aprovechen la tecnología como medio
para potenciar el trabajo colaborativo,
la expresión creativa y la participación
de todos los estudiantes,
especialmente aquellos con mayores
dificultades de acceso o con
necesidades educativas específicas.
De igual forma, los directivos
señalan la enseñanza inclusiva como
un componente prioritario en la
formación docente. La inclusión
educativa, más allá de atender a
estudiantes con discapacidad, implica
garantizar que todos los niños, niñas y
adolescentes independientemente de
sus características personales,
sociales o culturales se sientan
reconocidos, valorados y capaces de
participar activamente en el proceso
educativo (Dueñas, 2010). Esto
requiere que los docentes cuenten con
herramientas para adaptar sus
metodologías, diversificar sus
estrategias de evaluación y crear
ambientes de aprendizaje en los que se
respete y celebre la diferencia.
La preocupación expresada por
los directivos no se limita, entonces, al
control del comportamiento o al
cumplimiento de normas disciplinarias,
sino que apunta a la construcción de
entornos escolares donde la
convivencia se base en la equidad, el
respeto y la participación. En este
marco, gestionar la convivencia no
equivale a imponer sanciones o
mantener el orden a través de la
autoridad, sino a generar las
condiciones pedagógicas, emocionales
y sociales que permitan que cada
estudiante se sienta parte activa de la
comunidad educativa.
Así, la transformación de la
convivencia escolar pasa por
reconocer que las prácticas educativas
deben ser revisadas, actualizadas y
enriquecidas constantemente para
responder a las realidades cambiantes
de los estudiantes (Freire, 1997). Solo
a través de una formación docente
integral, que articule la dimensión
emocional, la innovación pedagógica y
el compromiso con la inclusión, será
posible avanzar hacia una escuela
verdaderamente democrática, donde la
convivencia no sea una meta aislada,
sino el resultado natural de una cultura
escolar basada en el cuidado, la justicia
y la participación colectiva como lo
plantea Montane (2015).
Se reafirma, a lo largo del análisis,
que la convivencia escolar es un
fenómeno complejo y multidimensional
que no puede reducirse a la mera
aplicación de normas o al ejercicio de
la autoridad. Por el contrario, exige una
intervención integral y sostenida, en la
que la formación docente desempeñe