticas otorgadas a electrodomésticos o automóviles también resultarían una muestra “neutralizada” de esta política de responsabilización, aunque, como ya se ha explicado, los productos avalados por su eficiencia se verían igualmente afectados por los previsibles “efectos rebote”.